Unidad 18

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SANCIONES EN EL DERECHO ARGENTINO

EL SISTEMA DE DOBLE VÍA


En derecho argentino prevé dos recursos para instrumentar la reacción estatal frente al delito:
1. La pena, consecuencia jurídica del hecho punible y por ello condicionada en su imposición a que en el
proceso se haya acreditado que el acusado ha sido autor o partícipe de un comportamiento típico, antijurídico
y culpable; y
2. La medida de seguridad, consecuencia jurídica de la comisión de una conducta típica y antijurídica por un
sujeto declarado inimputable en el proceso penal, para quien la ley prevé una restricción de derechos que
encuentra fundamento en razones preventivas.

La consagración de ese sistema dualista de reacciones penales no altera la unidad conceptual del injusto, y
por ello, la necesidad de adecuación típica y falta de justificación se exigen para imponer cualquier
consecuencia jurídicopenal, sea una pena o una medida de seguridad. La conclusión más importante que de
ello se desprende, es que el Estado no puede imponer medidas penales predelictivas, que por otra parte es el
único punto de vista compatible con la idea del Estado de Derecho.

Desde nuestro punto de vista, debe entenderse que la coherencia y racionalidad del sistema de doble vía
exige concebir a la pena y a la medida de seguridad como consecuencias jurídicas alternativas, por lo que
ambas reacciones no deben superponerse en un mismo proceso, como inadecuadamente sucede según lo
previsto en el arto 52, CPen., que dispone la reclusión por tiempo indeterminado como medida de seguridad
accesoria de la pena.

PENAS
La enorme mayoría de los sistemas jurídicos contemporáneos sólo contienen penas principales que afectan la
libertad y el patrimonio, como sucede con las especies de pena previstas en el derecho vigente (art. 5°,
CPen.) que son las de reclusión, prisión, multa e inhabilitación. La pena de muerte, no contemplada en dicho
ordenamiento, está acotada al supuesto del arto 528, Código de Justicia Militar.

PENA DE MUERTE
La renuncia a la pena de muerte constituye un parámetro de la integridad social y jurídica de un ente
colectivo, y de su estado de desarrollo político criminal en la humanización de la persecución penal.
No puede, sin embargo, considerarse que la renuncia a la pena de muerte constituya un patrimonio asegurado de la
política criminal universal, entre otras razones por su subsistencia desde la perspectiva del derecho comparado, siendo
ejemplos elocuentes los casos de aplicación que se reiteran en los Estados Unidos de América, y el resurgimiento que
se advierte tanto en Europa como en América latina, ante los aumentos de índices de criminalidad en delitos violentos y
su aprovechamiento para el desarrollo de las campañas de ley y orden.

Aun despojándose de toda perspectiva ética, como la pena capital es la única privativa de la vida y por
consiguiente irreversible, la objeción principal es la imposibilidad de revisar eventuales errores judiciales.
Lo anterior explica que sus defensores la postulen como remedio excepcional.

Pero aun en los casos en que se logran instalar campañas de alarma social, en las que sectores considerables de la
opinión pública reclaman su adopción en abstracto invocando el orden y la seguridad pública, se puede observar que la
situación cambia ante el anuncio de que se realizará una ejecución.
La considerable distancia temporal que existe entre la comisión del hecho y la ejecución del condenado, consecuencia
inevitable del trámite de recursos de revisión orientados a procurar conjurar eventuales errores judiciales, lo que no
siempre se logra, genera lógicos sentimientos de piedad ante la imposición de la pena de muerte en un caso concreto.
Lo cierto es que, como consistente evidencia de que la adopción de esta sanción cruel e irreparable enfrenta una crítica
masiva, con el perverso propósito de eludir las objeciones que merece la pena capital, se ha procurado sustituirla por la
práctica de su ejecución clandestina.

