Imperialismo

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1.

Introducción

El concepto de Imperialismo es de por si polémico y expuesto a


interpretaciones contradictorias. No es fácil definirlo, aunque para la mayoría
signifique una práctica de dominación empleada por las naciones o pueblos
poderosos para ampliar y mantener su control o influencia sobre naciones o
pueblos más débiles, no todos los historiadores están de acuerdo en torno a
sus motivaciones y objetivos. Menos consensos existen aun cuando se trata de
identificar a los países o naciones “imperialistas”. En lo que sí creemos estar
seguros es que sus principales y primigenias acciones son motivadas por
razones económicas. Y será esta interpretación el hilo conductor de nuestro
estudio.

El imperialismo del fin del siglo XIX y comienzos del XX fue un proceso
motivado por diferentes razones, principalmente económicas y estratégicas,
que arrojó como consecuencia directa la explotación de millones de habitantes
del tercer mundo, y posteriormente, derivó en un conflicto bélico (resultado
directo del imperialismo y de la carrera armamentista europea de la época) de
grandes proporciones entre las potencias imperialistas de turno. El propósito de
este análisis es mencionar y reflexionar en base al camino que tomó este afán
imperialista del siglo XIX y a los resultados que arrojó para el curso de la
historia del siglo XX.

Un mundo en el que el ritmo de la economía estaba determinado por los países


capitalistas desarrollados o en proceso de desarrollo existentes en su seno
tenía grandes probabilidades de convertirse en un mundo en el que los países
“avanzados” dominaran a los “atrasados”: en definitiva, convertirse en un
mundo imperialista. Pero, paradójicamente, el periodo transcurrido entre 1875 y
1914 se le puede calificar como era del imperio no solo porque en el se
desarrolló un nuevo tipo de imperialismo, sino también por otro motivo
ciertamente anacrónico. Probablemente fue el periodo de la historia moderna
en que hubo mayor número de gobernantes que se autotitulaban
“emperadores” o que eran considerados por los diplomáticos occidentales
como merecedores de ese título.

En Europa se reclamaban este titulo los gobernantes de Alemania, Austria,


Rusia y Turquía y (en su calidad de señores de la India) el Reino Unido. Dos de
ellos (Alemania y el Reino Unido/India) eran innovaciones del decenio de 1870.
Compensaban con creces la desaparición del segundo imperio en Francia de
Napoleón III. Fuera de Europa, se adjudicaba normalmente ese titulo a los
gobernantes de China, Japón, Persia Etiopía y Marruecos. En 1918 habían
desaparecido cinco de ellos.

El periodo que estudiamos es una era en que aparece un nuevo tipo de


imperio, el imperio colonial. Hasta finales de la década de 1860, la palabra
“imperialismo” se había aplicado sobre todo a la Francia de Napoleón III. No
fue hasta 1869 cuando se comenzó a hablar de “el imperialismo en el buen
sentido”, por lo que se entendía “la conciencia de que a veces tenemos (las
potencias europeas) el deber ineludible de realizar tareas pesadas u ofensivas
como defender el Canadá o gobernar Irlanda”, frases como esta eran
cotidianas en los respectivos gobiernos de turno europeos. Sea como sea, este
periodo se caracterizó por un afán de conquista de nuevos territorios por parte
de las principales potencias europeas, lo que traería fatales consecuencias
para millones de habitantes africanos y asiáticos, lo cuales serían explotados
de forma indiscriminada para satisfacer las ansias de poder y riquezas de los
diferentes gobiernos europeos.

En búsqueda de un objetivo común.

