Rotamozon (2009) - Orden Social, Subjetividad y Acción

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Retamozon, Martín

Orden social, subjetividad y acción


colectiva: Notas para el estudio de
los movimientos sociales

Athenea Digital

2009, nro. 16, p. 95-123

Retamozon, M. (2009). Orden social, subjetividad y acción colectiva: Notas para el estudio de los
movimientos sociales. Athenea Digital (16), 95-123. En Memoria Académica. Disponible en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.8824/pr.8824.pdf

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Athenea Digital - núm. 16: 95-123 (otoño 2009) -ENSAYOS- ISSN: 1578-8946

Orden social, subjetividad y acción


colectiva. Notas para el estudio de los
movimientos sociales1
Social order, subjectivity and collective
action. Notes for the study of the social
movements
Martín Retamozo
UNLP/CONICET

martin.retamozo@gmail.com

Resumen Abstract
El artículo presenta la categoría de subjetividad This article uses the concept of subjectivity to illuminate
colectiva como herramienta para indagar en la the study of social movements. Subjectivity can be
constitución de los movimientos sociales. La seen as a mediator between social sructure and
concepción de subjetividad como un proceso de collective action. The article explores how the concept
articulación de sentidos frente situaciones específicas of subjectivity can be useful in the study of those social
nos conduce a plantear una serie de asuntos ligados a movements that question the established social order.
su lógica de conformación y su funcionamiento como
una instancia de mediación entre la estructuración del
orden social y la acción colectiva. El artículo explora,
además, algunos campos que se vinculan a la
subjetividad y que sirven para la investigación de los
movimientos que disputan la conformación del orden
social., tales como la voluntad colectiva, los proyectos,
los imaginarios y las demandas sociales.

Palabras clave: Subjetividad colectiva; Movimientos Keywords: Subjectivity; Social movements; Collective
sociales; Acción colectiva; Orden social action; Social order

Introducción
¿Cuál es la relación entre orden social, subjetividad y acción colectiva? ¿Cómo es posible pensar esta
cuestión para comprender las experiencias de movilización social en el mundo actual? ¿Qué tipo de
teoría de las subjetividades y los sujetos es necesario desarrollar para abordar fenómenos como los
movimientos sociales? Estos interrogantes son algunos de los que guían el presente trabajo. Son estas
cuestiones las que nos interpelan y las que invocan diversos esfuerzos que, tanto en el marco de las
ciencias sociales como de la teoría política, han ofrecido importantes aportes en esta perspectiva.

1
El autor agradece a los dos dictaminadores anónimos de Athenea Digital por sus pertinentes críticas y sugerencias,
las cuales ayudaron a mejorar la primera versión de este artículo.

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Orden social, subjetividad y acción colectiva. Notas para el estudio de los movimientos sociales

El problema del vínculo entre estructura (orden social) y acción ha sido recurrente en la teoría social.
Buena parte de los estudios lo han trabajado a partir de dicotomías como micro-macro, sujeto-objeto,
actor-sistema. No obstante, y aún teniendo en cuenta los importantes avances en la construcción de
ángulos de observación de estos fenómenos (Dettmer, 2001,), las investigaciones que abordaron estas
temáticas han trabajado escasa y marginalmente los problemas vinculados a la acción y los sujetos
colectivos. Por otro lado las perspectivas preocupadas por los movimientos sociales, que tienen en la
acción y los sujetos colectivos su principal referencia, no han dado un tratamiento exhaustivo al problema
de la relación entre estructura y acción, antes bien han partido de algunos supuestos en este plano que,
frecuentemente, las han llevado a equívocos teóricos y confusiones metodológicas. Es decir, mientras
que el debate entre agente y estructura no incluyó entre sus preocupaciones medulares el problema de
los movimientos colectivos, los estudios sobre los movimientos tuvieron problemas para dar cuenta de
complejidades asociadas a la construcción de sujetos y su relación con el orden social. La tarea que nos
proponemos, entonces, puede inscribirse en la búsqueda, recuperación y reconstrucción de un enfoque
que contribuya a iluminar las complejidades de la relación entre estructura y acción y que, a su vez,
permita abordar el campo de los movimientos sociales y la acción colectiva.

El objetivo específico del artículo consiste en aportar a una construcción teórica y epistemológica que
pueda dar cuenta de la relación entre orden social y acción a partir de la incorporación de la categoría de
subjetividad colectiva. En esta perspectiva se propone, además, discutir una serie de elementos teóricos
que tienen implicancias epistemológicas, entre ellos, los sentidos, la voluntad colectiva, la decisión, el
deseo, la demanda social y los proyectos compartidos. De esta manera, argumentamos, esteremos en
mejores condiciones para abordar los procesos de construcción de los movimientos sociales, explicar
sus conformaciones y comprender los alcances y limitaciones para la disputa por el orden social en el
que tienen lugar.

El artículo se ordena de la siguiente manera: En la primera parte se reconstruye el debate sobre el


vínculo entre estructuración del orden social, sujetos y acción, para ello se recuperan diferentes
contribuciones con el objetivo de identificar aportes y limitaciones para una concepción de subjetividad.
En la segunda se avanza en una configuración teórica que tiene como centro a la subjetividad colectiva
como categoría para pensar la relación entre orden social y acción en perspectiva de los movimientos
sociales. Allí se avanza en la discusión sobre la relación de subjetividad y cultura, así como las lógicas
de funcionamiento de los procesos subjetivos. En la tercera sección, a partir de lo expuesto en los
apartados precedentes, proponemos algunos temas como las identidades, la voluntad, los proyectos y
los imaginarios, los cuales son necesarios abordar para pensar la constitución de movimientos sociales y
su acción histórica. Finalmente, se presentan algunas consideraciones sobre los campos de
investigación necesarios de reconstruir para el estudio de los movimientos sociales particulares.

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Martín Retamozo

El problema del vínculo estructura y acción2

Algunos antecedentes
La teoría social ha tratado el tema del vínculo entre orden social y acción a partir de diferentes
dicotomías: micro-macro (Alexander y otros, 1994; Salles, 2001), sujeto-objeto, acción-estructura
buscando, por lo general, superar ese dualismo (Giddens, 1996) y construir mejores posiciones para su
comprensión. En la historia de las ciencias sociales el problema, tratado en términos de estructura,
conflicto y acción (lucha), encuentra en Carlos Marx un punto de referencia ineludible. Si bien Marx
nunca dio un tratamiento sistemático el tema (por ejemplo, no hay en el marxismo una teoría de la acción
desarrollada como tal), la influencia de “no es la conciencia lo que determina la vida, sino la vida lo que
determina la conciencia” en la Ideología Alemana (Marx y Engels, 1982) y el Prólogo a la Contribución a
la Crítica de la Economía Política (1980) alimentaron interpretaciones que concebían una determinación
(aunque sea en última instancia, como decía Engels) de la estructura económica sobre las otras esferas
de la sociedad. En concordancia, en muchas concepciones los sujetos pasaron a ocupar el lugar de
epifenómenos de las contradicciones materiales en el desenvolvimiento dialéctico de la historia y como
tal no serían centrales en el análisis social (Althusser, 1985). Pese a esta línea dominante, es preciso
reconocer que existen momentos en la obra de Carlos Marx donde aparece tanto la libertad como la
capacidad de la acción de los sujetos para intervenir en el curso de la historia. La Tercera tesis sobre
Feuerbach (1986), el Dieciocho Brumario de Luís Bonaparte (1986, p. 95) e incluso ciertos pasajes de la
Ideología Alemana han dado lugar a corrientes teóricas que consumaron importantes aportes para
pensar una relación dialéctica entre las condiciones estructurales y la subjetividad desde el marxismo

Los intelectuales ligados a la Escuela de Frankfurt contribuyeron a la revisión del marxismo y aportaron
perspectivas en la temática que estamos planteando. Theodor W. Adorno se interrogó por aspectos
vinculados a la subjetividad a partir de articular su formación kantiana con los aportes de Carlos Marx y
Sigmud Freud (Adorno 1990 y 1991, et. al). Al pensar esta cuestión Adorno se apartó de las tesis más
clásicas del marxismo que suponían una ontología del proceso histórico donde el proletariado concilia la
unidad objeto-sujeto en la realización racional de la historia. Por el contrario, considera que el proceso
histórico no es una totalidad homogénea con un despliegue teleológico, sino que está sujeto a
discontinuidades ligadas a la capacidad de transformación de la praxis humana, es decir, lo concibe
como una resultante de la relación dialéctica entre las acciones de los hombres y la realidad material
(Buck-Morss, 1981, p.113). En consecuencia, propone orientar la investigación a indagar cómo los
sujetos se enfrentan a ese mundo y en él introducen la negación dialéctica del orden social dominante. El
escepticismo en la conformación de sujetos colectivos promovió en Theodor W. Adorno un regreso a
Kant y la filosofía del individuo, aunque lo hace impugnando la visión de las formas puras y las
categorías como sistema de estructuración subjetiva a priori, e introduce la dimensión histórica de la
conformación de esas formas de percibir. Adorno, entonces, historiza al individuo. Como consecuencia,
el sujeto de la experiencia no es un “sujeto trascendental” pero tampoco un sujeto colectivo, sino un
particular situado históricamente. Esto abre la posibilidad de investigar la conformación histórica de las
formas y las categorías utilizadas por la subjetividad (Buck-Morss, 1981).

2
El objetivo de este apartado no es hacer historia de la sociología, sino avanzar en las bases de la propuesta del
artículo a partir de situar los conceptos en perspectiva teórica e histórica.

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Orden social, subjetividad y acción colectiva. Notas para el estudio de los movimientos sociales

Esta posición de Theodor W. Adorno sobre la constitución histórica del sujeto individual puede ser
reapropiada para pensar la conformación de las subjetividades sociales. En esta perspectiva podemos
asumir su concepción de la historia y su noción de experiencia llevada a lo colectivo e indagar en los
modos de conformación del sujeto colectivo (que rechaza Adorno), y de allí investigar la configuración de
sujetos sociales y su potencialidad para abrir procesos de negación del orden social.

