Familia y Tension

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REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACION UNIVERSITARIA


UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL ROMULO GALLEGOS
AREA CIENCIAS DE LA SALUD
PROGRAMA DE MEDICINA

La familiar y la tensión

Profesor: Integrantes:
Molina Mariangela C.I: 30.159.194
Rodríguez Brenda C.I:25.698.249

Sección, 09
Introducción

Son momentos de desorganización a nivel familiar, producto de cambios individuales, familiares o


ambientales que implican la necesidad de reorganizar su funcionamiento. Las tensiones familiares
pueden afectar la salud de las personas y generar una relación problemática con otros individuos,
Las tensiones en la relación familiar pueden desencadenar o agravar la hipertensión, ya que, por las
diferentes obligaciones y actividades de cada uno de los integrantes de la familia, muchas veces no
se le puede prestar la atención que necesita a la persona hipertensa o no se evitan las tensiones en el
ámbito familiar El desconocimiento de lo que debe o no hacer, cada uno de sus integrantes; trae
roces que desencadenan en problemas muchas veces graves que alteran el funcionamiento normal
de la familia. De ahí que es conveniente que cada miembro de la familia conozca qué papel juega,
en el grupo familiar, y lo ejerza a cabalidad. En éste contexto la dinámica o el funcionamiento de la
vida familiar, requiere dela interrelación armónica de todos sus miembros, según el rol o
competencia de cada uno. Ella está regulada por las normas de vida diseñada previamente por los
padres, los hijos a imitación de éstos, progresivamente se van comprometiendo con los patrones de
vida de su familia. El momento en el que la mujer y el hombre, por una u otra razón o circunstancia
se convierten en padres no pueden renunciar a ejercer su rol, en nuestra sociedad actual las
funciones de los padres son de carácter igualitario para ambos, pues cada uno en ausencia del otro
debe ser, frente a los hijos, la autoridad que encabece las funciones de la familia La familia cubre
las necesidades primordiales del ser humano como ser biológico, psicológico y social. La función
educativa vista como una supra función de las demás incluye elementos importantes dentro de los
que se destacan: Función de crianza: la crianza como proceso no hace referencia exclusivamente a
la alimentación y los cuidados físicos, sino a aspectos que tienen como finalidad proporcionar un
cuidado mínimo que garantice la supervivencia del niño, un aporte afectivo y un maternales y
paternal adecuado. Función de culturización y socialización: la familia se constituye en el vehículo
trasmisor de pautas culturales a través de varias generaciones permitiendo al mismo tiempo
modificaciones de las mismas
-Explicar los efectos de la “TENSION” sobre la familia.
Un efecto importante es el prejuicio social que relaciona las problemáticas de salud mental
con la agresividad y la peligrosidad. En los medios de comunicación, películas, series de
televisión y demás, pero también en el imaginario colectivo, se vincula a las personas que
tienen una problemática de salud mental con la agresividad y las reacciones violentas sin
que haya datos empíricos que así lo corroboren. Además, la «violencia» por parte de las
personas con un problema de salud mental se percibe como más aterradora, ya que se
considera que es irracional, que no obedece a ningún móvil ni explicación coherente. Esta
percepción, igual que la idea de que las personas con problemas de salud mental son más
agresivas, se basa únicamente en prejuicios. Se trata, pues, de una falsa creencia. Las
personas que tienen un trastorno mental no son violentas ni agresivas, sino que, muy al
contrario, acostumbran a ser las víctimas de las agresiones o la violencia de otras personas.
Por lo tanto, la agresividad es una conducta humana que puede estar presente tanto si hay
un trastorno mental como si no. Este estereotipo que vincula la salud mental con la
agresividad y el peligro tiene un alto impacto estigmatizante y discriminatorio para los
chicos y chicas que tienen o han tenido un diagnóstico de salud mental. En los casos en que
los niños, niñas o jóvenes con una problemática de salud mental manifiestan
comportamientos agresivos se puede producir una falsa confirmación del prejuicio y añadir
más presión al joven y a su entorno familiar. La familia también puede vivir el estigma y la
discriminación por el hecho de tener relación con una persona que tiene una problemática
de salud mental. El efecto más claro de este contagio social es el distanciamiento de la red
social cercana. Algunas amistades pueden dejar de visitar a la familia, interrumpir las
llamadas telefónicas a los padres o madres o evitar hacer actividades conjuntas. Esta
evitación también puede sufrirse en el centro escolar: otros padres y madres pueden alejarse
de la familia y desaconsejar a sus hijos e hijas relacionarse con ella. A continuación se
muestran los efectos más concretos que pueden comportar las situaciones de tensión y
conflicto en casa, en la escuela y en el espacio público.

EFECTOS EN LA FAMILIA
Sensación de vulnerabilidad dentro de casa Por lo general, el hogar representa un espacio
de seguridad y de refugio, pero cuando se dan conductas conflictivas, intimidatorias o
agresivas dentro de casa, esta puede dejar de ser segura y convertirse en un espacio donde
la familia se sienta vulnerable. Las conductas agresivas y conflictivas generan miedo, no
solo en el momento en que se producen, sino también cuando se anticipan, basándose en la
percepción o la experiencia previa. Además, muchas veces, la sensación de vulnerabilidad
se agrava cuando los miembros de la familia no entienden el significado de las conductas
intimidatorias o agresivas, no saben con qué están relacionadas, a qué se deben, o si la
conducta será creciente o decreciente.

Cuestionamiento de la autoridad de los padres y madres


Las conductas de tensión y conflicto cuestionan la autoridad. Las madres y los padres
pueden sentir que el hijo o hija no los respeta, y experimentar así emociones y
pensamientos socialmente no aceptados, como por ejemplo: «Se comporta como un tirano».
En estos casos, la mirada del entorno también cobra importancia, ya que madres y padres
pueden sentirse juzgados por el hecho de sentir y verbalizar emociones y pensamientos
socialmente no aceptados hacia los propios hijos o hijas, aumentando la carga emocional
con la presión por «el qué dirán» y lo que pensará el entorno sobre la situación. Un hecho
que puede incrementar todavía más la vivencia de cuestionamiento.

Reaccionar con agresividad


Otro efecto posible es que los padres y madres reaccionen con agresividad (física o verbal)
hacia el hijo o hija, en un intento de reafirmar su autoridad. A veces, esta conducta se da
como reacción instintiva de contención y protección, o porque hay un desbordamiento
emocional y no se encuentra otro modo de gestionar la situación. Eso, lejos de ayudar a
resolver el problema, puede agravar el sentimiento de culpa e impotencia, y no garantiza
que la agresión de la otra persona se detenga. Todo lo contrario: es probable que incremente
la tensión y que la situación acabe desbordándose del todo.

La preocupación lo ocupa todo


Un efecto bastante habitual es que las conductas de tensión y conflicto del niño, niña o
joven acaben ocupando un espacio enorme dentro de casa. Es decir, que estos momentos se
conviertan en el centro y en la parte más importante de la vida familiar. Este hecho puede
provocar un abandono de actividades, momentos de ocio u otros espacios de relación por
parte de las madres y los padres, propios de la vida adulta, para dedicar más tiempo a la
gestión de estas situaciones. Puede suceder, incluso, que la madre o el padre (generalmente
la madre) dejen de trabajar para poder cuidar y estar disponibles.

Desacuerdos y conflictos entre los padres y madres


Las diferencias, ambivalencias, desacuerdos y conflictos entre los padres y madres sobre
cómo actuar ante la situación es otra de las posibles consecuencias. Las conductas de
tensión, conflictividad, intimidación o agresión en el hogar por parte de uno de los hijos o
hijas intensifican las posibles divergencias y necesidades de pactos entre los miembros de
la pareja en el momento de afrontar el cuidado de los hijos o hijas. La carga de las
decisiones y las posibles desavenencias que se generen entre los padres y madres pueden
desembocar en problemas graves de pareja.

