Imperialismo
Imperialismo
Imperialismo
Introducción
El imperialismo del fin del siglo XIX y comienzos del XX fue un proceso
motivado por diferentes razones, principalmente económicas y estratégicas,
que arrojó como consecuencia directa la explotación de millones de habitantes
del tercer mundo, y posteriormente, derivó en un conflicto bélico (resultado
directo del imperialismo y de la carrera armamentista europea de la época) de
grandes proporciones entre las potencias imperialistas de turno. El propósito de
este análisis es mencionar y reflexionar en base al camino que tomó este afán
imperialista del siglo XIX y a los resultados que arrojó para el curso de la
historia del siglo XX.
La lucha febril de las potencias colonialistas por los territorios de ultramar dio a
las relaciones de los Estados una dureza hasta entonces desconocida. Sin
embargo, no eran únicamente las grandes potencias las que chocaban una y
otra vez por cuestiones internacionales; también las potencias de segundo
rango fueron dominadas por las tendencias imperialistas de la época. De tal
forma que aquellas provocaron el desmoronamiento del sistema de las
potencias europeas en la Primera Guerra Mundial. Para “algunos Estados
europeos, como Inglaterra y Francia, ya hacía tiempo que llevaban a cabo una
política de expansión colonial. Hacia 1885 este proceso de expansión de la
civilización europea por todo el globo sufre una violenta aceleración; en pocos
años se convirtió en una auténtica carrera de las potencias europeas tras los
territorios de ultramar aún “libres”, a la que, a partir de 1894, se sumaron
también Japón y los Estados Unidos”.
Esta carrera tenía un objetivo común: los territorios de Asia y África, con sus
recursos naturales como objetivo principal, incluyendo los recursos humanos,
quienes, además, serían tratados como un potencial mercado.
En América latina, la dominación económica y las presiones políticas
necesarias se realizaban sin una conquista formal. Ciertamente, el continente
americano fue la única gran región del planeta en la que no hubo una seria
rivalidad entre las grandes potencias. Ni para el Reino Unido ni para ningún
otro país existían razones de peso para rivalizar con los Estados Unidos
desafiando la doctrina Monroe. Hobsbawm, señala que “ese reparto del mundo
entre un número reducido de Estados era la expresión más espectacular de la
progresiva división del globo en fuertes y débiles, avanzados y atrasados. Era
también un fenómeno totalmente nuevo.
Conclusión
La idea central de este artículo es establecer que el imperialismo de fines del
siglo XIX fue motivado por variadas razones, predominando las económicas y
las estratégicas. El afán de cada potencia de demostrar su poderío, de
aumentar sus posesiones en ultramar y las ansias de poder de los gobiernos
europeos trajeron consecuencias nefastas para millones de habitantes del
tercer mundo que, bajo el eslogan del progreso y la civilización, vieron
mermadas sus libertades básicas, su cultura y su estilo de vida, condenando a
gran parte de África y Asia a un subdesarrollo económico y un atraso industrial
que se mantiene hasta el día de hoy.
La razón de ser del imperialismo no se hallaba en el comercio sino en la
inversión. Las colonias proporcionaban nuevos mercados de capitales, y los
capitales invertidos en el extranjero podían generar mayores beneficios que los
invertidos en el propio país, además de contribuir a crear empleo y aumentar el
nivel de vida en este. Además, eran muy variadas y a veces contradictorias las
motivaciones de los imperialistas de los partidos políticos y de los gobiernos de
Europa. Algunos creían que los territorios coloniales servían para colocar el
excedente de población, un argumento que era el favorito de los gobiernos
conservadores, pero que plantearon personas que no tenían ninguna relación
con el comercio ni con las finanzas. Otros pensaban en el poder y el prestigio,
otro punto de vista típicamente conservador, propio de hombres como Disraeli
o Bismarck, aunque ambos fueron lo bastante inteligentes como para sacar
partido de ese punto de vista más que compartirlo.
Alemania, por culpa de su diplomacia oscilante e incapaz se quedó aislada.
Solamente Austria-Hungría le dio su apoyo incondicional. Mientras las otras
potencias trataban de consolidar sus imperios coloniales, renunciando a
ampliarlos ulteriormente, para Alemania el paso a gran potencia colonial era
abandonado al futuro. No fue una política imperialista declarada y sistemática
la que provocó el aislamiento de las potencias centrales, sino una política de
prestigio oscilante e inestable. La creciente desconfianza de las otras grandes
potencias hacia la política alemana se fue convirtiendo cada vez más en una
amenaza para la paz europea, ya que en todas partes se tendía ahora a
oponerse a los deseos de Alemania, incluso cuando estaban justificados.
El imperialismo trajo consigo la interdependencia económica, la cual no se
debe idealizar. La división del mundo en regiones “verdes” (agrícolas) y
“negras” (industriales) iba acompañada de una división de la población en el
interior de cada país entre “ricos” y “pobres”, y era fácil considerar a ambas
divisiones obra de la naturaleza, en lugar de producto de la actuación humana.
En este contexto las perspectivas internacionales fueron cambiando. Europa
dominaba el comercio internacional, pero los Estados Unidos hacían grandes
progresos en producción, aprovechándose de sus enormes reservas en
materias primas, un mercado interno enorme y una tecnología avanzada que
permitía ahorrar en mano de obra. En las nuevas industrias –como la
automovilística, una industria tan fundamental en el siglo XX como el ferrocarril
en el XIX- , los Estados Unidos pronto tomaron una delantera que ya no
perderían.
Hay que mencionar brevemente un aspecto final del imperialismo: su impacto
sobre las clases dirigentes y medias de los países metropolitanos. En cierto
sentido, el imperialismo dramatizó el triunfo de esas clases y de las sociedades
creadas a su imagen como ningún otro factor podría haberlo hecho. Un
conjunto reducido de países, situados casi todos ellos en el noroeste de
Europa, dominaban el globo. Pero el triunfo imperial planteó problemas e
incertidumbres. Planteó problemas porque se hizo cada vez más insoluble la
contradicción entre la forma en que las clases dirigentes de la metrópoli
gobernaban sus imperios y la manera en que los hacían con sus pueblos.
Inevitablemente llegamos a conclusiones propias del materialismo histórico
cuando estudiamos el proceso imperialista del siglo XIX. Como lo afirmó Marx,
en sus Tesis sobre Feuerbach, “la teoría materialista de que los hombres son
producto de las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los
hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una
educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que
hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser
educado. Conduce, pues, forzosamente, a la división de la sociedad en dos
partes, una de las cuales está por encima de la sociedad”. Estas dos partes
serían las naciones imperialistas y los países colonizados, opresores y
oprimidos. Sin embargo, simplificar gratuitamente de esta forma un proceso tan
complejo como el imperialismo no es lo adecuado, aun cuando creemos que
Marx acertó en su análisis de las contradicciones sociales y económicas de la
era moderna, son muchas las causas y los antecedentes que motivaron el
imperialismo, y sus consecuencias, como hemos visto, aún persisten. No
obstante, debemos recordar, nuevamente pensando en Marx, que son los
hombres los que deben hacer que cambien las circunstancias. Aunque no
siempre cambien para bien.
Referencias bibliográficas
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Hobsbawm, Eric. La era de la Revolución, 1789-1848. Buenos Aires, Crítica,
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Mommsen, Wolfgang. La época del imperialismo, Europa 1885-1918, Vol. 28.
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