1.-KOSTELNIK 2009 Autoconocimiento
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1.-KOSTELNIK 2009 Autoconocimiento
El objetivo de este capítulo es estudiar sobre el autocono- Comprenderemos las estrategias comunicativas del
cimiento y su relación con el conocimiento social. Cómo adulto asociadas a un ambiente verbal positivo y las de una
los niños con el tiempo van adquiriendo el concepto del comunicación positiva para interactuar con los miembros
yo y la autoestima. Asimismo entenderemos las carac- de la familia.
terísticas tanto del ambiente verbal negativo como del Por otro lado aprenderemos a evitar errores en la comu-
positivo. nicación verbal con el niño y su familia.
Un día María estaba ocupada haciendo este dibujo (figura 4.1) en su pupitre. Miró
de reojo, apretó los labios y siguió trabajando largo tiempo. Con mucho cuidado
trazó en el dibujo las partes de su cuerpo y las de su familia. Cuando terminó dejó
el lápiz sobre el pupitre con un “Ya está” de satisfacción. Después dijo “¿Quiere
ver mi dibujo? Soy yo y mi familia. Vea aquí estoy yo, aquí está V y aquí están los
gemelos, papá y mamá. Yo estoy grande porque soy especial. Soy el segundo bebé y
la hermana grande... y esto es importante”.
María tiene un sentido optimista del yo. Es una niña de edad preescolar que ya comienza a definir
quién es y quién no es, así como su lugar en el mundo social formado actualmente sobre todo por
su familia. Y es precisamente dentro de ese contexto social donde al interactuar con las personas
de su ambiente seguirá expandiendo su sentido del yo y logrando un mayor conocimiento de sí
misma.
al
oci
Reflexiona sobre las ideas
o s de otros en relación con el yo
e n t
imi
Sabe que otros también
sus ideas
Reconoce el
yo concreto
Conciencia
del yo
Figura 4.2 Transición del autoconocimiento al conocimiento social en busca de la competencia social.
94 Capítulo 4 ■ Cómo fomentar la adquisición del sentido del yo en los niños mediante la comunicación verbal
Cuando el niño empieza a considerar los pensamientos ajenos, manifiesta gran egocentrismo
cuando supone que la gente piensa exactamente igual que él. Por ejemplo, a Sara no le gusta la col. Ve
que están sirviéndola en la comida y exclama: “De ninguna manera. A nadie le gusta eso”, convencida
de que dice la verdad porque a ella no le gusta. De este pensamiento egocéntrico nace poco a poco la
idea de que otros pueden tener ideas, pensamientos, creencias y emociones distintas de las suyas. Esto
se advierte desde los 3 o 4 años de edad según las experiencias sociales, cognoscitivas y lingüísticas.
Por último los niños empiezan a predecir o suponer que las ideas de los demás no son iguales a
las propias. El nivel más rudimentario ocurre entre los 4 y 5 años de edad. Gracias a la capacidad de
predecir lo que la gente piensa en las situaciones sociales, el niño adapta su conducta a las reaccio-
nes previstas.
Jonathan observó que la educadora veía disgustada el agua esparcida sobre el piso.
Interpretó la mirada como un gesto de malestar (contrario al gusto que él sentía al
jugar en el agua con una pelota), entonces decidió ir por una toalla y secar el piso
para evitar una reacción negativa por parte de ella.
Durante la transición del autoconocimiento al conocimiento social el niño expande activamente
su competencia social. Por supuesto el proceso de entender a los demás se realiza a lo largo de toda la
vida y se amplía a través de los años conforme el niño va dominando las capacidades cognoscitivas,
lingüísticas y sociales. El ciclo a lo largo de este proceso no es lineal; más bien se trata de un patrón
con altibajos donde cada fase produce más experiencias dentro del mundo social. Además del au-
toconocimiento, otros dos aspectos del yo guardan estrecha relación con el conocimiento social y la
subsecuente competencia en esta área: el autoconcepto y la autoestima.
Autoconcepto
Mientras que en el autoconocimiento uno se percata de que el yo está separado de otros en el en-
torno, el autoconcepto es la manera en que el niño define su persona usando una combinación de
atributos, capacidades, conductas, actitudes y valores que supuestamente lo representan y lo hacen
distinto del resto de la gente. Puesto que la construcción “¿Quién soy yo?” tiene un origen cognosci-
tivo y social, el niño al ir cambiando su pensamiento cognoscitivo llega a verse y definirse en formas
más complejas. Son distinciones que surgen poco a poco y que cambian constantemente desde la
niñez temprana hasta la edad adulta. En consecuencia, el autoconcepto se diferencia cada día más y
se vuelve más complejo al ir madurando el niño.
