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Historia

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Reseñas

Lowell Gudmundson y Justin Wolfe (editores). La negritud


en Centroamérica. Entre raza y raíces. San José: Universidad
Estatal a Distancia, 2012, 505 pp.

Germán Negrete-Andrade 1

C onocer las expresiones de la cultura y la historia de los pueblos afrodescendien-


tes en América implica acercarse a un panorama amplio que abarca música, rit-
mo y baile, comidas y bebidas, cultivos para alimentar el cuerpo y el espíritu, pro-
cesos de resistencia al sistema represivo de la esclavitud, plantaciones asociadas a la
explotación laboral, marginación y adaptación, luchas libertarias, confrontaciones
políticas, corporalidades y sexualidad, debates raciales, oralitura, transculturación,
religión y creencias, todo en un solo paquete que articula la identidad de los pue-
blos y las personas que dan vida a la diáspora africana en América. En esta reseña
se revisarán algunos de esos elementos tomando como punto de referencia la zona
geográfica centroamericana pasando por Amantitlán, Costa Rica, La Mosquitia,
Omoa, Guatemala y Nicaragua, a la luz del libro La negritud en Centroamérica. Entre
raza y raíces.
Este libro comprende dos grandes partes descritas así: “Mundos coloniales de
esclavitud y libertad” y “Haciendo naciones y reinscribiendo raza”. Hagamos una
mención a algunos elementos conceptuales de los trabajos que le dan cuerpo al li-
bro, al revisar la estructura de estos dos capítulos. En la primera parte Paul Lokken,
Russel Lohse, Karl H. Offen, Rina Cáceres y Catherine Komisaruk presentan
un recorrido por distintos escenarios que construyeron y habitaron los africanos
esclavizados y sus descendientes. El primero de ellos hace una definición de sus
orígenes cuando llegaron a Guatemala entre los siglos XVI y XVII, y señala que
procedían con frecuencia de África occidental, en particular de los grupos Angola,
Anchico, Bran, Congo y Banon; lo que da como resultado una transformación de
la sociedad guatemalteca.
Vemos la descripción del cambio de la mano de obra indígena por la nueva
fuerza laboral africana en las haciendas cacaoteras como parte de un naciente siste-
ma productivo en Matina, Costa Rica. Además, se pensaba que los cuerpos de los
africanos esclavizados eran más resistentes a la malaria y a las fiebres malignas que

1. Universidad de Antioquia.

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los de cualquier indígena o blanco que pisara las tierras costarricenses por aquellos
tiempos. El cacao se convirtió en una moneda de compra y venta, y los esclavos
tenían acceso a una pequeña porción de la producción, lo cual les abrió una venta-
na para entrar en un sistema económico que trajo como consecuencia –afortunada
para ellos– la posibilidad de tener un estilo de vida casi libre, e incluso algunos lle-
garon a comprar su libertad con las utilidades recabadas de los sembradíos de cacao.
Anotamos que en la Mosquitia colonial se intentó explicar la diferencia para
justificar la esclavitud y fomentar el privilegio de los blancos. Siendo el mestizaje
un hecho crucial se necesitó implementar una serie de categorías distintivas desde
la racialización. Dadas las relaciones del pueblo miskitu con las rutas de comercio
inglesas, crearon en su imaginario un “blanqueamiento” que solo apreciaban con
sus propios ojos, generando así una forma de vivir su “Piel negra, máscaras blan-
cas”, para usar la expresión que titula el libro de Frantz Fanon.2
En Omoa se vivían toda suerte de debates en torno del estatus, el acceso y los
vínculos de la población esclava en las esferas comerciales. Los principales traba-
jos para los africanos esclavizados eran las tareas de construcción de obras civiles,
cuadrillas de limpieza y carpintería. Es interesante el aspecto que describe Rina
Cáceres sobre las mujeres en este contexto colonial, cuando menciona que las
afrodescendientes servían de apoyo para el desmonte en los cultivos, y señala que
con frecuencia las jóvenes sufrían abusos por parte de los capitanes de cuadrilla
que detentaban un poder ilimitado y, en ocasiones, por los mismos negros.
Leemos otro punto de referencia sobre la esclavitud y el mestizaje en Guate-
mala cuando Catherine Komisaruk nos menciona que este país centroamericano
tuvo unas lógicas particulares en las relaciones esclavistas, puesto que los amos
estaban prestos a manumitir a sus piezas por las constantes tentativas de huida y su-
blevación, aceptando una manumisión que seguía operando por otra vía: una eco-
nomía extractiva donde el esclavo constituía el eje de la producción. Sin embargo,
lo anterior abre un debate sobre los africanos esclavizados y sus descendientes:
entre las posibilidades que tuvieron de ser libres o hacerse ladinos.
Con los trabajos de Justin Wolfe, Lowell Gudmundson, Juliet Hooker, Lara
Putnam, Ronald Harpelle y Mauricio Meléndez Obando se ensambla la se-
gunda parte del libro. En ella nos queda claro que en la Nicaragua de mediados
del siglo XIX se presentan una serie de luchas políticas en medio de un crecien-
te liberalismo popular, guerras civiles, intervención extranjera y un nacionalismo
emergente (p. 239); los afronicaragüenses intentaron conseguir un espacio de fi-
guración y acción política, pero era evidente que los blancos dominaban la escena
pública, y a lo largo de todo el siglo XIX la desigualdad racial y discriminación
permanecieron como una “cruel coyunda”.
En el siguiente capítulo del libro se plantea la pregunta por la importancia del
color de piel a finales del siglo XIX en el mismo país. Se referencian varias tablas
que categorizan la población nicaragüense en blancos, indios, mestizos, mulatos,

