Just My Luck (The Kings) - Lena Hendrix

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 364

El presente documento es una traducción realizada por Sweet

Poison. Nuestro trabajo es totalmente sin fines de lucro y no recibimos


remuneración económica de ningún tipo por hacerlo, por lo que te
pedimos que no subas capturas de pantalla a las redes sociales
del mismo.
Te invitamos a apoyar al autor comprando su libro en cuanto esté
disponible en tu localidad, si tienes la posibilidad.
Recuerda que puedes ayudarnos difundiendo nuestro trabajo con
discreción para que podamos seguir trayéndoles más libros.
Tal vez pienses que es una imprudencia que una mamá soltera
contraiga un matrimonio de conveniencia con su jefe...
Estarías en lo cierto.
Para empeorar las cosas, es un malhumorado cervecero
local con un pasado criminal. Resulta que también es mi jefe y es un
completo palo en el trasero. Cada vez que voy a trabajar con una sonrisa
y un saludo, tengo suerte si consigo un gruñido como respuesta.
Cuando accidentalmente escucho por casualidad que tiene problemas
para conseguir un debido a sus antecedentes penales, urdo
un plan para ayudarnos a los dos.
El acuerdo es perfecto: una transacción comercial y nada más. Es
como tener un compañero de casa sin la molestia de que otras personas
te molesten para tener citas.
Definitivamente no me voy a enamorar de él, no importa cuántas
veces diga y el cosquilleo baile en todos los lugares
adecuados.
El problema es que, a medida que pasa el tiempo, las cosas dejan de
parecerse a los negocios y empiezan a parecerse mucho al placer... y, en
realidad, esa es solo mi suerte…

The Kings, libro 2.


Para mis compañeras a las que les gusta el drama falso, pero los orgasmos
muy, muy reales... están en buenas manos con Abel King...
trata con un poco de carga emocional pesada,
incluyendo: una mamá y sus hijos que sobreviven a un incendio (fuera
de página), la muerte de un papá (fuera de página / no detallada, pero
referenciada), una mamá que abandona a sus hijos, sospecha de
negligencia infantil / abuso (fuera de página), un protagonista masculino
que estuvo en la cárcel, una mamá soltera con un ex manipulador /
emocionalmente abusivo ex en su pasado, y la muerte de un niño a
través de accidente de auto (fuera de página, pero hablado / recordado).
Todos estamos de acuerdo en que Russell King es un asco, pero por
favor, sé amable contigo misma a la hora de decidir si estos
desencadenantes son demasiado para ti.
El libro también contiene escenas explícitas de sexo a puerta abierta
con un protagonista masculino que no tiene miedo de conseguir lo que
quiere.
Meterme en la piel de mi jefe es lo segundo más destacado de mi día.
Despertarme sana y salva con mis gemelos es lo primero, por
supuesto, pero había algo en saber que iba a fastidiar a Abel King que
añadía un pequeño tirón a mi vértigo de cada mañana.
Un ejemplo: planeaba usar mi retraso como excusa perfecta para
pinchar al oso.
―¡Ben! ¡Tillie! Tres minutos. ―grité por el pasillo de la pequeña y
destartalada cabaña de la propiedad de mi abuelo, apresurándome a
meter los almuerzos en las mochilas.
―No les levantes la voz a esos niños, Sloaney. ―El abuelo estaba
sentado en un sillón reclinable que se inclinaba demasiado hacia la
derecha y parecía peligrosamente a punto de derrumbarse. Me ablandé
y me acerqué a él, dándole un breve beso en la parte superior de su
cabeza de cabello blanco.
―Si no recuerdo mal, siempre me dabas una orden rápidamente y, si
no la cumplía, no tardabas en darme un azote. ―Me crucé de brazos y
enarqué una ceja mirando a mi abuelo.
Sus pobladas cejas se fruncieron mientras manoteaba el aire entre
nosotros.
―Ah, ¿tú qué sabes?
Mi risa era brillante y rápida. El tiempo había ablandado a mi abuelo,
y ambos lo sabíamos. Mis ojos recorrieron sus pantalones de pijama y la
desvencijada bandeja del televisor que tenía al lado.
Hacía más de un año que la histórica granja en la que el abuelo había
vivido toda su vida se incendió mientras dormíamos dentro. Aun así,
estábamos luchando por recuperarnos como familia. Tanto Ben como
Tillie tuvieron problemas, y en lugar de que la vida siguiera adelante, yo
veía cómo el hombre más fuerte que he conocido pasaba sus días
pudriéndose en un sillón reclinable roto. Después del incendio, nos
mudamos a la cabaña de una habitación y, en lugar de tomar la cama, el
abuelo insistió en dormir en el sillón reclinable.
Nos ofreció un lugar donde quedarnos después de divorciarme de
Jared, y yo llevé el peligro hasta su puerta. Mi ex y yo éramos unos críos
cuando nos conocimos; algunos nos llamarían novios de preparatoria,
pero nuestra relación fue tumultuosa desde el principio. Si no estábamos
corriendo por el Valle de San Fernando con el dinero de nuestros papás,
estábamos rompiendo con el único propósito de volver a estar juntos. Su
familia se llenó de dinero en el mundo del espectáculo, mientras que mi
papá ganaba millones como asesor financiero de los más ricos del
mundo. Cuando papá murió, estaba claro que no había amor entre su
cuarta esposa y yo. Aparte de lo que papá reservó para mí, yo estaba
aislada. Cuando quedé embarazada a los veintidós años, la familia de
Jared insistió en que nos casáramos, y durante un tiempo intentamos
que funcionara.
Luché contra el consabido pozo de lágrimas y rechacé mis
remordimientos no expresados para centrarme en el único hombre que
siempre había estado a mi lado.
―Quizá deberías ir al centro a ver qué hacen otros viejos. ―Opté por
una sonrisa esperanzada.
―¿Para qué quiero andar con un montón de viejos? ―El gruñido del
abuelo habría sido entrañable si no fuera tan triste.
Resignada, me giré hacia el pasillo para intentar que los niños se
movieran de nuevo.
―¡Gallinas! ¡Muévanse!
Tillie fue la primera en aparecer por el pasillo, procedente del cuarto
de baño. Debido a lo diminuto de la cabaña, los niños y yo
compartíamos habitación y, si queríamos algo de intimidad, teníamos
que cambiarnos de ropa en el minúsculo cuarto de baño.
Agradece que tienes agua corriente.
Cerré los ojos e intenté sentir gratitud. Las cosas podrían haber ido
mucho peor, pero mañanas como esta eran agotadoras. Era difícil sentir
que alguna vez volveríamos a encarrilar nuestras vidas.
Después de que se declarara que el incendio fue provocado, todo
avance en la reconstrucción de la granja se detuvo en seco mientras se
realizaban las investigaciones legales y penales. Mientras tanto, nos
vimos obligados a sentarnos y esperar.
―Mamá, ¿puedes ponerme un lazo en el cabello? ―Tillie sostenía un
enorme lazo morado de lentejuelas. Mi hija aún estaba descubriendo su
estilo personal: unos días llevaba un mono holgado y botas altas, y otros,
vestidos con volantes y lazos en el cabello. Sus mejillas ligeramente
pecosas y su espeso cabello castaño me recordaban a una versión
diminuta de mí misma. La única diferencia era que, cuando yo tenía
siete años, era mi niñera la que se tomaba la molestia de ponerme
bonitos lazos en el cabello.
―Por supuesto, bebé. Date la vuelta. ―Tillie sonrió y me dio la
espalda mientras yo aseguraba el moño de su peinado semirecogido. Le
alisé los mechones lacios por la espalda―. ¿Viste a tu hermano?
―Bailaba desnudo. Otra vez. Así que me vestí en el baño. ―A Tillie
no le impresionaba la fascinación de su hermano gemelo por asquearla a
conciencia.
Me reí y le apreté los hombros.
―Okey. Voy por él. Por favor, termina de recoger tu maleta.
Por el pasillo, me detuve frente a la habitación que compartía con los
niños. Llamé dos veces, pero giré el picaporte para abrir la puerta. Había
un colchón en un rincón y una cama improvisada en el suelo. La cama
queen no era lo bastante grande para los tres, así que hice un colchón
con mantas y almohadas para que los niños no tuvieran que dormir en el
suelo.
Me dolía el corazón con solo mirar la habitación.
Intenté superar la vergüenza e infundir sol a mi voz.
―¿Listo para irnos, amigo?
Ben se giró y sus ojos se abrieron de par en par al verme.
―Mamá. ―Su gemido me hizo reprimir una carcajada―. No puedes
dejarnos en la escuela con eso puesto.
Bajé la mirada con fingida sorpresa, sintiendo una sensación de logro
al ver la ropa que elegí. Ver cómo a Abel casi se le reventaba un vaso
sanguíneo cuando me presentaba en el trabajo con rulos de esponja y
bata sería suficiente diversión para pasarme el fin de semana. No solo
me hacía gracia esta mierda, sino que estaba convencida de que era algo
que él también necesitaba. Parecía que todo el mundo en el pueblo le
tenía miedo, y el hombre necesitaba relajarse.
Se convirtió en mi misión, y me la tomé muy en serio. Si mi atuendo
era suficiente para llamar la atención de un niño de siete años, también
lo era para irritar a mi jefe.
Abrí los brazos.
―¿Qué? Es acogedor.
Ben puso los ojos en blanco y se echó la sudadera sobre los hombros.
Sacudió la cabeza.
―Eres tan rara.
Le revolví el cabello rubio casi blanco mientras refunfuñaba a mi lado.
―Te prometo que ni siquiera saldré del auto. Hoy me he retrasado un
poco, eso es todo.
Lo saqué del dormitorio y me dirigí a mi abuelo por el estrecho
pasillo.
―Puedes recogerlos después de la escuela, ¿no? Haré doble turno y
tengo que trabajar hasta las ocho.
El abuelo asintió.
―Puedo ocuparme de estos bribones. ―Señaló hacia ellos―. Vengan
acá.
Con entusiasmo, los gemelos abrazaron a su bisabuelo. Podía ser
gruñón y anticuado, pero siempre nos apoyaba. Su casa fue nuestro
refugio tras mi divorcio y se lo debía todo.
Miré mi reloj.
―Okey, ¡oficialmente llegamos tarde! ¡Vamos!
Como una manada de gatos, junté las mochilas, tomé las botellas de
agua y saqué a los gemelos por la puerta. Fiel a mi palabra, no salí del
auto ni avergoncé a los niños con mi ropa. En lugar de eso, sonreí lo más
fuerte que pude y saludé con la mano mientras entraban en el edificio de
la primaria. A Tillie la envolvió un grupo de chicas, mientras que Ben
hizo lo que hacía todas las mañanas al dejarlos en la escuela: darse la
vuelta para sonreír por última vez y saludar con la mano.
Lo vi entrar en el edificio de la primaria con un nudo en la garganta.
El incendio nos lo arrebató todo, casi todo. Estaría agradecida todos los
días por Lee Sullivan y por cómo encontró a Ben acurrucado en un
armario y le salvó la vida saltando por la ventana del segundo piso.
Como cada día, me resultaba casi imposible alejarme, pero me
recordaba a mí misma que él estaba a salvo y yo tenía un gruñón al que
irritar.

Miré mi reflejo por última vez. Reprimiendo una sonrisa, canalicé a


nuestra señora y salvadora, la señorita Taylor Alison Swift, pintándome
unos atrevidos labios rojos. Subí la visera del auto y entré en Abel's
Brewery con un poco más de movimiento en las caderas.
Los viernes, la cocina artesanal abría unas horas antes, y los clientes
llenaban los reservados y las mesas hasta el cierre. En las afueras de
Outtatowner, Michigan, la cervecería estaba enclavada en una gran duna
de arena con vistas a North Beach y a las vastas aguas abiertas del lago
Michigan. Abel's Brewery atraía a los turistas de lujo en todos los
sentidos. Era un contraste masculino con el suave capricho de la hierba
de la playa y tenía grandes vigas de madera y detalles de hierro por
dentro y por fuera. La pared trasera daba al lago y tenía puertas de
cristal estilo garaje que se abrían durante los meses de primavera,
verano y otoño. Era lo que más me gustaba de la cervecería. El exterior
estaba salpicado de hogueras con cómodos asientos. En el interior, una
gran chimenea de doble cara daba calor en los meses más fríos del
invierno.
El ambiente lujoso y elegante de la cervecería contrastaba con la
sombría presencia de su dueño. Abel King no era más que miradas
sombrías y suspiros pesados. A veces me preocupaba que mis payasadas
fueran demasiado lejos, pero luego recordaba que Sylvie, la hermana
menor de Abel, se convirtió en mi mejor amiga y eso me protegía... al
menos eso me decía a mí misma.
En lugar de usar la entrada lateral destinada a los empleados, entré
por la puerta principal con la esperanza de causar sensación con mi
aspecto.
Y causé sensación.
Como un reloj, Abel estaba gruñendo detrás de la barra, limpiando
superficies, lavando vasos y disponiendo todo lo que los meseros
necesitarían para una tarde y noche ajetreada de servir a los clientes.
Le eché una mirada furtiva con el rabillo del ojo. Abel King no solo era
alto, era enorme. De hombros anchos y cintura afilada, la mayoría de las
mujeres del pueblo dirían que era devastadoramente guapo, si
conseguían pasar por alto el perpetuo nubarrón que le cubría la cabeza.
Tenía el cabello oscuro y corto por los lados, pero últimamente me di
cuenta de que se había dejado crecer la parte superior un poco más de lo
habitual. Sus cejas oscuras ensombrecían sus iris, y aún no me había
atrevido a acercarme lo suficiente para ver si eran marrones con toques
verdes o acaramelados, o negros como yo sospechaba.
¿Por qué me atraen tanto los hombres peligrosos?
Reprimí el pensamiento y, con la barbilla en alto, rodeé las mesas altas
y pasé junto a las íntimas cabinas de respaldo alto que bordeaban el
perímetro exterior.
Mis caderas se contonearon al pasar por delante de la barra.
―Buenos días, jefe ―canté mientras me deslizaba junto a él y tomaba
un vaso.
Mientras llenaba el vaso de agua, la mirada de Abel era como una
marca en mi espalda. Sin duda había llamado su atención. Ahogando
una risita, apreté con fuerza el pequeño bolso que llevaba colgado del
hombro, con la ropa de trabajo que tendría que ponerme. Debajo de la
bata no llevaba más que un sujetador y unas bragas, porque cuando
decides meterte con alguien, te comprometes al máximo.
Me tomé mi tiempo sorbiendo el agua y actuando como si no hubiera
nada extraño en presentarme a trabajar un viernes con el aspecto que
tenía.
Cuando terminé mi vaso, tragué saliva con un aah audible y tiré el
vaso a un lavabo. Satisfecha de haber dejado a mi siempre serio jefe
tambaleándose, me dispuse a salir por detrás de la barra cuando su voz
dura y severa me llegó por encima del hombro.
―Sloane. ―El profundo estruendo tan cerca me hizo saltar.
Salí corriendo de detrás de la barra, pero con las prisas se me
enganchó el lazo de la bata. Mi impulso tiró del cinturón y lo hizo caer al
suelo. Me giré, con los ojos desorbitados por la sorpresa, mientras el aire
frío me hacía cosquillas en la piel.
Miré hacia abajo y vi mi bata abierta de par en par, mostrando mis
pezones muy visibles a través del conjunto de sujetador y tanga de tela
de encaje. Levanté la cabeza y vi que Abel también tenía una visión clara
de mi ropa interior apenas visible.
Con un aullido, me agarré a los lados de la bata y la jalé para cerrarla.
El calor me quemó las mejillas mientras casi corría alrededor de la barra
y hacia la parte de atrás.
No me lo imaginé así.
Una vez a salvo en el baño de empleados, encendí la luz y, por
primera vez desde que salí de casa, examiné mi aspecto. Me veía ridícula
con la bata peluda y los rulos.
Y Abel casi te vio desnuda.
Me invadió una nueva oleada de vergüenza. Se suponía que la broma
iba a ser atrevida y divertida, pero en lugar de eso le enseñé a mi jefe
nada más que una minúscula tanga y un sujetador de encaje que
transmitía la temperatura de la habitación en todo momento.
Solté una carcajada y me tapé la boca con la mano para que Abel no
me oyera. Necesitaba este trabajo, y llevaba meses dejándome la piel
para ahorrar y volver a encarrilar nuestras vidas. Lo último que
necesitaba era que me despidieran por ser una idiota.
La cara de Abel fue de sorpresa y vergüenza. Esos ojos oscuros -con
motas doradas, por cierto-, se clavaron en mi pecho y recorrieron toda
mi frente expuesta durante un latido completo antes de volver a posarse
en mi rostro.
Oh, sí. Definitivamente él lo vio todo.
¿Cómo demonios iba a enfrentarme a él ahora? Quería meterme en un
agujero y morir lenta y mortificadamente.
Un fuerte golpe en la puerta me sobresaltó.
―Sloane. Tenemos que hablar.
Oh, mierda.
Cuando se abrió la puerta de entrada a la cervecería, casi se me cae la
mandíbula al suelo. Cualquiera diría que había una máquina de viento y
voces de fondo, dada la forma en que Sloane entró por la puerta.
Llevaba el cabello castaño ondulado recogido con rulos de color rosa
intenso y, en lugar de ropa de trabajo informal, llevaba bata y pantuflas
blancas.
¿Qué demonios?
Sin mirarme ni un segundo, pasó flotando junto a mí, con su aroma a
bollería y algo dulce flotando en el aire.
―¡Buenos días, jefe! ―Humor y alegría se entremezclaban en su
saludo femenino. Se negaba a llamarme de otra manera que no fuera jefe,
por mucho que le dijera que me llamara Abel.
Mi mirada se clavó en su redondo trasero mientras se dirigía a la barra
por un vaso de agua. Se lo tragó con una floritura antes de dejar el vaso
en el fregadero.
―Sloane ―siseé.
El tono áspero de mi voz la hizo dar un salto y se apresuró a irse, y
entonces ocurrió: se enganchó en una esquina áspera de la barra y su
bata se abrió.
Me zumbaba la sangre. Sloane siempre fue curvas peligrosas y bromas
coquetas. Ella era sol y risas, incluso ni mi propio exterior helado parecía
enfriar su calidez. No tenía derecho, pero demasiado a menudo me
sorprendía a mí mismo inclinándome hacia su presencia como una flor
que prueba por primera vez la luz del sol matutino.
Y ahora estaba expuesta, justo delante de mí.
Yo era su jefe y, en lugar de apartar la vista, me quedé mirándole las
tetas y seguí la suave línea de su vientre hasta el pedazo de tela que
cubría su coño.
Me sentí enfermo.
Y realmente excitado.
Asqueado de mí mismo, dejé el trapo en la barra y salí por el pasillo
tras ella. Me detuve en la puerta del cuarto de baño y escuché sus
silenciosos movimientos a través de la pared.
Levanté el puño y lo dejé caer con fuerza sobre la puerta de madera.
―Sloane. Tenemos que hablar.
Al cabo de un momento se abrió. Un ojo avellana verde y dorado me
miró mientras Sloane se asomaba por la rendija de la puerta.
―¿Necesitabas algo? ―Su voz era plumosa y ligera.
Reprimí un gemido.
―Sloane, yo... ―¿Cómo diablos puedo navegar por esto?
Me aclaré la garganta.
―Lo siento si yo... ―Mierda.
Intenté un enfoque severo.
―El viernes informal es... ―Se me escaparon las palabras.
Sinceramente, me importaba una mierda lo que se pusiera para ir a
trabajar, pero no habría forma de concentrarme sin pensar en la nada
que había debajo de esa bata.
―Maldita sea.
Sus ojos se abrieron de par en par y una pequeña sonrisa se dibujó en
sus labios rojos. Estaba claro que disfrutaba con mi crisis interna.
Me devané los sesos en busca de un pensamiento lógico antes de
renunciar por completo.
―Estaré enfrente si me necesitas.
Me di la vuelta y me alejé, sacudiendo mi cabeza y todos los
pensamientos del cuerpo desnudo de Sloane de mi mente. El problema
era que Sloane Robinson era un grano en el trasero. Desde el primer día
me arrepentí de contratarla para hacerle un favor a mi hermana Sylvie,
pero, ¿qué otra opción tenía? Nunca fui capaz de decirle que no a Sylvie.
Cuando me miraba, era como si viera a un hombre mejor en mi lugar.
Mi hermana era callada y a menudo pasaba desapercibida en este
pueblo a pesar de ser una de las personas más lindas que conocía.
Después de todo lo que pasó, fue la primera persona que me dijo que las
cosas irían bien.
No le creí, pero la idea era agradable.
Ahora, con Sloane trabajando para mí y apareciendo para confirmar
mis sospechas de que era tan hermosa desnuda como vestida, había
conseguido cambiar una prisión por otra.
Una vez de vuelta en la seguridad de la taberna, tomé el trapo y seguí
sacando brillo a la barra de madera. El cinturón de la bata de Sloane
estaba arrugado en un montón en la esquina de la barra. Me agaché y
me lo pasé por los dedos. Un resoplido suave y silencioso salió de mi
nariz cuando sentí un tirón en la comisura de los labios.
Sloane tenía una forma de provocarme que era irritante y entrañable a
partes iguales, casi como si me prestara algo de su ligereza aunque fuera
por breves momentos. Era una amabilidad que rara vez recibía, incluso
en mi propio pueblo.
Outtatowner, Michigan, era el lugar soñado para crecer. Enclavado en
la costa playera del oeste de Michigan, lo teníamos todo: buena pesca,
playas de arena y suficiente dinero familiar para no tomarse la vida
demasiado en serio. Los turistas entraban y salían de nuestro pueblo
durante todo el año, lo que significaba que siempre había chicas nuevas
que conocer y amigos que hacer.
Para la mayoría de los chicos, era un sueño hecho realidad, pero la
mayoría de los chicos no tenían a Russell King como papá. Mis
hermanos y yo crecimos con un papá distante y ausente. Sus duras
palabras eran rápidas y cortantes, pero adorábamos a nuestra mamá y
lamentábamos los días en que los negocios traían a papá de vuelta a
casa. Hasta que una mañana me desperté y mi mamá no estaba.
Ella te dejó y no va a volver. Tal vez si hubieras sido el hombre de la casa en
mi ausencia, ella se habría quedado.
Cuatro días antes de mi cumpleaños número doce, mi mamá
desapareció y nada volvió a ser lo mismo. Las palabras de mi papá me
atravesaron mientras flotaba sin rumbo por la secundaria. Estaba dolido,
molesto. Encontré consuelo en la soledad y el trabajo. Una noche, años
más tarde, mi vida volvió a fracturarse.
Impulsado por la ira, la terquedad y las malas decisiones, mis actos
pusieron mi mundo de cabeza y se cobraron una vida.
Froté la barra, seguro de que mis incesantes círculos acabarían
abriendo un agujero en la madera, me dolía la mandíbula de tanto
apretar los dientes.
Me esforcé el doble para alejar cualquier pensamiento ridículo sobre
Sloane. Ella era mi empleada y la mejor amiga de mi hermana menor.
Era mamá y pasó por tiempos difíciles este año. Su trabajo en mi
cervecería era un favor y nada más.
Aun así, durante el resto del día, el recuerdo de su sonrisa de labios
rojos y su piel desnuda me vino a la cabeza y se instaló en mis entrañas.

Cuando la mayoría de la gente camina por la calle principal en


Outtatowner, es recibida con sonrisas amistosas y saludos. Yo no. No el
hombre tachado de criminal y asesino.
Tampoco se equivocaban.
Solo gracias a la gracia de mi papá y a su astuto sentido de los
negocios pude tener un trabajo después de la cárcel, por no hablar de
una próspera fábrica de cerveza.
Aprendí muy pronto que Russell exigía resultados por encima de
todo, así que me dejé la piel para convertir una cervecería incipiente en
un bar y una cocina artesanal de primera categoría que turistas y
pueblerinos pudieran disfrutar por igual. No necesitaba caerles bien
para que apreciaran el tiempo y el cuidado que ponía en la elaboración
de cada perfil de sabor.
Solo después de haberme probado a mí mismo me ofreció un mínimo
de aprobación. La irritación se apoderó de mí. Al menos en la prisión
estatal solo tenía que preocuparme de mí mismo. Aquí tenía el peso del
apellido King sobre mis hombros.
La cervecería podría llamarse Abel's Brewery, pero siempre sería
suya.
Ese pensamiento me irritaba. Mi papá lo controlaba todo y a todos.
Solo en el último año, cuando mi hermana Sylvie lo desafió en todos los
sentidos, los hilos de nuestra familia empezaron a desenredarse.
Mi hermana tuvo la osadía de entablar amistad y tener un hijo con un
hijo de los rivales más odiados de los King: los Sullivan. Generaciones
de bromas y caos general entre las familias definían nuestro pueblo,
pero la relación de Sylvie y Duke empezó a desmantelarlo todo poco a
poco.
Mi papá ya no hablaba con nuestra hermana, pero los demás nos
agrupamos en torno a ella. Solo entonces empezamos a ver las grietas en
la armadura de Russell King. Eran minúsculas, pero estaban ahí.
Mis largas piernas me llevaban a través del sol del mediodía y mis
pasos golpeaban la acera. Dos mujeres caminaban delante de mí en
dirección contraria. Cuando nos miramos, sonreí y asentí con la cabeza.
Por la forma en que las mujeres se pegaban la una a la otra y se
apresuraban a pasar junto a mí mientras me miraban con recelo,
cualquiera diría que les enseñé una pistola o les mostré los dientes.
Todos sabían que cumplí una condena, pero pocos conocían los
detalles. Si los hubieran sabido, no solo habría sido un marginado, sino
un paria. Después de la cárcel, mi consecuencia fue ser rechazado por mi
propio pueblo natal.
Pero me lo merecía.
―¡Abe! ―Mi nombre llamó mi atención y giré la cabeza para ver a mi
hermano menor, Royal, saliendo de su estudio de tatuajes. Royal, dos
años más joven que yo, era alto y corpulento, como todos los hombres
King. Los tatuajes asomaban por debajo de sus mangas cortas y le
recorrían las muñecas y las manos, incluso le salía tinta por encima del
cuello. Si no tuviera una lucrativa tienda de tatuajes, seguro que nuestro
papá tendría mucho que decir sobre su aspecto.
Los rasgos afilados de Royal llevaban un borde peligroso que podía
cortar a un hombre con una sola mirada. Hasta que abría la boca.
―¿Ya afuera de la cueva asustando a los turistas? ―Su sonrisa de
mierda se extendió mientras se apoyaba en la pared de ladrillo de su
tienda.
Una mirada silenciosa fue mi única respuesta.
Royal se rió, sin inmutarse por mis cavilaciones.
―Me lo imaginé. ¿A dónde vas?
Sentí un tic en la mandíbula. Mi plan aún estaba en pañales, y no
estaba listo para compartirlo con nadie, ya que probablemente no iría a
ninguna parte.
―Afuera.
―Da igual. ―Royal puso los ojos en blanco―. Syl envió un mensaje
sobre una cena en la granja esta noche. MJ tiene noche libre en el trabajo,
así que ella estará ahí también. ¿Te apuntas?
Una cena en casa de mi hermana significaba jugar limpio con su
esposo, Duke Sullivan. Probablemente no estaría muy feliz si supiera
que yo ayudé a crear la purpurina que se metió en las rejillas de
ventilación de su camioneta. Aunque Sylvie nos hizo prometer a todos
que nos llevaríamos bien por ella y por el pequeño Gus, eso no
significaba que no pudiéramos divertirnos un poco jodiendo con ellos.
Aún así, ver a mi hermana menor como mamá me hizo algo en el
pecho. August era adorable, aunque fuera medio Sullivan.
―Sí, me apunto ―dije.
Royal sonrió.
―Bien, y envíale un mensaje. Ella se preocupa por ti.
Con los hombros caídos, asentí y me dirigí hacia el banco.
El banco Outtatowner estaba en el extremo este del pueblo y a una
jodida larga distancia. Claro que podría haber conducido, pero ponerme
al volante seguía siendo un reto, incluso después de tanto tiempo. En
lugar de eso, aproveché el buen tiempo para dar un largo paseo y
pensar.
El vestíbulo del banco era monótono y sin alma. El aroma familiar del
café flotaba en el aire y el silencioso trasiego de papeles me daba la
bienvenida, creando una extraña mezcla de expectación. Era un riesgo
incluso ir al banco por miedo a que alguien le mencionara casualmente
mi presencia a mi papá.
Aun así, algo tenía que cambiar.
―¿Señor King? ―dijo una cortés recepcionista hacia la pequeña sala
de espera.
Me levanté de la silla de madera demasiado pequeña, y vi cómo se le
abrían mucho los ojos y doblaba el cuello para mirarme.
―Um ―tartamudeó―. Por aquí.
Como un perro con la cabeza agachada, la seguí hasta la pared
acristalada de oficinas en la esquina trasera del banco. La recepcionista
abrió la puerta e hizo un gesto hacia el interior.
―Señor Lowell, su cita de las dos y media está aquí.
La oficina estaba llena de pesados muebles de roble y diplomas
enmarcados. Stephen Lowell se levantó detrás de su escritorio y me
tendió la mano.
―Señor King.
Agarré su mano y la estreché.
―Abel, por favor.
Con una inclinación de cabeza, el señor Lowell se sentó detrás de su
escritorio y se reclinó en su silla.
―¿Qué puedo hacer por usted, Abel?
Cuando me acomodé en la silla, mis manos se apretaron
involuntariamente contra los reposabrazos.
―Busco un préstamo comercial. ―La verdad me hizo un nudo en la
garganta, pero forcé las palabras―. Quiero comprar la participación de
mi papá en la cervecería.
Las cejas del señor Lowell se alzaron ligeramente. Asintió, golpeando
el escritorio con los dedos mientras fruncía los labios.
―Comprar un negocio es una empresa importante.
Asentí con la cabeza, muy consciente tras horas y horas de
investigación.
El señor Lowell se aclaró la garganta y pulsó algunas teclas de su
teclado.
―Vamos a repasar algunos detalles.
La esperanza se arremolinaba en mi interior a medida que avanzaba la
conversación. Hizo algunas preguntas generales y luego pasó a la
información sobre el negocio. Cuando me pidió la cuenta de pérdidas y
ganancias, le mostré una carpeta con la información que preparé para
presentarle. La posibilidad de hacer realidad mi sueño se hizo tangible y
mi mente vagó hacia el futuro.
―Entonces, señor King… Abel ―corrigió―. Repasé el historial
financiero de la cervecería y todo parece estar en orden. De hecho, es
bastante impresionante lo que hizo en sus comienzos.
Asentí, su cumplido velado hizo que la camisa me quedara pequeña.
―Sin embargo ―el señor Lowell se quitó los lentes de la nariz y cruzó
las manos sobre el escritorio―, tenemos que considerar otros factores.
Me incliné hacia adelante, ansioso por la confirmación final mientras
la duda y el miedo se arremolinaban en mi cerebro.
―¿Qué factores?
Sabes muy bien qué factores.
El señor Lowell vaciló, y un escalofrío helado recorrió mi espina
dorsal.
―Sus antecedentes penales, señor King.
Las palabras me golpearon con fuerza, un puñetazo en el estómago
que esperaba pero rezaba para que no llegara. Bajé brevemente la
mirada al suelo antes de volver a encontrarme con los ojos del señor
Lowell.
―Cumplí mi condena. Pagué mis deudas ―murmuré, con la
amargura de mis decisiones pasadas en la lengua.
El señor Lowell suspiró, con expresión comprensiva pero seria.
―Lo comprendo señor King, pero como resultado, usted tiene un
historial de crédito interrumpido debido a su período de
encarcelamiento. Además, está la cuestión de la garantía. La falta de
activos sustanciales es un obstáculo para la aprobación.
Se me hizo un nudo en la garganta y la espalda se me puso rígida.
Sabía que ese sería el resultado, pero que me lo explicara sin rodeos fue
un duro golpe.
El señor Lowell suspiró.
―Es un riesgo que el banco no está dispuesto a correr en este
momento. Verá, tenemos que tener en cuenta a nuestros inversores,
nuestra reputación. Aprobar un préstamo para alguien con un historial
criminal como el suyo, bueno, no se ve con buenos ojos.
Apreté los puños luchando contra la oleada de frustración. El peso de
mi pasado pesaba no solo sobre mi conciencia, sino también sobre mis
aspiraciones.
―He cambiado ―argumenté, con la desesperación deslizándose por
mi voz.
Su expresión se suavizó al asentir, reconociendo mi súplica.
―No lo dudo, Abel, pero es una situación complicada. Y, si le soy
sincero, hay otro factor en juego.
Fruncí el ceño.
―¿Qué quiere decir?
El señor Lowell vaciló de nuevo, eligiendo cuidadosamente sus
palabras.
―Su papá es una figura importante en este pueblo. Su influencia va
más allá de la cervecería. Ir en contra de sus deseos, especialmente en un
asunto como éste, podría tener consecuencias reales.
Un sabor amargo me llenó la boca. Esperaba alejarme de la sombra de
mi papá, labrarme mi propio camino. Sin embargo, ahí estaba yo,
enfrentado a la dura realidad de que su apellido tenía más peso que mis
aspiraciones. La denegación del préstamo no tenía que ver solo con mis
antecedentes penales, sino con un juego de poder en un pueblo donde la
influencia de mi papá era una fuerza a tener en cuenta.
Abatido, le di la mano al señor Lowell y me fui con el rabo entre las
piernas. En el largo camino de vuelta, no me molesté en levantar la vista
y saludar a ninguno de los turistas o pueblerinos con los que me crucé.
Sabía que no debía perseguir sueños a los que no tenía derecho.
El zumbido de una noche abarrotada en Abel’s Brewery palpitaba de
vida mientras me abría paso entre la bulliciosa multitud. Las risas y el
tintineo de las copas se fundían en un murmullo amistoso, creando una
atmósfera viva y vigorizante. El aroma del lúpulo y la malta flotaba en el
aire nocturno y salía por la puerta abierta del garaje que daba a la playa.
Me empapé del reconfortante abrazo que me envolvió en la familiaridad
de este pequeño pueblo que estaba aprendiendo a llamar mío.
―¡Oye, Sloane, nos vendría bien otra ronda por aquí! ―La voz de Tall
Chad se coló entre la charla, y le dirigí un asentimiento juguetón antes
de dirigirme a los grifos. En Outtatowner, parecía que la mayoría de la
gente que creció aquí tenía apodos al azar, pero eso solo añadía encanto
al pueblito.
Me sequé las manos en las caderas y me deslicé tras la barra. La
cerveza de barril se vertió suavemente en las copas, creando una cascada
de ámbar mientras yo rebotaba al ritmo de la música y hacía rodar la
rigidez de mis hombros.
Layna, la primera amiga que hice en Outtatowner, estaba sentada en
la barra, rasgueando acordes en su guitarra acústica. El tintineo de
tristes canciones country flotaba por encima del bullicio de la multitud,
mezclándose a la perfección con el murmullo de la conversación. No
pude evitar sonreír cuando Layna me llamó la atención, con un guiño
juguetón que reconocía nuestra conexión común con el ritmo del pueblo.
Después de que Tall Chad tomara sus bebidas, me dirigí hacia Layna,
esquivando al otro mesero que servía conmigo en la noche.
Le sonreí a mi amiga.
―Le estás dando al Grudge una carrera por su dinero esta noche.
The Grudge era el bar del centro de Outtatowner, y si la gente no
estaba en Abel's, estaba ahí. Layna sonrió con los dedos aún rasgueando.
―Alguien tiene que inyectar algo de vida en este antro, pero si me
dan un concierto en el Grudge, me voy.
Nos reímos, compartiendo un momento en medio del animado
ambiente. La música de Layna añadía un toque de calidez a la
cervecería, las conocidas melodías country resonaban entre los clientes
que se mecían al ritmo. Eran estas conexiones, estas experiencias
compartidas, las que hacían que este pueblo se sintiera como algo más
que un conjunto de personas: era un lugar de historias y risas
compartidas.
Cuando terminó la canción, Layna dejó la guitarra a un lado. Me
apresuré a ofrecerle una cerveza fría y ella se inclinó hacia mí.
―¿Qué hay de nuevo? Siento que si no te veo aquí, nunca te veo.
Puse los ojos en blanco y le di un codazo.
―Ya sabes cómo son las cosas, solo soy la proveedora de buenas
vibras y cervezas bien servidas. Volar sola con dos niños no hace la vida
social tan fácil.
Ella sonrió con una suavidad comprensiva en los ojos.
―Estás haciendo un gran trabajo con esos niños.
Se me hizo un nudo en la garganta. La mayoría de los días me pasaba
la vida en blanco, pero si tenía a mis mejores amigos engañados, quizá
estaba haciendo algo bien.
La puerta de entrada se abrió de golpe y Abel irrumpió por el umbral.
La picardía brilló en mis ojos mientras me recorría un escalofrío de
excitación. Desde que el incidente de esta mañana se torció, había estado
pensando en otras formas de provocarlo, menos desnuda.
―Jesús, da miedo. ―La voz de Layna apenas era un susurro mientras
se inclinaba hacia nosotras. Juntas observamos cómo el dueño se
escabullía y desaparecía por el oscuro pasillo de la cervecería. Como
siempre hacía, su presencia melancólica destacaba entre los animados
clientes.
Arrugué la frente. Esta noche su actitud era más afilada, una pesadez
que antes no existía. Algo pesaba sobre él, y mis instintos traviesos
intuyeron que no era el momento de bromas juguetonas.
Levanté el hombro mientras limpiaba sin rumbo la barra. Pensé en lo
entrañable que fue cuando intentó disculparse por mirarme las tetas.
―A veces no es tan malo.
A mi amiga se le escapó un resoplido incrédulo.
―Cumplió una dura condena en prisión, ya sabes.
Mi espalda se tensó.
―Sí, lo escuché. ―Enseguida me di cuenta de que los rumores
formaban parte de la vida en un pequeño pueblo de Michigan tanto
como los chismes de Los Ángeles. Lo común era que Abel había estado
en la cárcel, pero los motivos variaban mucho: tráfico de drogas,
espionaje y, mi favorito, contrabando de pollos a través de las fronteras
estatales.
Como, ¿qué demonios?
Layna miró a su alrededor y se inclinó para susurrar.
―Russell King hizo todo lo posible por mantenerlo en secreto, pero
hay cosas que no se pueden ocultar del todo. Él mató a un niño.
Mi estómago cayó en picado mientras mi mente corría para ponerse al
día.
―¿Qué?
Con los ojos muy abiertos, se encogió de hombros.
―Ése es el rumor que escuché, al menos. Los registros están
completamente sellados, así que nadie sabe la verdad.
Mis ojos volvieron hacia donde Abel desapareció por el pasillo en
dirección a su oficina.
¿Mató a un niño?
Mi mente no quería creerlo. Claro que era arisco y antisocial, pero
nunca habría imaginado que lastimaría a alguien, y menos a un niño.
¿Y tu historial te convierte en una excelente jueza de carácter?
Reprimí la voz crítica de mi cabeza y me centré en mi amiga. Layna se
pasó la correa de la guitarra por la cabeza y volvió a tocar como si no
acabara de soltar una noticia bomba que sacudía el universo.
La cervecería zumbaba con la alegría de la comunidad, un marcado
contraste con las luchas a las que Abel se enfrentaba para encajar en su
propio pueblo. Las melodías cambiaban, el tempo de la música de Layna
se adaptaba al flujo y reflujo de la noche.
Al final encontré un momento para escapar por el pasillo trasero, mi
santuario lejos del caos energético de la cervecería. Abel instaló algunas
luces más en el techo después de ver a demasiados clientes haciendo el
tonto en la oscuridad.
Al fondo del pasillo, la puerta de la oficina de Abel estaba
ligeramente entreabierta. Después de mirar hacia atrás por encima del
hombro, me acerqué en silencio de puntillas a la puerta.
La áspera voz de Abel se coló silenciosamente en el pasillo.
―Lo intenté, Syl. No cedió, dijo que yo era un riesgo para el banco.
Sabía que escuchar a escondidas estaba mal, pero me quedé clavada
en el sitio por la urgencia -la tristeza-, de su voz.
―Si quiero comprar la parte de papá, el dinero tendrá que venir de
otra parte. Es eso o me voy. No estoy seguro de poder hacer esto mucho
más tiempo.
Durante unos pesados instantes, Abel permaneció en silencio,
presumiblemente escuchando a su hermana al otro lado del teléfono.
Sabía por Sylvie que Russell King era un hombre difícil de tener como
papá. Por supuesto, aparentaba ser un hombre de negocios amable y
benévolo, pero sus allegados sabían la verdad: renunciaría a sus propios
hijos para mantener su orgullo. Yo lo odiaba por cómo trató a mi amiga
y, al oír la tristeza que emanaba de Abel, el señor King se había plantado
oficialmente en territorio enemigo.
Yo era una amiga leal y lo suficientemente mezquina como para
odiarlo por principios.
El suspiro solemne de Abel fue desgarrador.
―Sí, ya me voy. Te pondré al corriente del resto en la cena. También
tengo noticias del investigador privado.
¿Investigador privado? ¿Qué demonios...?
Escuchar la conversación me permitió asomarme a un lado vulnerable
de Abel que sospechaba que pocos conocían. No pude evitar sentir una
punzada de compasión por el hombre que soportaba el peso de sus
luchas pasadas y presentes.
¿Por qué necesitaba un investigador privado? ¿De verdad mató a un niño?
Sylvie era mi mejor amiga y nunca dijo una palabra de nada de eso.
Mi cerebro no podía hacerse a la idea de que fuera cierto. Salí con
cuidado del pasillo en penumbra y reanudé mis tareas con un nudo en el
estómago. El corazón del pueblo latía en la cervecería, y cada interacción
era un testimonio de las vidas interconectadas que daban forma a esta
comunidad tan unida.
Mientras tanto, pensé en las cargas no dichas de Abel y me pregunté si
los rumores serían ciertos. En algún momento me di cuenta de que, a
veces, las historias más fuertes son las que no se cuentan.
Mi turno llegó a su fin y no llegué a ver a Abel escabullirse para irse.
Después de cobrar, dejé atrás el animado ambiente y conduje hasta casa
bajo el suave resplandor de las farolas.
Gracias al abuelo, los niños ya estaban en la cama cuando entré en la
cabaña, aunque me esperaban despiertos para terminar sus arrumacos
nocturnos de arañazos en la espalda y mimos.
Contuve la respiración y esbocé una sonrisa antes de abrir la puerta de
nuestro dormitorio.
Ben y Tillie eran demasiado mayores para compartir cama, pero
teníamos pocas opciones. Habían construido un muro de almohadas
entre ellos y estaban tirando de las mantas compartidas.
―¡Quédate de lado! ―gimió Tillie. Ben aprovechó para tirarse un
sonoro pedo, y se rio mientras Tillie chillaba de asco.
Le lancé una mirada seria.
―Benjamin.
Hizo todo lo posible -y no lo consiguió-, por ocultar una sonrisa.
―Lo siento, mamá.
Suspiré y me senté en el borde de la cama.
―Hoy extrañé a mis gallinas. ―Una mano alisó los mechones
castaños de Tillie mientras la otra acariciaba la pantorrilla de Ben.
―Mamá, ¿puedo unirme al equipo de fútbol? ―Sonó la voz
esperanzada de Ben―. Todo el mundo está en el equipo de fútbol en la
escuela.
―¡Yo quiero tomar clases de ballet! ―añadió mi hija, con los ojos de
los gemelos brillando de emoción.
Sus peticiones tiraron de mi fibra sensible mientras mi sonrisa se
aplanaba. Quería dárselos todo, pero el peso de mis preocupaciones
económicas me presionaba. Cuando huí de Los Ángeles tras el divorcio,
no tenía trabajo y conseguir matricular a los gemelos en la escuela era mi
máxima prioridad. Cada centavo que ahorré lo gasté en el divorcio y en
mudarnos al otro lado del país, donde podríamos empezar de nuevo. La
cáscara quemada de la granja y el estado ruinoso de la cabaña de mi
abuelo no hacían más que aumentar mi creciente lista de preocupaciones
sobre cómo iba a seguir llegando a fin de mes.
―Hablemos de eso mañana, ¿okey? Prometo que se nos ocurrirá algo
―los tranquilicé, inclinándome para darles un beso de buenas noches.
Con ellos calmados, les hice cosquillas en la espalda y los arropé, y
luego me deslicé hasta el pasillo. Antes de cerrar la puerta, oí a Tillie
susurrar:
―El fútbol y el ballet son demasiado caros.
Me dolió el pecho. Eran demasiado pequeños para entender el estrés
de los problemas de dinero. Diablos, mi educación contrastaba con la
pequeña cabaña destartalada. Cuando tenía siete años, no me faltaba
nada, ahora me las arreglaba a duras penas y mis hijos lo notaban.
En la penumbra de la sala, el abuelo estaba sentado en su desgastada
silla, mirando a lo lejos. Sus ojos, antaño llenos de vida, mostraban ahora
un atisbo de tristeza, y las arrugas de su rostro se habían profundizado.
―Abuelo, ¿estás bien? ―pregunté, con un suave murmullo en la voz.
Suspiró y levantó la mirada para encontrarse con la mía.
―Solo estoy cansado, Sloaney. Cansado y sintiendo el peso del
tiempo, pero no te preocupes por un viejo como yo.
Sus palabras flotaron en el aire y no pude evitar la sensación de que
los hilos que mantenían unido nuestro mundo empezaban a
deshilacharse. Los retos que nos aguardaban parecían insuperables, pero
cuando me senté junto a mi abuelo, sentí paz.
―Puedo arreglarlo ―prometí, sentándome en el brazo del sillón
reclinable y doblando mi cuerpo sobre el suyo con un abrazo.
Las arrugas de mi abuelo se hicieron más profundas de preocupación
mientras me palmeaba la mano.
―No hay nada que arreglar, Sloaney.
Sus palabras pretendían consolarme, pero en lugar de eso pude sentir
la tristeza resignada en su tono. Tenía que pensar en algo por el bien de
mis hijos y de la luz que se desvanecía en los ojos de mi abuelo.
Incapaz de frenar mi mente, me senté en la pequeña mesa de la cocina
y me preocupé mientras recorría las redes sociales. El suave resplandor
de mi teléfono iluminaba la habitación, arrojando un brillo siniestro
sobre el rústico entorno. Frustrada conmigo misma, un plan empezó a
formarse en mi mente. Era una posibilidad remota, pero podía
funcionar.
Con determinación, cerré la aplicación de redes sociales y abrí mi
correo electrónico. Tocando, envié una consulta rápida al banco que
tenía mi herencia, preguntándome si habría alguna manera de
desbloquear esos fondos ahora que había algo de tiempo y distancia
entre Jared y mi divorcio.
En ese momento, con el tranquilo zumbido de la cabaña a mi
alrededor, sentí un destello de esperanza. Quizá, en medio de las vueltas
y revueltas de la vida, había una oportunidad no solo de reconstruir la
granja de mi abuelo, sino de forjar un futuro mejor para mis hijos y para
mí.

ASUNTO: Consulta sobre el acceso a la herencia


Hola, señora Cumberton,
Espero que este correo electrónico esté bien. Mi nombre es Sloane Robinson.
Hemos hablado antes sobre una herencia con su banco. Me preguntaba si hay
alguna posibilidad o proceso para acceder a mis fondos por un acontecimiento
importante de la vida. Entiendo que podría haber ciertos criterios o pasos
involucrados, y le agradecería enormemente cualquier orientación o información
que pueda proporcionarme.
Gracias por su tiempo y su ayuda.
Saludos cordiales,
Sloane Robinson.

Cuando envié el correo electrónico, me invadió una mezcla de


emociones. La mera idea de navegar por las complejidades de mi
herencia, resultado del duro trabajo de mi papá y de sus astutas
decisiones empresariales, a menudo me provocaba resentimiento. Tras la
inesperada muerte de mi papá, mi madrastra cortó todos los lazos
conmigo. Le irritó bastante que no le transfiriera automáticamente toda
su fortuna y no tuvo reparos en exponerle sus preocupaciones a mi
entonces esposo.
Por aquel entonces yo estaba casada con Jared y me aventuré a
suponer que ambos vieron las señales que yo decidí ignorar. Jared no era
más que decisiones impulsivas y acciones temerarias. Ahora que era un
poco mayor y por fin me había librado de él, tenía que haber una forma
de usar el dinero que mi papá reservó para mí para sacarnos de este
agujero de mierda.
En la tranquila oscuridad de la cabaña de mi abuelo, surgió un
silencioso orgullo cuando dejé a un lado mi vergüenza y mis reservas. El
correo electrónico marcó un pequeño paso hacia la independencia, la
elección de labrarme mi propio camino más allá del peso de la historia
familiar y de las malas decisiones de una joven desafiante.
Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios mientras miraba la
pantalla. Aventurándome en lo desconocido, abracé las posibilidades
que me aguardaban, reconociendo que tomar las riendas de nuestro
destino significaba enfrentarme a las sombras de mi pasado.
Ya había hecho cosas difíciles y, maldita sea, las volvería a hacer.
―Este lote es una absoluta mierda. ―Mi cervecero se hacía llamar
Meatball1 a pesar de que era delgado como un fideo. Medía un metro
setenta, tenía el cabello oscuro y un espeso bigote negro. ¿Quizá el
apodo se debía a que parecía vagamente italiano? En este pueblo nunca
se sabía, y yo todavía estaba intentando averiguarlo.
Los martes por la mañana eran tranquilos. La fábrica de cerveza no
abría hasta la tarde, lo que me permitía dedicar mi tiempo a trabajar en
las recetas, comprobar la fermentación por lotes o la limpieza del equipo
sin interrupciones. Disfrutaba de la soledad y del silencioso zumbido de
las máquinas. Meatball era la única persona con la que tenía que
relacionarme, y eso me venía muy bien.
En la sala de cocción, las marmitas y los grandes tanques de
fermentación ocupaban gran parte del espacio, pero yo había colocado
un pequeño escritorio. Me permitía trabajar tranquilamente junto a los
lotes. Encima de la mesa instalé una estantería, en la que había tarros
con ingredientes que estaba probando: lavanda, naranja confitada,
nuevas variedades de lúpulo.
Giré en mi silla para mirarlo. Meatball era directo y nunca me miraba
como parecía hacerlo el resto de Outtatowner. Era la razón principal por
la que presioné para que le contrataran como ayudante de cervecero, a
pesar de su falta de experiencia. Era un gran trabajador, y eso significaba
más para mí que su falta de habilidades. Habilidades que podía
aprender.