Contrariamente a lo que se suele afirmar, los puntos de vista retributivos no ofrecen fundamentos para
legitimar la aplicación de la pena de muerte, toda vez que:
A) se requeriría la comprobación exacta e indudable del grado máximo de culpabilidad, lo que en la práctica
es imposible;
B) pero además, es de la esencia de las teorías absolutas que ningún crimen quede impune;
C) ese principio resulta afectado toda vez que una persona haya realizado un hecho reprimido con pena
capital, pues quedan sin retribuir los restantes delitos que cometa.

Si descartamos la prevención especial porque por razones evidentes no contribuye a la readaptación del
condenado, la pena de muerte sólo podría encontrar fundamentos legitimantes en criterios
preventivo-generales. Sin embargo, como la argumentación de su eficacia como instrumento de motivación es
poco convincente, según surge de investigaciones empíricas, los puntos de vista contrarios a su imposición
son irrefutables, conformando así la doctrina dominante.

La regla constitucional según la cual "quedan abolidos para siempre la pena de muerte por causas políticas,
toda especie de tormento y los azotes" (art. 18, CN), fue por algunos interpretadaad argumentum en el
sentido de que no prohibía la imposición de la pena de muerte en procesos por causas no políticas.
Sin embargo, una interpretación sistemática del referido texto permitió concluir que el orden constitucional
argentino prohíbe la pena capital por cualquier causa, no sólo porque la muerte implica el mayor de los
tormentos físicos, sino también porque una sentencia que la imponga afecta inevitablemente la racionalidad
de los actos propios de un sistema republicano de gobierno.
Sin embargo, en las experiencias protagonizadas por gobiernos autorita-rios que ejercieron el poder de facto, se
implantó la pena de muerte, mereciendo recordarse que durante la llamada "Revolución Argentina" se la adoptó
mediante las denominadas "leyes" 18.701/1970 y 18.953/1972. Lo mismo ocurrió en la época del denominado "Proceso
de Reorganización Nacional", durante el cual si bien se la dictó formalmente por "ley" 21.338/1976, lo más destacable es
que se la utilizó en forma masiva mediante su aplicación clandestina.

Como consecuencia de la reforma constitucional de 1994 (art. 75, inc. 22, CN), además de las normas que
garantizan el derecho a la vida (arts. 1, DADH; 3°, DUDH; 6°, PIDCP, y 4°, CADH), merecen destacarse
reglas que refiriéndose en forma expresa a la pena de muerte, establecen:
A) Que en los países que no hayan abolido la pena capital, sólo se la podrá imponer por los más graves
delitos, y de conformidad con las leyes que estén en vigor en el momento de cometerse el hecho punible,
debiendo siempre requerirse sentencia definitiva de un tribunal competente (arts. 6.2, PIDCP, y 4.2, CADH).
B) El derecho de toda persona condenada a muerte a solicitar el indulto o la conmutación de pena (arts. 6.4,
PIDCP, y 4.6, CADH).
C) La prohibición de imponerla por delitos cometidos por personas menores de dieciocho o mayores de
setenta años de edad, como tampoco por mujeres en estado de gravidez (arts. 6.5, PIDCP, y 4.5, CADH).
D) La prohibición de extender su aplicación a delitos a los cuales no se la aplique actualmente (art. 4.2 infine,
CADH), como también la de restablecerla en los Estados que la han abolido (art. 4.3, CADH) o de invocar una
regla del Pacto para demorar o impedir su abolición (art. 6.6, PIDCP); y
E) La prohibición de aplicarla por la comisión de delitos políticos o comunes conexos con los políticos (art.
4.4, CADH).