Esta posibilidad de pensar la conformación de sujetos colectivos puede enriquecerse si atendemos a los
estudios sobre historia y cultura de los sectores subalternos. Allí se destaca el singular aporte de Edward
P. Thompson (1984 y 1989) que nos ayuda a superar algunas de las limitaciones del individualismo
adorniano. Ambos autores comparten la idea de la historia como producto de la acción de los hombres,
aunque en un marco limitado por constreñimientos estructurales. Pero Thompson sitúa en esa condición
la posibilidad de pensar la construcción de sujetos colectivos como productos de procesos de
experiencias comunes en esos espacios históricos. Es decir, sólo a partir de la acción y la experiencia en
un determinado plexo estructural es posible hablar de sujetos colectivos.

En concordancia con el planteo de Theodor W. Adorno, Edward P. Thompson recupera la categoría de


experiencia para mediar entre ser social y conciencia, entre estructura y acción (Anderson, 1985). Este
espacio es una clave que habilita acciones por parte de los sujetos ya que allí se juegan aspectos
culturales (visiones de mundo, historias, preferencias, imaginarios, prejuicios, sentido común) que
intervienen para procesar las determinaciones (condicionantes) estructurales (Caínzos, 1989)

La importancia de rescatar la experiencia como espacio de mediación entre estructura y acción legitima
una preocupación por la “historia de los de abajo” para investigar los procesos de formación de sujetos
colectivos. Es decir, las maneras de apropiación y elaboración de sentidos que los sectores subalternos
realizan en los distintos ámbitos de experiencia (trabajo, vida cotidiana, arte, consumo, etc.). Esta
vivencia común de los individuos es crucial en la concepción de clase elaborada por Thompson (en tanto
proceso y en tanto relación) que se aleja de posiciones reduccionistas, estructurales o estáticas
(Meiksins Wood, 2000). La concepción de la clase social y su vinculación con la conciencia de clase no
están exentas de problemas en la obra del historiador inglés, debido a que, en sentido estricto, para que
exista una clase debe producirse una experiencia compartida acompañada de sentido sobre esa
situación, la construcción de un antagonismo y la acción (Thompson, 1989); no obstante su valor
conceptual y metodológico es relevante para la comprensión de la conformación de sujetos y
movimientos sociales. En esta perspectiva, siguiendo al autor, más que considerar a las clases como
dadas, es imperante problematizar las fases y formas de experiencia mediante las cuales hombres y
mujeres se inscriben en un momento de identificación con los que comparten un espacio de experiencia
vital. En esta perspectiva, uno de los principales aportes de Thompson es concebir como imprescindible
para el materialismo histórico una teoría de la acción y proponer en concordancia, como a su modo lo
había hecho Adorno, la categoría de experiencia como mediación entre estructura y acción. Esta
apertura construye un campo de investigación vinculado a la conformación de las experiencias de los
sujetos sociales que disputan en la historia. En particular en este punto es necesario incorporar la
interrogación sobre la construcción de sentidos y significados constitutivos de las experiencias para
comprender la formación de los sujetos colectivos.

Uno de los autores que se dedicó al análisis del mundo de la vida, los sentidos, la subjetividad y la
acción, desde una mirada sociológica fue Alfred Schütz (1995). El planteo de Alfred Schütz abre la
pregunta por el lugar de los significados que los sujetos encuentran en su vida cotidiana (y que los

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Martín Retamozo

anteceden) para el sentido que asignan a sus acciones y a las conductas que despliegan en el mundo
(Olvera Serrano, 1990, p.137). Alfred Schütz reconoce tanto la formación social de los significados, como
las presiones que ejercen éstos para la acción, así sostiene que es imprescindible que una teoría de la
acción mantenga el punto de vista subjetivo “que remite al mundo de la vida y la experiencia cotidiana”
(Schütz, 1974, p.21) Es decir, identifica el papel de las estructuras (las prácticas sedimentadas), pero
recupera el rol del sujeto y la subjetividad en la acción. No obstante, la visión de Alfred Schütz se ve
limitada por no desarrollar los aspectos ligados al poder en la producción y reproducción de significados
y prácticas.

En esta perspectiva, podemos recuperar los aportes de Pierre Bourdieu para pensar las formas de
reproducción de las estructuras sociales por parte de los sujetos. Como es conocido, el autor distingue
entre un espacio constituido por las estructuras objetivas del mundo (cultura, lenguaje, instituciones, etc.)
y otro dado por los procesos subjetivos a través de los acules dichos aspectos estructurales se
incorporan a los sujetos. Los conceptos de campo y de habitus, respectivamente, son las categorías
analíticas que sirven de herramientas para indagar en uno y otro espacio. En este aspecto su teoría de
los campos busca “mediar entre la estructura y la superestructura, así como entre lo social y lo individual”
(García Canclini, 1990, p.17). A su vez, es condición el desarrollo de los habitus que suponen la
interiorización de estructuras capaces de percibir (Baranger, 2004, p.136), de dar sentido y comprender
las reglas que rigen un determinado campo (Bourdieu, 2002, p.146). Entre campo y habitus hay una
complementariedad ontológica, y en su esquema esto supone una respuesta a la relación micro-macro,
subjetivo-objetivo y agente-estructura. Los procesos históricos se introducen en los cuerpos (como
habitus) formando las estructuras que permiten la evaluación de situaciones, éstos se insertan en el
sujeto de manera tal que son actualizados en la práctica misma de forma que las estructuras se
incorporan a la conformación subjetiva y al hacerlo producen las condiciones de reproducción de esas
estructuras.

Una de las observaciones a la teoría de la reproducción de Pierre Bourdieu muy significativa para
nuestra preocupación la expone Néstor García Canclini (1990), para quien el sociólogo francés no realiza
una distinción suficiente entre práctica y praxis3. Mientras que las prácticas reproducen el orden social
impuesto por las presiones de las estructuras, la praxis abre espacios a intervenciones transformadoras
o de resistencias (García Canclini, 1990, p.47) Sin embargo, encontramos pasajes de la obra de Pierre
Bourdieu (1996, p.25) donde la noción de habitus se vincula con agentes capaces de actividad creadora
y activa. Esto evidencia que sus escritos mantienen una tensión irresuelta entre sujeto (o agente como
prefiere denominarlos) y estructura, que no en todos los pasajes es trabajada de la misma manera. Si
bien en algunos momentos el agente se reserva cierta autonomía, la mayoría de las veces el autor
prefiere acentuar la relación del habitus con un sistema de esquemas adquiridos que funcionan en
estado práctico como categorías de la percepción y de apercepción o como principios de clasificación
que al al mismo tiempo rigen la acción (García Canclini, 1990, p.35).

Escritos como los de Bourdieu actualizan la necesidad de repensar la relación entre estructura,
subjetividad y acción. En este camino, la teoría de la estructuración y la agencia es la forma como
Anthony Giddens (1995) se aproximó al problema de pensar la relación dialéctica entre agente y
estructura (Cfr. Ortiz Palacios, 1999) en su proyecto de construir una teoría de la constitución de la

3
Esta observación temprana contribuyó a nuevas relecturas del trabajo de Pierre Bourdieu así como una revisión del
propio autor orientadas a superar esta dificultad.

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Orden social, subjetividad y acción colectiva. Notas para el estudio de los movimientos sociales

sociedad. En este proceso de conformación tiene un lugar tanto para las estructuras (reglas) como para
los agentes que a través de sus prácticas reproducen las condiciones que hacen posible su existencia.
Frente al dualismo que separa y contrapone sujeto y estructura, Anthony Giddens utiliza la noción de
“dualidad” para dar cuenta de la interrelación entre los dos elementos en la constitución de la sociedad
(Cfr. García Raggio, 2004) en un proceso de “estructuración” que enfatiza el proceso activo y dinámico
mediante el cual los sujetos configuran las estructuras (en un juego de actualización, reproducción y
reconstrucción de las mismas). De esta manera, es posible pensar el ejercicio activo de la agencia
(Thompson, J.B. 1988) para introducir transformaciones en un marco de restricción (Ortiz Palacios,
1999,), con lo que las estructuras, además de constreñir, funcionan como condición de posibilidad
(“habilitadoras”) para la acción (Cohen, I.,1996).

Teoría de los movimientos sociales y acción colectiva


Las teorías revisadas en los parágrafos anteriores aportan sugerentes perspectivas conceptuales para el
estudio de la relación entre estructura y acción. No obstante, éstas sólo se han planteado
tangencialmente los problemas de acción colectiva y movilización social, los cuales son objeto de este
artículo. En parte, debido a este vacío emergieron teorías de alcance medio que en su pregunta por la
movilización social abordaron el problema de estructura y acción. Nos referimos a los estudios sobre los
movimientos sociales que cobraron fuerza hacia finales de la década del sesenta como respuestas a los
movimientos de protesta de la época.

En un estudio clásico, Jean Cohen (1985) distingue dos paradigmas para el estudio de los movimientos
sociales. El primero está compuesto por aquellos “orientados a la estrategia”, cuyo origen se reconoce
en la Teoría de la Movilización de Recursos (Jenkins, 1994) que, en sus distintas versiones, ponen el
acento del análisis sobre los componentes racionales y estratégicos de la acción que eran considerados
por los anteriores paradigmas como irracionales (Pérez Ledesma, 1994). Retomando los problemas
planteados por la elección racional en lo que respecta a la acción colectiva, autores como John Mc
Carthy y Mayer Zald (1977) sugieren que para resolver el dilema del free rider y explicar la acción
colectiva es necesario hacer hincapié en los incentivos selectivos y los recursos que los organizadores
pueden disponer para obtener el resultado de la movilización. Dentro de esta perspectiva aparecen, por
lo tanto, las “organizaciones” como un espacio de análisis, puesto que son quienes administran los
recursos, fundamentalmente tiempo y dinero, para obtener la acción colectiva (Ledesma, 1994;
Johnston, Laraña y Gusfield, 1994,).