1
Albóndiga.
Como no respondí, sino que me limité a mirarlo, continuó:
―Está cerca, pero hay notas de.... ―Pasó la lengua y la chocó contra el
paladar para probar la muestra―. ¿Regaliz, tal vez? Algo amargo y
desagradable.
Entrecerré los ojos y le hice un gesto para que se acercara.
―Déjame ver.
Meatball usó una pipeta desinfectada para obtener una muestra fresca
y la depositó en un vaso de degustación y me lo pasó. Lo acerqué a la
luz, examinando el color y el menisco mientras se adhería a las paredes
del vidrio. Olfateé y descubrí notas de bayas y un toque de hierbas. Me
llevé la muestra a los labios y probé un poco.
Jesús, mierda.
Me dio un pellizco en la cara y dejé el vaso en la mesa.
―No creo que mejore con el acondicionamiento. ―Meatball frunció el
ceño, cruzándose de brazos.
Sacudí la cabeza.
―No, tienes razón. No sirve. Deséchalo.
Levantó las cejas.
―¿Todo el lote?
Me giré hacia mi escritorio.
―Tú mismo lo dijiste: es una mierda. Deséchalo.
Meatball asintió y trabajó para limpiar la zona antes de tomar medidas
para tirar los diez galones del lote de prueba por el desagüe.
―Lo tienes, jefe.
Me estremecí al oír sus palabras mientras la voz gutural de Sloane
martilleaba mi memoria. Puede que ella no se diera cuenta, pero me
ponía los pelos de punta cada vez que me llamaba jefe. Sonaba diferente
viniendo de ella, la palabra rodó por mi cabeza y se aferró a mis
costillas.
Para distraerme de una chica se cabello oscuro particularmente
irritante, saqué una carpeta de tres aros de la estantería y hojeé la página
de la receta para ese lote específico de cerveza. Algo no iba bien, y era mi
trabajo como maestro cervecero averiguarlo. Cualquier cosa podía
alterar una cerveza, desde la oxidación a la contaminación, pasando por
algo tan simple como una extraña combinación de sabores. Mi instinto
me decía que la combinación de arándanos y albahaca sería un éxito por
aquí, dada la obsesión de todo el mundo por los arándanos en esta
región.
No podía culparlos. Debido al suelo ácido y al clima costero, no había
ningún otro lugar en el país donde se pudieran conseguir bayas tan
deliciosas.
Desgraciadamente, los mejores arándanos del estado procedían de las
granjas Sullivan, pero mi papá odiaba a los Sullivan, por lo que no podía
abastecerse de ellos. A papá casi le da un ataque cuando le sugerí que se
pusiera en contacto con Duke Sullivan, dueño de Sullivan Farms, para
colaborar. Hizo berrinche e insistió en que nos abasteciéramos de bayas
de cualquier otro agricultor de la zona. Lo que no había previsto era la
lealtad de los agricultores a los Sullivan. Como resultado, nuestra única
opción era obtener bayas de fuera de Michigan, congeladas.
Eran basura absoluta.
Puede que él se enorgullezca de ser un hábil hombre de negocios, pero
papá no sabía de cerveza. Solo los mejores ingredientes se traducirían en
la cerveza de mejor sabor, y eso significaba bayas de Sullivan Farms.
Hice una raya gruesa y negra con rotulador permanente sobre las
bayas que aparecían en la receta y encima escribí “bayas de Sullivan”.
Me tragaría mi orgullo en beneficio de la cerveza y trataría de conseguir
algunas de Duke para un nuevo lote.
Lo que mi papá no supiera no le haría ningún daño.
―Oye ―le dije a Meatball―. Vamos a probar esta receta otra vez,
pero necesitaré unos días para conseguir algunas variantes de
ingredientes.
Él asintió y siguió limpiando el equipo. Otra cualidad fantástica era
que mantenía la boca cerrada. Miré a mi ayudante.
Le voy a subir el sueldo.
Volví a mi trabajo, me encorvé sobre la receta y calculé mentalmente
de nuevo para ajustar las bayas frescas frente a las congeladas. Mi
instinto rara vez se equivocaba con una receta, así que no quería
rendirme tan pronto.
Con el siguiente paso de acondicionamiento de la nueva cerveza en
punto muerto, me encontré con una tarde libre. Era una rareza, y odiaba
no tener nada que hacer. Metiéndome un pequeño bloc de notas en el
bolsillo, salí a hurtadillas de la fábrica de cerveza, evitando por completo
el bar de enfrente. La gente ya empezaba a filtrarse, pasando las tardes
aquí tomando una cerveza después del trabajo o un tentempié antes de
ir a la playa. No tenía energía para sus miradas de reojo y recelosas.
En lugar de eso, salí a pie, caminando por la playa hacia la calle
principal, con el bloc de notas en la mano. En él anotaba a menudo
olores o sabores que me parecían interesantes o me atraían de algún
modo. No importaba lo oscuros o aparentemente aleatorios que
parecieran; todo iba a parar al cuaderno.
Corn dog (maíz frito). Aire brumoso. Hierba de playa. Aceite de coco.
Subrayé coco y reflexioné sobre esa idea mientras caminaba.
Coco y guindilla. ¿Cardamomo? ¿Limoncillo?
La mayoría de las ideas eran pensamientos aleatorios que nunca
llegarían a materializarse, pero sabía que la inspiración podía llegar en
cualquier momento y yo estaría preparado. Volví a guardar el bloc de
notas en el bolsillo delantero de mis jeans mientras me acercaba a la
acera que me llevaría al este a través del centro del pueblo. Me detuve a
pensar en mi destino. South Beach ya estaba llena de turistas tomando el
sol de finales de primavera. Poco a poco, el centro del pueblo dejaba de
ser un lugar de turistas y compras para convertirse en una zona de vida
nocturna. Las miradas embobadas y los ojos temerosos no me atraían.
Decidí dar media vuelta y dirigirme al norte hacia la fábrica de
cerveza, para volver a casa, cuando el oxidado auto azul marino de
Sloane llamó mi atención. Estaba estacionado en la puerta de Wegman's
Grocer, una tienda de comestibles demasiado cara para turistas
demasiado apresurados como para dirigirse unas manzanas más allá a la
tienda de comestibles que usábamos el resto de nosotros.
Me picó la curiosidad y cambié de dirección, subiendo por la acera
hacia el centro. Cuando llegué al escaparate, los clientes se
arremolinaban en el interior. No reconocí a nadie, salvo a la cajera. A
pesar de mi anonimato, las miradas recelosas se fundían en mí mientras
caminaba por los pasillos.
Empujé un carrito, evaluando sin rumbo los artículos excesivamente
caros.
¿Por qué estás aquí?
Metí en el auto una caja de cereales y una lata de alubias estilo ranch
antes de doblar una esquina y detenerme bruscamente. Al final del
pasillo, vi a Sloane encorvada sobre una figura pequeña -su hijo, supuse-
, mientras su hija pequeña estaba a su lado, llorando en silencio.
Recorrí la tienda, ¿nadie más había visto esto?
A pesar de la evidente crisis de Sloane, ni una sola persona se paraba a
preguntar si estaba bien o necesitaba ayuda. La indecisión me corroía. La
Sloane que yo conocía era segura de sí misma y una fiera. No necesitaba
que ningún imbécil fuera a rescatarla. Diablos, probablemente ni
siquiera necesitaba ayuda en primer lugar.
Avancé lentamente hacia ella, manteniendo la mirada impasible y
discreta. Efectivamente, a la niña le corrían lágrimas calientes por la cara
mientras su mano tapaba su boca para amortiguar sus sollozos. El niño
estaba en posición fetal, meciéndose suavemente en el suelo mientras
Sloane le frotaba la espalda y le susurraba.
―Por favor, cariño. Tenemos que levantarnos. Estás a salvo. ―Su voz
era áspera y espesa por las lágrimas no derramadas―. Necesito que te
levantes, Ben. Eres demasiado grande para que yo te cargue.
El carrito de Sloane estaba parado al azar, bloqueando el pasillo.
Estaba repleto de lo que supuse que era su comida para la semana. El
niño seguía llorando, sus lamentos eran cada vez más fuertes y llamaban
cada vez más la atención.
Mi corazón martilleó contra mis costillas. Sloane miró a su alrededor,
con ojos suplicantes y su atención volvió a centrarse en su hijo, le rodeó
la cintura con los brazos e intentó levantarlo. El niño no era grande, pero
Sloane era incapaz de hacer que su peso muerto se moviera.
Se le escapó un sollozo apenado que me desgarró el pecho. Sin
pensarlo, abandoné el carrito y acorté la distancia que nos separaba. A
medida que mis pasos se acercaban, sus ojos se alzaron enrojecidos.
Me detuve frente al niño.
―¿Puedo cargarlo?
La sorpresa recorrió sus facciones menudas antes de que sus ojos se
abrieran de par en par y asintiera. Tomé la simple inclinación de su
barbilla como un permiso y me incliné para tomar al niño en brazos. Era
ligero y lo apreté contra mi pecho.
―Estás bien, chico. Solo voy a ayudar a tu mamá a llevarte al auto.
―Suaves lágrimas ahogadas fueron su única respuesta. Me giré hacia la
niña, que tenía la cara manchada y roja. Ella me miró, no con miedo,
sino con asombro. Algo se movió, tenso e incómodo bajo mi piel, pero le
tendí una mano.
Sin dudarlo, la niña deslizó su mano en la mía. No miré atrás mientras
acompañaba a los niños directamente hacia la salida, con Sloane justo
detrás de mí.
Cuando me acerqué a la caja, llamé la atención de la cajera.
―El carrito de Sloane está en el pasillo siete. Embólsalo y envía la
factura a la cervecería. Que lleven la compra a la casa de los Robinson.
Los grandes ojos de la cajera me miraron fijamente.
―¿Entendido? ―pregunté con irritación.
―Sí. Sí. Entendido ―balbuceó la cajera.
Sin mirar atrás, atravesé las puertas automáticas del supermercado y
me dirigí hacia el auto de Sloane. El niño en mis brazos se aferraba a mi
cuello, y la mano de la niña era diminuta en la mía, así que hice todo lo
posible por mantener mi agarre firme pero suave.
Cuando llegamos a su auto, Sloane me rodeó para desbloquear la
puerta y abrirla. Le ofrecí a la niña una sonrisa plana que esperaba que
no fuera una mueca. Sus lágrimas se habían secado y su sonrisa triste me
desgarró el corazón. Ella trepó por el asiento y se acomodó en la parte de
atrás. Puse al niño de pie. No levantó la vista del cemento, así que le di
un suave apretón en el hombro y me giré.
A punto de alejarme, la voz de Sloane me llamó.
―Espera.
Cautelosamente, miré por encima del hombro, preparándome para un
rápido empujón o una respuesta ingeniosa por su parte. En lugar de eso,
metió a su hijo en el auto, le abrochó el cinturón y cerró la puerta con
cuidado. Observé todos sus movimientos. En dos pasos, se abalanzó
sobre mí y me rodeó con los brazos.
Su abrazo me inmovilizó los brazos a los lados. Su pequeña estatura
era empequeñecida por mi masa, pero ella me apretó.
―Gracias.
La tristeza rota de su voz casi me mata. Agaché la cabeza, acepté de
mala gana su gratitud y olí su cabello.
Cuando me soltó, me aclaré la garganta.
―Sí.
Sin saber qué hacer, me di la vuelta y huí por la acera a pasos
agigantados hacia la seguridad de la cervecería. Cuando me perdí de
vista, por fin me detuve y saqué el bloc de notas del bolsillo. Garabateé
exactamente cómo olía Sloane para que no se me olvidara.
Miel. Galletas. Hogar.
El viaje de vuelta a casa de mi abuelo fue una mezcla de pánico,
tristeza y confusión. Lo que empezó como un viaje rápido al
supermercado después de la escuela se convirtió en un lío literal de Ben
arrugado en el suelo. Agarré con fuerza el volante mientras luchaba
contra el sentimiento de impotencia que amenazaba con invadirme.
En un momento estábamos negociando las ventajas nutricionales de
las Pop-Tarts, y al siguiente Ben se quedó paralizado por el pánico. Se
derritió en el suelo y yo perdí el control por culpa de las emociones que
lo invadieron. La pobre Tillie fue un daño colateral mientras yo hacía
todo lo que podía para apartar a Ben del suelo.
Mis ojos se desviaron hacia el espejo retrovisor. La mirada de Ben
estaba desenfocada mientras miraba por la ventana. Tillie hacía todo lo
posible por aligerar el ambiente parloteando y llenando el silencioso
auto de anécdotas sobre su día. No buscaba una respuesta, sino
simplemente una sensación de normalidad en medio de la crisis que
acabábamos de vivir.
Bendita sea esa dulce niña.
―Ya casi estamos en casa, amigo. ¿Estás bien? ―Me enorgullecía lo
fuerte y segura que sonaba mi voz a pesar de la preocupación que me
roía el estómago.
Ben asintió pero no respondió.
―¿Quién era ese hombre? ―preguntó valientemente Tillie.
Ese hombre.
Un flash de los fuertes brazos de Abel levantando a mi hijo y
llevándolo sin esfuerzo por el supermercado no se comparaba con la
dulzura con la que agarró la mano de Tillie. Ella lo aceptó como si fuera
lo más natural del mundo.
Se me apretó el pecho.
Necesitaba ayuda, aunque me daba asco admitirlo. De la forma más
pública y mortificante, Abel apareció de la nada y, literalmente, salvó el
día. ¿Cómo podía ser eso posible si realmente era alguien que lastimó a
un niño? Las dos versiones enfrentadas de Abel King discutían en mi
cabeza mientras conducía por la tranquila carretera rural hacia la
propiedad de mi abuelo.
―Ese hombre es mi jefe, cariño. ―Intenté mantener una conversación
ligera.
―¿Es tu amigo? ―insistió.
―Um... ―Apenas sabía nada de él, pero la forma en que apareció
para mí decía mucho de su capacidad para la amistad―. Algo así.
―Cuando eso no se sintió bien, levanté los hombros y acepté la
verdad―. Sí, es mi amigo.
―Es grande. ―En el espejo pude ver cómo los ojos de Tillie se abrían
de par en par al enfatizar la palabra.
Levanté las cejas.
―Bebé, ya hablamos que es de mala educación hacer comentarios
sobre el tamaño de alguien. Es un pensamiento interno.
Sus pequeñas cejas marrones se inclinaron hacia abajo.
―No quise decir gordo. Es como un gigante.
Reprimí una carcajada. No se equivocaba.
―Sí, el señor King es muy alto.
Y fornido, y guapo en ese sentido melancólico...
―Y fuerte ―añadió Tillie. Golpeó el brazo de su hermano―. ¿Viste
cómo te levantó como si no pesaras nada? ―Ben se encogió de hombros
y siguió mirando distraídamente por la ventana.
La conversación derivó de nuevo hacia Tillie, que recordó su día en la
escuela. Sabía que era su forma de tranquilizarnos, y la amaba aún más
por eso. Cuando entramos en el largo camino de grava, desvié la mirada.
La madera ennegrecida de la granja era un doloroso recuerdo del
incendio al que sobrevivimos. Si fuera por mí, encontraría otra forma de
entrar, pero pasar por delante era la única manera de llegar a la cabaña.
Lo único que nos salvó fue que la granja estaba en el lado del auto de
Tillie y no en el de Ben. Estaba segura de que su última crisis se debía al
trauma del incendio. Bajamos, sin comestibles, y le sugerí a los gemelos
que jugaran un rato antes de empezar con las tareas. De todos modos,
necesitaba un minuto para recuperar el aliento.
Tillie corrió hacia adelante, abriendo de par en par la puerta de la
cabaña sin preocuparse por nada. Ben tardó en moverse y yo me puse a
su lado, rodeándole suavemente el hombro con el brazo. Él se inclinó
hacia mí y una pequeña chispa de esperanza se encendió.
―Te quiero, Benny ―susurré.
―Yo te quiero más ―respondió.
―Yo te quiero más ―respondí mientras nos dirigíamos a la puerta
principal.
―Yo te quiero más-ter, tostadora, tostadora de pollos. ―Una pequeña
sonrisa se dibujó en su boca, pero inmediatamente se borró. Después de
un momento Ben encontró su voz de nuevo―. Lo vi.
La confusión me nubló el cerebro y fruncí el ceño. Me agaché para
ponerme a la altura de mi hijo.
―¿A quién viste, bebé?
La preocupación se me anudó en el estómago mientras el miedo
parpadeaba en el rostro de mi hijo.
―A papá… en el supermercado.
Mis ojos buscaron los suyos. Los gemelos no habían visto a su papá
desde el divorcio. A pesar de nuestro acuerdo de custodia, Jared era
poco fiable y estaba ausente. A pesar de mis esfuerzos, después de
demasiadas ausencias y niños decepcionados, renuncié a intentar forzar
una relación con él. Cuando nuestras discusiones verbales fueron a más,
huí.
Sin embargo, mis sospechas de que Jared no solo era malo, sino
peligroso, alcanzaron su punto álgido cuando el incendio de la casa fue
declarado provocado. Solo conocía a una persona que querría hacernos
daño, y era Jared.
Cuando salíamos, mi papá y mi madrastra me advirtieron que estaban
preocupados, pero yo fui demasiado terca y tonta para aceptarlo. Ellos
veían lo que yo no veía: Jared era un niño mimado que se convirtió en
un hombre incapaz de soportar no conseguir lo que quería.
―¿Estás seguro? ―Agarré la mano de Ben, no queriendo creer que
Jared estaba aquí.
Él asintió, con lágrimas en los ojos.
Contuve la respiración. ¿Cómo demonios se suponía que iba a pasar por
esto sin perder la cabeza o traumatizarlo aún más?
―Te creo. ―Lo envolví en un abrazo―. Te mantendré a salvo. No
tienes que preocuparte. Tu papá está molesto conmigo, no contigo. Todo
va a salir bien.
Mis palabras eran tranquilizadoras, pero no estaba del todo segura de
que fueran ciertas. Jared era un comodín, y no me sentiría segura a
menos que supiera con certeza si estaba merodeando por Outtatowner.
Decidida a salvar la velada, puse cara de felicidad y seguí adelante.
Mientras tanto, la preocupación me carcomió.
¿Cómo demonios iba a superar esto?

Totalmente agotada emocionalmente tras una noche fingiendo que


todo mi mundo no se desmoronaba a mi alrededor, me desplomé sobre
la pila de mantas del suelo. Ben se durmió profundamente y Tillie y yo
nos quedamos abrazadas unos minutos más de lo habitual. Ella ponía
cara de valiente, pero tenía la ligera sospecha de que su forma de
agradar a la gente era una defensa contra el miedo y la preocupación
que sentía.
Tomé el celular de la mesita y ajusté el brillo para no despertar a los
niños. Abrí mi correo electrónico y le envié un mensaje rápido al
terapeuta infantil, explicándole el incidente de hoy y pidiéndole ayuda.
Con suerte un profesional podría hacer más que yo. Aun así, era difícil
no sentir que les estaba fallando a mis hijos.
Un nuevo mensaje me esperaba en la bandeja de entrada. Reconocí el
correo del banco y lo abrí mientras contenía la respiración.

ASUNTO: Asunto: Consulta sobre el acceso a la herencia


Estimada señora Robinson:
Ha sido un placer tener noticias suyas. Según nuestras conversaciones
anteriores, hay disposiciones específicas vinculadas a la herencia a su nombre.
Estaré encantada de comentárselas en detalle, pero para que quede claro, un
acontecimiento vital importante sería el matrimonio, el nacimiento de un hijo, la
matrícula de los hijos en una escuela privada o la matrícula universitaria de uno
o ambos hijos.
Fuera de esos parámetros, los fondos estarían a su disposición en forma de
pagos a partes iguales en sus cumpleaños número treinta y cinco, y cuarenta y
cinco. Una vez más, estaré encantada de concertar una cita para discutir los
detalles. Póngase en contacto con mi secretaria lo antes posible. Adjunto a
continuación sus datos de contacto.
Saludos,
Regina Cumberton

Leí el correo electrónico al menos cinco veces.


¿Matrimonio? No.
¿Nacimiento de un niño? Diablos, no. Tendría que estar teniendo sexo
para que eso fuera siquiera una remota posibilidad.
¿Una escuela privada? Imposible. La escuela privada más cercana
estaba al otro lado del estado, y no podía imaginarme enviando a mis
hijos fuera.
¿Matrícula universitaria? Jesús, necesitaba pasarlos a segundo grado.
No podía soportar la idea de que ninguno de los dos se fuera a la
universidad. La universidad tampoco ayudaría al abuelo.
Abatida, bloqueé el teléfono y me quedé mirando al techo.
La ansiedad me invadió en la oscuridad como un manto helado. Me
preocupaba que mi instinto estuviera en lo cierto y que Jared hubiera
sido el responsable del incendio. Esperaba que la consiguiente
investigación pública bastara para mantenerlo alejado.
¿Y si volvió por nosotros? ¿Y si nunca se fue?
Perdí años de mi vida sin ver las señales de que Jared era un hombre
retorcido y peligroso. Me manipuló y controló, y yo participé de forma
voluntaria. Cuando nos quedamos embarazados de los gemelos, sus
celos de sus propios hijos fueron increíbles, estaba convencido de que
nunca podría amarlo tanto como a los niños.
Tenía razón.
Cuando me di cuenta de que mi farsa de matrimonio había terminado,
me pasaba los días en secreto tramando y planeando mi huida. Hasta
que no desaparecimos en el pueblito costero de mi abuelo no me sentí
segura. Aun así, nos encontró.
No me controlaría. No podía. El problema era que, con una deuda
cada vez mayor y sin forma de acceder a la herencia que sería nuestro
salvavidas, me estaba ahogando.
Esa noche soñé que me alejaba flotando. Ben y Tillie estaban en la
orilla de la playa de Outtatowner, saludándome mientras yo luchaba por
nadar hacia ellos. La marea me alejaba cada vez más de ellos. Grité y me
revolví contra las olas que se precipitaban sobre mi cabeza, pero mis
brazos y piernas eran de plomo. El agua me ahogaba y me quemaba los
pulmones. Mis pies se agitaban mientras una figura oscura se cernía
sobre mis hijos en las sombras. Grité y nadie vino. Luché.
De repente, un gruñido ligeramente familiar y una mano fuerte me
agarró del brazo y me arrastró hasta la orilla.
No tenía muchos dones, pero evitar a la gente era uno de ellos. Pasó
una semana desde el fallo de vestuario de Sloane, y me pasé esos días
con la cabeza agachada, huyendo de todas y cada una de las
interacciones con mi empleada.
De lo que no podía escapar era del recuerdo de la suave piel de Sloane
o de la curva de sus pechos. Era como si una vez que la hubiera visto, la
imagen se alojara en mi cerebro y se negara a irse, incluso un flash de
ella corriendo por mi mente y mi polla se ponía dura como una roca.
El incidente en el supermercado no me ayudó a sentirme mejor por el
hecho de estar obsesionado con mi hermosa empleada.
Una rápida serie de golpes aporreó la puerta de mi oficina.
Me pasé una mano por la cara y suspiré.
―¿Sí?
El pomo giró y una de mis meseras, Reina, asomó la cabeza.
―Estamos inundados aquí. Ken no se presentó. ―Me lanzó una
mirada irritada―. Otra vez.
La frustración me crispó los nervios. Era la tercera vez este mes que
Ken no se presentaba a trabajar, y definitivamente iba a tener que
despedirlo.
―Voy en camino.
Miré las montañas de papeles que estaba revisando y dejé que la
irritación me invadiera. Seguía buscando desesperadamente un
resquicio legal en el contrato de propiedad de la cervecería, pero tendría
que dejar ese dolor de cabeza para otro día.
Caminé por el pasillo hacia el bar detrás de Reina.
―Oye ―le dije―. ¿Puedes servir?
Me miró con desprecio. Sabía que prefería estar detrás de la barra,
pero mi trasero solo ahuyentaría a más clientes, y ella lo sabía.
―Las propinas son tuyas ―añadí para endulzar el trato.
Sus negras cejas se alzaron.
―¿En serio?
Asentí con la cabeza. No necesitaba las propinas del bar, y no tener
que estar en la pista valía la pena cederle el dinero a ella.
Sonrió, empujando un puño hacia mí.
―Trato hecho.
Sin saber qué hacer, agarré su puño y lo estreché.
―Okey.
Ella se rio y entró en la concurrida cervecería. Abel's Brewery estaba
cómodamente ocupada, no tan frenéticamente para estar desbordados,
pero con un ritmo constante de clientes. Una brisa de finales de
primavera flotaba en el lago, y me alegró ver a la gente disfrutando de
las puertas abiertas del garaje y de los asientos al aire libre.
Grupos de personas se mezclaban y reían. Algunos tomaron juegos de
mesa de la estantería comunitaria y estaban jugando con unas cervezas.
Era la tranquila sensación de comunidad lo que me atrajo, una
comunidad de la que ni siquiera podía formar parte, pero que disfrutaba
igualmente.
Mi atención se centró inmediatamente en Sloane. De espaldas a mí, vi
cómo recogía sin esfuerzo los vasos usados y les sonreía a nuestros
clientes. Tenía un carácter natural y atractivo que atraía a la gente. Su
risa era ligera y sus sonrisas genuinas.
Me coloqué detrás de la barra y señalé al hombre que esperaba para
pedir.
―¿Qué quieres?
Mi pregunta cortante le erizó el vello.
Supongo que debería trabajar en eso.
Pidió, pero me miró con recelo antes de dejar unos cuantos billetes
sobre la barra. Los tomé y los eché en el gran tarro para propinas que
había detrás. Atender la barra era un trabajo constante y sin sentido, así
que tuve cuidado de permitirme observar a Sloane solo con el rabillo del
ojo.
Un silbido bajo procedente de la esquina del bar llamó mi atención. Mi
hermano menor, Royal, estaba encaramado a un taburete con una
cerveza en la mano.
Me acerqué y le tendí la mano.
―¿Qué sabes?
Royal sacudió la cabeza, luego tomó su cerveza y se rio antes de dar el
último sorbo.
―Sé que estás muy metido en esto. ―Señaló a Sloane.
Se me escurrió la sangre de la cara y me dediqué a secar un vaso de
medio litro.
―No sé de qué estás hablando.
La mirada plana y juguetona de Royal se me clavó bajo la piel
mientras sonreía.
―La has estado mirando desde que llegaste.
Lo ignoré, sobre todo porque me molestaba que viera lo que tanto me
costó ocultar.
―¿Te vas a quedar? Si vas a molestarme, te lo haré pagar esta noche.
Royal sonrió y se levantó.
―Ojalá pudiera, hermano. Solo pasaba a saludar, pero tengo trabajo.
―El negocio de los tatuajes significaba que Royal trabajaba en horarios
raros. Nos dimos la mano por última vez y vi cómo salía de la
cervecería. Unos ojos ansiosos lo siguieron hacia la puerta. Los saludos
amistosos y los apretones de manos alegres contrastaban con la forma en
que la gente se dispersaba cuando yo pasaba.
Así son las cosas.
Seguí trabajando detrás de la barra, mientras echaba miradas furtivas
a Sloane. Aunque era eficiente y amable, no podía evitar pensar que algo
parecía... raro. Se le encogieron los hombros y casi se me rompe un vaso
cuando la vi estremecerse ante un toque casual de un cliente achispado.
En lugar de rodear la barra y darle una paliza, Sloane se libró sin
esfuerzo y logró evitar su atención. Aun así, lo observé como un halcón.
El rostro de ella esbozaba una sonrisa, pero sus ojos estaban apagados
y miraban hacia la entrada como si esperara que alguien cruzara la
puerta, o como si estuviera buscando una salida. Sin duda le pasaba
algo, y no podía ignorar la sensación de que probablemente era culpa
mía. Primero la miré boquiabierto y luego me interpuse entre ella y sus
hijos. Debería haberla dejado en paz, pero por alguna razón me vi
obligado a ayudarla. Atrás quedó la mujer desafiante que irradiaba luz
del sol, y en su lugar había una mamá que estaba luchando con la crisis
tan pública de su hijo.
No podía no ayudarla.
Suspiré mientras limpiaba la cerveza derramada sobre la barra.
Pensé que estaba haciendo lo correcto, pero juro que si ella renuncia, este
lugar está jodido.
Se oyó un fuerte estruendo en la concurrida taberna, y levanté la
cabeza a tiempo para ver a Sloane que estaba a punto de perder el
control. Tenía los ojos muy abiertos y unas lágrimas inesperadas
brotaban de sus comisuras. No era más que un vaso de cerveza roto que
se había caído de un codazo de una mesa alta; ocurría a menudo.
Rodeé la barra, tomando la fregona y el cubo mientras avanzaba.
―Reina ―dije, deslizando el cubo y la fregona hacia el derrame―.
¿Me ayudas?
Ella asintió.
―Estoy en eso.
Me giré hacia Sloane.
―A mi oficina. ―Cuando se estremeció ante mi tono, me suavicé―.
Por favor.
Apenas asintió, pero pasó a mi lado y se apresuró a cruzar la
habitación y el pasillo hasta mi oficina. Entré detrás de ella y cerré la
puerta para darnos un poco de intimidad.
Me pasé una mano por el cabello corto de la nuca.
―Sloane, hay algo... pareces... mira, si esto es por lo del otro día...
―¿Qué? ―Sus ojos se oscurecieron mientras sus cejas se fruncían.
Jesús, me va a obligar a decirlo.
Hice un gesto entre nosotros.
―Pareces incómoda, y si es porque te vi... ya sabes...
Se dio cuenta y soltó una carcajada.
―¿Qué? No. Dios. No.
Hice una pausa, sin esperar esa reacción. Busqué en el suelo,
tanteando qué decir a continuación.
―Solo son tetas. ―Su risa iba dirigida a mí, pero la preferí a la versión
casi desgarrada de ella de antes―. Realmente está bien, jefe.
―No me llames así. ―Apreté los dientes. Definitivamente no eran
solo tetas. Había visto suficientes pares para saber que los pechos de
Sloane tenían el tamaño y la forma perfectos, tanto que incluso me
masturbé pensando en cómo cabrían en la palma de mi mano.
Mierda, tengo que concentrarme.
Sloane me ignoró y cruzó los brazos sobre su estómago.
―Esta noche estoy fuera de juego. ―Su cuello se giró para estirarse―.
Puedo sentirlo.
―¿Todo bien? ―Esperaba que mi pregunta pareciera de apoyo y no
como el imbécil entrometido que era.
Exhaló un suspiro e inclinó la cara hacia el techo. Aproveché para ver
a la esbelta columna de su cuello. Su pulso palpitaba en la base y me
imaginé pasándole la lengua por ese punto exacto.
―No. No realmente. ―Me miró―. ¿El otro día, en la tienda, cuando
me ayudaste? Mi hijo vio a mi ex.
No me dio más explicaciones, pero pude encajar las piezas. Respiré
aliviado al ver que mi intervención le resultó útil. Una extraña sensación
de orgullo se apoderó de mi pecho, seguida de cerca por un dolor
protector.
Me arriesgué a mirarla.
―¿Estás bien?
Sus ojos color avellana buscaron los míos.
―No estoy segura. Creo que sí. Yo no lo vi, pero Ben jura que sí.
Quiero creerle, pero ¿por qué iba a venir aquí? ¿Solo para jodernos?
―Ella suspiró―. No lo sé. Estoy estresada por eso, cada vez que se abría
la puerta, me preocupaba que fuera él.
La rabia burbujeaba peligrosamente cerca de la superficie. No sabía
nada de su ex, pero si era el tipo de hombre que infundía ese tipo de
miedo a una mujer que le había dado hijos, entraba inmediatamente en
mi lista de mierda.
Yo había conocido a un montón de hombres aterradores, pero su ex
nunca me había conocido a mí.
―¿Cómo es? ―le pregunté.
Su rostro se contrajo mientras pensaba.
―Um... cabello rubio, ojos azules ―sujetó su mano solo unos
centímetros por encima de su propia cabeza―, ¿así de alto? ¿Con un aire
pomposo que te hace querer darle un puñetazo en la cara?
Se me escapó una carcajada sin gracia ante esa última parte.
―Una foto sería útil, así nos aseguramos de que todos sepan que no
es bienvenido aquí.
Me perdí en los verdes y marrones de sus ojos cuando se abrieron de
par en par.
―¿Harías eso por mí?
Asentí con la cabeza. Proteger a Sloane se sentía como la cosa más
simple del mundo.
―Por supuesto.
Por segunda vez en una semana, Sloane avanzó y me abrazó. Su
cuerpo se apretó contra el mío mientras hundía su mejilla en mi pecho.
En lugar de congelarme esta vez, me moví y la abracé, aspirando el
dulce aroma de su champú y dejando que se impregnara en mis
pulmones. Su cuerpo blando se empequeñeció ante el mío mientras la
abrazaba.
Lentamente, se movió e inclinó la cabeza hacia atrás para mirarme a
los ojos y no pude apartar la mirada. El aire zumbaba con electricidad.
La sangre corrió bajo mi piel, asentándose entre mis piernas. Los pechos
de Sloane se apretaron contra mi pecho mientras mis brazos nos unían,
su suave aliento me hizo cosquillas en el cuello y mis ojos se posaron en
sus labios.
La sangre me zumbó entre las orejas y el tiempo se detuvo. Mi mano
derecha subió por su espalda, posándose entre sus omóplatos y la
cabeza de Sloane se inclinó como si me concediera acceso a esos labios
tentadores y afelpados.
Mis músculos se tensaron, cada centímetro de mí se endureció. Si
estallaba, la devoraría y nos incineraría a los dos.
A una parte temeraria de mí no le importaba. Me sentía atraído por
ella de un modo que no podía explicar. Las yemas de sus dedos jugaron
con el dobladillo de mi camiseta, patinando sobre la piel de mi espalda
mientras un dedo se hundía bajo el dobladillo.
Bajé la cabeza, dispuesto a saquear, y a la mierda las consecuencias.
Cuando la jalé para acercarla, un golpe seco en la puerta de la oficina
me hizo levantarme de golpe, casi empujando a Sloane lejos de mí.
Sin dudarlo, la cara de Reina irrumpió en la puerta.
―Abel, ¿qué demonios? Me estoy ahogando sola aquí afuera.
―¡Sí! ―Refunfuñé―. Un minuto.
Con una exagerada mirada, Reina cerró la puerta, encerrándonos a
Sloane y a mí en la cargada atmósfera de mi pequeña oficina.
―Abel, yo... ―La mano de Sloane rozó su labio inferior como si no
nos hubieran interrumpido y pudiera sentir el beso que estuvo a punto
de producirse.
Irritado -ya fuera por el hecho de que nos interrumpieran o porque
Sloane me hacía sentir débil, no estaba seguro-, pasé a su lado en
dirección al refugio de la taberna.
―Tengo que ir. Hay mucho trabajo esta noche.
Sin mirar atrás, abrí la puerta de golpe y me dirigí a la cervecería,
odiándome a mí mismo y a mi incapacidad para expresar el torrente de
emociones que sentía.
Minutos después apareció Sloane, con una sonrisa perfecta, como si
yo no la hubiera machacado en mi oficina. Si Reina no nos hubiera
interrumpido, me habría imaginado subiéndola a mi escritorio y
desnudándola antes de deslizar mi polla en lo que solo podía suponer
que era el coño más apretado del planeta.
Me presioné las cuencas de los ojos con el pulgar y el índice y deseé
que mi erección desapareciera antes de que alguien se diera cuenta de
que estaba montando una tienda de campaña gigantesca dentro de mis
jeans.
Jesucristo, me estoy volviendo loco.
Reina tenía razón en que era otra noche bulliciosa. Me encontraba
trabajando incansablemente detrás de la barra, sirviendo cervezas y
siendo ajeno a las ingeniosas bromas que definían nuestro pequeño
pueblo. A pesar del ambiente animado, una corriente subterránea de
tensión persistía en mi cuello y hombros.
Los recuerdos de mis errores pasados se reproducían como un
inoportuno carrete en mi mente, especialmente cuando los hijos de
Sloane aparecían en mi cabeza. La vergüenza que albergaba resurgió,
susurrando que me definía para siempre un único momento oscuro,
marcado por mis propios defectos.
La puerta se abrió y entró la cara familiar de Bootsy Sinclair. Bootsy,
un alma sencilla con una profunda lealtad, trabajaba para mi papá. Era
su inocencia lo que lo hacía peligroso, ya que su lealtad era
incuestionable y su curiosidad era a menudo una forma sutil de
espionaje para Russell King.
―Abel ―saludó Bootsy con una amplia sonrisa, acercándose a la
barra. Sus ojos inocentes brillaban, pero siempre quedaba la sensación
de que estaba husmeando en busca de información.
―Bootsy. ―Le devolví el saludo con una cortante inclinación de
cabeza―. ¿Qué te trae por aquí esta noche? ―Mi tono permaneció
neutro, aunque el resentimiento latía bajo la superficie. Su lealtad a mi
papá me molestaba, me recordaba constantemente la compleja dinámica
de mi propia familia.
―Pensé en pasar a tomar una cerveza fría ―contestó, aparentemente
ajeno a las corrientes subterráneas que le rodeaban mientras buscaba a
tientas los billetes arrugados que se le caían del bolsillo al suelo―.
¿Cómo va todo?
―Ocupado como siempre ―le contesté, sirviéndole una cerveza―. Ya
sabes cómo es. ―Deslicé la cerveza hacia él e hice un gesto con la mano
para que dejara el dinero―. Yo invito.
―Te lo agradezco. ―Asintió con una sonrisa. Mientras bebía un
sorbo, echó un vistazo a la cervecería con sus ojos siempre observadores.
Los clientes habituales conversaban y el ambiente era relajado a pesar de
la tensión subyacente en mi cuello y mi mandíbula.
Bootsy se inclinó hacia mí, con tono de conspiración.
―¿Escuchaste algo interesante últimamente, Abel?
Enarqué una ceja, sin dejarme engañar por su fingida inocencia.
―Lo de siempre, Bootsy. ¿Qué tienes en mente?
Se rio entre dientes, con un porte sencillo que ocultaba una astucia que
me inquietaba.
―Oh, ya sabes, solo curiosidad por los chismes del pueblo. La gente
habla y a mí me gusta escuchar. De hecho, la gente dice que te vio en el
banco. ―Dio un sorbo y sus ojos me observaron por encima del vaso.
Se me hizo un nudo grasiento en el estómago. Miré a mi alrededor y
Sloane me llamó la atención desde el otro lado de la sala. Sus ojos se
entrecerraron cuando terminó con su mesa y se dirigió hacia la barra con
una bandeja de vasos vacíos.
No podía dejar que el sondeo de Bootsy quedara sin control.
―Solo negocios normales. Nada emocionante por aquí últimamente.
Se encogió de hombros, aparentemente indiferente.
―Solo hago mi trabajo, Abel. Al señor King le gusta estar informado.
La mención de mi papá me irritó, pero mantuve la compostura. La
cervecería, con su ecléctica mezcla de clientes, era un crisol de historias y
sutiles alianzas. No estaba tan dividida como el Grudge -donde los King
se sentaban a un lado y los Sullivan al otro-, pero las viejas costumbres
eran difíciles de erradicar. No podía permitir que la lealtad de Bootsy a
Russell King alterara el frágil equilibrio que intentaba crear.
Para mi sorpresa, Sloane se acercó a la barra, instalándose junto a
Bootsy.
―Oye, tú eres el tipo que vende joyas en la playa, ¿verdad?
Deslicé su bandeja hacia mí y me apresuré a limpiar los vasos sucios
mientras escuchaba su conversación.
Bootsy se rio entre dientes, tomando otro sorbo.
―Me atrapaste, jovencita. ―Bootsy estaba orgulloso de sus
creaciones, y Sloane estaba alimentando la derecha en él―. Ese soy yo.
―Wow. ―Sloane inclinó su cuerpo para que Bootsy le prestara
atención y se olvidó por completo del sondeo que estaba intentando
momentos antes―. ¿Sabes? Me encantaría algo sencillo. Tal vez algo a
juego para mi hija y para mí.
―Oh, sí. Tengo algo perfecto. ―Bootsy buscó en sus bolsillos,
depositando viejos recibos, envoltorios de chicles y trozos de arena y
basura sobre la encimera de la barra.
Sloane lo miró con una sonrisa burlona y me guiñó un ojo.
Fue un milagro que no oyera mi trago visible.
Bootsy, perdido en la atención que Sloane le estaba prestando, levantó
dos pulseras nada iguales hechas de conchas rotas y lo que parecían
trozos de basura de plástico.
―¡Oh! ―Sloane lo aduló―. Eso es perfecto, me los llevo.
Bootsy dijo su precio -demasiado alto para ser basura de playa, en mi
opinión-, y Sloane sacó un billete de su delantal para pagar las pulseras
con sus propinas.
Eufórico por su atención, Bootsy casi olvidó la razón por la que había
excavado en mi fábrica de cerveza.
Limpié la bandeja de Sloane y la empujé a través de la barra hacia ella.
Me incliné para que solo ella pudiera oírme.
―Sabes que son solo trozos rotos de basura que recoge en la playa,
¿verdad?
Sloane movió la muñeca y el par de pulseras se balancearon y
brillaron en su brazo.
―Algunos podemos ver la belleza en lo que otros llamarían basura,
incluso algo roto puede ser amado.
Levantando el hombro, se acercó a la barra para recoger su bandeja e
irse con un movimiento de su coleta.
A medida que avanzaba la noche, hacía malabarismos con las
exigencias del bar, los ecos de mis errores pasados y la presencia
siempre vigilante de Bootsy, aunque se había ablandado tras su
intercambio con Sloane. Su apoyo inquebrantable ofrecía una apariencia
de consuelo, pero el miedo a ser definido para siempre por mi pasado
persistía en los bordes.
Incluso algo roto puede ser amado.
Tenía el pecho caliente y apretado mientras sus palabras daban
vueltas en mi cabeza. La cervecería, con su peculiar encanto y sus caras
conocidas, seguía siendo un santuario de posibilidades. El sueño de
hacer de esta cervecería algo verdaderamente mío, independiente de la
sombra de mi papá, ardía con más fuerza que nunca, alimentado por el
sol que me prestaba una mujer irresistible.
Nunca lo pensé, pero una pequeña brasa de esperanza se encendió.
Estábamos tan cerca. Unos centímetros más y su boca habría cubierto
la mía y me habría devorado, de eso estaba segura. Abel King no me
parecía el tipo de hombre que diera besos suaves y gentiles. No, un
hombre así exigía, y yo estaba dispuesta a dejarlo.
Bajo el sol de primera hora de la tarde, clavo los dedos de los pies en
la arena mientras espero a que Sylvie se reúna conmigo en la playa. Me
llamó y quedamos en encontrarnos junto al agua para que su hijo
chapoteara y nos pusiéramos al día.
Los nervios se apoderaron de mí al preguntarme si ella sabría de
algún modo que estuve fantaseando con su hermano mayor. Sylvie era
mucho más callada y reservada que yo, pero creo que tendría mucho
que decir sobre mi relación con él.
Me quejé mientras miraba hacia el agua. Trabajaba para él, y ése era
un límite que no debía traspasar.
Entonces, ¿por qué estaba pensando en salir con él en primer lugar?
Porque tenía una gran polla, por eso.
Se me apretó el estómago al recordar la masa dura que se extendió
entre nosotros mientras me abrazaba. Oh, sí, Abel era muy grande.
Cuando su brazo se deslizó por mi espalda y me apretó más, me
quedé sin aliento. Sus ojos marrones se oscurecieron, y cuando su lengua
se deslizó sobre su labio, todo lo que quería era probarla.
Debería haberme besado. En aquel momento, me daba igual que fuera
mi jefe o el hermano de mi amiga. No solo habría permitido el beso, sino
que lo ansiaba.
Mis pezones se endurecieron hasta convertirse en puntas adoloridas
solo de pensar en su corpulento cuerpo doblándose sobre el mío,
inmovilizándome sobre un mullido colchón y permitiéndome robarle su
calor. Eso también fue algo totalmente inesperado. Abel era caliente, y no
solo en el sentido de un hombre alto y musculoso, sino como si tuviera
lava bajo la piel.
Disfruté del sol de verano y escuché el ritmo constante del agua en la
orilla. Dejé que mi mente divagara sobre lo que sentirían sus ásperas
manos al recorrer mi cuerpo desnudo. ¿Le daría un buen uso a sus
enormes manos? ¿Besaría bien?
Maldita Reina.
En realidad, no la culpaba en absoluto por necesitar ayuda en el bar.
También era obvio que sabía que pasaba algo. A pesar de que yo
intentaba fingir que no pasó nada en la oficina de Abel, Reina no dejaba
de mirarme con sonrisas burlonas y cómplices.
Mierda.
¿Qué demonios me pasaba? El hombre apenas hablaba frases
completas a mi alrededor y, cuando lo hacía, solía estar irritado. De
hecho, la mayor parte del tiempo era francamente grosero. Sin embargo,
había pequeños destellos en los que veía algo -a alguien-, diferente. Se
preocupaba por sus empleados y amaba esa cervecería. Era suave y
gentil con mis hijos. Sylvie siempre prometía que había un corazón
blando escondido en alguna parte, y eso tenía que contar para algo, ¿no?
Como si hubiera querido que se materializara, la arena se levantó a mi
lado cuando Sylvie se dejó caer con su hijo August en brazos.
―Hola ―resopló.
Su hijo era la mezcla perfecta entre ella y Duke, con el cabello rubio
arena y los ojos castaños claros. Sus mejillas de bebé se estaban
convirtiendo poco a poco en las de un niño pequeño. Sonreí, abriendo
los brazos y las manos en un movimiento de agarre.
―¡Dámelo!
Sylvie sonrió y levantó a su hijo en brazos. Llevaba el cabello rubio
claro recogido en la parte trasera de una gorra de béisbol de Sullivan
Farms y le caía por la espalda en espesas ondas. Sus ojos castaños
estaban ensombrecidos por el ala, pero me di cuenta de que nunca se
había visto tan feliz.
―Uf. ―Acaricié el cuello regordete de Gus―. Te estás poniendo
enorme.
―¿Verdad? ―dijo Sylvie mientras acomodaba una manta de playa y
depositaba unos cuantos juguetes para Gus―. Es un monstruo.
―No ―dije, dirigiéndome al sonriente niño, que me sopló una
frambuesa en la cara―. Bueno, tal vez un monstruo lindo. ―Le di un
apretón y Gus me jaló la coleta.
Parecía que fue ayer cuando los gemelos tenían la edad de Gus.
Últimamente el tiempo pasaba demasiado deprisa. Siempre quise tener
una gran familia, muchos niños y una casa llena de sol y risas. Me tragué
una bola caliente de arrepentimiento, apartando los pensamientos tristes
de mi mente y centrándome en mi amiga.
―¿Y Ben y Tillie? ―Sylvie preguntó.
Dejé a Gus en su manta y agité una medusa de ganchillo para llamar
su atención.
―El abuelo se los llevó a pescar. Debería dejarlos dentro de un rato.
―Qué bien. ¿Cómo está Bax? ―Mi abuelo, Norman Robinson, era
conocido en el pueblo como Bax, no me preguntes por qué.
Suspiré.
―No sé. ¿Triste? ¿Aburrido? No quiere hablar de eso.
―Hombres. ―Sylvie puso los ojos en blanco.
―No lo admitirá, pero creo que extraña la granja. Quiero decir, ¿cómo
podría no hacerlo? Estamos muy juntos los gemelos y yo en esa pequeña
cabaña. Además, él creció ahí, y ahora es solo un recuerdo quemado de
todo lo que perdimos. ―Tomé la manta que tenía a mi lado.
―¿Aún no hay noticias de la investigación? ―preguntó.
Sacudí la cabeza.
―Va despacio, supongo. ―Suspiré y miré a los turistas que se reunían
en la playa―. Dijeron que podíamos reconstruir, pero el seguro no hará
nada hasta que termine la investigación criminal, y sé que no tengo
dinero para construir una casa entera. Servir mesas en la cervecería no
paga tanto.
Solté una risita seca, pero a mi lado, Sylvie frunció el ceño.
―Ojalá pudiera hacer algo para ayudar.
Choqué mi hombro con el suyo y bebí un sorbo de agua de mi vaso.
―Ya lo hiciste. Tú me conseguiste el trabajo.
―¿Cómo te trata Abel? Le dije que se relajara un poco.
Se me escapa una carcajada y casi me ahogo con el agua. Me miró de
reojo y gruñí para aclararme la garganta.
―Ha estado bien. Amable, de hecho. El otro día me ayudó cuando
Ben tuvo una crisis en medio de Wegman's.
Frunció el ceño.
―Pobre Ben.
―Lo sé. ―Mi pie se movió en un temblor ansioso―. Dijo que vio a
Jared y se asustó.
―¿Lo hizo? ―Estaba tan sorprendida y preocupada como yo―.
¿Crees que fue realmente él?
Levanté un hombro.
―No quiero creerlo, pero... ¿tal vez? ―Me mordí el labio antes de
decidirme a admitir por fin ante mi mejor amiga el alcance de lo que
realmente estaba pasando―. Jared también estuvo intentando ponerse
en contacto conmigo. Lo bloqueé de las redes sociales, pero luego usó mi
aplicación de transferencia de dinero para enviarme algunos mensajes
desagradables.
―Sloane, lo siento mucho. Eso es realmente aterrador. ―Su brazo me
rodeó el hombro. Cuando me soltó, dejó escapar un gruñido
frustrado―. Dios, ¡qué idiota!
Tragué saliva y asentí antes de que la verdad saliera en un pequeño
susurro.
―Solo quiero que mis hijos estén a salvo. A veces me siento muy sola
y... no sé, expuesta en la cabaña.
Sylvie frunció el ceño.
―¿Necesitas quedarte un tiempo en la granja? No es una fortaleza
como la casa de Abel, pero hay mucha gente ahí, y todos podemos estar
pendientes de Jared.
Me incliné hacia ella.
―Eres la mejor, ¿lo sabes? En este momento creo que estamos bien,
pero gracias.
Nuestra conversación se desvió hacia Gus y cómo estaba creciendo
como una mala hierba. Poco después, Tillie se acercó corriendo con la
cara manchada de sorbete de naranja y Ben sonreía detrás de ella. Era un
alivio verlos relajados y despreocupados. El abuelo no se quedaría, por
supuesto, pero me alegré de verlo afuera al menos un rato.
A lo largo del día, un pensamiento no dejó de atormentarme y me
acompañó hasta bien entrada la noche, cuando me acosté en el suelo
mirando el techo agujereado de la cabaña.
No es una fortaleza como la casa de Abel.
¿Qué quiso decir Sylvie con eso?
El hecho de que supiera muy poco de mi jefe y aun así quisiera
subirme a él como a un árbol no me sentaba nada bien. El estrés de la
casa; no poder acceder al dinero de la herencia; el contacto incesante y
manipulador de Jared a pesar de una orden de restricción; y la
preocupación por cómo iba a salir de este agujero en el que me metí eran
abrumadores.
Sentía que todos mis problemas se irían flotando en la brisa si pudiera
acceder a la herencia. Había más dinero del que sabría qué hacer con él.
Con esos fondos, podría ayudar a reconstruir la granja, pagarle a un
abogado adecuado para poner fin al acoso de Jared, y darles más a los
niños. No podía dejar que mi ex controlara mi vida con miedo por más
tiempo. Necesitaba ser fuerte.
Por fin podríamos empezar de nuevo.
Entonces, como si me hubiera alcanzado un rayo, se me ocurrió la
solución perfecta. Era descabellada y ridícula, y completamente factible.
Con una oleada de energía, salté del suelo y salí de puntillas del
dormitorio hacia la mesa de la cocina. Después de encender el portátil,
volví a leer el correo electrónico de la administradora del banco.
Reprimí un chillido al darme cuenta de que tenía la respuesta delante
de mis narices.
Todo lo que tenía que hacer era convencer a mi hosco jefe de que se
casara conmigo.
Meatball y yo estábamos trabajando en la fábrica de cerveza cuando
los movimientos escurridizos de un intruso me llamaron la atención. Me
levanté y se me secó la garganta.
No era un intruso.
Sloane llevaba un vestido delgado y vaporoso que abrazaba sus
curvas y se ceñía a su cintura, acentuando las suaves líneas de su cuerpo.
Me metí las manos en los bolsillos.
―Hola. ―Sus labios estaban pintados de rojo brillante. Otra vez.
No podía hablar, así que me quedé mirando.
Meatball se giró, y su mandíbula se desencajó cuando la vio.
―Hola, Sloane. ¿Qué tal? ―La sonrisa en su cara me hizo dudar de
ese aumento, y en su lugar quise despedir su trasero en el acto.
―Hola, Meatball. ¿Crees que puedes darme un minuto con el jefe?
―Ella movió la cabeza en mi dirección, y mi sangre se calentó.
Meatball se pasó las manos por sus jeans.
―Por supuesto. Creo que tomaré mi almuerzo. ―Me dio unas
palmaditas en la espalda al pasar, y me quedé mirándolo mientras me
dejaba a solas con Sloane en la parte de atrás.
Sus ojos color avellana me miraron y me quedé sin palabras.
Finalmente dije en tono gruñón:
―Hoy no estás en el horario.
Su blanca sonrisa se ensanchó y una suave carcajada brotó de sus
labios.
―Soy consciente de eso.
―¿Necesitas algo más? ―Mis dientes rechinaron.
Por favor, no dejes que ella renuncie.
―En realidad, sí. ―Sus caderas se balancearon mientras avanzaba y
se apoyaba en mi escritorio. Su trasero arrugó algunos papeles y mis
puños se apretaron―. Tengo una propuesta de negocios para ti.
Mi ceño se arrugó.
―¿Negocios?
―Sí, un acuerdo comercial mutuamente beneficioso, por así decirlo.
―Sus labios se curvaron mientras asentía y levantó un dedo―. Pero
primero tengo algo que confesar.
Una imagen de una Sloane caliente y sucia pasó por mi mente. Podía
imaginar con perfecta claridad cómo sería su trasero si la inclinara sobre
mi escritorio y le subiera el vestido. Las yemas de mis dedos podrían
rozar la parte posterior de sus muslos antes de desaparecer entre sus
piernas.
Ajusté mi postura e ignoré la atracción magnética hacia ella.
―Hace días te escuché accidentalmente al teléfono. ―Me enderecé,
dispuesto a discutir por la invasión de mi intimidad, pero ella me
detuvo―. Antes de que me interrumpas, fue un accidente, pero te oí
decir algo de que querías comprar la parte de tu papá pero no podías.
Puede que no lo sepas, pero tengo dinero.... ―Se encogió de hombros―.
Más o menos.
Entrecerré los ojos. No me gustaba el rumbo que estaba tomando la
conversación. Se suponía que mis aspiraciones para la cervecería eran
secretas.
―¿Más o menos?
―A mi papá le fue muy bien en California y, cuando falleció, parte de
ese dinero fue a parar a una herencia para mí. ―Resopló ligeramente―.
Mucho dinero, de hecho.
―Okey...
―Me gustaría invertir en Abel’s Brewery. ―Sus manos se abrieron de
par en par en un gesto de Ta-da muy a lo Sloane. Intenté no sonreír.
Fruncí el ceño mientras dejaba que sus palabras dieran vueltas en mi
cabeza.
―¿Invertir? ―Tenía que haber una trampa. Nada de eso tenía sentido.
―Sí. ―Sonrió y se rozó la clavícula con la mano―. Te proporcionaré
el dinero que necesitas para comprar la parte de tu papá y yo sería una
socia silenciosa. La cervecería seguiría siendo tuya.
La cervecería sería mía.
La sola idea me hizo sentir un rayo de energía, pero las cosas no
cuadraban.
―¿Qué hay para ti?
Los ojos de Sloane se desviaron.
―Bueno... hay un pequeño problema con el acceso a la herencia.
Apreté los dientes y suspiré.
―¿Qué es un pequeño problema?
―Para acceder al dinero, tengo que incurrir en un acontecimiento vital
importante. ―Sus ojos se pusieron en blanco y sus dedos formaron
comillas para enfatizar lo inconveniente que le parecía esa cláusula en
particular―. Eso podría ser el matrimonio, a menos que quieras tener un
bebé....
Ella se burló de la última parte, pero yo casi me ahogo. Una parte
salvaje de mí se volvió loca ante la idea de tener un hijo con Sloane. Un
hombre como yo no tenía nada que hacer como papá y rápidamente pisé
la mera idea. Mis hombros se tensaron.
Sloane levantó las manos.
―Estaba bromeando. ―Ella se rio―. Oh, Dios, estaba bromeando.
Con un movimiento lento, Sloane dio un paso adelante. Sus ojos se
clavaron en los míos mientras ocupaba mi espacio. La conciencia crepitó
bajo mi piel, y mi polla se puso dura de anticipación. Estaba tan cerca
que podía sentir su aliento rozándome el cuello.
Mantuve los puños apretados a un lado y vi cómo ella se arrodillaba
bruscamente.
La miré incrédulo mientras decía:
―Entonces... Abel King, ¿quieres casarte conmigo?
Mi cerebro se detuvo, tratando sin éxito de registrar la pregunta que
acababa de hacer. Su sonrisa nerviosa se tambaleó.
Sloane era ridícula y encantadora y totalmente peligrosa. Cuando
recuperé el sentido, pasé una mano por debajo de su brazo y la levanté.
―Levántate del suelo. ¿Qué estás haciendo?
Sonrió, se apartó un mechón de cabello de la cara y se alisó el vestido.
―Pedirte matrimonio. Es idea mía, así que pensé que debía ser yo
quien se arrodillara.
Crucé los brazos para no volver a tocarla.
―Pensé que era una decisión de negocios.
―¡Lo era, lo es! Pero pensé que tal vez había por ahí un romántico
escondido en alguna parte. ―Sloane me dio un golpecito en el pecho, y
el contacto me abrasó la ropa y la piel.
Es una muy mala idea.
―No lo hay ―suelto con brusquedad.
―Okey. ―Ella asintió y miró alrededor de la cervecería―. Tomo nota.
Por un momento nos miramos fijamente. El zumbido del equipo era el
único sonido mientras yo contemplaba exactamente lo que ella me
proponía.
Sloane quería casarse conmigo. No había un mundo en el que una
mujer como ella se uniera a un hombre como yo, era imposible. Sin
embargo, ahí estaba ella ofreciéndolo como si realmente no fuera más
que un movimiento de negocios.
Resoplé.
―No lo creo. Ni siquiera me conoces.
―Tienes razón, no te conozco, y creo que hay algunas cosas de las que
tendríamos que hablar antes, pero... vamos. ―Señaló hacia sus grandes
tetas y movió las cejas―. ¿No quieres que esto sea tuyo?
Lo quería. Desesperadamente.
Mentalmente agotado, me dirigí hacia mi silla y deposité mi
lamentable trasero en ella con un suspiro.
―¿De qué tenemos que hablar?
Con un chillido ahogado, los tacones de Sloane repiquetearon contra
el suelo mientras agarraba la silla de Meatball y la arrastraba hacia la
mía. Se sentó frente a mí y cruzó las piernas. Mis ojos se quedaron
clavados en su cara a pesar de que mi periferia tenía una vista completa
de su muslo desnudo.
―Tengo preguntas. ―Sloane juntó las manos en su regazo.
―¿Te arrodillaste y ahora tienes preguntas? ―Me crucé de brazos.
Sus hombros se hundieron dramáticamente.
―Fue un gesto, pero sí, tengo preguntas. ―Sloane sacó un pequeño
papel doblado del bolsillo de su vestido. Me miró mientras sus dedos lo
abrían suavemente.
Levanté una ceja.
―Viniste preparada.
―Gracias. ―No lo dije como un cumplido, pero su dulzura no pareció
notar la aspereza de mi tono―. Primera condición... si seguimos adelante
con este negocio, necesito conocer los detalles de tu encarcelamiento...
no para entrometerme, y no se lo diré a nadie, sino por mi propia
seguridad.
Me rechinaron las muelas. No estaba seguro de ser capaz de mirar a
Sloane a los ojos y admitir lo que hice. Ella ciertamente no se quedaría si
lo supiera.
A pesar de mi silencio, continuó.
―Además, tendríamos un acuerdo prenupcial que te impediría
acceder a cualquier dinero adicional una vez que estemos divorciados.
Mis cejas se fruncieron.
―¿Divorciados?
Ella asintió.
―Sí... no es como si fuéramos a seguir casados. ―Su risa desdeñosa
aterrizó como un yunque contra mis costillas―. Una vez que tengamos
el dinero y todo esté arreglado, te librarás de mí. Solo seguiremos
casados legalmente en hasta que se complete la venta y comience la
construcción de la granja de mi abuelo.
Me presioné las cuencas de los ojos con el pulgar y el índice. Sloane
estaba presentando la idea del matrimonio de la forma más sencilla y
carente de emoción posible.
Casi tiene sentido.
Pero algo estaba mal. No lo decía, pero había razones distintas al
dinero por las que necesitaba que esto sucediera, solo que aún no sabía
qué.
La silla crujió bajo mi peso.
―¿Puedo pensarlo o es una oferta única?
Se levantó con una mirada triunfante.
―Puedes pensarlo, pero sabes que tengo razón. Esto va a funcionar.
Me puse de pie, aún aturdido por la conversación.
Sloane dio un paso adelante y me puso la mano en el pecho. Mi
corazón latía con fuerza y recé para que no se diera cuenta.
Ella sonrió y se me apretó el estómago.
―Voy a ser la mejor esposa que hayas tenido.
Me dejó boquiabierto y con la mirada perdida mientras rodeaba el
equipo de elaboración de cerveza y desaparecía por el pasillo.
Mierda, lo hice.
Le pedí a Abel que se casara conmigo, y él no dijo que no.
No dijo que no.
Ese singular pensamiento me asaltó mientras tecleaba en el buscador
de mi teléfono las palabras ¿Se considera fraude un matrimonio falso por una
herencia? Cuando solo aparecieron unos pocos artículos relacionados con
las leyes de inmigración, exhalé un rápido suspiro de alivio.
También borré mi historial de búsqueda... por si acaso.
Caminando bajo el sol veraniego por la calle principal, me felicité
mentalmente.
Chica, lo tienes. Ambos estamos consiguiendo lo que necesitamos. Además,
papá estaría orgulloso de tu espíritu emprendedor. Estarás casada sobre el papel,
pero nadie tiene por qué saberlo.
Sentí una punzada de culpabilidad al pensar en mi amiga Sylvie.
Probablemente le dolería que me casara con su hermano y no me
molestara en decírselo... aunque solo fuera un acuerdo de negocios.
La culpa me corroía. Tal vez decírselo a una persona no sería tan malo...
Devolví las sonrisas corteses y los saludos amistosos al cruzarme con
la gente en la acera.
Durante el tiempo que llevaba viviendo en Outtatowner, cada vez
reconocía mejor las caras de los pueblerinos y las de los turistas que
pasaban los fines de semana y los meses de verano en el pequeño pueblo
costero. Los turistas tenían un brillo emocionado en los ojos, como si
estuvieran asombrados por las imponentes dunas y las cristalinas aguas
de Michigan.
Los pueblerinos seguían apreciando las vistas, pero las reverenciaban
más bien en silencio. El suelo arenoso y la brisa costera eran más como el
zumbido constante de la respiración o el golpeteo en el pecho, siempre
fiables y siempre presentes.
Cuando pasé por delante del Sugar Bowl -la mejor panadería de los
tres condados y el lugar de chisme local de Outtatowner-, y eché un
vistazo a través del gran escaparate, no vi a Sylvie trabajando. Sentí un
pequeño suspiro de alivio. Ya encontraría un momento mejor para darle
la noticia a mi mejor amiga de que estaba pensando en casarme con su
misterioso hermano para volver a encarrilar mi vida.
Abel y yo no tomamos ninguna decisión definitiva, así que confiaba
en que la charla pudiera esperar a otro día. Con la cola para entrar en el
Sugar Bowl casi afuera de la puerta principal, eché un vistazo al otro
lado de la calle, a la pequeña cafetería de la esquina. El café no era tan
bueno y los pasteles casi siempre estaban rancios.
Estaba refunfuñando de indecisión cuando un movimiento me llamó
la atención.
Camino abajo, en dirección a la playa, había un hombre con lentes de
sol. Estaba apoyado en el poste de luz con un tobillo sobre el otro... pero
no era un hombre cualquiera: era él.
Y me estaba mirando fijamente.
Las dudas de que Ben hubiera visto a Jared en Wegman's Grocer se
evaporaron. Ahí estaba, de pie en medio de la acera bulliciosa,
mirándome fijamente. Se me fue la sangre de la cara y me temblaron las
rodillas. Mi lengua se volvió espesa y gruesa. Apenas podía tragar y
sentía como si tuviera aserrín en la garganta.
La conexión entre Outtatowner y yo era tan escasa que pensé que sería
imposible encontrarnos. De hecho, el abuelo era el papá de la segunda
esposa de mi papá. Era la figura paterna que conocí de niña, pero
técnicamente ni siquiera estábamos emparentados por sangre. Cuando
huí de California, adoptar el apellido del abuelo y mudarme con él fue
un consuelo.
Después de que el incendio fuera declarado provocado, mis dudas de
que realmente hubiera escapado se hicieron más reales. Tal vez podría
encontrarnos, simplemente no quise creer que un lugar como
Outtatowner no sería seguro para nosotros.
El corazón se me estrujó mientras el mundo se estrechaba a mi
alrededor. Mi respiración se entrecortó en mis pulmones y el miedo me
golpeó, incapaz de moverme.
―Sloane, ¿verdad? ―Las palabras detrás de mí apenas se registraron,
pero parpadeé en su dirección―. Oye, ¿estás bien? Parece como si
hubieras visto un fantasma.
Royal King sostenía abierta la puerta de su tienda de tatuajes mientras
me miraba perplejo.
―¿Qué? ―respondí débilmente.
Me giré hacia donde estaba Jared, pero ya había desaparecido. No
había ni rastro de él cerca de la farola. Miré hacia arriba y hacia abajo
por la calle presa del pánico.
Sé que estaba ahí. Lo vi con mis propios ojos.
―¿Segura que estás bien? ―Royal sonaba preocupado y ligeramente
irritado.
Intenté responder, pero las palabras me salían entre dientes.
―Claro. Creo que sí.
―Voy a llamar a Abe.
―¡No! No lo hagas. ―Me giré para detenerlo, pero Royal ya había
desaparecido en su tienda de tatuajes. Detrás del mostrador, fruncía el
ceño mientras hablaba por el celular.
Jodidamente genial.
Suspiré y me pellizqué el puente de la nariz. Sé que lo vi... ¿verdad?
Me froté los ojos, insegura de si mi mente me estaba jugando una mala
pasada y no era más que un turista parecido al que vi o si en realidad era
Jared y se estaba burlando de mí en mi propio pueblo.
El timbre de la puerta de cristal de King Tattoo sonó cuando Royal
volvió a empujarla para abrirla.
―Oye, entra y tómate un vaso de agua. Hoy hace un poco de calor.
Todavía aturdida, seguí las órdenes de Royal y entré en King Tattoo
antes de depositarme en uno de los lujosos sillones de cuero de la sala de
espera. Un momento después, Royal me puso en las manos un vaso de
agua fría.
Tomé un sorbo y lo evalué por encima del borde del vaso. Era alto y
fornido, como sabía que eran todos los hombres King, pero mientras
Abel era deliciosamente grueso y macizo y JP delgado y de largas
extremidades, Royal tenía una presencia sorprendente.
Los coloridos tatuajes que asomaban por el cuello de su camisa y
recorrían la longitud de sus brazos hasta los nudillos le daban un toque
vanguardista, mientras que los coloridos y aparentemente aleatorios
tatuajes insinuaban un toque de jocosidad y capricho.
Al parecer, todos los hombres King son también contradicciones
andantes. Era la única conclusión que podía sacarse de que Abel fuera
oscuro y melancólico y, al mismo tiempo, tuviera un aire suave y
apacible.
Me estremecí cuando el timbre chocó contra la puerta de cristal, pero
enseguida me reí de mí misma por haberme puesto tan nerviosa.
―¿Qué demonios pasó? ―La voz de Abel era gruesa y exigente.
Probablemente no debería gustarme tanto.
―No lo sé, hombre ―contestó Royal―. Levanté la vista del escritorio
para ver a tu chica con cara de estar a punto de desmayarse en medio de
la acera.
―No soy su chica.
―Ella no es mi chica.
Nuestras voces se entrecruzaron y el calor me abrasó las mejillas.
―Como digan. ―Royal levantó las manos antes de volver a su
trabajo.
Con dos fuertes zancadas, Abel se elevó frente a mí. Levanté
lentamente los ojos para mirarlo, pero en lugar de recibirme con un
rostro hosco y molesto, sus facciones eran suaves y preocupadas.
Abel se agachó y dobló su enorme cuerpo para quedar a mi altura.
Extendió la mano como si fuera a posarla suavemente en mi rodilla, pero
la apartó.
―¿Estás bien? ¿Qué pasó? ―Su voz era suave y tranquila, solo para
mí.
Escudriñé sus ojos en busca de cualquier indicio de juicio o enojo, y no
encontré ninguno. Me mordí el labio, insegura de cuánto decir. No
quería que pensara que era una loca dispersa y paranoica, cuando en
realidad era exactamente así como me sentía.
―No estoy segura. ―Mis ojos volvieron a posarse en los suyos, pero
enseguida aparté la vista de la intensidad de sus profundos ojos
marrones―. Me pareció ver a alguien y... no sé. ―Tragué saliva―. Me
sobresaltó.
―¿El mismo que Ben? ―Mis ojos volaron hacia él. En cuatro palabras
me comunicó que me entendía y me creía.
Me tragué el nudo de emoción que se me formó en la garganta y
asentí entre lágrimas.
―¿Me dejarás llevarte a casa?
Intenté reírme y quitarle importancia a la situación, pero solo me salió
un débil suspiro.
―Okey, claro.
Me levanté del asiento y me alejé de Abel para no arriesgarme a que
me tocara. Me preocupaba que, con un solo roce de su cálido y protector
abrazo, pudiera fundirme con él.
Abel saludó a Royal con la cabeza y tres dedos en silencio mientras
salíamos del estudio de tatuajes. Cuatro pasos bajo el sol de la tarde y la
preocupación y el pánico se apoderaron de mi pecho.
Mi mente daba vueltas.
El abuelo llevó a Ben y a Tillie a pescar antes de dejarlos en el
campamento de la biblioteca por la tarde. Lo que se suponía que iba a
ser una tarde libre haciendo lo que me diera la gana se convirtió de
repente en un completo desastre.
Si realmente era Jared y sabía que yo estaba aquí, se confirmaban mis
temores de que sabía dónde vivía, lo que significaba que estaría sola en
la cabaña. Me di cuenta de que todos los miedos que me dije a mí misma
que eran irracionales se estaban haciendo realidad.
Mis pasos vacilaron junto a Abel.
―Oye, ¿sabes qué? ―Le agarré el antebrazo para detener nuestro
avance. Sus músculos se tensaron bajo mi mano y la retiré―. Realmente
no me siento... um, no sé. Cómoda... en la cabaña en este momento.
Abel me miró como hacía a veces, como si yo fuera un misterio que se
estaba dejando la piel por desentrañar.
En realidad, no era tan difícil de entender. Era una mamá soltera
muerta de miedo, desesperada y sin ningún lugar seguro al que ir.
―¿Qué te parece mi casa? Es tranquila y nadie te molestará ahí. Puedo
llevarte cuando estés lista. ―La forma en que su voz ronca pronunció las
palabras “mi casa” hizo que un cosquilleo zumbara directamente hasta
mi clítoris, pero un alivio inmediato inundó mi organismo.
Es una muy mala idea.
―Me encantaría. Gracias. ―A gusto, le dediqué una sonrisa suave y
agradecida―. Los gemelos están en un campamento en la biblioteca.
Voy a enviar un mensaje rápido para ver cómo están.
Abel inclinó la barbilla con un movimiento de cabeza.
―Okey. Mi camioneta está por aquí.
Señaló hacia la calle, donde su robusta camioneta gris estaba
estacionada en un pequeño estacionamiento público. Sin mediar palabra,
Abel abrió de un tirón la puerta del copiloto y yo entré rápido. Lo miré
mientras se movía alrededor del capó y aspiré una bocanada de su
terroso aroma masculino.
Era como si el limón y el cuero engrasado llenaran la cabina de su
camioneta, convirtiéndolo todo en Abel.
Le envié un mensaje rápido a mi amiga Emily, la bibliotecaria en jefe
de la biblioteca, y me aseguró que los gemelos se la estaban pasando
muy bien. Dudé un instante, insegura de si debía contarle que había
visto a mi ex. En lugar de eso, me limité a insistir en que nadie más que
el abuelo o yo debía recogerlos. Satisfecha con su tranquilidad, me
recosté en el asiento del copiloto.
Abel encendió el motor y empezó a conducir. Vi cómo los tendones y
los músculos de sus brazos ondulaban mientras cambiaba de velocidad.
―Palanca de cambios, ¿eh?
Un gruñido fue su única respuesta, pero puse el codo en la ventana,
apoyando la cabeza para seguir mirándolo, animándole a decir más.
Bajo mi evaluación, finalmente suspiró y puso los ojos en blanco.
―Me gusta la transmisión manual. Te mantiene activo y alerta
mientras conduces.
Arrugué la barbilla y asentí.
―Tiene sentido. Para ser sincera, no sabía si conducías. Siempre te veo
caminando a todas partes.
Los músculos de su mandíbula se tensaron mientras se movía
incómodo en el asiento del conductor.
―No me gusta conducir a menos que sea necesario.
Me di cuenta. Hoy tuvo que hacerlo porque tuvo que ir a rescatarme.
Tragué saliva.
―Te lo agradezco, de verdad. Estoy segura de que habría estado bien,
pero… ―me encogí de hombros, inclinándome hacia la verdad―,
supongo que a veces necesito que me rescaten un poco.
Abel me miró de reojo.
―Supongo que sí.
Recorrimos el resto del camino en silencio. La casa de Abel estaba a
poca distancia en auto, a solo unas manzanas del centro de Outtatowner.
El largo camino de entrada estaba bordeado de árboles que ocultaban la
vista de la calle y las casas vecinas. El terreno se abría en un hermoso y
bien cuidado césped.
Los árboles salpicaban el césped, pero la mayoría bordeaban la
propiedad. La hierba verde crecía alrededor de macizos de flores
profesionalmente cuidados y al final del camino de entrada había una
casa estilo ranch que casi parecía una casita de cuento.
El exterior de la casa era de tablas y tablones blancos y tenía un porche
delantero que rodeaba uno de los lados. Bajé de la camioneta de Abel,
asombrada por lo bonita que era la casa.
Era más tranquila, los árboles amortiguaban el ruido de la calle. Una
brisa costera agitaba suavemente las hojas de los enormes robles que
bordeaban su propiedad.
Aspiré profundamente el aire de la costa y lo retuve en mis pulmones.
Levanté la cara para que el sol de verano me calentara las mejillas.
El miedo y la ansiedad se desvanecieron lentamente mientras
exhalaba.
Esto es lo que Sylvie entendía por una fortaleza. Seguridad.
Cuando abrí los ojos, Abel me estaba mirando, y mis pestañas bajaron
mientras desviaba la mirada.
―Gracias por dejar que me esconda un rato. Abel, esto es... ―Inspiré
profundamente y aprecié su propiedad con una sonrisa―. Esto es
encantador.
Su única respuesta fue un apretado gesto de asentimiento.
Estaba claro que le incomodaban mis elogios, pero se merecía saber lo
bonita que era su casa.
―¿Puedo hacer el gran tour? ―pregunté, con la esperanza de aligerar
el ambiente.
Abel echó la mano hacia atrás y se rascó la base del cráneo.
―Claro.
Pasé mi brazo por el suyo y, como no se apartó, le sonreí y dejé que
me guiara.
Aquí vamos.
No podía concentrarme con el brazo de Sloane entrelazado con el mío.
Su aroma cálido y reconfortante se elevó y me llenó la nariz cuando abrí
la puerta principal de mi casa y le hice un gesto para que entrara.
Era extraño tener a una mujer en mi espacio. Cuando pasas tanto
tiempo como yo encerrado en una celda de cuatro por cuatro, aprendes a
apreciar lo que te rodea. Mi casa era mi santuario, y en el tiempo que
llevaba de vuelta, hice todo lo posible para que se sintiera completa.
La casa estilo ranch fue comprada con dinero de la familia a una
pareja de jubilados que decidieron que los inviernos de Michigan ya no
les sentaban bien. Yo me quedé con algunas de las piezas antiguas que
ellos dejaron.
Para sorpresa de todos, yo prefería los tonos sutiles y discretos y las
líneas limpias.
Sloane me agarró con fuerza del brazo cuando entramos.
―¡Oh! ¡Abel, esto es hermoso!
Desde el porche delantero cubierto, entramos en el techo abovedado
de la gran sala, que estaba abierto a la cocina y al comedor hacia la parte
trasera.
Sloane juntó las manos delante de su pecho.
―¿Puedo entrar?
Sorprendido por su simpática cortesía, sonreí y asentí con la cabeza.
―Mira a tu alrededor.
Sloane sonrió al ver la chimenea de piedra a lo largo de una pared
mientras caminaba hacia el corazón de la casa.
Señaló una mesa auxiliar que flanqueaba el sofá.
―Me encantan estos muebles, es tan moderno pero con un toque
vintage.
Asentí con la cabeza. Eso era exactamente lo que quería decir.
―Mi hermano Whip los construyó. Es un poco carpintero en sus días
libres de la estación de bomberos.
―Lo conozco. Él hace muy feliz a Emily. Aunque no sabía que tuviera
talentos ocultos. ―Sus bonitos ojos color avellana se abrieron de par en
par y sus cejas rebotaron―. Me pregunto cuál es el tuyo.
Me encogí de hombros.
―En realidad no tengo ninguno.
Ella arrugó la nariz juguetonamente.
―Lo dudo.
El calor me subió por la espalda. Puede que me faltara práctica, pero
había algunas cosas que, en otras circunstancias, no me habría
importado enseñarle a Sloane. Cosas que uno podría considerar
talentos... al menos, nadie se había quejado antes.
Vi cómo Sloane se adentraba en mi casa. La cocina también era un
concepto abierto, con una barra elevada para sentarse, una isla de
tamaño decente y puertas que daban desde el comedor al patio trasero.
Añadir ventanas a la casa fue uno de mis primeros proyectos: no
quería sentirme encerrado, sofocado. Necesitaba la apertura de las
ventanas para sentir que podía respirar.
A su derecha, un pasillo conducía al resto de dormitorios y cuartos de
baño. Ella levantó las cejas expectante.
Sacudí la cabeza y me encogí de hombros.
―Adelante.
Con un chillido de alegría, salió al pasillo. El resto de la casa era
sencillo, con dos dormitorios de invitados y una suite principal. Me puse
tenso, preguntándome si Sloane querría mirar adentro de las
habitaciones. Mi tensión arterial no soportaría verla en mi dormitorio, de
eso estaba seguro.
Afortunadamente, dio un rápido paseo por el pasillo y regresó al
comedor, que daba al exterior.
Levantó una mano y señaló a través de las puertas de estilo francés.
―¿Qué hay ahí afuera?
Abrí una de las puertas e hice un gesto.
―Solo un porche trasero y mis huertos. Aquí tengo unos cuantos
arriates elevados y, más atrás, unos huertos enterrados. ―Sintiéndome
tonto, me metí las manos en los bolsillos―. Me gusta experimentar con
las recetas de cerveza. Tiene más sentido económico cultivar los
ingredientes si la voy a cagar.
Sus ojos brillaban de placer.
―Qué doméstico de su parte, señor King.
Apreté los dientes.
―Abel.
―Sí, jefe. ―Pasó a mi lado para echar un vistazo más de cerca a los
jardines en donde cultivaba activamente lavanda, lúpulo, hierbas y toda
una serie de otros ingredientes con los que estaba deseando jugar.
Me zumbaba la sangre y el cuerpo me pedía que la siguiera, pero me
quedé clavado en el sitio. Si no podía controlar los incesantes
pensamientos sobre ella, controlaría mi cuerpo por pura fuerza de
voluntad.
Su mano rozó las puntas verdes y moradas de una planta de lavanda.
Se detuvo, miró hacia la parte trasera de la casa y señaló.
―¿Qué diablos es eso?
Me incliné para ver lo que estaba mirando. En la parte trasera de mi
casa, el cuarto de baño principal daba al exterior a través de otras
puertas francesas, a través del cristal se veía una bañera de patas
impecable.
―Eso es... ―No podía ubicar por qué de repente me sentí nervioso―.
Mi baño.
Sloane se acercó a la casa y ahuecó los ojos para mirar a través del
cristal.
―Eso no es un baño, es un sueño hecho realidad. Abel, ¡es tan bonito!
Una pequeña sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios,
acentuando los hoyuelos de sus mejillas.
Se giró hacia mí con los ojos entrecerrados.
―¿Acaso encajas en eso?
Me cuadré.
―Me las arreglo.
Frunció los labios. Sus ojos recorrieron mi cuerpo y se le escapó un
suave “huh”. Como no soy de los que rehúyen los retos, la miré
fijamente. La mujer que tenía delante era burbujeante, curiosa y un puto
problema.
No hacía ni una hora que se arrodilló y me propuso matrimonio, y yo
casi le dije que sí.
Mis ojos se desviaron de su rostro a la columna de su cuello. Mi
corazón latía con fuerza cuando la suave piel que asomaba por el escote
de su vestido me tentó.
Jesús, ha pasado mucho tiempo si el cuello de alguien es tan tentador.
Necesitaba concentrarme en otra cosa que no fuera la forma en que
esta mujer menuda estaba poniendo mi mundo de cabeza.
―Entonces, ¿qué pasó hoy?
La cara de Sloane cayó.
Muy bien, imbécil.
Se aclaró suavemente la garganta y rodeó los arriates del jardín antes
de dejarse caer en el último peldaño de la escalera del porche trasero.
Acarició la zona junto a ella y yo me senté, pero dejando mucho
espacio entre nosotros.
―Bueno, el papá de Ben y Tillie -mi ex-, nosotros no tenemos lo que se
consideraría una relación funcional de co-paternidad. De hecho, no
tenemos ninguna relación. ―Suspiró y mi silencio le dejó espacio para
continuar―. Apenas tenía veintidós años cuando tuve a los gemelos. No
sabíamos qué hacer después de enterarnos de que estaba embarazada,
así que decidimos casarnos. Desde el principio fue una pesadilla. A
Jared no le interesaba madurar, se juntaba con gente muy turbia, le
gustaba salir de fiesta y consumir algunas drogas menores. Mi papá y mi
madrastra me rogaron que no me casara con él, pero yo fui orgullosa y
pensé que estaba enamorada. Esperaba que tener hijos cambiara las
cosas. Bueno ―resopló―, lo hizo, pero no como yo esperaba. Él estaba
celoso de sus propios hijos. Las cosas se volvieron manipuladoras y
aterradoras, pero aun así lo aguanté. Una vez, después de demasiada
fiesta, llegó a casa y empezó una pelea. Otra vez. Solo que esta vez me
empujó mientras yo sostenía a Ben, y casi lo dejo caer. La cosa fue a más,
hubo muchos gritos. El vecino llamó a la policía cuando nos oyó, y al día
siguiente conseguí que un juez pusiera una orden de restricción y
solicité el divorcio.
La ira bullía en mi interior. Aprendí a contener mi rabia, pero la mera
idea de que alguien le pusiera las manos encima a Sloane me tenía
rebosante de odio. Conté hacia atrás, intenté respirar hondo, cualquier
cosa que me permitiera continuar a pesar de la guerra que rugía en mi
cabeza.
―El divorcio fue de mutuo acuerdo -ni siquiera se molestó en
presentarse-, y me concedieron la custodia, yo ni siquiera pedí
manutención, solo quería desaparecer. Aun así, me preocupaba que él
pudiera intentar algo, así que me puse en contacto con mi abuelo y le
pedí un lugar donde quedarme, pero el año pasado se quemó la casa del
abuelo.
Nubes de tormenta retumbaron dentro de mi cabeza.
―Crees que fue él.
Sus cálidos ojos color avellana me mantuvieron en mi sitio.
―Fue declarado un incendio provocado.
Me froté una mano en la nuca.
―Jesús. ¿Y lo viste hoy? Deberías llamar a la policía, Sloane.
―Lo sé. ―Se mordió una uña―. Hice un informe después de que Ben
pensó que lo vio. Volveré a llamar.
Tenía mis propios sentimientos sobre el sistema judicial y sus muchos
agujeros, pero tenía que haber algo que pudieran hacer para protegerla a
ella y a los niños.
Un acuerdo comercial beneficioso para ambas partes.
Las palabras de Sloane resonaron en mi mente. La mujer que tenía
delante estaba al límite de sus fuerzas, y en lugar de simplemente
salvarse a sí misma, ideó una forma de ayudarnos a los dos. La idea de
que tal vez podría pagar mi parte del trato, ayudándola con su ex
pedazo de mierda rodó alrededor de mi cabeza.
―¿Lo volverías a hacer? ―pregunté con cautela―. ¿Casarte?
Inhaló profundamente y exhaló.
―¿Si eso significa que podría arreglar la casa del abuelo? ¿Tener un
lugar seguro para mí y los niños? Por supuesto que sí. Casarme es la
única forma de acceder al herencia en este momento. Si me ayudas a
hacerlo, invertir en la cervecería es lo menos que puedo hacer.
Las emociones se apoderaron de mis pensamientos mientras pensaba
en lo que tenía que decir.
―¿Y dónde te quedarás mientras reconstruyen la granja?
Parpadeó y me miró.
―Nos quedamos en la cabaña de mi abuelo.
Fruncí el ceño.
―¿Y tu ex? ¿Hay algún sistema de seguridad? ¿Algo para asegurarte
de que llegue ayuda si pasa algo?
Sloane resopló.
―No, Abel, no hay ningún sistema de seguridad en la cabaña de mi
abuelo. Mira, sé que no es lo ideal, pero es la única manera de...
―No ―dije tajantemente.
Se echó hacia atrás con los ojos muy abiertos, como si la hubiera
abofeteado. Calmé mis emociones y volví a intentarlo.
―No, no es la única manera.
Suspiré y me froté las palmas de las manos.
―Si hacemos esto -casarnos-, entonces no voy a tener a mi esposa
alojada en una cabaña destartalada mientras su potencialmente
peligroso ex esposo merodea por el pueblo. Eso no va conmigo.
Mi esposa.
Se me oprimió el pecho. Las palabras se me escaparon sin querer, pero
ahora que estaban ahí, las dejé suspendidas en el aire.
Una pequeña arruga se formó entre sus cejas.
―¿Qué sugieres? ¿Que nos quedemos aquí?
Me encogí de hombros como si fuera la solución más sencilla del
mundo y no me alterara la vida por completo compartir mi espacio con
ella y los niños.
―Hay mucho espacio.
Me miró dudando.
―Hay tres dormitorios.
Tragué saliva.
―Dormiré en el sofá.
Sloane se mordió el labio mientras consideraba lo que le estaba
proponiendo.
―Sé que ha sido duro para mi abuelo tenernos a todos unos encima
de otros. Que estemos al otro lado del pueblo también le ayudaría a salir
un poco de casa... ¿quizá? ―Miró alrededor de mi propiedad y
suspiró―. Se siente seguro aquí.
La realidad de que podríamos estar pensando en casarnos me golpeó
como una tonelada de ladrillos. Se me revolvió el estómago. Se estaba
convirtiendo en una posibilidad muy real que mi papá no estuviera muy
feliz de oír que yo estaba interesado en comprar su parte de la cervecería
y que tendría los medios para hacerlo, gracias a Sloane.
Sloane se inclinó más cerca.
―¿En qué estás pensando? Prácticamente puedo ver el humo saliendo
de tus orejas.
La miré y suspiré.
―En mi papá, en realidad. Si sospechara siquiera que el matrimonio
es ilegítimo, probablemente haría todo lo posible por impedirlo. No le
gustan las cosas que no puede controlar.
Ella asintió en señal de comprensión.
―Entonces no será falso. El matrimonio sería muy real. Él no tiene
que saber que los sentimientos no son reales.
Pero, ¿y si lo fueran?
El pensamiento errante hizo que me sudaran las palmas de las manos.
Reprimí mis sentimientos y asentí.
―Si cree que es real, puede que lo haga. Cualquier cosa que ayude a
mi reputación será buena a sus ojos, y si te mudas, son dos pájaros de un
tiro. Tu ex no puede joderte, y mi papá creerá que este matrimonio es
legítimo.
Tarareó como si estuviera repasando el escenario en su mente.
―Necesito saber qué pasó. Lo entiendes, ¿verdad?
Sabía que hablaba de mi encarcelamiento. No la culpaba. Lo único que
sabía era que estuve en la cárcel y que estábamos pensando en casarnos.
Los segundos pasaban mientras yo agachaba la cabeza, luchando por
encontrar las palabras adecuadas.
La vergüenza me recorrió en oleadas pesadas y asfixiantes. El aire que
nos rodeaba se espesó y mi corazón galopó. Sabía que ella merecía
respuestas, pero ni siquiera sabía por dónde empezar.
Decidí empezar por el final.
―Maté a un niño.
Me quedé mirando a Abel con los ojos muy abiertos mientras las
palabras maté a un niño flotaban en el aire. Un pájaro gorjeó en un árbol
cercano, pero lo único que pude hacer fue mirar fijamente al lado de su
cara. Miles de preguntas se agolpaban en mi mente.
―¿Cómo? ―Fue la única palabra que pude sacar.
Sus hombros se hundieron mientras el peso de la verdad se abatía
sobre los dos. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Abel
suspiró y se limpió las manos en sus muslos enfundados en jeans.
―Yo trabajaba como jefe de distribución para una destilería local
cerca de Kalamazoo. Nos faltaba personal, así que el dueño nos pidió a
unos cuantos que nos quedáramos hasta tarde, que hiciéramos un turno
de noche para intentar ponernos al día. Yo estaba ahorrando hasta el
último centavo para mi sueño de abrir una cervecería y quería hacer
horas extras. ―La voz de Abel era grave y temblorosa―. Trabajamos
toda la noche. Cuando terminamos, yo estaba agotado. Limpiamos la
tienda y nos fuimos a dormir. No estaba drogado ni borracho, solo
estaba... cansado.
El dolor se reflejó en el rostro de Abel, que se pellizcó el puente de la
nariz como si aún pudiera sentir el cansancio.
―La cosa es que no lo pensé dos veces antes de ponerme al volante.
Solo quería llegar a casa. ―Tragó saliva con fuerza y luchó para
continuar―. En algún punto de la autopista me quedé dormido y
choqué contra un vehículo que circulaba en sentido contrario.
Me paralicé con una brusca inhalación. No quería reaccionar, pero no
pude evitarlo. Mi mente daba vueltas.
―Así que fue un accidente.
Abel negó con la cabeza.
―No. Yo lo maté.
―Un accidente ―repetí con cuidado―. Abel, tienes que saber que
fuiste a la cárcel por un accidente.
Su mandíbula se tensó.
―Mi abogado intentó argumentar que la posición final de los
vehículos sugería que yo no fui quien cruzó la línea central, pero... el
fiscal no lo consideró un accidente, y tampoco el juez. La pena por
conducir somnoliento es la misma que por conducir bajo los efectos del
alcohol o las drogas. Querían demostrar que yo conducía un vehículo de
forma intencionadamente temeraria, con un desprecio deliberado por la
seguridad de los demás, y lo hicieron.
―¿Cuánto tiempo tuviste que estar en la cárcel? ―Mis palabras eran
apenas un susurro.
―Me podían haber dejado hasta quince años, pero la mamá testificó a
mi favor. ―Abel resopló―. ¿Lo puedes creer? Su niño muerto y ella
tenía la espalda rota, y pidió clemencia para mí cuando yo no la merecía.
Reprimí mis lágrimas. ¿Habría sido yo tan indulgente?
―Cumplí cinco años. ―Abel por fin me miró. Sus ojos pardos estaban
llenos de emociones no expresadas. Estaba segura de que él esperaba
que lo apartara de un empujón, quizá que gritara y huyera porque se
veía a sí mismo como un asesino temerario.
Me dolía el corazón por él, y apenas pude susurrar
―Okey.
Frunció el ceño, incrédulo.
―¿Cómo que okey?
Asentí con la cabeza.
―Te pedí la verdad y me la diste, aunque te costó hacerlo. No es mi
historia, así que no la compartiré con nadie, pero mi preocupación está
satisfecha.
Me miró a la cara como si no pudiera creer que mi aceptación fuera
tan fácil. La verdad es que tenía mil preguntas más, pero en el fondo
sabía que Abel era un protector. Era un buen hombre.
―Sigo pensando que podemos hacer que esto funcione ―dije,
apoyando mi mano en su antebrazo.
Cuando se movió, bajé la mano y me la metí en el regazo.
Abel tenía el ceño fruncido.
―¿Qué les dirás a los niños?
Levanté un hombro.
―Solo lo que necesiten saber. Somos amigos, y los amigos se ayudan.
Nos estás ayudando mientras empezamos a arreglar la granja. No
necesitan saber más que eso.
Cuando lo dije en voz alta, parecía fácil. Sencillo. Esperaba que así
fuera.
Asintió lentamente.
―Tiene sentido.
Finalmente, incliné la cabeza hacia Abel y le dije:
―Entonces, ¿realmente haremos esto?
Suspiró y apoyó los codos en las rodillas, contemplando el patio con
ojos tristes.
―Parece que realmente haremos esto.