PENAS PRIVATIVAS DE LIBERTAD


Como consecuencia del proceso de humanización del sistema de reacciones penales, las penas privativas de
libertad desplazaron a la pena capital como instrumento de prevención del delito, convirtiéndose en la
principal herramienta punitiva a disposición del Estado.
En la actualidad, uno de los problemas centrales de política criminal gira en torno al desafío que supone
encontrar remedios para conjurar la crisis de la prisión, pero la circunstancia de que no se hayan encontrado
todavía remedios alternativos, explica que los sistemas contemporáneos de reacción frente al delito se
apoyen principalmente en la utilización de las penas privativas de libertad.
De conformidad con el derecho vigente, las penas privativas de libertad son las de prisión y reclusión (art. 5°,
CPen.), entre las que si bien no existen diferencias materiales en cuanto al cumplimiento del encierro,
tradicionalmente se ha apreciado que la segunda contiene un sentido infamante ajeno a la prisión, lo que
parece manifestarse en las siguientes reglas:
A) "La pena de reclusión, perpetua o temporal, se cumplirá con trabajo obligatorio en los establecimientos
destinados al efecto. Los recluidos podrán ser empleados en obras públicas de cualquier clase con tal que no
fueren contratadas por particulares" (art. 6°, CPen.); y
B) "La pena de prisión perpetua o temporal, se cumplirá con trabajo obligatorio, en establecimientos distintos
de los destinados a los recluidos" (art. 9°, CPen.).

Sin embargo, la incidencia de estas normas parece nula frente al alcance de la ley 24.660 de "Ejecución de la
Pena Privativa de Libertad" , en la que no se advierten diferencias entre reclusión y prisión, si se toma en
consideración:
A) Que los principios básicos para la ejecución aluden sin distinción a la "pena privativa de libertad", que tiene
por finalidad lograr que el "condenado" "adquiera la capacidad de comprender y respetar la ley procurando su
adecuada reinserción social, promoviendo la comprensión y el apoyo de la sociedad" (art. 1°), lo que significa
definir una finalidad preventivo especial que es común a ambas modalidades de privación de libertad.
B) Que las modalidades de ejecución penitenciaria son también comunes, por lo que presos y reclusos
reciben el mismo tratamiento, toda vez que la ley otorga igual régimen a ambos, bajo la común denominación
de "condenados" (así, por ejemplo, en los arts. 5° y ss.) o "internos" (como entre otros, el arto 61).
Por consiguiente, la distinción entre reclusión y prisión sólo se traduce en una diversa afectación de la libertad
del penado, pudiendo advertirse una mayor severidad de la reclusión, que se pone de manifiesto:
A) En la detención domiciliaria, sólo autorizada para los condenados a pena de "prisión" (art. 10, CPen.).
B) En el cómputo para obtener la libertad condicional de condenados a penas de privación de libertad de tres
años o menos, pues se requiere un año de reclusión cumplida, y en cambio sólo ocho meses de prisión (art.
13, CPen.).
C) En el cómputo de la prisión preventiva, pues cada día de encarcelamiento durante el proceso equivale a un
día de prisión, mientras que un día de reclusión representa dos días de prisión preventiva (art. 24, CPen.).
D) En la condena de ejecución condicional, pues sólo está prevista para los condenados a prisión (art. 26,
CPen.).
E) En la punibilidad de la tentativa, ya que se prevé una escala más severa para los delitos reprimidos con
reclusión perpetua, con relación a aquellos conminados a prisión perpetua (art. 44, CPen.).

La libertad condicional (arts. 13 y SS., CPen.)


Es un instrumento de la política criminal del Estado consecuencia del sistema progresivo, en cuya virtud la ley
prevé que el condenado a una pena privativa de libertad, cumpla la última etapa en u/). régimen controlado de
libertad ambulatoria.

Fundamento
Si bien desde una óptica retributiva puede ser apreciada como una rectificación de la individualización judicial
de la pena, destinada a corregir excesos, está más vinculada a criterios de prevención especial que
fundamentan su conveniencia para los casos en que el ideal de resocialización es logrado prematuramente,
careciendo de sentido prolongar el encierro.
Es desde esa visión utilitaria que para evitar la incidencia criminógena que genera pasar del encierro total a la
libertad irrestricta, se considera necesaria una etapa intermedia de libertad controlada. Pero como el Estado
carece de derecho para restringir los derechos de un sujeto que ya ha cumplido todo el plazo de pena,
responde a pautas de utilidad social que el penado cumpla la última etapa de su condena en un sistema de
libertad ambulatoria, durante la cual está legítimamente sometido al control estatal• Consiguientemente, es el
criterio dominante que constituye una forma de cumplimiento de la pena .