Ahora bien, frente al excesivo acento puesto en los recursos y en los factores organizativos, pero dentro
de una misma perspectiva teórica, autores como Sidney Tarrow (1997), Doug Mc Adam (1994) y Charles
Tilly (1978, 1990, 2000) buscaron ampliar el horizonte analítico para incorporar aspectos del contexto
histórico, político, social y cultural. Esto supone, según Enrique Laraña (1999) una ampliación de la
variable independiente para situarla en el contexto político, en lugar de acotarla a los recursos (tiempo,
dinero y organización). Quienes adscriben a la teoría del “proceso político” si bien asumen la necesidad
de explicar las acciones colectivas en términos de conductas individuales, relajan la óptica individualista
propuesta por Mancur Olson (1965), para incorporar al análisis aspectos como la solidaridad, los valores
y la cultura como variables explicativas de los movimientos sociales. El programa de investigación desde
esta óptica ha elaborado una serie de categorías para el estudio de los movimientos sociales. Entre los
más relevantes podemos distinguir el de repertorio de acción colectiva (Tilly, 1978), ciclo de protestas

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(Tarrow, 1991), estructura de oportunidades políticas (Eisinger, 1973; Tarrow, 1997) y enmarcado
cultural (Mc Adam, 1994). Estos conceptos tienen la finalidad de aprehender ciertas dinámicas propias
del conflicto social y direccionan la atención de los investigadores hacia la relación entre estructuras y
acción (Cfr. López Maya, 2002,) y han sido muy utilizados en investigaciones empíricas.

El segundo paradigma identificado por J.Cohen agrupa a los trabajos enfocados en los nuevos conflictos
e identidades puestas en juego en los procesos de movilización. Estos construyeron su análisis sobre las
orientaciones de los grupos a través de sus acciones para obtener autonomía, reconocimiento y afianzar
un proceso identitario en sociedades modernas que ganan en complejidad. La sociología de la acción de
Alain Touraine y los trabajos de Alberto Melucci ocupan un lugar destacado en los estudios de los
movimientos sociales suscitados en la nueva fase del capitalismo en los países centrales. El enfoque
orientado a la identidad planteó, desde su perspectiva, el problema de la relación entre cambios en el
orden social y movilización, entre estructura y acción. En especial situó su mirada en la producción de
nuevos conflictos en las sociedades industriales avanzadas (Touraine, 1969; Cfr. Munck, 1995,), entre
ellos los referidos a las identidades sociales (Melucci, 1999, Revilla Blanco, 1994, Pizzorno 1994, Chihu
Amparán, 1999; Giménez, 1994 y 1997).

El planteo de estos teóricos construye una óptica que abandona la explicación centralmente sistémica
para dar lugar al retorno del actor. En efecto, intenta superar la dicotomía reparando en la necesidad de
una concepción dialéctica de la relación. En la perspectiva de incluir al actor social en la lucha por las
orientaciones de la sociedad, el concepto de movimientos sociales adquiere un status medular, en
especial por su lugar en las disputas por la historicidad que lo convierte en “sujeto” (Touraine, 1987;
Revilla Blanco, 1993; Tamayo Flores, 1995,). Así, los movimientos sociales son centrales para pensar el
antagonismo entre dos actores que comparten un campo cultural y disputan por el control de recursos y
por un proyecto de sociedad. Este terreno cultural en el que cohabitan los actores brinda claves para
comprender la movilización basada en valores (Touraine, 1978 y 1997; Bolos, 1999). Por su parte
Alberto Melucci también considera que el conflicto es central en las movilizaciones, no obstante propone
recuperar la centralidad del proceso de construcción de la acción colectiva. Allí juegan un papel
fundamental la solidaridad y la identidad (Melucci, 1999,), en particular aquellos espacios que son
afectados por el incremento de complejidades en las sociedades modernas y las altas densidades de
información que someten a presión y ponen en crisis sentidos aglutinantes previos. En este marco de
identidades que entran en crisis, la acción colectiva se explica como una forma en que los actores
buscan restablecer sentidos.

Las teorías de los movimientos sociales se han visto frente a la necesidad de tratar explícita o
implícitamente el problema de la relación entre estructura, sujetos y acción. Aunque es evidente que no
en todos los casos es trabajada de la misma manera ni igualmente desarrollada, su importancia radica
en haber construido un campo de investigación en torno a la movilización social. En efecto, la
preocupación por las formas de confrontación, las dimensiones culturales de la protesta, los problemas
identitarios y las fases en la conformación de los movimientos son un aporte significativo que podemos
recuperar en nuestras preocupaciones para darle un tratamiento a partir de la configuración teórica al
que aportamos en el presente trabajo.

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Orden social, subjetividad y acción colectiva. Notas para el estudio de los movimientos sociales

Subjetividad: entre las estructuras y la acción


En función de lo expuesto en la primera parte de este artículo, podemos sostener que la teoría social ha
problematizado y realizado importantes aportes para iluminar la relación entre estructura, subjetividad y
acción, aunque ha dejado espacios en lo que respecta a la concepción de subjetividad y sujetos
colectivos. Por su parte las teorías de los movimientos sociales han aportado enfoques de alcance medio
para la detección de elementos claves en la consecución de la movilización social y han aportado una
sugerente cantidad de estudios empíricos, pero no han desarrollado con suficiencia una concepción
teórica que ponga en sintonía los avances de la teoría social y política con el estudio de los movimientos
sociales.

En este sendero, la discusión anterior puede considerarse un primer paso en la conformación de una
perspectiva teórica integradora, a la cual pretende contribuir este artículo a partir de su preocupación por
la configuración de la subjetividad. En efecto, la idea que se transforma en eje conductor del trabajo de
aquí en más es que la categoría de subjetividad permite una reconstrucción abstracta del vínculo entre el
campo de las estructuras y elementos del ámbito del agente, y que esta categoría puede ayudar a
pensar los procesos de conformación de sujetos y movimientos sociales, deconstruyendo el terreno
mismo donde la dictomía estructura y acción se constituye. En este punto, partimos con algunos autores
(Zemelman, 1987, 1989, 1992, 1997; De la Garza 1992, 1995, 1997 y 2001; León, 1995, 1997) que han
concebido la necesidad de introducir la dimensión de la subjetividad y los sujetos en el pensamiento
social para abordar este problema. La preocupación por la conformación de los sujetos sociales tiene
una doble implicancia. Por un lado, se propone como forma de superar tanto los enfoques
estructuralistas como los voluntaristas (Cfr. Schaff, 1980; Zamora Arreola, 1990). Por otro, el mismo
interrogante supone una manera de entrada a la investigación de los procesos históricos-políticos (León,
1997).

Estructuras, subjetividad y orden social


La categoría de subjetividad que aquí pretendemos construir no puede pensarse como externo e
independiente de las estructuras sociales. En efecto, la capacidad de ésta para abrir una entrada al
proceso histórico-político depende, en parte, de una concepción sobre las estructuras sociales que, por
un lado, permita pensarlas junto a las subjetividades y a la acción presentes en ellas y, por otro, sea
capaz de una reconstrucción analítica de las estructuras intervinientes en casos empíricos. El desafío de
considerar el lugar de las estructuras conlleva a replantear el problema a la luz de los aportes teóricos
contemporáneos. En especial nos interesa abordar cinco ejes centrales: a) los procesos de construcción
de las estructuras; b) la relación entre subjetividad y estructuras; c) las formas en que se relacionan las
diferentes estructuras en las sociedades; d) el lugar de la acción en la reproducción y transformación de
las estructuras sociales; y e) la forma de investigar los espacios estructurales.

En esta perspectiva las estructuras sociales son consideradas como productos humanos, aunque
antecedan y sean independientes de los individuos particulares. Es decir, si bien se articulan más allá de
la voluntad de los sujetos, no pueden entenderse sin una referencia a las relaciones sociales y
significados que los constituyen como tales, ni a la subjetividad y la acción que las actualizan, validan,
reproducen y transforman. De esta manera, las estructuras no se encuentran escindidas de la
pragmática del sujeto que las pone en acto y las validan en el transcurrir práctico (Schütz y Luckmann,
1997; Heller, 1970 y 2002:). Ahora bien, aunque sean históricas y contingentes, el proceso de

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Martín Retamozo

conformación de las estructuras involucra un momento de la reificación de las mismas (Giddens, 1995)
que produce la fetichización en tanto los hombres naturalizan determinados productos sociales
(olvidando su origen contingente). En consecuencia, la lucha por desnaturalizarlos para que las
estructuras dejen de percibirse como inmutables es, indudablemente, una tarea eminentemente política.
La capacidad de situar posiciones, presionar y regular la vida social por parte de las diferentes
estructuras puede ponerse en cuestión en determinados momentos históricos. La crisis de hegemonía
(Gramsci, 1977) y la dislocación (Laclau y Mouffe, 1987) tienen que ver con esta puesta en cuestión de
la naturalidad de ciertas estructuras invocando el origen contingente e histórico, vinculado al poder (lo
político) y susceptible de disputa.

Lo anterior advierte que la producción (y reproducción) de las relaciones sociales que conforman las
estructuras no pueden pensarse por fuera de las subjetividades ya que éstas operan en su construcción
y en la forma de validación de las mismas (Cuellar y Durand Ponte, 1989). Esto hace que no pueda
pensarse la subjetividad por fuera de las estructuras de una época. Sin embargo, la capacidad de pensar
la historia como un proceso dialéctico entre estructura(ción) y acción depende de concebir que la
subjetividad mantiene grados acotados de productividad y creación en el plexo estructural.