La lucha febril de las potencias colonialistas por los territorios de ultramar dio a
las relaciones de los Estados una dureza hasta entonces desconocida. Sin
embargo, no eran únicamente las grandes potencias las que chocaban una y
otra vez por cuestiones internacionales; también las potencias de segundo
rango fueron dominadas por las tendencias imperialistas de la época. De tal
forma que aquellas provocaron el desmoronamiento del sistema de las
potencias europeas en la Primera Guerra Mundial. Para “algunos Estados
europeos, como Inglaterra y Francia, ya hacía tiempo que llevaban a cabo una
política de expansión colonial. Hacia 1885 este proceso de expansión de la
civilización europea por todo el globo sufre una violenta aceleración; en pocos
años se convirtió en una auténtica carrera de las potencias europeas tras los
territorios de ultramar aún “libres”, a la que, a partir de 1894, se sumaron
también Japón y los Estados Unidos”.
Esta carrera tenía un objetivo común: los territorios de Asia y África, con sus
recursos naturales como objetivo principal, incluyendo los recursos humanos,
quienes, además, serían tratados como un potencial mercado.
En América latina, la dominación económica y las presiones políticas
necesarias se realizaban sin una conquista formal. Ciertamente, el continente
americano fue la única gran región del planeta en la que no hubo una seria
rivalidad entre las grandes potencias. Ni para el Reino Unido ni para ningún
otro país existían razones de peso para rivalizar con los Estados Unidos
desafiando la doctrina Monroe. Hobsbawm, señala que “ese reparto del mundo
entre un número reducido de Estados era la expresión más espectacular de la
progresiva división del globo en fuertes y débiles, avanzados y atrasados. Era
también un fenómeno totalmente nuevo.