Etapa de los primeros pasos. Hacia los 18 meses de edad el niño se distingue a sí mismo cla-
ramente de los demás. En parte ello ocurre cuando aprende a nombrarse y describirse con palabras.
Entonces, al darse cuenta de que es un ser separado de otros, verbaliza rápidamente “Mío” cuando
reclama una posesión favorita y “Yo” cuando se refiere a su imagen en un espejo o fotografía; y ad-
vierte el impacto que su comportamiento tiene en la gente. Al final del segundo año de vida ya posee
un sentido bien establecido de su persona, con suficiente poder para influir en la gente, las cosas y lo
que sucede a su alrededor.
Conforme un niño domina más la habilidad lingüística, también reflexiona con mayor objetivi-
dad sobre su persona. Las primeras descripciones se centran en atributos de categoría como edad y
sexo. Proclama con orgullo: “Yo dos”, “Soy mujer”.
Etapa preescolar. A partir de conceptos aprendidos en la etapa anterior el niño de 2, 3 y 4 años
se define a sí mismo con términos muy concretos y observables. Las descripciones contienen atri-
butos físicos (“Tengo pelo castaño”), posesiones (“Tengo una bicicleta”) y preferencias (“Me gusta el
Evolución del conocimiento social y del yo en la infancia 95
conductuales que fueron estableciéndose con el tiempo y que según los niños van a proseguir (soy
inteligente; soy tímido; trabajo con mucho empeño). Esta concepción del yo refleja una orientación
más abstracta, que ahora es posible gracias a las experiencias acumuladas y a funciones cognosciti-
vas más avanzadas. En conclusión, el niño inicia la adolescencia con mayor autoconocimiento que
el que podría tener en etapas anteriores de su vida.
Autoestima
Con el mejoramiento del conocimiento de sí mismo aumenta también la capacidad de evaluarlo,
emitiendo al mismo tiempo juicios positivos y negativos sobre la autoestima. Igual que en el caso
del autoconocimiento y autoconcepto, se trata de una capacidad que se perfecciona con el tiempo.
El niño utiliza la información (obtenida de palabras y acciones) que otros emiten respecto al valor
personal. Dichos juicios se realizan comparándolos con algún criterio o expectativa internalizada.
He aquí algunos ejemplos:
Soy bonito. No soy muy bonito.
Le agrado a la gente. No le agrado mucho a la gente.
Soy inteligente. No soy muy inteligente.
Sé hacer las cosas. Hay muchas cosas que no hago bien.
Figura 4.3 Soy ágil. Soy torpe.
Autorretrato de Me agrado. No me agrado.
Ana a los 11 años
de edad; representa Autoestima es el nombre que se da a este componente evaluativo del yo. Consta de tres dimen-
los atributos físicos siones generales: valor, competencia y control. El valor de una persona se basa en el aprecio que se
del yo dentro del tenga y la percepción de la gente. La competencia se refiere a la convicción de que uno es capaz de
autoconcepto.
realizar actividades y alcanzar las propias metas. El control designa hasta qué punto un individuo
cree que puede influir en el resultado y los acontecimientos del mundo. Quienes juzgan su valor, su
competencia y control en términos generalmente positivos tienen gran autoestima; aquellos cuya
opinión de todo lo anterior es negativa mostrarán poca autoestima.
Importancia de la autoestima. Aunque la autoestima de las personas sea alta o baja, positiva
o negativa, ejerce un tremendo impacto en la capacidad de obtener alegría y satisfacción de la vida
y guarda estrecha relación con la felicidad. Afecta lo que uno piensa de su persona, la manera de
prever la reacción de la gente y lo que uno cree poder lograr. Además, se da una notable correlación
entre la autoestima y las relaciones personales. Quien posee gran autoestima tiende a cultivar más
relaciones sanas y positivas con coetáneos y amigos, por el contrario quien posee poca autoestima
se aísla y encuentra menos oportunidades de hacer amigos. Además, las relaciones se deterioran
porque no se siente satisfecho con la relación y siempre está en busca de mayor aceptación. En
cambio, quienes poseen gran autoestima suelen adoptar conductas más prosociales y menos an-
tisociales.