Requisitos de otorgamiento
En derecho argentino (art. 13, CPen.) se establece que la resolución judicial correspondiente estará precedida
de un informe de la dirección del establecimiento, previéndose que la libertad del condenado estará
condicionada a que se hayan cumplido los siguientes requisitos:
1) Cumplimiento de una parte de la condena
Sólo se puede solicitar cumplir la última etapa en libertad condicional
(i) en caso de reclusión o prisión perpetua, después de haber cumplido 20 años de condena
(ii) mediando condena a reclusión temporal o prisión por más de tres años, si se han cumplido dos tercios de
la condena;
(iii) si se trata de prisión o reclusión de hasta tres años, se exige cumplimiento de un año de reclusión u
ocho meses de prisión.

En su caso, corresponde incluir a los fines del cómputo para otorgar la libertad condicional el período de
privación de libertad sufrido por el condenado en prisión preventiva.

2) Buen comportamiento carcelario


Este requisito se concreta en la exigencia de haber "observado con regularidad los reglamentos carcelarios"
(art. 13, párr. 1°, CPen.), con lo que se vincula la posibilidad de acceder a la libertad anticipada a la conducta
observada por el penado durante su estancia en prisión, exigencia que ya hemos criticado 138.

3) Otros requisitos
Para que proceda la libertad condicional, es necesario que el condenado no sea reincidente (art. 14, CPen.) y
que no se le hubiere revocado una libertad condicional otorgada con anterioridad (art. 17, CPen.).

Requisitos de mantenimiento
Las condiciones que se deben cumplir mientras subsiste el plazo de libertad condicional (art. 13, CPen.) son:
1) residir en el lugar que determine el auto de soltura (inc. 1°);
2) observar las reglas de inspección que fije el mismo auto, especialmente la obligación de abstenerse de
bebidas alcohólicas (inc. 2°);
3) adoptar en el plazo que el auto determine, oficio, arte, industria o profesión, si no tuviere medios propios de
subsistencia (inc. 3°);
4) no cometer nuevos delitos (inc. 4°) 140;
5) someterse al cuidado de un patronato, indicado por las autoridades competentes (inc. 5°).

Estas condiciones rigen hasta el vencimiento de los términos de las penas temporales, y en las perpetuas
hasta cinco años más, a contar desde el día de la libertad condicional.

Revocación
1) La libertad condicional será revocada cuando el penado cometiere un nuevo delito (cfr. arto 13, párr. 2°, inc.
4°, CPen.) o violare la obligación de residencia (inc. 1°), casos en los que no se computará, en el término de
la pena, el tiempo que haya durado la libertad (art. 15, párr. 1°, CPen.).

2) Mediando incumplimiento de los restantes requisitos de mantenimiento del arto 13, párr. 2°, incs. 2°, 3° y
5°, CPen., el tribunal podrá disponer que no se compute en el término de la condena, todo o parte del tiempo
que hubiere durado la libertad, hasta que el condenado cumpla dichas exigencias (art. 15, párr. 2°, CPen.).

3) Transcurrido el término de la condena, o el plazo de cinco años previsto en el arto si fuere perpetua, sin
que la libertad condicional haya sido revocada, la pena quedará extinguida, lo mismo que la inhabilitación
absoluta prevista en el arto 12, CPen.

Libertad condicional de condenados a reclusión por tiempo indeterminado


En los casos de reclusión por tiempo indeterminado (art. 52, CPen.), transcurridos cinco años de
cumplimiento de la reclusión accesoria, el tribunal que hubiera dictado la última condena o impuesto la pena
única estará facultado para otorgar la libertad condicional, previo informe de la autoridad penitenciaria. Se
exigen las condiciones compromisorias previstas en el arto 13, CPen., y que el condenado hubiere mantenido
buena conducta, demostrando aptitud y hábito para el trabajo, y demás actitudes que permitan suponer
verosímilmente que no constituirá un peligro para la sociedad (art. 53, párr. 1°, CPen.).