Ahora bien, la concepción de las estructuras que hasta aquí se expuso someramente debe ser
considerada en relación a la formación del orden social. Sin embargo, el concepto de orden no debe
hacernos pensar en un todo coherente, sistemático o funcional regido por un comportamiento
legaliforme. La contingencia y la historicidad de las formaciones estructurales se trasladan a todo el
orden social embebiéndolo. No obstante, también es inconveniente pensar una agregación de
segmentos y estructuras sin considerar sus formas inestables de articulación que hacen a la
construcción sincrética del orden social (Cfr. Sánchez Vázquez, 1970, p.62; Althusser, 1985; Giddens,
1995,). El orden social instaura temporalidad a la sociedad (Castoriadis, 2007) y produce espacios
(Lefebvre, 1976). De esta manera, siempre el orden social es una articulación particular de pasado y
futuro en el presente, a la vez que de “varios tiempos” contemporáneos (Zemelman, 1983) que configura
una temporalidad múltiple. A esta densidad temporal del orden social es necesario pensarla junto a la
configuración de estructuras de diferentes grados de abstracción (desde el lenguaje hasta el sistema
legal, estructuras económicas, raciales, etc.), como parte de la constitución del orden social que admite
la posibilidad de un ordenamiento denso y complejo que articula distintos campos estructurales y en cuya
multiplicidad de pliegues pueden erigirse sujetos sociales que disputan partes del magma social.

En esta complejidad no todas las dimensiones del orden social tienen un mismo peso en los casos
histórico-concretos. La categoría de hegemonía regresa, aquí, para brindarnos su potencial heurístico. El
orden social hegemónico es pensado entonces como “la estructura más el conjunto de los sistemas
institucionales que regulan los distintos campos en los cuales se desarrollan las prácticas, es decir, una
sociedad concreta” (Cuellar y Durand Ponte, 1989,). Aunque a la luz de lo anteriormente expuesto
debamos incorporarle la pluralidad de relaciones estructuradas y la producción de espacios tiempos
(Massey, 1993) para allí comprender el proceso de conformación de las subjetividades que implica un
orden social.4 Además, la referencia a la producción hegemónica nos permite concebir lo subalterno

4
La relación de la subjetividad colectiva con las dimensiones temporales/espaciales es de suma relevancia para el
estudio de los movimientos sociales. No podemos detenernos en un desarrollo exhaustivo de este tema, pero vale
mencionar dos aspectos: la producción del tiempos/espacios dominantes y subalternos en el orden social y la
apropiación-producción por parte de los sujetos (la elaboración de lugares de resistencia y disputa).

103
Orden social, subjetividad y acción colectiva. Notas para el estudio de los movimientos sociales

como igualmente constitutivo de la ordenación, e involucrar a la acción de los sujetos sociales como
parte constituyente de su transformación (Zemelman, 1983).

De esta concepción sobre la forma de constitución de las relaciones sociales estructuradas se desprende
la importancia de la acción (tanto en su creación como reproducción). Un primer punto a destacar es que
las condiciones estructurales no deben pensarse sólo como ámbitos de presión, delimitación o
constreñimiento, sino también como “habilitantes” para la acción como dice Anthony Giddens (1995),
esto es, como condición de posibilidad de la acción. Segundo, que la reproducción del orden social no
puede ser concebida como mera imposición de las clases dominantes, sino que debe abrirse a la
investigación las formas en que se reproduce el orden mediante las prácticas, cómo se fijan las
condiciones que hacen posible la acción y los modos de producción de subjetividades. A su vez, también
es necesario dar cuenta de los espacios abiertos y creados por los sujetos para las acciones y la
producción de significaciones que ponen en cuestión la naturalidad y temporalidad hegemónica del orden
social, para abrir terrenos de disputa. En nuestra indagación esta apertura es fundamental porque refiere
al doble carácter de la relación estructura y acción, donde los sujetos encuentran en el orden social
condiciones de su existencia y a la vez operan sobre ellas para consolidarlas o transformarlas. Estas
transformaciones operan desde lo que llamamos con Néstor García Canclini (1990) praxis y son formas
propias de intervención que adoptan algunos sujetos sociales.

En otras palabras, la reproducción del orden social depende de un conjunto de factores donde la acción
tiene un status relevante debido a la necesidad de las prácticas para perpetuarse, pero también porque
mediante las praxis pueden operarse transformaciones en un orden siempre contingente. Esta
contingencia obliga a albergar un lugar para la tensión, aunque ésta se actualice en determinados
momentos históricos y se mantengan el resto tiempo en estado latente. El orden social instaurado en una
operación hegemónica no es inmune a las acciones de resistencia, sino que es sensible a las
refutaciones (Brunner, 1976) o dislocaciones (Laclau, 1990).

Es conveniente aquí hacer una anotación epistemológica. Para su investigación, las estructuras pueden
ser reconstruidas en sus diferentes niveles e incidencia en los contextos históricos. De acuerdo al
problema de investigación propuesto se podrán identificar los procesos estructurales que operan como
condición de posibilidad y que atraviesan a los sujetos actuantes (De la Garza, 2001). De esta manera
podrá estudiarse con precisión cómo las diferentes estructuras operan a partir de distintos niveles de
abstracción en la conformación de sujetos y como los sujetos transforman (y son transformados) por las
estructuras, evitando así pensar que las estructuras operan todas en un mismo nivel y de la misma
manera en distintas situaciones (casos) o momentos históricos (Sánchez Vázquez, 1970).

Subjetividad colectiva
Los conceptos de estructuras y orden social sobre los que hemos reparado nos sirven para pensarlos
junto al de subjetividad con el objetivo de avanzar en un enfoque que posibilite investigar los sujetos y
movimientos sociales. Concebimos a la subjetividad colectiva en una definición acotada como proceso
de articulación de significados que se vincula con las formas de dar sentido y desarrollar acciones. En
este camino partimos del concepto de configuración subjetiva propuesto por Enrique de la Garza (1992,
1995, 1997, 2001). Entender la subjetividad como una configuración permite concebirla como un proceso
móvil que articula elementos (códigos) heterogéneos (cognitivos, emotivos, éticos, estéticos, etc.) para
revestir de significado a situaciones particulares. Asimismo, supone concebir que en los campos

104
Martín Retamozo

subjetivos podemos encontrar significados diferentes y hasta aparentemente contradictorios que pueden
generar condiciones de factibilidad para acciones radicalmente distintas. De esta manera se puede
entender el “dar sentido” como un proceso dinámico de movilización de códigos de significación para
conformar una configuración particular. Estas configuraciones pueden ser más o menos recurrentes,
pero siempre deben ser actualizadas en cada acto de dar sentido (pragmática subjetiva). Así, es posible
dar cabida tanto a la repetición de configuraciones (que se relaciona con la formación de identidades
sociales) como a la construcción de nuevas configuraciones a partir de la incorporación de códigos
nuevos o la articulación de viejos con otros recién incluidos que acaban por resemantizar la
configuración completa. Con esto es posible pensar, avanzando en la discusión, en la reproducción del
orden social mediante configuraciones que den lugar a prácticas que perpetúan las relaciones sociales o
en la generación de otras configuraciones que conduzcan a praxis transformadoras.

Los procesos de percepción-reconstrucción subjetiva del signo y la atribución de sentidos por parte de
los sujetos, por lo tanto, se constituyen como elementos cruciales para la acción de los hombres. La
problemática, de esta manera se sitúa en varios planos vinculados a la relación entre estructura,
subjetividad y acción. Vale enumerar: a) en la necesidad de una aproximación a las formas en que los
significados son construidos socialmente (incluyendo dimensiones como conflicto, poder y hegemonía);
b) en la importancia de los procesos de asignaciones de sentidos, interpretaciones de signos y
(reelaboraciones de) significados considerados como procesos sociales que incluyen pero exceden la
racionalidad (incorporando valores, gustos, sentimientos, prejuicios); c) en las consecuencias que en el
plano de las acciones tienen las asignaciones de sentido; d) en las relevancias de las acciones para la
conformación del orden social, ya sean intencionadas o no intencionadas.

Los elementos de la subjetividad se articulan, aunque hay que concebir que su proceso de conformación
sea siempre inacabado y abierto (Zemelman, 1995). Esto permite pensar que los aspectos estructurales
que presionan, los mecanismos de subjetivación y sus dispositivos conviven con otros espacios más
autónomos en la conformación de configuraciones subjetivas. Existen instersticios de relativa autonomía
para la construcción de configuraciones de acuerdo a distintas situaciones y un terreno para la
apropiación reflexiva de los sentidos asignados. La forma configuracional de la subjetividad recuerda al
discurso (De la Garza, 1995, p.102, Laclau, 1985) donde los elementos significativos adquieren sentido
en sus relaciones entre ellos, y donde la producción de significados no puede encontrarse en un análisis
atómico. Es decir, cada articulación específica conforma una configuración subjetiva para dar sentido a
situaciones particulares que admite en su seno discontinuidades y contradicciones (De la Garza, 2004) y
donde los códigos mismos se definen en un juego de lenguaje (Wittgenstein, 1997). Los códigos, como
los elementos del discurso (Laclau y Mouffe, 1987) se resemantizan en cada configuración puesto que
estos elementos (códigos) adquieren sentido relacionalmente debido a su carácter idexal.

Con lo anterior concebimos espacios para la creación de nuevas configuraciones. Esto, porque cada
reordenamiento, cada incorporación, cada modificación, cada reconfiguración, genera
reacomodamientos subjetivos donde se pueden identificar continuidades y cambios. Pensar a la
subjetividad con una metáfora de red no quiere decir que no puedan existir puntos nodales5, más densos
semánticamente, que resignifican el resto de los códigos para dar sentido. En efecto, en la configuración
subjetiva no todos los significados tienen el mismo peso para la articulación, algunos códigos pueden

5
Ernesto Laclau (2003) ha recuperado de Lacan el concepto de points de capito para pensar el significante que
detiene el desplazamiento de una cadena y resemantiza a la totalidad. .

105
Orden social, subjetividad y acción colectiva. Notas para el estudio de los movimientos sociales

adquirir primacía y opacar a otros que permanecen subalternizados, pero que pueden emerger y
conformarse en “articulantes” de la red de códigos y por lo tanto también del proceso colectivo de dar
sentido. La instauración de ese “significado dominante” de una configuración subjetiva particular 6 no
puede concebirse por fuera de los procesos sociales-históricos que involucran a los sujetos. Las formas
sociales e históricas de producción del esos significados serán importantes en el tipo de configuración
que se construya y en los códigos que se movilicen. Por su parte, la historia de las subjetividades y los
contextos de sentido y acción ofrecen la posibilidad de construir un significado que ancle y amalgame
con mayor densidad que otros. Este aspecto es indisociable de entender al sentido como un producto de
la subjetividad. En este plano, el sentido es, como dice Oscar Landi (1981), un efecto de los significados
que, en nuestra concepción, se articulan en la subjetividad.

