01 - Cinco Conferencias - I

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Cinco conferencias sore Psiconálisis

Conf. I

Freud dice que el mérito del nacimiento del psicoanálisis le corresponde al Dr.
Josef Breuer, que aplicó por primera vez ese procedimiento a una muchacha afectada de
histeria de 1880 a 1882 (Anna O.). La paciente era una mujer de 21 años, muy inteligente,
que desarrolló una serie de perturbaciones corporales y anímicas. Sufrió una parálisis con
rigidez en las dos extremidades del lado derecho, y a veces, también en el izquierdo;
deficiencias en la visión, dificultades para sostener la cabeza, asco frente a los alimentos y,
en una ocasión, incapacidad para beber durante semanas, problemas para hablar y
estados de ausencia y confusión. La paciente contrajo la enfermedad mientras cuidaba a
su padre, a quien amaba profundamente, de una dolencia que finalmente lo mató, y a
quien, a raíz de sus propios males, debió dejar de prestarle ayuda.
Breuer había notado que, en sus estados de ausencia, la enferma murmuraba
palabras inconexas. Entonces él la ponía en una suerte de hipnosis y se las repetía a fin de
que ella las retomase. Así lo hacía la paciente, y de ese modo reproducía ante el médico
las creaciones psíquicas que la gobernaban durante las ausencias. Eran fantasías
tristísimas que por lo general partían de la situación de la muchacha en el lecho de su
padre enfermo. Cada vez que contaba cierto número de fantasías, quedaba como liberada
y recuperaba su vida anímica normal. Ese bienestar duraba varias horas y al día siguiente
daba paso a una nueva ausencia que era cancelada de igual modo. La paciente misma
bautizó a este novedoso tratamiento como cura de conversación o lo definía en broma
como limpieza de chimenea.
Pronto se descubrió como por azar que mediante ese deshollinamiento del alma
podía obtenerse algo más que la eliminación de perturbaciones anímicas recurrentes.
También se conseguía hacer desaparecer los síntomas patológicos cuando en la hipnosis
se recordaba, con exteriorización de afectos, la ocasión y el asunto a raíz del cual esos
síntomas se habían presentado por primera vez. “En el verano hubo un período de intenso
calor, entonces, sin razón alguna, a la paciente se le volvió imposible beber. Tomaba el
vaso, lo arrojaba lejos y, durante esos segundos caía en estado de ausencia. Cuando la
situación llevaba ya seis semanas, se pudo a razonar en estado de hipnosis acerca de su
dama de compañía inglesa, a quien no quería, y contó con todos los signos de la
repugnancia cómo había ido a su habitación y allí vio a su asqueroso perrito beber de un
vaso, pero no dijo nada”. Tras dar expresión a ese enérgico enojo que se le había quedado
atascado, pidió de beber y lo hizo en abundancia. Así la perturbación desapareció para
siempre.
Hasta entonces nadie había eliminado un síntoma histérico por esa vía. Entonces
Breuer pasó a investigar de manera planificada la patogénesis de los otros síntomas más
graves. Y así era, casi todos los recuerdos habían nacido como unos restos de vivencias
plenas de afecto a las que después llamaron traumas psíquicos, que eran esclarecidas por
la referencia a la escena traumática que las había causado. Lo que dejaba como secuela el
síntoma, no siempre era una vivencia única, sin que la mayoría de las veces se refería a
repetidos y numerosos traumas. Toda esta cadena de recuerdos patógenos debía ser
reproducida luego en su secuencia cronológica en sentido inverso: los últimos primero, y
los primeros en último lugar.
Las perturbaciones en la visión de la enferma se reconducían a situaciones de este
tipo: estaba sentada, con lágrimas en los ojos, junto al lecho de su padre, cuando este le
preguntó la hora; ella no veía claro, acercó el reloj a sus ojos y la esfera se le apareció muy
grande, o bien se esforzó por sofocar las lágrimas para que el padre no las viera. Todas las
impresiones patógenas venían desde la época en que cuidó a su padre enfermo. Otra vez
estaba sentada a su lado con el brazo derecho sobre el respaldo de la silla, cayó en un
estado de sueño despierto y vio cómo desde la pared una serpiente negra se acercaba al
enfermo para morderlo. Quiso espantar al animal, pero estaba como paralizada; el brazo
se le había “dormido”. Probablemente intentó espantar a la serpiente con la mano
derecha paralizada y por esa vía su anestesia y parálisis entró en asociación con