Entre 1876 y 1915, aproximadamente una cuarta parte de la superficie del


planeta fue distribuida o redistribuida en forma de colonias entre media docena
de Estados”. Hasta entonces las potencias europeas habían dejado toda la
iniciativa a los grandes colonizadores y a las empresas coloniales y en general
no dejaban seguir la bandera nacional al comercio. En todo caso se había
tratado de reducir al mínimo la propia intervención política y militar. Ahora la
situación se había convertido en lo contrario. Impulsadas por un nacionalismo
que había desembocado en imperialismo, las potencias europeas empezaron a
perseguir sistemáticamente la adquisición de nuevos territorios coloniales y a
respaldar con capital propio la conquista y penetración económica de los
países subdesarrollados, pero ya en la fase inicial y no, como hasta entonces,
solo cuando las cosas habían alcanzado un cierto grado de madurez.
Interdependencia económica, nacionalismo y rivalidad.
El acontecimiento más importante del siglo XIX es, en opinión de Hobsbawm,
“la creación de una economía global, que penetró de forma progresiva en los
rincones más remotos del mundo, con un tejido cada vez más denso de
transacciones económicas, comunicaciones y movimiento de productos, dinero
y seres humanos que vinculaba a los países desarrollados entre sí y con el
mundo subdesarrollado. De no haber sido por estos condicionamientos, no
habría existido una razón especial para que los estados europeos hubieran
demostrado en menor interés, por ejemplo, por la cuenca del Congo o se
hubieran enzarzados en disputas diplomáticas por un atolón del Pacífico”.
Una red de transportes (ferrocarriles, ahora también en el tercer mundo, barcos
a vapor y nuevas vías de comunicación, además de mejores caminos y
carreteras) mucho más tupida posibilitó que incluso las zonas más atrasadas y
hasta entonces marginales se incorporaran a la economía mundial, y los
núcleos tradicionales de riqueza y desarrollo experimentaron un nuevo interés
por esas zonas remotas. El principal país imperialista fue Inglaterra. El impulso
principal del imperialismo inglés estaba dirigido a la región del Alto Nilo; de esta
manera se esperaba estabilizar la dominación en Egipto. Para Briggs y Clavin,
“mientras tanto, los antiguos imperios de España y Holanda seguían existiendo
sobre el mapa –y este último aumentó en riqueza, pero no en tamaño- ,
mientras que el imperio portugués creció en ambos sentidos. Italia participó en
la carrera imperial con escaso éxito (en 1896 fracasó en su tentativa de
apoderarse de Abisinia), y Bélgica, que teóricamente carecía de imperio, se
ocupaba de gestionar el Estado del Congo, propiedad del Rey Leopoldo, quien
lo legó al país en su testamento de 1889. Incluso los Estados Unidos, con un
abultado historial de anticolonialismo, adquirieron colonias en la década de
1890”8. La rivalidad entre las potencias imperialistas era inevitable y también lo
era entre los países imperialistas de menor envergadura, el nacionalismo exigía
cada vez más territorios y conquistas, todo esto llevaría a Europa a la Primera
Guerra Mundial.
El imperialismo compartía ciertos ingredientes del folclore nacionalista, ya que
siempre tuvo sus héroes y sus mitos. Y, al igual que el nacionalismo, podía
sostener que el mundo no se repartía entre imperialismos rivales, sino
complementarios, cada uno de los cuales tenía su propia misión. De hecho, a
veces los distintos imperialismos formaban causa común en nombre de la
“civilización” y el “progreso”. Siguiendo el punto de vista de Briggs y Clavin, “los
abanderados del colonialismo británico solían trazar una distinción muy clara
entre ellos, con sus “familiares y amigos”, y los “nativos” o “aborígenes” a
quienes vencían o dominaban. En el primer caso- ejemplificado por Canadá y
Australia-, los colonos, a los que se habían sumado oleadas de inmigrantes
recientes, obtuvieron la independencia parcial en la segunda mitad del siglo
XIX; el gobierno federal de Australia, por ejemplo, se remonta a 1900. En el
segundo caso, se hablaba de la carga del hombre blanco, pero también había
razones para el entusiasmo, además de un deseo de poner las cosas en su
sitio”
Las relaciones germano-inglesas estaban ya bastante deterioradas, pero en
1896 alcanzaron su punto crítico. El motivo fue la cuestión boer, problema cada
vez más importante para la política imperial inglesa desde el descubrimiento de
oro y diamantes en el Rand. Influenciado por la idea de que la raza anglosajona
y la teutona estaban llamadas a dirigir juntas el mundo, el primer ministro inglés
Joseph Chamberlain presentó en marzo de 1898 un proyecto de alianza a los
alemanes sin haber sido encargado de ello, sin embargo, expresamente por su
premier. Según Mommsen, “el objetivo inmediato de esta oferta sorprendente
debía ser el de reforzar la posición de Inglaterra en las negociaciones con
Francia sobre las cuestiones de África Occidental.
Un conflicto importante dentro de las relaciones franco-inglesas fue el de
Faschoda. En 1898 estalló la crisis. Una gran indignación se apoderó de toda la
nación francesa ante la exigencia británica de abandonar inmediatamente el
Sudán. Una guerra entre ambas potencias parecía inevitable. Mommsen,
afirma que “Francia, mal preparada para la guerra terminó por ceder, por
consejo de Delcassé, después de cinco semanas de agitaciones. Aunque la
grave humillación de Faschoda se había grabado profundamente en la
conciencia de la nación francesa, en los años sucesivos Delcassé orientó
sistemáticamente la política exterior de su país hacia una línea de completo
acuerdo con Inglaterra en las cuestiones coloniales”11. Con el transcurrir de los
años Inglaterra tomaría conciencia de que su principal enemigo imperialista no
era Francia sino Alemania.
Las minas fueron los grandes pioneros que abrieron el mundo al imperialismo,
y fueron extraordinariamente eficaces porque sus beneficios eran lo bastante
importantes como para justificar también la construcción de ramales de
ferrocarril. Las plantaciones, explotaciones y granjas eran el segundo pilar de
las economías imperiales. Los comerciantes y financieros metropolitanos eran
el tercero.
Un argumento general, compartido también por Hobsbawm, de peso para la
expansión colonial era la búsqueda de mercados. “El imperialismo era la
consecuencia natural de una economía internacional basada en la rivalidad
varias economías industriales competidoras, hecho al que se sumaban las
presiones económicas del decenio de 1880”. África y Oceanía fueron las
principales zonas donde se centró la competencia por conseguir nuevos
territorios. Es imposible separar la política y la economía en una sociedad
capitalista, como lo es separar la religión y la sociedad en una comunidad
islámica. “La pretensión de explicar el nuevo imperialismo desde una óptica no
económica es tan poco realista como el intento de explicar la aparición de los
partidos obreros sin tomar en cuenta para nada los factores económicos.
El imperialismo estimuló a las masas, y en especial a los elementos
potencialmente descontentos, a identificarse con el Estado y la nación imperial,
dando así, de forma inconsciente, justificación y legitimidad al sistema social y
político representado por ese Estado. El imperialismo ayudaba a crear un buen
cemento ideológico. En algunos países el imperialismo alcanzó una gran
popularidad entre las clases medias, cuya identidad social descansaba en la
pretensión de ser los vehículos elegidos del patriotismo. Según Hobsbawm, “no
se puede negar que la idea de superioridad y de dominio sobre un mundo
poblado por gentes de piel oscura en remotos lugares tenía arraigo popular y
que, por tanto, benefició a la política imperialista”
Desde luego, el imperialismo de los últimos años del siglo XIX era un
fenómeno “nuevo”. Era el producto de una época de competitividad entre
economías nacionales capitalistas e industriales rivales que era nueva y que se
vio intensificada por las presiones para asegurar y salvaguardar mercados en
un periodo de incertidumbre económica. Era un periodo en que las tarifas
proteccionistas y la expansión eran las exigencias que planteaban las clases
dirigentes. Nuevamente, Hobsbawm nos dice que “todos los intentos de
separar la explicación del imperialismo de los acontecimientos específicos del
capitalismo en las postrimerías del siglo XIX han de ser considerados como
meros ejercicios ideológicos, aunque muchas veces cultos y en ocasiones
agudos”15. Como se ve, imperialismo y capitalismo son partes inseparables de
la evolución histórica de los dos últimos siglos, no se puede entender el
imperialismo sin tomar en cuenta los principios económicos básicos del
capitalismo.
Imperialismo en el extremo oriente y el Pacífico.
En el extremo oriente el imperialismo también estaba presente. Japón se
encontraba en el inicio de una revolución industrial que contaba con el apoyo del
estado y que iba a transformar las bases de su poder en el siglo XX. Entre 1894
y 1895, la guerra entre el Japón insular y la China continental puso de manifiesto
al mismo tiempo la fortaleza del Japón y la debilidad de China. Antes de terminar
el siglo, la rebelión xenófoba de los bóxers en China alarmó a los países
europeos y a los Estados Unidos más que todo lo que hubiera ocurrido en
Japón. En 1908, China ya tenía su proyecto de constitución y en 1912 se
convertiría en república. La evolución de los acontecimientos en China obligó a
los ingleses a buscar de nuevo la amistad con Alemania. En el verano de 1900
China fue sacudida por la insurrección de los bóxers. Según Mommsen, “si bien
el movimiento de los bóxers fue aplastado relativamente pronto por un ejército
internacional se produjeron considerables complicaciones internacionales. Rusia
aprovechó la ocasión para reforzar su posición en Manchuria. En caso de que
otras potencias tratasen de obtener ventajas territoriales en China, Inglaterra y
Alemania se pondrían antes de acuerdo sobre las iniciativas comunes a tomar
con el fin de garantizar sus intereses”.
 Definición del imperialismo
El imperialismo es un sistema de dominación y explotación de un país o región
por parte de otro, generalmente más poderoso. Se caracteriza por la expansión
territorial, la imposición de la cultura y la economía del país dominante, y la
explotación de los recursos humanos y naturales del territorio dominado.