Hermanos y hermanas
Los otros hijos o hijas de la familia pueden vivir muy mal el hecho de que un hermano o
hermana tenga conductas intimidatorias o agresivas y toda la atención de la familia se
centre en este hecho. Así pues, será necesario estar pendiente y buscar la manera de atender
sus necesidades aunque la situación en casa sea complicada. Algunos efectos que esta
puede tener sobre hermanos y hermanas son: • Sentir enojo y rabia por esta situación que
viven como injusta, ya que la conflictividad del hermano o hermana se convierte en el
centro de la vida familiar y de la atención de los padres y madres. • Sentir culpa cuando
contraatacan, cuando en algún momento reaccionan de malas maneras e incluso de forma
agresiva. • Sentir miedo por si ellos o ellas desarrollan también un trastorno mental con
conductas conflictivas y agresivas, como un «efecto contagio» con su hermano o hermana.
Es una creencia que es necesario atender para apaciguar la angustia que pueda sentir el
hermano o hermana. • Intentar pasar el menor tiempo posible en casa, para evitar un
espacio percibido como hostil, y evitar estar presentes en las situaciones conflictivas. Por
ejemplo, los hermanos o hermanas pueden hacer muchas actividades extraescolares o fuera
de casa. Puede ser positivo potenciar que los hermanos y hermanas tengan oportunidades
para disfrutar de situaciones satisfactorias para ellos y ellas, para hacer su propia vida y
buscar figuras de apoyo fuera del núcleo familiar (otras personas de la familia, amistades,
etc.). Sin embargo, también hay que potenciar y compatibilizar que puedan estar cómodas y
que sientan su casa como un espacio de confort. • No querer llevar a amigos y amigas a
casa por la sensación de vulnerabilidad o por vergüenza. • Sentirse parentificados; es decir,
asumir el rol de cuidador o cuidadora del hermano o hermana. Es una dinámica a la que no
se le suele prestar demasiada atención pero que es necesario evitar. Es fundamental la
participación de hermanos y hermanas en las responsabilidades familiares y en la relación
entre hermanos y hermanas, pero no como personas responsables. Los hermanos o
hermanas pueden percibir matices que los padres o madres no detectan y, por tanto, son
miembros clave de la familia a la hora de pensar soluciones para los problemas familiares.
De todos modos, hay que evitar que acaben asumiendo responsabilidades o roles que no les
corresponden porque los padres y madres no puedan o no sepan gestionar la situación.

Presión sobre las madres


La educación de los hijos e hijas sigue recayendo mucho más sobre las mujeres, que notan
la presión y asumen la responsabilidad cuando algo no va bien. Por lo tanto, si alguna
persona tiene que dejar de trabajar para hacerse cargo de los hijos o hijas, casi siempre será
la madre. De la misma manera, será la que recibirá más críticas y comentarios del entorno
por su modo de gestionar la situación, hecho que provoca unos mayores niveles de estrés y
ansiedad. Si la madre intenta buscar otros espacios donde desarrollar actividades o intereses
y poder alejarse temporalmente del problema de casa, puede ser que también sea juzgada
por el entorno por desatender las responsabilidades que se le atribuyen por el mero hecho
de ser mujer.

Ansiedad ante la falta de soluciones


Los padres y madres también pueden sufrir ansiedad intentando encontrar una explicación a
la situación en la que se encuentra el hijo o hija o una respuesta eficaz. Puede ser que las
soluciones que se piensan y se ponen en práctica no sirvan y hagan mella en el estado de
ánimo de la familia. Encontrar soluciones que mejoren el sufrimiento y el malestar
asociados a la conflictividad del niño, niña o joven es un proceso que puede ser lento y
requerir más tiempo del deseado. La ansiedad que se siente en estas situaciones empuja a la
familia a la urgencia por dar con una solución para, de esta manera, dejar de sufrir. Sin
embargo, la urgencia no ayuda a encontrar soluciones, sino todo lo contrario: dificulta
poder tomar conciencia de lo que pasa, de cómo afecta a la familia y de qué acciones se
pueden emprender.

EFECTOS EN LA ESCUELA
Falta de información y acusaciones Hay que tener en cuenta que la escuela, como pasa en
la sociedad en general, no suele disponer de información precisa sobre la salud mental, ni
las profesionales están necesariamente formadas para saber actuar y tratar al alumnado que
tiene problemas de salud mental. Puede ser que maestras y profesoras también estén
desbordadas por la situación y no hallen la manera adecuada de gestionarla. Eso puede
desembocar en acciones que pueden agravar todavía más el problema. En el peor de los
casos pueden aparecer acusaciones cruzadas entre la escuela y la familia: la escuela acusa a
los padres y madres de no actuar de manera adecuada ante la situación y las familias
pueden culpar a la escuela de la conflictividad de su hijo o hija; todavía más si se da el caso
de que sufre acoso escolar o conductas discriminatorias. Lo que puede acabar pasando es
que los y las jóvenes con problemas de conductas agresivas y conflictivas sean prejuzgados
en la escuela como personas peligrosas o problemáticas y «etiquetados» de manera no
formal, y que esta etiqueta tenga consecuencias en situaciones que no están directamente
vinculadas con la conducta agresiva. Los enfrentamientos familia/escuela tienden por
definición a incrementar el grado de tensión y la intensidad de las crisis de agresividad,
debido a la combinación de frustración, falta de expectativas, desajuste en el grupo de
iguales, capas de presión acumulativas o una suma de factores que generan espacios
emocionales (en casa y en la escuela) que el joven puede percibir progresivamente como
más hostiles o que apenas contienen la tensión. Hay que tener presente en todo momento el
circuito de recompensa y refuerzo que se genera a través de la atención negativa (el
conflicto genera espacios de atención 30 individual, intensiva y, por lo general, más amplia
o reiterada). En la medida de lo posible, es muy importante no reforzar este ciclo.

La salida del circuito escolar


Los chicos o chicas con conductas conflictivas y agresivas también pueden presentar estas
actitudes en el colegio, aunque no siempre es así. También puede pasar que el o la joven
viva situaciones de tensión y de malestar en la escuela o el instituto que acaben
desembocando en tensión y conflicto cuando llega a casa. Un efecto muy negativo que
pueden tener las conductas conflictivas y de transgresión en la escuela es que se excluya al
chico o a la chica del circuito escolar. El hecho de que los conflictos sucedan en la
institución escolar propicia que el o la joven asocie su malestar o sufrimiento emocional a
los centros educativos. Eso puede tener efectos negativos en el rendimiento y, a largo plazo,
este desajuste puede derivar en fracaso escolar y abandono. Hay que intentar evitar estas
situaciones y encontrar mecanismos para procurar la continuidad de la escolaridad de niños,
niñas y jóvenes. También puede darse el caso de que la institución escolar no dé con la
manera de gestionar la situación y acabe expulsando a los chicos o chicas; quizá por la
sensación de que les falta capacidad para atender la situación, por la saturación del centro o
la falta de herramientas como profesionales. Si eso pasa cuando el chico o chica tiene
dieciséis años o más, entonces puede que ya no se reenganche al sistema escolar porque no
existe esa obligación. Hay que hacer hincapié en la generación de itinerarios educativos que
sean realmente viables, tan adaptados a la situación y perfil como sea posible. La falta de
expectativas, los fracasos reiterados o el aburrimiento tienden a reforzar las crisis de
agresividad y a retroalimentar la tensión. Es importante implicar al chico o chica en la toma
de decisiones si tiene más de quince años, procurando evitar el abandono definitivo de su
proyecto formativo o prelaboral: la finalidad no debe ser imponer un criterio, sino generar
una alternativa con una expectativa de éxito razonable (ya sea dentro del circuito educativo
formal o en un circuito prelaboral) teniendo en cuenta sus circunstancias.

Compañeros y compañeras
Las conductas conflictivas, de tensión y agresividad, pueden tener efectos negativos en las
relaciones con el grupo de iguales y provocar que las demás personas del grupo les den la
espalda a causa de estas conductas. Los chicos y chicas que presentan conductas agresivas
pueden ser, a su vez, agredidos por otras personas del grupo de iguales como reacción ante
su conducta agresiva. Los y las jóvenes con problemas de agresividad acostumbran a verse
implicados en situaciones de bullying o acoso escolar, tanto como víctimas como agresores.
En el caso de que los y las compañeras de clase los aíslen y les den la espalda por
considerarlos problemáticos, pueden responder con más agresividad y conflicto por las
emociones que les provoca esta situación.