alucinación de la serpiente. En su angustia quiso rezar, pero no le salían las palabras, hasta
que dio con un verso infantil en inglés y entonces pudo seguir pensando y orando en esta
lengua. Al recordar toda esta escena en la hipnosis, quedó eliminada también la parálisis
rígida del brazo derecho que persistía desde el comienzo de la enfermedad, llegando así a
su fin el tratamiento.
Freud explica que los enfermos de histeria padecen de reminiscencias. Sus
síntomas son restos y símbolos mnémicos de ciertas vivencias traumáticas. Los histéricos y
los neuróticos no solo recuerdan las dolorosas vivencias de un pasado lejano: todavía
permanecen adheridos a ellas, no se libran del pasado y por él descuidan la realidad
efectiva y el presente. Esta fijación de la vida anímica a los traumas patógenos es uno de
los caracteres más importantes y de mayor sustantividad práctica de las neurosis.
Hasta acá se vio el nexo de los síntomas histéricos con la biografía de la paciente. A
partir de otros dos aspectos de la observación de Breuer podemos obtener una guía
acerca del modo en que es preciso concebir el proceso de contracción de la enfermedad y
del restablecimiento.
En primer lugar, corresponde destacar que la paciente de Breuer, en casi todas las
situaciones patógenas debió sofocar una intensa excitación en vez de poder expresarla
mediante los correspondientes signos de afecto, palabras y acciones. En la vivencia con el
perro sofocó cualquier exteriorización de su asco intenso, y mientras cuidaba a su padre,
tuvo el permanente cuidado de que él no notara su angustia y tristeza. Cuando después
reprodujo ante el médico esas mismas escenas, el efecto entonces inhibido afloró en
forma violenta. Y el síntoma que había quedado pendiente de esa escena cobraba su
máxima intensidad a medida que uno se aproximaba a su causación, para desaparecer una
vez tramitada esta última. Los destinos de esos afectos, que uno podía representarse
como magnitudes desplazables, eran entonces lo decisivo tanto para contraer la
enfermedad como para el restablecimiento. Así resultó forzoso suponer aquella sobrevino
porque los afectos desarrollados en las situaciones patógenas hallaron bloqueada una
salida normal, entonces esos afectos “estrangulados” eran sometidos a un empleo
anormal. En parte persistía como lastres duraderos de la vida anímica y fuentes de
constante excitación; en parte experimentaban una trasposición a inusuales inervaciones
e inhibiciones que se constituían como los síntomas corporales del caso. Para este último
caso, Freud acuñó el nombre de conversión histérica. En esta teoría psicológica de la
histeria, adjudicamos el primer rango a los procesos afectivos.
Freud dice que una segunda observación de Breuer lleva a conceder una
significatividad considerable a los estados de conciencia entre los rasgos característicos
del acontecer patológico. La enferma de Breuer mostraba múltiples condiciones anímicas
(estados de ausencia, confusión y alteración del carácter) junto a su estado normal. En
este último no sabía nada de aquellas escenas patógenas, las había olvidado. Cuando se la
ponía en estado de hipnosis, se lograba traer a su memoria esas escenas y a través de este
trabajo de recuerdo los síntomas eran cancelados. El estudio de los fenómenos hipnóticos
los había familiarizado con la concepción de que en un mismo individuo son posibles
varios agrupamientos anímicos que pueden mantener bastante independencia recíproca,
“no saber nada” unos de otros y atraer hacia sí alternativamente a l conciencia. A veces se
observan casos espontáneos de esta índole que se denominan “doble conciencia”. Cuando
la conciencia permanece ligada de manera constante a uno de esos estados, se lo llama el
estado anímico consciente, e inconsciente al divorciado de él.
Breuer postuló la hipótesis de que los síntomas histéricos nacían en unos
particulares estados anímicos que él llamó hipnoides. Excitaciones que caen dentro de
tales estados hipnoides devienen con facilidad patógenas porque ellos no proveen las
condiciones para un decurso normal de los procesos excitatorios. De estos nace entonces
el síntoma: que penetra como un cuerpo extraño en el estado normal, al que le falta, en
cambio, toda noticia sobre la situación patógena hipnoide. Donde existe un síntoma, se
encuentra también una amnesia, una laguna del recuerdo; y el llenado de esa laguna, lleva
a la cancelación de la causa que genera el síntoma.

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