Santa mierda. No puedo creer que esté haciendo esto.


Cinco días después de que Abel me rescatara y me llevara a su casa,
me encontraba ante la escalinata del juzgado del condado de Remington.
La ley de Michigan exigía un periodo de espera de tres días tras solicitar
la licencia matrimonial antes de poder expedirla y usarla. Después
teníamos treinta días para cambiar de opinión.
Como se trataba de un acuerdo estrictamente comercial, no perdimos
tiempo y decidimos presentarnos ante un juez y hacer las cosas oficiales.
Después de dejar a los gemelos en la biblioteca, me ofrecí a llevarnos a
los dos, pero Abel insistió en reunirse conmigo ahí.
La ley del condado también exigía que aportáramos dos testigos.
Cuando vi a Sylvie doblar la esquina, se me oprimió el pecho.
Ella hizo un gesto con la mano.
―¿Qué pasa con los textos misteriosos? ―Me ofreció un abrazo
rápido y sus manos se quedaron plantadas en mis hombros―. ¿Estás en
algún tipo de problema?
Tragué saliva y miré a mi alrededor.
―No, en realidad no hay problemas, pero tengo algo que decirte. Va a
ser un shock, y espero que no te enojes.
Sylvie se armó de valor y levantó la barbilla.
―Okey. Estoy lista.
Hice una mueca dudosa y dije:
―Hoy me caso con Abel y necesito que seas mi testigo. ―Esperaba
que mis palabras sonaran alegres y optimistas, pero estaba bastante
segura de que sonaba como si fuera a vomitar.
―¡¿Tú qué?! ―chilló Sylvie.
Mis manos se juntaron delante de mí.
―Lo sé. Lo sé. Debería haber dicho algo antes, pero me preocupaba
que te asustaras o que él se echara para atrás y te lo hubiera dicho por
nada. Escúchame. Te prometo que no es tan malo como crees.
―Lo dudo. ―Sylvie se cruzó de brazos―. Pero te escucho.
―Tengo dinero de mi papá al que no puedo acceder a menos que
tenga un acontecimiento importante en mi vida, como casarme. Necesito
ese dinero. Ergo, necesito un esposo.
―¿Y te vas a casar con Abel? ―Sus ojos se entrecerraron.
―Sí. A cambio, voy a invertir en la Abel’s Brewery para que pueda
comprar la parte de tu papá, pero también necesitamos que él crea que
Abel y yo estamos casados de verdad... ¿lo que significa que también me
voy a vivir con él? ―El final de mi frase se elevó como si estuviera
haciendo una pregunta.
En realidad, solo esperaba que Sylvie siguiera hablándome después
de todo esto.
Ella exhaló.
―¿Qué demonios, Sloane?
―Lo sé. ―Mi nariz se arrugó―. ¿Me odias?
Sylvie me abrazó.
―No, no te odio. ¿Creo que esto es totalmente fuera de lugar y un
poco jodido? Sí... ¿pero quién soy yo para juzgar? Es solo que... wow.
―Se rio cuando la realidad de la situación se asentó sobre nosotras―.
¡Wow!
Le sonreí a mi mejor amiga.
―Supongo que eso significa que seremos hermanas. Al menos... sobre
el papel y por un tiempo de todos modos.
Sylvie negó con la cabeza.
―Quiero decir, si realmente te vas a casar, ¿estás segura de que no
quieres a tu abuelo aquí?
Sonreí y negué con la cabeza.
―Desde luego que no. Ya tengo bastante con lo mío como para que mi
abuelo meta las narices en todo. Es un romántico de corazón y no
entendería que esto es estrictamente un negocio. Necesita saber lo menos
posible.
Sylvie asintió una vez.
―Entendido. Bueno... supongo que te vas a casar con Abel entonces...
Tragué saliva y miré hacia el juzgado.
―Supongo que sí.
Justo adentro, esperábamos a Abel, e intenté que los nervios no se
apoderaran de mí. Me paseé por la baldosa mientras las yemas de mis
dedos jugaban con el dobladillo de mi blusa. A pesar de sus súplicas y
de su abierta aversión por Jared, mi papá y mi madrastra pagaron una
vez una boda grande y ostentosa, con un vestido que me hacía parecer
un cupcake escarchado. Maduré y ahora lo sabía mejor. Hoy era un
acuerdo de negocios y nada más. Incluso, después tenía turno en la
fábrica de cerveza, así que opté por llevar unos jeans negros y una blusa
negra ajustada que podría cambiar más tarde por una camiseta de Abel’s
Brewery. El conjunto era sencillo y sin complicaciones.
Lo elegí en parte para evitar que mi cerebro pensara cosas como: ¿Por
qué Abel huele tan bien? ¿Seguirá diciendo mi esposa en ese tono ronco que
tanto parece gustarme? ¿Y si este sentimiento no es del todo falso? Mierda,
¿estoy cometiendo un gran error?
Cuando vi a Abel subiendo las escaleras del juzgado, mi corazón dio
un vuelco, a su lado estaba su tía Bug.
Por primera vez en mi vida, lo vi vestido con un traje que parecía
hecho a medida para él. Era casi negro, pero a la luz del sol pude ver que
la costosa tela era, de hecho de un hermoso gris oscuro. Sus zapatos de
vestir negros estaban relucientes y el blanco de las mangas de su camisa
asomaba por encima del saco.
Llevaba corbata.
Mierda.
Tragué saliva y miré mi propia ropa. Los nervios se apoderaron de mí
y le dirigí una mirada suplicante a Sylvie. Sin ningún sitio a donde ir y
sin tiempo para cambiarme, me mantuve firme. Cuando abrió las
puertas de cristal y entró en el pasillo del juzgado, ajusté la correa de mi
bolso y sonreí.
Gracias a Dios que me acordé del labial.
―Hola ―le dije.
Los ojos de Abel flotaron por mi frente y volvieron a subir,
enganchándose en mis labios rojos.
―Buenos días.
Nerviosa, pasé una mano errante por su camisa de vestir blanca y me
di cuenta de que incluso se recortó la ligera barba.
―Sí que te ves muy bien.
Abel se apartó de mi contacto y tiró de su cuello. Inclinó el cuerpo y le
tendió el brazo a Bug.
―Tía Bug, creo que ya conoces a Sloane.
Bug King era la matriarca de la familia King. Por todos era sabido que
era severa y sin sentido del humor. Sus ojos asesinos se posaron en mí y
traté de no retorcerme bajo su mirada.
Solté un chillido de sorpresa cuando me abrazó.
―Gracias por hacer esto por él ―me susurró al oído.
Observé a Abel por encima de su hombro mientras se movía
incómodo. Parecía que la historia que le contó omitía lo que yo estaba
ganando como parte del acuerdo. Después de soltarme, Bug se acercó a
Sylvie y empezó a charlar, sin duda sobre la boda improvisada a la que
ambas se habían visto abocadas.
Decidida a sacar lo mejor de esto, le sonreí a Abel.
―¿Listo para esto?
Se le escapó una pequeña risa.
―Definitivamente no.
Enlacé mi brazo con el suyo.
―Vamos. Ya te lo dije, voy a ser la mejor esposa que hayas tenido.
Cuando iba a dar un paso adelante, Abel se quedó clavado en el sitio y
yo lo miré.
Sus ojos eran suaves y cálidos.
―Antes de entrar... tengo algo para ti. ―Ajustó su postura y metió la
mano en el bolsillo, sacando una sencilla banda de plata.
La sostuvo entre nosotros mientras yo la miraba fijamente.
Abel se aclaró la garganta.
―Era de mi mamá.
Me llevé la mano a la boca.
―Oh, Abel... no. No podría...
―No era su alianza ni nada parecido. ―Abel negó con la cabeza―.
Recuerdo que mamá la llevaba en la mano derecha. Nunca iba a ninguna
parte sin ella. Por alguna razón la dejó en la cómoda cuando... ya sabes,
nos dejó.
Sus ojos estaban fijos en los míos, pero encerraban una profunda
emoción que no supe leer.
―En fin ―continuó―, conseguí tomarla antes de que mi papá la
quemara con el resto de sus cosas. ―Abel se encogió de hombros―. Me
imaginé que éste es probablemente el único matrimonio que voy a tener,
así que... me pareció que debería tener un anillo.
Me latía el corazón y me dolía el pecho por el niño pequeño y
huérfano de madre que fue.
―Es hermosa. ―Extendí la mano izquierda y dejé que me la pusiera
en el dedo anular―. Huh. ―Sonreí y le di la vuelta a la mano―. Me
queda bien.
Su mandíbula se tensó mientras miraba mi dedo.
―Deberíamos entrar.
Enderecé los hombros y traté de ignorar el peso que la delgada banda
plateada añadía a mi mano.
―Hagámoslo.
Codo con codo nos dirigimos a la oficina correspondiente, con Sylvie
y Bug no muy lejos de nosotros. El empleado revisó nuestra
documentación e indicó los asientos que había junto a la gran ventana de
la oficina.
―Los llamaremos cuando sea la hora.
Casi en silencio, los cuatro nos sentamos en las rígidas sillas de
madera y miramos al frente. Solo el crujido de la madera y el trasiego de
papeles llenaban la sala de espera.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, la puerta de los
aposentos del juez se abrió, y una mujer llenó el umbral.
―¿Sloane Robinson y Abel King?
Nos paramos ante ella.
Aquí íbamos.
Diez dólares más unas palabras murmuradas después, y Sloane y yo
seríamos esposo y mujer.
―Por favor, unan sus manos.
―El juez de distrito sonrió y nos hizo un gesto para que nos
pusiéramos frente a frente. Sylvie y Bug permanecieron en silencio
detrás de nosotros.
Me moví dentro de mis zapatos mientras tomaba las delicadas manos
de Sloane entre las mías. Sus ojos eran un derroche de verdes y
marrones que se fundían en una embriagadora combinación de
tonalidades. Me miró fijamente, con una mirada inquebrantable y sin
miedo.
Por dentro, yo era un puto desastre.
¿Le estaba arruinando la vida?
¿Estábamos tomando la decisión correcta?
¿Cómo iba a dejarla ir?
―Estamos aquí reunidos en presencia de estos testigos para unir en
matrimonio a Sloane Robinson y Abel King. El contrato matrimonial es
de lo más solemne, y no debe celebrarse a la ligera, sino con reflexión y
seriedad y con una profunda conciencia de sus obligaciones y
responsabilidades. Si alguien puede mostrar una causa justa por la que
esta pareja no deba unirse legalmente, que hable ahora o calle para
siempre.
Miré a mi hermana y a mi tía, que solo me dedicaron medias sonrisas
de apoyo.
El juez continuó.
―¿Tú, Sloane, aceptas a Abel como tu legítimo esposo?
Mi corazón saltó cuando ella sonrió alegremente y sin vacilar.
―Sí, acepto ―dijo ella.
―¿Y tú, Abel, aceptas a Sloane como tu legítima esposa?
Me aclaré la garganta.
―Sí, acepto.
El juez sonrió y preguntó:
―¿Hay anillos?
Sloane se rio y levantó la mano, mostrando el anillo de mi mamá al
juez.
El juez asintió.
―Muy bien. Abel, por favor, repite después de mí. 'Yo, Abel, te acepto
a ti, Sloane, como mi legítima esposa, para cuidarte y protegerte, a partir
de este día en adelante, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la
pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe.
Con este anillo, te desposo.
Mis manos entrelazaron las suyas y repetí las palabras, sin apartar la
mirada de los hermosos ojos de Sloane.
El juez le indicó a Sloane que repitiera lo mismo, menos la parte del
anillo. Para mi sorpresa, lo hizo todo con una brillante sonrisa.
―Por el poder y la autoridad que me confiere el Estado de Michigan y
como juez del tribunal de distrito del condado de Remington, Michigan,
los declaro legalmente casados. ―Señaló entre nosotros y dio un paso
atrás―. Ahora puede besar a su novia.
La habitación se inclinó. Sabía que llegaría este momento, incluso lo
había deseado. Sin vacilar, di un paso adelante, rodeé su cintura con el
brazo y la atraje hacia mí mientras acercaba mi boca a la suya.
Los segundos se alargaban mientras me sentía abrumado y
embriagado por ella. Sloane se fundió en mí, aceptando mi beso con
labios suaves mientras me rodeaba la cintura con los brazos. Le acaricié
la cara y dejé que mis dedos se enredaran en su suave cabello castaño.
Los latidos de mi corazón palpitaban en mi cráneo mientras saboreaba
sus labios carnosos. Su perfume me envolvió y amenazó con hundirme
por completo.
Bug se aclaró suavemente la garganta, devolviéndome a la realidad, e
inmediatamente rompí la conexión, dando un paso atrás y parpadeando
hacia mi esposa.
Su rostro estaba enrojecido por una mezcla de deseo y ligera
vergüenza. Ella miró a mi hermana, cuyos ojos abiertos decían todo
sobre lo poco apropiado de nuestro beso.
―Felicidades a los dos. ―El juez nos dio un simple apretón de manos
y salimos de su pequeña oficina.
De vuelta en la sala de espera, miré a mi tía. Ella me sonrió, me
acarició el rostro y suspiró.
―Tengo que volver a la biblioteca, pero gracias por permitirme estar
aquí.
Bajé las pestañas.
―Gracias por venir con tan poca anticipación.
Su mano agarró la mía y asintió.
―¿Oye, Bug? ―Sloane dijo―. Tillie y Ben están de campamento en la
biblioteca. ¿Podrías pasar y ver que estén bien?
Ella le ofreció una sonrisa amable.
―Puedo hacerlo.
―Saldré contigo ―le dijo Sylvie a Bug. Mi hermana me envolvió en
un abrazo incómodo. Sacudió la cabeza y me sonrió antes de sacudirme
los hombros―. ¿Qué voy a hacer contigo? ―Su tono juguetón me ayudó
a deshacer el nudo que tenía en el estómago.
Vi a las dos irse mientras Sloane se ponía a mi lado y apoyaba la
cabeza en mi brazo. Me puse rígidos ante el gesto sutil y despreocupado.
―Wow. Lo hicimos.
Bajé la mirada hacia ella.
―Seguro que sí.
Sloane suspiró.
―Bueno, debería irme. Hoy tengo trabajo, y mi jefe es un verdadero
grano en el trasero. ―Me lanzó una mirada burlona por encima del
hombro mientras daba un paso hacia la puerta. Me obligué a mismo
para no mirar cómo su trasero llenaba esos jeans negros ajustados.
―Creo que si se lo pidieras, te daría el día libre. Quiero decir... ya que
es el día de tu boda y todo eso. ―Una pequeña chispa de que nuestras
bromas juguetonas seguían intactas me calentó el pecho.
Su cara se arrugó.
―No sé. Es un verdadero gruñón. Probablemente me descontará el
sueldo.
―Vete a casa, Sloane ―le exigí―. Empaca tus cosas. Tú y los niños se
mudan.
No me perdí la sonrisa burlona que se dibujaba en la comisura de sus
labios. Tampoco me perdí cómo mi polla disfrutó con el coqueto
movimiento de sus pestañas.
―Sí, jefe. ―Hizo un saludo juguetón―. Se lo diré a los niños esta
tarde y le daré la noticia al abuelo. Estaremos en tu casa a la hora de
cenar, si te parece bien.
Asentí y me metí las manos en los bolsillos.
Esta noche no podía llegar lo suficientemente pronto.