El niño con gran autoestima estará contento consigo mismo y evaluará sus capacidades de ma-
nera muy optimista. Muestra mayor seguridad social; es más sociable, extrovertido y asertivo. Se
considera competente y simpático. Siente que tiene el control, convencido que sus actos determinan
su futuro. Por todo ello se pronostica que logre el éxito en su vida y que supere las circunstancias difí-
ciles. En las interacciones sociales prevé que sus intercambios con los demás serán placenteros y que
influirán positivamente en el resultado. Es una actitud optimista que facilita el dar y recibir amor.
Este niño confía en sus juicios personales, de ahí la capacidad de expresar y defender las ideas en las
Evolución del conocimiento social y del yo en la infancia 97
que cree, aun cuando la gente las rechace. Al tropezar con obstácu-
los, recurre a sentimientos positivos del pasado para franquearlos.
Además, con la edad y la experiencia tienden a evaluar objetiva-
mente sus capacidades y limitaciones, separando las deficiencias
en un área y los éxitos en otra. Cuando fracasa, se concentra en
sus virtudes para superar la situación y mantiene intactas las ideas
acerca de su personalidad. Por estas razones una gran autoestima
produce satisfacción con la vida, buena salud mental y felicidad.
En cambio, una autoestima baja suele acompañarse de depre-
sión, ansiedad, ideas suicidas y violentas, así como desajuste. Tam-
bién se relaciona con agresión, conducta antisocial y delincuencia.
El niño con una autoestima totalmente negativa muestra inepti-
tud, incompetencia, miedo y rechazo, además, tiende a ser menos
objetivo con sus capacidades y a concentrarse en sus debilidades.
Su actitud no guarda un sano equilibrio, sino que se centra fun-
damentalmente en las deficiencias. Este niño se considera poco
capaz de influir en los demás y piensa que las interacciones signi-
ficarán costos negativos para él. Ve que cuanto le sucede depende En los primeros años de la escuela primaria el niño emite
principalmente de factores fuera de su control; está convencido juicios diferentes sobre sus capacidades en un área, como la
música, por ejemplo, frente a otra como el deporte.
de que por mucho empeño que ponga le irá mal a menos que le
ayude la suerte. En consecuencia, dudará en expresar su opinión, no será independiente y tenderá a
aislarse o a estar solo. A menudo una actitud tan sombría lo lleva a crearse defensas complejas para
proteger su ego tan frágil o evitar cualquier rechazo. Uno de los medios más comunes de autopro-
tección consiste en mantener la gente a distancia o en enaltecerse a costa de los demás. La calidad de
vida se deteriora cuando la autoestima es baja.
Aunque la investigación efectuada hasta la fecha generalmente ha estudiado la autoestima como
un concepto de “todo o nada”, en realidad casi siempre se da un punto intermedio entre ambos ex-
tremos. Además en nuestra vida experimentamos una autoestima alta o baja que depende de las
circunstancias. Estas variaciones se deben a la naturaleza dinámica del desarrollo, por tanto, quizá
lo más correcto sea concebir la autoestima alta como algo que incluye juicios positivos en muchos
aspectos de la vida, mezclados con algunos juicios negativos. Una autoestima baja representa la
combinación antagónica de las percepciones personales.
Evolución de la autoestima
Así como el autoconcepto sigue una secuencia normativa, también el desarrollo de la autoestima
se ajusta a un patrón. Los niños de 1 a 2 años y los preescolares tienden a evaluar la autoestima en
forma global. Es decir, no distinguen entre los diversos aspectos del yo (por ejemplo, el yo cognosci-
tivo frente al yo físico). Más bien se consideran competentes o incompetentes en todas las áreas. En
cambio, la autoevaluación suele ser muy positiva en esa edad. Quizá porque los niños pequeños no
conocen la diferencia entre la conducta/comportamiento que desean y la real.
La opinión del niño cambia con las circunstancias ya que el autoconcepto está arraigado en el
lugar y momento presentes. Jessica —una niña de 3 años de edad que sin ayuda aprendió a abrir
y cerrar la puerta con malla contra insectos— tal vez se sienta muy contenta con su nueva proeza.
Orgullosa anuncia: “Puedo hacer cualquier cosa”. Pero momentos más tarde quizá rompa en llanto
98 Capítulo 4 ■ Cómo fomentar la adquisición del sentido del yo en los niños mediante la comunicación verbal
cuando su hermano mayor le dice que es demasiado pequeña para jugar con él en el patio trasero.
En ese momento su autoevaluación tal vez sería “No puedo hacer nada”.