o Distinción entre colonialismo e imperialismo: Aunque a menudo se


utilizan como sinónimos, el colonialismo se refiere específicamente a la
adquisición y administración de colonias, mientras que el imperialismo
abarca una gama más amplia de formas de dominación, incluyendo la
influencia política, económica y cultural.
o Tipos de imperialismo: Existen diferentes tipos de imperialismo, como
el imperialismo clásico, que se basa en la conquista territorial y la
administración directa de las colonias; el imperialismo económico, que
se centra en la explotación de los recursos naturales y la mano de obra
de los países dominados; el imperialismo cultural, que busca imponer la
cultura del país dominante a las poblaciones de los países dominados;
y el neocolonialismo, que se caracteriza por la dominación económica y
política a través de mecanismos como la deuda externa, la influencia de
las corporaciones multinacionales y la intervención militar.

 Importancia histórica y contemporánea del imperialismo


El imperialismo ha sido un factor determinante en la historia mundial, dando
forma a las relaciones internacionales, la economía global, la cultura y la
geopolítica.

o Impacto en la formación de los estados-nación: El imperialismo jugó


un papel crucial en la formación de los estados-nación modernos, tanto
en los países dominantes como en los países dominados. Los imperios
coloniales, como el Imperio Británico y el Imperio Francés, crearon
estados-nación en sus colonias, a menudo con fronteras artificiales y
estructuras políticas impuestas.

o El imperialismo como fuente de conflicto: El imperialismo ha sido


una fuente constante de conflicto y violencia, tanto entre las potencias
imperialistas como entre los países dominados y sus movimientos de
resistencia. Las guerras coloniales, las revoluciones anticoloniales y los
conflictos étnicos y fronterizos que surgieron en el contexto del
imperialismo son ejemplos de la violencia y el conflicto que este sistema
ha generado.

o El legado del imperialismo: El imperialismo dejó un legado duradero


en el mundo, incluyendo la desigualdad económica, la inestabilidad
política, los conflictos étnicos y la pérdida de identidad cultural en las
ex-colonias.