―¡Wow! ¿Estás jodidamente bromeando? ―La voz de Ben resonó


desde el final del pasillo cuando abrió la puerta del dormitorio.
―Benjamin. Lenguaje ―lo amonestó Sloane. Me miró tímidamente y
articuló―: Lo siento.
Sacudí la cabeza para hacerle saber que estaba bien. Después de
seguirla por el pasillo, me paré en la puerta de la nueva habitación de
Ben. El espacio estaba pintado de un verde suave. Era abierto y
luminoso. Una gran ventana ofrecía vistas al patio lateral, y había
espacio más que suficiente para la cama, la cómoda y espacio en medio
para que Ben se extendiera con sus pertenencias. Estaba muy lejos de las
estrecheces de la cabaña.
Su trasero rebotó en la cama.
―¿Esto es todo mío?
Sloane sonrió.
―El señor King nos dejará quedarnos aquí un tiempo. ¿No es amable
de su parte?
Ben se dejó caer en la cama.
―¡Es increíble!
Sloane extendió la mano para acariciar la rodilla de Ben.
―¿Cómo se dice?
Ben se incorporó y sonrió.
―Gracias, señor King.
Me crucé de brazos.
―Abel. Llámame Abel.
―¡Mamá! ¡Tienes que ver mi habitación! ―Tillie pasó junto a mí y
entró en la habitación de Ben. Agarró la mano de Sloane y la jaló más
allá de mí y por la puerta.
Sloane se rio.
―Ya la vi. ¿No es bonita?
Le seguí mientras Tillie se colocaba junto a la ventana del dormitorio
que daba al patio trasero.
―El patio es muy grande. Puedo ver el jardín y la hierba abierta y los
árboles, ¡y había una ardillita que se subió corriendo a ese árbol!
Su entusiasmo era contagioso. Supuse que sería extraño e incómodo
que Sloane y sus dos hijos se mudaran conmigo, pero en los pocos
minutos que llevaban ahí, encontré que el ruido y el caos eran un
bienvenido descanso de la implacable voz en mi cabeza.
Un suave golpe contra mi pierna me devolvió a la realidad. Tillie se
abalanzó sobre mí, abrazándome con fuerza.
―Muchas gracias.
Le di una torpe palmada en la espalda.
―Claro que sí, niña.
Soltó una risita y se fue a su nueva habitación a deshacer la maleta.
Sloane salió y yo la seguí hasta la cocina como un perro obediente.
―Les encanta, Abel. Gracias.
Mi garganta estaba seca y tensa, así que solo asentí.
―Te mostraré tu habitación.
Sloane se detuvo y me miró fijamente. Sus cejas se inclinaron hacia
abajo mientras su cara se fruncía.
―¿Mi habitación? ―Cuando se dio cuenta, sacudió la cabeza―. No,
no, no. Yo me quedaré en el sofá. Está más que bien. Te lo prometo.
Sacudí la cabeza, ignorando su ridiculez, y me dirigí al dormitorio
principal. Abrí la puerta de un tirón pero me quedé en el pasillo.
―Mi ropa sigue aquí, pero la habitación es tuya. No vas a dormir en el
sofá.
Sloane dudó, pero yo sabía que estaba tentada. Sus ojos se detuvieron
en la cama tamaño king y ya estaba echando un vistazo al cuarto de
baño.
―No lo sé, Abel. Yo…
―Está decidido. Yo me quedo con el sofá. ―Con la esperanza de
desviar la conversación, me dirigí hacia la cocina y me sorprendí cuando
se detuvo frente al baño del pasillo.
Señaló la habitación y me miró.
―¿Mantienes cerradas las cortinas de la ducha?
Arrugué las cejas.
―¿Sí...? ―No sabía a dónde quería llegar.
Sloane sonrió.
―Perfecto. ―Ella se movió hacia mí, pasando y dirigiéndose hacia la
sala de estar―. Mi ex y yo solíamos pelear por las cortinas de la ducha y
las puertas del armario. ―Se rio, pero se me revolvió el estómago―.
Bueno, en realidad no nos peleábamos, supongo. Él las abría todas y yo las
cerraba en silencio cuando él no estaba. Decía que le gustaban abiertas
porque nunca se sabía quién se escondía detrás de una. Yo creía que era
un paranoico y que lo hacía para molestarme. Libramos una guerra
silenciosa por las cortinas de la ducha y las puertas de los armarios. Es
una tontería, pero me molestaba mucho. ―Vi cómo desechaba sus
propios sentimientos con tanta facilidad.
Me encogí de hombros.
―Puedes quedarte con la cortina de la ducha como quieras.
Su sonrisa radiante me detuvo en seco. Después de mirar demasiado
tiempo, finalmente le pregunté:
―Entonces, ¿cómo tomó la noticia Bax?
Sloane suspiró y se encaramó a la isla de la cocina.
―El abuelo es solitario por naturaleza. Creo que tal vez es porque su
esposa murió hace mucho tiempo. Casi nos echó por la puerta.
Se me arrugó la frente.
―¿No estaba preocupado por.... ―Hice un gesto inarticulado hacia
mí―. Ya sabes.
Sloane apoyó las manos a ambos lados de las piernas e inclinó la
cabeza.
―¿Te refieres a mi nuevo esposo?
Sus ojos se desviaron por encima de mi hombro hacia el pasillo. Aún
no les había dicho a los niños que estábamos casados, pero sospechaba
que su abuelo sabía la verdad. Al menos, la mayor parte.
Cuando me quedé plantado en el suelo, continuó:
―Dice que vio nuestra conexión hace meses. ―Sloane se rio e hizo
comillas de aire, y un nudo se apretó en mi pecho.
Había empezado a descartar la insinuación de su abuelo cuando sonó
su teléfono.
―Hablando del diablo. ―Sloane saltó de la isla―. Hola, abuelo, ¿qué
pasa?
Me miró y frunció el ceño.
―Um... no sé de nadie que instale un sistema de seguridad. Espera,
déjame preguntarle.
Levantó las cejas y me miró fijamente.
Me metí las manos en los bolsillos y me encogí de hombros.
―Es por su seguridad.
Sacudió la cabeza y sonrió.
―Sí, está bien. Solo queríamos asegurarnos de que estabas a salvo ahí
solo. ―Podía oír al viejo discutiendo con ella a través del teléfono―. Lo
sé, lo sé. Estoy segura de que no tardarán mucho y te dejarán en paz.
Solo... sé amable, ¿okey? ―Ella se rio de algo que él dijo antes de colgar.
Tragué saliva cuando sus ojos color musgo se desviaron hacia mí.
―¿Hiciste que pusieran un sistema de seguridad en la cabaña?
Me encogí de hombros. La mirada esperanzada que me dirigía me
incomodaba.
―Está bien. Sabía que te preocupaba que estuviera ahí solo. Además,
si tu ex intenta algo, saldrá en cámara.
La preocupación se apoderó de su rostro mientras sus ojos se giraban
hacia el pasillo.
―¿Crees que lo hará?
Negué con la cabeza.
―Solo si es imprudente o estúpido.
Sabía que Sloane estaba preocupada, pero hasta que la policía pudiera
localizar a su ex, un sistema de seguridad era lo mejor que podíamos
hacer... al menos por ahora. Todavía no les había dicho que Sloane y yo
nos casamos, pero sí reuní a mis hermanos y les pedí que también
estuvieran atentos a Jared.
Este es nuestro maldito pueblo, y nadie iba a venir aquí y asustar a mi esposa
cuando… mierda.
Me rasqué el pecho con el talón de la mano. Pensamientos como ese
estuvieron apareciendo en mi cabeza durante todo el maldito día. Claro,
Sloane era legalmente mi esposa, pero de algún modo mi subconsciente
no captaba el mensaje de que se trataba estrictamente de negocios.
Necesitaba espacio para pensar.
―¿Tienes hambre? ¿Puedo cocinar o pedir algo?
Sloane no mencionó ni prestó atención a mi total giro de ciento
ochenta grados en temas de conversación.
―Estoy agotada después de hoy. ¿Tal vez podamos pedir comida
para llevar o algo así? ―Ella lanzó un pulgar en la dirección del
pasillo―. Tengo uno que probaría cualquier cosa y otro que piensa que
el arroz blanco es un manjar.
Solté una carcajada en señal de reconocimiento, aunque en realidad no
sabía nada de niños ni de hábitos alimenticios exigentes. Lo único que
sabía era que mi propia educación distaba mucho de ser sana y estable.
Papá contrató a un cocinero a tiempo completo hasta que llegamos a la
adolescencia, y luego nos las arreglamos solos.
―¿Qué tal Uncle Mao's en Pullman? Puedo ir a buscarlo... y dejar que
ustedes tres se instalen aquí.
Sloane hizo una pausa, mirándome como si estuviera a punto de decir
algo, tal vez sobre ofrecerme a llevarla a algún sitio. En lugar de eso, se
limitó a sonreír suavemente.
―Me parece perfecto. Cualquier cosa está bien. Y... gracias.
Asentí con la cabeza, tomé las llaves de la isla y me apresuré a salir
por la puerta antes de que mi mente pudiera pensar en otra cosa: en
cómo la besé antes y en las ganas que tenía de volver a hacerlo.
Tres días viviendo en casa de Abel y ya me sentía mimada.
En ese tiempo, aprendí que, a pesar de su tamaño, era anormalmente
silencioso. Se movía por la casa como si fuera un fantasma, el caparazón
de un hombre del que rara vez veía algo. Abel era ordenado, pero
tampoco parecían afectarle los calcetines tirados de Ben o las obras de
arte que Tillie colgaba en el refrigerador.
Jared nunca se involucró como papá, lo que significaba que toda la
responsabilidad recaía sobre mí. La compra, lavar ropa, las comidas, las
cenas nocturnas... todo fue responsabilidad mía desde el principio.
Era extraño acostumbrarme a que Abel recogiera la mesa o barriera al
final de la noche. Más de una vez me sorprendí a mí misma de pie,
preguntándome qué hacer una vez que los niños estuvieran arropados
por la noche y no hubiera una montaña de ropa que doblar.
Aún me sentía completamente culpable de que los niños y yo
ocupáramos todos los dormitorios de su casa. Ni siquiera vi a Abel
durmiendo en el sofá; yo me acostaba temprano y él se levantaba antes
que el sol.
Todavía en la cama, consulté mi correo electrónico y me alegró ver
que el banco me confirmó que recibieron toda la documentación
necesaria. Para su sorpresa, presenté los documentos oficiales que nos
declaraban legalmente casados a Abel King y a mí. Dada la redacción de
la documentación de la herencia, cumplía los requisitos mínimos de un
acontecimiento vital importante. No estaba vaciando por completo la
herencia, pero mi solicitud de retiro seguía siendo más dinero del que
jamás hubiera imaginado, y se ingresaría en mi cuenta en unos días
laborables.
Un chillido de vértigo me desgarró.
Una vez liberado ese dinero, podría invertir oficialmente en Abel’s
Brewery y empezar a buscar un contratista de confianza que evaluara la
casa de mi abuelo y comenzara la reconstrucción. Con un poco de suerte,
incluso me sobraría algo de dinero para guardar en mi cuenta de
ahorros.
Mirando fijamente la gran mitad de la cama de Abel que no estaba en
uso, dejé que mi mente se preguntara cuánto espacio ocuparía su
cuerpo. Me acurruqué en la almohada y una pequeña parte de mí deseó
que oliera como él: rico, cálido y seguro. Algo cambió dentro de mí
cuando nos besamos en el juzgado. Mentiría si dijera que no imaginé
besar a Abel una o dos veces.
Bien... tal vez varios cientos de veces. Demándame.
Con unos labios como los suyos, supuse que sería un besador decente,
pero nunca esperé que su boca fuera tan asertiva y a la vez suave.
Demandante.
Hambrienta.
Gemí y rodé sobre mi espalda, esperando olvidar lo mucho que
disfruté de ese beso. El reconfortante olor a café y canela se filtró en el
dormitorio. Me vestí rápidamente y salí para ver a Abel en la cocina y a
los niños sentados frente al televisor.
―Wow. ¿Qué es todo esto? ―pregunté.
Tillie sonrió.
―Abel está haciendo roles de canela.
―Y no de la lata como los tuyos ―añadió Ben. Le revolví el cabello al
pasar y le saqué la lengua juguetonamente.
Levanté una ceja y miré hacia la cocina.
―¿Ah, sí?
Abel me miró antes de volver al rectángulo de masa casera que tenía
delante. Estaba descalzo, pero vestía jeans y camiseta. Llevaba un
delantal negro cómicamente pequeño atado a la cintura y espolvoreado
de harina.
Un pequeño tirón en el corazón me oprimió el pecho.
―Buenos días, jefe. ¿Qué tenemos aquí?
Abel inclinó la barbilla hacia la cafetera.
―Hay café si quieres. El desayuno estará listo en unos veinte minutos.
Miré el reloj y me fijé en la hora.
―Gallinas ―les dije cariñosamente a los gemelos―. El abuelo me
preguntó si quisieran visitar el puerto hoy. ¿Les gustaría?
―¡Sí! ―gritaron sin levantar la vista de su caricatura.
Entré en la cocina, dejando a Abel de lado mientras tomaba una taza
de café. Refunfuñó detrás de mí mientras untaba la masa con
mantequilla ablandada.
Miré por encima de su enorme hombro.
―Roles de canela, ¿eh?
No se detuvo, sino que espolvoreó generosamente azúcar y canela
sobre la mantequilla.
―Les pregunté a Ben y a Tillie si querían huevos, panqueques o roles
de canela, y esto es lo que eligieron.
―Bueno, jefe ―me subí al mostrador de la isla junto a Abel para verlo
trabajar mejor―, me impresionas.
Gruñó y siguió trabajando mientras yo observaba. Abel enrolló
cuidadosamente el rectángulo en un tronco y usó un cuchillo afilado
para cortar discos del mismo tamaño. Una energía zumbaba a su
alrededor mientras trabajaba y sus hombros se arqueaban. No pude
evitar la sensación de que algo no estaba bien.
Entrecerré los ojos hacia él.
―¿Estás bien?
No me miró a los ojos.
―Estoy bien.
Fruncí los labios.
―Pareces... nervioso.
El recipiente de cristal sonó al colocarlo en la rejilla del horno.
―No estoy nervioso. Solo... ―Dejó escapar un chorro de aire por la
boca y apretó los ojos―. No lo sé.
Los nervios se apoderaron de mí. Bajé la voz para que los niños no
oyeran nuestra conversación.
―Mira, si esto es demasiado, tienes que decírmelo. Solo dilo.
Sus ojos oscuros se clavaron en los míos.
―No es eso. No es por ti ni por los niños. Yo solo... ―Sus hombros se
hundieron―. A veces horneo cuando me siento mal.
Mis ojos se abrieron de par en par al darme cuenta.
―¿Me estás diciendo que eres un panadero por estrés?
Sus ojos se apagaron y me lanzó una mirada molesta.
―Yo no dije eso.
Sonreí.
―Sí que lo hiciste. ―Tomé un pequeño sorbo de café―. Si no somos
nosotros, entonces dime por qué estás estresado.
Abel se apoyó en el mostrador, con los brazos cruzados.
―Hice una cita con mi papá para hablar de la cervecería. Me gustaría
presentarlos oficialmente a los dos.
Se me torció la cara.
―¿Tuviste que pedir cita para hablar con tu papá?
La tristeza parpadeó en su rostro.
―Sí.
―¿Cuándo? ―Oculté mis propios nervios tomando otro generoso
trago de café.
―Hoy. Iba a decírtelo, pero necesitaba reunir fuerzas para hacerlo. Si
estás demasiado ocupada o necesitas que te avise con más anticipación,
está bien. Yo.
―No ―interrumpí―. Está totalmente bien. Es lo que acordamos. Lo
haré. El abuelo estaba deseando llevar a los gemelos al puerto deportivo,
así que estoy libre la mayor parte del día.
Los músculos de su mandíbula se tensaron, pero al cabo de un
momento sus ojos castaños se encontraron con los míos.
―Gracias.
Levanté las cejas.
―Estamos juntos en esto, ¿recuerdas?
Abel tragó saliva.
―Lo recuerdo.
Russell King tenía una reputación, y estaba claro que a Abel le
preocupaba cómo iba a desarrollarse esta conversación. Salté del
mostrador y me llevé la taza para arreglarme para el día.
―No te preocupes, jefe. Puedo aparecer, callarme y vestir de beige.
―No lo hagas. ―Su tono insistente me hizo detenerme mientras sus
ojos oscuros me recorrían―. Vístete como tú.
Se me apretó el estómago. Escondí una pequeña sonrisa tras la taza de
café y me dirigí al dormitorio.
Ocupé una pequeña sección del vestidor del dormitorio principal. Las
camisas y los jeans de Abel colgaban en hileras ordenadas a lo largo de
un lado. Mis dedos rozaron la manga del traje que llevó en nuestra boda
y sonreí. No lo pensé entonces, pero el hecho de que pensara en
arreglarse me hacía sentir especial.
Me miré el fino anillo que llevaba en el dedo. Me casé con él llevando
jeans.
Examinando mi ropa, consideré el hecho de que Abel quisiera que me
vistiera como yo misma. Siendo amiga de Sylvie, me presentaron a
Russell King, pero solo de pasada, incluso yo entendía que ser
presentada oficialmente como la esposa de Abel tenía peso.
En lugar de mis jeans, opté por un pantalón de pinzas ajustado en un
tono verde musgo. Para la parte de arriba, tomé de la percha una blusa
sin mangas de color crema con cuello alto de volante y rayas de color
beige.
Después de meter la blusa dentro del pantalón y añadir un cinturón
delgado, me calcé unas sandalias y me miré en el espejo de cuerpo
entero. Desde luego, no todo era beige.
Me miré desde varios ángulos y, una vez satisfecha de parecerme a mí
misma, pero una versión ligeramente refinada, me peiné el cabello y fui
en busca de Abel.
No se molestó en quitarse los jeans oscuros, las botas de trabajo y la
camiseta. Sus ojos recorrieron mi cuerpo desde los dedos pintados hasta
mi cara antes de detenerse.
Extendí las manos.
―Me puse nerviosa ―expliqué―. Opté por Sloane 2.0. Dijiste que
fuera yo misma, así tendrás toda la experiencia Sloane.
―Es perfecto. ¿Lista? ―Abel se giró hacia la puerta.
Asentí, reuní a los niños y los conduje hacia la puerta. Llegamos al
puerto deportivo y Abel nos acompañó mientras yo me reunía con el
abuelo.
Después de darles a los gemelos suficientes abrazos y besos como
para resultar embarazoso, los dejé con el abuelo. Él insistió en estrechar
la mano de Abel y felicitarlo. La vergüenza tiñó mis mejillas mientras
apuraba a los niños y les hacía prometer que se portarían bien con su
bisabuelo.
Mientras caminábamos de vuelta, el sol de última hora de la mañana
ya calentaba, y me tomé un momento para ver cómo Outtatowner
cobraba vida.
―Le gustas, ya sabes, a mi abuelo.
Abel asintió.
―Bax es un buen hombre. Nunca me ha tratado de forma diferente.
El calor y el afecto por mi abuelo me llenaron el pecho.
―Puede que sea testarudo y no escuche a nadie, pero siempre ha
estado ahí para nosotros. Él me abrió las puertas de su casa cuando lo
necesité. ―Choqué mi brazo con el de Abel―. Algo así como otra
persona que conozco.
Su acuse de recibido fue un profundo gruñido que se instaló entre mis
piernas.
Camino arriba, me di cuenta de que en el Sugar Bowl ya se estaba
formando una cola, y otros dueños de tiendas estaban ocupados
colocando sus carteles en la acera para darles la bienvenida a los
visitantes. En el tiempo que llevaba aquí, había visto aparecer y
desaparecer algunas tiendas, muchas de ellas dirigidas a los turistas que
ayudaban al pequeño pueblo a prosperar. Cuando me dirigía a mi auto,
me llamó la atención una nueva tienda, Gleam & Glimmer.
Cuando me acerqué al auto estacionado, hice una pausa.
―Oye, ¿tenemos tiempo para hacer una parada rápida?
Abel asintió.
―Por supuesto.
Sonreí y le tomé la mano. No me pasó desapercibido el sutil tirón de
su muñeca y le lancé una mirada llana.
―¿En serio?
Tragó saliva.
―Lo siento.
―Solo ―hice un gesto a mi lado―, ven aquí.
Uno junto al otro en la acera, enlacé mi brazo con el suyo.
―No está mal, ¿verdad?
Movió los hombros.
―Está bien.
Me reí y puse los ojos en blanco.
―¿Bien? Estamos casados, ¿o ya lo olvidaste?
Me miró con desconfianza.
―No lo olvidé.
Satisfecha, sonreí.
―Bien, necesitamos que tu papá se lo crea, ¿verdad? Así que... no
puedes actuar como si estuviera a punto de morderte cada vez que te
toque el brazo.
Se aclaró la garganta.
―Lo siento.
Lo rodeé y planté mis manos en sus bíceps antes de sacudirlas.
―Relájate... y no te arrepientas. Querías la experiencia Sloane
completa, así que la vas a tener.
Cuando sus hombros se relajaron, introduje mi mano en la suya y lo
jalé hacia la acera. Cuando llegamos a Gleam & Glimmer, le hice un
gesto hacia la puerta.
―Después de ti.
Abrió la puerta y esperó impaciente a que yo entrara. Sonreí y pasé a
su lado.
La tienda era sencilla y limpia. Las vitrinas de cristal se alineaban en
los bordes de la sala, con una gran vitrina en el centro. Una mujer estaba
de pie al fondo de la tienda y sonrió alegremente cuando el timbre de la
puerta anunció nuestra entrada.
―Bienvenidos a Gleam & Glimmer, la principal joyería de
Outtatowner. ―No necesitó mencionar que también era la única joyería
de Outtatowner―. ¿Qué puedo ayudarlos a encontrar?
Me enderecé y apreté con más fuerza el brazo de Abel.
―Buscamos un anillo de boda. ―Mi cabeza se inclinó hacia Abel―.
Para este grandote.
La mujer sonrió y se acercó a una vitrina lateral.
―Desde luego. Tenemos una gran variedad de alianzas de boda para
hombre en distintos estilos y materiales. ¿Cuándo es la boda?
―¡Ya fue! No podíamos esperar, así que di una vuelta hasta el
juzgado y le puse un anillo a este guapo antes de que pudiera escapar. El
problema es que olvidé la parte del anillo.
La mujer se rio conmigo mientras Abel negaba con la cabeza. A pesar
de su actitud hosca, percibí una sonrisa en sus labios.
Me giré hacia él.
―Entonces, esposo. ¿Qué te gusta?
Abel miró la disposición de las alianzas de los hombres en el estuche.
―La verdad es que no lo sé.
La mujer aprovechó su vacilación como una oportunidad para lucirse.
―Tenemos titanio, madera, el clásico oro blanco y amarillo, incluso
anillos con diamantes y piedras hermosas si buscas algo un poco más
llamativo.
Abel cambió de postura.
―Algo sencillo. Tradicional.
Un aleteo me recorrió el pecho. Miré el estuche y encontré una sencilla
banda parecida a la que yo llevaba, solo que más gruesa y adecuada
para la mano de un hombre.
―¿Y esa? ―La señalé.
La mujer siguió mi dedo, arrancó la banda de su cojín y la colocó
sobre una alfombrilla negra frente a nosotros.
―Una elección clásica.
Extendí mi propia mano.
―Pensé que coincidía con la mía.
Abel se quedó mirando la banda en un silencio atónito, como si
estuviera contemplando otra sentencia de prisión.
―¿Sabemos tu talla de anillo? Es poco probable que quepa la del
estuche, pero podrías probártelo y ver si te gusta el estilo.
Como no se movió, tomé el anillo y se lo coloqué en la mano
izquierda. Mis ojos se abrieron de par en par.
―Te queda bien.
Abel dobló la mano y se quedó mirando el anillo.
―¿Te gusta? ―le susurré.
Sus ojos captaron los míos y asintió.
―Sí.
Me invadió una emoción vertiginosa.
―¡Nos lo llevamos!
Antes de que pudiera echarse para atrás, di mi tarjeta de débito.
Abel me detuvo con un roce de su mano contra mi antebrazo.
―Yo me encargo.
Sonreí, esperando que la dependienta no viera nuestras idas y
venidas.
―No, de verdad. Es lo menos que puedo hacer. ―Me acerqué más―.
Además, puedo descontarlo de tu parte de la herencia. ―Le guiñé un ojo
y Abel se ablandó ante mi suave burla.
―Yo pago.
Su voz suave, pero autoritaria, me produjo un estremecimiento en el
pecho.
―Okey. ―Tragué con fuerza―. Gracias.
Una vez pagado el anillo, salimos a toda prisa de la tienda. A la luz
del día, volvimos inmediatamente a la realidad.
Levanté la vista hacia el sol brillante y exhalé.
―Supongo que deberíamos ir a darle la noticia a tu querido papá.
¿Estás listo?
Abel miró su anillo y volvió a doblar la mano.
―Supongo que ya no hay vuelta atrás.
Le sonreí mientras una oleada de nervios me hacía cosquillas en el
estómago.
―No.
La oficina principal de Russell King estaba a kilómetros de distancia,
en la ciudad de Chicago. Cuando no estaba viajando por trabajo o en
Chicago, operaba principalmente desde una opulenta oficina en la casa
de la familia King.
Según Sylvie, Bug King se hizo cargo de la residencia cuando
Maryann King abandonó a sus hijos y su papá estaba demasiado
consumido por los negocios como para importarle. Aun así, Russell
operaba fuera de la casa cuando lo necesitaba.
Abel y yo recorrimos los caminos rurales en dirección a la propiedad
de los King. Cuando bajamos por el largo camino de entrada, me protegí
los ojos del sol veraniego.
Ya había visitado antes a Sylvie y a su hermana MJ en casa de los
King. Siempre me pareció fuera de lugar en un pueblo tan pintoresco,
pero los King nunca parecían hacer nada pequeño. Unos grandes
escalones conducían a una gran puerta de roble tallada con intrincados
detalles.
Seguí a Abel en silencio mientras abría la puerta sin llamar. Como
siempre que visité a Sylvie en el pasado, el interior estaba impecable,
con ventanas del suelo al techo que proyectaban un resplandor dorado
sobre los muebles colocados con buen gusto. Cada rincón destilaba
dinero y poder, con techos altos y gruesas cortinas. Cuando llegamos a
una puerta cerrada, Abel se detuvo antes de llamar.
Respiré hondo. Si las murmuraciones sobre Russell King eran ciertas,
Abel tendría que apelar a su temperamento mercurial y a su habilidad
para los negocios.
―Adelante. ―La voz de Russell King retumbó a través de la gruesa
puerta de madera.
Abel empujó la puerta y entró mientras yo lo seguía de cerca. Sentado
tras un grandioso y opulento escritorio de madera estaba Russell King.
Llevaba camisa y corbata a pesar del calor del verano. El tiempo no
había sido benévolo con Russell King. Reconocía los signos de los
problemas con la bebida, con sus mejillas rubicundas y sus ojos
inyectados en sangre. Su barriga y su cara hinchada casi quitaban
protagonismo al llamativo color marrón de sus ojos, tan profundos y
oscuros que me recordaban a los de una serpiente.
Me tranquilicé antes de que un escalofrío me recorriera
involuntariamente.
En una silla junto al escritorio estaba JP King. Si la memoria no me
fallaba, JP era el penúltimo nacido y solo unos años mayor que MJ, el
más joven. Aun así, iba inmaculadamente vestido con un traje bien
entallado, corbata y zapatos relucientes. Como si hubiera salido de un
molde idéntico, imaginé que JP era la viva imagen de un Russell más
joven y más apuesto.
Era alto y delgado. Sus altos pómulos eran más angulosos que los de
Abel, y carecía de los oscuros ojos de los King. En vez de eso, los suyos
eran de un intenso tono azul verdoso. Mientras que los hombros de Abel
soportaban el peso del mundo, los de JP parecían tener un borde afilado.
Las mujeres del pueblo lo consideraban devastadoramente atractivo,
aunque su gélido comportamiento bastaba para ahuyentar a la mayoría.
Cuando Abel y yo nos acercamos, Russell se levantó para estrechar la
mano de su hijo.
―Bienvenidos. Por favor, pasen.
Russell me tendió la mano y yo la introduje en la suya. Sus dedos
hinchados sujetaron los míos mientras se llevaba la parte superior de mi
mano a los labios. Me tragué una arcada visceral.
―Un placer, querida. ―La sonrisa de Russell era cautelosa e
interrogante, pero tan resbaladiza como el aceite.
―Gracias. ―Me acomodé rápidamente junto a Abel, esperando
ocultar mi repulsión.
―¿Qué haces aquí? ―La mirada de Abel se dirigió a su hermano
menor.
Las manos de JP se abrieron de par en par.
―Me dijeron que era una reunión de negocios.
Abel resopló y puso los ojos en blanco.
―Claro que sí.
JP esbozó una media sonrisa.
―¿No es cierto?
Observé el extraño intercambio entre hermanos. Finalmente, Abel me
hizo un gesto para que me sentara y tomó asiento en la silla de al lado.
―Es un anuncio familiar además de una reunión de negocios.
JP sonrió ampliamente.
―Entonces no me lo perdería por nada del mundo, hermano.
Abel se aclaró la garganta.
―Sloane y yo estamos casados.
Casi toso sobre mi propia saliva ante la brusquedad del anuncio de
Abel. Russell y JP nos miraron estupefactos, aunque Russell se recuperó
más rápidamente.
―¡Vaya, es una noticia fantástica! ―Russell se echó a reír y se reclinó
en su sillón de cuero. Señaló a Abel―. Sabía que tramabas algo, y
pensabas que podías superarme.
Me corrió hielo por las venas ante su tono acusador.
Deslicé mi mano sobre el brazo de Abel.
―Intentamos mantenerlo entre nosotros... por el bien de mis hijos. Al
menos al principio, pero no podrían ser más felices.
Abel me miró fijamente y yo le sonreí, deseando que dejara de
asustarse y me siguiera el juego. Le apreté el brazo.
Los ojos de Russell se posaron con fuerza en la fina banda plateada de
mi mano izquierda. La habitación palpitó y me quedé paralizada.
Conseguí tomarla antes de que mi papá lo quemara con el resto de sus cosas.
―Seguro que no te casaste con esta pobre chica con eso, ¿verdad?
―La risa burlona de Russell llenó la oficina mientras señalaba el anillo.
Mis dedos se enroscaron en el antebrazo de Abel y los músculos bajo
su camisa se tensaron.
Russell negó con la cabeza.
―Necesita algo más grande. ―Me guiñó un ojo y se me encogió el
estómago―. Más llamativo. Una mujer merece mostrarle a todos cómo
un King mima a su esposa.
Abel se removió incómodo en su asiento y la tensión llenó el
ambiente.
Estaba a punto de hablar cuando lo interrumpí.
―De hecho, yo pedí algo sencillo. Me encanta que tengamos anillos a
juego. Es perfecto.
Sin inmutarse, Russell resopló.
―Tonterías. ―Escribió algo en un bloc de papel―. Le diré a mi joyero
que te prepare algo. No podemos tener a una mujer King paseándose
con eso en el dedo.
Mi espalda se enderezó, y estaba lista para hablar de nuevo cuando JP
interrumpió.
―Tal vez deberíamos pasar a la parte de negocios de esta reunión.
―Miró su reloj―. Tengo otra cita.
Con un gesto seco de la cabeza, Russell cambió de tema. Sus dedos se
entrelazaron mientras sus ojos se concentraban en Abel.
―Sí, por supuesto. ¿De qué necesitabas hablar, Abel?
A mi lado, los nervios rodaban por sus hombros en oleadas. Le apreté
el brazo una vez y le hice un gesto tranquilizador con la cabeza.
―Como sabes, Abel’s Brewery sigue expandiéndose y siendo más
rentable de lo que habíamos previsto inicialmente. Tú fuiste una parte
integral de la puesta en marcha de la cervecería, y siempre te estaré
agradecido por eso. De cara al futuro, me gustaría comprar las acciones
de King Equities y llevarla adelante yo solo.
El orgullo me hinchó el pecho y sonreí cuando Abel miró fijamente a
su papá.
JP resopló ligeramente a mi derecha.
―¿Con qué dinero?
Resistí el impulso de hacer una mueca en su dirección.
―He estado ahorrando ―dijo Abel―. Eso, sumado al dinero de la
familia de Sloane, bastaría para comprar directamente la cervecería.
Los dedos índices de Russell golpearon entre sí mientras las palabras
de Abel se asentaban sobre él.
―No sé, hijo. Una compra total es un movimiento audaz. Quizá la
empresa debería quedarse un tiempo como accionista minoritario... por
si acaso.
Abel se tensó a mi lado. Estaba claro que no quería que su papá
tuviera nada que ver con Abel’s Brewery.
―Cuando se compró la cervecería, acordamos que el dinero de la
empresa era un préstamo. A medida que la cervecería ha crecido, esos
reembolsos se han hecho regularmente.
La silla de Russell gimió mientras se movía en su asiento.
―Lo comprendo. Has sorprendido a todos con lo que has hecho con el
negocio, incluso a mí. Aun así...
―Las condiciones del préstamo eran claras, Abel ―interrumpió JP―.
King Equities proporcionó el préstamo inicial, pero sigue siendo socio,
incluso una vez devuelto ese préstamo.
―¿No quieres que King Equities se involucre? ―Russell sonaba
profundamente herido, aunque sospeché que era simplemente una
táctica de manipulación.
Abel sacudió la barbilla.
―No es eso, la adquisición de tierras y negocios es el objetivo
principal de King Equities. Ahora que Abel’s Brewery está establecida,
no hay valor residual fuera de las participaciones en beneficios. Me
parecería mucho más beneficioso usar la venta para adquirir otros
negocios en el futuro.
A JP se le escapó un ligero huh, y un pequeño remolino de victoria
recorrió mi vientre. Abel investigó por su cuenta y yo no podía estar más
orgullosa.
La mano de Russell se movió por el bloc de papel mientras escribía
más notas ilegibles.
―Tendré que reflexionar sobre esto, por supuesto.
Sintiendo un escalofrío de pánico, me lamí los labios y me incorporé.
Sonreí ampliamente a Russell.
―Gracias, señor. ―Me incliné hacia Abel, apoyando la cabeza en su
brazo―. Ser dueña de la cervecería con el hombre que amo ha sido uno
de mis sueños, y Abel ha estado haciendo todo lo posible para que mis
sueños se hagan realidad. ―Parpadeé ante la cara de sorpresa de mi
esposo―. Realmente es un osito de peluche.
JP hizo una mueca y Russell se rio.
―Vaya, vaya. Veo que tienes las manos ocupadas con esto, Abel.
Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo. Lo pensaré y te
llamaré.
Me puse de pie, viendo nuestra salida y tomándola. Russell, JP y Abel
se pusieron de pie. Rápidamente, rodeé el escritorio, abrazando a mi
nuevo suegro.
―Gracias, señor. Me siento muy honrada de formar parte de esta
familia.
Los ojos condescendientes de Russell King me miraron. Reconocía a
un hombre al que le gustaban las palmaditas en el trasero cuando los
veía, y Russell King mordió el anzuelo. Su mano bajó demasiado por mi
espalda cuando me devolvió el abrazo y se me revolvió el estómago.
Aun así, le sonreí antes de volver a colocarme junto a Abel, que estaba
inmóvil.
Se le pusieron los hombros rígidos y no pareció moverse mientras
miraba fijamente a su papá.
―Es hora de irnos. Mi esposa y yo tenemos planes por la tarde.
Mi esposa.
Ahí estaba otra vez. Dos palabras que me provocaban un dolor sordo
entre las piernas.
Confundida por el repentino cambio de humor de Abel, me incliné
hacia él. Me rodeó la cintura con el brazo y me apretó contra su cuerpo.
Dejó caer un suave beso sobre mi cabeza, vendiendo nuestra farsa a su
papá, supuse.
Russell sonrió de una forma suntuosa que me erizó la piel y suspiró.
―Es un buen día para ser el rey.
Me tragué la bilis que se me subió a la garganta y me aferré a Abel
mientras salíamos de la oficina mal ventilada y demasiado oscura.
JP nos siguió y cerró la puerta tras él.
―Abel ―dijo, deteniéndonos a ambos en nuestro camino.
Nos giramos para ver a JP frunciendo el ceño y señalando con el dedo
entre nosotros.
―No me creo esta mierda ni por un segundo… pero parece que él sí.
Hablaré con él. Le echó el ojo a un bufete de abogados en quiebra en el
condado de Bloom. Los fondos de la venta de la cervecería facilitarían
los trámites burocráticos y simplificarían la adquisición hostil del
edificio. Puede que tarde unos días en ponerlo todo en orden, pero si
puedo hacer que funcione, lo haré.
Abel asintió, sin revelar nada.
―Gracias.
Los hombres se dieron la mano y Abel se dirigió directamente a la
puerta, conmigo pisándole los talones.
Una vez fuera, exhalé aliviada y troté junto a Abel mientras caminaba
hacia mi auto. Esperando romper el hielo, le dije:
―Tu hermano parece un poco gélido, pero bastante simpático.
Abel me abrió de un tirón la puerta del conductor.
―No lo es. Si hay un ángulo que JP pueda jugar, lo jugará, pero
tenemos las manos atadas. Tendremos que confiar en él.
Me metí en el asiento del conductor y esperé a que Abel subiera al del
copiloto.
―¿A dónde vamos? ―pregunté.
Los ojos marrones de Abel se clavaron en mí mientras mi pulso se
disparaba bajo su evaluación.
―Vamos a casa.
Ver a Sloane abrazada a mi papá mientras su mano rozaba la parte
superior de su trasero hizo que mi furia alcanzara niveles
insospechados. Viví con él oscilando entre ausente y autoritario toda mi
vida, pero en cuanto su mano estuvo sobre ella, me enfurecí. No me
importó que el resto de nuestro pequeño pueblo lo viera como un
benefactor benévolo o un hombre de negocios astuto.
Él la tocó, y jodidamente no me gustó.
Apreté los brazos cruzados y me concentré en la carretera desde el
asiento del copiloto del auto de Sloane.
―¿Estás bien? ―Sloane preguntó desde el asiento del conductor.
Me removí y me obligué a relajarme a pesar de las burbujas de ira que
surgían de mis entrañas.
―Bien.
―¿Soy... soy una mala conductora? ―Señaló entre ella y el volante.
Sí.
Me rechinaban las muelas.
―No.
No era su forma de conducir lo que me incomodaba. ¿Cómo iba a
explicarle las complejidades de la dinámica de la familia King y que el
mero roce de las yemas de los dedos de él en la parte superior de su
trasero me hizo tambalear? Quise romperle los dedos y destrozar su
oficina, pero no soy tan estúpido como para morder la mano que me da
de comer. Nadie se cruzaba con Russell King y sobrevivía.
Tal vez ni siquiera mi mamá.
Ese pensamiento ensombreció aún más mi estado de ánimo, y
permanecí callado el resto del trayecto de vuelta a mi casa. Sloane me
dio espacio para cavilar, y cuando bajó por el camino bordeado de
árboles, por fin me relajé.
Se estacionó, y yo exhalé antes de girarme hacia Sloane.
―Lo siento, estoy... de mal humor.
Sloane sonrió suavemente.
―Puedes tener emociones, Abel. ―Mi pecho se apretó y ella se
desabrochó.
Ése era precisamente el problema: tenía demasiadas emociones en lo
que a ella se refería. Emociones ridículas como posesividad y
satisfacción. Cuando no pude encontrar las palabras para responder,
Sloane me ofreció una suave sonrisa y desapareció en la casa.
Me encontraba nervioso por la energía acumulada y no sabía qué
hacer conmigo mismo.
¿La sigo? ¿Voy a la cervecería y le doy espacio?
En menos de una semana viviendo con Sloane, perdí todo sentido de
la autonomía y me sentía como una de esas ridículas muñecas con patas
de palo que se tambaleaban sin rumbo.
Mi teléfono zumbó y lo saqué del bolsillo.

Sylvie: Bug hizo una cosa... no te enojes.

No necesitaba saber qué era esta cosa para saber que definitivamente
me iba a enojar.
Yo: Okey, ¿qué es?

Aparecieron tres puntos, desaparecieron y volvieron a aparecer.


Estaba bastante seguro de que mi hermana intentaba encontrar las
palabras adecuadas para suavizar el golpe de cualquier artimaña que mi
tía hubiera urdido. Antes de que Sylvie pudiera responder, sonó mi
teléfono.
Cerré los ojos con frustración mientras respondía.
―Hola, Bug. ¿Qué tal?
―Abel. ¿Cómo estás, querido? ―La conocía demasiado bien como
para saber que dejaba de lado su exterior de tipo duro solo cuando
necesitaba algo.
―Bien. ¿Y tú? ―Mi tono era innecesariamente cortante.
Bug chasqueó la lengua.
―¿Así es como debe sentirse un flamante marido?
Realmente no sabía cómo debía sentirse un nuevo marido, así que me
quedé callado.
―Deberías estar celebrándolo. Por eso... ―Hizo una pausa, dejando
que sus palabras permanecieran en el aire―. Tengo una sorpresa para ti
y Sloane.
Solté un profundo suspiro de fastidio.
―No necesitamos sorpresas, tía Bug.
―Oh, tonterías. Primero sales con la mujer en secreto y luego huyes al
juzgado. Sospecho que si no hubieras necesitado un testigo, aún no
sabría de tu matrimonio.
Pues no se equivoca.
Solté una carcajada contrariada y desganada.
―Exacto ―continuó―. Así que... su hora de registro en el Wild Iris
Bed-and-Breakfast es antes de las cinco de la tarde.
Se me trabó la lengua.
―¿Nuestro qué?
―No es nada, de hecho. Es una pequeña y bonita posada en Star
Harbor. Solo podrán pasar una noche con tan poco tiempo, pero al
menos es algo.
―¿Algo? ―Me devané los sesos intentando averiguar por qué mi tía
nos reservó una estancia en una posada.
―Toda mujer merece una luna de miel, Abel ―dijo con un suspiro
melancólico añadido al final.
Tragué saliva. ¿Luna de miel?
Era absurdo.
Sacudí la cabeza.
―No podemos simplemente irnos. Sloane tiene hijos.
Su risa altiva sonó a través del teléfono.
―¿Crees que no pensé en eso? Ya está solucionado. Bax entretendrá a
sus bisnietos durante la noche.
Pateé la tierra con la punta de la bota.
―Bueno, tenemos trabajo.
Prácticamente podía oír sus ojos rodar a través del teléfono.
―Tú eres el jefe. Dense la noche libre.
¿Una noche a solas en una habitación de hotel cualquiera con Sloane?
De ninguna manera.
Me esforcé por inventar otra excusa plausible, pero mi tía me
interrumpió.
―Sylvie ya le dio la noticia a Sloane, y escuché que tu esposa lo está
deseando. No querrás decepcionarla ya, ¿verdad?
¿Sloane lo sabía? ¿Y estaba emocionada? Bueno, mierda.
Exhalé. ¿Por qué parecía que mi defecto era ser siempre un idiota?
Derrotado, bajé a la entrada y me llevé los dedos a los ojos.
―Claro. Suena genial. Gracias por hacer esto por nosotros.
―Excelente. Ahora, trata de disfrutar, Abel. Ya es hora de que tengas
recuerdos felices.
Colgué sin despedirme.
¿Recuerdos felices? Claro, como si eso fuera a pasar.
Los únicos recuerdos que se harían esta noche eran lo dolorosamente
incómoda que haría sentir a Sloane mientras nos obligaban a compartir
habitación de hotel.
Detrás de mí se abrió la puerta principal.
Miré hacia el césped delantero, evitando sus ojos.
―Parece que tenemos planes para esta noche.
La suave risa de Sloane flotó sobre mi hombro.
―Sí, eso parece. Acabo de hablar por teléfono con tu hermana. Ella y
Bug seguro que trabajan rápido.
Apreté los labios y asentí.
Sloane se agachó a mi lado, con los brazos apoyados en la parte
superior de sus rodillas.
―Llamé a mi abuelo para confirmarlo y ya está decidido. Planea
llevarlos a ver una película al parque y luego quedarse a dormir aquí.
Los llevará de campamento por la mañana y todo eso. Los niños estarán
encantados.
Al menos alguien lo estará.
Incliné la cara hacia ella.
―¿De verdad quieres hacer esto?
Sloane se mordió la uña.
―Tenemos que ser creíbles, ¿no? ―Sus ojos se cruzaron con los míos
y frunció la nariz―. Parecería un poco raro que una pareja de recién
casados se negara a pasar una noche romántica, ¿no crees?
Recién casado o no, cualquier hombre en su sano juicio sería un tonto
si rechazara una noche con Sloane.
Asentí con la cabeza.
Sloane se dio una palmada en los muslos y se levantó.
―Genial. Voy a hacer la maleta.