Transcurridos cinco años de obtenida la libertad condicional, el condenado podrá solicitar su libertad definitiva
al tribunal que la concedió, el que decidirá según sea el resultado obtenido en el período de prueba y previo
informe del patronato, institución o persona digna de confianza, a cuyo cargo haya estado el control de la
actividad del liberado. Los condenados con la reclusión accesoria por tiempo indeterminado deberán cumplirla
en establecimientos federales (art. 13, párr. 1° infine, CPen.).

La violación por parte del liberado de cualquiera de las condiciones establecidas en el arto 13, CPen., podrá
determinar la revocatoria del beneficio acordado y su reintegro al régimen carcelario anterior. Después de
transcurridos cinco años de su reintegro al régimen carcelario podrá en los casos de los incs. 1°, 2°, 3° y 5e
del arto 13, CPen., solicitar nuevamente su libertad condicional (art. 53, párr. 2°, CPen.).

PENA DE MULTA
Es una genuina pena pública que cumple fines retributivos y preventivos, con la particularidad de que como
opera privando al sujeto de parte de su patrimonio como instrumento de motivación, tiene características que
comparte con las sanciones pecuniarias del derecho penal administrativo.
Es una pena que presenta ventajas evidentes de política criminal, no sólo como sanción ante la pequeña
delincuencia, sino también en sectores inferiores de criminalidad media, siendo sugerida su adopción, con
fundamento en que mejoraría la ejecución de penas privativas de libertad, pues quedarían acotadas a una
cifra menor de presos con condenas largas.
A) La multa comparte con la prisión la cualidad de ser graduable, pero su ventaja decisiva consiste en que el
condenado no es segregado de su familia ni de su actividad, de forma que no constituye una catástrofe social,
sin que por ello quede en una pura bagatela.

B) Admite criterios de individualización específicos, vinculados a la consideración de las condiciones


económicas del delincuente.

Prevista en nuestro derecho vigente (art. 5°, CPen.), la principal objeción que merece la multa es su distinta
eficacia sobre pobres y ricos, lo que no puede conjurarse aunque se consideren las circunstancias
económicas del condenado, por lo que se le han formulado objeciones por violar el principio de igualdad ante
la ley, lo que incide en el plano constitucional (art. 16, CN), especialmente si se considera su ejecución
subsidiaria de una privación de libertad (art. 21, párr. 2°, CPen.).

En derecho argentino "La multa obligará al reo a pagar la cantidad de dinero que determinare la sentencia,
teniendo en cuenta además de las causas generales del arto 40, la situación económica del penado. Si el reo
no pagare la multa en el término que fije la sentencia, sufrirá prisión que no excederá de año y medio. El
tribunal, antes de transformar la multa en la prisión correspondiente, procurará la satisfacción de la primera,
haciéndola efectiva sobre los bienes, sueldos u otras entradas del condenado. Podrá autorizarse al
condenado a amortizar la pena pecuniaria mediante el trabajo libre, siempre que se presente ocasión para
ello. También se podrá autorizár al condenado a pagar la multa por cuotas. El tribunal fijara el monto y la
fecha de los pagos según la condición económica del condenado" (art. 21, CPen.).

Aun concediendo las posibilidades que ofrecen la amortización con trabajo libre y el sistema de cuotas,
subsiste el reparo de que una misma cantidad de dinero no tiene el mismo grado de incidencia patrimonial
cuando es impuesta a una persona pudiente con relación a otra que no lo es.
En consecuencia parece plausible el punto de vista de la "igualdad de sacrificio", que supone considerar en
forma autónoma la capacidad económica del delincuente a los fines de la individualización judicial de la pena,
lo que si no supera totalmente al menos permite relativizar la objeción constitucional, interpretando que la
igualdad queda preservada en la medida en que el tribunal dispone de facultades de adecuación, utilizando
las pautas generales para la medición de la pena (arts. 40 y 41, CPen.).

