Familia y Tension
Familia y Tension
Familia y Tension
La familiar y la tensión
Profesor: Integrantes:
Molina Mariangela C.I: 30.159.194
Rodríguez Brenda C.I:25.698.249
Sección, 09
Introducción
EFECTOS EN LA FAMILIA
Sensación de vulnerabilidad dentro de casa Por lo general, el hogar representa un espacio
de seguridad y de refugio, pero cuando se dan conductas conflictivas, intimidatorias o
agresivas dentro de casa, esta puede dejar de ser segura y convertirse en un espacio donde
la familia se sienta vulnerable. Las conductas agresivas y conflictivas generan miedo, no
solo en el momento en que se producen, sino también cuando se anticipan, basándose en la
percepción o la experiencia previa. Además, muchas veces, la sensación de vulnerabilidad
se agrava cuando los miembros de la familia no entienden el significado de las conductas
intimidatorias o agresivas, no saben con qué están relacionadas, a qué se deben, o si la
conducta será creciente o decreciente.
Hermanos y hermanas
Los otros hijos o hijas de la familia pueden vivir muy mal el hecho de que un hermano o
hermana tenga conductas intimidatorias o agresivas y toda la atención de la familia se
centre en este hecho. Así pues, será necesario estar pendiente y buscar la manera de atender
sus necesidades aunque la situación en casa sea complicada. Algunos efectos que esta
puede tener sobre hermanos y hermanas son: • Sentir enojo y rabia por esta situación que
viven como injusta, ya que la conflictividad del hermano o hermana se convierte en el
centro de la vida familiar y de la atención de los padres y madres. • Sentir culpa cuando
contraatacan, cuando en algún momento reaccionan de malas maneras e incluso de forma
agresiva. • Sentir miedo por si ellos o ellas desarrollan también un trastorno mental con
conductas conflictivas y agresivas, como un «efecto contagio» con su hermano o hermana.
Es una creencia que es necesario atender para apaciguar la angustia que pueda sentir el
hermano o hermana. • Intentar pasar el menor tiempo posible en casa, para evitar un
espacio percibido como hostil, y evitar estar presentes en las situaciones conflictivas. Por
ejemplo, los hermanos o hermanas pueden hacer muchas actividades extraescolares o fuera
de casa. Puede ser positivo potenciar que los hermanos y hermanas tengan oportunidades
para disfrutar de situaciones satisfactorias para ellos y ellas, para hacer su propia vida y
buscar figuras de apoyo fuera del núcleo familiar (otras personas de la familia, amistades,
etc.). Sin embargo, también hay que potenciar y compatibilizar que puedan estar cómodas y
que sientan su casa como un espacio de confort. • No querer llevar a amigos y amigas a
casa por la sensación de vulnerabilidad o por vergüenza. • Sentirse parentificados; es decir,
asumir el rol de cuidador o cuidadora del hermano o hermana. Es una dinámica a la que no
se le suele prestar demasiada atención pero que es necesario evitar. Es fundamental la
participación de hermanos y hermanas en las responsabilidades familiares y en la relación
entre hermanos y hermanas, pero no como personas responsables. Los hermanos o
hermanas pueden percibir matices que los padres o madres no detectan y, por tanto, son
miembros clave de la familia a la hora de pensar soluciones para los problemas familiares.
De todos modos, hay que evitar que acaben asumiendo responsabilidades o roles que no les
corresponden porque los padres y madres no puedan o no sepan gestionar la situación.
EFECTOS EN LA ESCUELA
Falta de información y acusaciones Hay que tener en cuenta que la escuela, como pasa en
la sociedad en general, no suele disponer de información precisa sobre la salud mental, ni
las profesionales están necesariamente formadas para saber actuar y tratar al alumnado que
tiene problemas de salud mental. Puede ser que maestras y profesoras también estén
desbordadas por la situación y no hallen la manera adecuada de gestionarla. Eso puede
desembocar en acciones que pueden agravar todavía más el problema. En el peor de los
casos pueden aparecer acusaciones cruzadas entre la escuela y la familia: la escuela acusa a
los padres y madres de no actuar de manera adecuada ante la situación y las familias
pueden culpar a la escuela de la conflictividad de su hijo o hija; todavía más si se da el caso
de que sufre acoso escolar o conductas discriminatorias. Lo que puede acabar pasando es
que los y las jóvenes con problemas de conductas agresivas y conflictivas sean prejuzgados
en la escuela como personas peligrosas o problemáticas y «etiquetados» de manera no
formal, y que esta etiqueta tenga consecuencias en situaciones que no están directamente
vinculadas con la conducta agresiva. Los enfrentamientos familia/escuela tienden por
definición a incrementar el grado de tensión y la intensidad de las crisis de agresividad,
debido a la combinación de frustración, falta de expectativas, desajuste en el grupo de
iguales, capas de presión acumulativas o una suma de factores que generan espacios
emocionales (en casa y en la escuela) que el joven puede percibir progresivamente como
más hostiles o que apenas contienen la tensión. Hay que tener presente en todo momento el
circuito de recompensa y refuerzo que se genera a través de la atención negativa (el
conflicto genera espacios de atención 30 individual, intensiva y, por lo general, más amplia
o reiterada). En la medida de lo posible, es muy importante no reforzar este ciclo.