EFECTOS EN EL ENTORNO
Petición de información por parte de la familia extensa o amistades Las situaciones de
tensión y conflicto generarán curiosidad en la familia extensa (abuelos, abuelas, tíos, tías,
etc.) y también en otras personas que tengan relación con el niño, niña o joven como, por
ejemplo, en madres y padres del colegio. Puede ser que se reciban preguntas inesperadas,
algunas en sentido negativo, referidas a la gestión que hace la familia de la situación, más
que en relación con el estado del niño, niña o joven. Esta petición de información puede
generar sentimientos de culpa o de malestar, aunque, muchas veces, la intención de este
tipo de preguntas es simplemente entender lo que está pasando. Por otra parte, la familia
también puede recibir preguntas que reproduzcan los prejuicios y estigmas sobre la salud
mental, en gran parte por la falta de información precisa sobre este tema. Las ideas
negativas y distorsionadas sobre los trastornos de salud mental están muy extendidas en la
sociedad en general. Eso puede contribuir al hecho de que la familia del chico o chica con
un problema de salud mental y conductas conflictivas tenga que afrontar en algún momento
preguntas incómodas cargadas de prejuicios sobre las conductas y trastornos que presenta el
chico o chica.
Juicios sobre las acciones y decisiones
Desde el entorno se pueden cuestionar y criticar las acciones y decisiones de la familia
para intentar solucionar la situación. Los padres y madres pueden llegar a sentir que, de
repente, todo el entorno opina sobre cómo «arreglar» o solucionar la situación que están
viviendo. Este hecho puede intensificar la sensación de soledad e incomprensión de la
familia. 33 Por lo general, los juicios tienen que ver con los roles y actitudes que se
atribuyen a madres y padres: «Eres demasiado permisiva, lo que estás haciendo es
sobreproteger», en el caso de las madres, y «eres demasiado autoritario» en el caso de los
padres.

Efectos en el espacio público


Las transgresiones y conductas conflictivas en el espacio público son una de las situaciones
que genera más tensión y sobrecarga en las familias. La mirada ajena, la vergüenza y la
ruptura de la norma social son factores que pesan mucho en estas situaciones y en las
soluciones que intenta llevar a la práctica la familia. Cuando se dan estas conductas en el
espacio público, hay dos factores que pesan especialmente: la urgencia y el tiempo. Es
decir, se espera que como madres y padres se dé una solución inmediata o rápida a lo que
está pasando para que no se prolongue en el tiempo (porque incomoda) y, a veces, el
entorno explicitará esta incomodidad interpelando a la familia en el momento mismo en
que se da la conducta. Es cierto que existen unas normas sociales que a priori no se pueden
transgredir, pero lo que sí podemos hacer es flexibilizarlas y desarrollar estrategias para que
afecten lo menos posible, teniendo presente que el hijo o hija no podrá cumplir siempre y
de manera estandarizada las normas de comportamiento en el espacio público, ya sea
porque le cuesta hacerlo o porque estas no se adecuan a sus necesidades, y no porque no
quiera o porque los padres y madres no estén haciendo todo lo que deberían hacer.

EFECTOS LEGALES
Algunas situaciones de conflicto, especialmente las agresiones, son circunstancias que
rompen con las normas sociales y están penalizadas socialmente. En este sentido, el
rechazo social hacia las agresiones también puede ir acompañado, en algunos casos, de
regulaciones legales que penalizan ciertas conductas agresivas tipificadas en el código
penal. Los menores de edad son legalmente responsables de sus actos a partir de los 14
años de edad (incluyendo episodios agresivos contra animales, mobiliario o personas). En
los casos de episodios agresivos cometidos por menores de edad inferior, los responsables
legales serán los progenitores o la persona que tenga la tutela legal, en representación del
menor (los menores de 14 años pueden ser denunciados, pero no juzgados, porque son
inimputables; cualquier medida reparativa se dirigirá a los progenitores). Ciertos episodios
y conductas agresivas se consideran legalmente punibles (delito penal o falta) y están
penados por la ley, son denunciables ante la Fiscalía de Menores. Así pues, una
consecuencia que pueden tener las situaciones de tensión y conflicto es la posibilidad de
que se produzcan denuncias en cadena cuando estas desembocan en conductas agresivas
intermitentes o sucesivas, especialmente cuando son graves o el problema acaba
desbordándose y hay una preocupación justificada cuando ya no puede garantizarse la
propia integridad física ni la de los hermanos, hermanas u otras personas del entorno, así
como el bienestar de los animales de compañía de la familia. El ingreso en un Centro de
Justicia Juvenil no es automático ni inmediato; para que se realice el ingreso es necesario
que el menor tenga un expediente de denuncias grave, reiterado y con pronóstico de
empeoramiento sin ingreso o delitos muy graves (de sangre, agresiones sexuales, etc.). Una
denuncia por un hecho concreto NO equivale a un ingreso en un Centro de Justicia Juvenil:
genera un itinerario reeducativo que se inicia con mediaciones, medidas reparativas
dictadas por la Fiscalía y demás, pero puede disuadir al chico o chica si se producen
episodios de gran agresividad, amenazas, extorsiones o intimidaciones graves dentro del
domicilio. Desgraciadamente, recurrir a los cuerpos de seguridad o a la vía judicial ante una
situación de agresividad no es garantía de solución al problema que tiene la familia, aunque
a veces resulte inevitable hacerlo. La intervención judicial puede complicar incluso más la
situación que viven los padres y madres en relación con su hijo o hija. Aun así, algunas
conductas agresivas son punibles por la ley y, en estos casos, cuando la conducta agresiva
pone en peligro la integridad de los miembros de la familia, hace insostenible la
convivencia, se repite a lo largo del tiempo y es cada vez más grave, la familia puede verse
obligada a denunciar la conducta del o la joven ante la ley. La denuncia puede contribuir al
hecho de que el o la joven entienda y se dé cuenta de que sus acciones tienen consecuencias
que van más allá del ámbito familiar, y de que implican a instituciones que tienen una
autoridad superior a la de la familia. Además, la denuncia se convierte en un registro que
demuestra ante el sistema que en el marco familiar se está dando una situación crítica. No
obstante, el hecho de denunciar genera sentimientos extremos y controvertidos, además de
un gran malestar en padres y madres. Trasladar el problema al ámbito de las instituciones y,
en concreto, a las judiciales, puede comportar más esfuerzo, más sobrecarga emocional y, a
veces, más sensación de soledad. Tomar una decisión en estas situaciones no es nada fácil;
es conveniente recibir un asesoramiento previo por parte de servicios especializados u otras
familias. De igual modo, es importante que los padres y madres sean conscientes de que
reaccionar con agresividad en situaciones conflictivas también puede tener consecuencias
legales. Algunas respuestas agresivas que puedan tener padres, madres u otras figuras, en el
contexto del desbordamiento emocional que suponen las situaciones de tensión y conflicto,
pueden estar tipificadas como conductas punibles por la ley. Los chicos y chicas también
pueden denunciar a sus tutores o adultos responsables si reciben malos tratos y agresiones
por parte de estos.
Emociones y sentimientos
Otra consecuencia importante de la conflictividad en el entorno familiar son los efectos
emocionales. Es habitual y esperable que las familias de niños, niñas, adolescentes y
jóvenes con problemas de salud mental experimenten un amplio abanico de emociones ante
la aparición de comportamientos conflictivos o agresivos. La presencia de emociones y
sentimientos diversos, intensos e, incluso, contradictorios, puede ser una constante durante
todo el proceso. Es muy recomendable, en primer lugar, tomar conciencia de la presencia
de estas emociones, reconocer lo que se está sintiendo y ponerle un nombre. Por este
motivo, es necesario hacer un parón, salir de la dinámica de hacer y actuar sin parar, en la
que muchas veces puede caer la familia, e intentar conectar con lo que se siente. En
segundo lugar, es recomendable aceptar las emociones y sentimientos como parte del
proceso de gestión de las situaciones conflictivas, aunque sean emociones que, de entrada,
resulten socialmente inaceptables como, por ejemplo, la rabia hacia los hijos o hijas, la
decepción o la culpa. En tercer lugar, buscar maneras saludables de expresar y canalizar
estas emociones y sentimientos es también una buena recomendación. Las emociones no
expresadas suelen desencadenar síntomas físicos propios del estrés. Las emociones mal
canalizadas, por ejemplo, a través de conductas violentas o del consumo de alcohol, drogas
o medicamentos sin supervisión no harán más que contribuir a complicar todavía más el
problema. A continuación se presenta una recopilación de las emociones y sentimientos
más comunes en los familiares que deben hacer frente a conductas conflictivas o agresivas
de niños, niñas, adolescentes y jóvenes. No pretende ser una recopilación exhaustiva, pero
puede resultar útil para empezar a poner orden y nombre a la tormenta emocional. Ni la
familia, ni los niños, niñas o jóvenes son responsables de sentir lo que sienten mutuamente.
Tampoco son responsables de lo que sienten en su interior; más bien son responsables de lo
que deciden hacer con lo que sienten en una determinada situación y con los recursos
disponibles.