Los preescolares de mayor edad y los niños de primaria empiezan a fragmentar sus ideas
de la autoestima. Evalúan el yo en varias categorías: sociales, físicas e intelectuales. Con mucha
frecuencia, entre los 5 y 7 años de edad, tienden a exagerar sus capacidades, viéndose a sí mismos
bajo una luz muy favorable (figura 4.4). Pero tal vez crean que son malos en todo, si son someti-
dos a una socialización negativa extrema. A los 8 años de edad casi todos trazan una distinción
esencial respecto a sus capacidades en cada área. A partir de entonces la autoestima constituye
una combinación multifacética de percepciones, es decir, un niño puede albergar sentimientos
positivos sobre su persona en el aspecto académico y, al mismo tiempo, sentimientos negativos
en lo tocante al deporte. Una aclaración: el mero hecho de admitir deficiencias en un área no
genera automáticamente poca autoestima. La importancia relativa de una categoría también se
basa en el juicio de sí mismo. En consecuencia, un niño puede llegar a la conclusión “No soy
bueno para reparar cosas y no me importa”. El hecho de ver los aspectos positivos del yo junto
con las deficiencias hace más probable que la autopercepción coincida más con las opiniones de
los demás.
El estrés es el último factor que interviene en la autoevaluación. El niño que sufre un problema
emocional tiende a subestimar sus capacidades. Descubre menos atributos positivos en su persona
y, por lo mismo, presenta una autoestima más baja.
A medida que el niño obtiene experiencias de la vida, su autopercepción se va volviendo más
estable. En vez de cambiar mucho de una situación a la siguiente, empieza a descubrir patrones
relacionados con sus capacidades físicas, intelectuales y sociales. Tiene en cuenta los patrones al
emitir un juicio sobre sí mismo. Esto se comprueba cuando un niño asegura: “Soy bueno para
la ortografía”. “Me cuesta mucho hacer amigos”. Tales percepciones constituyen el fundamen-
to al proyectar un yo futuro/posible, como cuando dice: “Probablemente no les agradaré. Nunca
he sido bueno para hacer amigos” o “Soy bueno para las matemáticas. Si sigo practicando logra-
ré resolver esos problemas”. Hay evidencia de que esos patrones del pensamiento suelen durar
y pueden ser difíciles de cambiar. Por ejemplo, un niño de 10 años con una gran autoestima la
conservará casi seguramente en la adolescencia e inclusive en la edad adulta, también sucede a
la inversa, con frecuencia una autoestima baja en la niñez intermedia predice autojuicios negati-
vos conforme va madurando el individuo. Y ahora una aclaración: la evolución de la autoestima
nunca termina en realidad. La autopercepción sigue estando bajo el influjo de las interacciones
recíprocas y del ambiente a lo largo de la vida. En la tabla 4.1 (pág. 100) se muestra gráficamente la
evolución del yo a través del tiempo.
Influencias de la autoestima. Hay multitud de factores que repercuten en la autoestima
del niño, entre otros: la conducta y el lenguaje de la gente, los mensajes culturales y el género del
pequeño. Los más importantes son los individuos con quienes interactúa diariamente: padres,
maestros, compañeros y hermanos. Al aceptar o rechazar las acciones de ellos el niño recibe
una respuesta a las preguntas “¿Quién soy?”, “¿Qué tipo de persona soy?” y “¿Me aprecian los
demás?”. Los individuos que acabamos de mencionar son como un espejo donde el niño se con-
templa y luego juzga lo que ve. Si percibe una imagen negativa, rechazadora o punitiva, se sentirá
indigno de ser amado, incompetente y desvalorizado. También puede percibir lo contrario: en
la presencia de adultos sensibles y cariñosos se sentirá digno de ser amado, competente y apto.
Cuanta más importancia le atribuya al “juez”, más influirá éste en la opinión que el niño tiene
de sí mismo. El niño es sensible a la opinión que perciben esos adultos y, a menudo, la adoptará
como propia.
El lenguaje que se emplea en la comunicación entre ambos produce una historia de la vida
del pequeño. La consecuencia principal es la manera en que los adultos narran el mundo del
niño: “Eres muy servicial”, “¡Necesitamos que te laves las manos!” o “Te equivocaste al tirar ese
balón y por eso no anotaste”. El contenido que los adultos incluyan en la descripción (al optar
por ignorar o ampliar los aspectos tanto positivos como negativos) refuerza el conocimiento del
niño y el juicio que después emitirá sobre el yo. Más aún, en este tipo de habla narrativa se refleja
gran parte de la memoria autobiográfica del niño. Es una memoria que no siempre reproduce
fielmente los hechos, sino más bien el recuerdo infantil basado en la percepción específica de
eventos. El niño se vale de este tipo de memoria ante un problema. Compara la experiencia ac-
tual con los recuerdos tomados de su “banco autobiográfico”. Después le sirven para determinar
si la situación actual será exitosa o un fracaso. Más adelante en el capítulo retomaremos el tema
del habla narrativa.