Compañeros y compañeras
Las conductas conflictivas, de tensión y agresividad, pueden tener efectos negativos en las
relaciones con el grupo de iguales y provocar que las demás personas del grupo les den la
espalda a causa de estas conductas. Los chicos y chicas que presentan conductas agresivas
pueden ser, a su vez, agredidos por otras personas del grupo de iguales como reacción ante
su conducta agresiva. Los y las jóvenes con problemas de agresividad acostumbran a verse
implicados en situaciones de bullying o acoso escolar, tanto como víctimas como agresores.
En el caso de que los y las compañeras de clase los aíslen y les den la espalda por
considerarlos problemáticos, pueden responder con más agresividad y conflicto por las
emociones que les provoca esta situación.
EFECTOS EN EL ENTORNO
Petición de información por parte de la familia extensa o amistades Las situaciones de
tensión y conflicto generarán curiosidad en la familia extensa (abuelos, abuelas, tíos, tías,
etc.) y también en otras personas que tengan relación con el niño, niña o joven como, por
ejemplo, en madres y padres del colegio. Puede ser que se reciban preguntas inesperadas,
algunas en sentido negativo, referidas a la gestión que hace la familia de la situación, más
que en relación con el estado del niño, niña o joven. Esta petición de información puede
generar sentimientos de culpa o de malestar, aunque, muchas veces, la intención de este
tipo de preguntas es simplemente entender lo que está pasando. Por otra parte, la familia
también puede recibir preguntas que reproduzcan los prejuicios y estigmas sobre la salud
mental, en gran parte por la falta de información precisa sobre este tema. Las ideas
negativas y distorsionadas sobre los trastornos de salud mental están muy extendidas en la
sociedad en general. Eso puede contribuir al hecho de que la familia del chico o chica con
un problema de salud mental y conductas conflictivas tenga que afrontar en algún momento
preguntas incómodas cargadas de prejuicios sobre las conductas y trastornos que presenta el
chico o chica.
Juicios sobre las acciones y decisiones
Desde el entorno se pueden cuestionar y criticar las acciones y decisiones de la familia
para intentar solucionar la situación. Los padres y madres pueden llegar a sentir que, de
repente, todo el entorno opina sobre cómo «arreglar» o solucionar la situación que están
viviendo. Este hecho puede intensificar la sensación de soledad e incomprensión de la
familia. 33 Por lo general, los juicios tienen que ver con los roles y actitudes que se
atribuyen a madres y padres: «Eres demasiado permisiva, lo que estás haciendo es
sobreproteger», en el caso de las madres, y «eres demasiado autoritario» en el caso de los
padres.