Estaba en el infierno.
Mi querida, dulce e intrigante tía olvidó mencionar que el Wild Iris
Bed-and-Breakfast era una posada boutique especializada en escapadas
románticas para parejas con alojamientos temáticos.
Fruncí el ceño al ver la cama king-size en medio de la habitación.
―¿Es ropa de cama con estampado de leopardo?
Sloane observó la habitación con los ojos muy abiertos.
―Parece ser... ―Levantó algo que extrañamente se parecía a un palo
de madera―. ¿De temática cavernícola?
Se acercó a la mesa auxiliar y tomó un folleto.
―Wild Iris Bed-and-Breakfast ―leyó. Levantó los ojos e intentó no
sonreír―. Suites de aventura. El hombre de las cavernas es una figura
prehistórica muy querida, y tu habitación es un caprichoso vistazo a su
existencia. La Suite Cavernícola tiene una cama tamaño king y
capacidad para dos primates.
Di una zancada hacia ella y le quité el papel de las yemas de los
dedos.
―Tienes que estar bromeando. ―Mis ojos recorrieron el folleto y,
efectivamente, estaba en el infierno―. Lo siento ―balbuceé―. No tenía
ni idea. No puedo creer que esto...
Sloane se movía por la habitación, rozando con las manos las paredes
pétreas de la cueva. Observé cómo las yemas de sus dedos bailaban bajo
la cascada que fluye en la esquina de la habitación. Dio un rodeo hacia
mí, pero se detuvo ante un pequeño trozo de piel de animal y lo levantó.
Sus ojos se abrieron de par en par y brillaron con humor.
―Creo que este es tu taparrabos, esposo.
Se me encendieron las mejillas y le quité la tela peluda de las manos.
―Esto no tiene gracia.
De su pequeño cuerpo brotó una carcajada.
―Esto es divertidísimo. Relájate un poco. Yo Jane. Tú Tarzán. ―Sloane
se golpeó el pecho al ritmo de los latidos de mi corazón.
Mis ojos se posaron en la solitaria cama del centro de la habitación.
Levanté la mano para jalarme el cuello de la camisa cuando Sloane se
echó a reír y la fulminé con la mirada.
―¿Estás agarrando tus perlas? ―Volvió a reír, y el calor chisporroteó
por mi espalda.
―Por supuesto que no. ―Bajé la mirada hacia mi mano, que estaba
detenida en mi cuello, y la dejé caer a mi lado.
Sloane se acercó a la orilla de la cama y saltó en ella, estirando las
piernas antes de sonreírme.
―Es solo una cama, Abel.
A la mierda que lo es.
Sloane se ajustó, levantándose hasta los codos.
―Mira, es realmente raro que tenga un descanso de tomar cada
decisión en nuestras vidas y preocuparme de haber tomado la
equivocada. La mayoría de los días me siento como una peonza.
―Exhaló y se acostó boca arriba para mirar el arte primitivo que
decoraba el techo―. No me había dado cuenta de lo mucho que
necesitaba un pequeño descanso hasta que aparecimos aquí. Se siente
bien reír sin preocuparse. ¿Podemos por favor simplemente... existir
aquí un rato?
Fue el por favor lo que me llamó la atención. Lo único que pedía era un
descanso, una noche en la que no tuviera que pensar, prepararse o ser
fuerte para los demás.
Era lo más sencillo, y yo tenía el poder de dárselo.
Miré a mi alrededor y mi atención se detuvo en la pintura rupestre
con figuras de palo en posturas muy cuestionables.
Se me escapó una risita.
―Ahí está. ―Sloane me incitó mientras me sonreía―. Vamos. ―Se
sentó y sonrió―. Vamos a ver qué otros problemas podemos encontrar
en el Wild Iris.
Esa era la cuestión: sabía de problemas y la estaba mirando fijamente.
Dejando atrás nuestra humilde cueva, optamos por explorar el Wild
Iris Bed-and-Breakfast. Era deliciosamente ridículo. Desde afuera, la
finca de estilo victoriano estaba pintada de un suave lavanda. El gran
torreón daba al lago Michigan, y me pregunté qué tipo de habitación
temática albergaría.
Una maldita pena si no son piratas.
Con una risita ahogada, me pregunté si Bug entendía dónde había
reservado nuestra estancia o si sabía que el Wild Iris era exactamente el
tipo de lugar que me haría soltar una carcajada y, al mismo tiempo,
molestar muchísimo a su estirado sobrino.
Conociendo la reputación austera de Bug, sospeché lo segundo.
Abel me seguía de cerca mientras atravesaba el vestíbulo y salía por la
parte trasera al amplio porche. Había acogedoras sillas dispuestas en
grupos de dos o tres y mesas auxiliares adornadas con flores. Otros
escalones conducían desde la terraza trasera a un pequeño paseo
marítimo que llevaba a los huéspedes hasta la playa. Cerca de la orilla,
vi una hoguera con bancos hechos con troncos partidos por la mitad.
Las olas entraban y salían de las limpias playas de arena. En la costa
distante, las conocidas dunas de arena se alzaban por encima del agua,
pero en nuestro tramo de playa en concreto, la costa abierta era llana y
acogedora.
Feliz, aspiré profundamente el aire cálido del lago.
―¿No es hermoso?
Al ver que no respondía, me di la vuelta y Abel me miró fijamente. Se
movió bajo mi atención, aclarándose la garganta.
―Sí. Hermoso.
Su mirada se posó en mi boca, y el calor inundó mis mejillas en
respuesta.
―¡Hola! ―Una voz cantarina de anciana habló detrás de nosotros―.
¡Yoo-hoo!
Al unísono, nos giramos para ver a una mujer que salía por las
puertas francesas, equilibrando una pequeña bandeja de lo que parecía
ser un cóctel efervescente del color de la sidra en copas de champán.
Agitaba la mano libre mientras las copas se balanceaban precariamente.
La mujer iba vestida a juego con la casa, con una llamativa chaqueta
lavanda y unos pantalones morados vaporosos. Encima de sus rizos
plateados llevaba un gran sombrero flexible adornado con flecos y
plumas de color lavanda.
―¡Buenas noches! ―dijo al acercarse―. Bienvenidos a Wild Iris. Me
llamo Gladys. Ruby los registró, pero no podía esperar a conocerlos. Nos
encanta que los recién casados se queden con nosotros. Por favor,
prueben esto. ―Ella movió la bandeja entre nosotros―. Se llama
Wedded Bliss.
Abel y yo sonreímos, y cada uno tomó una copa de champán de su
bandeja. Cada copa contenía una bebida burbujeante, presentaba dos
rodajas de higo y estaba adornada con una ramita de tomillo.
―¡Esto se ve increíble! Gracias ―dije mientras tomaba un sorbo.
Gladys sonrió.
―Lleva champán, miel, licor de naranja y sidra de manzana. Los
griegos solían recetar miel para el vigor sexual. ―Sus hombros
temblaron mientras sonreía.
Balbuceé y me atraganté con la bebida. Las burbujas me subían por la
nariz mientras jadeaba entre risas. Un fuerte golpe cayó sobre mi
espalda mientras Abel intentaba ayudarme a eliminar la bebida de mi
organismo.
Gladys guiñó un ojo.
―¡Feliz luna de miel a los dos!
Abel levantó torpemente su copa de champán, y yo me eché a reír de
nuevo mientras Gladys se alejaba, en busca de su próxima pareja
desprevenida, de eso estaba segura.
Me aclaré la garganta de nuevo cuando la mano de Abel volvió a
golpear suavemente mi espalda.
―Gracias. ―Sonreí y bebí un sorbo con más cuidado―. Está bueno.
Deberías probarlo.
Miró el cóctel como si un sorbo fuera a hacer que nos rasgáramos las
vestiduras. Lo cual, para ser honesta, no habría sido lo peor del mundo.
Mis ojos se posaron en su ancho pecho. Sería irreal verlo
completamente desnudo e inclinado sobre mí. Era casi como si pudiera
imaginarme sus grandes manos agarrándome por las caderas y
jalándolas hacia él por el colchón. Unos músculos diminutos se agitaron
mientras una palpitación se instalaba entre mis piernas y el calor se
extendía por mi pecho.
Abel se aclaró la garganta y yo parpadeé, dándome cuenta de que me
acababa de atrapar mirándolo y pensando cosas muy traviesas sobre mi
esposo de mentira.
Me quedé mirando la bebida que tenía en la mano.
Jesús, ¿qué hay en esto?
Abel esbozó una sonrisa juguetona en la comisura de los labios y yo
cuadré los hombros para mirar fijamente al agua que ondulaba a lo lejos.
Wild Iris estaba llena, y poco a poco Gladys fue vaciando su bandeja.
Mientras nos relajábamos en el porche o dábamos un paseo por la playa,
saludábamos con gestos de cortesía y sonrisas apretadas a otros
huéspedes.
Para mi sorpresa, podía relajarme con Abel. Era un hombre de pocas
palabras, pero cuanto más tiempo pasaba con él, más me daba cuenta de
que su silencio no se debía a que fuera un idiota gruñón. Al contrario,
era reflexivo. Considerado. Cuando decidía participar en una
conversación, elegía cuidadosamente sus palabras.
Abel le pidió a Gladys que le recomendara un sitio para cenar. Nos
señaló la playa y nos aseguró que había varios restaurantes a poca
distancia a pie. Al final encontramos el lugar perfecto: uno que servía
hamburguesas y cerveza en la playa.
Después de cenar, nos tomamos nuestro tiempo caminando de vuelta
hacia el Wild Iris, con la puesta de sol resplandeciendo en el horizonte
acuático. Cuando vimos el Wild Iris, nos dimos cuenta de que se había
encendido una hoguera en el foso de la playa.
Levanté un hombro y lo miré.
―¿Quieres ir?
Sus ojos tranquilos me miraron.
―Si tú quieres.
Al acercarnos, la voz de Gladys dijo por encima de la multitud.
―Ahí están. ¡Nuestros recién casados!
Saludé con la mano a las parejas reunidas junto al fuego. Había bancos
de madera dispuestos en semicírculo, abiertos hacia la hoguera y el lago.
Gladys se sacudió y se quitó el polvo de arena de las manos.
―No hay mucho sitio, pero, señor King, si se sienta ahí, su esposa
podría ocupar su regazo.
Tragué saliva y mis ojos se clavaron en los suyos.
Bajó al banco de madera y se dio una palmada en el muslo.
―Vamos, Jane. Siéntate.
Me gustaba su lado juguetón y cómo siempre parecía tomarme por
sorpresa. Con cuidado, bajé hasta su regazo. Sus muslos musculosos
eran cálidos y anchos, con espacio suficiente para sentarme y ponerme
cómoda. Su mano se posó en mi cadera y yo pasé un brazo por su
hombro.
Se inclinó para susurrarme al oído.
―¿Esto está bien?
El profundo retumbar de su voz en la concha de mi oreja me produjo
escalofríos.
―¿Tienes frío? ―me preguntó, pero se echó hacia atrás y tomó una
manta enrollada del montón que tenía detrás antes de que pudiera
responder. Con cuidado, Abel desenrolló la manta de franela y me la
puso sobre los hombros, metiéndola por los bordes para que no se
deslizara.
Me apreté el borde contra el pecho.
―Gracias.
La conversación y el crepitar del fuego nos envolvieron. Sus ojos
volvieron a posarse en mis labios y me pregunté si lo haría, si me besaría
y me proclamaría su esposa delante de aquel grupo de desconocidos.
Hazlo.
Esta vez no será falso.
Me humedecí los labios mientras miraba fijamente su boca. Debajo de
mí, su cuerpo era cálido y duro, y luché contra el impulso de retorcerme
en su regazo. A la luz del fuego, intenté memorizar la inclinación y los
planos de su atractivo rostro. Sus dedos dibujaban suaves círculos en mi
cadera mientras las conversaciones se superponían a nuestro alrededor.
―¿Quieres volver a la habitación? ―Sus palabras destilaban una
oscura intención.
Levanté la barbilla con un movimiento brusco de cabeza.
Abel se levantó, me llevó con él y me puso suavemente de pie. Iba a
quitarme la manta, pero Gladys me detuvo.
―No hace falta, querida. Tráela por la mañana. ―Me guiñó un ojo y
se me apretó el estómago―. Diviértanse, ustedes dos.
Me di la vuelta, sintiendo que el rubor aumentaba en mis mejillas.
Mientras caminábamos codo con codo hacia la posada, la ancha palma
de la mano de Abel se deslizó por mi brazo, atrapando mi mano entre
las suyas. Era ancha y cálida. La apreté, amando la fuerza y el consuelo
que su tacto me proporcionaba.
Cuando me arriesgué a mirarlo a la cara, se inclinó hacia mí.
―Siguen viendo.
―Okey ―respiré.
Cuando llegamos a nuestra habitación, Abel me soltó la mano para
abrir la puerta y dejarnos entrar en la Suite Cavernícola.
Me quedé mirando la cama vestida de leopardo mientras la esperanza
y la excitación me recorrían.
Abel se movió detrás de mí y dejó caer la llave sobre la mesita que
había junto a la puerta.
―Tomaré el piso.
La esperanza me chirrió como un globo que se desinfla.
―¿Qué?
Se quitó las botas y tomó una almohada de la cama, dejándola caer al
suelo.
―Puedo dormir aquí.
La vergüenza me inundó. ¿Había una pequeña parte de mí que
esperaba que no estuviera fingiendo todo junto al fuego y que
pudiéramos volver a la habitación para tomar unas cuantas malas
decisiones más?
Claro que sí.
Nerviosa, me aparté un mechón de cabello de la cara.
―No seas ridículo. La cama es enorme. Nos pondremos en lados
opuestos. Está bien.
Totalmente dispuesta a discutir, me quedé de piedra cuando se limitó
a decir:
―Okey.
―Oh. Okey. ―Miré a mi alrededor―. Me cambiaré en el baño.
Me escabullí, demasiado avergonzada para mirarlo mientras
arrastraba mi maleta de viaje al cuarto de baño.
Una vez detrás de una puerta cerrada, me apoyé en el lavabo y me
miré en el espejo.
¿Qué demonios...? Me dije a mí misma.
Me llevé las manos a los ojos y suspiré. Mantén tu mierda controlada.
Me señalé en el espejo para darme cuenta de que todo aquello era
ridículo.
Me puse la pijama y me lavé rápidamente los dientes y el cabello.
Miré los sencillos pantalones cortos de flores y la camiseta de la pijama a
juego. No era demasiado sexy, pero el pantalón corto me llegaba hasta
los muslos y me hacía sentir femenina y guapa.
Dormir en el suelo, mi trasero.
Cuando volví a entrar en la habitación, la luz era tenue y apenas podía
distinguir el corpulento cuerpo de Abel bajo las sábanas. La luz bailaba
en las paredes en forma de cueva, envolviéndonos en un acogedor
capullo de luz suave y resplandeciente.
―Me parece que Jane daría una voltereta hasta la cama o algo así
―bromeé.
Su suave risita llenó la oscura habitación.
―Puedes intentarlo.
Sonreí y aparté las sábanas. La cama era grande, pero él también. El
pecho desnudo y los bóxers negros de Abel saltaban a la vista.
―Oh. ―Rápidamente volví a poner las mantas, presa del pánico.
―¿Estás bien? ―me preguntó.
―Sí. ―Asentí y tragué saliva.
Definitivamente no estoy bien.
Deslizándome en la cama junto a Abel, me acosté boca arriba con los
ojos muy abiertos y el corazón palpitante, y me quedé mirando la
pintura rupestre que decoraba el techo. No necesitaba pensar en el hecho
de que Abel tenía un cuerpo así y estaba a centímetros de mí en nada
más que un par de bóxers apretados.
Escuché la rítmica inhalación y exhalación de su respiración,
dolorosamente consciente de la proximidad de su cuerpo al mío. Me
quedé acostada, preguntándome por mi complicado y melancólico
esposo. Cada vez que creía entenderlo, revelaba otra complicada capa.
Suspiré mientras miraba hacia arriba.
―Luna de miel del infierno.
Exhaló una pequeña carcajada por la nariz.
―Buenas noches, esposa.
Sonreí en la oscuridad.
―Buenas noches, esposo.
Había cosas peores en el mundo que yacer junto al hombre más sexy
del planeta, sabiendo que estaba completamente fuera de los límites.
El problema era que no se me ocurría ninguna.
Podía oler su perfume incluso antes de abrir los ojos. Toques de
especias cálidas y sutil dulzura inundaron mi organismo y enviaron una
oleada de calor directamente a mi polla. Despertar lentamente con su
aroma era como estar enterrado bajo un montón de mantas en un gélido
día de invierno y no querer salir nunca de ahí.
Levanté las rodillas, rodeándola posesivamente con mi cuerpo y
apoyando mi brazo en su vientre. Sentí un cosquilleo en el cuerpo
cuando su trasero se apretó contra el grueso tronco de mi polla.
Mis ojos se abrieron de golpe.
Mieeeeerda.
No podía creerlo: en mitad de la noche, nos fundimos en uno y ahora
estaba abrazado a mi falsa esposa la mañana después de nuestro
simulacro de luna de miel. Mi polla se estremeció contra la curva
perfecta de su trasero y reprimí un gemido.
Era imposible que no se diera cuenta.
Me quedé quieto, evaluando si Sloane estaba despierta.
Su respiración era lenta y uniforme. La suave subida y bajada de mi
brazo contra su cuerpo me decía que podría escapar sin que notara la
erección furiosa que olvidaba la parte de “esto no es real” de nuestro
acuerdo.
Levanté lentamente la cabeza. Sus pestañas oscuras caían sobre sus
mejillas. Sloane parecía tranquila. Feliz.
Sentí una punzada entre mis costillas al ver lo bien que parecía encajar
entre mis brazos. Me ajusté, moví mis caderas hacia atrás y me alejé de
ella, no sin antes sentir por última vez el olor de su cabello.
Deja de ser un maldito pervertido, amigo.
Rodé sobre mi espalda y exhalé. La luz del sol se colaba por la ventana
de la pared del fondo, asomando entre las cortinas de piel de animal.
Una sonrisa se dibujó en mi mejilla y me estiré, moviendo los dedos de
los pies y deseando que mi polla se calmara.
No recordaba la última vez que había tenido sexo, y aunque lo
hubiera hecho, apostaría a que nada sería comparable a estar enterrado
hasta el fondo en Sloane. Mi cuerpo zumbaba por ella y mis dedos se
crispaban, ansiosos por alcanzarla y sentir la suavidad de su piel.
En lugar de eso, me senté y balanceé las piernas a un lado de la cama.
Cuando me removí, Sloane gimió y se dio la vuelta. Busqué una camisa,
pero por encima de mi hombro, no me perdí la forma en que sus ojos se
abrieron de par en par al ver mi espalda desnuda.
A la mierda.
En lugar de cubrirme, me levanté, sin preocuparme por mi polla aún
dura, mientras me dirigía al baño. Si yo tenía que soportar la tortura de
estar tan cerca de ella y no poder hacer nada al respecto, ella también
podía.
Sentí sus ojos clavados en mí durante todo el camino hasta el baño.
Cuando terminé, Sloane ya estaba levantada y vestida.
Sus ojos brillaban y su sonrisa me atravesó el corazón.
―Buenos días.
―Buenos días. ¿Lista para irnos? ―pregunté.
Levantó el cepillo de dientes.
―Solo voy a lavarme y estaré lista.
Asentí con la cabeza, odiando que el tiempo en nuestra pequeña
burbuja cavernícola fuera tan corto. Mis ojos se posaron en el taparrabos
que cubría una silla. En otra vida me echaría a Sloane al hombro y la
follaría, y la dejaría suplicando más.
Señalé débilmente alrededor de la Suite Cavernícola.
―¿Valió la pena?
―¿Qué quieres decir? ―Sloane balanceó las piernas sobre el lado de
la cama y se llevó un vaso de agua a los labios.
Fruncí el ceño.
―Bug me contó que le dijiste a Sylvie que te hacía mucha ilusión
pasar una noche fuera. Por eso acepté venir.
Sloane casi se atragantó con su bebida mientras escupía y tosía.
―Oh, wow. ―Sus ojos se abrieron de par en par mientras estudiaba
mi cara―. Quiero decir, estoy... feliz. Me divertí.
Diversión.
La palabra rodó por mi cabeza mientras me pasaba una mano por la
cara. La luna de miel fingida fue un error. Cada vez que albergábamos la
idea de que nuestro matrimonio era algo más que un inteligente
movimiento empresarial, me resultaba más difícil recordarme a mí
mismo que nuestro acuerdo tenía fecha de caducidad.
No podíamos seguir fingiendo eternamente... sobre todo cuando
ciertas partes de mí no captaban la indirecta de que ella estaba
totalmente fuera de los límites.
Asentí, dejando que la conversación muriera entre nosotros. Sin
esperar respuesta, tomé nuestras maletas y cargué la camioneta.
Unos minutos más tarde, la voz de Sloane resonaba en el vestíbulo
mientras hablaba maravillas de nuestra estancia, de lo acogedora que era
la chimenea y de las ganas que teníamos de volver. Gladys estaba
encantada con la posibilidad de que repitiéramos y le dio una tarjeta
para que recordara nuestra estancia.
Como si pudiéramos olvidar la Suite Cavernícola.
Afuera, me apoyé en mi camioneta y esperé a que diera un último
abrazo a Gladys antes de despedirme.
Me miré la mano mientras hacía girar el anillo de plata alrededor del
dedo. Me había acostumbrado a su peso, pero cada vez que me llamaba
la atención, me excitaba sin saber por qué.
Cuando estaba lista, le abrí la puerta de la camioneta e intenté no
mirarle el trasero mientras subía.
Me senté al volante y miré por el parabrisas antes de arrancar la
camioneta.
―¿Quieres que yo conduzca? ―preguntó.
La miré pero negué con la cabeza.
―No, estoy bien.
Realmente bien.
El viaje de vuelta transcurrió en un silencio agradable. Yo miraba la
carretera mientras Sloane jugaba con la radio y divagaba sobre cualquier
canción que sonara. Cuando llegamos a la entrada de mi casa, la energía
no usada me hacía temblar los huesos.
Mi pulgar tamborileó contra el volante.
―Estaba pensando... quizá haga galletas de chispas de chocolate o
algo para los niños.
Me estacioné y me pasé una mano por el muslo.
Sus ojos se entrecerraron en mi dirección.
―¿Qué pasa contigo?
―¿Qué quieres decir? ―resoplé, evitando la evaluación de sus
llamativos ojos color avellana. Mi rodilla rebotó.
Su dedo índice hizo un remolino acusador en mi dirección.
―Vas a hornear por estrés, o planeando hacerlo.
Mi mandíbula se tensó.
―No lo hago. ―Claro que sí―. Solo quería hacer algo bueno por los
niños.
Frunció los labios como si no me creyera.
―Bueno, probemos algo nuevo. ¿Qué es lo que te hace sentir mejor?
¿Algo que sea solo para ti?
Lo pensé un momento, inseguro de si alguien me preguntó alguna vez
qué necesitaba.
―Hornear.
Puso los ojos en blanco.
―Además de hornear.
Me asomé por el parabrisas y sentí la picadura de un sol brillante de
verano.
―La jardinería a veces me ayuda cuando estoy... no sé, cuando estoy
agotado.
Sus ojos brillaron de alegría.
―¡Me encanta la jardinería! ―Abrió de golpe la puerta del copiloto―.
Hagámoslo. ―Antes de que pudiera detenerla, ya estaba afuera del auto
y corriendo hacia la casa―. Voy a cambiarme. Nos vemos afuera.
Sonreí, sacudiendo la cabeza y preguntándome cómo demonios
alguien con un carácter tan alegre se enganchó a mí.
Me miré el anillo de la mano izquierda. Era extraño tener la sensación
de que algo que nunca había estado ahí se sintiera perfectamente bien.
En lugar de darle vueltas, di la vuelta a la casa y saqué un cubo de
herramientas manuales del cobertizo del jardín, junto con una gorra de
béisbol. Los guantes le quedarían demasiado grandes a Sloane, pero al
menos tendría las manos protegidas. Dejé caer el cubo junto a uno de los
arriates elevados del jardín y eché un vistazo a las hierbas y verduras
que estaban floreciendo.
Momentos después, las puertas traseras se abrieron y Sloane bajó los
escalones. Desde la sombra de mi gorra de béisbol vi cómo sus tetas
rebotaban y sus largas y suaves piernas brillaban al sol del verano.
Se me trabó la lengua y se me secó la boca cuando seguí la línea desde
su tobillo hasta la cadera, donde se detenían sus shorts de mezclilla.
―Okey, jefe. ¿Por dónde empiezo? ―Tuve que apartar la mirada de la
sonrisa que me dirigió.
Le di mis guantes.
―Póntelos.
Como sospechaba, eran cómicamente grandes, pero ella hizo lo que le
dije. Me moví, tratando de decidir por dónde empezar.
―Tengo que quitar las malas hierbas de estas camas y luego
comprobar el lúpulo. ―Señalé hacia el arco del panel que tenía largas
enredaderas de lúpulo trepando por encima.
La brisa era suave y el sol calentaba mi piel. Sloane no perdió el
tiempo arrodillándose en la hierba, examinando suavemente las plantas.
―Cualquier cosa entre las plantas se va, ¿verdad?
Asentí con la cabeza.
―Entendido.
Ver a Sloane de rodillas delante de mí fue un nuevo infierno que no
esperaba. En lugar de mirarla, boquiabierto y babeante, rodeé la cama y
me arrodillé frente a ella. Mis dedos rozaron las plantas de pimiento,
comprobando las hojas y tomando nota de los brotes de flores frescas
que estaban surgiendo.
―Reconozco las plantas de pimiento. ¿Qué más hay aquí? ―Sloane
arrancaba las malas hierbas de las camas, pero los dedos demasiado
largos de mis guantes le estorbaban. Después de solo un minuto, se
deshizo de ellos y dejó los guantes a su lado.
―Este arriate tiene plantas compactas -principalmente pimientos
picantes como el jalapeño y la cera húngara-, pero también algunas
hierbas. Salvia, albahaca, romero. ―Me encogí de hombros―. Ese tipo
de cosas.
Sloane arrancó un pequeño trozo de romero y se lo llevó a la nariz.
―Mmm. Me encanta el romero fresco. ―Acarició el tallo con el
dedo―. Huele un poco a ti.
Gruñí, y ella se echó a reír antes de señalar otro arriate elevado que
había unos metros más allá.
―¿Qué crece ahí?
Miré y dije:
―Milenrama, lavanda. Ese rosado es brezo. ―Señalé una zona muy
cuidada en el extremo del jardín―. Por ahí hay unos arbustos de enebro,
y tengo unas enredaderas de calabaza de pastel que se extienden por el
borde; las largas enredaderas actúan como aislante del calor del verano.
Sloane se sentó sobre sus talones y suspiró.
―¿Tienes planes para todos estos ingredientes?
Me reí.
―No realmente. Ideas al azar sobre todo.
Sloane siguió escarbando en la tierra a mi lado.
―Cuéntame algunas de ellas.
Levanté la vista y sentí un gran calor en el pecho al ver el ligero brillo
de sudor que se formaba en la línea de su cabello.
―¿Compartir mis secretos? ¿Para qué, para que me los robes?
Su risa fue rápida y brillante.
―Por favor. En cuestión de días seré dueña de la mitad de la
cervecería. Puedo conocer todos tus secretos.
El calor me punzó en la base del cráneo.
―¿Puedo conocer los tuyos?
―¿Mis secretos? ―Ella levantó una ceja con una sonrisa burlona―.
Por supuesto que no.
Me reí y giré la gorra hacia atrás.
―Me lo imaginaba.
Sloane seguía trabajando en el jardín con una sonrisa en la cara
mientras yo la observaba de reojo. Una lenta y progresiva sensación de
alivio me recorrió los hombros. Algo en cavar en la tierra con una mujer
hermosa bajo el sol del verano era un bálsamo para mi alma. Me aclaré
la garganta y decidí ofrecerle una pequeña parte de mí.
―¿Hay menta en esos recipientes de ahí?
Usé mi pala de mano para señalar las grandes macetas entre los
escarpados arbustos de enebro.
―El nombre de MJ es Julep, pero con el tiempo se transformó en Mint
Julep, y luego se quedó en MJ. Estaba pensando en una cerveza que
fuera una especie de juego de palabras con un cóctel julepe de menta.
―Me encogí de hombros, escuchando lo tonto que sonaba cuando lo
admitía en voz alta.
Sloane chasqueó la lengua y se pasó una mano por la mejilla, dejando
un pequeño rastro de tierra.
―Aww... eso es tan dulce. Apuesto a que le encantará.
―Ella no lo sabe ―admití en voz baja.
Los grandes ojos avellana de Sloane me miraron.
―No arruinaré la sorpresa. Lo prometo.
Sin pensarlo, levanté la mano y le pasé el pulgar por el pómulo,
quitándole la tierra.
―No podrías arruinar nada.
Sloane tragó saliva, pero no se apartó de mis caricias. Mi pulgar danzó
por su mejilla y dejé que las yemas de mis dedos recorrieran el lado de
su cuello, donde zumbaba su pulso.
Me invadieron los recuerdos del beso que nos dimos en la oficina del
juez de distrito, y la sensación de mi cuerpo envolviéndola en aquella
ridícula habitación apenas unas horas antes.
La mano de Sloane siguió a la mía, limpiando la pequeña mancha de
tierra que había quedado en su delicada piel.
―Gracias.
Me aclaré la garganta, desesperado por refrenar el torrente de
emociones que me embargaba.
La risita de Sloane resonó entre nosotros.
―Será mejor que tengas cuidado, Abel. Si sigues mirándome así,
podría olvidar que todo este matrimonio se supone que es falso.
El aire que nos rodeaba era caliente y pegajoso. Mi corazón
martilleaba bajo mis costillas.
―Puede que no todo sea falso.
El color subió a sus mejillas. El patio aislado nos ocultaba del resto del
mundo mientras yo casi me deshacía ante ella.
―¿Ah, sí? ―preguntó finalmente, apenas dejando que sus ojos se
fijaran en los míos―. ¿Qué parte?
Solté una carcajada. Típico de Sloane echarme en cara mierda. Tragué
saliva y me armé de valor para compartir otro secreto más.
Dejé que mis ojos se detuvieran en su hermoso rostro.
―La parte en la que te besé en el juzgado. Quise decir cada segundo
de ese maldito beso.
Sin dudarlo, Sloane estiró la mano hacia adelante, agarrando mi
camisa con el puño mientras me jalaba. Mi boca se pegó a la suya. Al
otro lado de la esquina del arriate del jardín me estiré para encontrarme
con ella. Ambos nos pusimos de rodillas, dejando entre nosotros el
borde del arriate. Le agarré la nuca con la mano. Sus tetas se apretaron
contra mi pecho y mis labios contra los suyos.
Se abrió para mí con un suave gemido y pasé mi lengua por la suya.
Nuestro beso fue dulce, cálido y húmedo. Mi polla se agitó y se apretó
contra la bragueta de mis jeans. Las manos de Sloane se agarraron a mi
camiseta mientras yo llevaba mi mano libre a su espalda y la apretaba
contra mí.
Su beso era ardiente y hambriento. Nuestras lenguas se acariciaban y
saboreaban mientras se deslizaban la una sobre la otra. Mi mano pasó de
su espalda a su trasero y lo apreté.
Sloane rompió el beso, se echó hacia atrás, se sentó sobre sus talones, y
jadeó.
―Mierda.
Desvié la mirada, avergonzado por haberme pasado de la raya.
―Lo siento.
Ella se rió y mis ojos volaron a los suyos.
―¿Lo sientes? Pues yo no. ―Su mano rozó su clavícula mientras
contenía la respiración―. Santa mierda, eso fue caliente.
Sloane se levantó, ligeramente aturdida por nuestro beso. Me miró,
aún apoyado en mis rodillas, y me quitó la gorra de la cabeza antes de
ponérsela ella.
―Necesito una limonada o un trago de whisky o algo así. ¿Quieres
uno?
Sin esperar mi respuesta, subió los escalones traseros y desapareció en
la casa.
Besé a Abel hasta la saciedad y mi cuerpo me pedía a gritos que
volviera a hacerlo. Lo deseaba desde que me desperté esta mañana y me
encontré con su polla dura como una roca apretada contra mi trasero
mientras me abrazaba.
¿Fingí estar durmiendo y mecí ligeramente las caderas hacia atrás para
sentirlo más?
Tienes toda la maldita razón en que lo hice.
Apoyé las manos en el mostrador, agaché la cabeza e intenté respirar.
¿Qué demonios?
Claro que caí en la tentación y le di un beso, pero maldita sea. Abel no
tuvo reparos en tomar el control y poseerme absolutamente con ese
beso. Me palpitaba el clítoris y me dolían los pezones por la necesidad
insatisfecha.
Mis piernas se estremecieron y gemí internamente al darme cuenta de
que iba a necesitar unas bragas nuevas después de ese beso. Miré por la
ventana y vi a Abel encorvado sobre el arriate del jardín arrancando
malas hierbas con violencia. Se sentó con un suspiro y se pasó los dedos
por el cabello despeinado.
Solté una risita y me quité la gorra de la cabeza para abanicarme. Era
culpa suya. ¿Cómo se suponía que iba a resistirme a un hombre
sudoroso y bien dotado que hacía jardinería con una gorra al revés? No
tuve elección y, desde luego, no me arrepentí de ese beso.
Mi única duda era que, dado lo jodida que estaba mi vida, acostarme
con Abel era sin duda una pésima idea.
Pero Dios, sería divertido revolcarme en la tierra con él.
Miré el reloj de la cocina y suspiré. Los gemelos terminarían el
campamento en menos de una hora, y lo último que necesitaban era
estar confundidos sobre lo que pasaba entre Abel y yo. Por lo que ellos
sabían, Abel y yo éramos solo amigos.
Me mordí el labio y me permití soñar despierta con él empleando toda
esa energía masculina para penetrarme mientras me llamaba esposa. Mi
coño se agitó y me agarré al mostrador.
En serio. Controla tu mierda, Sloane.
Tomé un vaso del armario antes de acercarme al fregadero y tragar
agua tibia del grifo. No sirvió de nada para apagar el fuego que se estaba
formando en mis entrañas. Deseaba a Abel. Lo deseaba de verdad.
Lógicamente, sabía que el sexo solo complicaría y confundiría las
cosas, pero había pasado tanto tiempo y vivir en su casa era más duro de
lo que podía imaginar. Ya era una tortura que fuera tan discretamente
hogareño y amable con mis hijos, pero además olía tan condenadamente
bien.
Cuando me llamó la atención el movimiento, me puse en acción.
Antes de que Abel pudiera entrar en la casa, dejé el vaso en el fregadero
y me dirigí por el pasillo hacia el dormitorio principal.
Saludé y llamé por encima del hombro.
―Necesito ir por los niños en un rato. Voy a darme una ducha rápida
para asearme.
A toda prisa, escapé por detrás de la puerta del dormitorio y me metí
en el cuarto de baño. Más allá de las puertas francesas, el jardín se
burlaba de mí. Cerré las cortinas y abrí la ducha de vapor.
Me quité los pantalones cortos y la camiseta y me recogí el cabello.
Con el agua apenas caliente, me metí bajo el chorro y suspiré.
En la seguridad de la ducha, me permití preguntarme qué clase de
amante sería Abel. ¿Tierno o duro? ¿Exigente o lento y provocador?
¿Qué sentiría tener a un hombre de su tamaño revoloteando sobre mí?
Sabía que besaba muy bien y solo podía imaginar lo que sentiría al tener
sus manos sobre mí.
Mis pezones se apretaron en puntas afiladas mientras cerraba los ojos
y fingía que mi tacto era el suyo.
Dios, apuesto a que su polla es enorme.
Las yemas de mis dedos rozaron mis pechos y bajaron por mi vientre.
Imaginé a Abel de rodillas ante mí, lamiéndome la pierna hasta el
muslo. Sus manos callosas me abrirían antes de que su boca me
acariciara y probara. Respiraba agitadamente mientras mis dedos se
deslizaban entre mis piernas, deseando que fueran suyos. No me cabía
duda de que Abel King sería un amante inquebrantable y meticuloso.
Reprimí un gemido al pensar en su boca y sus manos sobre mí. En
cuanto imaginé cómo se estiraría mi coño alrededor de su polla, estaba
acabada.
El agua me caía a chorros por los hombros mientras recordaba nuestro
beso y su imagen metiéndome la polla hasta el fondo.
A pesar del vapor y el calor de la ducha, estaba más excitada que
nunca. Dejando a un lado mis pensamientos sobre Abel, me lavé
rápidamente y me puse unos pantalones cortos de mezclilla y una
camiseta.
En silencio, salí de casa y me metí en el auto. Tenía el tiempo necesario
para hacer un viaje rápido de ida y vuelta al pueblo para pensar cómo
demonios iba a mantener una amistad responsable y trabajadora con
Abel cuando cada célula de mi cuerpo quería ser imprudente.

―Esta no es mi favorita. ―Tillie apartó el brócoli asado cuando mis


ojos se abrieron de par en par.
―Tillie... ―Intenté emplear mi mejor mirada de mamá mientras la
miraba fijamente.
Se encogió de hombros.
―No digo que no esté bien. Simplemente no me gusta esta cena. No
es mi favorita.
A mi lado, Abel tenía los codos apoyados en la mesa, encorvado sobre
su plato. Me di cuenta de que comía deprisa y sin levantar la vista. Me
pregunté si sus hombros encorvados eran una forma protectora con la
que aprendió a comer en el pasillo de una prisión.
Me dolía el corazón por él.
Se rió en voz baja y sacudió la cabeza ante la valoración de Tillie sobre
su cocina mientras yo apretaba los dientes.
―Gracias, Till, por esa opinión no solicitada. Por favor, recuerda que
Abel se tomó su tiempo para hacernos esta cena, y deberíamos estar
agradecidos por eso.
Ella empujó un tenedor de Rice-A-Roni alrededor de su plato mientras
su cara se agriaba.
―Lo siento. ―Miró cabizbaja su plato.
―Está bien ―dijo Abel, desestimando su contundente valoración de
su cocina―. Nunca he cocinado para otras personas, así que aún estoy
aprendiendo.
Abel se sentó y miró alrededor de la mesa.
Iba a tocarle el brazo, para tranquilizarlo, pero lo movió. En lugar de
hacer contacto, bajé la mano y jugué con el dobladillo de mis pantalones
cortos.
―¿Dónde aprendiste a cocinar? ―Ben finalmente preguntó.
―Um... ―Abel se movió en su asiento y sus ojos se posaron en los
míos―. En realidad aprendí cuando estaba...
Los dos niños lo miraron con ojos muy abiertos e inocentes. Estaba
claro que Abel evitaba tener que decir dónde aprendió a cocinar, cuando
caí en la cuenta.
Prisión.
Mi cerebro se revolvió para cubrirle cuando se aclaró la garganta y se
cruzó de brazos.
―Un tipo llamado Willie Hampton me enseñó. Era un cocinero
increíble. Podía hacer comida realmente buena con los peores
ingredientes.
―Creo que algún día me gustaría saber cocinar. ―Ben miró
esperanzado a Abel, y se me estrujó el corazón.
Abel asintió una vez, y mi corazón dio un vuelco.
―Puedo enseñarte alguna vez.
Al aclarar la emoción de mi garganta, vi que los ojos de mi hija se
iluminaban y miraba a Abel.
―¿Qué fue lo mejor de tu día, Abel?
Él miró entre ella y yo.
Sonreí y le expliqué:
―Es algo que hacemos en la mesa. Todos compartimos un punto
positivo de nuestro día. Si no quieres o....
Su mandíbula de tensó y se limpió la boca con una servilleta.
―No, está bien. Tengo uno. ―Su atención se centró en mi hija―.
Supongo que lo mejor de mi día fue hacer jardinería con tu mamá.
Un escalofrío me recorrió la espalda. La conversación sobre “lo mejor
del día” era algo que hacía desde que los niños podían hablar. Era mi
forma de obligarme a ser positiva y a pensar en todo lo bueno de
nuestras vidas. No era fácil compartirlo con alguien de fuera.
―Ahora tienes que preguntárselo a alguien. ―Tillie le sonrió a Abel
con un gesto de ánimo.
―Ben, ¿qué fue lo mejor de tu día? ―Abel miró a mi hijo y esperó
pacientemente a que contestara.
Ben empujó el trozo de chuleta de cerdo empanizada antes de mojarla
en salsa de manzana y metérsela en la boca. Alrededor de la comida,
respondió:
―Probablemente mi amigo Drew, del campamento de la biblioteca,
también le gusta el mismo videojuego y dijo que sería amigo ahí. ¿Qué
fue lo mejor de tu día, mamá?
―Qué emocionante. ―Sonreí―. La mejor parte de mi día fue...
Despertar junto a Abel.
Verlo caminar hacia el baño con un monstruo colgando entre sus piernas.
Verlo con una gorra hacia atrás.
Besarlo.
Pensar en él mientras estaba en la ducha.
―Probablemente tener esta cena nosotros cuatro. Esto es tan
tranquilo, y me hace muy feliz.
Los ojos oscuros de Abel me evaluaron como si buscara la mentira. No
la encontraría. Siempre había soñado con un hogar acogedor donde las
cenas familiares fueran la norma. Puede que fuera la casa de Abel, pero
por ahora era un santuario en el que me encontré a gusto rápidamente.
Le sonreí a mi hija.
―¿Cuál fue la mejor parte de tu día, Tillie?
―Abbey, del campamento, y yo decidimos que vamos a montar una
obra sobre dinosaurios espaciales, ¡y yo voy a hacer los disfraces!
―Dinosaurios espaciales. ―Me reí―. Me encanta esa idea.
El resto de la cena transcurrió con una cómoda familiaridad. Abel se
quedó casi siempre callado y dejó que mis alborotados gemelos hablaran
por encima de él -y entre ellos-, mientras hablaban de sus amigos, del
campamento y del resto del día.
Una vez terminada la cena y recogidos los platos, los eché de la cocina
y los llevé al patio trasero con la promesa de que, si se portaban bien, les
daría un sándwich de helado más tarde.
Abel golpeó suavemente la mesa con los nudillos antes de levantarse
y empezar a recoger su plato.
Noté el gesto fuera de lugar, con curiosidad por saber si era algo
significativo, fui a impedirle que lavara.
―No te atrevas. ―Le di un manotazo con la mano―. Ya cocinaste…
otra vez. Yo puedo lavar los platos.
Recogió su plato.
―No me importa.
Puse las manos en las caderas.
―Pues a mí sí. Ya me siento un poco aprovechada viviendo en tu casa
y durmiendo en tu cama. No te tendré cocinando y limpiando.
Abel dio un paso adelante, su pecho rozó mi brazo mientras se alzaba
sobre mí. Su gran mano agarró el plato con la mía.
―Dije que yo lo hago.
El profundo timbre de su voz retumbó sobre mí, haciendo saltar
chispas hasta mis entrañas.
Tragué saliva.
―Sí, jefe.
Aunque no quise que mi voz sonara tan entrecortada, me deleité con
la reacción de su cuerpo. Sus ojos profundos recorrieron mi cara y
bajaron hasta mi boca. Sabía que estaba pensando en el beso que nos
dimos y me encantaba saber que no era la única a la que había
trastornado por completo.
Con un giro, me zafé de su atracción magnética y me acerqué al
armario.
―¿Vino?
Con las manos llenas, señaló hacia la despensa.
―Hay algo ahí.
Me reí.
―Lo sé. Yo lo compré. ¿Quieres una copa?
Sacudió la cabeza.
―En realidad no bebo.
Sosteniendo la botella, hice una pausa.
―Eres dueño de una cervecería.
En silencio, caminó hacia mí. Buscó en el cajón un abridor de botellas
de vino y me quitó la botella de las manos. Sin decir palabra, la abrió y la
dejó a un lado antes de volver al fregadero.
Abel empezó a enjuagar y apilar los platos, con el anillo de su mano
izquierda brillando en el agua.
―Me gusta el proceso de hacer cerveza e idear nuevas formas de
incorporar ingredientes, pero fuera de un trago ocasional, simplemente...
no suelo hacerlo.
―Está bien. ―Me encogí de hombros―. ¿Es por eso que no querías
beber el Wedded Bliss?
Asintió y sentí un pequeño alivio: al menos no era el hecho de que
estuviera conmigo lo que lo hizo evitar la bebida afrodisíaca.
Le observé mientras se movía por el espacio. Era corpulento e
imponente, pero se movía con la soltura de un gato salvaje. Cada
movimiento era calculado y elegante.
Cuando bebí el vino a sorbos, cerré los ojos y dejé que sus sabores
bañaran mi lengua. Recordé nuestros últimos días juntos. El estrés de
conocer a su papá parecía haberse disipado y, a pesar de la incómoda
falsa luna de miel, sobrevivimos y nos divertimos un poco. No tenía
ninguna intención de mencionar el beso que nos dimos, sobre todo
cuando él tampoco parecía querer hablar de eso.
La velada se transformó en una acogedora cena familiar con mis hijos,
y no necesité estropearla hablando de cómo prácticamente me tiré a él en
el jardín.
―Sé que las cenas familiares no eran lo tuyo cuando eras pequeño.
Gracias por seguirme la corriente.
Se detuvo para mirarme.
―Lo disfruto. Los niños son sencillos. Puros. Me gusta oírlos hablar
de su día.
Le di vueltas al vino en mi copa.
―Es curioso, Sylvie me ha hablado mucho de tu papá, pero estar en
su oficina el otro día fue.... ―Dejé que un dramático escalofrío sacudiera
mis hombros―. Me dio Heebie-jeebies2.
Abel resopló por la nariz.
―¿Heebie-jeebies? ¿Es un término técnico? ―Por un momento se
quedó mirando la encimera―. Es más seguro mantener las distancias.
Fruncí las cejas.
―¿Qué se supone que significa eso? ¿Más seguro?
Abel suspiró y se apoyó en el suave cuarzo de la encimera.
―¿Te ha hablado Sylvie de nuestra mamá?
No le quité los ojos de encima y solo moví un poco la cabeza. Sylvie
era muy reservada y guardaba muchas cosas para ella. Nunca me había
parecido que quisiera hablar de eso, así que lo dejé estar. Ahora la
curiosidad me comía viva.
―Mi mamá nos abandonó a mi papá y a nosotros cuando yo tenía
once años. Yo era el mayor, así que tengo muchos recuerdos de ella. JP y
MJ apenas la conocieron.
Me costaba encontrar mi voz. La tenue luz de la cocina me hacía sentir
como si estuviéramos en un capullo de confianza, y no quería romperlo.
―¿Cómo era ella?
Esperaba que compartiera que era insensible. Desinteresada. ¿Cómo si
no podría una mamá levantarse y dejar así a sus seis hijos? Era
insondable para mí.
―Ella lo era todo. ―El dolor era evidente en su voz mientras miraba
al suelo―. Mi mamá tenía la mejor risa, intentaba encontrar lo bueno en
2
Escalofríos.
cada situación, incluso cuando mi papá estaba en casa y.... ―Levantó los
ojos para mirarme y se encogió de hombros―. De alguna manera,
siempre era más difícil cuando él estaba en casa.
Apreté los labios, incapaz de encontrar las palabras para consolarlo.
―Lo entiendo.
Abel se pasó una mano por el cabello oscuro.
―No sé por qué te estoy contando esto.
Le sonreí y tomé un sorbo de vino.
―Porque soy tu esposa.
Asintió lentamente y tomó aire.
―Entonces debería decirte que tengo un investigador privado
investigando la desaparición de mi mamá.
Me enderecé.
―¿Desaparición? Creía que ella eligió irse.
Su mandíbula se tensó.
―Mi papá dijo que ella se fue, esa era siempre la historia que le
contaba a todo el mundo, pero no tenemos pruebas de que lo hiciera por
voluntad propia.
Se me revolvió el estómago y sentí pavor en el estómago.
―¿Crees que le pasó algo?
―Sí. ―Se retorció las manos―. Bug encontró una caja con algunas de
sus cosas escondidas en el sótano -cosas que se habría llevado al irse-, y
nada de eso cuadra. Tengo a un detective investigando.
Mamás que desaparecen, ex espantosos y falsos esposos. Era mucho
que procesar, pero delante de mí había un hombre abierto y vulnerable.
Era como si la lógica fuera irrelevante y todo en mi interior se
desenredara mientras Abel sujetaba esa cuerda y tiraba de ella.
Di un paso adelante e incliné la barbilla para mirarlo.
―Gracias.
Frunció el ceño y me miró.
―¿Por qué?
Mi mano se deslizó por su estómago hasta posarse sobre su corazón.
Sonó bajo mi palma.
―Por ser abierto. Honesto.
Sus dedos se curvaron alrededor de mi cadera y me fundí con él.
Antes de que pudiera disuadirme, me puse de puntillas. Mi mano se
posó en un lado de su cara y rocé con mis labios la comisura de los sus
suyos.
―¿Es una mala idea? ―susurré en el suave resplandor de la cocina.
Sus dedos se apretaron sobre mi cadera.
―Yo…
Un grito agudo procedente del patio rompió el hechizo y me retiré
rápidamente para comprobar que los niños estaban bien. La electricidad
y la tensión estaban a flor de piel, y luché por controlar la respiración
mientras dejaba a Abel de pie en la cocina.
Esta va a ser una noche muy larga.
Me quedé de pie en la cocina poco iluminada, agradecido de que Ben
gritara cuando Tillie le hizo una llave en la cabeza. Sloane manejó la
pelea entre hermanos con mano firme pero cariñosa. Era una jefa y
desde luego no necesitaba mi ayuda. Aun así, me mantuve en segundo
plano, lavando lo de la cena y ordenando el resto de la casa para
mantenerme ocupado.
Opté por quedarme atrás cuando los niños me suplicaron que los
llevara por sus sándwiches de helado y saliéramos a pasear. Necesitaba
espacio para respirar. Espacio lejos de Sloane y de cómo su mera
presencia me estaba haciendo cuestionarme todo.
No necesitaba sus sonrisas soleadas ni sus besos apasionados ni sus
miradas ardientes desde el otro lado de un jardín.
Lo que necesitaba era su dinero.
Una sensación enfermiza y aceitosa se instaló en mi estómago.
¿La estaba usando? ¿Era el mismo tipo de hombre en el que se convirtió mi
papá?
Mi trayectoria distaba mucho de ser intachable y cometí muchos
errores, pero no podía imaginarme haciéndole daño.
Yo moriría primero.
Sloane y yo establecimos límites, pero los dos estábamos demasiado
dispuestos a pisotearlos en cuanto teníamos un momento a solas. Por
suerte, con dos niños de siete años los momentos a solas eran escasos.
El resto de la tarde me dediqué a regar el jardín y a arreglar el pasto
de los arriates. Cuando el suave resplandor del cuarto de baño iluminó
el patio trasero, me retiré con seguridad a la casa, suponiendo que
Sloane se estaba preparando para ir a la cama.
Del armario del pasillo saqué la almohada y la manta que había
estado usando y las tiré en el sofá. Ya me dolía la espalda de lo apretado
que estaba en el sillón, pero había dormido en peores condiciones.
La casa estaba en silencio cuando me quité la ropa, me puse un
pantalón deportivo gris y me estiré en el sofá. Miré al techo y me
concentré en mi respiración.
Cuatro. Inhala. Cuatro. Exhala.
Me apreté los hombros al moverme en el mullido sofá. Los pies me
colgaban del respaldo mientras intentaba acomodarme. Con los brazos
cruzados, me quedé mirando el techo.
Daría mi pelota izquierda por esa puta cama cavernícola en este momento.
Cerrando los ojos, volví a intentarlo.
Cuatro. Inhala. Cuatro. Exhala.
Un crujido en una tabla del suelo del pasillo captó mi atención. Abrí
los ojos de golpe, pero me calmé para escuchar a quien quiera que
viniera por el pasillo.
Unos pasos suaves recorrieron el pasillo en dirección a la sala
principal. Me esforcé por oír algo por encima de los latidos de mi propio
corazón. En la oscuridad, apenas distinguí la silueta de Sloane cuando
apareció.
Incluso en la oscuridad, podía ver su piel iluminada por la luz de la
luna que brillaba a través de las ventanas traseras. Vestida solo con una
camiseta oversize, Sloane mostraba sus suaves piernas. Llevaba el
cabello recogido en un nudo desordenado, y mis ojos devoraron las
suaves líneas de su piel, desde la parte superior de sus muslos hasta sus
pies descalzos.
Se detuvo justo después de salir del pasillo y giró hacia mí. Cerré los
ojos de golpe y estabilicé la respiración. Oía sus pasos cada vez más
cerca mientras fingía estar dormido. Su suave respiración estaba justo
por encima de mí. Por un momento no supe si debía abrir los ojos o
esperar a ver qué hacía.
Lentamente, sentí que la manta me subía por el pecho mientras Sloane
la recolocaba encima de mí. Mis pies se salieron de la parte inferior, y la
suave risita de Sloane fue una lanza en mis costillas. Con un suave
suspiro, dejó que la manta se deslizara de la punta de sus dedos.
Antes de que pudiera irse, le agarré la muñeca.
Su suave jadeo llenó la sala cuando le acaricié suavemente la fina piel
de la muñeca.
Mis ojos se dirigieron a los suyos.
―Gracias.
Me sonrió, sin apartarse de mi contacto. Su voz era suave y baja.
―Te ves ridículo en este sofá, y esa manta no es lo suficientemente
grande.
Seguí acariciándole el brazo.
―Me las arreglo. ―A la luz de la luna, Sloane estaba luminosa―. ¿No
puedes dormir?
Un solo hoyuelo parpadeó en la penumbra.
―Tengo sed.
Me levanté y me senté mientras ella daba un paso atrás. Con el torso
desnudo, me ajusté los pantalones deportivos antes de levantarme y
tirar la manta al sofá. Sloane levantó la barbilla para sostener mi mirada.
―¿Puedo preguntarte algo? ―Sus tímidos ojos estaban abatidos.
―Cualquier cosa.
Por fin me miró.
―En la cena, cuando terminaste... ¿Por qué golpeaste la mesa antes de
levantarte?
Estudié su cara.
―No me di cuenta de que lo hacía. ―Con un suave suspiro,
continué―: Una vieja costumbre, algo que aprendí en la cárcel. Le haces
saber a los demás que te estás levantando para irte y no para empezar
una mierda. También es una señal de respeto.
Sus facciones se suavizaron y sonrió.
―Gracias.
Mientras permanecíamos en silencio, dejé que mis ojos se perdieran en
ella. Su cabello revuelto, sus ojos soñolientos y su camiseta -mi camiseta-,
peligrosamente alta sobre los muslos.
Sonreí satisfecho.
―Bonita camiseta.
Sloane tiró suavemente del dobladillo, que apenas le cubría el trasero.
Sus labios se levantaron.
―Atrapada.
Sacudí la cabeza y me reí, conteniéndolo para no despertar a los niños.
Pasé a su lado en dirección a la cocina, ella me siguió mientras bajaba un
vaso y lo llenaba de agua helada, lo deslicé hacia ella y me deleité con su
belleza.
Sus delgados dedos rodearon el vaso, se lo llevó a los labios y bebió
un sorbo.
―No deberías mirarme así.
Tragué saliva.
―¿Así cómo?
Sabía exactamente cómo la estaba mirando.
Sloane apartó el vaso y se apoyó en la isla.
―Como si no estuvieras tramando nada bueno.
Dejé que mi sonrisa se extendiera, lenta y fácil.
―Solo miro a mi esposa y me pregunto cómo demonios llegué hasta
aquí.
Su mano jugaba con un mechón de cabello suelto. Se le puso la piel de
gallina en el antebrazo y vi cómo sus pezones se asomaban bajo la tela
suelta de mi camiseta.
Me adelanté.
―Te gusta eso, ¿verdad? ―Me metí en su espacio, manteniendo la
voz baja―. ¿Cuando te llamo mi esposa?
Tragó saliva y levantó la barbilla con un brillo de picardía en los ojos.
―Puede que sí.
El calor latía bajo mi piel, me dolía la polla de querer sentirla. Desear a
Sloane de la forma en que lo hacía era delirante, pero no podía negar
que la tenía delante de mí, una participante dispuesta a participar en lo
que fuera que se desarrollara entre nosotros.
Esto está mal. Muy mal.
Pero, ¿y si quiero ser egoísta? ¿Tenerla un ratito?
Las yemas de mis dedos jugaron con el dobladillo de la camiseta. Sus
suaves muslos se movieron bajo mi tacto.
―Eres mi esposa, Sloane. ―Dibujé círculos mientras me deleitaba con
la suavidad de su piel―. Eres mía mientras pueda mantenerte.
Sloane echó la cabeza hacia atrás y abrió las piernas. Nada me apetecía
más que arrodillarme para ver lo que había debajo de esa camiseta.
Antes de que pudiera, las manos de Sloane se plantaron contra mi
pecho.
Con una mirada malvada, me hizo retroceder hasta que me apretó
contra la encimera de enfrente. Sus uñas me rastrillaron suavemente el
pecho y el estómago, provocándome escalofríos. Mi polla palpitaba bajo
sus caricias.
Sin romper el contacto visual, Sloane empezó a ponerse de rodillas.
La agarré del codo para detenerla.
―¿Qué estás haciendo?
―Te dije ―se lamió los labios―, que voy a ser la mejor esposa que
hayas tenido.
Se puso de rodillas. Las yemas de sus dedos jugaban con el dobladillo
de mis pantalones deportivos mientras mi respiración se entrecortaba.
Miré hacia el pasillo.
―¿Los niños?
Sloane me sonrió y sus hoyuelos se hicieron más profundos.
―Durmiendo profundamente. Si oyes que viene uno, dame un
golpecito en la cabeza o algo. ―Se rió en voz baja como si fuera lo más
gracioso que se hubiera oído decir nunca.
Apreté la mandíbula y siseé cuando jaló el lazo gris de mis pantalones
con los dientes. Sus ojos estaban llenos de picardía mientras se tomaba
su tiempo, frotando mi adolorida polla a través de la tela.
Sí. Mierda, sí.
Casi se me ponen los ojos en blanco. Cambié de peso, levantando las
caderas y acomodándome en mi postura. Lentamente, Sloane liberó mi
polla.
Por un momento se quedó mirando antes de susurrar:
―Santa mierda.
Agarré la base, apretando.
―No tenemos que hacer nada. ―Casi me mata pronunciar las
palabras, pero lo decía en serio.
Sus manos recorrieron mis caderas.
―Quiero hacerlo. Es solo que... wow. Me imaginé que sería grande
después de que te vi caminando al baño esta mañana, pero... ―Se frotó
las palmas de las manos, calentándolas―. Esto va a requerir un esfuerzo
de equipo.
Una chispa de humor me calentó el pecho. Sloane era tan diferente a
mí, nunca se tomaba a sí misma ni a la vida demasiado en serio. Me
dolía su ligereza. Su positividad.
Sentí un cosquilleo cuando se inclinó hacia mí y me rozó la polla con
los labios. Rodeó con una mano la base de mi erección y se pasó la
corona por la boca, la abrió y observé atentamente cómo arrastraba la
lengua bajo la cabeza.
Mi polla se estremeció cuando su boca se cerró sobre mí, acariciando
la punta. Ella gimió mientras se inclinaba, tomando más de mí. La
vibración me sacudió. Sloane me acariciaba y chupaba mientras yo veía
mi polla entrar y salir de su boca. Sus labios se estiraron a mi alrededor,
y tuve que concentrarme para no bombear con fuerza dentro de ella. Usó
sus manos para mantener un agarre firme en mi base y marcó un ritmo
tortuoso. Mojada con su saliva, Sloane me tomó tan profundamente
como pudo, y la punta de mi polla golpeó la parte posterior de su
garganta.
Un gemido retumbante salió de mí.
Desde sus rodillas, me miró con una sonrisa.
―Shh. ―Se lamió el labio inferior y levantó una ceja―. Si nos
interrumpen, entonces tendré que parar.
Le gruñí.
―Entonces no seas tan jodidamente buena en esto.
Con una risita de satisfacción, Sloane volvió a meterme en su boca. Me
metió una mano entre las piernas, acariciándome las pelotas mientras
me chupaba y acariciaba. Mis manos se agarraron a la encimera con
tanta fuerza que pensé que se rompería. Estaba peligrosamente a punto
de correrme mientras ella trabajaba mi polla con sus manos y su boca.
Demasiado pronto.
Se acabaría demasiado pronto, y quería que este momento durara.
Mis dedos se enredaron en su cabello mientras le acariciaba la cara.
―Hey.
Sus ojos de cierva me miraron. Sus labios se estiraron alrededor de mi
polla mientras me mantenía en su boca.
―Quiero más ―dije.
Me soltó.
―¿Más?
La levanté por el codo y presioné su cuerpo contra el mío, apretándola
contra mí. Le susurré al oído:
―Quiero que me cabalgues la cara mientras te ahogas con mi polla.
Quiero que lo hagas todo mientras ahogas tus gritos en mi almohada.
Se apartó para mirarme, con mi polla dura apretada entre los dos.
―Sí, jefe. ―Dio un paso atrás, pasando una mano por su pecho y
desapareciendo bajo el dobladillo de su camiseta―. Pero si quieres esto,
tendrás que venir a buscarlo.
Levantó una ceja y retrocedió dos pasos. Con una mirada juguetona,
se levantó la parte de abajo de la camiseta y me dejó entrever su cuerpo
desnudo.
Con un chillido ahogado, echó a correr por el pasillo hacia el
dormitorio principal.
Maldita mocosa.
Sonreí y pisé fuerte tras ella para enseñarle cómo lo hace un auténtico
cavernícola.
Ni siquiera había recorrido la mitad del pasillo cuando los brazos de
Abel me tomaron por detrás, me dieron la vuelta y me arrojaron sobre
su hombro.
Boca abajo, me tapé la boca con una mano para no reírme demasiado
alto y observé cómo su escultural trasero se movía bajo la tela de sus
pantalones deportivos.
Malditos pantalones deportivos grises. Por supuesto que lo eran.
Una vez dentro del dormitorio principal, Abel cerró la puerta en
silencio y echó el cerrojo.
No importaba si me había dado la habitación a mí. Una vez dentro,
estaba claro que era de su propiedad. Abel me depositó en la cama de
golpe, pero sus manos no abandonaron mis piernas. Me agarró por
detrás de las rodillas y me arrastró hasta la orilla.
Sus ojos leonados eran casi negros a la tenue luz del dormitorio. Me
estremecí al ver su mirada oscura y amenazadora.
Deseo.
―¿Por qué tienes mi camiseta, Sloane? ―Sus ojos recorrieron mis
piernas y se acomodó entre mis muslos antes de que pudiera cerrarlos.
Vi cómo levantaba el dobladillo, exponiendo mi coño desnudo.
El aire fresco bailaba sobre mi piel mientras me apoyaba en los codos.
―Necesitaba algo para dormir.
Una mano subió por mi muslo mientras la otra le acariciaba la polla a
través del pantalón.
―Inténtalo otra vez, mujer. Tienes pijama. ¿Por qué te pusiste mi
camiseta?
Mis dientes se hundieron en mi labio inferior.
―Olía a ti. Después de besarnos... quise más.
El profundo gruñido de su garganta me produjo escalofríos.
―Puedo darte más.
Su pulgar se movió sobre mi coño, abriéndome para ver lo mojada
que estaba para él.
―Pero primero voy a tomar lo que he estado deseando.
Abel se arrodilló y enterró la cara entre mis piernas. Gimió como un
hambriento que recibe su primera comida. Saltaron chispas por mi
espalda cuando su lengua saboreó y se burló de mí.
Apreté los dientes y me pasé el dorso de la mano por la boca para no
gritar.
Abel metió la mano bajo la camiseta y me tocó el pecho, mientras con
la otra me sujetaba el muslo para abrirme. Me arqueé hacia él. Mi mano
se enredó en su cabello mientras tiraba y me agitaba contra su boca.
La tensión crecía, baja y profunda, a medida que me acercaba más y
más al límite. Quería subirme a esa ola, sentir su boca y su lengua
mientras me comía el coño y yo me corría en su cara.
―Oye ―susurré. Levantó la vista de entre mis piernas y yo sonreí―.
Dijiste que podía tener tu polla en la boca mientras me corría. ¿Qué
pasa?
Se sentó sobre sus talones, con la polla sobresaliendo gloriosamente de
entre las piernas.
―¿Estás segura?
Asentí y me tragué un chillido de placer. Abel se puso de pie mientras
yo me enderezaba en la cama, desplazándose hacia el otro lado. Con un
movimiento rápido, se bajó los pantalones y salió de ellos.
Colocado boca arriba, el cuerpo de Abel ocupaba la mayor parte de la
cama.
Lo sabía.
La anticipación y la excitación me recorrieron mientras observaba su
dura polla. Se acercó a mí.
―Trae ese trasero aquí.
Lo obedecí, sentándome a horcajadas sobre él y echando las rodillas
hacia atrás para que quedaran a ambos lados de su cabeza. Me incliné
hacia adelante, acariciándole la polla con las manos. La yema de mi dedo
acarició la gruesa vena que corría por debajo y me moría de ganas de
volver a meterlo en mi boca.
―Maldita sea, esposa. ―La lengua de Abel lamió un lado de mi
muslo hacia mi coño―. Ya estás goteando. Abre las piernas para que
pueda probarte otra vez.
Hundiéndome, presioné mi coño contra su cara mientras le chupaba la
polla. Se me subió la camiseta y mis pezones rozaron el suave vello de
su tonificado estómago. Lo chupé con la boca e intenté concentrarme en
lo que hacía, pero su lengua me distraía mucho.
Mis piernas empezaron a temblar mientras Abel lamía, chupaba y me
provocaba. Su polla me llenaba la boca mientras yo le acariciaba la base
con una mano. Mi ritmo se volvió errático, mis caderas se sacudían y se
movían solas mientras me acercaba al orgasmo.
Sacándome su polla de la boca, jadeé.
―Estoy cerca. Creo que...
Abel me rodeó los muslos con los brazos y me apretó más contra su
boca. Gimió cuando por fin lo solté. Me invadieron olas cuando su boca
se aferró a mi clítoris. Detrás de mis párpados destellaron puntos de luz
brillante y me rendí al orgasmo.
Me quedé flácida encima de él, jadeando mientras su dura polla se
erguía orgullosa a mi lado. Una sonrisa perversa se dibujó en mi rostro y
mis huesos se volvieron líquidos. Haciendo acopio de fuerzas, me
levanté y me giré, balanceando las piernas sobre él hasta quedar a
horcajadas sobre su estómago.
Su cara brillaba con mi orgasmo y una sonrisa arrogante se dibujaba
en sus labios. Moví el trasero y sus manos lo apretaron.
Echándome hacia atrás, acaricié su polla con mi coño, dejando que se
deslizara entre mis piernas.
―Todavía quiero más.
El deseo acalorado se reflejó en sus facciones antes de que volviera a
fruncir el ceño.
―No tengo condón.
Me quedé mirando, con la indecisión fluyendo entre nosotros
mientras su polla se acurrucaba contra mi coño.
―Tengo un DIU. ¿Estás...? ―No había forma educada de preguntarle
a alguien si estaba limpio. Estar medio borrachos el uno del otro
probablemente no era el mejor momento para pensar en eso, pero había
que decirlo.
Su intensidad era feroz.
―No he estado con nadie desde hace... mucho tiempo. Me han hecho
la prueba.
No me sorprendía en absoluto. Sabía que él no preguntaría, así que le
ofrecí la información.
―A mí también me hicieron la prueba. ―Me levanté la camiseta
robada, me la pasé por encima de la cabeza y la dejé caer al suelo―.
Quiero, necesito, que me folles.
Mis rodillas se levantaron, permitiéndome elevarme y alinear su polla
con mi entrada.
―Por favor ―le supliqué mientras la cabeza de su polla apenas me
presionaba.
Sus manos se apretaron sobre mis caderas, manteniéndome firme.
―¿Cómo se supone que voy a decirte que no?
Sonreí y abrí las piernas, hundiéndolo más. Me incliné hacia adelante
para susurrarle al oído.
―No lo harás.
Lentamente, Abel movió sus caderas hacia arriba. A pesar de que ya
me había corrido y estaba lista para recibirlo, mi coño se agitó alrededor
de su gruesa polla.
―Eso es, bebé. Húndete y déjame estirar ese coño. ―Sus manos
masajeaban mis muslos mientras lo tomaba.
Gemí mientras sus palabras sonaban en bucle en mi cabeza. Nunca
habría imaginado que Abel, reservado y tranquilo, escondía a un amante
muy hábil. Mi cuerpo se tensó mientras me adaptaba a su tamaño.
Mis caderas empezaron a moverse, marcando un ritmo para frotar mi
clítoris contra la base de su polla mientras él me llenaba. Abel me apretó
los pezones adoloridos, haciendo rodar cada pico y jalándolos
suavemente. Mi cabeza rodó hacia atrás y Abel se acomodó, sentándose
y apoyando mi peso en su regazo. Le rodeé el cuello con los brazos y él
me rodeó la espalda abrazándome. Me mecí con él, deleitándome en lo
bien que encajábamos.
Debajo de mí, sus caderas empezaron a girar, persiguiendo
frenéticamente su propia liberación. Me arqueé hacia atrás, ofreciéndole
una vista completa de mis tetas mientras me apoyaba detrás de mí en la
cama. Su boca bajó y lamió cada pico con lentas caricias de su lengua.
Lo miré, una mano se movió hacia su cabello y lo jalé.
―Córrete para mí, Abel. Quiero que me llenes.
Con un gemido, enterró su cara en mi cuello y con lentas pulsaciones
cedió a su liberación. Lo rodeé con los brazos y las piernas, abrazándolo
mientras terminaba. Puede que él fuera hosco e imponente, pero yo
reconocía a un hombre que necesitaba que lo abrazaran cuando lo veía.
Me pregunté si alguien fue alguna vez suave y gentil con Abel King.
Durante largos momentos, me abrazó en la silenciosa profundidad de su
oscura habitación.
Esto va a cambiarlo todo.
Sus dedos acariciaron las protuberancias de mi columna y yo jugué
con las puntas de su cabello.
Finalmente, me senté para mirarlo y sonreí.
―¿Qué te dije? La. Mejor. Esposa. Del. Mundo.
Mi tontería rompió la tensión y alivió la intensidad que se estaba
creando entre nosotros. Abel me recompensó con una rara sonrisa.
―La mejor que he tenido.
Le acaricié un lado de la cara, intentando leer las emociones que
parpadeaban en sus facciones.
―Voy a limpiarme.
Me moví, soltándome de él y saboreando el hecho de que iba a estar
bien y adolorida por la mañana. Desaparecí en el cuarto de baño y me
lavé, con la esperanza de que Abel se uniera a mí y pudiéramos pasar el
resto de la noche ignorando el hecho de que acabábamos de cambiar por
completo las reglas de nuestra relación y simplemente disfrutar el uno
del otro.
No entró.
En lugar de eso, volví al dormitorio y lo encontré frío y vacío.
Sloane había sacudido mi mundo por completo, y lo último que quería
hacer era salir por la puerta de esa habitación. Fue como si desde el
momento en que nos dimos el “sí, acepto” mi primitivo cerebro de lagarto
se pusiera a toda marcha. Ella consumía mis pensamientos,
anticipándome a sus necesidades y buscando formas de hacerle la vida
más fácil. Yo era un hombre que se estaba ahogando, perdido y sin
esperanza, y apareció Sloane, ofreciéndome una solución. Ella era una
balsa salvavidas, aunque fuera temporal, y pensaba aferrarme a ella
todo el tiempo que pudiera.
Aun así, irme fue la decisión correcta.
Sloane y yo no habíamos definido esta nueva fase de nuestra relación,
pero estaba jodidamente seguro de que no necesitaba que sus hijos
entraran y nos encontraran desnudos. Puede que no tenga hijos, pero
podría aventurar que vernos juntos sin haber hablado de eso sería
problemático para ella, así que reuní mi orgullo y mi ropa y salí a
hurtadillas por la puerta mientras ella se duchaba.
Ella no necesitaba saber que también me acerqué la almohada a la cara
para sentir por última vez el olor de su perfume.
Esa noche, me pasé horas mirando al techo, recordando lo tranquila
que parecía mientras dormía, soñando con lo que sentiría al rodearla
toda la noche en nuestra casa.
Nuestra casa.
Mierda.
Incapaz de dormir, me desperté con el sol y empecé a preparar el
desayuno para Sloane y los niños.
Tillie fue la primera en salir de su dormitorio y caminar por el pasillo.
Le di los buenos días con la cabeza y se subió a un taburete de la isla de
la cocina.
―Buenos días, Abel. ―Se frotó los ojos somnolientos con el talón de la
mano.
―Hola, Till. Estoy haciendo huevos, espero que te parezca bien.
―Saqué el tocino cocido de la sartén y lo dejé reposar sobre una toalla
de papel.
―¿Un desayuno elegante en un día de escuela? ―preguntó.
La miré y no pude evitar sonreír. Las pequeñas pecas del puente de su
nariz eran casi idénticas a las de Sloane, y un hoyuelo era un poco más
profundo en un lado, como el de su mamá.
―No es tan elegante.
Se encogió de hombros.
―Es mejor que Pop-Tarts. ¿Puedo tomar jugo de naranja también?
―Ya lo creo. ―Tomé un vaso del armario y me acerqué al
refrigerador para servirle.
Podía sentir los ojos de Tillie en mi espalda mientras me medía.
―Eres más alto que mi papá.
Me giré lentamente, haciendo todo lo posible por mantener la calma
mientras navegaba por el campo minado de una conversación
relacionada con el papá de los gemelos. Lo que sabía de él era limitado,
pero basándome en eso, no había universo en el que él fuera digno de
una vida con Sloane o sus extravagantes y maravillosos hijos.
Me encogí de hombros.
―Soy más alto que mucha gente.
Mis comentarios le hicieron gracia a Tillie, que soltó una carcajada.
―Sí, es verdad. Ben cree que debes ejercitarte mucho para tener tus
músculos.
Me reí y seguí preparando el desayuno, preguntándome cuándo
aparecerían los otros dos y me salvarían.
Los ojos de Tillie se centraron en su desayuno en vez de en mí.
―Me gusta vivir aquí. Me ponía triste que mamá tuviera que dormir
en el suelo de la cabaña.
¿En el suelo? Por Dios.
Me entretuve revolviendo los huevos e intenté no pensar en el tiempo
que Sloane pasó durmiendo en el suelo de una habitación en lugar de en
una cama.
Cuando terminé, levanté la sartén llena de esponjosos huevos
revueltos.
―¿Huevos? ―pregunté.
Tillie asintió y deslizó su plato hacia adelante.
Puse una cucharada abundante en el centro.
―Tocino también, por favor ―dijo.
Sonreí y coloqué el plato de tocino en la isla, cerca de su alcance. Sus
cejitas se fruncieron.
―Abel, si nos quedamos mucho tiempo, ¿dormirás en el sofá para
siempre?
Sonreí con satisfacción y levanté un hombro.
―Probablemente.
Tillie mordió un trozo de tocino y frunció el ceño.
―Mamá dijo que son amigos, y los amigos comparten cosas, ¿verdad?
Quizá tú y ella podrían compartir la cama.
Mi estómago dio un vuelco sobre sí mismo. Era difícil discutir con
simple lógica, pero hasta ahora los niños no sabían nada de nuestro
acuerdo actual ni de sus últimas novedades.
―Eres muy lista. ¿Lo sabías, niña?
Sonrió, con las mejillas llenas de desayuno.
―Deberías preguntarle. Se toma el compartir muy en serio.
―Lo pensaré. ―La mera idea de compartir abiertamente la cama con
Sloane fue suficiente para hacerme tambalear.
Perdido en mis pensamientos, apenas oí las palabras susurradas de
Tillie.
―Me gusta mucho mi dormitorio. Si nos echas, creo que es lo que más
extrañaré.
Sin siquiera pensarlo, me incliné hacia adelante, seguro de captar su
atención.
―Oye. ―Mantuve mi voz suave, pero serio―. Eso no pasará nunca.
Aquí siempre serás bienvenida pase lo que pase.
Tillie me miró fijamente, como si intentara averiguar si solo la estaba
apaciguando. Cuando no rompí el contacto visual, levantó la mano con
el meñique sobresaliendo.
―¿Me lo prometes?
Sin dudarlo, enganché mi meñique con el suyo.
―Prometo no echarte nunca.
Una sonrisa se dibujó en su rostro pecoso y el corazón me dio un
vuelco contra las costillas.
―Algo huele bien. ―La cálida voz de Sloane flotó en la cocina, y me
tensé, enderezándome y ocupándome de limpiar el desorden. Sabía que
en cuanto me girara para verla, el corazón se me pararía en el pecho.
―Abel está haciendo huevos con tocino y jugo de naranja ―dijo Tillie
con orgullo.
―Ohh, qué elegante. ―Sloane tarareó.
―¡Eso es lo que dije! ―gritó Tillie con una risita.
Me giré y me encontré con toda la belleza de Sloane. Tenía el cabello
despeinado por el sueño y llevaba otra de mis camisetas, esta vez con un
pantalón corto de pijama en la parte de abajo. El corazón me dio un
vuelco.
Sloane se movió detrás de la isla, dejando que su mano se arrastrara
por mi espalda mientras se deslizaba en el espacio junto a mí.
―¿Puedo ayudar?
Sacudí la cabeza.
―No vi a Ben esta mañana. Tengo el resto controlado.
Sloane se giró hacia su hija.
―Tillie, ¿puedes ir a asegurarte de que Ben está despierto? ―La niña
saltó del taburete y empezó a caminar por el pasillo―. ¡Amablemente!
Sloane se giró hacia mí.
―Te fuiste bastante rápido anoche.
Se me desencajó la mandíbula. No parecía molesta, sino más bien
juguetona, y me tomó desprevenido. Esperaba dolor y decepción, pero
no humor.
―Supuse que no querías confundir a los niños.
Tarareó y arrancó un trozo de tocino del plato.
―¿Confundir a los niños o confundirte a ti mismo?
La fulminé con la mirada. ¿Cómo lo sabía? ¿Era consciente de la gimnasia
mental que estuve haciendo toda la noche?
Levantó las manos y sonrió con la boca llena de tocino.
―Solo preguntaba ―gruñí y ella solo se rió―. Déjame a mí
preocuparme por los niños. Hablaré con ellos pronto.
Abrí mucho los ojos. Si los niños se enteraban de nuestro acuerdo,
todo saldría a la luz.
Me aclaré la garganta.
―Tillie sugirió que compartieras la cama conmigo. Ya sabes... para ser
una buena amiga y todo eso.
Sloane sonrió.
―¿Ah, sí?
Levanté un hombro.
―Dice que te tomas el compartir muy en serio.
Sloane tarareó alrededor de un bocado de tocino.
―Tendré que tenerlo en cuenta.
Los nervios me latían bajo la piel mientras mi rodilla rebotaba.
―¿Cuánto vas a… con los niños, qué les...?
Volvió a reírse y me dio unas palmaditas en la espalda.
―Tranquilo. Yo me encargo. Sabrán lo suficiente para no confundirse,
pero no voy a contárselo todo. Algunos secretos me los guardo para mí.
―Me dio un rápido apretón en el trasero y me sobresalté. Sloane robó
otro trozo de tocino y caminó hacia su dormitorio antes de lanzarme una
mirada caliente por encima del hombro.
Estoy completamente jodido.