Las estrategias legislativas de aplicación de la multa son diversas:


A) Mediante el sistema de la suma total, la sanción se impone teniendo en cuenta la gravedad del delito y la
situación económica del condenado, quien debe cumplirla en una sola oportunidad.
B) En el sistema del plazo, la multa se paga en cuotas fijas a lo largo del tiempo, considerando los ingresos
del delincuente.
C) Finalmente en el sistema de los días-multa la entidad de esta pena se determina en un número de días, de
acuerdo con la gravedad del delito. Cada día equivale a una suma concreta de dinero, teniendo en cuenta la
posición económica del condenado.

Tradicionalmente ha prevalecido en nuestro derecho el sistema de la suma total, pero existe una concreta
previsión del sistema del plazo (art. 21 in fine, CPen.), debiendo señalarse en derecho comparado una
sensible inclinación hacia la adopción del sistema de los días-multa, especialmente para evitar la incidencia
de procesos inflacionarios que afectan el cumplimiento de los fines a los que la multa está destinada.

PENA DE INHABILITACIÓN
La privación de derechos que genera la pena de inhabilitación encuentra sentido en la teoría retributiva, ya
que es un mal que se impone como consecuencia de la ilicitud y la culpabilidad que expresa una condena por
la comisión de un hecho punible. Desde la óptica de las teorías relativas no parece cuestionable que cumple
una finalidad preventivo general, tanto negativa como positiva.
No sucede lo mismo si se la observa desde una perspectiva preventiva especial, aunque pueda admitirse que
con ella se procura evitar que el condenado utilice su cargo o profesión para la comisión de nuevos delitos,
como también que privarlo del ejercicio de determinados derechos es una motivación para el futuro.
La eficacia preventivo especial de algunas hipótesis de aplicación de esta pena puede ser puesta en tela de
juicio, precisamente cuando concurre con una privación de libertad de cumplimiento efectivo, sea que ambas
penas se cumplan en forma conjunta o sucesiva (art. 12, CPen.). En el primer supuesto, porque carece de
efecto alguno privar a una persona del ejercicio de un cargo o profesión durante el período de encierro,
cuando de hecho está imposibilitado de ejercerlos. Si la inhabilitación se concreta una vez cumplida la etapa
de encierro, en muchos casos se privará al liberado del instrumento más idóneo para su reinserción al mundo
libre, como sucede, por ejemplo, si no puede ejercer su profesión.

La inhabilitación no puede ser definida como una restricción de derechos, pues ése es un efecto común a
cualquier especie de pena, con lo que su diferencia específica está dada por su naturaleza residual, ya que
concreta una privación de derechos a los que no están referidos las demás especies de pena.
Es una pena que en el derecho vigente puede ser absoluta (art. 19, CPen.) o especial (arts. 20 y 20 bis,
CPen.), que supone una privación de derechos que restringe la capacidad del condenado, que de todos
modos nunca es total porque provocaría su "muerte civil", consecuencia inadmisible para el derecho
contemporáneo.

Consiguientemente, la inhabilitación "absoluta" (art. 19, CPen.) no supone privar al condenado de todos sus
derechos. Sin embargo, tiene consecuencias importantes que encuentran fundamento en que la conducta
reprochada al delincuente, pone de manifiesto una incompatibilidad con el ejercicio de los derechos a que
está referida.

La inhabilitación absoluta (art. 19, CPen.), que puede ser perpetua o temporal, produce los siguientes efectos:
A) la privación del empleo o cargo público que ejercía el penado, aunque provenga de elección popular (inc.
1°);
B) la privación del derecho electoral (inc. 2°);
C) la incapacidad para obtener cargos, empleos y comisiones públicas (inc. 3°);
D) la suspensión del goce de toda jubilación, pensión o retiro, civil o militar, cuyo importe será percibido por
los parientes que tengan derecho a pensión. El tribunal podrá disponer, por razones de carácter asistencial,
que la víctima o los deudos que estaban a su cargo concurran hasta la mitad de dicho importe, o que lo
perciban en su totalidad, cuando el penado no tuviere parientes con derecho a pensión, en ambos casos
hasta integrar el monto de las indemnizaciones fijadas (inc. 4°).