EFECTOS LEGALES
Algunas situaciones de conflicto, especialmente las agresiones, son circunstancias que
rompen con las normas sociales y están penalizadas socialmente. En este sentido, el
rechazo social hacia las agresiones también puede ir acompañado, en algunos casos, de
regulaciones legales que penalizan ciertas conductas agresivas tipificadas en el código
penal. Los menores de edad son legalmente responsables de sus actos a partir de los 14
años de edad (incluyendo episodios agresivos contra animales, mobiliario o personas). En
los casos de episodios agresivos cometidos por menores de edad inferior, los responsables
legales serán los progenitores o la persona que tenga la tutela legal, en representación del
menor (los menores de 14 años pueden ser denunciados, pero no juzgados, porque son
inimputables; cualquier medida reparativa se dirigirá a los progenitores). Ciertos episodios
y conductas agresivas se consideran legalmente punibles (delito penal o falta) y están
penados por la ley, son denunciables ante la Fiscalía de Menores. Así pues, una
consecuencia que pueden tener las situaciones de tensión y conflicto es la posibilidad de
que se produzcan denuncias en cadena cuando estas desembocan en conductas agresivas
intermitentes o sucesivas, especialmente cuando son graves o el problema acaba
desbordándose y hay una preocupación justificada cuando ya no puede garantizarse la
propia integridad física ni la de los hermanos, hermanas u otras personas del entorno, así
como el bienestar de los animales de compañía de la familia. El ingreso en un Centro de
Justicia Juvenil no es automático ni inmediato; para que se realice el ingreso es necesario
que el menor tenga un expediente de denuncias grave, reiterado y con pronóstico de
empeoramiento sin ingreso o delitos muy graves (de sangre, agresiones sexuales, etc.). Una
denuncia por un hecho concreto NO equivale a un ingreso en un Centro de Justicia Juvenil:
genera un itinerario reeducativo que se inicia con mediaciones, medidas reparativas
dictadas por la Fiscalía y demás, pero puede disuadir al chico o chica si se producen
episodios de gran agresividad, amenazas, extorsiones o intimidaciones graves dentro del
domicilio. Desgraciadamente, recurrir a los cuerpos de seguridad o a la vía judicial ante una
situación de agresividad no es garantía de solución al problema que tiene la familia, aunque
a veces resulte inevitable hacerlo. La intervención judicial puede complicar incluso más la
situación que viven los padres y madres en relación con su hijo o hija. Aun así, algunas
conductas agresivas son punibles por la ley y, en estos casos, cuando la conducta agresiva
pone en peligro la integridad de los miembros de la familia, hace insostenible la
convivencia, se repite a lo largo del tiempo y es cada vez más grave, la familia puede verse
obligada a denunciar la conducta del o la joven ante la ley. La denuncia puede contribuir al
hecho de que el o la joven entienda y se dé cuenta de que sus acciones tienen consecuencias
que van más allá del ámbito familiar, y de que implican a instituciones que tienen una
autoridad superior a la de la familia. Además, la denuncia se convierte en un registro que
demuestra ante el sistema que en el marco familiar se está dando una situación crítica. No
obstante, el hecho de denunciar genera sentimientos extremos y controvertidos, además de
un gran malestar en padres y madres. Trasladar el problema al ámbito de las instituciones y,
en concreto, a las judiciales, puede comportar más esfuerzo, más sobrecarga emocional y, a
veces, más sensación de soledad. Tomar una decisión en estas situaciones no es nada fácil;
es conveniente recibir un asesoramiento previo por parte de servicios especializados u otras
familias. De igual modo, es importante que los padres y madres sean conscientes de que
reaccionar con agresividad en situaciones conflictivas también puede tener consecuencias
legales. Algunas respuestas agresivas que puedan tener padres, madres u otras figuras, en el
contexto del desbordamiento emocional que suponen las situaciones de tensión y conflicto,
pueden estar tipificadas como conductas punibles por la ley. Los chicos y chicas también
pueden denunciar a sus tutores o adultos responsables si reciben malos tratos y agresiones
por parte de estos.
Emociones y sentimientos
Otra consecuencia importante de la conflictividad en el entorno familiar son los efectos
emocionales. Es habitual y esperable que las familias de niños, niñas, adolescentes y
jóvenes con problemas de salud mental experimenten un amplio abanico de emociones ante
la aparición de comportamientos conflictivos o agresivos. La presencia de emociones y
sentimientos diversos, intensos e, incluso, contradictorios, puede ser una constante durante
todo el proceso. Es muy recomendable, en primer lugar, tomar conciencia de la presencia
de estas emociones, reconocer lo que se está sintiendo y ponerle un nombre. Por este
motivo, es necesario hacer un parón, salir de la dinámica de hacer y actuar sin parar, en la
que muchas veces puede caer la familia, e intentar conectar con lo que se siente. En
segundo lugar, es recomendable aceptar las emociones y sentimientos como parte del
proceso de gestión de las situaciones conflictivas, aunque sean emociones que, de entrada,
resulten socialmente inaceptables como, por ejemplo, la rabia hacia los hijos o hijas, la
decepción o la culpa. En tercer lugar, buscar maneras saludables de expresar y canalizar
estas emociones y sentimientos es también una buena recomendación. Las emociones no
expresadas suelen desencadenar síntomas físicos propios del estrés. Las emociones mal
canalizadas, por ejemplo, a través de conductas violentas o del consumo de alcohol, drogas
o medicamentos sin supervisión no harán más que contribuir a complicar todavía más el
problema. A continuación se presenta una recopilación de las emociones y sentimientos
más comunes en los familiares que deben hacer frente a conductas conflictivas o agresivas
de niños, niñas, adolescentes y jóvenes. No pretende ser una recopilación exhaustiva, pero
puede resultar útil para empezar a poner orden y nombre a la tormenta emocional. Ni la
familia, ni los niños, niñas o jóvenes son responsables de sentir lo que sienten mutuamente.