2. Título original: Peau noire, masques blancs. Versión referenciada: Frantz Fanon. Piel negra, máscaras blancas (Madrid: Ediciones
Akal, 2009).

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negros y zambos. No obstante se buscó efectuar un “blanqueamiento” de la nación


anulando las etnicidades y las expresiones de la cultura que no fueran de la gente
blanca, y por aquella época los mismos nicaragüenses lo aceptaban y replicaban el
patrón creando de alguna manera un “país sin negros”.
La racialización del espacio y la distribución espacial de la raza es el debate que
plantea Hooker. Indígenas y negros en La Mosquitia son considerados como infe-
riores y se les estigmatiza como salvajes, legitimándose así un control de las elites
sobre los derechos de los otros, llámense indígenas o negros. Es válido señalar que
aquellas ideas colonialistas tienen repercusiones estructurales en la conformación
actual de la sociedad nicaragüense.
Múltiples migraciones, flujos y reflujos de hombres y mujeres afrodescendien-
tes en las distintas regiones de América Central y el Gran Caribe, todos en busca
de oportunidades laborales en medio de la tambaleante economía de finales del
siglo XIX y principio del XX. Los trabajos para los afronorteamericanos y afroca-
ribeños estaban mediados por las necesidades de producción que la inversión del
capital extranjero decidiera realizar con sus nacientes empresas transnacionales. A
pesar de la significativa presencia de las poblaciones afrodescendientes, no se logró
quitar la marca de ser foráneos al fin, en medio de un racismo estatal anti negro y
una serie de políticas de restricción migratoria.
Ligado a lo anterior, Ronald Harpelle presenta las “zonas blancas” que cons-
truyeron empresas multinacionales encabezadas por la United Fruit Company a
principio del siglo XX en Centroamérica. Las zonas blancas tenían un conjunto
de elementos para dar comodidad, lujos y excentricidades a los empleados blancos
estadounidenses y europeos. Las esposas de los hombres que venían como mano
de obra extranjera cualificada, sirvieron para implementar un control sobre las po-
sibles relaciones de sus esposos con las mujeres locales. En ese sentido, las mujeres
desempeñaron un papel determinante en las zonas blancas: los hombres optimi-
zaban la producción en la empresa mientras ellas construían un “hogar ideal” con
los hábitos y las buenas costumbres aprendidas en sus países de origen, lo que en
últimas era el binomio perfecto para maximizar las utilidades de la empresa. Estos
espacios habitados por los blancos sirvieron para acentuar la segregación social, al
crear una barrera física y de clase en los distintos lugares donde existieron estos
gallineros cercados con alambres de púas.
Meléndez Obando relata cómo una variedad de procesos raciales, políticos,
sociales y culturales han hecho que la visibilización y el reconocimiento de las po-
blaciones afrodescendientes en Costa Rica y Nicaragua sea absolutamente difuso.
Pero en distintos contextos ha sido fundamental el aporte afro en las sociedades
costarricense y nicaragüense; se mencionan personajes significativos en la esfera
política, héroes locales, destacados literatos y recordados obispos que tuvieron un
linaje con raíces afrodescendientes, los cuales aprovecharon decididamente un re-
novado panorama público que se abrió desde 1821 y con el cual las poblaciones
negras de Costa Rica y Nicaragua comenzaron a liberarse del tutelaje del colo-
nizador blanco y a borrar la marca de una exclusión centenaria. Es claro que el

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parentesco y las relaciones filiales de los afrodescendientes han transformado y


dinamizado las sociedades centroamericanas.
Con esta compilación de artículos se busca desmontar la idea clásica de que las
manifestaciones dispersas de los africanos esclavizados tienen su epicentro en las
islas del Caribe, y en las costas de países de Suramérica: Brasil, Colombia, Guyana y
Venezuela. Este trabajo sobre el contexto geográfico centroamericano nos muestra
todo lo contrario, ya que devela, de manera puntual y contundente, que en la tie-
rra firme de América Central también se experimentaron tiempos coloniales, y se
sigue viviendo en nuestros días la presencia de gente afrodescendiente; amarrando
raza y raíces en diferentes contextos sociales, económicos, políticos y culturales.

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