En la cervecería, la cabeza de mi hermana Sylvie asomó en mi oficina


y frunció el ceño.
―Me estás evitando y quiero saber por qué.
Me aparté de mi escritorio.
―No te estoy evitando.
La estaba evitando absolutamente.
―Eso es una mierda. ―Entró en la puerta con mi sobrino Gus
apoyado en su cadera. Frotó su nariz contra la de él―. Shh. No le digas a
tu papá que dije eso delante de ti.
El niño arrulló y le jaló un mechón de cabello rubio.
Señalé a mi sobrino.
―¿Meter al niño en esto? Eso es injusto.
Se rió y me lo entregó al otro lado del escritorio antes de cruzarse de
brazos.
―Tenía que hacer algo. Pasó una semana desde lo de Wild Iris y no
haces caso de mis mensajes, Royal incluso dijo que no te vio
merodeando por el pueblo.
Fruncí el ceño.
―No me estoy escondiendo.
Me lanzó una mirada plana.
―Seguro que no.
―Da igual. ―Me distraje haciendo rebotar a Gus en mi regazo―. He
estado ocupado.
―¡Ja! ―Soltó una carcajada hacia el techo―. Lo sé... te casaste con mi
mejor amiga, ¿recuerdas? Luego te mudaste con ella y los niños a tu
casa. Necesito detalles.
―¿No es para eso para lo que sirve la charla de chicas? ―Cuando Gus
buscó un bolígrafo, se lo escondí, ganándome un chillido frustrado.
Ella seguía con los brazos cruzados.
―Tal vez quiero saber tus intenciones, eso es todo.
―¿Intenciones? ―La miré con el ceño fruncido―. Mi casa es un
espacio seguro temporal para ella y los gemelos mientras se reconstruye
la casa de los Robinson. El matrimonio la ayudó a acceder a su dinero, y
está invirtiendo en la cervecería. Eso es todo. ―Las palabras vacías me
llenaron el estómago de plomo.
―Eso es todo, ¿eh? ―Su ceja se levantó hasta la línea del cabello, y
supe que ella sabía que era una total mierda―. ¿Es por eso que llevas un
anillo de bodas?
Suspiré e hice rebotar a Gus.
―Las cosas son... complicadas. Solo intento mantener la calma.
Rodeó mi mesa y extendió los brazos para tomar a su hijo. Lo levanté.
―No te esfuerces tanto, ¿okey? A veces está bien simplemente... ser.
Dejar que las cosas se desarrollen naturalmente.
Dejé que sus palabras calaran hondo y asentí.
―Intentaré seguir ese consejo.
Sylvie apoyó a Gus en su cadera.
―Además, no estoy aquí para verte a ti. Estoy secuestrando a Sloane.
Abrí las palmas de las manos y le lancé una mirada de ¿qué demonios?
―Está trabajando. ―Mi hermana no necesitaba saber que me gustaba
tener a Sloane cerca y no me gustaba el hecho de que nuestro tiempo en
la cervecería se truncaría si ella se iba.
Sylvie puso los ojos en blanco.
―Arréglatelas. Ella necesita un vestido nuevo.
―¿Vestido? ―Mis cejas se inclinaron hacia abajo―. ¿Para qué?
Sylvie suspiró.
―Las Bluebirds se enteraron de la boda improvisada. Le están
organizando a Sloane una fiesta de bodas tardía.
Casi me ahogo con mi propia lengua. El Club de Lectura Bluebird era
una organización no oficial de mujeres entrometidas de Outtatowner.
Señoras de todas las familias -incluidos los King y Sullivan-, se reunían
para chismear y conspirar. Sospechaba que nunca habían hablado de un
solo libro.
―¿Una qué?
Sylvie se encogió de hombros.
―No podíamos evitarlo. Tía Bug y yo decidimos que lo mejor era no
descubrirte y seguir la corriente. Esto es lo que hay.
Mi corazón se aceleró.
―¿Sloane lo sabe?
―Por eso estoy aquí. Le daré la noticia. ―Volvió a abrazar a Gus―.
Su ternura funciona en ella también.
Mi sobrino soltó una risita y sopló burbujas de saliva. Me senté,
escuchando cómo la silla gemía bajo mi peso.
―¿Estarán fuera mucho tiempo? ―pregunté.
Se encogió de hombros.
―El tiempo que haga falta, supongo. ¿Por qué? ¿Quieres ver a tu
chica?
Puse los ojos en blanco a pesar de que eso era exactamente lo que
estaba haciendo.
―Los gemelos tienen una especie de campamento biblioteca. Solo me
aseguro de que se ocupen de ellos.
Sylvie se rió.
―Bug se está encargando de eso. Ella y Bax van a hacer un pequeño
intercambio de nietos. Está solucionado, lo prometo.
Refunfuñé, molesto porque mi simple lógica de usar a los gemelos
como excusa no funcionó. Con un suspiro frustrado, me llevé la mano a
la espalda y saqué la cartera.
Resignado, deposité varios billetes grandes sobre mi escritorio.
―No dejes que pague el vestido ella misma. No hace falta que le digas
que es de mi parte, pero ―hice un gesto hacia el dinero―, aquí tienes.
Sylvie arrancó los billetes del escritorio con una enorme sonrisa.
―Sabía que había un osito de peluche escondido en alguna parte.
―No lo hay ―refunfuñé.
Mi hermana se giró hacia la puerta.
―Si tú lo dices. Búscate otra mesera. Me la voy a robar.
Con un gesto desdeñoso, vi a mi hermana alejarse. Tras mi escritorio,
suspiré, pero no pude evitar un pequeño tirón en la comisura de los
labios al pensar en Sylvie y Sloane pasando una tarde divertida a mi
costa.
Por suerte, la tarde estuvo tranquila y el único efecto de la ausencia de
Sloane fue mi mal humor. En algún momento empecé a medio disfrutar
de sus ocurrentes frases y bromas ingeniosas. Sin ella, la cervecería se
sentía como si fuera todo negocios. Le faltaba su luz y su calidez.
En lugar de llamar a alguien en su lugar, cubrí su turno yo mismo. Salí
a la fuerza de detrás de la barra, tomé pedidos, atendí mesas e intenté de
verdad no asustar a nadie con mi mera presencia, cosa que conseguí a
medias.
Cuando mi teléfono sonó en el bolsillo y el nombre de John Cannon
apareció en la pantalla, me metí en un armario cercano para tomar la
llamada.
―Habla Abel.
―Abel. John Cannon. ¿Tienes un minuto? ―John Cannon era el
hombre que contraté para investigar la desaparición de mi mamá. Mis
hermanos y yo teníamos demasiadas preguntas sin respuesta después
de que mi hermano Whip y Bug descubrieran una caja con sus
pertenencias. El misterio no hizo más que aumentar cuando John
descubrió que no había ningún registro de Maryann King después de su
partida.
Nada de nada.
Me invadió la inquietud.
―Sí. ¿Qué tienes para mí?
―Bueno. ―John suspiró―. No creo que esto te vaya a gustar. ―Soltó
un resoplido―. Mierda, ni siquiera sé cómo explicarlo.
Se me retorció el estómago.
―Solo dilo.
―Todavía no hay ningún rastro en papel para una Maryann King. No
me he rendido, pero parece un callejón sin salida. Estoy investigando a
su familia extendida y viendo si hay algún contacto dispuesto a
confirmar que posiblemente cambió de identidad.
Asentí con la cabeza.
―Parece razonable.
John exhaló.
―Bueno, esa no es la noticia. Abel, no hay certificado de matrimonio
de Russell y Maryann King. Pero hay un certificado de matrimonio de
Russell King con una mujer llamada Elizabeth Peake.
Mi mente se aceleró y luchó por unir los puntos de forma breve.
―¿Qué estás diciendo? ¿Me estás diciendo que mi papá engañó a mi
mamá y luego se casó con su amante?
―No, Abel ―continuó John con cuidado―. El matrimonio de Russell
y Elizabeth es anterior al matrimonio reconocido de él y Maryann. Lo
que digo es que parece probable que tu mamá era la amante.
El pequeño armario se cerró a mi alrededor. El silbido de sangre entre
mis oídos era ensordecedor.
―Eso es imposible. Mis papás estaban casados y no era ningún
secreto. Tuvieron seis hijos juntos.
John suspiró.
―Lo entiendo, y lo estoy estudiando. Desafortunadamente, tener una
segunda familia no es algo que...
―Whoa, espera. ¿Qué? ―Interrumpí―. ¿Segunda familia? ¿De qué
demonios estás hablando?
―Bueno, esa es la otra pieza que descubrí. Russell y Elizabeth tienen
hijos.
Me temblaron las rodillas. Si lo que John estaba diciendo era cierto, mi
papá no solo fue infiel con mi mamá, sino que había tenido una familia
completamente distinta toda nuestra vida.
Por mi mente pasaron recuerdos de largos viajes de negocios, fines de
semana ausentes y comentarios displicentes a lo largo de los años.
¿Cómo era posible? ¿Cómo era posible que no lo supiéramos?
Se me hizo un nudo en la garganta.
―Gracias, John. Tengo que procesar esto.
―Entiendo. ¿Quieres que siga cavando o es suficiente? ―preguntó.
La ira se agitó.
―No. Averigua todo sobre esta otra familia... y no dejes de buscar a
mi mamá.
―Entendido. ―John terminó la llamada y me quedé mirando a la
nada.
Durante casi treinta y seis años, la vida que había conocido era una
mentira. Conociendo a mi papá como lo conocía, era fácil creer que era
capaz de esto. Todo en su vida giraba en torno a la óptica: ser el mejor y
parecer que lo tienes todo. No era descabellado pensar que había
elaborado cuidadosamente esa vida para alimentar su propio ego.
Que mi mamá lo abandonara habría sido un golpe devastador para
ese ego. El pavor tiró de mis entrañas.
¿Qué otras mentiras escondía mi papá?
―¿Y éste? ―Sylvie me tendió la larga falda de un vestido de gasa
blanca de aspecto caro en una percha de madera.
Después de secuestrarme, acompañé a Sylvie mientras dejaba a su hijo
con su esposo, Duke, y nos dirigíamos a una boutique de vestidos en
Kalamazoo. Fue entonces cuando me dio la noticia de que las
entrometidas del pueblo negociaron una adquisición hostil y exigían una
fiesta de bodas.
Siempre sentí curiosidad por el hermético grupo de mujeres. Al
parecer, las Bluebirds eran el alma de Outtatowner y no les afectaba en
absoluto la larga disputa entre las familias King y Sullivan. Estaba
segura de que nunca se atribuirían el mérito, pero también sospechaba
que eran la razón de la falta de chismes sobre mi mejor amiga y su
nuevo esposo.
Pero aún así... ¿una fiesta de bodas?
Yo ya había pasado por el costoso y agotador engorro de los eventos
nupciales. Mi fiesta fue el acontecimiento social de la temporada, según
mi entonces madrastra. Nada de eso fue cosa mía.
Mis dedos rozaron las suaves telas que iban del blanco crudo a los
beige cremosos.
Todo gritaba novia recatada. Nada era coqueto y divertido o... yo.
Apreté mi labio entre los dientes.
―Tal vez esto fue una mala idea.
―¿Estás bromeando? ―La cara de Sylvie se veía disgustada―. Vamos
a tener un día de compras para encontrarte el vestido perfecto.
Financiado al cien por ciento por tu esposo. ―Sus cejas rebotaron
sugerentemente sobre su frente.
―Sí, técnicamente es mi esposo, pero tú sabes la verdad. Son
negocios. ―Me distraje deslizando vestidos por la barra de perchas.
―Ajá ―dijo Sylvie―. ¿Y me estás diciendo que los negocios son la
razón por la que te mudaste con él? ¿Los negocios son la razón de que
andes por ahí como si flotaras en una nube? ¿Los negocios son la razón
de que Abel esbozara una sonrisa de verdad cuando hablé con él?
―Sacudió la cabeza―. Puedes intentar venderle esa mierda a otro, pero
yo no te creo. Los conozco demasiado bien a los dos.
Me giré y miré a mi amiga, incapaz de mentir.
―Bien. Creo que estoy captando sentimientos.
Sus ojos se abrieron de par en par y corrió hacia mí.
―¡Lo sabía! ¿Pasó algo en tu luna de miel? Esto es tan emocionante.
Sacudí la cabeza.
―No, te aseguro que... la luna de miel fue muy apta para todo
público. ―Desvié la mirada mientras mis pensamientos vagaban por la
noche tan poco apta para todo público que compartimos.
―» no es emocionante, es terrible. No se supone que esto sea
desordenado. Son solo negocios y nada más. Pero... ―Enterré la cara
entre las manos―. No puedo creer que te esté contando esto, pero no
tengo a nadie más a quien contárselo, y literalmente me está matando.
―Me asomé por detrás de las manos―. Tuvimos sexo.
Un ruido que estoy segura nunca había salido de la estoica Sylvie
King resonó en la boutique, llamando la atención de las clientes
cercanas.
―¿Hablas en serio? Oh. Dios.
Me reí, confirmando que era cierto.
Sylvie rebosaba energía.
―Mira, no quiero los detalles porque ese es mi hermano y que asco,
pero estoy muy, muy feliz por ti.
Me sacudió los hombros y se me escapó una carcajada.
―Gracias. Yo también estoy feliz, pero, ¿también confundida? No sé
qué significa esto, si volverá a pasar, qué debo decirles exactamente a los
niños, si yo también le gusto, o qué. Todo es muy caótico aquí arriba.
―Hice un gesto salvaje con la cabeza.
No había palabras para describir con exactitud la maraña de
emociones que me invadían en todo momento. Estaba claro que Tillie ya
sospechaba que algo estaba pasando entre Abel y yo, pero ni siquiera yo
podía precisar lo que se estaba desarrollando entre nosotros.
¿Qué pasaría una vez adquirida la cervecería y reconstruida la granja?
La idea de seguir casados era ridícula, pero cada vez que me permitía
pensar en la vida después de que Abel y yo lo dejáramos, se me hacía un
nudo en el estómago y me daban ganas de vomitar.
¿Cómo se había vuelto un desastre todo esto tan rápido?
Las manos de Sylvie me apretaron los hombros para tranquilizarme.
―Lo resolverás. Siempre lo haces. Mientras tanto, ¿puedo hacerte una
sugerencia?
La miré a los ojos y asentí con la cabeza, suplicando que me diera las
respuestas correctas.
―Tómatelo como viene. Abe ha pasado por mucho y nunca se abre a
la gente. Si de alguna manera se ha abierto a ti, significa que confía en ti.
Si realmente él está captando sentimientos también, eso es algo grande.
Sea como sea, sé que estarás bien, porque eres fuerte, resistente y una
chica dura. Puede que no lo parezca, pero Abel es mucho más frágil.
Solo... ten cuidado con su corazón, ¿okey?
Se me hizo un nudo en la garganta. Nunca imaginé que yo sería la
responsable de proteger el corazón de Abel, y esa responsabilidad me
parecía enorme.
―Okey ―chillé, y fue todo lo que pude conseguir decir.
―Bien. Gracias. ―Mi mejor amiga me sonrió―. Una cosa más... vas a
tener que darle la noticia de que se espera que aparezca en la fiesta.
Grazné.
―¿Qué?
La risa de Sylvie llenó la boutique y levantó las manos.
―Oye, no le dispares a la mensajera. La tía Bug me dijo que tiene que
estar ahí, y desde luego no voy a ser yo quien se lo diga.
―Bueno, ¿por qué tengo que decírselo yo? ―Me crucé de brazos
como una niña petulante.
Ella sonrió y negó con la cabeza.
―Es tu esposo.
Me mordí el labio. Abel no iba a estar feliz con esto.
Maldita sea.
―Está bien ―refunfuñé―. Se lo diré esta noche.
Sylvie se acercó por detrás y me dio un rápido apretón en los
hombros.
―Gracias. Ahora vamos a buscarte algo que grite soy una esposa sexy
así no se enojará contigo.
La atención de Sylvie se centró en una hilera de vestidos blancos
cortos que había cerca. Me moví con ella con la esperanza de ignorar el
dolor que anidaba en mi pecho.
―¿Qué tal éste? ―Con los ojos muy abiertos y esperanzados, Sylvie
me tendió el vestido perfecto.
Era un minivestido blanco de corte ajustado que se ceñía a la cintura y
se ensanchaba con una falda corta de tul. La parte superior tenía un
escote pronunciado y grandes lazos sueltos para atar los tirantes.
Pequeñas perlas a lo largo del corpiño y la falda añadían un toque de
romanticismo y feminidad.
El vestido era un auténtico espectáculo.
Emocionada, sonreí y asentí con impaciencia y me dirigí a los
probadores.
Cuando me puse el vestido de fiesta, me quedé mirando a la mujer
que me devolvía la mirada desde el espejo. Claro que era yo, pero ella
era diferente.
Pasé las manos por la delicada tela. Me quedaba perfecto y
contrastaba con los jeans y jerséis que adopté desde que me convertí en
mamá soltera. Puede que mi infancia fuera lujosa, pero salir adelante
sola con dos hijos increíbles que dependían de mí no era tarea fácil.
Escapar de la vida con Jared significaba dejar atrás todo lo que
conocía. Nunca me había arrepentido, ni una sola vez. Aun así, de pie en
una boutique nupcial con un bonito vestido blanco, me sentía como una
niña pequeña jugando a disfrazarse.
Con Abel, pude ser una nueva versión de mí. La versión en la que mis
hijos eran el centro del universo, y él nunca lo cuestionó. En lugar de
eso, actuó como si fingir ser un compañero en nuestro día a día fuera lo
más fácil del mundo. Aceptó a mis hijos y me aceptó a mí sin
cuestionarlo.
Abel y yo estábamos de acuerdo en que ser marido y mujer no era
más que un acuerdo comercial, pero me daba miedo lo mucho que
empezaba a gustarme ser su esposa.

Esa misma tarde, recibí un mensaje del abuelo en el que me decía que
la recogida de Ben y Tillie en casa de Bug había estado bien. Planeaban
cenar juntos y yo estaba deseando abrazar a mis bebés.
Conducir por el solitario camino de entrada a la propiedad de los
Robinson era espeluznante. Ya no me sentía como en casa. En lugar de
eso, pasé por delante del casco quemado de la granja y reviví el dolor
familiar de la tristeza y la pérdida.
Cabía la posibilidad de que Jared se hubiera encargado de quemar la
granja o de hacer él mismo el trabajo sucio. No hubo más señales de él,
pero no bajé la guardia, no cuando tenía que preocuparme por mis dos
hijos.
Al llegar a la cabaña, observé el excesivo número de cámaras de
seguridad y me reí entre dientes. Al parecer, cuando Abel se
comprometía a algo, lo hacía a fondo.
Sin llamar abrí la puerta de la cabaña y entré. Ben, Tillie y el abuelo
estaban sentados alrededor de la mesa con cartas de Uno en la mano. Me
detuve, sorprendida de ver a Bug King sentada con ellos.
―Hola, Bug. ―La saludé.
Ella sonrió y asintió.
―Sloane. ―Luego colocó triunfalmente un comodín―. Son cuatro,
Bax.
Mi abuelo le sonrió a Bug y le guiñó un ojo.
―Despiadada. Justo como me gustan.
Espera. ¿Qué está pasando? ¿Está... coqueteando?
―Eh... ―Me adentré más en la habitación―. Hola, gallinas. ¿Se
divierten?
Tillie asintió con una mancha de chocolate todavía en la comisura de
los labios.
―El abuelo invitó a la señorita Bug a comer hot dogs y helado en la
cafetería, luego vinimos aquí y está dominando el Uno.
―Sí, no se deja ganar como tú ―intervino Ben.
Se me escapó una carcajada mientras mi abuelo fruncía el ceño en mi
dirección. Sonreí alegremente.
―Genial. Me pondré cómoda. ¿Me apuntas a la siguiente ronda?
Ben se arrellanó en su silla y palmeó el sitio a su lado.
―Siéntate conmigo, mamá.
El afecto floreció en mi pecho cuando le alboroté el cabello y dejé caer
un beso sobre su cabeza.
―Me sentaré aquí. ―Tomé la silla libre junto a Ben y me incliné hacia
él―. ¡Así no podrás espiar mis cartas como el tramposo que eres!
Ben se rió y fingió espiarme. Observé a mi abuelo. Parecía más joven y
más feliz de lo que nunca lo había visto. Mudarme fue una decisión
acertada: el hombre necesitaba intimidad y yo tenía razón al suponer
que distanciarse un poco de mí y de los niños significaba que tenía que
salir de su zona de confort y ser un poco más sociable.
Al parecer, eso incluía socializar con Bug King. La miré
disimuladamente y me pregunté por la misteriosa matriarca de la
familia King. Sylvie la adoraba y nunca había oído hablar mal de ella.
Tenía fama de ser un poco dura y poco sensata, pero no cabía duda de
que en Outtatowner la veneraban.
Parecía unos años más joven que mi abuelo. Su rostro había
envejecido con gracia, y en su suave cabello castaño se veían hermosos
mechones plateados. Sus ojos eran de los King -una miríada de oscuros y
tostados-, pero en presencia de mi pequeña familia eran expresivos y
amables.
Después de dos rondas de Uno, los niños suplicaron jugar afuera. Me
ponía nerviosa dejarlos salir solos, pero el abuelo me aseguró que Abel
hizo más que suficiente para asegurarse de que la cabaña fuera “más
segura que Fort Knox”. Vi cómo el abuelo se ocupaba de Bug,
ofreciéndole café y unas galletas, a lo que ella accedió.
Mientras preparaba el café, miré a Bug con atención.
―Sylvie cuestionó hoy mis intenciones en nombre de Abel, pero
ahora me pregunto si no tengo que hacer lo mismo contigo.
Bug se rió y se despeinó con un gesto desdeñoso.
―No tengo ni idea de lo que estás hablando.
Mis labios se fruncieron mientras ocultaba mi diversión.
―Ajá.
Bug levantó el hombro.
―Conozco a tu abuelo desde hace mucho tiempo. Bax y yo fuimos
juntos al escuela, aunque él era unos años mayor.
Desde el otro lado de la pequeña cocina, el abuelo silbó.
―¿Así que son... amigos?
Los ojos de Bug se deslizaron hacia los míos.
―Supongo que somos tan amigos como Abel y tú. ¿Supongo que tu
noche en el Wild Iris estuvo bien?
No pasé por alto el ligero tirón en la comisura de sus labios.
―Abel y yo somos... somos... ―Me aclaré la garganta―. Verás, las
cosas...
Mierda.
De alguna manera Bug sabía que mi relación con su sobrino estaba
cambiando, y dado el hecho de que me había poseído absolutamente la
noche anterior, no tenía una pierna en la que apoyarme.
Bug se limitó a enarcar una ceja.
Sonreí suavemente y me conformé con:
―Me alegro de que el abuelo tenga una amiga.
Bug sonrió.
―Yo también, y me sorprende gratamente que hayas sido capaz de
desgastar a Abel. Ha sufrido mucho por su propia mano, y no es cosa
fácil que alguien llegue a conocer al verdadero hombre que esconde bajo
la superficie.
Miré hacia abajo y sentí un cosquilleo en el pecho.
―Es curioso. No creo que sea tan difícil de entender.
Su barbilla se inclinó ligeramente.
―Eso es precisamente lo que quiero decir, pero te sugiero que pase lo
que pase entre ustedes dos...... tal vez mantenlo cerca del pecho hasta
que estés segura. Por su bien.
¿Quién era esta mujer? Era demasiado perspicaz para negar mis
crecientes sentimientos por Abel y las complicaciones que traían.
―Okey. Te pediría que hicieras lo mismo por mi abuelo.
Bug sonrió y asintió con la cabeza.
Mi abuelo le puso delante una tacita de café y yo me pellizqué el
puente de la nariz para liberar el escozor de la emoción que ahí se
acumulaba.
―Okey. ¿Podemos no volver a hablar de esto?
Confundido, el abuelo miró entre nosotras.
―¿Hablar de qué?
―¡De nada! ―Bug y yo dijimos al mismo tiempo y nos reímos.
―¿A cuántas fiestas de bodas has asistido? ―La pregunta de Sloane
fue gritada por el pasillo desde la puerta abierta de su dormitorio.
Me miré los pantalones gris marengo y los zapatos de cuero marrón.
Mi mano alisó los botones de mi camisa.
―Exactamente cero ―respondí.
Su risa flotó por el pasillo.
―Eso me imaginaba. Así que... deberías saber que desearás estar
pescando con el abuelo y los niños. Estas cosas... no sé... pueden ser un
poco aburridas.
Reflexioné sobre sus inesperadas palabras.
―¿Aburridas?
Del dormitorio llegaban ruidos de traqueteo y, aunque quería ver si
necesitaba algo, me quedé donde estaba, apoyado en la isla de la cocina
con las manos metidas en los bolsillos. Mis pensamientos se dirigieron
brevemente a mi mamá y a si había celebrado una fiesta de bodas o si
sabía que mi papá ya estaba casado. Si aún estuviera aquí, ¿habría
asistido a algo así?
Nada de eso importa ahora.
Descalza, Sloane apareció en el pasillo, mi corazón se detuvo y mis
pensamientos se evaporaron. Tenía la mano apoyada en el pecho,
sosteniendo un trozo de vestido. Podía ver que era blanco, con delicados
lazos en los hombros, pero sus brazos ocultaban gran parte del resto. La
corta falda caía sobre sus muslos bronceados.
―¿Puedes subirme la cremallera? ―Sloane llegó al final del pasillo y
se dio la vuelta―. Lo intenté y no lo consigo.
Me acerqué a ella. Sloane llevaba el cabello recogido en un delicado
nudo, lo que permitía ver la suave piel de su cuello y sus hombros. Su
espalda estaba desnuda, con el vestido abierto.
Mis dedos rozaron su suave piel mientras bajaba hasta el tirador de la
cremallera. La piel se le puso de gallina cuando me tomé mi tiempo para
cerrarle el vestido. Cuando cerré el botón de arriba, mis manos se
posaron en sus hombros.
Sloane se giró, sonriéndome.
―¿Qué te parece?
Sus ojos color avellana brillaban en mi dirección, los caramelos claros
y los marrones verdosos se fundían bajo la luz del sol de la tarde.
Sin mirar el vestido, le dije:
―Estás perfecta.
Sus hoyuelos se hicieron más profundos mientras ponía los ojos en
blanco.
―¡Ni siquiera lo viste!
Con una carcajada, Sloane dio un paso atrás y agitó las caderas,
haciendo que la falda de su vestido se moviera. Era perfectamente corto,
mostrando sus largas y bronceadas piernas. La V de la parte delantera
era peligrosamente baja, y una oleada de deseo se disparó a través de
mí. Las sutiles perlas cosidas al vestido captaban la luz del sol y le daban
un toque suave y femenino.
La comisura de mi boca se levantó.
―Como dije... perfecta.
Levantó el dedo.
―Solo tengo que tomar mis tacones y estaré lista. Gracias de nuevo
por hacer esto. Al parecer, que el novio esté en la fiesta es algo que se
usa ahora.
Me encogí de hombros. Realmente no me importó mucho cuando
Sloane me pidió que asistiera. Si eso la hacía feliz, iría y haría lo que
necesitara.
Después de más estrépitos y maldiciones murmuradas desde el
dormitorio, Sloane reapareció con unos tacones de punta rosa pálido que
hacían que sus piernas fueran imposiblemente largas. Se me secó la boca
y se me llenó la garganta de papel de lija.
La miré fijamente y ella frunció el ceño.
―¿Estás bien?
Me encogí de hombros.
―Bien.
Torció la boca como si no me creyera, e inclinó la cabeza.
―¿Estás seguro? Si esto es demasiado, puedo inventar alguna excusa.
Puedo...
Sacudí la cabeza para detenerla.
―No es demasiado. ―Suspiré―. Recibí noticias del investigador
privado, y creo que aún estoy un poco aturdido.
Sus ojos color avellana se abrieron de par en par, su voz apenas era un
susurro.
―¿Qué dijo?
Sacudí la cabeza. Yo mismo seguía sin creérmelo.
―No averiguó gran cosa sobre mamá, pero sí sobre mi papá. ―Sloane
me miró con ojos expectantes, así que continué―: Resulta que Russell
King no es solo un despiadado hombre de negocios. Es un mentiroso y
un infiel. Se casó antes que con mi mamá. Tiene toda una familia... solo
que nosotros somos los hijos bastardos secretos.
La boca de Sloane se abrió en una pequeña O sorprendida mientras su
mano cubría su boca.
―Abel, eso es... Oh, Dios.
Tragué saliva. No era más fácil decirlo en voz alta.
―Sí, es... mucho.
Sus ojos buscaron los míos mientras sus preguntas se sucedían
rápidamente.
―¿Te enfrentaste a él? ¿Le exigiste respuestas? ¿Qué vas a hacer? ¿Lo
sabe Sylvie? Dios, se va a quedar de piedra. ¿Lo sabe tu mamá?
Sus preguntas eran válidas, pero solo intensificaron el latido en la base
de mi cráneo.
―Todavía hay muchas cosas que no sabemos. ―La miré con el ceño
fruncido y posé mis ojos en sus labios afelpados―. Eres la primera
persona a la que se lo cuento.
Sus ojos se suavizaron.
―Oh.
―Escucha, no quiero pensar en nada de eso en este momento. Hoy se
trata de poner una cara feliz para las Bluebirds. Realmente quieren
celebrarte, y deberías dejarlas.
―¿Estás seguro?
Mierda, ¿por qué tenía que ser tan hermosa?
―Estoy seguro. ―Asentí con confianza―. Si llegamos tarde, seguro
que una de las Bluebirds vendrá a aporrear la puerta buscándonos.
Deberíamos ponernos en marcha antes de que se nos pase la moda de
llegar tarde y se nos haga tarde.
Un mechón de suave cabello castaño se le escapó del recogido.
Suspiró y lo apartó, pero volvió a su sitio.
―Todavía no puedo creer que estemos haciendo esto.
Junté las manos delante de mí.
―Es parte del espectáculo, ¿verdad? ¿Hacer que la gente crea que esto
es real?
Ella tragó saliva y asintió.
―Sí. ―Los segundos se extendieron entre nosotros mientras nos
mirábamos fijamente. Finalmente, Sloane se aclaró suavemente la
garganta―. ¿Crees que deberíamos... practicar?
Por mi mente pasaron imágenes de la piel de Sloane, húmeda y
sudorosa, mientras mi polla bombeaba dentro de ella.
―¿Practicar?
Se encogió de hombros.
―La gente espera que estemos cómodos el uno con el otro. Después
de todo, estamos casados. ―Arrugó la nariz―. No sé... ¿no crees que
será raro besarnos delante de todo el mundo?
Fruncí el ceño. No había pensado en tener que besar a Sloane en
público. Hasta ahora, fuera de la ceremonia real en el juzgado, cualquier
afecto entre Sloane y yo fue muy, muy privado. Tocarla -besarla-, en
público parecía extremadamente peligroso.
Solo conseguí un débil tirón de hombros sin compromiso.
Sloane exhaló.
―¿Y si lo intentamos una vez? En este momento. Solo para
asegurarnos de que no parecemos incómodos el uno con el otro.
Me zumbó la sangre.
―¿Quieres que te bese en este momento?
Sacó la lengua, se mojó los labios y asintió.
Di un paso adelante, ocupando su espacio mientras me miraba,
incluso con tacones, yo sobresalía por encima de su delgada figura.
Probando los límites, rocé su brazo desnudo con las yemas de mis
dedos.
―¿Te parece bien?
―Sí. ―Su respuesta de una sola palabra, gutural y llena de deseo, me
atravesó.
Le tomé la mano y la muñeca.
―¿Y esto? ―Lentamente llevé su mano a mi boca, rozando con mis
labios sus nudillos.
Ella asintió.
―Sí.
Dejé caer su mano y tracé las líneas de su cuello con las yemas de los
dedos antes de rodear su garganta. Mis caderas se movieron hacia
adelante, presionándola mientras mi polla se agitaba detrás de la
cremallera. Sloane se fundió con mi tacto.
―¿Puedo contarte un secreto?
Su garganta se movió bajo mi mano y asintió con la cabeza. Sus
pestañas se agitaron mientras cerraba los ojos.
Me incliné hacia adelante y mis labios rozaron la concha de su oreja.
―No creo que tenga ningún problema besando a mi esposa.
Antes de que pudiera responder, atraje su boca hacia la mía. Ella la
abrió para mí con un suave gemido, dejando que nuestras lenguas se
enredaran y rozaran. La rodeé con el otro brazo y profundicé el beso,
ahondando en su boca y saboreándola. Movió una pierna contra mí,
desesperada y necesitada de más.
Si no hubiera sido porque recordé lo hermosa que se veía, le habría
subido la puta falda y la habría estrellado contra la isla de la cocina sin
pensarlo dos veces.
Sloane merece más.
Con un tirón de mis dientes en su labio inferior, la solté antes de dejar
que el beso nos llevara demasiado lejos. Mis dedos jugaron con el
mechón suelto de su cabello castaño mientras Sloane me miraba con ojos
muy abiertos y curiosos.
Una sonrisa se formó en mis labios cuando me di cuenta de que
nuestro beso la había dejado muda.
―¿Crees que eso servirá?
Su voz era jadeante y ligera.
―Eso debería bastar.
Le di un beso juguetón en los labios y me dirigí hacia la puerta, con
una sensación de ligereza única y desconocida.
―Perfecto. Vámonos.