Tampoco son responsables de lo que sienten en su interior; más bien son responsables de lo
que deciden hacer con lo que sienten en una determinada situación y con los recursos
disponibles.
Miedo y angustia
El miedo y la angustia tienen que ver con la incertidumbre de que pueda pasar algo grave.
Ante las conductas de conflicto o agresividad, las madres y padres pueden sentir miedo por
la idea de que se vuelvan a repetir o por el pensamiento de que la situación se descontrole y
alguien salga mal parado. Este miedo puede generar, por una parte, acciones de evitación
hacia los niños, niñas y adolescentes, o, por la otra, acciones de confrontación, restricción y
control (como quitarle el móvil, aislarlo de los amigos y amigas, estar siempre en actitud
vigilante, etc.). Estas acciones llevadas a cabo por las personas adultas responsables suelen
ser contraproducentes y pueden contribuir a aumentar la situación de tensión permanente en
la vida cotidiana. Ante el miedo y la angustia, una primera recomendación es identificar a
alguien que sea de confianza en el entorno cercano para compartir este miedo, que sepa lo
que está pasando y sea una persona a la que se pueda recurrir en caso de necesitar ayuda.
Otra recomendación es buscar información sobre las situaciones de tensión y conflicto con
niños, niñas, adolescentes y jóvenes que nos ayude a entender mejor el fenómeno.
Contactar con grupos de familiares afectados también puede ser de gran ayuda. Si se nota
que la angustia está afectando al desarrollo habitual de las actividades diarias porque altera
la concentración, el sueño o la ingesta, comporta trastornos digestivos u otros síntomas
físicos como palpitaciones, sudoraciones, pesadillas, etc., es muy recomendable pedir
ayuda a un o una profesional de la salud mental.
Culpa
Un sentimiento habitual entre madres y padres es la culpa ante los problemas de sus hijos o
hijas. En el caso de madres y padres de niños, niñas, adolescentes y jóvenes con problemas
de salud mental, se trata de un sentimiento muy frecuente que se expresa en torno a una
pregunta habitual: «¿Qué he hecho yo mal para que a mi hijo o hija le pase esto?» La culpa
es un sentimiento que ordena y da sentido a lo que está pasando: «Yo he hecho algo que ha
provocado esto». Por lo tanto, la culpa tiene una función emocional: atenúa la
incertidumbre y da una falsa sensación de control, en la medida en que nos hace sentir que
todo lo que pasa está en nuestras manos. Es verdaderamente desolador pensar que no se
puede hacer nada ante una situación crítica y que no se tiene el control. Por lo tanto, se
tiende a ir al extremo opuesto (en las tormentas emocionales, el pensamiento se polariza, se
vuelve «blanco o negro»), y se puede caer en la creencia de que madres o padres son
responsables de todo lo que les pasa a sus hijos o hijas. Si la culpa perdura en el tiempo,
puede tener un efecto paralizador que no permita actuar con claridad. Además, puede tener
un efecto reduccionista, que haga pensar que las soluciones y problemas pasan solo por una
misma, como si una única figura pudiera dar respuesta a una situación compleja. La
creación de soluciones a las problemáticas de salud mental pasa por todas las personas
implicadas y por considerar los fenómenos que tienen lugar como algo multicausal. Por lo
tanto, una sola persona no puede tener en sus manos toda la responsabilidad ni todas las
soluciones. Otro efecto negativo es la activación del círculo de culpa entre madres y padres,
por una parte, e hijos e hijas, por la otra. De esta manera, los padres y madres se sienten
culpables y, a su vez, hacen sentir culpable de su sufrimiento al hijo o hija que genera
situaciones de tensión y conflicto. 39 Ante la culpa, una primera recomendación para
romper sus efectos negativos es reconocerla y expresarla en palabras, aunque sea para uno
o una misma, pero mejor si es con alguien de confianza con quien se pueda compartir la
tormenta emocional. Después de expresarla en palabras, es conveniente cambiar la pregunta
«¿Qué he hecho mal?», que no lleva a ninguna parte y que centra la atención en el pasado,
por la pregunta «¿Qué puedo hacer a partir de ahora para ayudar a mi hijo o hija y cambiar
la situación?». Esta interrogación centra la atención en el presente y en el futuro, y da un
rumbo y una dirección hacia la que navegar. Afrontar la situación desde el «qué puedo
hacer para ayudar» (¿Qué le va bien a mi hijo o hija?) predispone a hacer nuevas acciones
y, por lo tanto, da una sensación de control sobre lo que queremos hacer. También nos
ayudará verbalizarles con palabras a los hijos o hijas que nadie tiene la culpa de lo que está
pasando y que lo que se hará a partir de ese momento será pensar en qué se puede hacer
para ayudarles y mejorar la situación. Eso contribuirá a minimizar el riesgo de
retroalimentar el círculo de culpa entre los miembros de la familia.