Esta concepción de subjetividad permite avanzar allí donde las teorías de los movimientos sociales han
encontrado dificultades. Por un lado nos brinda herramientas para pensar la constitución de identidades,
la disputa por el sentido y recupera la problemática del vínculo entre estructura y acción. Por otro lado
ofrece la posibilidad de una nueva mirada sobre las formas en que se construyen sentidos para significar
situaciones específicas, la movilización de recursos por parte de colectivos y las formas de acción
beligerante que éstos despliegan.

Ahora bien, la centralidad de los sentidos en la subjetividad nos conduce a plantear el problema de los
sujetos y los significados en dos planos. La forma en que se constituyen los códigos de sentidos (cultura)
y las formas de razonamientos en el mundo de la vida cotidiana (Nun, 1994,)

Subjetividad y cultura
El primer interrogante abierto, sobre las formas de producción de sentidos que luego son movilizados,
nos lleva directamente a discutir una noción de cultura. La relación entre subjetividad y cultura es un
tema clásico y problemático que en nuestro enfoque es central para dilucidar las formas de construcción
de subjetividades en la vida social (Giménez, 2005). El concepto de cultura asociado a la producción de
sentidos ha sido poco vinculado al estudio de la movilización social, este descuido es relevante porque
nos propone una tarea en el esquema analítico: integrar una noción de cultura para dar cuenta de los
procesos de construcción de sujetos y movimientos sociales7. Esta apropiación parte de concebir que la
acción, como acto humano, se realiza en un universo de significaciones propio de la cultura (que a su
vez ha sido, en parte, instituido por la acción) (Schütz, 1995,). Por lo tanto, el espacio de la cultura es un
espacio de experiencia que impregna de intersubjetividad el campo en que se desarrolla la acción
(Schütz y Luckmann, 1977).

La concepción de la cultura como un entramado de sentidos producto de procesos sociales e históricos


es clásica y merece algunas precisiones: no es posible pensar la cultura como una suma aleatoria de

6
Mucho del paso de una subjetividad colectiva a un sujeto social, como veremos, depende de este esquema, de la
capacidad de producir significados aglutinantes que capturan otros espacios subjetivos para articularlos en
configuraciones concretas más estables.

7
Esta preocupación nos acerca a las presentadas tanto por los estudios de los movimientos centrados en su faz
simbólica como de aquellos que en el paradigma norteamericano se plantearon asuntos relacionados con la cultura
(Swidler, 1995)

106
Martín Retamozo

significados que se encuentran en un momento determinado; por el contrario los procesos de producción
y sedimentación de significados están embebidos de poder. Por lo tanto, aquello que agudamente
describió Alfred Schütz sobre el acervo de sentidos del mundo social (Schütz y Luckmann, 1977) debe
complementarse con una investigación sobre las formas en que se organiza el conjunto de sentidos: los
predominantes y los subalternos. Precisamente este punto será clave en la posibilidad de vincular la
cultura con la formación de sujetos sociales. Las subjetividades procesan estos significados
articulándolos en configuraciones para dar sentido, las cuales son móviles y dinámicas y que, si bien
pueden reproducir los sentidos dominantes, también construir espacios para la creación de otros nuevos
a partir de mover códigos subalternizados en la cultura. Lo anterior habilita considerar que en la cultura
los elementos pueden presentar discontinuidades, heterogeneidades y contradicciones más que
constituirse como un sistema coherente.

En esta perspectiva podemos considerar que los grupos sociales se apropian de los significados y los
disputan. El terreno de la cultura, como lo había advertido Antonio Gramsci, se transforma en un campo
de conflicto y de construcción de visiones del mundo. Ahora bien, podemos identificar analíticamente tres
fases del conflicto con respecto a la constitución de elementos culturales: la producción, la reproducción
y la apropiación. En primer lugar nos encontramos con una disputa por anclar sentidos específicos. Esto
se vincula con una relación fundacional y contingente, que en lingüística estaría dada por la ruptura entre
el orden del significante y del significado que lleva a una lucha por ligar un significante con un contenido
definido (Laclau, 1990). Evidentemente, tal engarce no es definitivo y el papel de la interpretación de esa
relación es polisémica y polémica. La lucha por construir sentidos dominantes supone un intento siempre
fallido de lograr cierta unidireccionalidad de interpretación. Como consecuencia de este conflicto pueden
ir quedando interpretaciones subalternas que también se codifican. La segunda fase que identificamos
se relaciona con el intento de reproducir un orden dominante a partir de la consolidación de sus sentidos
hegemónicos (Ceceña, 2004), la fijación de sentidos constituye una de las claves en la lucha social como
tempranamente lo han detectado autores como Valentin Voloshinov- Mijail Bajtin (1992) y el propio
Antonio Gramsci. Aquí es donde entran en juego las distintas formas de instituciones y dispositivos de
poder para garantizar la subjetivación y la reproducción.

En tercer lugar tenemos la apropiación que los distintos estratos sociales hacen de los sentidos
culturales a partir de su propia historia como grupo y los momentos históricos que contextualizan cierta
apropiación y reelaboración (García Canclini, 1982). Este último proceso supone la articulación de los
códigos culturales en una subjetividad colectiva, que reconoce otros espacios de constitución
provenientes, por ejemplo, de la historia y la visión del mundo subalterna. La reproducción de sentidos
dominantes correspondería a formas de consolidación del orden social, mientras que la reelaboración de
sentidos por parte de los sujetos pondría nuevos desafíos al ordenamiento, particularmente cuando el
procedimiento subjetivo de movilizar códigos que condensan sentidos genera la intervención mediante la
praxis y en el marco de proyectos colectivos. Lo que hemos detallado como fases sólo pueden
reconocerse analíticamente, el devenir histórico supone una articulación constante y permanente de los
tres momentos.

En el análisis de la conformación de la subjetividad colectiva es relevante incorporar su vínculo con la


espacialidad. La concepción de Lefebvre (1991) sobre las prácticas espaciales, las representaciones del
espacio y los espacios de representación ayudan tanto a situar la disputa por los lugares de emergencia
de los sujetos sociales como las operaciones de producción-apropiación del espacio-tiempo (Massey,
1993) que involucran a las subjetividades colectivas. Asimismo esta perspectiva sirve para pensar la

107
Orden social, subjetividad y acción colectiva. Notas para el estudio de los movimientos sociales

constitución de campos de disputa donde se instituye la demanda en un espacio determinado como


puede ser la calle, las plazas, la selva o el ciberespacio.

Subjetividad y formas de razonamiento


Hasta aquí presentamos una aproximación a la subjetividad colectiva, en estrecha relación al mundo de
la vida y la cultura, como proceso de dar sentido. En particular, hemos analizado, desde la perspectiva
de la subjetividad, el aspecto clave la construcción de sentidos que se movilizan en la configuración
subjetiva (cultura). Ahora bien: ¿cuáles son las formas de razonamiento y los procesos sociales que se
pueden reconstruir en la operación de configuraciones para las asignaciones de sentido? Para dar
tratamiento a esta pregunta es importante destacar que las formas en que se articulan la subjetividad y el
proceso de dar sentido reconocen distintos procedimientos que frecuentemente se combinan. Algunos se
incorporan como esquemas a la percepción (pero pueden ser sometidos reflexivamente), otros requieren
la dimensión temporal para llegar a las asignaciones de sentido.

Los procedimientos que operan en las formas de dar sentido por parte de los sujetos se relacionan con
las formas de argumentación y los razonamientos. En un viejo artículo Charles S. Peirce explicita “un
argumento es cualquier proceso de pensamiento que tiende razonablemente a producir una creencia
definida” (1987), lo que nos permite comprender que algunas de las operaciones subjetivas pueden
interpretarse análogamente a los procesos argumentativos. Las formas de razonamiento involucradas no
deben confundirse con procesos estrictamente racionales de asignación de sentidos a partir de la
definición de proposiciones. Estas operaciones subjetivas se basan en procedimientos que incluyen la
deducción, la inducción, la inferencia, la hipergeneralización, el principio de etcétera, la analogía, la
metáfora, la sinécdoque, la metonimia (De la Garza, 2001), es decir, que pueden vincular modos
formales de razonamiento con otros provenientes del razonamiento del sentido común. El sujeto es
capaz de operar reflexivamente sobre esa configuración, aunque no le sea posible acceder a todos los
espacios que conforman la configuración subjetiva. La articulación discursiva y la argumentación por
parte de los sujetos dotados de conciencia reflexiva son importantes en tanto supone un orden que el
sujeto introduce de forma tal de justificar su acción. No obstante, también espacios inconcientes
acompañan la dotación de sentido que embeben. Es decir, podemos encontrar en la subjetividad un
espacio propio de lo inconsciente que sólo en parte podría volverse reflexiva (Cfr. Sartre, 1980)8.

Entre las formas para dar sentidos ligadas al sentido común y en la construcción subjetiva en la vida
cotidiana, aparecen operaciones como las tipificaciones (Schütz y Luckmann, 1997), la economía (Heller,
2002) o la reducción de complejidad (Luhmann, 1996). En efecto, las formas de pensamiento analógico
(Heller, 1970) y la posibilidad de dar sentido a situaciones introduciendo una equivalencia con otras
experiencias construyen maneras de actuar en la vida social a partir de formas de significar. Sobre estas
operaciones puede pensarse la constante reconfiguración de la subjetividad, que en el mismo momento

8
En efecto, lo inconsciente puede estar formado por relaciones de poder que son reprimidas e incorporadas en un
orden social (en el sentido de “olvidadas” pero que atraviesan la constitución subjetiva). Esto nos recordaría la
distinción entre un espacio del inconsciente que puede ser aprendido en un nivel consciente y otro espacio que se
resiste a la simbolización. El primero, podemos, pensarlo como ciertas formas de la ideología (Cfr. Bourdieu, 1967),
el segundo tiene que ver con el Real lacaniano que autores como Ernesto Laclau (2003) y Slavoj Zizek (2003) han
propuesto incorporar a la teoría política.