Miedo y angustia
El miedo y la angustia tienen que ver con la incertidumbre de que pueda pasar algo grave.
Ante las conductas de conflicto o agresividad, las madres y padres pueden sentir miedo por
la idea de que se vuelvan a repetir o por el pensamiento de que la situación se descontrole y
alguien salga mal parado. Este miedo puede generar, por una parte, acciones de evitación
hacia los niños, niñas y adolescentes, o, por la otra, acciones de confrontación, restricción y
control (como quitarle el móvil, aislarlo de los amigos y amigas, estar siempre en actitud
vigilante, etc.). Estas acciones llevadas a cabo por las personas adultas responsables suelen
ser contraproducentes y pueden contribuir a aumentar la situación de tensión permanente en
la vida cotidiana. Ante el miedo y la angustia, una primera recomendación es identificar a
alguien que sea de confianza en el entorno cercano para compartir este miedo, que sepa lo
que está pasando y sea una persona a la que se pueda recurrir en caso de necesitar ayuda.
Otra recomendación es buscar información sobre las situaciones de tensión y conflicto con
niños, niñas, adolescentes y jóvenes que nos ayude a entender mejor el fenómeno.
Contactar con grupos de familiares afectados también puede ser de gran ayuda. Si se nota
que la angustia está afectando al desarrollo habitual de las actividades diarias porque altera
la concentración, el sueño o la ingesta, comporta trastornos digestivos u otros síntomas
físicos como palpitaciones, sudoraciones, pesadillas, etc., es muy recomendable pedir
ayuda a un o una profesional de la salud mental.

Culpa
Un sentimiento habitual entre madres y padres es la culpa ante los problemas de sus hijos o
hijas. En el caso de madres y padres de niños, niñas, adolescentes y jóvenes con problemas
de salud mental, se trata de un sentimiento muy frecuente que se expresa en torno a una
pregunta habitual: «¿Qué he hecho yo mal para que a mi hijo o hija le pase esto?» La culpa
es un sentimiento que ordena y da sentido a lo que está pasando: «Yo he hecho algo que ha
provocado esto». Por lo tanto, la culpa tiene una función emocional: atenúa la
incertidumbre y da una falsa sensación de control, en la medida en que nos hace sentir que
todo lo que pasa está en nuestras manos. Es verdaderamente desolador pensar que no se
puede hacer nada ante una situación crítica y que no se tiene el control. Por lo tanto, se
tiende a ir al extremo opuesto (en las tormentas emocionales, el pensamiento se polariza, se
vuelve «blanco o negro»), y se puede caer en la creencia de que madres o padres son
responsables de todo lo que les pasa a sus hijos o hijas. Si la culpa perdura en el tiempo,
puede tener un efecto paralizador que no permita actuar con claridad. Además, puede tener
un efecto reduccionista, que haga pensar que las soluciones y problemas pasan solo por una
misma, como si una única figura pudiera dar respuesta a una situación compleja. La
creación de soluciones a las problemáticas de salud mental pasa por todas las personas
implicadas y por considerar los fenómenos que tienen lugar como algo multicausal. Por lo
tanto, una sola persona no puede tener en sus manos toda la responsabilidad ni todas las
soluciones. Otro efecto negativo es la activación del círculo de culpa entre madres y padres,
por una parte, e hijos e hijas, por la otra. De esta manera, los padres y madres se sienten
culpables y, a su vez, hacen sentir culpable de su sufrimiento al hijo o hija que genera
situaciones de tensión y conflicto. 39 Ante la culpa, una primera recomendación para
romper sus efectos negativos es reconocerla y expresarla en palabras, aunque sea para uno
o una misma, pero mejor si es con alguien de confianza con quien se pueda compartir la
tormenta emocional. Después de expresarla en palabras, es conveniente cambiar la pregunta
«¿Qué he hecho mal?», que no lleva a ninguna parte y que centra la atención en el pasado,
por la pregunta «¿Qué puedo hacer a partir de ahora para ayudar a mi hijo o hija y cambiar
la situación?». Esta interrogación centra la atención en el presente y en el futuro, y da un
rumbo y una dirección hacia la que navegar. Afrontar la situación desde el «qué puedo
hacer para ayudar» (¿Qué le va bien a mi hijo o hija?) predispone a hacer nuevas acciones
y, por lo tanto, da una sensación de control sobre lo que queremos hacer. También nos
ayudará verbalizarles con palabras a los hijos o hijas que nadie tiene la culpa de lo que está
pasando y que lo que se hará a partir de ese momento será pensar en qué se puede hacer
para ayudarles y mejorar la situación. Eso contribuirá a minimizar el riesgo de
retroalimentar el círculo de culpa entre los miembros de la familia.

Tristeza
La tristeza es uno de los sentimientos más básicos ante el sufrimiento de alguien querido.
También se da por la pérdida de la sensación de bienestar y por la constatación de que las
cosas no son como se esperaban y de que, por lo tanto, las expectativas no se cumplen o no
se cumplirán. Todo esto puede estar detrás de la tristeza, que suele aparecer en los
familiares de niños, niñas y jóvenes que tienen conductas conflictivas o agresivas. La
pregunta de «¿Por qué a mí?» y la sensación de injusticia pueden estar presentes en todo
momento. No obstante, la tristeza como emoción tiene un aspecto positivo y saludable:
quiere decir que se está procesando la pérdida, que se está más cerca de la aceptación de
que se ha perdido algo y que se está en situación de valorar si es necesario cambiar algo
para mejorar la situación y el propio bienestar. Una primera recomendación es permitirse
llorar. Es habitual oír a la gente decir que hace tiempo que no llora. Es especialmente
común en hombres, ya que el acto de llorar socialmente les está vedado, pero también es
habitual en mujeres que, por la sobrecarga de responsabilidades familiares, sienten que no
pueden «perder el tiempo lamentándose». Pese a ello, permitirse llorar en soledad o en
compañía ayuda a disminuir la carga emocional de la tristeza y reconforta. También es
recomendable hablar sobre la propia tristeza con una persona cercana, de confianza, que
escuche sin juzgar y que no presione para que cese el llanto ni evitar la tristeza. En esta
navegación por la tristeza es recomendable no abandonar las actividades que gustan y
aportan bienestar, porque la aflicción puede enquistarse en la apatía y en el «nada tiene
sentido». Actividades sencillas como andar, contactar con la naturaleza, ir al cine, disfrutar
de vídeos o programas, leer (es mejor dejar para otro momento los programas y libros con
temas emocionalmente intensos que pueden acentuar la tristeza) o quedar para tomar un
café ayudarán a hacer frente a la tristeza, aunque hacerlas suponga un esfuerzo. Si se nota
que la tristeza está afectando al desarrollo habitual de las actividades diarias porque no se
puede parar de llorar, se deja de comer o se dejan de atender las propias obligaciones, no se
puede dormir, cuesta mucho levantarse del sofá o de la cama y predominan los
pensamientos pesimistas sobre el futuro, es muy recomendable buscar la ayuda de un o una
profesional de la salud mental.