Tristeza
La tristeza es uno de los sentimientos más básicos ante el sufrimiento de alguien querido.
También se da por la pérdida de la sensación de bienestar y por la constatación de que las
cosas no son como se esperaban y de que, por lo tanto, las expectativas no se cumplen o no
se cumplirán. Todo esto puede estar detrás de la tristeza, que suele aparecer en los
familiares de niños, niñas y jóvenes que tienen conductas conflictivas o agresivas. La
pregunta de «¿Por qué a mí?» y la sensación de injusticia pueden estar presentes en todo
momento. No obstante, la tristeza como emoción tiene un aspecto positivo y saludable:
quiere decir que se está procesando la pérdida, que se está más cerca de la aceptación de
que se ha perdido algo y que se está en situación de valorar si es necesario cambiar algo
para mejorar la situación y el propio bienestar. Una primera recomendación es permitirse
llorar. Es habitual oír a la gente decir que hace tiempo que no llora. Es especialmente
común en hombres, ya que el acto de llorar socialmente les está vedado, pero también es
habitual en mujeres que, por la sobrecarga de responsabilidades familiares, sienten que no
pueden «perder el tiempo lamentándose». Pese a ello, permitirse llorar en soledad o en
compañía ayuda a disminuir la carga emocional de la tristeza y reconforta. También es
recomendable hablar sobre la propia tristeza con una persona cercana, de confianza, que
escuche sin juzgar y que no presione para que cese el llanto ni evitar la tristeza. En esta
navegación por la tristeza es recomendable no abandonar las actividades que gustan y
aportan bienestar, porque la aflicción puede enquistarse en la apatía y en el «nada tiene
sentido». Actividades sencillas como andar, contactar con la naturaleza, ir al cine, disfrutar
de vídeos o programas, leer (es mejor dejar para otro momento los programas y libros con
temas emocionalmente intensos que pueden acentuar la tristeza) o quedar para tomar un
café ayudarán a hacer frente a la tristeza, aunque hacerlas suponga un esfuerzo. Si se nota
que la tristeza está afectando al desarrollo habitual de las actividades diarias porque no se
puede parar de llorar, se deja de comer o se dejan de atender las propias obligaciones, no se
puede dormir, cuesta mucho levantarse del sofá o de la cama y predominan los
pensamientos pesimistas sobre el futuro, es muy recomendable buscar la ayuda de un o una
profesional de la salud mental.
Rabia
La rabia es otra de las emociones más habituales. Las familias de niños, niñas,
adolescentes y jóvenes con conductas conflictivas pueden experimentar sentimientos de
rabia y enojo en muchas direcciones. Puede sentirse rabia contra el hijo o hija por tener este
comportamiento, contra la escuela porque se considera que parte del problema es culpa del
entorno escolar, contra la pareja por la sensación de que no se ocupa lo suficiente del
problema, contra el entorno laboral porque no entiende la situación… incluso contra la vida
«por haberme puesto en esta situación». La rabia tiene un punto activador de la acción, es
una emoción que a menudo da el empuje necesario para romper con una situación no
deseada. No apunta a nadie, no es selectiva, afecta a todo lo que la rodea. La rabia es una
emoción básica para salir de una situación que no gusta o que no hace bien, pero es una
emoción que se agota por sí misma y que puede convertirse en puerta de entrada a la
tristeza. Sin embargo, la rabia tiene el peligro de acabar convirtiéndose en ira y centrar el
malestar y la voluntad de romper propia de la rabia contra una persona u objeto concretos.
La ira es selectiva, y apunta hacia aquella cosa o aquella persona a la que se responsabiliza
del malestar o sufrimiento que se está viviendo, y es el brazo ejecutor de las sentencias
derivadas de los sentimientos de culpabilidad. La presencia constante de la ira provoca un
aumento del conflicto y aleja a los y las jóvenes de los adultos a los que precisamente más
necesitan: sus madres, padres u otras figuras relevantes. 43 Una primera recomendación
para gestionar la rabia es buscar la manera de expresarla. La expresión de esta emoción está
muy mal vista, pero es una de las que más daño hace a la propia persona y a su entorno
cuando no se canaliza de manera saludable. La expresión de la rabia y del enojo está
socialmente mucho más penalizada en el caso de las mujeres. Darse unos minutos de
soledad para expresar la propia rabia (puede ser por escrito o en voz alta, incluso en forma
de «palabrotas»), ayudará a dejarla salir y disminuir su carga. Otro ejercicio muy útil es
romper cosas que sean inofensivas (como, por ejemplo, revistas viejas, listines telefónicos,
papeles que no tengan importancia) mientras se expresa la rabia. Si después de este
ejercicio se despiertan las ganas de llorar, hay que dejar que salgan. Después de permitirse
expresar la rabia, va bien salir a andar o hacer alguna actividad física. Es importante evitar
la expresión de la rabia mediante el insulto, la descalificación o cualquier otra conducta
agresiva en casa y con los hijos e hijas. A veces, las palabras pueden doler tanto como la
violencia física, especialmente en jóvenes que están en una situación emocional
complicada. También hay que evitar hacer frente a la rabia a través del consumo de
sustancias.