108
Martín Retamozo

que interpreta y da sentido puede ir modificándose. Esto es así, especialmente, cuando se enfrenta a
situaciones de ruptura de los patrones de la vida cotidiana proveniente de experiencias sociales o por
acontecimientos naturales catastróficos9.

Dentro de las operaciones que tienen un papel constitutivo en la configuración subjetiva se halla la
hipergeneralización. La noción proviene de Agnes Heller (1970 y 2002) y hace referencia a un tipo de
operación que consiste en adscribir atributos, juicios y, en definitiva, sentidos a diversas situaciones a
partir de una experiencia individual y particular (por ejemplo, el prejuicio, Heller, 1970). La filósofa
húngara encuentra en la operación de la hipergeneralización “un tipo activo de acción (y pensamiento)
que, aun siendo psicológicamente activo, en el plano del conocimiento y de la moral es pasivo” (2002). El
criterio de validación de las formas de asignar sentido en la vida cotidiana es pragmático (Heller, 1970).
En este aspecto no interesa la corrección o no de los sentidos subjetivamente mentados, sino reconstruir
sus procesos y sus consecuencias en el terreno de la acción. En este aspecto cabe destacar que frente
a situaciones similares los sujetos tienden a reiterar formas de dar sentido, sin embargo las prácticas,
acciones y las disputas puede generar la movilización de otros códigos y formar nuevas redes para dar
sentido.

Subjetividad, sujetos y movimientos sociales


Teniendo en cuenta que los movimientos sociales son tipos de sujetos que despliegan acciones
colectivas a partir de una particular configuración de la subjetividad colectiva, nos abocaremos en este
apartado a investigar la relación y distinción entre subjetividad, sujetos y movimientos sociales. Estas
precisiones conceptuales se valen de los avances que hicimos en secciones precedentes y busca seguir
grados de abstracción. Es decir, no proponemos la existencia separadas de entidades observables
empíricamente y distinguibles en el plano concreto. Antes bien, nuestro propósito es ordenar en un nivel
teórico distintas categorías que se articulan para comprender un proceso de movilización social y diputa
por el orden. La necesidad de organizar por grados de abstracción las categorías propuestas para
aprehender el problema de investigación nos conduce a la concepción de sujeto social. Este concepto de
sujeto social es considerado para pensar con mayor precisión el espacio que vincula subjetividad
colectiva con otros ámbitos como la identidad. La conformación del sujeto sugiere un proceso histórico y
concreto de fijación de ciertos sentidos subjetivos compartidos. La misma idea de subjectum, según
Martin Heidegger (1996) como traducción latina del hipokeimenon griego, supone la referencia a una
permanencia aunque ésta sea cambiante. El sujeto social condensa sentidos y merma el desplazamiento
dinámico de la subjetividad suturándola, aunque no la hace estática. La conformación de un sujeto
supone la articulación de ciertos conglomerados de sentido, algunos tramos de la subjetividad que se
constituyen en un tejido de memoria, historia y reconocimiento. En efecto, esta parcial estabilidad en la
movilización de tramos de la subjetividad permite la definición de un campo intersubjetivo y de un
reconocimiento. Esquemáticamente la construcción de un sujeto social supondría: movilizar
recurrentemente sentidos privilegiados frente a situaciones compartidas, la construcción de un nosotros y

9
La desaparición de un familiar bajo la dictadura militar argentina (1976-1983), por ejemplo, abrió campos de
reestructuración de la subjetividad de los afectados e instaló umbrales de los que luego fue el movimiento de
derechos humanos. El terremoto de la ciudad de México en 1985 y sus consecuencias habitacionales significaron la
proliferación de demandas, movilizaciones y organizaciones civiles en torno a este tema.

109
Orden social, subjetividad y acción colectiva. Notas para el estudio de los movimientos sociales

la definición de una alteridad (aunque sea difusa toda definición identitaria presupone un alter) y además
el reconocimiento intersubjetivo.

La reconstrucción de los procesos de movilización social y su relación con la configuración subjetiva de


los sujetos sociales supone indagar en espacios constitutivos que en el plano abstracto permiten una
mejor comprensión de aquellos, en particular para indagar ese tipo particular de sujeto social capaz de
acción colectiva: los movimientos sociales. Lo que sigue no pretende ser una tipología o requisitos
propios de un movimiento social, sino algunos espacios posibles de pensar la constitución de los
movimientos sociales, en cada proceso histórico-concreto éstos deben ser objetos de atención. En
consecuencia, el pensar estos espacios de concreción de un movimiento social tiene implicancias
epistemológicas para la investigación empírica. Nos referimos al plano identitario, la voluntad colectiva,
las formas de acción política, la construcción de la demanda, los imaginarios y el proyecto común en
tanto horizonte de futuro.

Identidad y movimientos sociales


La conformación del sujeto social es indisociable de un proceso identitario. Esto no significa asimilarlos ni
acotar los espacios de conformación de los sujetos a las identidades sociales. Sin embargo, la atención
en este punto es una clave para la investigación de los sujetos colectivos y, también, de los movimientos
sociales. Una muestra de esta relevancia es que las teorías contemporáneas se han enfrentado a este
asunto. Aunque cada una lo hizo desde su marco teórico y ubicando a la identidad en distinto rango
entre sus preocupaciones. Mientras que la Teoría de la Movilización de Recursos tuvo serias dificultades
epistemológicas para incluir aspectos simbólicos en sus conceptualizaciones sobre movimientos
sociales, la literatura contemporánea ligada a aquellos estudios ha buscado dar cuenta de los aspectos
identitarios con mayor precisión (McAdam 1994; Hunt, Benford y Snow, 1994).

Por su parte, el enfoque orientado a la identidad en el estudio de los movimientos sociales hizo de los
temas identitarios unos de sus principales ejes de investigación (Melucci 1994 y 1999; Pizzorno 1994;
Revilla Blanco, 1994; Chihu Amparán, 1999). Sin embargo, a pesar de esta centralidad es difícil
considerar que exista una teoría de las identidades colectivas suficientemente desarrollada para los
movimientos sociales. Así, podemos recuperar la preocupación de las teorías para rearticularla e
inscribirla en nuestra concepción de la subjetividad y los procesos de dar sentido. Para ello es importante
realizar una distinción analítica entre los conceptos. La identidad, entonces, puede considerarse como
una forma o un espacio específico de subjetividad que adquiere una estabilidad dinámica y que refiere a
un sentido de pertenencia colectivo, a la conformación de un nosotros imaginario, (Aboy Carlés, 2005,) y
la movilización de códigos comunes, la posibilidad de pasar de la primera persona del singular a la
primera del plural en determinadas situaciones (De Ípola, 2000). Esto es, de formas recurrentes de dar
sentido en el plano que constituye el nosotros (De la Garza, 1997).

En tanto la identidad es un proceso dinámico de configuración subjetiva estabilizada (De la Garza, 1992
y 2001) pero que permanece abierto a la reconstrucción incesante, es necesario identificar su núcleo
central que a su vez resemantiza otros códigos al incorporarlos a la configuración. Las mismas acciones
colectivas (prácticas y praxis) ya sean cotidianas o extraordinarias impactan en la conformación de la
subjetividad colectiva e incorporan nuevos sentidos o reordenan los códigos donde pueden aparecer
nuevos o emerger aquellos que parecían fosilizados. La relación entre los nuevos códigos y las

110
Martín Retamozo

experiencias con la identidad es una de las claves para comprender el proceso de interacción y síntesis
que sucede en una dinámica que es necesaria reconstruir en un nivel más abstracto.

La relación entre subjetividad colectiva, sujeto social e identidad es un asunto complejo que,
lógicamente, depende de qué contenido se les otorgue a cada uno de los conceptos. En un aspecto que
no agota la discusión pero que puede servirnos de guía, consideramos a la subjetividad colectiva –como
ya hemos presentado- fundamentalmente como un proceso para dar sentido, mientras que la identidad la
consideramos una instancia diferente producto de experiencias históricas, sedimentaciones de sentidos y
en el cual no puede desconocerse la mirada de la alteridad en esa conformación del nosotros. De este
modo la subjetividad opera como una instancia mucho más móvil, calidoscópica, que si bien logra
producir puntos de sutura frente a acontecimientos y detiene el desplazamiento y usa (e interpela) a las
identidades, permanece en un nivel más fluido. La cristalización de significados (que son producidos y
articulados por la subjetividad) es parte del proceso de construcción identitaria, en particular cuando esta
subjetividad colectiva instala umbrales para la acción colectiva y la experiencia histórica. A su vez, la
subjetividad colectiva pone en juego tramos de las identidades, las reescribe en el presente, apelando a
la memoria, a la historia, a un nosotros fundamentalmente mítico.

La producción de este tipo de subjetividades colectivas que instalan la voluntad de la que hablábamos es
una instancia analíticamente previa a la conformación de un sujeto colectivo como es el caso de los
movimientos sociales. La subjetividad colectiva re-actualiza a la identidad (en un proceso en que la re-
crea y modifica) y este aspecto identitario es clave para la conformación de los movimientos sociales (a
su vez que la propia experiencia impacta en la construcción identitaria). En esta perspectiva, la identidad
no es creada de la nada por la movilización, el movimiento social como tipo de sujeto social articula
ciertos sentidos presentes en la cultura y la historia de los grupos movilizados, pero los configura
discursivamente como conglomerados. Las acciones, la organización, la retórica, las experiencias
colectivas inciden en los significados, decanta, construye, reconstruye y crea una configuración particular
a cada movimiento social (mitos, imaginarios, proyectos, alteridades etc.) que aportan a la
reconfiguración constante de la identidad. En efecto, la identidad es un elemento importante (aunque no
suficiente) para la conformación de un movimiento social, tal como lo hemos expuesto. De esta manera,
la identidad se transforma en una categoría tanto para comprender la conformación de un sujeto social a
partir de una subjetividad colectiva, como para reconstruir las dinámicas de los movimientos sociales
donde la subjetividad y la identidad se articulan con proyectos (una dimensión de futuro) y acción
colectiva (voluntad). Por lo tanto, hay que observar a la identidad como un elemento denso
epistemológicamente, en efecto, en lugar de suponer la identidad en la movilización y la acción es
preciso hacerlas objeto de estudio como bien ha señalado una parte de las teorías sobre los
movimientos sociales.