La inhabilitación especial se diferencia de la absoluta, en que sólo afecta derechos que guardan relación con
el delito cometido, toda vez que la regla establece que "producirá la privación del empleo, cargo, profesión o
derecho sobre que recayere y la incapacidad para obtener otro del mismo génerodurante la condena. La
inhabilitación especial para derechos políticos producirá la incapacidad de ejercer durante la condena
aquéllos sobre que recayere" (art. 20, CPen.).
Para la imposición de la pena de inhabilitación especial, no se exige que el delito en cuya virtud se aplica
haya sido cometido en ejercicio del derecho, cargo o profesión correspondiente, siendo suficiente que el
comportamiento del sujeto haya puesto de manifiesto una incompatibilidad funcional en ámbitos de conducta
vinculados con el delito cometido.

El derecho vigente prevé la posibilidad de aplicar una pena de inhabilitación especial complementaria (art. 20
bis, CPen.) de seis meses a diez años, "aunque esa pena no esté expresamente prevista", cuando el delito
cometido importe:
A) "Incompetencia o abuso en el ejercicio de un empleo o cargo público" (inc. 1°).
B) "Abuso en el ejercicio de la patria potestad, adopción, tutela o curatela" (inc. 2°).
C) "Incompetencia o abuso en el desempeño de una profesión o actividad cuyo ejercicio dependa de una
autorización, licencia o habilitación del poder público" (inc. 3°).

En consecuencia, entre la pena de inhabilitación especial (art. 20, CPen.) y esta modalidad complementaria
(art. 20 bis, CPen.), se advierten las siguientes diferencias:
A) mientras la primera debe estar expresamente prevista en la parte especial, para la segunda es suficiente la
referida regla genérica prevista en la parte general, por lo que no requiere estar contemplada como
punibilidad expresamente prevista para el delito concreto de la parte especial cometido por el condenado;
B) nunca la inhabilitación especial complementaria (art. 20 bis, CPen.) puede ser impuesta como pena
"única", sino en forma "conjunta" con las que están previstas para el delito, en la norma que lo incrimina.
Así, por ejemplo, cometido un delito de estafa por un funcionario público, que ha puesto en evidencia abuso
del cargo, además de la privación de libertad prevista en la norma (art. 172 y eventualmente 174, inc. 5°,
CPen.), la sentencia podrá imponer conjuntamente al condenado, una inhabilitación especial complementaria
(art. 20 bis, CPen.).

Contrariamente a lo que se ha señalado, la inhabilitación no puede ser apreciada como una pena de escasa
gravedad, por lo que rigen respecto de ella principios generales como el de retroactividad de la ley penal más
benigna (art. 2°, CPen.) y el control de proporcionalidad 20.

El instituto de la "rehabilitación" encuentra fundamento en la necesidad de mitigar la severidad de esta pena,


lo que da sentido a la regla según la cual "el condenado a inhabilitación absoluta puede ser restituido al uso y
goce de los derechos y capacidades de que fue privado, si se ha comportado correctamente durante la mitad
del plazo de aquélla, o durante diez años cuando la pena fuera perpetua y ha reparado los daños en la
medida de lo posible" (art. 20 ter, párr. 1°, CPen.).

"El condenado a inhabilitación especial puede ser rehabilitado, transcurrida la mitad del plazo de ella, o cinco
años cuando la pena fuere perpetua, si se ha comportado correctamente, ha remediado su incompetencia o
no es de temer que incurra en nuevos abusos y, además, ha reparado los daños en la medida de lo posible"
(art. 20 ter, párr. 2°, CPen.).
"Cuando la inhabilitación importó la pérdida de un cargo público o de una tutela o curatela, la rehabilitación no
comportará la reposición en los mismos cargos" (art. 20 ter, párr. 4°, CPen.). "Para todos los efectos, en los
plazos de inhabilitación no se computará el tiempo en que el inhabilitado haya estado prófugo, internado o
privado de su libertad" (art. 20 ter, párr. 5°, CPen.).

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