Rabia
La rabia es otra de las emociones más habituales. Las familias de niños, niñas,
adolescentes y jóvenes con conductas conflictivas pueden experimentar sentimientos de
rabia y enojo en muchas direcciones. Puede sentirse rabia contra el hijo o hija por tener este
comportamiento, contra la escuela porque se considera que parte del problema es culpa del
entorno escolar, contra la pareja por la sensación de que no se ocupa lo suficiente del
problema, contra el entorno laboral porque no entiende la situación… incluso contra la vida
«por haberme puesto en esta situación». La rabia tiene un punto activador de la acción, es
una emoción que a menudo da el empuje necesario para romper con una situación no
deseada. No apunta a nadie, no es selectiva, afecta a todo lo que la rodea. La rabia es una
emoción básica para salir de una situación que no gusta o que no hace bien, pero es una
emoción que se agota por sí misma y que puede convertirse en puerta de entrada a la
tristeza. Sin embargo, la rabia tiene el peligro de acabar convirtiéndose en ira y centrar el
malestar y la voluntad de romper propia de la rabia contra una persona u objeto concretos.
La ira es selectiva, y apunta hacia aquella cosa o aquella persona a la que se responsabiliza
del malestar o sufrimiento que se está viviendo, y es el brazo ejecutor de las sentencias
derivadas de los sentimientos de culpabilidad. La presencia constante de la ira provoca un
aumento del conflicto y aleja a los y las jóvenes de los adultos a los que precisamente más
necesitan: sus madres, padres u otras figuras relevantes. 43 Una primera recomendación
para gestionar la rabia es buscar la manera de expresarla. La expresión de esta emoción está
muy mal vista, pero es una de las que más daño hace a la propia persona y a su entorno
cuando no se canaliza de manera saludable. La expresión de la rabia y del enojo está
socialmente mucho más penalizada en el caso de las mujeres. Darse unos minutos de
soledad para expresar la propia rabia (puede ser por escrito o en voz alta, incluso en forma
de «palabrotas»), ayudará a dejarla salir y disminuir su carga. Otro ejercicio muy útil es
romper cosas que sean inofensivas (como, por ejemplo, revistas viejas, listines telefónicos,
papeles que no tengan importancia) mientras se expresa la rabia. Si después de este
ejercicio se despiertan las ganas de llorar, hay que dejar que salgan. Después de permitirse
expresar la rabia, va bien salir a andar o hacer alguna actividad física. Es importante evitar
la expresión de la rabia mediante el insulto, la descalificación o cualquier otra conducta
agresiva en casa y con los hijos e hijas. A veces, las palabras pueden doler tanto como la
violencia física, especialmente en jóvenes que están en una situación emocional
complicada. También hay que evitar hacer frente a la rabia a través del consumo de
sustancias.

Impotencia
Ante las conductas conflictivas o agresivas, las personas familiares de los niños, niñas y
jóvenes pueden sentir que no tienen la capacidad de hacer nada para cambiar la situación.
Estas conductas pueden tener motivaciones complejas, múltiples y difíciles de entender
algunas veces. Mientras que la culpa y la ira pueden llevar a la falsa creencia de que todo
está en las propias manos; en el caso de la impotencia, el sentimiento es que no se puede
hacer nada al respecto. Para reconducir esta sensación, es útil buscar información sobre las
conductas conflictivas, a qué dan respuesta (los sentidos que tienen) y qué se puede hacer
ante este comportamiento. También es útil contactar con grupos de familias afectadas por el
problema y pedir información a los profesionales de salud mental de los hijos e hijas. Otra
recomendación es recordar todo lo que hasta el momento se ha sido capaz de afrontar con el
hijo o hija, para así darse cuenta de que se han podido superar otras situaciones vitales
complejas, intensas y dolorosas.

Confusión y desorientación
Los comportamientos conflictivos, agresivos y de transgresión son difíciles de asumir
porque, además de generar miedo por la sensación de amenaza a la integridad, fuerzan a las
personas a estar en un estado defensivo, como reacción natural ante los ataques y la tensión
permanente. Por lo tanto, todas estas conductas que generan tensión y conflicto pueden
sumir a muchas madres, padres y familiares en un estado de confusión y desorientación, en
la medida en que suponen una contradicción con respecto a los sentimientos y creencias
que tienen por los hijos e hijas. Pueden sentir que las agresiones y los conflictos son algo
personal que va en su contra, y no entender el porqué de las reacciones de los niños, niñas o
jóvenes. Para empezar a poner las ideas en orden, la búsqueda de información sobre este
tipo de conducta y, sobre todo, de grupos de familiares que puedan transmitir su
experiencia ayudará a comprender mejor el problema. No todos los grupos de familiares
pueden resultarles de utilidad a las familias; es importante que estos grupos no se queden
anclados en el victimismo y la queja, algo que no ayudará a la familia a orientarse ante las
situaciones de tensión y conflicto del hijo o hija. Los grupos de apoyo son útiles en la
medida en que permiten desahogarse y compartir soluciones.

Frustración y decepción
Ante la aparición de las conductas conflictivas y transgresoras, las madres y padres pueden
sentir frustración y decepción porque el hijo o la hija no es como estaban dispuestos a
aceptar. En este caso, se verán obligados a replantearse sus expectativas sobre sus hijos e
hijas y la posible sensación de que estos «les han fallado». Puede irrumpir la dura sensación
de que no es el hijo o hija que se deseaba, y las conductas pueden alterar profundamente la
confianza mutua en la familia. En este caso es útil recordar que la misión de hijos e hijas no
es satisfacer las expectativas de las madres y padres, aunque aceptarlo sea duro. Los
jóvenes tienen una vida propia y la relación con ellos y ellas debe basarse en el cariño y el
afecto y no en la obligación de dar y recibir por igual. Es muy recomendable prestar
atención a cómo se expresan estos sentimientos de decepción y traición delante de los
chicos y chicas con conductas conflictivas porque pueden tener un impacto en su
autoestima, que ya suele verse afectada de por sí por el rechazo del entorno. Será útil
revisar las expectativas sobre el hijo o hija. A la vez, es conveniente centrarse en sus
cualidades y recursos, más allá de los comportamientos conflictivos. Los hijos o hijas son
más que una persona conflictiva, transgresora o agresiva.