Voluntad colectiva
La subjetividad colectiva articulada en un sujeto social debe inscribir elementos particulares que permita
la acción colectiva propia de un movimiento social. A la faz identitaria característica de una variedad de
sujetos sociales es necesario incorporar esos ámbitos que ayuden a pensar con mayor precisión las
formas de acción y conflicto social. En efecto, para dar lugar a la conformación (siempre inacabada) del
movimiento social, es imprescindible la incorporación de lo que Antonio Gramsci llamó “voluntad
colectiva”. Es decir, una disposición para la acción y la relación con el otro mediante ésta. La inscripción

111
Orden social, subjetividad y acción colectiva. Notas para el estudio de los movimientos sociales

en el sujeto de la voluntad colectiva supone incorporarle elementos de sentidos que pueden ser
cognitivos, pero también emotivos y éticos que añaden capacidad y disposición de acción al sujeto. Es
en este punto es que concebimos posible la existencia de sujetos sociales sin la consecución de
movimientos.

El problema de la voluntad ha sido un tema esquivo para la teoría social, aunque recurrente en la
filosofía. Antonio Gramsci (1975) presenta el concepto de “voluntad colectiva nacional-popular” refiriendo
a la articulación de un pueblo disgregado y la posibilidad de la construcción de imaginarios sociales
aglutinadores que conduzcan a la acción a través de una combinación de razón y pasión. En la
búsqueda de un momento de la movilización irreducible a la racionalidad, apela a los espacios volitivos
del hombres, por ello requiere de “una fantasía concreta que actúa sobre un pueblo disperso y
pulverizado para suscitar y organizar su voluntad colectiva” (Gramsci, 1975). Aunque esto permite
introducir aspectos complejos de la construcción de la acción colectiva, Antonio Gramsci continúa en un
horizonte ontológico tal que la voluntad colectiva nacional-popular queda atrapada entre la construcción
de sujetos sociales subalternos y la necesariedad de la clase obrera como sujeto histórico (Laclau y
Mouffe, 1987). Pues bien, fuera del marco trascendental de las clases (aunque admitiéndolas como
construcción histórica) es posible desglosar el concepto de voluntad colectiva gramsciano. De esta
manera, mientras en un plano de la hegemonía éste se vincula a la posibilidad de articular identidades
subalternas para la acción conjunta, en otro, que nos interesa especialmente, supone la construcción de
una disposición para la acción que puede situarse en distintos niveles de generalidad. Así, la
construcción de la voluntad colectiva podría operar a nivel nacional-popular, pero también sería posible
reconstruir la voluntad colectiva en niveles particulares, por ejemplo, en los movimientos sociales.

Es preciso indicar la impertinencia de asimilar la constitución de una voluntad colectiva como un


voluntarismo. Muy por el contrario la pregunta del propio Antonio Gramsci se dirige a identificar las
condiciones históricas en que una voluntad colectiva es posible. Del mismo modo la tarea de la
reconstrucción de los movimientos sociales supone una etapa de investigación de las relaciones socio-
históricas en las que es pensable un movimiento social: “Se podría estudiar en concreto la formación de
un histórico colectivo, analizándolo en todas sus fases moleculares, lo que habitualmente no se hace
porque tornaría pesado el análisis” (Gramsci, 1977). En este trabajo “pesado,” radica mucho de la
posibilidad de reconstruir un proceso en que se instituye umbrales de acción colectiva a partir de la
constitución de la subjetividad colectiva, del sujeto y del movimiento (Zemelman, 1987). La constitución
de la voluntad colectiva permite pensar la relación de un sujeto social con un movimiento social, en tanto
se asocia a la acción, a la política y a lo político También como un momento en el proceso de
constitución particular del sujeto social involucrado en el movimiento social.

La voluntad colectiva tiene relevancia tanto en la lucha por la hegemonía como en la dimensión utópica
(los proyectos), además de que se vincula con dos esferas olvidadas en la teoría social, pero importantes
en la filosofía política clásica: el deseo y la decisión. A los fines de nuestro estudio ambas dimensiones
del sujeto colectivo son de vertebral importancia, en tanto es posible pensar que la disposición para la
acción se vincula directamente con la experiencia movilizante del deseo como espacio de la subjetividad.
Esto implica relacionar el deseo con una forma de percibir, de interpretar y de producir una “falta” que
provoca la disposición para la acción. En esta dirección, la posibilidad de que el deseo no devenga en
frustración radica en la opción de intervenir en la historia a partir de la acción, la relación voluntad
colectiva, deseo y decisión es constitutiva del movimiento social.

112
Martín Retamozo

Para pensar la acción colectiva, junto a la voluntad y el deseo emerge un concepto importante y perdido:
la decisión (De la Garza, 1992; De Ípola 2000) el cual es urgente incorporar a la teoría de la acción
colectiva en estrecha relación a la puesta en acto de la voluntad colectiva, como una instancia creativa-
instituyente que abre-crea un espacio de acción y conflicto. Es decir, deberíamos situarla en el momento
configuracional del sujeto, esto es: cuando mediante la acción se pronuncia en la historia como un
“nosotros” irreducible a la agregación de los individuos participantes10 (Naishtat, 1997 y 2004). Esta
operación es precondición de un movimiento, es un momento del paso de la subjetividad colectiva al
movimiento social a través de poner en acto al sujeto social en el terreno abierto por la propia acción (De
Ípola, 2000,). Con esto la decisión y la acción son fases en la constitución del sujeto social particular que
aquí consideramos movimientos sociales.

El acto de la decisión es bautismal. Si bien no determina por entero la constitución futura de un sujeto
social, sí se convierte en un espacio privilegiado para comprender las dimensiones de la aparición
pública de un movimiento social. Esto no significa que el momento de la decisión sea aproblemático.
Primero, por lo poco desarrollado del concepto. Segundo, por las dificultades metodológicas de
reconstruir un ámbito originario que se vuelve mitológico. Aun así, la decisión es de suma importancia
para la conformación de la subjetividad, el sujeto y el movimiento social como el momento de la voluntad
colectiva del sujeto en la subjetivación, que en nuestra concepción ofrece una sutura parcial que dispone
a la acción. No obstante, esto no conduce a un decisionismo porque el horizonte de posibilidades está
limitado por los sentidos compartidos, por las identidades colectivas que la decisión interpela y por el
contexto histórico-estructural que incide en ella. La decisión es constitutiva pero no incondicionada y
responde a una historia de la subjetividad, las relaciones de poder, la cultura y la memoria subalterna
que ponen en coordenadas los alcances de la decisión, así como su capacidad para disputar por
escenarios futuros (Zemelman, 2001). La decisión, en el caso de los movimientos sociales, puede
dislocar un orden existente, introducir la negación a determinado estado de cosas e instituir campos de
conflictos en la disputa por el ordenamiento social.

La construcción de la demanda social.


Para dar posibilidad a un movimiento el sujeto social supone la incorporación de la falta, de esta manera
la demanda se inscribe en la lógica del deseo, en la percepción de una incompletitud que moviliza. La
vinculación de los movimientos sociales con una demanda no es nueva, sin embargo, es necesario
reparar en los procesos de conformación de una demanda social y esto no puede estar escindido de la
subjetividad. De este modo, es una tarea importante en la investigación de los movimientos sociales que
conlleva dos preocupaciones. Primero cómo se construye una demanda colectiva a partir de los sentidos
compartidos. Segundo, cómo se incorpora la demanda en el orden social, su posibilidad de absorción o
su exceso (Laclau, 2005).

Toda situación social requiere de una dotación de sentido para constituirse como significativa para el
mundo humano. En el caso de los movimientos sociales el proceso subjetivo involucrado se relaciona
con la definición del conflicto y de espacios de confrontación. Es decir, con la construcción de una

10
Piénsese, por ejemplo, en el caso de los desocupados en Argentina quienes significan su situación de desempleo
como algo injusto a partir de una particular configuración de la subjetividad colectiva y allí construyen un sujeto
colectivo (Retamozo, 2006).

113
Orden social, subjetividad y acción colectiva. Notas para el estudio de los movimientos sociales

subjetividad colectiva para revestir de un significado particular a determinada relación social con un
sentido de “daño” (Rancière, 1996). El proceso de constitución del movimiento nos conduce a introducir
la noción de lucha y antagonismo en un campo de conflicto que impacta, a su vez, de forma importante
en la conformación de las subjetividades colectivas beligerantes. La condición pública de la demanda y
su inscripción en el ámbito político es una de las características del proceso de construcción del
movimiento social.

Esta emergencia de un sujeto supone también un acto creativo de aparición a partir de una
reconfiguración del campo de experiencias que le permite hacer visible una situación antes ausente
como demanda11. Es decir, la misma situación pudo haber existido en el pasado, como una relación de
subordinación, sin que una subjetividad colectiva movilice sentidos para dotarla de un significado que
hace posible la acción. Las circunstancias históricas, otros sentidos movilizados, la propia dinámica
molecular de las subjetividades populares producen la apertura de momentos de disputa por el sentido.
Estos procesos de apertura (lo que Laclau llamó la proliferación de significantes flotantes) se vinculan a
la imposibilidad de cierto orden social de determinar todos los lugares con sentidos dominantes, es decir,
con problemas de hegemonía.

