Apuntes para Una Historia de La Pintura Argentina: Ernesto B - Rodríguez
Apuntes para Una Historia de La Pintura Argentina: Ernesto B - Rodríguez
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DE LA PINTURA ARGENTINA
Por
ERNESTO B . RODRÍGUEZ
N
UESTRO país está bajo el signo de la pintura. Esta afirmación
rotunda de entrada de ninguna manera significa menoscabar
sus otras realidades artísticas y culturales, sino que pretende
destacar su característica más notoria. Al parecer en los países como
en las personas uno de los sentidos como expresión prevalece sobre los
demás... Hay países donde triunfa la expresión audible: la música; la
palabra en poesía, en literatura, etc. son claves rectoras de sus destinos
culturales: el nuestro es, primordialmente, visual, es decir, buena tie-
rra para los ojos catadores de finezas de luces, cambiantes colores, atmós-
feras íntimas o espacios dilatados como la Pampa. Y bien, vamos a re-
ferirnos ahora, en líneas muy generales, a la historia de la pintura
argentina desde sus incipientes albores, en la primera mitad del si-
glo XIX, hasta esta madurez magnífica que corona este año 1966;
madurez reconocida palmariamente estos últimos años en el exterior
a través de las grandes bienales de Yenecia y San Pablo donde el pin-
tor Antonio Berni y la escultora Alicia Pérez Peñalba ganaron, res-
pectivamente, primeros premios. También la obra de Emilio Pettoruti
es altamente valorada en los centros artísticos europeos; signos eviden-
tes esos, junto con otros que no podemos reseñar aquí, del grado de
universalidad que va adquiriendo el arte pictórico argentino.
Con lógica angustia intentaremos acertar con la extremada sínte-
sis. Vamos, pues, sin más, a nuestro intento: Un buen día el país em-
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rresponde para comulgar con su arte. Sólo así podemos tener la gra-
cia de un diálogo con Xul Solar; doblemente embargado por el miste-
rio de la astrología y el arte.
Pero queremos destacar aquí, especialmente, la obra de otro pin-
tor singular; obra signada por la Gran Tradición de los Misterios y
el moderno superrealismo. Fue en la encantadora ciudad de Azul de
la provincia de Buenos Aires, donde conocimos y admiramos el arte
extraño de Claudio Lantier, seudónimo de Alberto López Claro.
Artista silencioso, ajeno, por mística convicción, a los reclamos publi-
citarios que, hacen tantas mentidas famas en nuestra época, vivió hasta
su muerte —en 1952— devoto de su vocación. Gran parte de sus cua-
dros que forman la actual pinacoteca Claudio Lantier muestran miste-
riosas alegorías, místicos símbolos, pintados con esa técnica de espejo
cara a los superrealistas. Una de sus mejores pinturas denominada Trá-
gica búsqueda nos enseña de qué manera Claudio Lantier sentía al
arte como medio revelador de los arcanos del ser. El pensador que en
él había dirigía la mano del pintor para proyectar en sorprendentes
imágenes sus ideas sobre la vida y la muerte. Sobre esa pintura tan
singular escribió lo siguiente: Son las fúnebres imágenes que van pa-
sando en rítmica sucesión por la transparencia de mi persistente diri-
gida memoria, fundidas en indefinido alargamiento espectral, en trá-
gica búsqueda y en obsesionada intención: la revelación de un destino.
En una de sus obras —Autoadoración—, repite en una fascinante
imagen el viejo tema de Narciso contemplándose en las quietas aguas
de un lago; es un gran rostro-árbol; la transformación humana del
árbol que contempla absorto su enigmática belleza dentro de un pai-
saje crepuscular. Claudio Lantier, artista y pensador, dueño de un
ijiundo de trascendencia espiritual, es uno de los auténticos iniciado-
res del superrealismo entre nosotros.
Pero sobre todos ellos la singular personalidad de Juan Batlle
Planas prevalece, hasta la actualidad, como uno de los grandes ex-
ponentes de la mágica tendencia superrealista en nuestro ambiente.
Juan Batlle Planas fue, en efecto, quien, desde 1936 con sus Radio-
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nía por proceso más o menos lógico en ese sentido. En efecto, lo que
llamamos intuición o revelación o inspiración —no importa el térmi-
no, siempre que designemos con él la presencia espiritual— era teni-
da, en mayor o menor grado, por fundamental en las viejas escuelas
de arte. Toda una técnica, toda una artesanía de los valores plásticos
era puesta a su servicio. El artista debía encarnar o representar aque-
lla visión, aquella su visión de los seres y las cosas, del mundo en su-
ma, con estos medios nobles en sí mismos: pintura, escultura, graba-
do, etc Los no figurativos revolucionan esta secular manera de
pensar, y, condicionadas sus mentes al formidable impulso industrial
y técnico de nuestro tiempo, levantan toda una estética sobre estos
valores normativos de nuestra civilización, propugnando un arte, en
consecuencia divorciado enteramente de cualquier necesidad o gra-
tuidad subjetiva, un arte, en fin, que valga por sí mismo, sin desnatu-
ralizarse volviéndose intérprete —como lo ha sido— de las historias,
anécdotas, caprichos y fantasías del yo pintor o del yo más amplio de
cualquier grupo social. Tal es, sintéticamente, la posición de estos pin-
tores y escultores no figurativos; posición avalada por las obras que
muestran; todas ellas desprovistas de otra significación que no surja
de la pura realidad de los medios que usan: líneas y colores armoni-
zados y proporcionados sobre superficies lisas, impecables, en el caso
de los pintores, y juegos de ritmos espaciales en el caso de los esculto-
res. Unos y otros condicionan su hacer al nivel de la sensibilidad men-
tal, son pensadores y sensibles de su arte, y solamente desde ese nivel
el espectador puede y debe entender sus obras.
Parejamente a esta acción teórica de los grupos artísticos citados
—concreto, madí y perceptista— aparecen en esta década un conjunto
de pintores independientes también relacionados con las tendencias
abstractas y no-figurativas. Cabe aquí citar en primer término el
nombre de Juan Bay, verdadero precursor junto con Del Prete y Emi-
lio Pettoruti de esta visión estética. Corresponde, ahora, agregar los
nombres de Domingo Candia, Antonio Scordía, Armando Chiesa, Do-
mínguez Neira y Eugenia Crenovich (Yente). Relacionados en forma
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ERNESTO B. RODRÍGUEZ (AV. Mosconi 3272, Buenos Aires). Crítico de arte. Ejerció
la docencia en escuelas de artes visuales de La Plata y Capital Federal y fue Di-
rector general de Enseñanza artística de la Nación (1958/63). Publicó diversos
trabajos sobre temas de su especialidad.
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