Teoria Subjetiva
Teoria Subjetiva
Teoria Subjetiva
Stanley Jevons, Carl Menger y Léon Walras desarrollaron, casi simultáneamente pero de
manera totalmente independiente unos de otros, teorías del valor que se basaban no en el
trabajo necesario para la elaboración de un producto, sino en la utilidad del producto para el
consumidor (“teoría subjetiva del valor”). A diferencia de las teorías utilitaristas del valor
anteriores, ya rechazadas por Smith, el valor no se derivaba de la utilidad total de un
producto, sino de su “utilidad marginal”, es decir, del incremento de la utilidad que proviene
de la última unidad adicional de un producto (por ello, esta corriente también es designada
como “marginalismo”).
Como objetivo último de sus acciones, se les atribuye a los individuos menesterosos, que
sirven como punto de partida de la construcción teórica, la maximización de su utilidad. Junto
a los siguientes presupuestos – que los individuos persiguen este objetivo con medios
racionales en competencia perfecta y que pueden evaluar correctamente las consecuencias de
sus acciones– se deduce lógicamente su comportamiento económico, a partir del cual ha de
constituirse el hecho económico de una sociedad.
De este modo se asume que en un intercambio, los individuos participantes compensan la
pérdida de utilidad del bien cedido con la ganancia de utilidad del bien adquirido y solo
aceptan aquellos intercambios en los que ganan o por lo menos no pierden. Esto se da
únicamente cuando la utilidad marginal de la cantidad del bien cedido es menor o igual a la
utilidad marginal de la cantidad del bien adquirido. El intercambio tiene lugar por tanto
precisamente entre aquel par de intercambiantes para quienes las utilidades marginales de las
cantidades de los bienes intercambiados son iguales.
Con el individuo menesteroso y su interés en el valor de uso de los bienes, las teorías
marginalistas escogen un punto de partida aparentemente válido para toda economía. En los
hechos, tematizan empero únicamente una economía ficticia, que se basa en el simple
trueque. La racionalidad del capitalismo, basada en el valor y la ganancia, es identificada con
los motivos del trueque, dirigidos al valor de uso. En la medida en que esta identificación
implica que la meta última de la economía capitalista es la satisfacción de las necesidades, el
marginalismo contiene un elemento apologético, independientemente de la intención
consciente que tengan sus protagonistas. Yo: Desde la teoría de Marx podemos criticar esa
idea de que la meta del capitalismo es la satisfacción de necesidades. Por el contrario, Marx
piensa que la meta del capitalismo es la producción y apropiación de plusvalía por parte de
los capitalistas. Luego, obviamente, para apropiarse de la plusvalía, las mercancías
producidas se deben vender, es decir, deben ser valores de uso sociales, pero eso no implica
que la meta sea la satisfacción de necesidades, dado que, si se pudiera producir una
mercancía que satisfaga una necesidad sin que eso a su vez implique que el capital se apropie
de plusvalía, esa mercancía necesaria no la produciría el capital.
El intento de explicar causalmente las relaciones de intercambio por medio de la
utilidad marginal, debe ser considerado como un fracaso. Ni las estimaciones de utilidad
marginal pueden ser observadas, ni puede partirse de la base de que ellas tienen lugar
en absoluto. Ciertamente, si las estimaciones de utilidad han de comprobarse en las
relaciones de intercambio existentes, el argumento deviene circular. La reducción del
valor de cambio a la utilidad es una mera afirmación que no puede probarse. En el fondo, la
doctrina de la utilidad marginal no dice otra cosa que uno espera, de alguna manera, más de
un intercambio que ha de llevar a cabo que de un intercambio del que uno se abstiene.
En los mercados de factores, los factores de producción son demandados siempre y cuando el
ingreso por la venta de los bienes producidos esté por encima de lo pagado por los factores y
los empresarios obtengan una ganancia. Por tanto, en los precios de equilibrio no solo
coinciden la oferta y la demanda, sino que también los ingresos por la venta son exactamente
iguales a lo pagado por los factores de producción, esto es, a los “costos de producción”.
Existe pues ciertamente un interés del capital, aunque ninguna “ganancia empresarial”.
En la medida en que los precios de los factores se determinan del mismo modo que los
precios de las mercancías, los ingresos de los factores individuales son completamente
independientes unos de otros, de modo que ningún ingreso de los factores pueda ser
considerado como el residuo de otro. En la teoría de la productividad marginal, estos ingresos
de los factores son determinados por las contribuciones de los factores al producto. Se parte
del hecho de que el empleo de los factores puede variar libremente, de modo que el “producto
marginal” de un factor (esto es, la cantidad adicional de producto que se obtiene mediante el
empleo adicional de una unidad del factor) siempre pueda ser determinado. Para maximizar
su ganancia, las empresas deben demandar los factores siempre y cuando el ingreso obtenido
por el producto marginal se encuentre por encima del precio del factor. En el equilibrio, por
consiguiente, el ingreso del producto marginal es igual a lo pagado por el factor: los
propietarios de los factores reciben precisamente lo que sus factores aportan al valor del
producto, y ofrecen sus factores precisamente en la medida en que lo pagado por los ellos
compensa su sacrificio (el sufrimiento de trabajo del trabajador y la espera del poseedor del
capital); la “explotación” no tiene lugar.
Las primeras teorías marginalistas buscaban explicar los precios por medio de una teoría
subjetiva del valor. Incluso Walras todavía creía haber hallado una explicación causal de los
precios, pero en realidad no fue más allá de una clasificación funcional. La teoría del
equilibrio general ya no admite una determinación causal. Ni se puede decir, como en Smith,
que los precios de los factores determinan los precios de las mercancías, ni que los precios de
factores son determinados por los precios de las mercancías. De ahí que tampoco sorprenda
que la teoría del valor, da igual si es “objetiva” o “subjetiva”, fuese pronto concebida como
un desvío meramente innecesario y que tampoco sorprenda que se redujera la teoría
económica a un ocuparse de los sistemas de precios (por ej. en Cassel, 1918).
El sistema de precios de equilibrio solo puede determinarse por medio de las funciones de
oferta y demanda.