Impotencia
Ante las conductas conflictivas o agresivas, las personas familiares de los niños, niñas y
jóvenes pueden sentir que no tienen la capacidad de hacer nada para cambiar la situación.
Estas conductas pueden tener motivaciones complejas, múltiples y difíciles de entender
algunas veces. Mientras que la culpa y la ira pueden llevar a la falsa creencia de que todo
está en las propias manos; en el caso de la impotencia, el sentimiento es que no se puede
hacer nada al respecto. Para reconducir esta sensación, es útil buscar información sobre las
conductas conflictivas, a qué dan respuesta (los sentidos que tienen) y qué se puede hacer
ante este comportamiento. También es útil contactar con grupos de familias afectadas por el
problema y pedir información a los profesionales de salud mental de los hijos e hijas. Otra
recomendación es recordar todo lo que hasta el momento se ha sido capaz de afrontar con el
hijo o hija, para así darse cuenta de que se han podido superar otras situaciones vitales
complejas, intensas y dolorosas.
Confusión y desorientación
Los comportamientos conflictivos, agresivos y de transgresión son difíciles de asumir
porque, además de generar miedo por la sensación de amenaza a la integridad, fuerzan a las
personas a estar en un estado defensivo, como reacción natural ante los ataques y la tensión
permanente. Por lo tanto, todas estas conductas que generan tensión y conflicto pueden
sumir a muchas madres, padres y familiares en un estado de confusión y desorientación, en
la medida en que suponen una contradicción con respecto a los sentimientos y creencias
que tienen por los hijos e hijas. Pueden sentir que las agresiones y los conflictos son algo
personal que va en su contra, y no entender el porqué de las reacciones de los niños, niñas o
jóvenes. Para empezar a poner las ideas en orden, la búsqueda de información sobre este
tipo de conducta y, sobre todo, de grupos de familiares que puedan transmitir su
experiencia ayudará a comprender mejor el problema. No todos los grupos de familiares
pueden resultarles de utilidad a las familias; es importante que estos grupos no se queden
anclados en el victimismo y la queja, algo que no ayudará a la familia a orientarse ante las
situaciones de tensión y conflicto del hijo o hija. Los grupos de apoyo son útiles en la
medida en que permiten desahogarse y compartir soluciones.
Frustración y decepción
Ante la aparición de las conductas conflictivas y transgresoras, las madres y padres pueden
sentir frustración y decepción porque el hijo o la hija no es como estaban dispuestos a
aceptar. En este caso, se verán obligados a replantearse sus expectativas sobre sus hijos e
hijas y la posible sensación de que estos «les han fallado». Puede irrumpir la dura sensación
de que no es el hijo o hija que se deseaba, y las conductas pueden alterar profundamente la
confianza mutua en la familia. En este caso es útil recordar que la misión de hijos e hijas no
es satisfacer las expectativas de las madres y padres, aunque aceptarlo sea duro. Los
jóvenes tienen una vida propia y la relación con ellos y ellas debe basarse en el cariño y el
afecto y no en la obligación de dar y recibir por igual. Es muy recomendable prestar
atención a cómo se expresan estos sentimientos de decepción y traición delante de los
chicos y chicas con conductas conflictivas porque pueden tener un impacto en su
autoestima, que ya suele verse afectada de por sí por el rechazo del entorno. Será útil
revisar las expectativas sobre el hijo o hija. A la vez, es conveniente centrarse en sus
cualidades y recursos, más allá de los comportamientos conflictivos. Los hijos o hijas son
más que una persona conflictiva, transgresora o agresiva.