 Teorías del imperialismo


Diversas teorías han intentado explicar las causas y consecuencias del
imperialismo.
o Teoría marxista

Karl Marx y sus seguidores argumentan que el imperialismo es una fase


inevitable del capitalismo, impulsado por la búsqueda de nuevos
mercados, mano de obra barata y recursos naturales para mantener la
acumulación de capital.
El papel de la burguesía: La burguesía, según Marx, busca expandir
su poder económico y político a través del imperialismo, explotando a
los trabajadores y los recursos de los países dominados. La burguesía,
al buscar nuevos mercados para sus productos y nuevas fuentes de
materias primas, se ve impulsada a expandir su influencia a nivel global,
lo que lleva al imperialismo.
La lucha de clases en el contexto del imperialismo: Marx argumenta
que la lucha de clases se intensifica en el contexto del imperialismo, ya
que los trabajadores de los países dominados se enfrentan a la
explotación de la burguesía de los países dominantes. El imperialismo,
según Marx, intensifica la explotación de los trabajadores y crea una
nueva clase de trabajadores coloniales que se enfrentan a la
explotación por parte de la burguesía de los países dominantes.
o Teoría del sistema mundial
Esta teoría, desarrollada por Immanuel Wallerstein, considera el mundo
como un sistema económico global dividido en un centro (países
desarrollados), una periferia (países en desarrollo) y una semiperiferia
(países con características intermedias). El imperialismo, según esta
teoría, es un proceso de dominación del centro sobre la periferia.
La división del trabajo global: La teoría del sistema mundial
argumenta que el imperialismo crea una división del trabajo global,
donde los países del centro se especializan en la producción de bienes
de alta tecnología y los países de la periferia se especializan en la
producción de materias primas y productos básicos. Esta división del
trabajo perpetúa la desigualdad económica entre el centro y la periferia,
con los países del centro beneficiándose de la explotación de los
recursos y la mano de obra de los países de la periferia.
La dependencia económica: El imperialismo, según esta teoría,
genera una dependencia económica de los países de la periferia hacia
los países del centro, lo que perpetúa la desigualdad y la pobreza. Los
países de la periferia se ven obligados a depender de los países del
centro para acceder a los mercados, la tecnología y la inversión, lo que
los hace vulnerables a la explotación y la dominación.
o Perspectivas poscoloniales

Estas perspectivas, surgidas en el contexto de la descolonización,


analizan el impacto del imperialismo en las culturas y sociedades de los
países colonizados, enfatizando las consecuencias de la explotación, la
violencia y la imposición de la cultura del colonizador.
El legado del colonialismo: Las perspectivas poscoloniales destacan
el legado duradero del colonialismo, incluyendo la desigualdad social, la
discriminación, la violencia y la pérdida de identidad cultural. El
colonialismo dejó un legado de desigualdad social, discriminación,
violencia y pérdida de identidad cultural en las ex-colonias, que aún se
siente en la actualidad.
La lucha por la descolonización: Las perspectivas poscoloniales
también exploran la lucha por la descolonización, tanto en términos
políticos como culturales, y las formas en que los países colonizados
han resistido y desafiado el dominio imperialista. La lucha por la
descolonización fue un proceso complejo y violento, que implicó la
resistencia a la dominación colonial, la búsqueda de la independencia y
la reconstrucción de las identidades culturales.
 El imperialismo como fenómeno económico, político y cultural
El imperialismo no solo es un fenómeno económico, sino también político y
cultural.

o Económicamente: El imperialismo implica la explotación de los recursos


naturales y la mano de obra barata de los países dominados para beneficio del
país dominante.
El saqueo de recursos naturales: Las potencias imperialistas se apropiaron
de los recursos naturales de las colonias, como minerales, productos agrícolas
y madera, para alimentar su propia industria y crecimiento económico. El
imperialismo se basó en la explotación de los recursos naturales de las
colonias, como diamantes, oro, caucho y algodón, para alimentar la industria y
el crecimiento económico de los países imperialistas.