100 Capítulo 4 ■ Cómo fomentar la adquisición del sentido del yo en los niños mediante la comunicación verbal
Conocimiento general Se describe en términos Agrupa rasgos concretos para Realiza descripciones del yo
del yo separado del concretos, una cosa a la formar una descripción de agrupadas en rasgos: soy
cuidador vez (¡Soy niña! Tengo ojos su persona (Corro rápido, sociable (muchos amigos,
Inicio del azules) brinco alto, nado lejos... extrovertido, popular) o
reconocimiento del ¡Soy un atleta!) soy tímido (cuando no
¡YO! conozco a alguien)
Conciencia incipiente Concepto positivo global del Concepto positivo global Conoce y admite los aspectos
yo del yo; a veces ignora los positivos y negativos del yo
No ve aspectos negativos aspectos negativos para
no deshacer el marco
positivo
Sin comparaciones Rara vez se compara con Comparaciones temporales: Comparaciones sociales entre
otros, con excepción de lo suelen referirse a la el yo y lo que otros pueden
tocante a la equidad (¡Él equidad y a lo que el yo hacer. Así el niño se
recibió más!) podía hacer en el pasado conoce mejor a sí mismo
(Cuando tenía 4 años (No soy tan bueno para las
sólo podía pronunciar mi matemáticas como Javier,
nombre de pila. ¡Ahora lo ¡pero todos los días lleno
escribo completo!) el crucigrama antes que
nadie!)
Advierte las reacciones Advierte las reacciones de Se percata de cómo juzga la Evalúa el yo
de otros ante el yo otros ante el yo (agacha la gente el yo Sigue utilizando las
(llora y lo toman en cabeza cuando derrama Empieza a usar las evaluaciones de otros para
brazos) la leche) evaluaciones de otros para normar su conducta
controlar el yo
Parte del habla narrativa ocurre cuando el niño se concentra en transmitir mensajes culturales,
los cuales a su vez mejoran el sentido del yo cultural y la autoevaluación dentro de la propia cultura.
La definición que un niño da de su persona suele basarse en las de tipo cultural. Por ejemplo, los ni-
ños estadounidenses a menudo se definen como independientes y asertivos, mientras que los niños
chinos tienden a ufanarse de ser cooperativos y obedientes.
Por último, también el género participa en la autoestima, como lo prueba el siguiente dato: a
partir de la niñez intermedia los varones sienten mayor autoestima que las mujeres tanto en la au-
toevaluación global de la autoestima como en áreas específicas (académicas, deportivas o de otra
índole). La diferencia tal vez surja de las expectativas culturales respecto a las mujeres, sobre todo en
lo tocante a su aspecto físico.
la autoestima es algo que crean en el niño al decirle que es maravilloso, y otros confían en que
adquiere una gran autoestima con sólo participar en las actividades “reparadoras” durante algunos
lapsos del día reservados a tal fin. A esta última técnica de la instrucción directa se le vincula cada
vez más con el uso de programas comerciales, donde el niño y los profesionales pasan por una serie
de experiencias o manual de trabajo. Ninguno de estos enfoques tiene en cuenta la naturaleza ho-
lística tan compleja del desarrollo infantil. Por el contrario, aíslan la autoestima de otros dominios
evolutivos y la tratan como algo que se adquiere en dosis, no en un continuo a través del tiempo.
Inflar al niño con elogios artificiales y desmedidos puede producir narcisismo. Ni las actividades de
15 minutos apenas ni los comentarios elogiosos de un adulto le darán una sensación de bienestar
ni tampoco impedirán una percepción negativa de sí mismo. Como las experiencias que inciden
en la autoestima forman parte esencial de la vida, debe haber necesariamente actividades que de
verdad la mejoren.