La capacidad de disputar sentidos y significar (sentir) relaciones sociales como opresivas debe
complementarse con un espacio de comunicación y la conformación de una interersubjetividad capaz de
expandir los sentidos en disputa para desarrollar el conflicto. La emergencia de un movimiento social en
determinadas condiciones estructurales necesita de una asignación colectiva de sentido a una situación
como agraviante o injusta de manera tal que funcione como punto de ignición 12. Esto se produce en un
proceso donde los sentidos de las situaciones ingresan en una fase de disputa entre visiones
dominantes y otras subalternas. De esta forma es posible identificar asignaciones de sentido tendientes
a justificar el status quo y otras que posibilitan poner en cuestión determinada situación y abrir el campo
a la acción de protesta.

En esta perspectiva, la demanda es una producción subjetiva “mediante una serie de actos de una
instancia y una capacidad de enunciación que no eran identificables en un campo de experiencias dado,
cuya identificación por lo tanto corre pareja con la nueva forma de representación del campo de
experiencia” (Rancière, 1996). Es decir, la construcción social de la demanda supone la irrupción de
otros sentidos en la operación semántica de manera tal que se ponen en cuestión los sentidos
dominantes. Esto se vincula a la referencia de Jacques Rancière a la constitución del sujeto político, es
decir un modo de subjetividad que predispone para la acción y ésta produce una reestructuración de los
sentidos dados, desordena el orden, abriendo lugar a la lucha por la hegemonía. No obstante la apertura
del proceso de subjetivación colectiva no nos habilita a referirnos a la necesaria confirmación de un

11
Ernesto Laclau y Mouffe (1987) distinguen entre subordinación y opresión. La primera indica una situación de
dominación, mientras que la segunda se abre cuando el dominado resiste a esa situación a partir de significarla
como injusta. Esto sirve, por ejemplo, para pensar las relaciones de género que históricamente se constituyeron
como de subordinación en muchas partes del mundo, mientras que en momentos particulares devinieron en
situaciones opresivas, lugar de demanda y movilización. Esta distinción analítica abre la posibilidad de investigar los
procesos de constitución de la opresión y los sujetos intervinientes.

12
La existencia de una demanda central no impide que ésta se articule con otras o vaya modificándose con el paso
del tiempo.

114
Martín Retamozo

sujeto emancipatorio (o una subjetividad no alienada, autónoma, liberadora). En este caso es posible
indagar en la lógica de formación de diferentes sujetos sociales. Por ejemplo permite conceptualizar
tanto aquellos movimientos por el respeto de la diversidad sexual como los que se oponen al casamiento
de personas del mis género. El carácter de los sujetos sociales y de los movimientos, por lo tanto, será
materia de investigación y no tienen comportamiento teleológico o legaliforme o enteramente
determinable a priori. Por el contrario, la contingencia de la que partimos y la historicidad, tanto de los
sujetos como del orden social, nos orientan en la necesidad de indagar en las potencialidades y límites
de los sujetos históricos emergentes.

Imaginarios y proyectos
Una de las dimensiones que hacen al movimiento social que se constituye como un espacio para la
investigación es la producción de imaginarios y proyectos colectivos. En efecto, la construcción de un
sujeto supone también constituir una comunidad temporal, esto requiere de la conformación de una
cierta “comunidad imaginada” (Anderson, 2003) a partir de la producción de representaciones colectivas
aglutinantes que van desde una identidad hasta los mitos, héroes y mártires, las memorias compartidas y
la dimensión del futuro constituyen aspectos fundamentales de la movilización social.

La constitución de la subjetividad colectiva, la identidad y los proyectos (que implican ideas de futuro)
debe ser evaluada en los casos particulares puesto que tanto puede haber proyectos de transformación
radical como otros que busquen la apertura del orden con el fin de obtener la integración. La capacidad
crítica de los proyectos construidos por los movimientos no puede indagarse si no es vinculado a las
relaciones sociales en que se construye la acción. Los movimientos sociales desarrollan la proyección de
una idea de futuro que puede alcanzar diferentes niveles y atraer a distintos grupos sociales (en este
sentido se vincula con la hegemonía). En esta perspectiva, la identificación de los proyectos colectivos
que suponen los movimientos sociales tiene una importancia a la hora de analizar las potencialidades de
afección al orden social de los propios movimientos. El proyecto, además de horizonte temporal,
funciona como causa del movimiento (como causa final, en términos aristotélicos). En este plano es
clave recuperar los aportes de Castoriadis (2007) sobre el lugar de los imaginarios sociales y la
producción de imaginarios radicales como elementos del cambio social.

Consideraciones finales
El estudio de los sujetos sociales, en tanto estos sintetizan instancias estructurales del orden social y
aspectos histórico-culturales, constituye una clave de entrada a procesos históricos más amplios y de
mayor alcance. Los movimientos sociales, en este contexto, tienen un lugar destacado entre los sujetos
que intervienen en la constitución del orden social y nos pueden decir mucho de las sociedades en que
se desarrollan, de su pasado y de potenciales futuros. En esta perspectiva, a lo largo de este trabajo
hemos abordado algunas de las discusiones significativas para desentrañar dimensiones constitutivas
del fenómeno de movilización social. Por lo tanto, en esta sección final no reiteraremos lo antes expuesto
sino que recuperaremos algunas de las aproximaciones vertidas con el objetivo de identificar campos y
ejes que ameritan el esfuerzo de la investigación social.

Un punto de inicio básico es la necesidad de pensar la relación entre estructuras, orden social y acción
apartándose de visiones unidireccionales tanto de corte estructuralista como la perspectiva del actor

115
Orden social, subjetividad y acción colectiva. Notas para el estudio de los movimientos sociales

racional. Estos enfoques parecieran ya superados, sin embargo suelen resurgir muchas veces
implícitamente en los estudios sobre los movimientos sociales. De esta forma se disuelve a los sujetos
en las estructuras o se recupera el lugar de la subjetividad sin atender los aspectos sociales
estructurantes. En este asunto, la concepción expuesta sobre la subjetividad colectiva busca superar
esta discusión y nos ofrece una plataforma de indagación para tratar la relación entre estructura y acción
en el plano de la movilización social.

Esta consideración de la subjetividad colectiva requiere de ser articulada en un diálogo fecundo con los
diversos enfoques que han estudiados la movilización social y el comportamiento colectivo. En efecto,
atender tanto a las discusiones teóricas como a los estudios empíricos que se producen desde las
diversas tradiciones de investigación (que incluyen desde las herederas de la teoría de la movilización de
recursos hasta los estudios subalternos y poscoloniales) abrirá nuevos campos de trabajo para los
investigadores preocupados por esta temática. No se trata de sumar enfoques y categorías, sino de
reconstruir perspectivas pertinentes de acuerdo al problema de investigación, atendiendo a la coherencia
y potencialidad del andamiaje elaborado. En este sentido no se pueden ofrecer recetas acabadas sobre
el modo de abordaje de los movimientos sociales, su multidimensionalidad y complejidad obligan a un
esfuerzo singular y la evaluación de qué categorías ayudan a conceptualizar aquello que nos
proponemos conocer. El aporte de la noción de subjetividad en este plano radica en que permite abordar
un conjunto de cuestiones como los aspectos identitarios, culturales, el carácter performativo de la
acción, las demandas y la construcción de antagonismos, de esta manera se pueden articular
preocupaciones presentes en la agenda de los investigadores de los movimientos sociales y en la vida
política de los movimientos.

La comprensión profunda de los movimientos sociales difícilmente pueda agotarse con la intervención
unidisciplinar y si bien la invocación a la interdisciplinariedad es más enunciada que practicada, la
elaboración de un enfoque interdisciplinario de orientación transdisciplinaria sigue siendo una necesidad
imperiosa. Esto supone saber cuando derribar las fronteras disciplinarias fomentadas en muchos
departamentos universitarios y repensar un modelo de ciencia social que permita apropiarse de las
elaboraciones producidas en campos específicos de experticia (la sociología, la teoría política, la
antropología, la geografía, la historia, la ciencia política, la psicología social, por ejemplo) y a su vez las
pueda integrar en proyectos de investigación. Así podrán plantearse escenarios de apropiación de los
aportes de los estudios sobre movimientos sociales que contribuyan a superar escollos teóricos y
metodológicos.

Establecer programas de investigación interdisciplinarios sobre los movimientos sociales demanda


esfuerzos en diferentes planos. De los que se derivan en particular del presente trabajo podemos
destacar, en el aspecto conceptual: a) A partir de los aportes de la teoría social en lo que concierne al
debate estructura y acción: avanzar en la problematización de los procesos de conformación de sujetos
sociales, tanto en lo que se refiere a los elementos estructurales-estructurantes como los aspectos
subjetivos que intervienen, b) Una vez identificado el espacio asociado a los sujetos, es imprescindible
profundizar en la distinción analítica entre subjetividades, sujetos, movimientos, actores y organizaciones
para incrementar en capacidad comprensiva de los fenómenos histórico-políticos, c) Como de algún
modo lo hemos planteado en este artículo es necesario proponer una revisión conceptual enfocada en
ciertas categorías (como voluntad colectiva, deseo, demanda y orden social) para incorporarlas a los
análisis de los movimientos sociales. Por su parte en el eje metodológico consideramos que es una tarea

116
Martín Retamozo

ineludible promover una rigurosa y a la vez creativa discusión de aspectos epistémicos, metodológicos y
técnicos para el desarrollo de programas de investigación empírica.

Los tiempos contemporáneos y los procesos socio-políticos en la actualidad, que producen emergentes
donde la conformación de sujetos y movimientos sociales parece ser una constante (en regiones como
América Latina), exigen de las ciencias sociales un esfuerzo en diferentes planos. Sin dudas la
articulación entre contribuciones teóricas y desarrollos empíricos es una necesidad que se vuelve
imperiosa en el estudio de los movimientos sociales y sus alcances para la construcción de órdenes
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Historia editorial
Recibido: 13/08/0008
Primera revisión: 16/01/2009
Aceptado: 04/06/2009

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Martín Retamozo

Formato de citación
Retamozo, Martín (2009). Orden social, subjetividad y acción colectiva. Notas para el estudio de los
movimientos sociales. Athenea Digital, 16, 95-123. Disponible en
http://psicologiasocial.uab.es/athenea/index.php/atheneaDigital/article/view/560.

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