Vergüenza
La vergüenza también es una emoción vinculada a las expectativas pero, en este caso, es la
sensación de que no se alcanzan las expectativas de las personas significativas del entorno y
quizá tampoco las expectativas que establecen las normas sociales. Las madres y padres de
jóvenes con conductas conflictivas y transgresoras pueden sentir vergüenza por la imagen
social del hijo o hija y por quedar ante el entorno social como unos padres o madres
incompetentes. Es recomendable darse cuenta de si la vergüenza está afectando al estado
emocional y tomar medidas. Ser motivo de vergüenza para sus padres y madres es algo que
a los niños, niñas y jóvenes puede resultarles difícil de gestionar. Buscar información
(comprobando que se extrae de fuentes fiables) sobre situaciones de conflicto y agresividad
en grupos de familiares y con profesionales puede ayudar a compartir inquietudes y a
rebajar la carga emocional. También es importante recordar que tanto el padre como la
madre, así como el hijo o la hija, tienen derecho a la intimidad y, por lo tanto, a decidir con
quién comparten este problema.
-Enunciar los tipos de crisis familiares.
1. Crisis circunstanciales: son momentos de gran tensión que se producen a causa de
circunstancias ajenas a la familia y que no tienen nada que ver con la etapa de desarrollo de
ninguno de sus miembros. La muerte de un ser querido, catástrofes que afecten a la pérdida
del hogar (un gran incendio, un desahucio, paro prolongado…), conflictos armados o
cualquier otro tipo de ataque, etc.
2. Crisis de desarrollo: son las más previsibles y universales de todas las crisis familiares.
Son momentos en los que se producen cambios de tipo biológico o social en el seno de la
familia, por ejemplo, el nacimiento de un hijo. Cada etapa de desarrollo conlleva algún tipo
de crisis y, pese a que la respuesta natural suele ser demorar el cambio (o incluso castigarlo
y evitarlo), la familia tiene la obligación de adaptarse a las nuevas capacidades funcionales
o emocionales del miembro que se encuentre en la nueva etapa de desarrollo.
Habitualmente los problemas surgen cuando una parte de la familia trata de impedir la
crisis en lugar de definirla y adaptarse o de agilizar y maximizar los cambios. Continuando
en la línea de F. Pittman, “la regla cardinal de las crisis de desarrollo es que no se las puede
detener ni producir prematuramente; sólo se las puede comprender y, así, apaciguar y
coordinarlas con todas las otras fuerzas que operan en la familia”.
3. Crisis estructurales: son las más complejas porque afectan profundamente a la estructura
de la familia, a su raíz. El germen de estas crisis es una condición disfuncional (alguna
adicción, infidelidad, divorcio, violencia, etc) sobre la que los miembros de la familia
construyen sus relaciones, acostumbrándose a padecerla y exacerbándola periódicamente.
Esa tensión permanente y habitualmente oculta es la que produce el conflicto y la que
provoca su exacerbación recurrente, como las capas más internas de la tierra provocan
terremotos cada cierto tiempo. A estas tensiones ya existentes, se suma otra de las
características de este tipo de crisis, la resistencia al cambio; pese a ser una de las crisis en
la que todos los miembros se ven afectados, siendo los menores los más sensibles a ellas,
existe una fuerte tendencia a mantener la situación.
4. Crisis de desvalimiento: están generadas por aquellas situaciones en las que la familia
cuenta con un miembro dependiente que requiere un alto nivel de atención y cuidados. Los
niños, ancianos, enfermos crónicos o los discapacitados son algunos ejemplos de miembros
funcionalmente dependientes que mantienen atados a los otros miembros, que pueden
experimentar sentimientos de atrapamiento, agobio y estrés.
-Dinámica familiar
La Dinámica familiar comprende las diversas situaciones de naturaleza psicológica,
biológica y social que están presentes en las relaciones que se dan entre los miembros que
conforman la familia y que les posibilita el ejercicio de la cotidianidad en todo lo
relacionado con la comunicación, afectividad, autoridad y crianza de los miembros y
subsistemas de la familia, los cuales se requieren para alcanzar el objetivo fundamental de
este grupo básico de la sociedad: lograr el crecimiento de los hijos y permitir la continuidad
de las familias en una sociedad que está en constante transformación.
Se define como dinámica cualquier interacción que se genera en un grupo. Por tanto, las
dinámicas familiares son las interacciones que tienen lugar en el grupo familiar.
A través de las dinámicas familiares, se establecen normas que regulan el desempeño de las
tareas de cada miembro de la familia, las funciones y los roles de cada uno de los
miembros.
Las dinámicas familiares son específicas y diferentes a las de otros grupos sociales
Generalmente las familias funcionales o sanas son capaces de tomar acciones para resolver
los conflictos que surgen. Por el contrario, las familias disfuncionales o enfermas son
fuente permanente de conflictos.
La familia funcional tiene una comunicación clara, son disciplinados, se apoyan física,
emocional y espiritualmente. Se respetan, se fomenta el amor y obediencia a Dios como
fundamento para tener una salud mental y emocional, desarrollando unas relaciones
saludables. Saben cuál es su rol, sus responsabilidades y el compromiso que tienen que
asumir en el entorno familiar.