Vergüenza
La vergüenza también es una emoción vinculada a las expectativas pero, en este caso, es la
sensación de que no se alcanzan las expectativas de las personas significativas del entorno y
quizá tampoco las expectativas que establecen las normas sociales. Las madres y padres de
jóvenes con conductas conflictivas y transgresoras pueden sentir vergüenza por la imagen
social del hijo o hija y por quedar ante el entorno social como unos padres o madres
incompetentes. Es recomendable darse cuenta de si la vergüenza está afectando al estado
emocional y tomar medidas. Ser motivo de vergüenza para sus padres y madres es algo que
a los niños, niñas y jóvenes puede resultarles difícil de gestionar. Buscar información
(comprobando que se extrae de fuentes fiables) sobre situaciones de conflicto y agresividad
en grupos de familiares y con profesionales puede ayudar a compartir inquietudes y a
rebajar la carga emocional. También es importante recordar que tanto el padre como la
madre, así como el hijo o la hija, tienen derecho a la intimidad y, por lo tanto, a decidir con
quién comparten este problema.
-Enunciar los tipos de crisis familiares.
1. Crisis circunstanciales: son momentos de gran tensión que se producen a causa de
circunstancias ajenas a la familia y que no tienen nada que ver con la etapa de desarrollo de
ninguno de sus miembros. La muerte de un ser querido, catástrofes que afecten a la pérdida
del hogar (un gran incendio, un desahucio, paro prolongado…), conflictos armados o
cualquier otro tipo de ataque, etc.
2. Crisis de desarrollo: son las más previsibles y universales de todas las crisis familiares.
Son momentos en los que se producen cambios de tipo biológico o social en el seno de la
familia, por ejemplo, el nacimiento de un hijo. Cada etapa de desarrollo conlleva algún tipo
de crisis y, pese a que la respuesta natural suele ser demorar el cambio (o incluso castigarlo
y evitarlo), la familia tiene la obligación de adaptarse a las nuevas capacidades funcionales
o emocionales del miembro que se encuentre en la nueva etapa de desarrollo.
Habitualmente los problemas surgen cuando una parte de la familia trata de impedir la
crisis en lugar de definirla y adaptarse o de agilizar y maximizar los cambios. Continuando
en la línea de F. Pittman, “la regla cardinal de las crisis de desarrollo es que no se las puede
detener ni producir prematuramente; sólo se las puede comprender y, así, apaciguar y
coordinarlas con todas las otras fuerzas que operan en la familia”.
3. Crisis estructurales: son las más complejas porque afectan profundamente a la estructura
de la familia, a su raíz. El germen de estas crisis es una condición disfuncional (alguna
adicción, infidelidad, divorcio, violencia, etc) sobre la que los miembros de la familia
construyen sus relaciones, acostumbrándose a padecerla y exacerbándola periódicamente.
Esa tensión permanente y habitualmente oculta es la que produce el conflicto y la que
provoca su exacerbación recurrente, como las capas más internas de la tierra provocan
terremotos cada cierto tiempo. A estas tensiones ya existentes, se suma otra de las
características de este tipo de crisis, la resistencia al cambio; pese a ser una de las crisis en
la que todos los miembros se ven afectados, siendo los menores los más sensibles a ellas,
existe una fuerte tendencia a mantener la situación.
4. Crisis de desvalimiento: están generadas por aquellas situaciones en las que la familia
cuenta con un miembro dependiente que requiere un alto nivel de atención y cuidados. Los
niños, ancianos, enfermos crónicos o los discapacitados son algunos ejemplos de miembros
funcionalmente dependientes que mantienen atados a los otros miembros, que pueden
experimentar sentimientos de atrapamiento, agobio y estrés.

-Describir el impacto de la muerte en la familia.


Cuando fallece un ser querido se altera el equilibrio del sistema familiar y la consiguiente
adaptación a la pérdida supone una reorganización, a corto y a largo plazo, en la que las
etapas de duelo familiar e individual se influyen recíprocamente. No todas las pérdidas
entrañan una crisis y, si las condiciones son favorables, el duelo puede realizarse
normalmente sin que la familia necesite ayuda especializada. No obstante, en numerosas
ocasiones, la muerte de un ser querido provoca una importante crisis vital tanto en el plano
individual como en el familiar. Uno de los aspectos más seriamente afectados es la
identidad de la familia y la de sus integrantes. La recuperación de la crisis requiere un
proceso de trasformación que incorpore la pérdida sufrida y que sirva de puente para
acceder a una nueva identidad. La estructura del sistema familia, los roles desempeñados
por el fallecido dentro de la familia, la calidad de la comunicación y del apoyo entre las
personas que la componen y el tipo de muerte en el ciclo de vida familiar van a favorecer o
entorpecer el desarrollo del duelo individua
La finalización del proceso implica la aceptación de la ausencia del fallecido, aceptación
que, en cierto modo, encierra una despedida. Sin embargo, es preciso que, al mismo tiempo,
se abra espacio para integrar un recuerdo sereno del fallecido, la historia de experiencias
compartidas y las cualidades que los supervivientes han desarrollado gracias al contacto
con aquel. El fallecimiento de una persona suele ocasionar, en quienes mantenían un
vínculo estrecho y significativo con él, cambios importantes en el concepto que tienen de sí
mismos y del mundo que les rodea que pueden manifestarse en síntomas diversos. Con el
fin de adaptarse a dichos cambios, se necesita un proceso de transición hacia una nueva
identidad, proceso que habitualmente se denomina duelo. El duelo es un conjunto de
reacciones emocionales, físicas, cognitivas y espirituales que cada persona experimenta de
un modo peculiar, con un ritmo y una intensidad propios (2, 3, 4). Este proceso individual
se produce dentro de un proceso familiar que lo circunda y con un importante trasfondo
social. Así, las reacciones individuales están influidas e influyen en las reacciones de otros
miembros de la familia, y ambas han de entenderse en relación al apoyo social existente y a
los condicionantes socio-culturales imperantes. El entorno, generalmente, no ayuda a
resolver duelos. Las soluciones y consejos intentados por las personas cercanas suelen ser:
“supera esto cuanto antes”, “tienes que distraerte”, “sal y pásatelo bien”, “tienes otros
hijos”, “te necesitan”, “tienes que cuidarlos”, “esto cuanto antes mejor”... Y la insistencia
en que se supere rápidamente favorece que no pueda realizarse el proceso, que no se
resuelva el duelo, no hay espacio ni tiempo. El duelo es un proceso de transición, un
proceso que supone una afirmación de terminación de la vida y una afirmación de
continuación de la vida. Cuando muere una persona importante y la familia e individuo
empiezan a acusar la pérdida el mundo cambia y el significado se ve alterado, la vida se ve
alterada. El proceso de duelo facilita encontrar una nueva identidad, cambiar las
coordenadas, encontrar un nuevo sentido. Y no es sólo un trabajo de emociones y
sentimientos, exige una reorganización del sistema familiar, en roles, cambios de límites...
El proceso de duelo no es gradual ni lineal, supone avances, retrocesos y fases
entremezcladas. En este proceso la persona puede pasar por diferentes etapas, shock
(impacto físico y psicológico), negación, depresión, culpa (auto-culpa, culpa a otro, culpa al
fallecido), miedo (a que a uno le ocurra lo mismo, a que le ocurra a otra persona, a volverse
loco, al futuro...), agresión (auto-agresión, agresión a otros)...y finalmente puede llegar a
una reintegración (nuevos intereses y relaciones, sueños de futuro, rehacer la vida con otras
personas...). Aunque no se han de pasar todas las etapas, sí es necesario atravesar este
proceso para poder elaborar y llegar a una integración auténtica (5, 6, 7, 8, 9). Duelo
individual Duelo familiar Duelo individual Duelo familiar Asumir la realidad de la pérdida
Reconocimiento compartido de la realidad de la pérdida Dar expresión a las emociones
Experiencia compartida de las y al dolor emociones y del dolor. Adaptarse a un medio en el
que Reorganización del sistema el fallecido está ausente. familiar Recolocar
emocionalmente al “Reintegración” en otras fallecido y continuar viviendo relaciones y
metas e intereses en la vida.
La reorganización del sistema familiar dependerá del momento del ciclo vital en el que se
encuentre la familia (12, 14, 15, 16). La respuesta familiar a la pérdida no suele ser la
misma cuando se trata de... Muerte de hijo de corta edad. Muerte de progenitor en familia
con hijos de corta edad. Muerte de hijo adolescente. Muerte de progenitor en familia con
hijos adolescentes. Muerte del futuro cónyuge. El proceso de duelo y la familia 285
Magdalena Pérez Trenado Muerte por aborto (natural o provocado). Muerte de progenitor
cuando hay hijos en edad de emanciparse. Muerte de Joven adulto. Muerte de cónyuge en
pareja joven. Muerte en familia en últimas etapas de la vida (pareja anciana). Muerte de
progenitor anciano. Cada momento dentro del ciclo vital presenta unas características
propias, cada situación tiene su carga dramática y en cada una hay variables diferentes que
pueden complicar el duelo o dificultar su elaboración. Señalaremos algunas de estas
situaciones: La muerte de un niño suele ser especialmente dramática. Las muertes
prematuras suelen ser las más complicadas de elaborar. Tras la muerte de un hijo, la
relación conyugal se torna particularmente vulnerable, habiéndose comprobado índices de
divorcio del 80%. El que el fallecido sea un niño dificulta la aceptación. Para los padres
supone un vacío y la privación de los sueños y espectativas sobre el niño, los sueños
proyectados se cortan, muere parte de nosotros. Suele ser diferente la elaboración del duelo
para padres que han podido acompañar al niño que para padres que no han podido o no han
sabido acompañarlo. En estos últimos son muy frecuentes intensos sentimientos de culpa e
impotencia por no haber atendido suficientemente. Atender al niño en tiempo y calidad
durante el espacio de enfermedad ayuda a una elaboración posterior más sana. Los
hermanos también sufren una pena prolongada que se agudiza en los aniversarios. Además,
la rivalidad normal entre hermanos puede contribuir a generar intensos sentimientos de
culpa por haber sobrevivido. En aquellos casos en los cuales los padres están entregados a
su propia pena, los hijos experimentan una doble pérdida. En muchas ocasiones, los padres
sobreprotegen a los hijos que les 286 quedan y después tienen dificultades con las
transiciones normativas de la adolescencia y emancipación. Es frecuente que la pareja
conciba otro hijo para reemplazar al fallecido, este reemplazo puede ser funcional para los
padres, pero disfuncional para el hijo si lo tratan como un sustituto no diferenciado. Cuando
la muerte es de un joven, la familia se sume en una pena persistente y perturbadora. Una
sensación de cruel injusticia puede hacer que los padres y hermanos, invadidos por
sentimientos de pérdida y dolor, dejen de luchar por alcanzar sus propias metas,
observándose con frecuencia síntomas depresivos en uno o más miembros de la familia. En
caso de que el joven fallecido hubiera dejado el hogar a causa de relaciones familiares
conflictivas, el duelo se complica con lo irresuelto del vínculo. La muerte de uno de los
cónyuges en pareja joven suele ser muy traumática. El viudo o la viuda no sólo tiene que
afrontar la pérdida de su pareja y, en ocasiones, la de su status social, sino que a menudo el
resto de la familia espera que inicie rápidamente una nueva relación, negando la
importancia de la experiencia de la muerte a causa del dolor que les provoca. Con mucha
frecuencia las relaciones con los suegros se complican porque no ha habido tiempo
suficiente para consolidarlas y por la inexistencia de nietos que fortalezcan los vínculos. En
definitiva, la viudez prematura es una experiencia para la que se carece de preparación
emocional y de los apoyos sociales indispensables. Otro caso especial es la muerte de un
progenitor en familia con niños de corta edad. En primer lugar hay que ayudar al adulto que
queda con ellos, pues si no expresa sus sentimientos los hijos tampoco lo harán; y se
favorecerá que compartan los sentimientos y vivencias en torno a la pérdida. Es importante
hablar con los hijos, explicarles la verdad de forma sencilla y adecuada a su edad y no
dejarlos solos. Resulta conveniente que vayan al funeral y al entierro. El proceso de duelo y
la familia 287 Magdalena Pérez Trenado Estamos acostumbrados a apartar a los niños de
este tipo de situaciones y, algunas veces, ni siquiera les explicamos lo que está sucediendo.
Pero los niños son sumamente sensibles al estado de ánimo de sus familiares y saben que
algo está pasando; se imaginan cosas y sacan sus propias conclusiones que pueden ser muy
angustiosas (que su ser querido los ha abandonado o que su mal comportamiento es el
causante de la enfermedad) Cuando el que muere es una persona mayor el duelo en la
pareja tras múltiples años de convivencia, y en edad avanzada, puede presentar
características propias. Ello puede deberse a que esa pareja muy probablemente presentará
una mayor dependencia marital, unos roles más rígidos, y experiencias de múltiples
pérdidas cercanas. Todos esos factores predisponen, a que el/la superviviente experimente
una profunda sensación de soledad, y la conciencia súbita de la propia finitud. Además, en
los ancianos la última etapa de duelo puede prolongarse de forma desproporcionada, con
una angustiosa sensación de tristeza sin fin. El problema principal radica en la
imposibilidad para conectar con nuevos objetos o sus equivalentes que sustituyan al objeto
perdido, pues para muchos ancianos tales objetos no están disponibles. En la mayor parte
de las ocasiones el duelo se sigue de otra experiencia, la soledad. Ancianidad, soledad,
enfermedad y muerte son conceptos que muchas veces se solapan y concatenan temporal y
causalmente.