La explotación de la mano de obra: Los trabajadores de las colonias fueron


explotados, trabajando en condiciones precarias y recibiendo salarios bajos,
para producir bienes que se vendían en los mercados de los países
dominantes.

La producción de monocultivos: Las potencias imperialistas impusieron la


producción de monocultivos en las colonias, como el café, el azúcar y el cacao,
para satisfacer la demanda de los mercados europeos. La producción de
monocultivos, a menudo a expensas de la agricultura de subsistencia y la
biodiversidad local, se impuso para satisfacer las necesidades de los mercados
europeos.

El trabajo forzado: En muchas colonias, se impuso el trabajo forzado,


obligando a la población local a trabajar en plantaciones, minas y otros
proyectos sin recibir un salario justo. El trabajo forzado fue una forma de
explotación brutal que se utilizó para obtener mano de obra barata y producir
bienes para los mercados europeos.

o Políticamente: El imperialismo se caracteriza por la imposición de la voluntad


política del país dominante sobre el territorio dominado, a través de la fuerza
militar, la diplomacia o la manipulación de las instituciones políticas locales.

La imposición de sistemas políticos: Las potencias imperialistas impusieron


sus propios sistemas políticos en las colonias, a menudo suprimiendo las
instituciones políticas locales y estableciendo gobiernos títeres. Los sistemas
políticos impuestos por las potencias imperialistas a menudo eran autoritarios y
servían para mantener el control sobre las colonias.

La construcción de imperios: El imperialismo llevó a la construcción de


grandes imperios, como el Imperio Británico, el Imperio Francés y el Imperio
Español, que abarcaban vastos territorios y poblaciones. La construcción de
imperios fue un proceso complejo que implicó la conquista, la colonización y la
administración de vastos territorios y poblaciones.

o Culturalmente: El imperialismo implica la imposición de la cultura del país


dominante, incluyendo su idioma, religión, valores y costumbres, a menudo en
detrimento de las culturas locales.

La asimilación cultural: Las potencias imperialistas intentaron asimilar a las


poblaciones de las colonias a su propia cultura, a menudo mediante la
educación, la religión y la propaganda. La asimilación cultural fue un proceso
que buscaba borrar las culturas locales y reemplazarlas con la cultura del país
dominante.
La supresión de las culturas locales: La cultura de las colonias fue a
menudo suprimida o marginada, y se promovió la cultura del país dominante
como superior. La supresión de las culturas locales fue una forma de control
cultural que buscaba debilitar la resistencia a la dominación imperialista.

La educación colonial: Las potencias imperialistas establecieron sistemas


educativos en las colonias, pero la educación se centró en la enseñanza de la
lengua, la historia y la cultura del país dominante, y no en la preservación de la
cultura local. La educación colonial fue un instrumento de control cultural que
buscaba imponer la cultura del país dominante y debilitar la identidad cultural
de las colonias.