Son capaces de transformarse ante los cambios y enfrentarse con valentía a los problemas
que se presentan como un equipo ganador. Tienen metas en común, hay unidad de
propósito, son interdependientes, los padres son firmes porque tienen un propósito claro,
una visión amplia y sus valores fortalecen el destino de la familia.
Muchas de las necesidades de los miembros no son satisfechas. Hay mucha hostilidad,
rebeldía, están mal organizados, no tienen propósitos en común.
FAMILIA FUNCIONAL
Son familias cuyas relaciones e interacciones hacen que su eficacia sea aceptable y
armónica Éstas se caracterizan por los factores siguientes:
1. Los padres son y se comportan como padres y los hijos son y se comportan como hijos --
- algo que, para algunos, resulta extraordinario.
2. La organización jerárquica es clara. Padre y Madre comparten la autoridad en forma
alternada, sin conflictos y balanceada.
3. Los límites para el comportamiento son claros y legítimos. Se cumplen y se defienden.
4. Las fases del ciclo vital y sus puntos críticos se atraviesan sin dificultad para identificar y
resolver problemas.
5. Los miembros tienen capacidad para reconocer y resolver dilemas personales por medio
de la comunicación abierta.
6. La comunicación misma, es clara y directa.
7. Los miembros de la familia tienen identidad personal propia, y se aceptan unos a otros tal
cual son, pero, lo hacen sin imponer comportamientos desatinados en los demás.
8. Cada cual puede expresar lo que siente sin que se creen conflictos entre los miembros del
grupo, pero lo hacen sin esperar que se acaten normas conflictivas con los valores
establecidos y con las reglas señaladas.
9. Se admiten las diferencias o discrepancias de opiniones cuando éstas surjan.
10. La conducta de cada miembro es consonante con su autoridad sus deberes y su persona
misma.
11. Cada miembro invierte en el bienestar de otros. Todos trabajan y todos contribuyen al
bienestar común.
12. El control de la conducta es flexible.
FAMILIA DISFUNCIONAL
Se entiende como, un desarreglo en el funcionamiento de algo o en la función que le
corresponde. Por lo tanto cuando hablamos de una familia disfuncional y de sus sinónimos,
estamos señalando aquellas actitudes que no deberían darse a cabo dentro de un entorno
familiar.
Se caracteriza por los siguientes factores:
1. Dentro de una familia disfuncional existe una incapacidad para reconocer y satisfacer las
necesidades emocionales básicas de cada uno de sus miembros. Una familia disfuncional
no tiene una buena comunicación asertiva
2. Tampoco saben cómo discutir abierta y naturalmente los problemas que aquejan al grupo
familiar y se recurre, entonces al mecanismo de negar u ocultar los problemas graves.
3. Dentro de una familia disfuncional se produce un desorden y confusión de los roles
individuales, llegándose a una real inversión de papeles por lo cual los padres se comportan
como niños y éstos recibiendo exigencias de adultos, se siente obligados a confortar a sus
inmaduros padres y al no lograr hacerlo, los niños se sienten culpables de los conflictos de
los mayores. Se esfuma así la inocencia, la creatividad, la transparencia de la niñez y se
desarrollan actitudes de culpabilidad, fracaso, resentimiento, ridículo, depresión, auto-
devaluación e inseguridad ante el mundo social que les rodea.
4. Violencia intrafamiliar En la familia disfuncional habitualmente se presenta la violencia
intrafamiliar; es decir, se evidencian actos de maltrato psicológico yfísico a cualquier
integrante de la familia
Conclusión
Cabe destacar que la familia cumple un papel sumamente importante en la vida. Ya que
influye en nuestro trabajo, colegios, amistades, relaciones, decisiones, hasta el tiempo de
vida en el que podremos estar en este mundo, ya que si salimos de familias disfuncionales.
O no la tuvimos si quiera, influye en todo más que todo en las malas decisiones, que vienen
desde la niñez a la adultez, pero gracias a estas ciencias médicas que estudian estos casos
pueden disminuir estos casos , como las acciones de familiares queridos. También brindar
soporte y orientación ante un escenario devastador como la muerte de un familiar para
evitar el decaimiento del núcleo, siempre será vital brindarle las herramientas a cada
individuo para sobrellevar cualquier evento adverso que pueda perjudicar a largo plazo su
salud física, mental o emocional. En la tensión en los núcleos familiares que es la causante
de muchos malos ratos en las familias y así sucesivamente tratando con todas estas acciones
que influyen de una u otra manera en la familia