-Dinámica familiar
La Dinámica familiar comprende las diversas situaciones de naturaleza psicológica,
biológica y social que están presentes en las relaciones que se dan entre los miembros que
conforman la familia y que les posibilita el ejercicio de la cotidianidad en todo lo
relacionado con la comunicación, afectividad, autoridad y crianza de los miembros y
subsistemas de la familia, los cuales se requieren para alcanzar el objetivo fundamental de
este grupo básico de la sociedad: lograr el crecimiento de los hijos y permitir la continuidad
de las familias en una sociedad que está en constante transformación.
Se define como dinámica cualquier interacción que se genera en un grupo. Por tanto, las
dinámicas familiares son las interacciones que tienen lugar en el grupo familiar.
A través de las dinámicas familiares, se establecen normas que regulan el desempeño de las
tareas de cada miembro de la familia, las funciones y los roles de cada uno de los
miembros.
Las dinámicas familiares son específicas y diferentes a las de otros grupos sociales

-Estructura de una familia funcional y disfuncional

Generalmente las familias funcionales o sanas son capaces de tomar acciones para resolver
los conflictos que surgen. Por el contrario, las familias disfuncionales o enfermas son
fuente permanente de conflictos.

¿Qué diferencia una familia funcional de una familia disfuncional?


Hay varios indicadores que permiten evaluar el funcionamiento familiar:
El cumplimiento eficaz de sus funciones como la protección, seguridad, amor y cobertura
de las necesidades básicas de sus miembros.
El desarrollo de la identidad personal y autonomía de sus miembros.
Grado de flexibilidad en las normas y en los roles que juegan sus miembros.
El establecimiento de límites dentro y fuera del núcleo familiar.
La forma de comunicación entre sus miembros.
Capacidad de adaptación a los cambios.
La familia funcional se desarrolla en un ambiente favorable para la comunicación asertiva
e interacción de sus miembros, y la realización individual. Hay claridad y flexibilidad en
cuanto a las normas y roles a desempeñar. Es una fuente de amor, respeto, cooperación y
solidaridad que contribuye al equilibrio emocional de sus integrantes y está abierta al
cambio.
Por el contrario, en la familia disfuncional hay dificultades en el establecimiento de límites;
carencia, rigidez o confusión en las normas; poca claridad o rigidez en los roles a
desempeñar por sus integrantes y es fuente permanente de conflictos, pudiendo reproducir
relaciones perversas y asumir diferentes tipos de violencia que derivan en trastornos de
personalidad y de adaptación.
Entre ambos extremos se encuentra una gama de variaciones que reflejan diferentes grados
de funcionalidad familiar y en donde es importante considerar la etapa en que se encuentra
la familia, su historia, las crisis que la afectan, el contexto socio-cultural en el que se
encuentra, sus amenazas y potencialidades a fin de lograr una adecuada intervención
terapéutica que pueda conducir a un mejor bienestar individual y familiar.
Que la familia sea capaz de satisfacer las necesidades básicas materiales y espirituales de
sus miembros, actuando como sistema de apoyo.

La familia funcional tiene una comunicación clara, son disciplinados, se apoyan física,
emocional y espiritualmente. Se respetan, se fomenta el amor y obediencia a Dios como
fundamento para tener una salud mental y emocional, desarrollando unas relaciones
saludables. Saben cuál es su rol, sus responsabilidades y el compromiso que tienen que
asumir en el entorno familiar.

Son capaces de transformarse ante los cambios y enfrentarse con valentía a los problemas
que se presentan como un equipo ganador. Tienen metas en común, hay unidad de
propósito, son interdependientes, los padres son firmes porque tienen un propósito claro,
una visión amplia y sus valores fortalecen el destino de la familia.

Una familia disfuncional, es donde el comportamiento inadecuado o inmaduro de uno de


los miembros inhibe el crecimiento de la individualidad y la capacidad de relacionarse
sanamente. Algunas características de la familia disfuncional son: Están enfermos
emocional, psicológica y espiritualmente.

Muchas de las necesidades de los miembros no son satisfechas. Hay mucha hostilidad,
rebeldía, están mal organizados, no tienen propósitos en común.