Conclusión
La idea central de este artículo es establecer que el imperialismo de fines del
siglo XIX fue motivado por variadas razones, predominando las económicas y
las estratégicas. El afán de cada potencia de demostrar su poderío, de
aumentar sus posesiones en ultramar y las ansias de poder de los gobiernos
europeos trajeron consecuencias nefastas para millones de habitantes del
tercer mundo que, bajo el eslogan del progreso y la civilización, vieron
mermadas sus libertades básicas, su cultura y su estilo de vida, condenando a
gran parte de África y Asia a un subdesarrollo económico y un atraso industrial
que se mantiene hasta el día de hoy.
La razón de ser del imperialismo no se hallaba en el comercio sino en la
inversión. Las colonias proporcionaban nuevos mercados de capitales, y los
capitales invertidos en el extranjero podían generar mayores beneficios que los
invertidos en el propio país, además de contribuir a crear empleo y aumentar el
nivel de vida en este. Además, eran muy variadas y a veces contradictorias las
motivaciones de los imperialistas de los partidos políticos y de los gobiernos de
Europa. Algunos creían que los territorios coloniales servían para colocar el
excedente de población, un argumento que era el favorito de los gobiernos
conservadores, pero que plantearon personas que no tenían ninguna relación
con el comercio ni con las finanzas. Otros pensaban en el poder y el prestigio,
otro punto de vista típicamente conservador, propio de hombres como Disraeli
o Bismarck, aunque ambos fueron lo bastante inteligentes como para sacar
partido de ese punto de vista más que compartirlo.
Alemania, por culpa de su diplomacia oscilante e incapaz se quedó aislada.
Solamente Austria-Hungría le dio su apoyo incondicional. Mientras las otras
potencias trataban de consolidar sus imperios coloniales, renunciando a
ampliarlos ulteriormente, para Alemania el paso a gran potencia colonial era
abandonado al futuro. No fue una política imperialista declarada y sistemática
la que provocó el aislamiento de las potencias centrales, sino una política de
prestigio oscilante e inestable. La creciente desconfianza de las otras grandes
potencias hacia la política alemana se fue convirtiendo cada vez más en una
amenaza para la paz europea, ya que en todas partes se tendía ahora a
oponerse a los deseos de Alemania, incluso cuando estaban justificados.
El imperialismo trajo consigo la interdependencia económica, la cual no se
debe idealizar. La división del mundo en regiones “verdes” (agrícolas) y
“negras” (industriales) iba acompañada de una división de la población en el
interior de cada país entre “ricos” y “pobres”, y era fácil considerar a ambas
divisiones obra de la naturaleza, en lugar de producto de la actuación humana.
En este contexto las perspectivas internacionales fueron cambiando. Europa
dominaba el comercio internacional, pero los Estados Unidos hacían grandes
progresos en producción, aprovechándose de sus enormes reservas en
materias primas, un mercado interno enorme y una tecnología avanzada que
permitía ahorrar en mano de obra. En las nuevas industrias –como la
automovilística, una industria tan fundamental en el siglo XX como el ferrocarril
en el XIX- , los Estados Unidos pronto tomaron una delantera que ya no
perderían.
Hay que mencionar brevemente un aspecto final del imperialismo: su impacto
sobre las clases dirigentes y medias de los países metropolitanos. En cierto
sentido, el imperialismo dramatizó el triunfo de esas clases y de las sociedades
creadas a su imagen como ningún otro factor podría haberlo hecho. Un
conjunto reducido de países, situados casi todos ellos en el noroeste de
Europa, dominaban el globo. Pero el triunfo imperial planteó problemas e
incertidumbres. Planteó problemas porque se hizo cada vez más insoluble la
contradicción entre la forma en que las clases dirigentes de la metrópoli
gobernaban sus imperios y la manera en que los hacían con sus pueblos.
Inevitablemente llegamos a conclusiones propias del materialismo histórico
cuando estudiamos el proceso imperialista del siglo XIX. Como lo afirmó Marx,
en sus Tesis sobre Feuerbach, “la teoría materialista de que los hombres son
producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los
hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una
educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que
hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser
educado. Conduce, pues, forzosamente, a la división de la sociedad en dos
partes, una de las cuales está por encima de la sociedad”. Estas dos partes
serían las naciones imperialistas y los países colonizados, opresores y
oprimidos. Sin embargo, simplificar gratuitamente de esta forma un proceso tan
complejo como el imperialismo no es lo adecuado, aun cuando creemos que
Marx acertó en su análisis de las contradicciones sociales y económicas de la
era moderna, son muchas las causas y los antecedentes que motivaron el
imperialismo, y sus consecuencias, como hemos visto, aún persisten. No
obstante, debemos recordar, nuevamente pensando en Marx, que son los
hombres los que deben hacer que cambien las circunstancias. Aunque no
siempre cambien para bien.
Referencias bibliográficas
Briggs, Asa y Clavín, Patricia. Historia contemporánea de Europa 1789-1989,
Barcelona, Crítica, 1997.
Hobsbawm, Eric. La era de la Revolución, 1789-1848. Buenos Aires, Crítica,
1998.
Hobsbawm, Eric. La era del Capital, 1848-1875. Buenos Aires, Crítica, 1998.
Hobsbawm, Eric. La era del Imperio, 1875-1914. Buenos Aires, Crítica, 1998.
Lenin, V. I. El Imperialismo, fase superior del Capitalismo. En Obras Escogidas.
Editorial Progreso, Moscú, 1975.
Marx, Karl y Engels, Friedrich. Obras Escogidas de K. Marx y F. Engels. Tomo
I, Editorial Progreso, Moscú, 1981.
Mommsen, Wolfgang. La época del imperialismo, Europa 1885-1918, Vol. 28.
Siglo XXI, 1971.

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