Las fiestas de boda eran un estudio fascinante de las relaciones


femeninas. Aunque las Bluebirds la habían organizado, asistieron
mujeres de todo el pueblo. Sabía que Sloane no tenía familia fuera de su
abuelo Bax, pero nunca lo habrías sabido.
Bug abrió la propiedad de la familia King para celebrar la fiesta en el
jardín por la tarde. Sloane me informó que los novios llegarían bastante
tarde, así que cuando llegamos a la casa, ya había autos en la entrada. En
la puerta principal colgaba un enorme ramo de flores blancas y rosa
pálido para darles la bienvenida a los invitados.
Desde el otro lado de la puerta se oían suaves charlas y risas. Sloane se
quedó mirando la enorme puerta de roble y luego se giró hacia mí.
―¿Listo?
Deslicé mi mano por su brazo, entrelazando sus dedos con los míos.
―Listo.
Entramos juntos en casa de mi tía. La música sonaba suavemente de
fondo y la animada charla se hacía más fuerte a medida que
avanzábamos por la casa. En la parte trasera de la casa, el solario no era
más que una cálida luz vespertina que se colaba por las cristaleras del
suelo al techo. Las mujeres salían por la entrada trasera hacia el hermoso
jardín. Había champán y jugo junto a una bandeja de fruta en pinchos
decorativos de madera.
Bug y las Bluebirds se habían volcado con Sloane, y el afecto por mi
tía se apoderó de mí. Puse mi mano en la parte baja de la espalda de
Sloane y me incliné hacia ella.
―Todo esto es para ti, esposa.
Me sonrió, pero los bordes le temblaban.
―Es demasiado ―susurró mientras contemplaba con los ojos muy
abiertos los enormes arreglos florales que decoraban las mesas.
―Te prometo que para ti no lo es. ―Levanté su mano y mis labios
rozaron sus nudillos.
―¡Aww! ¿No son los más lindos? ―La voz de mi hermana menor MJ
se abrió paso entre la multitud mientras se movía entre dos mujeres que
no conocía. Detrás de ella, Emily Ward, la novia de mi hermano Whip, la
seguía.
Le hice un pequeño gesto con la mano.
―Hola, MJ. Emily.
MJ me sonrió, pero se dirigió directamente hacia Sloane,
envolviéndola en un fuerte abrazo.
―¡Dios! ¡Estás guapísima! Sylvie me dijo que tu vestido era matador,
¡pero esto es increíble! ―Le tendió la mano a Sloane para que pudiera
apreciar su ropa―. ¡Eres como la Barbie Nupcial pero sexy!
MJ me miró, sus cejas rebotaron sugerentemente.
―Bien hecho, hermano.
Emily y Sloane se abrazaron. Había visto florecer lentamente su
amistad cada vez que Emily y Whip visitaban la cervecería. Ella era la
bibliotecaria local y el complemento perfecto para la vena salvaje de mi
hermano menor. De algún modo, encajaban. Me pregunté si la gente nos
miraba a Sloane y a mí y pensaba lo mismo.
Sacudí la cabeza y aspiré una bocanada de aire en los pulmones.
Por supuesto que no. La gente nos miraba y se preguntaba qué
demonios veía Sloane en un monstruo como yo.
Sloane se agarró a la mano de MJ y le permitió que nos guiara en la
refriega. Las mujeres se deshacían en elogios hacia Sloane. Las preguntas
casuales se sucedían: ¿Cuánto tiempo llevábamos juntos en secreto? ¿Cuándo
supimos que había algo más entre nosotros? ¿Cómo se tomaron la noticia los
niños?
Me zumbaban los oídos.
Encontré consuelo en las respuestas firmes y seguras de Sloane.
Llevábamos mucho tiempo juntos en secreto, ¡no podíamos luchar
contra estos sentimientos!
Enseguida supimos que había algo especial entre nosotros.
Los niños están encantados.
Me moví como una muñeca de madera, acechando detrás de Sloane
como una sombra oscura, esperando que nadie me dirigiera la palabra.
No quería joderle esto.
―Toma. ―Sylvie vino detrás de mí con una copa de champán―.
Parece que necesitas esto.
Tomé la bebida y me la bebí de un trago.
―Gracias.
MJ y Emily estaban sacando a Sloane del porche cerrado y la llevaban
al soleado patio trasero cuando se giró y me llamó la atención. ¿Estás
bien?
Sonreí y asentí. En sus ojos brillaba el placer y la alegría que irradiaba
hacía que todo este circo valiera la pena.
―Abel ―dijo mi tía―. Es hora del primer juego.
A mi lado, Sylvie soltó una carcajada que intentó tapar con un sorbo
de champán mientras yo casi gruñía.
―¿Juego?
Se burló Bug.
―Sí, claro. Vamos. ―Hizo un gesto con la mano―. Salta.
Sylvie me empujó hacia adelante y salí de mala gana. Había dos sillas
delante de un semicírculo de mesas. Mujeres de todo mi pequeño pueblo
se sentaban en las mesas con pequeños platos de aperitivos y champán.
Sloane se sentó en una de las dos sillas.
El camino hasta la silla de al lado me pareció una marcha de la
muerte. Todos nos miraban y me picaba la piel bajo el cuello.
Cuando me senté, Sloane se inclinó.
―Relájate. Parece que te va a estallar la cabeza.
No la miré.
―Tal vez se siente así.
Su mano me acarició el muslo y su tacto me calentó. Levanté los ojos
hacia los suyos y sonrió.
―Podemos hacerlo. ―Con su suave apretón en la pierna, me relajé en
la silla.
Bug nos entregó a cada uno una pequeña pizarra de borrado en seco y
un rotulador.
―Vamos a jugar a un pequeño juego en el que hacemos preguntas y
los novios responden.
Bueno, mierda.
Bug sonrió hacia las ansiosas mujeres.
―La invitada con más puntos al final ganará una cesta especial de
'noche de cita'. Será un juego divertido para ver lo bien que se conoce la
pareja.
Doble mierda.
A mi lado, Sloane se rió, y el suave sonido me ayudó a relajarme y a
dejarme llevar por la ridiculez de todo esto. Si esto la hacía feliz, podía
soportar la farsa por ella.
―Primera pregunta ―dijo Bug―. ¿Dónde se conocieron?
Fácil.
Escribí mi respuesta. A la orden de Bug, Sloane y yo giramos los
tableros para revelar nuestras respuestas.
Bug miró nuestras respuestas y sonrió.
―Si dijeron la cervecería, dense un punto. Siguiente pregunta... ¿cómo
ocurrió la propuesta?
Me hormigueaba la sangre. ¿Decimos la verdad? ¿Me invento algo?
Miré a Sloane, pero ya estaba escribiendo algo. Sin saber qué hacer,
garabateé mi respuesta: Sloane me propuso matrimonio.
Después de girar nuestras tablas, Bug se rió, y yo me hundí de alivio.
―¡Eso es, Sloane se lo propuso! ―El pequeño grupo de mujeres que
llevaban la cuenta se llenó de gestos de asombro y aplausos corteses.
Miré a Sloane y ella me guiñó un ojo.
―¿Cuál es el color favorito de la novia? ―preguntó Bug.
Consideré mis opciones, mi mano vaciló sobre la pizarra blanca antes
de escribir la primera respuesta que me pareció correcta. Rosa claro.
Le di la vuelta a la pizarra y Sloane se inclinó para ver mi respuesta.
Se le dibujó una sonrisa en la cara e inclinó la pizarra para que yo
pudiera verla.
Rosa antiguo.
Le guiñé un ojo, sintiéndome más seguro a medida que avanzaba el
partido.
―Bueno, aquí hay una dudosa ―Bug advirtió―. ¿Cuál es el número
de zapato de la novia?
Sin dudarlo, escribí mi respuesta.
Al meterme en el juego, descubrí que mis hombros se relajaban. No
importaba que nos estuvieran mirando. Con Sloane no me sentía como si
estuviera en exhibición, era más como si fuera parte del grupo,
celebrando con gente que se preocupaba por Sloane.
Las preguntas iban desde mi segundo nombre hasta el primer trabajo
de Sloane o su grupo favorito. Las acerté todas. Cuando la señora Tiny
fue anunciada como ganadora, aceptó el premio de su cesta de regalo
con una rara sonrisa. Cuando la señora Mabel se asomó para ver su
contenido, la intratable anciana se la arrebató de las manos.
Sloane estaba radiante. La elegancia brillaba en su sonrisa y en el
aplomo con el que se comportaba. Era cálida y simpática, y yo la
admiraba.
A mi lado, se inclinó hacia mí.
―¿Cómo sabías todas esas respuestas? Yo no sabía ni la mitad de las
mías. ―Se rió.
Le rodeé la cintura con el brazo y la jalé.
―Presto atención.
Sus ojos color avellana bailaban de placer mientras susurraba:
―Mejor. Esposo. Del. Mundo.
Con una sensación de tranquilidad y sin un ápice de vacilación, la
atraje hacia mí y besé abiertamente a mi esposa delante de todo el
maldito pueblo.
Después del torbellino de la fiesta de bodas, me alegré de quitarme los
tacones y cambiar el elegante vestido de fiesta por unos cómodos
leggins. Sonreí mientras deslizaba el vestido blanco en una percha y lo
colgaba en el armario de Abel. Mis dedos jugaron con una perla brillante
y suspiré.
Realmente fue una gran fiesta.
En algún momento de la fiesta de bodas, dejé de preocuparme por si
la gente se daba cuenta de que mi matrimonio con Abel era una farsa, y
simplemente intenté divertirme. Outtatowner tenía un aire tan acogedor
que era fácil olvidar que todo era una farsa.
Con Abel a mi lado, me resultó fácil fingir.
Demasiado fácil.
―¡Mamá! ¡Mamá! Hoy pesqué un pez enorme. ―La voz de Ben
rebotó por el pasillo cuando la puerta principal se abrió de golpe. Me
estremecí cuando la puerta sacudió la estantería cercana. Estaba segura
de que Abel no esperaba que su vida se viera tan trastornada por dos
niños pequeños y su ardiente mamá.
―¡Aquí adentro! ―dije, poniéndome una rebeca alrededor de la
camiseta vintage que elegí.
Pero cuando no vinieron a buscarme, salí al pasillo y vi a Ben
tomando el teléfono del abuelo y empujándoselo a Abel a la cara.
―¿Ves lo grande que es?
Abel tomó el teléfono y asintió con la cabeza, con la atención puesta
únicamente en mi hijo.
―Wow, es impresionante. ¿Paw Paw Springs?
―¡Yo también pesqué algo! ―se quejó Tillie.
―Lo hiciste ―asintió el abuelo―. Y sí, los llevé a Paw Paw, el arroyo
estaba muy animado.
―Hola, gallinas. ―Un cariñoso afecto me calentó el pecho mientras
observaba sus conversaciones―. Hoy los extrañé.
Me acerqué a Tillie y la jalé para abrazarla antes de despeinar a Ben y
dejar caer un beso encima.
―Tu cabello es tan elegante. ―Los ojos de Tillie se movieron sobre mi
elegante moño, que aún no había deshecho.
Mi mano presionó suavemente el cabello.
―Tuvimos una fiesta hoy, y me llevó una eternidad hacerlo bien. No
tuve el valor de quitármelo todavía.
―Es muy bonito. ―Los ojos de Tillie brillaron con aprecio femenino.
Acaricié la cara de mi dulce y tierna hija.
―Gracias, cariño. ―Me giré hacia mi abuelo, que estaba enseñándole
a Abel más fotos de las aventuras de pesca del día―. ¿Los niños se
portaron bien contigo?
El abuelo resopló.
―Por supuesto.
Ben me sonrió, con una energía incontenible zumbando por todos sus
poros.
―Hicimos un picnic, pero luego el abuelo tenía dulces y cenamos y
luego helado, ¡y me dejó tomar una bola triple!
Le lancé una mirada penetrante a mi abuelo mientras mi hijo se
agitaba como una caldera hirviendo por el subidón de azúcar.
―¿Qué? ―Sus manos se alzaron en fingida inocencia―. Es la tierra
del sí cuando están conmigo. Tú lo sabes.
Incapaz de discutir con su lógica de abuelo, simplemente me rendí y
cambié de tema.
―Hoy recibí una noticia. El dinero está oficialmente listo para
gastarlo. Solo tenemos que decidir con qué constructores vamos a
renovar la casa. ―Me mordí el interior del labio―. Sylvie me recomendó
a Kate y Beckett.
―¿Kate Sullivan? ―Abel refunfuñó.
Sabía que las tensiones entre los Sullivan y los King habían
disminuido desde que Sylvie y Duke se juntaron, pero nunca habían
desaparecido del todo.
―Creo que ahora es Kate Miller, pero... sí.
Abel emitió un gruñido de desaprobación.
―Me puse en contacto con ella y se mostró encantada de hablar del
tema. Dada la naturaleza histórica de la granja, me dijo que incluso
podrían considerarla para un espacio en su programa. ¿No es increíble?
Todavía no podía creer que Kate y Beckett Miller, del popular
programa Home Again, estuvieran pensando en encargarse de la
construcción de la granja. Su historia de amor no solo era increíblemente
atractiva -él era el hermano mayor del ex novio de Kate y el mejor amigo
de su hermano-, sino que habían aparecido en los titulares nacionales
restaurando casas históricas por todo el lago Michigan. La idea de que se
encargaran de la reforma me daba vértigo.
El abuelo se encogió de hombros.
―Lo que creas que es mejor.
Fruncí el ceño mirando a mi abuelo. Esperaba que estuviera más
entusiasmado con la reconstrucción de la casa de su infancia.
―Bueno, esto es para ti... Solo quiero que seas feliz. Es tu casa.
―No voy a vivir para siempre, Sloaney. ―El abuelo suspiró, y una
punzada de emoción me atravesó el pecho―. Haz lo que creas mejor.
Las lágrimas me escocían detrás de los párpados y la emoción me
obstruía la garganta.
Sintiendo la tensión, la mirada de Abel rebotó entre mi abuelo y yo.
―Oye, Bax. ―La mano de Abel se posó suavemente en su hombro―.
¿Puedes quedarte a cenar o tienes planes?
―Oh ―contestó el abuelo, con una sonrisa burlona en los labios―. En
realidad, tengo planes. Tu tía Bug y yo vamos a compartir una comida.
El rápido cambio de tema me inundó de alivio y me permitió
serenarme. Si a Abel le sorprendió que su tía y mi abuelo fueran a cenar
juntos, no lo dejó ver.
―La próxima vez, entonces. ―Abel sonrió y palmeó el hombro del
abuelo.
Tras unos cuantos abrazos más de los niños, acompañé a mi abuelo
hasta la puerta y nos despedimos.
Me giré hacia Abel y suspiré.
―Gracias por la ayuda. Odio cuando habla de no estar cerca. A veces
me toma desprevenida.
―Creo que le gusta verte feliz. ―Los hombros de Abel siempre
parecían llevar el peso del mundo. Me ofreció una media sonrisa
tranquila―. Pero tienes suerte, ¿sabes?
Se me hizo un nudo en la garganta. Sabía lo suficiente como para
saber que el amor que mi abuelo me ofrecía tan libremente no era en
absoluto lo que Abel experimentó de su propia familia. Por suerte,
parecía que sus hermanos intentaban mantenerse unidos a pesar de sus
complicadas relaciones con su papá.
Junté las manos delante de mí.
―¿Qué te parece una noche de cine tranquila? Después de hoy, me
vendría bien algo de tiempo libre.
―¡Noche de cine! ―A mis espaldas, los niños se subieron al sofá.
Después de pelearse por el mando a distancia y tardar una eternidad en
decidir qué ver, optaron por una película de fantasía y aventuras sobre
un capitán de barco en busca de un tesoro.
Abel se dirigió a la cocina.
―Oye, Ben. ¿Quieres aprender a hacer BLTs?
Mi hijo se puso de pie.
―¿Qué es un BLT?
Abel me miró y sacudió la cabeza con incredulidad antes de volver su
atención a Ben.
―Bocadillos de tocino, lechuga y tomate, pero podemos hacerlos
divertidos. ―Señaló el fregadero―. Vamos. Lávate y te enseñaré.
Me senté en el sofá, luchando contra la emoción mientras veía a Abel
hablar pacientemente con mi revoltoso hijo. Juntos buscaron en el
refrigerador, sacando opciones para mejorar los sencillos sándwiches.
Ben se rió mientras tomaba nota de nuestras peticiones: Tillie quería
aguacate, pero sin tomate, Ben eligió sin mayonesa. Abel y yo queríamos
todo.
―Hagamos una ensalada rápida. ―Abel empezó a cortar lechuga.
―¿Comida de conejo? Qué asco. ―La cara de Ben se torció.
Abel se rió y siguió picando.
―Créeme, niño, con la cantidad de tocino que le voy a poner, apenas
te darás cuenta.
El calor se extendió por mi pecho mientras permanecía como una
observadora silenciosa. Abel sonreía con facilidad y se reía cuando Ben
se ponía tonto. Lo redirigía con mano firme pero amable. Ben escuchaba
y asentía como si preparar un BLT fuera lo más interesante del mundo.
Cuando llevaron la comida a la sala, contuve rápidamente mis
emociones. Tillie y Ben estaban sentados en el suelo, comiendo sus
sándwiches y unas papas fritas en la mesita del salón.
―¿Qué fue lo mejor de tu día, mamá? ―me preguntó Tillie mientras
nos acomodábamos.
Sonreí.
―La fiesta fue realmente encantadora. Me la pasé muy bien. ―Mis
ojos se desviaron hacia Abel, y me pregunté si se daría cuenta de que
estaba recordando nuestro beso―. ¿Qué fue lo mejor de tu día, Abel?
Sus ojos se dirigieron a mi boca y sentí un cosquilleo en la piel. Se
lamió los labios.
―Probablemente... cocinar con mi nuevo sous chef. ¿Y tú, Benny?
Ben sonrió.
―Definitivamente cocinar con Abel, o el pez gordo. No sé. ¿Puedo
tener dos mejores partes?
Me reí.
―Claro que sí. ―Incliné la cabeza hacia Tillie para recordarle a Ben
que le preguntara a ella.
―¿Cuál fue la mejor parte de tu día, Till? ―le preguntó Ben.
―El picnic con el abuelo, y helado antes de cenar.
Le sonreí a mi niña y nos acomodamos para ver la película.
Me senté con las piernas cruzadas en un extremo del pequeño sofá y
apoyé el plato en mi regazo. A pesar de la alegre y estridente música de
apertura de la película, era dolorosamente consciente de que Abel estaba
sentado en el extremo opuesto del sofá.
Su ancha figura ocupaba la mayor parte del espacio, y sus piernas
abiertas se deslizaban a mi lado. Yo mantenía las piernas recogidas
debajo de mí y me apoyaba en el reposabrazos mientras comía. La sala
estaba a oscuras, salvo por los destellos de luz procedentes del televisor.
Cuando terminé, recogí mi plato, junto con los sándwiches
desechados de Ben y Tillie. Con un brazo lleno de platos, alcancé el plato
de Abel.
Inmediatamente empezó a levantarse cuando negué con la cabeza.
―Yo me encargo. Relájate.
Arrugó las cejas, pero volvió a acomodarse en el sofá, y yo me dirigí
hacia la cocina con una sonrisa en la cara. Abel se apresuraba tanto a
ocuparse de todo en la casa que era agradable poder ganarle la partida
por una vez. Después de enjuagar y apilar rápidamente los platos en el
lavavajillas, volví al cine.
Me detuve en seco cuando vi a Ben metido en el costado de Abel.
Tillie estaba de pie frente a ellos.
―¡Yo quería sentarme al lado de Abel! ―Su labio inferior sobresalía
en un mohín feroz que nunca funcionaba conmigo.
Abel miró alrededor del sofá, y luego él y Ben se desplazaron.
―Puedes tomar este lado.
Tonto.
De reojo, observé cómo mis gemelos abrazaban a Abel en el sofá
demasiado pequeño y sentí una opresión en el pecho. Sus brazos se
extendían por el respaldo del sofá como si fuera lo más natural del
mundo ver una película tonta con mis hijos.
Esto es sin lo que Jared tiene que vivir.
Puede que nunca se dé cuenta, pero mi ex no merecía su amor.
Abel lo merecía. Era paciente, amable y los aceptaba tal como eran.
Una oleada de lágrimas de felicidad amenazó con derramarse sobre mis
pestañas, y nunca había agradecido tanto la oscuridad de una sala.
―¡Siéntate aquí, mamá! ―Ben palmeó el pequeño trozo de sofá donde
solía estar mi asiento.
Sonreí.
―¿Seguro que hay sitio?
Los niños se apretujaron, intercalando a Abel entre ellos. Solté una
carcajada por lo ridículo del asunto.
―Si tú lo dices.
La película fue sorprendentemente conmovedora y divertida, al
menos en las partes a las que pude prestar atención. A pesar de que Ben
estaba entre nosotros, era dolorosamente consciente de la proximidad de
Abel. Su brazo musculoso se extendía por el respaldo del sofá y el calor
de su mano me llegaba hasta la nuca. Cuando se produjo un oportuno
sobresalto, todos nos reímos, y sentí el suave roce de las yemas de sus
dedos en mi nuca.
Tragué saliva y me incliné hacia él. Sus dedos se enredaron con los
pelitos que se me habían caído del moño. Las yemas de sus dedos
acariciaron mi piel hasta que sentí que iba a estallar en llamas. No pude
pensar, no pude respirar durante la mitad de la película. Lo único en lo
que podía pensar era en la calidez y el bienestar que me proporcionaba
su tacto.
Sintiéndome valiente, le eché un vistazo desde el otro lado del sofá.
Sus ojos oscuros estaban fijos en la película, mientras el héroe de capa y
espada guiaba valientemente a su grupo hacia una peligrosa cueva.
Estudié el fuerte perfil de Abel: sus mejillas altas, su nariz recta, la barba
incipiente de su mandíbula.
Un hormigueo me recorrió al recordar el delicioso roce de aquella
barba en la cara interna de mis muslos. Las yemas de sus dedos jugaban
conmigo, y mis entrañas empezaron a deshacerse. Algo tan simple y
maravillosamente doméstico como una película familiar con los niños
me golpeó en el pecho.
Siempre podría ser así.
Me tragué el ridículo pensamiento y me pasé el resto de la película
ignorando el zumbido de mi sangre cada vez que Abel me tocaba.
¿Cómo era posible que, incluso en leggins y rebeca, Sloane se viera tan
condenadamente hermosa?
Debería haberme guardado las manos, pero en la oscuridad de la sala
de estar, me sentí seguro al dejar que mis manos vagaran un poco. Su
piel bajo las yemas de mis dedos me tranquilizó de una forma que no
podía explicar. La respiración lenta y constante de sus hijos a mi lado fue
un consuelo inesperado. Los gemelos se divertían con las aventuras de la
pantalla y yo me reía con ellos de los juegos de palabras y los chistes
obvios.
Cuando terminó la película, Tillie ya estaba dormida, con la boca
abierta y el sonido de suaves ronquidos, lo que indicaba que se había
perdido todo el final de la película.
Sloane palmeó la espalda de Ben y susurró.
―Está bien, amigo. Vamos a llevarte a la cama.
Ben parpadeó lentamente.
―No estoy cansado.
La mirada que le dirigió a Ben estaba llena de afecto maternal. Aún
podía recordar esa misma mirada de mi propia mamá. Sloane me sonrió
por encima de la cabeza de Ben, y me dio un vuelco el corazón.
Sería tan fácil permitirme enamorarme de ti.
Frotó círculos lentos y pacientes en la espalda de Ben.
―Lo sé. Caminemos en esa dirección de todos modos.
Sloane se movió, ayudando a Ben a ponerse de pie, luego se inclinó
sobre mí, poniendo su mano en el hombro de Tillie.
La detuve mientras me levantaba, con cuidado de no empujar a la
niña dormida.
―Está bien, yo puedo cargarla.
Sloane frunció el ceño.
―¿Estás seguro?
Levanté a Tillie, y cuando ella no pareció darse cuenta, hice un gesto
con la cabeza hacia las habitaciones.
―Después de ti.
Sloane guió a Ben a su habitación y yo los seguí en silencio. Sus pasos
acolchados chocaron contra la madera y vi cómo se inclinaba hacia
adelante y caía de bruces sobre las sábanas.
Sloane se rió y empezó a meterlo bajo las sábanas. Me di la vuelta y
llevé a Tillie a través de los pocos escalones hacia su dormitorio. En las
pocas semanas que llevaban aquí, la hizo suya, decorando las paredes
con dibujos. Mi favorito era el dibujo de un gato con cuerpo de hot dog.
Era raro y extrañamente tierno. Sentí algo parecido al orgullo. Era una
joven artista en ciernes y me preguntaba de dónde había sacado ese
talento.
Con un brazo aparté las mantas y la acosté en la cama. Después de
meterle las piernas bajo las mantas, me aseguré de que estuvieran bien
colocadas. Antes de irme, miré su cara dormida.
Se parecía tanto a su mamá. Sin pensarlo, me agaché y dejé caer un
beso sobre su cabello. Me levanté y me giré hacia la puerta para ver a
Sloane apoyada en el marco de la puerta, mirándome.
¿Había sobrepasado algún límite? Mierda. No tenía derecho.
Los nervios se apoderaron de mí.
―Yo...
―Shh. ―Sloane sonrió. Hizo un gesto hacia el pasillo con la cabeza y
susurró―: Vamos.
Incapaz de resistirme, la seguí en silencio hasta el pasillo. Inquieto, me
detuve.
―Sloane, lo siento yo...
La mano de Sloane se extendió y agarró mi camisa, jalándome hacia
ella. Su boca se movió sobre la mía en un beso rápido y casto que me
dejó con ganas de más.
―Cállate.
Asentí con la cabeza.
―Sí, señora.
Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras su voz sensual llenaba mi
cabeza.
―Oh, me gusta eso.
Avancé, apoyé una mano contra la pared del pasillo y la enjaulé.
―¿Ah, sí?
Sloane se lamió los labios y asintió mientras me subía las manos por el
pecho.
―Me gusta, también me gusta que te preocupes por mis hijos. ―Sus
grandes ojos buscaron los míos―. Gracias por mostrarles amabilidad y
cariño. Hago lo que puedo, pero a veces sé que no es suficiente.
Le acaricié la cara con la mano.
―Eres una mamá increíble, y tienen suerte de tenerte. Te prometo que
es suficiente.
Bajó los ojos.
―Gracias.
Me quedé donde estaba, disfrutando de la forma en que su dulce
perfume flotaba entre nosotros. Mi pulgar rozó su pómulo mientras
memorizaba cada línea y cada curva.
Me incliné hacia ella y rocé su frente con mis labios, salpicando sus
ojos y pómulos con suaves besos. Cada beso era una promesa silenciosa
de protegerla.
Sus ojos color avellana se deslizaron hacia los míos.
―Abel, ¿qué estás haciendo?
Tomé su cara entre mis manos.
―Te estoy dando la amabilidad y el afecto que mereces. ―Mis labios
rozaron los suyos―. ¿Esto está bien?
Su aliento era como una promesa susurrada en la oscuridad.
―Está más que bien.
Mi boca chocó contra la suya en una súplica para que ella también
sintiera lo que fuera que se estaba formando dentro de mí. Su suave
gemido recorrió mi pecho. Apreté mis caderas contra las suyas y una
pierna se enganchó junto a mi cadera, la agarré con la palma de la mano,
rozando la parte exterior del muslo, y lo apreté.
Levanté a Sloane, rodeando mi cintura con sus piernas. Nos
acariciamos y besamos mientras me dirigía en la oscuridad hacia su
dormitorio. Tras la puerta cerrada, caminé hacia la cama y la dejé
suavemente en ella. Sloane se quitó la rebeca y se pasó la camiseta por
encima de la cabeza. Sus pezones se fruncieron bajo un sujetador negro
transparente y se me hizo agua la boca. Le bajé los leggins por los
muslos y los dejé en el suelo junto a la cama.
Mi mundo se detuvo cuando sus piernas se abrieron para mostrar su
coño desnudo. Me quité la camiseta y le toqué el pecho. Sloane echó la
cabeza hacia atrás y mi boca encontró el latido de su corazón en su
cuello. Lamí y chupé su pulso mientras mi polla se endurecía en mis
jeans.
En la orilla de la cama, Sloane me vio quitarme los jeans y deslizar mis
bóxers negros hasta el suelo. Mi polla sobresalía de entre mis piernas,
dura y lista para ella.
Me metí los dedos en la boca para humedecerlos.
―Mírame ―le exigí.
Levantó los ojos cuando introduje dos dedos en su coño caliente y
húmedo. Jadeó, abrió las piernas y empezó a mover las caderas.
Me coloqué entre sus piernas, plantando una mano en su pecho y
presionándola contra la cama.
―Eso es, hermosa, mírame mientras te caliento.
Tragó saliva y sacudió la cabeza.
―No me llames así.
Arrastré lentamente mis dedos dentro y fuera de ella mientras
acariciaba mi polla.
―¿No quieres que te llame hermosa?
―No, está bien. Yo solo... ―Sus ojos se desviaron―. Quiero que me
llames esposa. ―Un rubor rosado recorrió sus mejillas. Me encantaba
que fuera tímida e insegura, pero dispuesta a decirme exactamente lo
que necesitaba.
Pellizqué su pezón a través de la endeble tela de su sujetador antes de
deslizar mi mano para rodear su garganta. Apreté suavemente, como
una pregunta.
―Sí. ―Sloane se retorció debajo de mí―. Sí, por favor.
Saqué los dedos de su coño y usé la mano libre para guiar mi polla
hasta su entrada. Con la mano aún alrededor de su garganta, me incliné
para susurrarle al oído.
―Siempre te protegeré. Eres mía. Mi esposa. ―Sobre mi esposa me
deslicé, abriéndola y provocando un gemido de placer en su garganta.
Lo acallé con un beso.
Mi polla se engrosó y sus paredes se cerraron a mi alrededor. Con ella
de espaldas en la cama, me deleité en la forma en que sus tetas
rebotaban mientras la follaba. El elegante moño de Sloane casi se
deshizo mientras seguía follándomela.
Con gemidos apagados y gruñidos ahogados, la penetré con fuerza.
Me ardían los muslos y me dolía la polla, pero no me detendría, no hasta
haberle arrancado hasta el último gramo de placer. Apretó las sábanas
con los dedos y cerró la mandíbula para no gritar. Metí la mano entre los
dos, sintiendo brevemente cómo mi polla desaparecía en su interior,
antes de usar el pulgar para rodear su clítoris.
Ella se agitó mientras yo la acercaba más y más al límite. Mis caderas
golpeaban contra ella mientras la penetraba sin descanso y su coño me
apretó con más fuerza.
―Eso es. Córrete para mí. Muéstrale a tu esposo de qué polla no has
tenido suficiente.
Sintiendo que estaba a punto de desmoronarse por completo, apreté
su garganta con más fuerza, solo un poco. Fue suficiente para hacerla
tambalearse. Pequeñas pulsaciones en sus paredes internas y temblores
en sus muslos fueron seguidos inmediatamente por una oleada de su
orgasmo. Volví a bombear, apoyando mi peso en ella mientras se corría
en mi polla y mi propia eyaculación fluyó en su interior mientras gemía.
Relajada y sonriente sobre la cama, Sloane tarareaba. Dejé mi polla
adentro de ella, deleitándome con su calor.
Una vida entera nunca sería suficiente.
Sloane estaba sonrojada y sudorosa. Me sonrió.
―Gracias.
Le sonreí, examinando cuidadosamente su cuello para asegurarme de
que no le había dejado marcas. Aunque ciertamente no me habría
importado dejar pruebas de a quién pertenecía, Sloane no necesitaba las
miradas inquisidoras de los vecinos entrometidos.
Le rocé la mejilla con las yemas de los dedos.
―Realmente eres hermosa.
Sus brazos se extendían por encima de ella.
―Y tú no dejas de sorprenderme.
Me deslicé fuera de ella y di un paso atrás antes de ayudarla a
sentarse.
―¿Sorprendente?
Se levantó, me rodeó con los brazos y se acurrucó contra mí. Mis
brazos rodearon su espalda y la abracé contra mí.
―Eres tierno.
Me reí. Acababa de rodearle la garganta con la mano, ¿y me llamaba
tierno?
―Lo digo en serio. ―Sloane se rió conmigo, golpeándome el pecho―.
No suave -gracias a Dios-, pero tienes ternura. Siempre me siento a salvo
contigo.
La miré y le aparté el mechón de cabello que le cubría el ojo.
―Estás a salvo conmigo. Siempre.
Sloane me tomó de la mano y me llevó al baño. Cuando pasó por alto
la ducha, me detuve.
Señaló la bañera con patas y sonrió con satisfacción.
―Todavía no estoy convencida de que quepas en esta cosa. ¿Quieres
demostrar que me equivoco?
Sonreí.
―Me encantaría.
Después de rociar unas sales de baño y encender una vela, llené la
bañera de agua caliente y el baño se llenó rápidamente de vapor. Me
metí primero en la bañera, casi ocupándola entera mientras Sloane se
tapaba la risa con el dorso de una mano.
Puse los ojos en blanco y le tendí la mano.
―Trae tu trasero aquí.
Dejé que el agua caliente me empapara mientras me relajaba contra la
porcelana. Sloane tenía razón, por supuesto. Apenas cabía, y mis rodillas
sobresalían por encima de la superficie del agua. A pesar de la cercanía,
Sloane apoyó la espalda en mi frente y yo la abracé. Con un estropajo, le
froté la espalda y los hombros mientras la escuchaba hablar. Me habló
del drama que había en la fábrica de cerveza entre los meseros y que yo
no tenía ni idea de que estaba ocurriendo, de lo preocupada que estaba
por su abuelo y de su entusiasmo por la construcción de la granja.
Nunca pareció importarle que mis respuestas fueran una mezcla de
asentimientos, gruñidos y tarareos. Ni una sola vez me pidió que
cambiara, que me abriera o que fuera mejor para ella. Solo que no sabía
que yo lo haría por ella.
Decidido a demostrárselo, tras lavarle y acondicionarle el cabello, la
rodeé con mis brazos y la abracé una vez más. Apoyé mi barbilla en su
hombro.
―Me di cuenta de que Tillie es muy buena artista. ¿Lo es por
naturaleza?
Sloane se rió.
―Bueno, ella no lo sacó de mí, eso te lo puedo asegurar.
Dejé caer una gota de agua de la yema de mi dedo sobre su hombro y
vi cómo se deslizaba por su brazo y desaparecía en el agua caliente.
―Tiene talento. Me puse en contacto con artistas locales para diseñar
nuevas etiquetas, así que últimamente vi muchos dibujos. Creo que,
sobre todo a su edad, tiene habilidad.
Sloane lo consideró.
―Tal vez tenga que inscribirla en algunas clases de arte o algo así...
ahora que tengo el dinero.
Me reí entre dientes.
―Ahora que eres una señora rica, puedes hacer lo que quieras.
Mi broma no pareció funcionar y Sloane se quedó callada. En la
pequeña bañera, maniobró para mirarme.
―El dinero no me cambiará. Sigo siendo la misma persona.
Estudié su rostro, curioso por saber de dónde venía eso.
―Ya lo sé.
Sus brazos se apoyaron sobre los míos y me miró a los ojos.
―Lo digo en serio. Nada ha cambiado.
Solo pude asentir con la cabeza.
¿No ha cambiado nada? ¿Me estás tomando el pelo?
Ha cambiado todo.
El sol de principios de verano me calentaba los hombros mientras
caminaba por la cáscara ennegrecida de lo que solía ser la sala de mi
abuelo. Asimilarlo todo fue sorprendentemente catártico. Después de
todas las veces que pasé por delante del cascarón de nuestro antiguo
refugio seguro, aprendí a ignorarlo. Rechazaba el miedo y la angustia.
Ahora ya no podía ignorar el olor acre del plástico y la madera
quemados y el olor a podrido de la casa tras haber estado expuesta a la
intemperie.
Todos necesitamos un nuevo comienzo.
―Tengan cuidado al pisar ―nos advirtió Beckett Miller a mí y a su
esposa, Kate, mientras inspeccionábamos la propiedad. Gran parte de
los escombros habían sido retirados durante la investigación, y solo
algunos muros seguían en pie.
Asentí con la cabeza y pasé con cuidado por encima de un trozo de
algo quemado.
―Los bomberos y la policía despejaron la escena, pero es una especie
de situación de “explora bajo tu propio riesgo”.
Mi dedo pateó un marco parcialmente metálico que solía contener una
foto mía con los gemelos en brazos. Se me apretó el estómago.
―Llegó la evaluación del ingeniero estructural. ―Basándome en el
tono suave de Beckett, supuse que no eran buenas noticias―. Por
desgracia, la casa va a tener que ser considerada pérdida total. ―Me
miró con ojos tristes―. Lo siento, Sloane.
Tragué saliva y dejé atrás el nudo en la garganta. No me sorprendió la
noticia, pero aún tenía una pizca de esperanza.
―Lo entiendo.
Kate señaló una pared lejana que permaneció en pie a pesar del fuego.
―¿Y el ladrillo?
Beckett asintió.
―Ese es nuestro resquicio de esperanza. Si aceptamos el proyecto,
creo que hay varios aspectos de la estructura original que podemos usar
en una nueva construcción. ―En sus ojos se reflejaba la emoción
mientras señalaba una pequeña mesa en el césped y lo seguíamos―.
Investigué en los archivos de la Asociación Histórica del Condado de
Remington.
Cuando llegamos a la mesa, Beckett revisó unas cuantas hojas de
papel y sacó varias fotos en blanco y negro. Señaló una foto de la granja
de mi abuelo, pero con un aspecto ligeramente distinto.
―Era una casa impresionante. Para la época, habría sido una finca
hermosa.
Kate suspiró y recorrió con el dedo el porche cubierto que rodeaba el
edificio.
―Mira ese porche. Lo rodea todo para formar una entrada doble. ¿ ¿Y
los detalles festoneados en la fascia del techo combinados con el plafón
de listones de madera? Impresionante.
Miré detenidamente la fotografía.
―El porche no era tan grande. Tenía dos escaleras más pequeñas para
las entradas. ―Señalé la pequeña escalera destruida y quemada que
quedaba―. Esa llevaba a un pequeño vestíbulo o algo así, y la otra a la
cocina.
Kate asintió.
―En los años ochenta y noventa era habitual separarlo todo. Los pisos
divididos estaban de moda en aquella época y, por desgracia, las casas
más antiguas como ésta fueron desmontadas para adaptarlas a la
estética. Estoy segura de que el interior sufrió una remodelación similar.
―Esto es lo que estoy pensando. ―El evidente entusiasmo de Beckett
captó nuestra atención―. Tenemos una oportunidad real de devolver a
esta casa su antiguo esplendor. Aunque nunca podremos devolver la
casa que ya no está, podemos ofrecer una casa que parezca construida en
el siglo XVIII, pero con toques actualizados y comodidades modernas.
Kate y yo trabajaremos para incorporar cualquier parte rescatable de la
casa original, pero crearemos para tu familia algo completamente nuevo.
Suya. Será algo que resistirá el paso del tiempo para las generaciones
futuras.
Contuve la respiración mientras sus palabras se asimilaban. Miré
hacia los restos quemados de la granja. La idea de que alguien pudiera
tomar algo tan dañado, tan arruinado, y ver más allá de los escombros la
belleza de su esencia era asombrosa. Puede que él no se diera cuenta,
pero era el paralelismo perfecto con mi propia vida y con lo que yo
intentaba desesperadamente hacer por mis hijos.
Aún tenía la oportunidad de tomar trozos de mi pasado y
reconstruirlos en algo mágico, algo mejor de lo que jamás podría haber
esperado.
Kate se agarró al brazo de su esposo. Estaba claro que los dos estaban
entusiasmados con la perspectiva de aceptar este trabajo. Me tomé un
segundo para controlar mi instinto y sonreí.
Extendí la mano entre ellos.
―Señor y señora Miller... ¡están contratados!
Kate me tomó de la mano y me abrazó con un chillido de alegría.
―¡Estoy tan emocionada! Tengo tantas ideas.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Si no hubiera sido porque Abel
aceptó casarse conmigo, nunca habría podido acceder a mi herencia.
Sabía que tenía que encontrar la forma de compensarlo, de hacer que la
mentira valiera la pena.
Esto está ocurriendo de verdad.
Miré a través del patio. La cabaña apenas se veía por el sendero y
entre los árboles, pero me dolía el corazón. Iba a costar trabajo recoger
los pedazos después del incendio, pero podía hacer esto por mi abuelo y
demostrarme a mí misma que Jared podía derribarme, pero yo siempre
volvería a levantarme.
Beckett empezó a barajar el papeleo sobre la mesa mientras recogía
para irse.
―Si es oficial, puedo empezar a hacer planes.
Kate me rodeó el hombro con el brazo y el corazón me dio un vuelco.
―Entonces, Sloane, ¿cómo te sientes acerca de estar en la televisión?

Abel: Llegas tarde al trabajo.


Yo: ¿Estoy despedida?
Abel: Sí.
Yo: Fantástico. Mi jefe era lo PEOR.
Abel: Eso no fue lo que le dijiste anoche.

Miré el celular con una sonrisa y corrí por la casa de Abel en busca de
las llaves y el bolso. Sabía que mi reunión con los Miller me haría llegar
tarde a mi turno, pero aun así se me apretó el estómago al ver que se
preocupaba lo suficiente para vigilarme.
Tal vez significaba que me extrañaba. Yo también lo extrañaba.
Seguíamos esperando a que JP preparara el papeleo para la
adquisición de la cervecería, y sabía que Abel se estaba poniendo
inquieto. Ninguno de los dos sabía por qué su hermano le daba largas al
asunto. La mayoría de los días no me molestaba porque significaba más
tiempo en nuestra pequeña burbuja fingiendo.
Nada ha cambiado.
Habían pasado semanas desde que esas palabras salieron de mis
labios, y todavía me arrepentía de ellas. Claro, lo que quería decir era
que pasar de estar arruinada y desesperada a ser literalmente una bebé
con una herencia no cambiaba lo que yo era por dentro. El dolor
inmediato que apareció en la cara de Abel me atormentaba. En el calor
del momento, lo disimuló, pero no podía negar que había estado ahí.
Desde entonces, seguía siendo demasiado gallina para admitir que me
estaba enamorando de mi esposo. Después de que el trato se cerrara y la
cervecería fuera suya, no había necesidad de seguir atándose a mí. Una
vez cumplido nuestro acuerdo, no quería que se sintiera culpable o
avergonzado o en deuda conmigo de ninguna manera.
Aun así, no sabía cómo iba a dejarlo ir.
Volando por la casa, puse esos pensamientos en un estante y tendría
que ocuparme de ellos después. Ya llegaba tarde. Pasé por delante de la
mesa y entré en la cocina. Abel y yo pasamos otra noche enredados en
las sábanas, y mi trasero se arrastraba. Un café para llevar era la única
manera de aguantar mi turno de tarde en la fábrica sin dormirme en la
cerveza de alguien.
Abrí el armario de un tirón y saqué una taza de viaje de cerámica con
tapa. Me apresuré a echarle demasiada leche y a introducir una
monodosis de café antes de pulsar el botón para que empezara a salir.
Me apresuré por el pasillo para revisar mi maquillaje por última vez
cuando algo en el baño del pasillo llamó mi atención.
Me detuve de frente, incapaz de obligarme a mirar hacia el cuarto de
baño. Tragué saliva y giré la cabeza. La vista se me estrechó y un silbido
me llenó los oídos, el corazón me retumbó. Respiraba entrecortadamente
mientras miraba la cortina abierta de la ducha.
¿No es mejor tenerlas abiertas? Nunca se sabe si alguien se esconde detrás.
Se me erizó el vello de la nuca y sentí un hormigueo en la punta de los
dedos al escuchar el silencio de la casa vacía. Di un paso adelante sin
apartar los ojos de la parte de la bañera que seguía cubierta por la
cortina de la ducha. Entré en el cuarto de baño con el pulso
palpitándome en la base del cuello, se me agudizaron los oídos, pero no
oí nada. Mis ojos recorrieron la bañera, recé para que estuviera vacía y
que mi imaginación se hubiera desbocado.
Cuando llegué a la bañera, extendí la mano y agarré la cortina de la
ducha, apretando los dientes mientras comprobaba que la bañera estaba
vacía. El chirrido del metal sobre la barra sonó cuando cerré la cortina de
un tirón.
Seguramente alguno de los niños la había dejado abierta después de
ducharse anoche y yo simplemente no me di cuenta. Los niños hacían
esa mierda todo el tiempo.
¿Verdad?
Me invadió la inquietud. De repente, mi refugio seguro, con sus
grandes ventanales y su largo patio trasero, se sentía apartado y a la vez
expuesto.
Aislado.
Olvidé el café y corrí hacia la puerta principal, que no estaba cerrada
con llave. Tanteé con las llaves para abrir el auto y corrí hacia él a la
velocidad del rayo. El sol de primera hora de la tarde me golpeaba
cuando me abroché el cinturón y salí de la entrada.
En el retrovisor, la dulce casa estilo ranch de Abel se desvanecía en el
fondo. Cuando llegué a la calle principal, mi respiración se estabilizó y
casi me convencí de que me lo estaba imaginando. Era imposible que
Jared hubiera entrado en casa de Abel y dejado abierta la cortina de la
ducha solo para fastidiarme.
Era ridículo.
Aun así, los nervios me invadieron durante el resto de la tarde. Se me
cayó un vaso, me equivoqué en los pedidos y escudriñé los rostros de
nuestros clientes, sin poder evitar la sensación de que me estaban
observando.
Nubes oscuras parecían cernirse sobre la cabeza de Abel mientras
refunfuñaba detrás de la barra, y eso me aseguró de que estaba haciendo
un trabajo de mierda manteniéndome unida. Me mantuve ocupada con
los clientes y lo evité lo mejor que pude.
Antes de que pudiera escabullirme al baño de empleados, Abel me
encontró en el pasillo trasero.
―¿Estás bien?
Miré a mi alrededor.
―¿Yo?
Me miró sin comprender. Claro que se refería a mí.
―Oh, estoy bien. Solo un día raro, creo.
La suavidad se apoderó de sus facciones malhumoradas.
―¿Es por la granja?
Me limité a tararear.
No estaba lista para decirle que mi ex podía o no haber estado en su
casa. Aún no estaba convencida de que no fuera simplemente mi mente
la que me estaba jugando una mala pasada o un pequeño caso de
paranoia fuera de lugar.
Abel me envolvió en un abrazo.
―Todo estará bien. Te lo prometo.
Quería creerle, así que cerré los ojos y lo abracé con fiereza.
―Muy bien, tortolitos. ―Reina agitó un dedo en nuestra dirección―.
¿Van a desaparecer todo el turno?
Sonreí.
―¡No! Otra persona es tu problema esta noche. Me voy. ―Me giré
hacia Abel―. ¿Te quedas hasta tarde?
Sus ojos oscuros se suavizaron.
―Meatball y yo tenemos trabajo en la parte de atrás, pero no debería
llegar muy tarde. ¿Me esperas despierta?
Pestañeé.
―Supongo. ―Cuando me giré, Abel me recompensó con una
palmada en el trasero. Chillé y me reí, nuestras bromas juguetonas me
tranquilizaron por primera vez en toda la tarde.
―Ah, ¿y Sloane? ―Me giré para ver a Abel sonriendo tímidamente y
metiéndose las manos en los bolsillos―. Dale a los niños un abrazo de
mi parte, ¿quieres?
Me irritaba que algo le molestara a Sloane y que aún no me lo hubiera
confiado. Creía que éramos un equipo en esto. En vez de eso, ella pasó
todo su turno actuando nerviosa y fuera de sí. Una vez que la parte
delantera de la fábrica de cerveza funcionó sin problemas, encontré
consuelo en la parte trasera con Meatball. El calor y el fuerte zumbido de
los equipos calmaron mis nervios.
―Hola, jefe. ―Me saludó y yo refunfuñé, extrañando la forma en que
esas mismas palabras salían de la lengua de Sloane―. Hacía tiempo que
no te veía por aquí.
Le lancé un gruñido de desaprobación mientras el sentimiento de
culpa se apoderaba de mí. Me apreté la nuca con la mano.
―Lo sé... las cosas han estado... un poco agitadas.
Se le dibujó una sonrisa en la cara.
―Escuché que te casaste. Felicidades, hombre.
Meatball me tendió la mano y la tomé.
―Gracias.
Como no quería perder más tiempo del necesario hablando de mí
mismo, señalé hacia una de las calderas.
―¿Todo va bien por aquí?
Se encogió de hombros.
―Nada que no podamos arreglar. ―Se levantó del escritorio y caminó
hacia mí.
Esperé, sabiendo que Meatball me lo explicaría todo para que
pudiéramos solucionar cualquier problema que hubiera surgido.
―Algo salió mal con la cuba de maceración en este caso. Cuando fue a
la caldera, necesitó una tonelada de agua. Ahora míralo. ―Me dio un
vaso con un hermoso líquido marrón. Definitivamente no era el color
negro de la cerveza oscura bien elaborada que queríamos.
―Bueno, mierda. ―Suspiré y agité el vaso, notando la textura sedosa.
―Sí. ―Me tomó el vaso, lo devolvió y exhaló―. No sabe mal. Un
poco decepcionante tal vez.
Me crucé de brazos y consideré nuestras opciones.
―Toda el agua extra afectó a la coloración y diluyó el sabor. ―Me
pasé una mano por la mandíbula―. ¿El pH y la gravedad aún se ven
bien?
Asintió con la cabeza.
―Son perfectos.
Mi cerebro repasó las opciones.
―Probemos a añadir ciruela en las fases finales para potenciar el perfil
de sabor. Piensa en un nombre que sea un juego de palabras con una
brown plum porter o algo así.
Sus cejas se arrugaron y su cara se desencajó.
―Yo iba por una cerveza oscura.
Asentí con la cabeza, empatizando con su frustración y decepción.
Estaba aprendiendo por las malas, como todos nosotros.
―Felicidades, elaboraste con éxito tu primera cerveza porter.
Me estrechó la mano y se dejó llevar. La cerveza oscura se salvó
fácilmente, a diferencia de la vez que se olvidó de esterilizarla y había
suficientes microbios en la caldera como para introducir Enterobacter.
Ese error costó mil doscientos dólares, pero lo peor fue que estaba en las
tuberías y toda la sala de cocción olió a vómito de bebé durante una
semana.
Esa era la cuestión.
En este negocio, si no eres capaz de resolver los problemas por ti
mismo, estás hundido. Supongo que era parte del atractivo de dirigir
una fábrica de cerveza: la capacidad de pensar sobre la marcha y
arreglar las cosas. Un verdadero cervecero haría casi cualquier cosa para
evitar tirar barriles.
Hizo un gesto con la mano en señal de desestimación.
―Tal vez debería haber hecho un solo barril.
Negué con la cabeza. No teníamos un programa piloto oficial para las
nuevas cervezas. Nueve de cada diez veces desarrollábamos una receta
y la lanzábamos a gran escala. La única vez que me tomaba la molestia
de hacer una muestra en barril era para asegurarme de que salía
perfecta.
Meatball siguió mi atención hacia el pequeño lote que estaba casi
terminado y sonrió.
―Vas a querer probar esta. Creo que por fin diste con algo, hombre.
Meatball sirvió una muestra en un vaso de degustación. Me lo pasó y
eché un vistazo a la cerveza ámbar. Su color era atractivo, con ricos y
cálidos tonos anaranjados con toques de rubí profundo. Olfateé la
cerveza, complacido por las notas de caramelo que ya se habían
desarrollado y tomé un sorbo tentativo.
Mis ojos volaron hacia Meatball, que asintió con la cabeza y sonrió,
con la emoción bailando en los bordes de su mirada. Los sabores
tostados de la malta se mezclaban con el suave caramelo. Sutiles toques
de pan brillaban a través de la dulzura de la cerveza.
Era jodidamente perfecta.
Volví a mirar el vaso, conteniendo mi emoción.
―¿ABV?
Meatball repasó sus notas, garabateadas en un cuaderno.
―Debería tener algo menos de siete por ciento de alcohol por
volumen.
Hice girar el vaso y esbocé una pequeña sonrisa antes de tomar otra
muestra.
―Está bastante buena.
Las yemas de los dedos de Meatball se acercaron a sus sienes antes de
señalarme con un gesto de incredulidad.
―¿Bastante buena? ¿Lo dices en serio? Es increíble.
Sonreí ante la nueva cerveza. Tras siete iteraciones, la receta que había
desarrollado para captar a la perfección las sutiles notas de galleta y
miel, que me recordaban a mi esposa, era un éxito rotundo.
―¿Cómo lo vas a llamar? ―preguntó.
Observé cómo las últimas burbujas de carbonatación espumosa se
aferraban a las paredes del vaso.
―Todavía estoy pensando en eso.
Asintió con la cabeza.
―Bueno, si estamos de acuerdo en que es una ganadora, puedo
empezar a hacer pedidos al por mayor de lo que necesitamos para
empezar la producción a gran escala y ponerlo en el calendario.
Todo me parecía bien.
―Hagámoslo.
Me senté, encorvado sobre mi escritorio, con mis notas para una
cerveza blood orange ale que estaba deseando elaborar. Tomé algunos
libros de la estantería y los hojeé. Garabateé algunas ideas sobre
variedades de lúpulo o hierbas que podía probar, y al final me decidí
por una malta que equilibrara el amargor natural de la médula de la
naranja.
Mis oídos se agudizaron cuando sentí algo raro, me incorporé y
escuché. Meatball también se dio cuenta. El cuerpo se acostumbraba al
zumbido y al golpeteo del equipo, pero cuando algo cambiaba, lo
notabas.
Volví a escuchar.
―Una bomba apagada.
Meatball asintió.
―Estoy en eso. ―Se apartó de su escritorio para investigar.
Frustrado por mi incapacidad para concentrarme, arrojé el lápiz sobre
el escritorio y me recosté en la silla. Me clavé los talones de las manos en
las cuencas de los ojos. Gran parte de mi vida se había trastocado y,
aunque normalmente encontraba consuelo en la naturaleza precisa y
científica de la elaboración de cerveza y el desarrollo de nuevas recetas,
no podía evitar que mi mente diera vueltas.
Estaba demasiado distraído; mis pensamientos rebotaban entre lo que
fuera que molestara a Sloane, la información sobre mi mamá, la vida
secreta de mi papá, todo eso.
Me pasé una mano por el cabello y suspiré, llamando la atención de
Meatball mientras volvía.
―No puedo hacer esto esta noche.
Sus ojos se entrecerraron.
―¿Todo bien?
No realmente.
―Sí. ―Aparté la mirada y exhalé―. No tengo ni puta idea.
Levantó un hombro.
―Okey. Sabes que lo tengo cubierto aquí. Solo haz lo que tengas que
hacer.
Asentí, agradecido por mi abnegado empleado, y saqué el teléfono del
bolsillo para enviar un mensaje de grupo a mis hermanos.
Era hora de hablar en serio.

Yo: Tenemos que reunirnos... todos. No se los pediría si no fuera importante.