Los padres son inconsistentes e indecisos, muchas veces la comunicación es autoritaria y


dictatorial. Tienden a juzgar y a criticar a los miembros de la familia. Los roles familiares
son rígidos e inflexibles. Predomina el temor, la insensibilidad y el maltrato. No hay
respeto y metas en común. No tienen propósitos. No hay una buena comunicación. Los
padres no son buenos modelos a seguir, etc.

-Dinámica familiar y nivel de salud de la familia.


Como una condición dinámica, la salud de la familia está sujeta a variaciones, debido a las
influencias de cambio de los factores que la conforman, entre ellos, las vivencias y
conflictos familiares relacionados con el tránsito por las etapas del ciclo de vida familiar,
con sus característicos eventos de salud, así como, por la exposición a acontecimientos de
la vida cotidiana en la sociedad, y por la propia característica de las relaciones
interpersonales familiares.
Tras esta deconstrucción el concepto de familia queda para algunos autores definido como
la unión de personas que comparten un proyecto vital de existencia en común que se quiere
duradero, en el que se generan fuertes sentimientos de pertenencia ha dicho grupo, existe un
compromiso personal entre sus miembros y se establecen intensas relaciones de intimidad,
reciprocidad y dependencia. La familia como institución social cumple funciones básicas
tales como: función biológica, función económica y función cultural espiritual. Como
resultado de la realización de estas funciones se cumple la función educativa. La manera
particular en que se dan estas funciones en una sociedad determinada depende en gran
medida del sistema socio económico. Así en una sociedad dada en cada momento histórico
las funciones pueden aparecer en equilibrio o hipertrofiadas. La familia cubre las
necesidades primordiales del ser humano como ser biológico, psicológico y social. La
función educativa vista como una supra función de las demás incluye elementos
importantes dentro de los que se destacan: Función de crianza: la crianza como proceso no
hace referencia exclusivamente a la alimentación y los cuidados físicos, sino a aspectos que
tienen como finalidad proporcionar un cuidado mínimo que garantice la supervivencia del
niño, un aporte afectivo y un maternales y paternal adecuado. Función de culturización y
socialización: la familia se constituye en el vehículo trasmisor de pautas culturales a través
de varias generaciones permitiendo al mismo tiempo modificaciones de las mismas. La
socialización de los miembros es especialmente importante en el período del ciclo vital que
transcurre desde la infancia hasta la etapa del adolescente y adulto joven. Entre sus
objetivos se encuentran: La protección y continuación de la crianza La enseñanza del
comportamiento e interacción con la sociedad La adquisición de una identidad de género
La inculcación de valores sociales, éticos y morales La confirmación de una identidad
personal, familiar y social. Función de apoyo y protección: la función de apoyo psicosocial,
es una de las principales de la familia, ya que puede ejercer un efecto protector y
estabilizador frente a los trastornos mentales. La familia facilita la adaptación de sus
miembros a las nuevas circunstancias en consonancia con el entorno social. Dentro de los
ciclos evolutivos de la familia podemos señalar, como los más importantes los siguientes:
Matrimonio Nacimiento del primer hijo Adolescencia Desprendimiento de los hijos
Jubilación Muerte. Cada etapa exige de la familia una reorganización, estructurar reglas
nuevas, ajustarse a la situación y elaborar pérdidas. La inclusión de nuevos miembros,
como en el caso de los nacimientos de nuevos hijos, o nuevos matrimonios, y la salida de
algún miembro como en el divorcio, migraciones o muertes, son eventos transicionales de
cambio importantes a considerar dentro del proceso salud enfermedad de la familia. El
enfoque social de la salud y del comportamiento humano aporta concepciones teóricas que
fundamentan la evaluación de la familia para los fines de atención de salud, desde la
perspectiva psicosocial. El nivel primario de salud es el más apropiado para la atención
familiar. Se conoce que las personas con problemas psicosociales tienden más a usar
servicios médicos primarios que los especializados y sin embargo no son atendidas
integralmente; se aboga por ampliar la perspectiva estrecha de las cuestiones biomédicas en
la atención Primaria.

- Establecer las diferencias entre familia funcional y disfuncional.

FAMILIA FUNCIONAL
Son familias cuyas relaciones e interacciones hacen que su eficacia sea aceptable y
armónica Éstas se caracterizan por los factores siguientes:
1. Los padres son y se comportan como padres y los hijos son y se comportan como hijos --
- algo que, para algunos, resulta extraordinario.
2. La organización jerárquica es clara. Padre y Madre comparten la autoridad en forma
alternada, sin conflictos y balanceada.
3. Los límites para el comportamiento son claros y legítimos. Se cumplen y se defienden.
4. Las fases del ciclo vital y sus puntos críticos se atraviesan sin dificultad para identificar y
resolver problemas.
5. Los miembros tienen capacidad para reconocer y resolver dilemas personales por medio
de la comunicación abierta.
6. La comunicación misma, es clara y directa.
7. Los miembros de la familia tienen identidad personal propia, y se aceptan unos a otros tal
cual son, pero, lo hacen sin imponer comportamientos desatinados en los demás.
8. Cada cual puede expresar lo que siente sin que se creen conflictos entre los miembros del
grupo, pero lo hacen sin esperar que se acaten normas conflictivas con los valores
establecidos y con las reglas señaladas.
9. Se admiten las diferencias o discrepancias de opiniones cuando éstas surjan.
10. La conducta de cada miembro es consonante con su autoridad sus deberes y su persona
misma.
11. Cada miembro invierte en el bienestar de otros. Todos trabajan y todos contribuyen al
bienestar común.
12. El control de la conducta es flexible.

FAMILIA DISFUNCIONAL
Se entiende como, un desarreglo en el funcionamiento de algo o en la función que le
corresponde. Por lo tanto cuando hablamos de una familia disfuncional y de sus sinónimos,
estamos señalando aquellas actitudes que no deberían darse a cabo dentro de un entorno
familiar.
Se caracteriza por los siguientes factores:
1. Dentro de una familia disfuncional existe una incapacidad para reconocer y satisfacer las
necesidades emocionales básicas de cada uno de sus miembros. Una familia disfuncional
no tiene una buena comunicación asertiva
2. Tampoco saben cómo discutir abierta y naturalmente los problemas que aquejan al grupo
familiar y se recurre, entonces al mecanismo de negar u ocultar los problemas graves.
3. Dentro de una familia disfuncional se produce un desorden y confusión de los roles
individuales, llegándose a una real inversión de papeles por lo cual los padres se comportan
como niños y éstos recibiendo exigencias de adultos, se siente obligados a confortar a sus
inmaduros padres y al no lograr hacerlo, los niños se sienten culpables de los conflictos de
los mayores. Se esfuma así la inocencia, la creatividad, la transparencia de la niñez y se
desarrollan actitudes de culpabilidad, fracaso, resentimiento, ridículo, depresión, auto-
devaluación e inseguridad ante el mundo social que les rodea.
4. Violencia intrafamiliar En la familia disfuncional habitualmente se presenta la violencia
intrafamiliar; es decir, se evidencian actos de maltrato psicológico yfísico a cualquier
integrante de la familia
Conclusión

Cabe destacar que la familia cumple un papel sumamente importante en la vida. Ya que
influye en nuestro trabajo, colegios, amistades, relaciones, decisiones, hasta el tiempo de
vida en el que podremos estar en este mundo, ya que si salimos de familias disfuncionales.
O no la tuvimos si quiera, influye en todo más que todo en las malas decisiones, que vienen
desde la niñez a la adultez, pero gracias a estas ciencias médicas que estudian estos casos
pueden disminuir estos casos , como las acciones de familiares queridos. También brindar
soporte y orientación ante un escenario devastador como la muerte de un familiar para
evitar el decaimiento del núcleo, siempre será vital brindarle las herramientas a cada
individuo para sobrellevar cualquier evento adverso que pueda perjudicar a largo plazo su
salud física, mental o emocional. En la tensión en los núcleos familiares que es la causante
de muchos malos ratos en las familias y así sucesivamente tratando con todas estas acciones
que influyen de una u otra manera en la familia

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