Cuando los adultos demuestran que son personas de confianza, son amorosos, muestran interés
y respecto hacia los niños, proporcionan la clase “correcta” de apoyo socioemocional que necesitan
para aventurarse en situaciones nuevas, para iniciar el aprendizaje y no interrumpirlo. Con esas ex-
periencias les ayudan a adquirir un valor positivo del yo, más autoestima, un sentido de pertenencia
y equilibrio psicológico tanto en la escuela como en el centro de desarrollo. Éste es el clima emo-
cional. Cuando el niño y los adultos muestran respeto mutuo y se aprecian, avanzará el desarrollo
social, emocional y cognoscitivo del pequeño. Es el tono emocional expresado con palabras y accio-
nes lo que influye en todos los aspectos del desarrollo. Las relaciones sanas de apoyo contribuyen a
obtener resultados positivos en el sano desarrollo del pequeño. Por desgracia un desarrollo óptimo
se ve aminorado por una relación donde el niño no piensa que el adulto lo apoyará (figura 4.5). Las
conductas decisivas de los adultos pueden agruparse en dos grandes categorías: crianza y orienta-
ción. La primera designa los tipos de relación que establecen con el niño; la segunda se refiere a los
métodos de disciplina e instrucción que utilizan.
Calidad de
las relaciones
interpersonales del niño
Logros académicos
del niño
Ajuste
del niño
Calidad de
la conducta
social del niño
Crianza
Los adultos que demuestren afecto, aceptación, autenticidad, empatía y respeto seguramente fo-
mentarán juicios positivos del niño acerca de sí mismo. ¿Puede predecirse la reacción del niño ante
los futuros maestros a partir de la sensibilidad que las educadoras muestran ante las necesidades de
él? Si un niño se siente apoyado y apreciado en su entorno actual tenderá más a un buen desempeño
social y cognoscitivo, y a ver las experiencias nuevas como una oportunidad de éxito. Si los adultos
manifiestan su aprobación, dan afecto y responden adecuadamente a sus necesidades habrá mayo-
res probabilidades de que tengan hijos con una gran autoestima, y habrá menores probabilidades si
expresan desaprobación, no muestran interés o ignoran las necesidades de sus hijos. Recordemos
que éstas son precisamente las cualidades que caracterizan el carácter facilitador de las relaciones
de ayuda; además han sido señaladas como el elemento fundamental de una relación positiva entre
adulto y niño. Si los adultos lo tratan con delicadeza, él pensará que influye en su entorno y se sen-
tirá más en control. También estará seguro de merecer amor y ser competente. En el caso contrario
—o sea cuando el adulto adopta una actitud de rechazo, desinterés o indiferencia—, le será difícil es-
tar satisfecho consigo mismo y se forjará un modelo de persona de poco valor. El adulto manifiesta
tales actitudes al ignorar al niño o al parecer distante, impaciente, descortés y poco comprensivo. Si
se comporta así, el niño llegará a la conclusión de ser incompetente y no merecer nada. Lo anterior
se comprueba en los niños maltratados: creen merecer el trato que reciben de sus padres porque son
intrínsecamente malos.
Orientación
Los adultos que ayudan a los niños a aprender las cualidades necesarias para alcanzar la com-
petencia social favorecen una autoestima positiva. Albergan grandes esperanzas respecto a la
conducta infantil, hacen cumplir reglas razonables y alientan la participación en la formulación
de algunas de ellas. Tienden a estimular la sensación de competencia, dignidad personal y con-
trol cuando ofrecen una combinación de aceptación, de restricciones y una expectativa realista
referente a la conducta y al esfuerzo. Cuando los adultos se sirven de iniciativas alentadoras,
explican el motivo de las órdenes y no abusan de un lenguaje controlador, apoyan la adquisición
de autonomía en el niño. Cuando tienen expectativas apropiadas, es decir, ni demasiado riguro-
sas ni demasiado permisivas, habrá mayores probabilidades de que el niño sienta la motivación
intrínseca de aprender. Por el contrario, favorecerán un autojuicio negativo si hacen poco por
mejorar el sentido de competencia del niño, si son duros, si aplican reglas poco razonables o
no imponen ninguna. Más aún, probablemente el niño sentirá menor bienestar en el caso de
que recurran principalmente a premios extrínsecos para moldear y controlar la conducta. Sin
embargo, ocurre lo opuesto cuando las maestras disminuyen la cantidad de premios externos, la
competencia y comparación entre estudiantes; aumenta la motivación del niño, realiza activi-
dades difíciles y logra un desarrollo socioemocional en todos los aspectos. En los capítulos 10 a
15 explicaremos exactamente a qué se debe lo anterior y lo que significa para un profesional de
la niñez temprana.