MJ: ¿En la cervecería?
Yo: En algún lugar privado. Royal, ¿podemos vernos en tu casa?
Uno a uno, mis hermanos acordaron reunirse en casa de Royal esa
noche. Incapaz de quedarme quieto, recogí mis cosas y decidí dirigirme
directamente a casa de Royal. El paseo estaba a solo unos tres kilómetros
del pueblo y, dado el magnífico tiempo soleado y la brisa fresca, podría
despejarme antes de enfrentarme a mi familia.
Cuando llegué a la casa de Royal, el sol se estaba ocultando en el cielo
occidental. Su barrio era una tranquila mezcla de casas históricas
antiguas y casas de veraneo de nueva construcción. El camino de
entrada era recto y ordenado y conducía a una casa azul cobalto con una
puerta principal de arco redondeado.
Negué con la cabeza mientras seguía el camino hasta la puerta
principal. Solo Royal podía lucir la valla blanca y las buhardillas -
completadas con jardineras-, teniendo en cuenta su contraste con la
imagen del diablo que mi hermano mostraba al mundo, lleno de
tatuajes. Una parte de mí sospechaba que le gustaba ser inconformista.
Subí los escalones y mis nudillos se posaron en la puerta con fuertes
golpes. Al cabo de un momento, Royal la abrió con una sonrisa,
haciéndose a un lado para invitarme a pasar.
―Hola, pasa. JP ya está adentro. Whip y las chicas están en camino
―dijo.
Bajé la barbilla y me escabullí junto a él. Su casa era luminosa y limpia
y, por primera vez, me di cuenta de lo increíblemente ordenado que era,
pero lo atribuí a que era un soltero que trabajaba en horas raras. Mis
pensamientos se dirigieron brevemente a la constante limpieza de
envoltorios de sándwiches, calcetines y rotuladores que habían
empezado a llenar mi propia casa.
Uno a uno fueron llegando mis hermanos, y la más pequeña, MJ, fue
la última en llegar. Entró como en su casa sin llamar e inmediatamente
se apoyó en la isla de la cocina.
Señaló a través del espacio hacia la sala de estar.
―¿Qué pasa con el trípode?
En un rincón había un trípode alto y negro con un anillo de luz. Todas
las miradas se dirigieron hacia Royal, que se movió en sus botas y se
burló.
―No es nada. Solo filmaba algunas ideas para tatuajes. Garabatos.
―¿En la sala? Ni siquiera hay una mesa para dibujar. ―Los ojos de
MJ se entrecerraron en pequeñas rendijas―. Qué raro.
Él tomó aire y lo soltó con un resoplido.
―Uso un bloc de dibujo. La iluminación es mejor ahí. ¿Por qué tengo
que darte explicaciones?
Lo miré fijamente, notando los grandes ventanales de la cocina y en el
sol de verano que entraba a raudales. Me di cuenta de su mierda, pero lo
que hiciera en su propia casa no era asunto mío.
MJ pareció creerse su excusa, y puso los ojos en blanco ante su tono
impaciente y fraternal.
―Lo que digas. ―Se giró hacia mí―. ¿Qué pasa, Abel? Tus mensajes
me están volviendo loca.
Me metí las manos en los bolsillos.
―Tengo información de John Cannon, el investigador privado. Es...
bueno, la información que tenía era inquietante.
Casi en silencio, nos miramos fijamente mientras yo dejaba que la
seriedad de mi tono calara hondo.
MJ nos miró a cada uno con ojos suaves y preocupados. Sylvie había
recuperado su serena confianza y tenía la barbilla levantada, dispuesta a
resistir cualquiera que fuera la razón por la que nos convoqué a todos.
Whip se paseaba, aparentemente incapaz de contener la energía que lo
recorría. Royal estaba de pie con los brazos tatuados cruzados sobre el
pecho y esperaba mientras JP se metía las manos en los bolsillos de los
pantalones.
No era frecuente que los seis hermanos King estuviéramos juntos en
una habitación. Con los años se hizo evidente que a mi papá le resultaba
más fácil controlarnos si estábamos aislados, incluso entre nosotros.
Pero eso ya se acabó.
―Hay noticias, y también un poco de especulación. ―Miré a cada uno
de mis hermanos―. Pero necesito saber que estamos juntos en esto. Que
podemos confiar los unos en los otros, porque después de esta noche las
cosas van a cambiar.
Mis ojos se posaron en JP, observando cautelosamente su reacción.
Sus duros ojos estaban nivelados y asintió.
―En este momento parece que nuestro papá se casó antes que mamá.
De hecho, tenía familia. ―Los murmullos se extendieron por el grupo,
pero yo seguí adelante―. No hay pruebas de que su matrimonio con
nuestra mamá fuera legítimo. No sé cuánto sabía mamá... pero creo que
se enteró de lo de su esposa o quizá le dio un ultimátum de algún tipo,
no lo sé. Creo que mamá lo presionó demasiado y él hizo desaparecer el
problema.
Sylvie dio un pequeño paso adelante, con el horror brillando en sus
ojos.
―¿Cómo que hizo desaparecer el problema?
Se me revolvió el estómago. Odiaba tener que darle voz a mis
pensamientos más oscuros.
―Creo que hay una posibilidad muy real de que él la matara.
―¡Wow! ―JP levantó las manos mientras varios niveles de shock se
extendían entre mis hermanos―. ¿Me estás tomando el pelo? Esa es una
acusación seria, Abel. No tienes pruebas.
―Tenemos su licencia de conducir ―corrigió Royal.
―Ella no se habría ido, no sin nosotros. ―Los brazos de Sylvie la
rodearon por la mitad―. Como mamá, puedo garantizarlo. Habría
encontrado la forma de llevarnos con ella si le hubieran dado a elegir.
MJ nos miró, con la tristeza pesando sobre sus hombros.
―Quizá no le dio elección, tal vez la asustó lo suficiente como para
hacerla pensar que estábamos más seguros si se iba por su cuenta. Aún
podría estar ahí afuera.
―Es posible ―concedí. Todos experimentamos la ira de mi papá en
algún momento. Tal vez sus amenazas fueron suficientes para forzar su
mano.
―¿Qué hacemos? ―preguntó MJ.
Royal dio un paso adelante.
―Creo que todos estaríamos más seguros si nos distanciamos de
papá. Solo hasta que tengamos más información y resolvamos algunas
cosas.
Una mueca de disgusto sacudió el fondo de la garganta de Sylvie.
―Eso no es problema.
Nuestra hermana fue casi desterrada de la familia King después de
que su relación con Duke Sullivan saliera a la luz. Nuestro papá no
podía entender que los eligiera a ellos antes que a nosotros. Aún así,
apoyamos a Sylvie en silencio, para su disgusto.
―John aún está siguiendo algunas pistas, si hay alguna información
nueva, serán los primeros en saberlo ―dije.
JP asintió lentamente, como si estuviera reuniendo cuidadosamente su
determinación.
―Puedo ponerme en contacto con Veda Bauer. Cuando se trata de
negocios, no hay nadie más hábil -o despiadada-, que ella. Si la mierda
golpea el ventilador, tenemos que estar protegidos. No me extrañaría
que papá usara todo lo que tiene para guardar las apariencias. Si se
entera de que vamos a sus espaldas, buscará sangre.
Todos miramos a JP con una mezcla de sorpresa y asombro. En todos
sus años, nunca se opuso a nuestro papá. En todo caso, era el comodín
del que estaba medio convencido de que se volvería contra nosotros. Si
alguien le daría la mano a papá, sospechaba que sería él.
―¿Cuánto crees que sabe la tía Bug? ―Los ojos tristes de MJ casi me
destrozan.
Whip frunció el ceño y negó con la cabeza.
―Ella no sabe nada de esto. Toda la vida Bug se ha puesto en su
camino para mantenernos a salvo. Nunca quiso trabajar con él ni
participar en los negocios de la familia, pero lo hizo para mantenernos
cerca. No puedo imaginar que supiera todo esto y no hiciera o dijera
nada al respecto. Ella quería a nuestra mamá.
También le gustaba este pueblo. Bug estaba tan ligada a Outtatowner
como cualquiera de nosotros.
Sylvie frunció el ceño.
―Es su hermana. Puede que sepa más de lo que dice.
Una sonrisa de satisfacción se dibujó en los labios de Royal.
―Tú no sabes todo lo que yo he estado haciendo.
Todos giramos la cabeza hacia Royal. Se irguió, dándose cuenta de
que había hablado en voz alta, y se aclaró la garganta.
―¿Qué? Lo único que digo es que la gente puede tener secretos. Es
posible que Bug no lo supiera.
―Tienes razón. ―Whip asintió―. Si sirve de algo, puedo decir con
confianza que cuando Bug descubrió la caja con las cosas de mamá,
estaba visiblemente angustiada. Creo que sabe que había algo muy, muy
malo en que esos objetos se quedaran en el sótano.
Reflexioné sobre esa información. En algún momento, probablemente
tendríamos que meter a nuestra tía en esto. No solo para obtener más
información, sino también para protegerla de nuestro papá.
―¿Estamos de acuerdo? ―Miré a cada uno de mis hermanos a los
ojos―. ¿Estamos juntos en esto hasta que lleguemos al fondo del asunto?
―Juntos ―dijo Whip.
Royal asintió.
―Me apunto.
Sylvie se inclinó hacia él.
―Yo también.
―Sí ―dijo JP.
―Lo mismo. ―MJ estaba a punto de llorar, pero JP le dio unas
palmaditas en la rodilla, y ella le ofreció una sonrisa acuosa.
Y así, los hermanos King se encontraron unidos por primera vez en
décadas.
El sol me daba en la cara mientras hundía los dedos en la tierra del
huerto del patio trasero. Me quité el sudor de la frente y entrecerré los
ojos.
No podía imaginar que la vida fuera mucho mejor que esto.
Hacía una semana que me asusté pensando que Jared estaba en algún
lugar acechando en las sombras. No tenía valor para contarle a Abel mis
temores, ya que las cosas con él parecían ir tan bien. Había una ligereza
en él que nunca vi antes, y una pequeña parte de mí esperaba que fuera
por mí y los niños.
Desde mi pequeño arrebato, no hubo ninguna otra señal -real o
imaginaria-, de que mi ex estuviera cerca de Outtatowner. Nadie
mencionó haberlo visto, y no había tenido la sensación espeluznante que
me punzó la base del cráneo desde aquel día con la cortina de la ducha.
Así que la vida continuó.
Cuando no estaba trabajando, me dedicaba a hablar de la renovación
de la granja y a empaparme de la sencilla vida de pueblo con mis hijos.
Nos tumbábamos en la playa, escalábamos dunas altísimas y comíamos
demasiados helados en el muelle del faro. Yo siempre ofrecía una salida,
pero la mayoría de las veces Abel optaba por acompañarnos, incluso
encontró un autocine a unos treinta kilómetros de Outtatowner, y ni Ben
ni Tillie sobrevivieron a la doble función. Abel me tomó de la mano todo
el tiempo.
Gran desmayo.
Me senté sobre los talones y exhalé. El dolor en el hombro me recordó
lo bien que le sentaba a mi cuerpo un poco de trabajo físico. Sonreí hacia
las alegres hierbas y plantas que se mecían con la suave brisa.
Cuando mi papá vivía, todo lo que conocía era la vida en una ciudad
bulliciosa. Fiestas y eventos y ser vista. Abel me hacía sentir vista de una
manera completamente diferente. A veces me miraba y parecía que lo
que había surgido entre nosotros era hermoso, emocionante y real.
La primera fase de la renovación de la granja estaba en marcha, y yo
contraté a un abogado para que revisara la propuesta que nos envió JP.
Abel me aseguró que podíamos confiar en su hermano, y todos
queríamos que el papeleo se firmara antes de que Russell King se
enterara de que sus hijos estaban investigando la desaparición de su
mamá.
Miré a Abel, que se afanaba con las plantas de lúpulo que trepaban
por un panel.
Me dolía el corazón por todos ellos, pero sobre todo por Abel. Me
contó que le faltaban pocos días para cumplir doce años cuando su
mamá desapareció. La conocía y la amaba. Abel la recordaba de un
modo que los demás no recordaban y, por la tensión en sus hombros, me
di cuenta de que seguía sintiendo su pérdida.
Había sufrido mucho, pero no se había endurecido. No dejaba entrar a
la gente lo suficiente como para que vieran que era mucho más que su
exterior melancólico e imponente.
Lo observé mientras cuidaba atentamente sus plantas y sonreí. Poco a
poco, me dejaba entrar.
Mi teléfono sonó a mi lado, lo que me hizo dar un salto y reírme de mí
misma. En la pantalla apareció Biblioteca Pública de Outtatowner y me di
cuenta de que aún faltaba casi media hora para que recogiera a Ben y a
Tillie de su campamento.
Contesté el teléfono y me lo acerqué a la oreja.
―¿Hola?
―¿Sloane? Soy Emily. ―Su voz era un susurro, y se me erizó el vello
de la nuca.
―Hola, Emily. ¿Están bien los niños? Creía que el campamento
terminaba a las tres. ―Me levanté y me pasé las manos sucias por los
jeans.
―Así es. Están bien, pero... un hombre trató de recogerlos antes, y
tuve un mal presentimiento. Algo estaba mal y yo...
―¿Qué? ¿Quién? Emily, ¿quién recogió a mis hijos? ―Mi voz empezó
a elevarse mientras el pánico se apoderaba de mi pecho.
―No, lo siento. ―La voz de Emily era clara y calmada, pero no hizo
nada para calmar mis nervios―. No le entregué a los niños. El hombre
dice ser su papá. Está muy molesto porque no lo dejé llevárselos. Está
montando una escena.
―¡Voy para allá! ―Prácticamente grité en el teléfono mientras
terminaba la llamada y salía por el patio trasero.
Cuando encontré mi bolso en casa y salí volando por la puerta
principal, Abel ya estaba junto al auto.
―¿Qué pasa?
Mi mente daba vueltas.
―No lo sé. Emily llamó y dijo que alguien trató de recoger a los niños.
Creo que es él. ―Abrí de un tirón la puerta del conductor sin esperar a
que Abel contestara.
Se inclinó hacia mí, sujetándome suavemente del brazo mientras me
miraba.
―Voy contigo. Yo conduzco.
Mi corazón latía con fuerza mientras mi mente tropezaba con el hecho
de que sabía que, con la historia de Abel, conducir lo ponía ansioso. Aún
así, no tenía tiempo para discutir con él, así que le di la vuelta al auto y
me subí al asiento del copiloto.
Abel puso el auto en marcha y se dirigió al pueblo. Por suerte, había
sitio para estacionar. Los neumáticos chirriaron cuando pisó el freno y
luego estacionó el auto. Con pasos ansiosos, me dirigí hacia la biblioteca
sin molestarme en ver si Abel me seguía.
―Sloane, más despacio ―dijo Abel detrás de mí, y me giré hacia él.
―Puedo manejar esto. ―¿Podía?
Levantó las manos en señal de rendición.
―Lo sé. Solo dime lo que necesitas que haga.
Escudriñé su cuerpo. Lo que quería era acurrucarme en él y confiar en
que los niños y yo estábamos a salvo. Levanté la barbilla.
―Voy a enfrentarme a quien quiera que intentara llevarse a mis hijos
sin mi permiso. Si es Jared, se las verá conmigo. Estaré bien.
No miré atrás mientras atravesaba la puerta corredera automática de
cristal. En cuanto entré en la biblioteca, seguí las voces alzadas detrás del
mostrador de circulación.
Jared apareció inmediatamente y se me heló la sangre. Tenía las
mejillas sonrosadas y señalaba con un dedo molesto a Bug King, quien
no parecía impresionada. Emily estaba a su lado con la barbilla
levantada y los brazos cruzados.
Me abalancé sobre ellos.
―¿Qué demonios está pasando?
Las tres cabezas giraron en mi dirección, y una sonrisa aceitosa se
dibujó en la cara de Jared.
―Hola, Lolo.
Puse las manos en las caderas a pesar de que me temblaban las
rodillas.
―No me llames así. ¿Qué estás haciendo aquí, Jared?
Separó las manos y fingió inocencia.
―Solo quería ver a los niños ―señaló a las mujeres―, pero estas dos
los tienen bajo llave.
―Tengo una orden de restricción, no puedes estar aquí. ―Mis
palabras eran seguras, pero el temblor de mi voz me traicionó.
Jared resopló y levantó un dedo.
―Corrección. Tienes una orden de restricción en California. Es válida
en Michigan siempre y cuando la registres, pero no lo hiciste, ¿verdad,
Lolo?
La sangre se drenó de mi cara. Mierda.
Tenía la impresión de que mi orden de restricción era un documento
federal y nos protegería automáticamente; fue lo que me dijo mi
abogado en California.
―Mírate, Lolo. ―Su mano me señaló―. Cubierta de mugre y
viviendo en este pueblo de mierda. Necesitas que te cuiden... lo sabes.
Se me revolvió el estómago. Jared siempre tenía una forma astuta de
rebajarme y hacerme sentir débil. Me pasé las manos manchadas de
tierra por los jeans, luchando por encontrar fuerza en mi voz.
Su sonrisa enfermiza se ensanchó, sabiendo que ya me estaba
derrumbando.
―Creo ―dio un paso adelante, acercándose a mi cara mientras su
mano rodeaba mi bíceps―, que quizá no registraste la orden de
restricción porque, en el fondo, sabías que te encontraría y, pasado un
tiempo, lo solucionaríamos todo. Como la última vez.
Su aliento rancio flotó en mi cara mientras jalaba para liberarme de su
agarre.
―Si quieres conservar ese brazo, te sugiero que quites las manos de
encima de mi jodida esposa. ―El estruendo de la voz de Abel detrás de
mí hizo que me recorrieran escalofríos por la espalda.
Todas las miradas se giraron hacia él y me quedé helada. Nunca había
visto a Abel con un aspecto tan sombrío y amenazador como el que tenía
en la biblioteca, mirando fijamente a mi ex esposo. De sus poros
irradiaba una furia apenas contenida, mientras apretaba los puños y
tensaba los hombros.
Si las miradas mataran, Jared sería hombre muerto.
Con un movimiento agresivo, Jared me soltó el brazo y yo retrocedí
un paso, frotándome el lugar donde su mano me había agarrado con
demasiada fuerza.
―Perra estúpida. ―El veneno salió de la boca de Jared―. Oí los
rumores y pensé: “No. Ella nunca sería tan tonta”. Supongo que me
equivoqué.
―Voy a llamar a la policía. ―Emily ya tenía el teléfono en la oreja y
estaba marcando.
Mis ojos rebotaban entre los hombres. Abel no necesitaba ningún
problema, y si las cosas se intensificaban, podría estar en una situación
muy complicada, dado su pasado.
―No, está bien.
―¡Mamá! ―La voz alegre de Tillie rompió la tensión cuando ella y el
resto de los campistas bajaron las escaleras. Corrió hacia adelante, pero
se cortó cuando su atención se posó en Jared. Sus ojos se abrieron de par
en par por el miedo.
Jared se agachó frente a ella.
―Hola, Tillie. ―Señaló hacia sí mismo―. Ven a saludar a tu papá,
cariño.
Tillie dio un tímido paso atrás antes de pegarse al costado de Abel. La
rabia se apoderó de los ojos de Jared mientras observaba cómo la mano
protectora de Abel frotaba la espalda de Tillie.
Ben salió de entre el grupo de niños que Emily había apartado de la
escena y le abrí los brazos.
―Ven aquí, Benny. Está bien.
Con pasos de madera y ojos asustados, Ben vino hacia mí.
―Tengo derecho a ver a mis hijos. ―Los dientes de Jared rechinaron
mientras me señalaba―. Esto no ha terminado.
Abel dio un paso adelante, colocándonos a los gemelos y a mí detrás
de él en un movimiento fluido.
―¿Quieres terminarlo en este momento?
Me acerqué y agarré sus bíceps duros como piedras.
―Abel. ―Mi voz era un susurro áspero.
Una advertencia.
Un ruego.
Sus fosas nasales se dilataron mientras se tensaba por la indecisión.
―Aléjate de mi esposa y mis hijos. Si oigo siquiera un susurro de tu
nombre en este pueblo, eres hombre muerto.
Por la puerta entraron Amy King y otro agente de policía.
―Departamento de Policía de Outtatowner. ¿Cuál parece ser el
problema, primo? ―Los ojos agudos y evaluadores de Amy captaron la
tensa situación a pesar de su tono relajado.
Jared señaló a Abel con el dedo.
―Este hombre -un delincuente, algo importante-, acaba de
amenazarme de muerte. Ya lo escucharon. ―Señaló a su alrededor―.
Todos lo escucharon.
Amy se encogió de hombros.
―Yo no escuché nada. ―Miró más allá de Jared hacia Bug―. ¿Y tú?
―Creo que Abel le estaba dando indicaciones para salir del pueblo.
―Bug sonrió y levantó un hombro―. Al menos, eso es lo que escuché.
Amy frunció los labios.
―Para mí tiene mucho sentido. ―Señaló a su compañero y luego miró
a Jared―. Si viene con nosotros, señor.
Rodeado de residentes de Outtatowner, Jared debió de saber que
estaba jodido. Con furia en los ojos, se escabulló hacia adelante mientras
el otro agente lo escoltaba fuera.
Amy palmeó el hombro de Abel.
―Mantén la calma, primo. Sacaremos la basura.
Abel se limitó a asentir escuetamente.
―¿Podemos irnos a casa, mamá? ―La voz de Tillie se quebró
mientras me miraba.
―Sí. ―Mi risa era aguada mientras señalaba mis manos sucias y mi
muslo manchado de tierra―. Mírame. Soy un desastre.
Mis manos encontraron la cara de mi pequeño.
―¿Estás bien, Benny? Sé que fue inesperado.
Los hombros de mi hijo se enderezaron.
―Estoy bien. No tengo miedo cuando Abel puede mantenernos a
salvo.
Me dio un vuelco el corazón mientras miraba a mi esposo.
―Okey. Vámonos a casa.

Una vez de vuelta en casa, animé a los niños a jugar en el patio para
poder colarme en el dormitorio y mantener una conversación privada
con su terapeuta. Me aseguró que los niños son resistentes y, al final, los
mantuvimos a salvo y los tranquilizamos. Aun así, el plan era tener más
sesiones a lo largo de la semana para asegurarnos de que los niños
estaban superando la nueva situación con mi ex esposo.
Mi segunda llamada fue al juzgado del condado de Remington para
registrar mi orden de restricción en el estado de Michigan. Seguía
castigándome por el descuido. Supuse que mi orden de restricción se
extendería más allá de las fronteras estatales. Una rápida búsqueda en
Google me aseguró que se haría cumplir; solo tenía que asegurarme de
que el estado tuviera conocimiento de eso.
Pasé el resto de la tarde como una muñeca de madera. Abracé a los
niños, sonreí aunque tenía ganas de llorar e hice todo lo que pude para
crear una noche tranquila y apacible. Cuando llegó la hora de acostarme,
inhalé con fuerza, aguantando el escozor de la nariz y con la esperanza
de no llorar.
Llamé suavemente a la puerta de Tillie antes de entrar. Ella sonrió
dulcemente desde debajo de las sábanas, le devolví la sonrisa y me senté
a su lado en la cama. Cuando pasé el brazo por encima para abrazarla,
sentí un objeto duro, oculto bajo su edredón.
―¿Qué es esto? ―pregunté, acariciando el duro bulto.
Tillie sonrió y susurró:
―Estaba dibujando.
―¿Puedo ver?
Tillie se incorporó y sacó su grueso bloc de dibujo debajo de las
sábanas. Inclinó la página hacia mí.
―Somos nosotros.
Se me llenaron los ojos de lágrimas. Éramos nosotros. En el estilo de
dibujos animados que había adoptado últimamente, podía distinguir
claramente a Ben, Tillie, Abel y yo. Uno al lado del otro, sonreíamos
desde su dibujo, excepto Abel. No lo había dibujado sonriendo, sino que
había plasmado a la perfección una pequeña mueca reticente en la
comisura de los labios.
Sacudí la cabeza.
―Me sorprendes. Esto es genial. ―Las yemas de mis dedos flotaron
sobre los detalles que había incorporado.
―Mamá, ¿Abel y tú están casados?
Busqué su rostro, pero no me miraba a los ojos. Su mirada estaba fija
en el dibujo.
Exhalé. Se merecía la verdad.
―Sí, cariño. Abel y yo decidimos casarnos para ayudarnos
mutuamente. Es un poco complicado... cosas de adultos.
Ella se encogió de hombros.
―Okey.
Una pequeña risa burbujeó en mi pecho.
―¿Ya está? ¿Eso es todo? ―Noté su pequeño ceño fruncido―. No
pareces muy feliz.
Tillie frunció el ceño.
―Bueno... me habría gustado ir, me habría puesto un vestido de
fiesta.
Se me hinchó el corazón y le acaricié el cabello con una mano.
―Si te hace sentir mejor, yo tampoco llevaba vestido.
Me miró con horrorizada incredulidad.
―¿Por qué no?
―¿Recuerdas cuando dije que los amigos se ayudan mutuamente?
Bueno... nuestro matrimonio fue sobre todo para ayudarnos
mutuamente. ―Tragué más allá del nudo que se expandió en mi
garganta.
―Pero tú lo amas. ―Sus palabras eran tan seguras.
Con una pequeña carcajada, reacomodé sus mantas.
―Okey, gallina. Hora de dormir.
Tillie se escurrió hasta quedar recostada sobre la almohada con las
mantas recogidas bajo la barbilla.
Le besé la nariz y me sonrió.
―Él también te ama, ¿sabes?
La simple confianza de su afirmación me hizo reflexionar, y estudié
sus ojos pesados y su sonrisa soñolienta mientras le acariciaba el cabello.
―¿Qué te hace pensar eso?
Tillie ni siquiera dudó.
―Él te observa. Te observa y sonríe.
El calor me recorrió el pecho.
―Huh ―me ahogué―. Supongo que nunca me había dado cuenta.
―Intenté respirar, y fue casi imposible.
Tillie cerró los ojos somnolientos y se acurrucó más entre las sábanas.
―Me alegro de que sea nuestro nuevo papá. Benny también. Ya
hemos hablado de eso.
Me quedé mirando a mi dulce hijita como si no acabara de sacudir
todo mi universo. Me tapé la boca con la mano para ahogar el sollozo
que amenazaba con escaparse.
Sintiéndome valiente, me acerqué a su oído.
―¿Puedes guardar un secreto?
Sus ojos se abrieron de par en par y asintió.
―Sí lo amo ―susurré―. Solo que aún no se lo he dicho.
Tillie sonrió.
―Lo sabía.
―Okey. Hora de dormir, cariño. ―Le di unas palmaditas en la
espalda cuando por fin cerró los ojos y se acurrucó en la cálida cama. Su
visión del mundo era tan simple y pura. Era demasiado inocente para
saber nada de matrimonios falsos y sentimientos complicados y no tan
falsos.
Él te observa y sonríe.
Se me formó un nudo en la garganta mientras la amenaza de las
lágrimas me cosquilleaba la nariz. Observé cómo se relajaba el cuerpo de
Tillie mientras se quedaba dormida, con la esperanza de que en algún
lugar de su inocente visión del amor hubiera un hilo de verdad y él
realmente me correspondiera.
El día tenía que acabar de una puta vez.
Me froté el hombro mientras miraba las cajas de whisky recién
embotellado. El mercado de Michigan funcionaba sin problemas, gracias
a mi equipo y a nuestro duro trabajo. El objetivo de la empresa era
expandirse a Illinois, concretamente a Chicago, y había que trabajar
mucho para preparar el mercado y estar listos para la distribución.
Pero lo habíamos hecho.
Revisé el recibo y lo cotejé tres veces con la hoja de mi portapapeles.
Los diecisiete palés saldrían por la mañana y viajarían de Kalamazoo a
los bares, restaurantes y licorerías de la zona de Chicago. Todavía había
que empaquetar, etiquetar y enviar otros veinticinco antes de que
terminara la semana, pero al menos habíamos conseguido que el primer
envío estuviera listo por la mañana.
Todo lo que hizo falta fueron siete brutales horas extras.
―Lo tenemos ―le dije a los empleados―. Vamos a envolverlo y
largarnos de aquí.
En el centro de distribución resonaron vítores a medias. Ayudé a
apagar los equipos y a recoger antes de apagar las luces del almacén.
Una mano se posó en mi hombro.
―Abe, algunos de nosotros vamos a Remy's a tomar una cerveza. ¿Te
apuntas?
Detrás de él sonó una ovación.
―¡Jodidamente vamos!
Sacudí la cabeza.
―No cuenten conmigo esta noche. ―El papel de lija cubrió mis
párpados mientras me pellizcaba el puente de la nariz. Solo quería
cobrar mi cheque e irme a casa. No era ningún secreto que este trabajo
no era más que un medio para conseguir un fin.
―Si tú lo dices. ―Mi empleado sin rostro miró su reloj y se burló―.
Nos vemos en cinco horas.
Me rechinaron los dientes. Este trabajo me estaba matando.
En el estacionamiento, saludé por encima del hombro a los hombres
que salían del almacén y subí a mi camioneta. Exhalé cuando el motor se
puso en marcha. El brillo de los faros se me clavó en el cerebro y gemí
contra la luz penetrante.
Salí del estacionamiento y me dirigí a casa. La autopista estaba
desolada e inquietantemente silenciosa. Bostecé y me acomodé en el
asiento. Me ardían los ojos.
Sacudiéndome otro bostezo, bajé la ventana del conductor y aspiré el
aire fresco del amanecer. Miré por el parabrisas hacia el cielo cubierto de
tinta y no vi ni una estrella.
La autopista 131 pasó a mi lado. Me quedé mirando las líneas
mientras se transformaban de cuatro carriles a una carretera rural de dos
carriles. Cada kilómetro estaba más cerca de casa. De mi cama.
Me acomodé en el asiento y apreté el volante mientras sonaba música
de fondo. Mis neumáticos creaban un ruido rítmico al rodar por la
carretera.
Mi cabeza se sacudió.
Un destello de luz.
Jalé el volante hacia la derecha para evitarlo.
Mi cuerpo se arrugó al sentir el peso del impacto.
El chirriante gemido del metal retorcido llenó mis oídos.
Reboté cuando mi camioneta se desvió y luché por mantener el
control. Finalmente, el parachoques delantero se estrelló contra la cuneta
y mi cuerpo salió despedido hacia adelante ante la parada repentina. Me
dolía el hombro y mi mente se apresuraba a comprender lo que acababa
de pasar.
Las luces parpadeaban en mi salpicadero y el olor a productos
químicos flotaba en el aire nocturno mientras columnas de humo espeso
salían de debajo del capó de mi camioneta.
Con un gemido, me desabroché el cinturón. Mi hombro estaba jodido,
apenas pude desabrocharme el cinturón de seguridad. Necesité mucha
fuerza para empujar la puerta y, cuando por fin cedió, caí al suelo.
La tierra y la grava me mordían las rodillas mientras intentaba
orientarme. Cuando levanté la vista, tratando desesperadamente de
averiguar qué pasó, lo vi.
Un pequeño auto azul en mi lado de la autopista.
Al revés.
Una rueda giraba mientras yo miraba.
Me arrodillé y luego me puse de pie.. Las marcas negras de los
neumáticos marcaban la superficie de la carretera. A mi derecha, la vi.
El cuerpo de una mujer estaba torcido sobre la hierba, tenía la cara
inclinada hacia la luna llena. Su largo cabello se extendía alrededor de la
cabeza y ya estaba cubierto de sangre. Cuando llegué hasta ella, se me
doblaron las rodillas.
Sloane.
Esto no está bien. No. Esto no es lo que pasó. Por favor, no.
―¡Sloane! Mierda. Por favor. No. No, no, no, no. ―Temeroso de
tocarla, mis manos se cernían sobre su cuerpo roto.
La mujer que amaba me miraba fijamente con una lágrima
deslizándose por sus ojos. Su voz apenas era un susurro cuando dijo:
―Por favor. Sálvalos. Por favor.
Se me revolvió el estómago.
Esto no es posible. Esto no es lo que pasó.
Mi atención se centró en el auto volcado y en la silueta de un pequeño
zapato que asomaba entre la hierba alta.
Corrí hacia la figura y caí de rodillas cuando me di cuenta de que Ben
y Tillie estaban juntos, tomados de la mano en la hierba con los ojos
cerrados.
Llegué demasiado tarde.
Otra vez.
Yo hice esto.
Otra vez.
Un grito de angustia me desgarró el pecho. Sollocé
incontrolablemente cuando el agudo mordisco de unas esposas
metálicas se cerró alrededor de mis muñecas.
―¡Abel! ―La voz de pánico de Sloane me devolvió de golpe a la
realidad. Me sobresalté, desorientado, sudoroso y confundido.
Su voz se suavizó cuando me puse en pie.
―Abel, shhh. No pasa nada.
Observé confundido cómo Sloane se arrastraba hasta ponerse de
rodillas en medio de la cama. Miré a mi alrededor, evaluando mi
entorno.
Mi casa.
Mi cama.
Mi mujer.
La claridad se abrió paso a través de mi confusión cuando me di
cuenta de que la horrible escena que había vivido era una pesadilla, una
repetición del accidente, solo que esta vez con Sloane y los niños. Se me
revolvió el estómago y tuve que respirar a través de la oleada de náuseas
que me invadió.
Sloane tenía sus ojos color avellana muy abiertos y las manos en alto.
―Está bien. Está bien. Creo que tuviste un mal sueño.
Me abalancé sobre ella con lágrimas en los ojos y acuné su rostro. Me
tomé una fracción de segundo para estudiar sus rasgos preocupados
antes de que mi boca se estrellara contra la suya.
El corazón me latía con fuerza y mi respiración se entrecortaba. Apoyé
mi frente en la suya.
―Tú estás bien. Los gemelos están bien.
Su mano frotó arriba y abajo la parte exterior de mis brazos.
―Estamos bien. Están durmiendo en sus habitaciones. Yo estoy aquí
contigo. Estás a salvo.
La miré a los ojos. La sostuve a una distancia prudente y miré por
encima de su cuerpo para asegurarme de que no estaba rota, de que no
le había hecho daño.
Satisfecho de que realmente fue un sueño, exhalé una respiración
temblorosa.
―Lo siento mucho.
―Estás bien ―me tranquilizó―. Estabas dando vueltas en la cama y
luego... hiciste ese ruido. ―Tragó con fuerza y sacudió la cabeza―.
Nunca había oído nada tan desgarrador.
―Estoy bien. ―Respiré a través de una nueva oleada de pánico―. Si
tú estás bien, yo estoy bien.
Sloane se apartó del centro de la cama y retiró las mantas.
―Ven. Acuéstate conmigo.
Sin mediar palabra, hice lo que me dijo y me metí en la cama a su
lado.
Sus dedos me acariciaban suavemente el brazo mientras yo miraba su
hermoso rostro.
―¿Quieres hablar de eso?
No.
La garganta se me llenó de brasas al tragar.
―Era el accidente. A veces sueño con eso, solo que... solo que esta vez
era diferente. En vez de la mamá y su hijo, eras tú y los niños.
Su rostro se contrajo.
―Oh, Abel. Lo siento mucho. ―Me acarició la cara con los dedos y
cerré los ojos―. Te prometo que estamos bien. Estamos a salvo contigo.
Quería creerlo. Necesitaba creer que podía mantener a Sloane, a Ben y
a Tillie a salvo. No podía perder el control, eso fue cuando todo se fue a
la mierda, pero mi pasado nos perseguía en más de un sentido. Primero
la pesadilla, pero también con Jared.
Me dolía el pecho.
―Estoy preocupado ―admití finalmente.
―¿Sobre qué?
―Él sabe lo de mi condena, hizo un comentario fuera de lugar al
respecto en la biblioteca. Ya estaba molesto por nuestra relación, pero ¿y
si usa mi pasado para...?
―Shh. Está bien. ―Los ojos de Sloane se clavaron en los míos sin
vacilar―. No importa. Te lo prometo.
Sus palabras eran seguras, pero la preocupación me corroía las
entrañas. Jared no parecía el tipo de hombre que dejara pasar las cosas.
Me recordaba a mi papá en ese sentido: dispuesto a hacer lo que hiciera
falta para ganar.
La rodeé con los brazos y la atraje hacia mí. Enterré mi cara en su
cabello y la respiré.
Te necesito.
No puedo dejarte ir.
La emoción me desgarraba. Todo lo que nunca pensé que fuera
posible me rodeaba entre los brazos. Sloane me lo había dado todo a
pesar de que no me lo merecía.
Mis manos bajaron por su espalda. Me había robado otra de mis
camisetas para que le sirviera de pijama, y le acaricié el dobladillo. Sus
piernas se movieron entre las mías mientras gemía suavemente. Sus
suaves labios me apretaron el cuello y yo tarareé de placer.
Me moví, moviendo a Sloane debajo de mí para poder verla.
Sentirla.
Con mi peso presionándola contra el colchón, la miré fijamente. Su
suave cabello se agitaba alrededor de su cabeza mientras me miraba.
Mi mano se deslizó por su costado, amoldándose a cada una de sus
curvas. Mi polla se engrosó al presionar mis caderas contra ella. Le subí
la camiseta por la cabeza, dejándola desnuda debajo de mí. Su piel
resplandecía a la suave luz de la luna.
―Estás radiante.
Mis dedos apenas rozaron su vientre y bajaron por su muslo. Sus
caderas se inclinaron hacia arriba, suplicando más en silencio.
―Abel.
Mi corazón palpitaba mientras memorizaba cada colina y cada valle
de su cuerpo, cada lugar en el que quería desaparecer para explorar. Le
tomé un pecho y lo apreté suavemente mientras su pezón se estremecía
bajo mi palma. Fui subiendo con dolorosa lentitud. Liberé mi polla y
dejé que el calor de su coño me calentara. La dureza de mi miembro la
presionó sin penetrarla. Palpitaba contra su calor y mi polla pedía más.
Mi palma se deslizó por su cuello y sujetó suavemente su rostro,
deseando que me mirara.
Sus largas pestañas bajaron y subieron cuando su mirada encontró la
mía.
―No merezco esta vida contigo. Lo sé.... ―Sus labios se separaron
para discutir, pero seguí adelante―. No lo merezco, pero necesito que
sepas que lucharé por ti. Mi derecho a la felicidad -la luz de mi alma-,
murió en aquella carretera oscura, pero de algún modo, tú me devolviste
a la vida.
Tragué con fuerza y luché por encontrar el valor para decirle
exactamente lo que intentaba transmitirle desesperadamente.
―Te amo.
Sloane jadeó cuando me moví y penetré su coño caliente y húmedo. Se
aferró a mí mientras entraba y salía de ella, golpeando con mis caderas y
deleitándome con la forma en que sus brazos y piernas me sujetaban.
La adoré con todo lo que se merecía, llevándola a la cima antes de
frotar mis caderas contra ella y darle todo lo que necesitaba para
correrse. Sloane gritó y me jaló más cerca.
Con sus miembros rodeándome, bombeé mi esperma dentro de ella,
llenándola hasta que mi semen se filtró más allá de mi polla y bajó por
su muslo. Mi corazón latía al ritmo del suyo mientras nuestros pechos,
bañados en sudor, se apretaban el uno contra el otro.
Saciado y entusiasmado, me separé de ella y miré su hermoso rostro.
Una suave sonrisa se dibujaba en sus labios y tenía los ojos cerrados.
Estudié a mi esposa, adorando cada peca y cada poro.
Una lágrima silenciosa se deslizó entre sus pestañas cerradas. Estiré el
pulgar para limpiarla mientras el pánico me recorría la espalda.
―Oye, bebé, ¿por qué lloras? ¿Te lastimé? ¿Qué te pasa?
Su cabeza se movió hacia un lado.
―En absoluto. Es que... yo también te amo. Demasiado. ―Abrió los
ojos y buscó los míos―. No quiero divorciarme de ti. ―Su risa acuosa
llenó la oscura habitación y mi abrazo se hizo más fuerte.
El tierno hematoma de mi corazón palpitaba mientras la abrazaba.
―Eres mi esposa. Si me salgo con la mía, nada va a cambiar eso.
Mis palabras sonaban ciertas, a pesar del titubeo de incertidumbre que
arañaba mi cerebro. Mi intuición me decía que nada en mi vida estaba
destinado a ser tan fácil. Así de puro o simple. Era solo cuestión de
tiempo que el martillo oscilara y mi pasado se lo llevara todo.
El cálido sol de la mañana entraba por las ventanas de la cocina. Miré
a Abel, que estaba ocupado sirviendo el desayuno a los niños. Ben y
Tillie estaban sentados en la isla, Tillie con su bloc de dibujo al lado, Ben
charlando mientras Abel sacaba tostadas francesas de la plancha.
Miré el logotipo de Abel's Brewery en mi camiseta y sonreí. Hoy se
haría oficial la compra de Abel's Brewery. Al final de la jornada laboral,
Russell King ya no controlaría el negocio de Abel.
Lo hicimos.
―¡Buenos días! ―Chirrié con una sonrisa soleada.
―Hola, mamá. ―Tillie no levantó la vista de su boceto, y Ben
continuó su conversación unilateral mientras Abel escuchaba.
Cuando se giró, Abel se detuvo y se quedó mirando.
El calor y la pasión se encendieron en sus ojos. Llevaba una simple
camiseta y unos leggins negros, pero Abel me hacía sentir como si fuera
la mujer más hermosa que había visto nunca. Un cálido rubor subió por
mis mejillas.
Mis ojos bajaron y volvieron a subir, solo para encontrarme con que él
seguía mirándome. Rodeé la isla y le di un beso en la mejilla. Nunca
habíamos sido abiertamente cariñosos, y Abel se detuvo en seco.
―Buenos días. ―Le sonreí y me giré para tomar un plato y evitar que
mi rubor aumentara.
Mi casto beso no pareció hacer mella en los niños. Tillie seguía
dibujando y Ben revivía la película de miedo que les dejé ver anoche.
Él golpeó el brazo de su hermana.
―¿Te acuerdas de la bruja? Hombre, era asquerosa...
―No quiero hablar de eso ―se quejó Tillie―. No me gustan las
películas de miedo.
―¿Tuviste una pesadilla? ―le pregunté a mi hija, apartándole un
mechón de cabello de la cara.
Sacudió la cabeza y siguió trabajando en silencio en el sombreado de
su dibujo.
―¿Alguna vez tienes pesadillas, Abel? ―preguntó Ben durante su
flujo de conciencia.
La pregunta flotó en el aire mientras miraba a Abel. Dejó de emplatar
la tostada francesa y se le formó una profunda línea entre las cejas.
Asintió lentamente mientras miraba a Ben.
―Sí. ―Levantó un hombro―. A veces.
―¿De qué tratan? ―preguntó Ben.
―Ben ―le reñí. Sabía a qué se debían las pesadillas de Abel y, desde
luego, no quería contárselas a un entrometido de siete años durante el
desayuno.
―Está bien ―dijo Abel, girándose hacia Ben―. Una vez tuve un
accidente y una mujer resultó herida. Su hijo pequeño murió.
Normalmente, si tengo una pesadilla, es sobre eso.
Ben tenía sus ojos muy abiertos e inocentes clavados en Abel, como si
supiera que hizo algo malo al sacar el tema.
―Oh.
Abel cruzó la isla para apretar el hombro de Ben y asegurarle que no
hizo nada malo siendo curioso.
―Está bien, amigo. Puedes preguntarme cosas, y siempre seré sincero
contigo.
Reconfortado, los ojos de Ben se desviaron hacia mí, y le ofrecí una
suave sonrisa y un gesto de tranquilidad.
Abel deslizó un plato delante de Ben y otro cerca de Tillie.
Ben dio un bocado enorme y la miel goteó sobre el plato. Alrededor de
su bocado, continuó:
―Mi terapeuta dice que los malos sueños son normales y la forma que
tiene nuestro cerebro de enfrentarse a las cosas. ¿Eso dice tu terapeuta?
Abel me preparó un plato y lo depositó frente a mí antes de dejar caer
un suave beso sobre mi frente.
―Eh... no tengo terapeuta, amigo.
Ben tarareó mientras fruncía el ceño sobre su comida.
―Oh... bueno, tal vez deberías.
Se me escapó una carcajada mientras reflexionaba sobre la franqueza
de mi hijo. Me tapé la boca con la mano y miré disculpándome a Abel.
Como si fuera totalmente imperturbable, una sonrisa se le enganchó
en la comisura de los labios.
―Puede que tengas razón, quizá debería hablar con alguien. ―Tomó
un bocado de tostada francesa antes de hacer un gesto hacia el plato de
Ben―. Come y me cuentas lo que te gusta.
Abel me miró y me guiñó un ojo. Casi me estallan los ovarios al ver lo
a gusto que estaba con mis hijos. De algún modo habíamos formado un
cálido capullo del que no quería salir. Mis ojos se dirigieron a sus labios
cuando sonrió y me dijo te amo.
Mi corazón dio un vuelco sobre sí mismo. Abel estaba lleno de
sorpresas.
―Come. Tu mamá y yo tenemos un gran día hoy. Creo que esta noche
podemos celebrarlo. ―Se giró hacia mí―. Tal vez podamos dejarlos
montar por la granja un rato.
Tenía planes más tarde por la mañana para reunirse con JP y ultimar
todo con el negocio. Me picó un punto sensible en el pecho que Abel
quisiera compartirlo con su hermana.
Sonreí.
―Llamaré a Sylvie y lo arreglaré.
Me hizo muy feliz que por fin las cosas se pusieran en su sitio para los
chicos King. Sylvie siempre quiso que sus hermanos tuvieran una
educación normal con papás estables, al menos podríamos hacer eso con
nuestros hijos.
Nuestros.
Era dolorosamente fácil ver cómo se desarrollaba ante mí una vida
con Abel. Una parte de mí se preguntaba si alguna vez querría tener sus
propios hijos. Rara vez dejaba que mi mente soñara despierta, pero
mientras lo veía compartir un desayuno informal con mis hijos, no podía
evitar preguntarme cómo se vería con nuestro bebé en brazos.
Flotando en una nube, la mañana no podía ser más mundana.
Era absolutamente perfecta.

A la hora de comer, Abel aún no había vuelto de su reunión con JP, y


yo me moría de curiosidad. Mi abogado nos aseguró que el proceso era
bastante sencillo y que, con el papeleo adecuado, todo iría sobre ruedas.
Aun así, estaba ansiosa por ver a Abel y que me confirmara que todo
había salido bien.
Distraída, senté a unos cuantos clientes interesados en pedir el
almuerzo. Entró una mujer sola y encontró sitio en una mesa alta cerca
de la barra.
Le sonreí amablemente y le acerqué el menú.
―Bienvenida a Abel’s Brewery. Soy Sloane, y seré tu mesera hoy.
¿Puedo prepararte una bebida o estás esperando a otra persona?
La mujer tenía el cabello oscuro y los ojos azules como el hielo.
Aunque sus rasgos eran severos, había una suavidad en los bordes
cuando sonreía.
―¿Señorita Robinson?
―Oh, puedes llamarme Sloane. ―Sonreí alegremente, pero solo para
tapar la pequeña campana de alarma que sonaba en mi cabeza. ¿Cómo
sabe esta extraña mi apellido?―. ¿Qué puedo hacer por ti?
La mujer se puso de pie.
―¿Eres Sloane Robinson?
―Esa soy yo. ―Me miró de arriba abajo, observando mi camiseta de
la cervecería y mis sencillos leggins. Un destello de algo cruzó su rostro:
¿compasión, tal vez? La mujer sacó de su bolso de cuero un grueso sobre
de papel manila y me lo puso en las manos―. Has sido notificada.
El sobre pesaba en mis manos. Me quedé mirando a la mujer mientras
se ponía unos lentes de sol y salía de la cervecería sin mirar atrás.
Las palabras Personal y Confidencial se estampaban en tinta roja en el
anverso.
―¿Todo bien? ―preguntó Reina detrás de la barra mientras su mano
se movía en rítmicos círculos por la encimera de madera para limpiarla.
―Sí. ―Mi mirada se desvió brevemente hacia ella antes de volver al
sobre―. Creo que sí.
Deslicé con cuidado el dedo bajo el sello para abrirlo. Deslicé la pila de
papeles del sobre y me quedé mirando las gruesas y cuadriculadas
letras. Mis ojos recorrieron el documento legal mientras el corazón me
latía y el pánico se apoderaba de mi garganta.
Debido a cambios legítimos en las circunstancias, entre los que se incluyen
los que se exponen a continuación, se justifica la modificación de la presente
disposición de custodia y se debe otorgar al papá JARED HANSEN la custodia
física exclusiva y principal de los hijos menores.
La sangre se me escurrió de la cara al no poder procesar la
información. Mis ojos recorrían las páginas tratando de entender la jerga
jurídica que tenía delante.
En apoyo de la petición de JARED HANSEN de que se dicte una Orden
provisional de cambio de custodia, JARED HANSEN declara:
a. Los hijos menores fueron sometidos a un traslado desde su domicilio
familiar en California a una cabaña de una habitación en Outtatowner,
Michigan, en la que compartían con su mamá y un varón desconocido, no
familiar.
b. Los hijos menores fueron después sometidos a un traslado adicional cuando
la mamá SLOANE ROBINSON contrajo matrimonio con un varón
desconocido, Abel King, para quien trabajaba. [Prueba A]
c. La mamá y los hijos menores permanecen en el hogar de Abel King, a pesar
de la condena por delito grave que forma parte de su historial delictivo violento
y negligente. [Prueba B]
Palidecí cuando el chasquido de los vasos y el olor granuloso de la
cervecería se hicieron más cercanos, y el negro se filtró por los bordes.
Mi sangre zumbaba entre mis oídos mientras leía los papeles una y otra
vez.
Custodia física exclusiva y principal de los hijos menores.
Nada de esto parecía real.
El Papá Demandante JARED HANSEN está actualmente empleado, puede
proporcionar a los hijos menores un hogar más adecuado, mejor escolarización y
educación, mejor apoyo financiero y estabilidad, y mejor supervisión y
orientación sobre los hijos menores si la custodia se modificara para
proporcionar al Demandante la custodia física sobre los hijos menores.
El papá demandante solicita que este asunto se remita a un abogado para su
investigación y recomendación.
Él venía por mis hijos.
Se me doblaron las rodillas y empecé a caer.
No podía imaginar que la vida fuera mucho mejor. Demonios, ya me
estaba dando más de lo que merecía.
Una vez que JP y yo finalizamos el papeleo, ya era oficial. Abel’s
Brewery era mía.
Bueno, técnicamente Sloane era un socio silencioso con la mayoría de
la propiedad, pero yo había pagado mi deuda con King Equities. No
podría haberlo hecho sin Sloane, y planeaba hacer todo lo que estuviera
a mi alcance para compensarla, financieramente y de cualquier otro
modo.
No le debía nada a Russell King.
Yo era libre.
Al salir de la oficina de JP, di un paseo por la calle principal. Los
pájaros gorjeaban alegres canciones mientras mis largas zancadas
golpeaban la acera. Un trío de mujeres estaba afuera de una tienda de
ropa. Una me miró con los ojos muy abiertos y, en lugar de voltear hacia
abajo, me limité a tocarme con los dedos el ala de la gorra de béisbol.
―Señorita.
Detrás de mí estallaron risitas y murmullos. Apreté la mandíbula para
evitar sonreír. Durante años, tuve la sensación de llevar mi pasado a
cuestas como una marca. Todos sabían lo que había hecho y me temían.
Me juzgaban.
Durante mucho tiempo sentí que me merecía sus susurros escépticos y
sus miradas recelosas, pero poco a poco fui sintiendo el cambio. Una
pequeña chispa de esperanza floreció en mi pecho al pensar que quizá
no me rechazaban tanto como creía. Quizá si no fuera tan cerrado, la
gente de mi pueblo me vería de otra manera.
Levanté la vista y vi los ojos temerosos de una anciana que seguía mis
movimientos.
Bueno, tal vez no.
Sin inmutarme, me abrí paso entre turistas y pueblerinos mientras
disfrutaba de mi paseo por el centro. Al pasar por delante de King
Tattoo, me asomé al gran escaparate y vi a Royal detrás del mostrador y
a mi hermana menor MJ sentada encima con las piernas colgando
mientras le hablaba al oído. Me giré y entré en el estudio de tatuajes.
Sus cabezas se levantaron al mismo tiempo, y les ofrecí una sonrisa a
modo de saludo.
―¿Qué te pasa en la cara? ―Royal preguntó inmediatamente.
El dorso de la mano de MJ aterrizó en su pecho con un golpe seco.
―Cállate. Está sonriendo, idiota.
―Oh, sí. ―Royal sonrió y asintió―. Bien.
Me aclaré la garganta y arreglé mi cara.
―Hola.
MJ se rió.
―Hola, hermano. Parece que tienes un buen día.
Asentí y extendí las manos.
―Es oficial. Abel’s Brewery ya no está controlada por King Equities.
MJ levantó el puño y gritó mientras saltaba del mostrador. Royal
rodeó el mostrador y extendió la mano.
―Felicidades, hombre.
―Gracias. ―Le estreché la mano y un calor incómodo se instaló en mi
pecho.
MJ me miró entrecerrando los ojos.
―Dios, conozco esa mirada. ―Señaló con un dedo hacia mi cara―.
No es solo la cervecería. Estás enamorado. ―Chilló mientras yo ponía
los ojos en blanco, esquivando su acusación―. ¡Ya lo sabía! ¿Sylvie lo
sabe? Estoy deseando contárselo.
Me quité de encima a mi hermana menor mientras bailaba a mi
alrededor.
―¿No trabajas?
MJ me sonrió y me sacó la lengua, lo que me recordó lo joven e
inocente que era.
―De hecho, sí y llego tarde. Quiero ver a Red Sullivan antes de mi
turno.
Red era el papá de los Sullivan y padecía demencia precoz, por lo que
tenía que vivir en el centro de vida asistida donde ella trabajaba. MJ
siempre había tenido debilidad por él, aunque parecía tener debilidad
por todo el mundo.
La miré por encima del hombro mientras se dirigía hacia la puerta.
―Julep, es... es algo nuevo, así que deja que Sloane se lo diga a Sylvie.
―Ya lo tienes ―tarareó, con un saludo por encima del hombro.
Cuando se fue, exhalé y me pasé una mano por la cara. Hice una nota
mental para añadir un poco de dulzor a la receta de cerveza que estaba
probando para ella.
La mano de Royal se aferró a mi hombro y apretó.
―Me alegro por ti.
Miré a mi hermano menor.
―Gracias. Siento que no tengo ni idea de lo que hago, pero lo intento.
Levantó un hombro.
―Creo que eso es probablemente todo lo que cuenta. ―Me miró a los
ojos―. Entonces, ¿no hay problema con papá?
Sacudí la cabeza.
―Hicimos bien las cosas. Él está fuera del pueblo, y JP hizo el
papeleo. Por lo que sabemos, no hay problema, pero sospecho que eso
cambiará si sale a la luz algo más sobre mamá.
El humor de Royal se agrió mientras asentía.
―En eso tienes toda la razón.
Miré alrededor del estudio de tatuajes.
―¿Qué pasa con este lugar?
―Soy dueño absoluto del negocio, pero papá es dueño del edificio.
Supongo que aceptaré los golpes como vengan. ―Sus cejas rebotaron―.
Si vienen.
Asentí con la cabeza.
―Conociendo a papá, lo hará. ―Volví a extender la mano―. Pero
ahora estamos juntos en esto.
Con una sonrisa de satisfacción, mi hermano me estrechó la mano y
yo se la apreté. Era más que un apretón de manos amistoso.
Era una promesa.
Ansioso por encontrar a Sloane, pasé por delante del puerto deportivo
y me dirigí a la fábrica de cerveza. Entré en la parte trasera y
rápidamente volví a comprobar las temperaturas de la caldera,
asegurándome de que todo funcionaba sin problemas. Cuando llegué a
la parte delantera, la cervecería estaba llena de familias que llegaban de
la playa y gente que disfrutaba de un almuerzo tardío.
Eché un vistazo a la sala y me detuve al ver que Reina atendía las
mesas en lugar de trabajar detrás de la barra. La cervecería no estaba
abarrotada de clientes, así que no tenía sentido que atendiera la barra y
las mesas.
Di un paso hacia ella, liberándola del tubo de plástico que tenía
plantado en la cadera.
―¿Qué pasa? ―Miré a mi alrededor, dándome cuenta de que
tampoco había visto a Sloane. Una sensación de hundimiento se instaló
en mis entrañas.
Reina se inclinó para susurrar y sentí un pellizco en el estómago.
―Sloane recibió hoy unos papeles legales. No dijo lo que decían, pero
estaba nerviosa. Creo que está en el baño del personal.
Asentí, dejando que Reina se ocupara de la parte delantera de la
cervecería. Solo me detuve en la cocina para tirar el tubo en el fregadero.
No me molesté en saludar al personal y me fui en dirección al cuarto de
baño.
Levanté el puño para aporrear la puerta cuando oí unos sollozos
suaves y ahogados. Mi palma se aplastó contra la puerta.
―Sloane. Bebé, soy yo. Abre.
Sonó el picaporte y empujé impaciente a través de la puerta.
Acurrucada en un rincón del suelo, Sloane me miró con los ojos rojos e
hinchados.
Se pasó una mano por debajo de la nariz.
―Lo siento.
La preocupación y el pánico se apoderaron de mi pecho mientras me
acercaba a ella.
―Oye, oye. Tranquila. ¿Qué pasa? ―Me agaché frente a ella y le puse
la palma de la mano a un lado de la cara. Sus ojos no se cruzaban con los
míos y unas lágrimas frescas se aferraban a sus pestañas húmedas.
A su lado, tomó un grueso sobre de papel manila y lo metió entre los
dos.
―Él quiere... ―Su voz se entrecortó cuando la emoción se apoderó de
sus palabras―. Ni siquiera los quiere. Solo quiere lastimarme.
Tomé el sobre, pero mi atención se quedó fija en su rostro.
―Sloane, dime qué está pasando.
―¡Es él! ―Su voz se tambaleó al alzarse―. Quiere quitarme a Ben y a
Tillie, simplemente porque cree que puede.
Era inquietante lo rápido que la rabia asesina llenó mis pulmones.
―No puede. No lo hará.
Su mano se dirigió hacia el sobre con rabia.
―Ya lo está intentando. Mi herencia no es nada comparada con el
dinero de su familia. Es cruel, vengativo e imbécil. Usará ese dinero para
pelear, y todo lo que yo tenía ahora está atado a la casa y a la cervecería.
Resoplé. A la mierda con él y el dinero de su familia.
―Tienes una orden de restricción contra él. Ningún juez en su sano
juicio se plantearía la idea de darle la custodia después de eso. No tiene
motivos. Tendría que demostrar que no eres una buena mamá, y lo eres.
Tienes un trabajo estable. Te ocupas de sus necesidades. Estás casada y
vives con...
Sus ojos volaron hacia los míos cuando la comprensión me golpeó
como un tren de carga. La verdad se expandió en mi garganta,
cortándome el suministro de aire.
―…con un delincuente. ―Las palabras eran ácidas en mi lengua―.
Me está usando en tu contra, ¿verdad?
Un nuevo sollozo salió de ella, confirmando mis temores.
Me puse de pie, con la furia irradiando por todos mis poros.
Ese hijo de puta. Esto no puede estar pasando.
La miré fijamente una última vez antes de abrir la puerta de un tirón.
Sloane se puso de pie detrás de mí.
―¡Abel, espera! ―Tuvo que trotar para seguirme mientras yo
acechaba por el pasillo, con la rabia brotándome por todos los poros.
Me rodeó y me puso las manos en el pecho.
―Por favor. Por favor, no hagas nada estúpido.
Miré su hermoso rostro. Todo mi futuro, ese en el que Sloane y los
niños eran el centro de mi universo, pasó ante mí.
No había forma de que el pedazo de mierda de su ex me quitara eso.
Preferiría pudrirme en la cárcel el resto de mi vida, sabiendo que los
gemelos estaban a salvo con ella.
El rojo se filtró en mi visión ante el mero pensamiento de Sloane sin
sus hijos.
―Sloane, llama a tu abogado ahora mismo. Puedes manejarlo a tu
manera, pero yo lo manejaré a la mía.
La adelanté y salí por la puerta. El motor de mi camioneta rugió y lo
puse en marcha. No tardé nada en atravesar el pueblo y detenerme
bruscamente frente a King Tattoo. Pisé el freno y estacioné la camioneta.
Me importaba una mierda que me multaran por estacionar en doble fila.
Un claxon sonó detrás de mí, me giré con los puños apretados y miré
fijamente al conductor. Sus ojos se abrieron de par en par mientras me
rodeaba lentamente.
El calor corría por mis venas, la sangre estaba espesa y caliente por la
furia. Abrí la puerta de un tirón e irrumpí en King Tattoo, alterando la
paz que reinaba en la tienda. La risa de Royal se desvaneció cuando se
giró hacia mí.
Lo miré fijamente.
―Toma tus cosas. Necesito que me cubras las espaldas. ―Señalé al
suelo―. En este momento.
La emoción bailaba en los ojos de Royal. Saludó con la cabeza a Luna,
la piercer residente de King Tattoo, e inmediatamente me siguió fuera de
la tienda.
―¿Vamos a joder a alguien esta noche?
Empujé la puerta, dejando entrar la luz del sol de la tarde en la tienda.
Me dirigí hacia mi camioneta.
―Probablemente ―dije.
Una energía vertiginosa lo recorrió mientras saltaba y lanzaba un
puño al aire.
―Sí ―gritó apretando los dientes.
Miré a mi hermano menor mientras subía a mi camioneta y negué con
la cabeza.
―¿Quieres calmarte, por favor? Lo último que necesito es que tengas
una erección violenta.
Una lenta sonrisa se dibujó en su rostro y yo exhalé.
―Hablo en serio, Royal. El ex de Sloane está tratando de quitarle a los
niños. Le he estado pagando a Bootsy para que lo vigile, y en este
momento vamos a tener una conversación.
Las manos tatuadas de Royal se frotaban mientras se preparaba para
lo que estaba a punto de ocurrir. Me dirigí afuera del pueblo, con mi
mente girando a través de nuestras opciones. Jared iba a aprender por
las malas que cuando jodías con un King, era tu último error.
Mi pierna rebotó. Si las cosas se torcían, yo tendría que cargar con la
culpa. Este no era el problema de Royal, y en el peor de los casos,
necesitaría ayuda.
―Mierda. ―Mi mano golpeó el volante mientras conducía―. Whip
está trabajando.
―¿Necesitamos uno más? ―preguntó Royal, desbloqueando su
teléfono.
Me encogí de hombros y me moví en el asiento, incapaz de quedarme
quieto.
―Ayudaría.
Royal asintió e inmediatamente empezó a marcar. Lo miré, pero él
miró al frente y dijo:
―Duke.
Giré la cabeza hacia él.
―¿Un Sullivan? ¿Hablas en serio?
Royal bajó el teléfono.
―¿Quieres ayuda o qué? Él puede solo pararse atrás y lucir aterrador,
pero jodidamente vamos a hacer esto.
Apreté la mandíbula y asentí con firmeza.
Parecía que los King y los Sullivan se unirían para enviar el mensaje
de que nadie nos jode y se sale con la suya.
Conduje mi camioneta por el largo camino de entrada hacia la granja
Sullivan. El perro sabueso de tres patas de Duke salió disparado de la
arboleda y persiguió mi camioneta, haciendo círculos y ladrando a
medida que me acercaba a la granja.
Esquivé al perro y miré detrás de él.
―¿Eso es un... pato?
Royal agitó la mano.
―Aparentemente son una pareja unida. Lindo, ¿verdad?
Ignoré a mi hermano cuando la camioneta se detuvo. En los escalones
de la granja de mi hermana, Duke Sullivan estaba de pie, con los brazos
cruzados sobre el pecho, y miraba fijamente. Su hermano Lee estaba a su
lado con una amplia sonrisa.
Abrí la puerta y me quedé de pie en el suelo, mirándolos por encima
del techo de la camioneta.
―Suban. Se los explicaré por el camino.
Los dos asintieron y subieron al asiento trasero sin mediar palabra. En
cualquier otro escenario, habría sido cómico vernos a los cuatro
apretujados en mi camioneta.
Duke percibió mi inquietud y apretó el puño.
―¿Llamamos a la caballería? Puedo tener a Beckett y a Wyatt aquí en
cinco minutos.
Sacudí la cabeza.
―Con esto basta. No haremos nada estúpido -no creo-, solo nos
aseguremos de que alguien entienda con quién se está metiendo.
―¿Quién es? ―preguntó Duke.
―Apuesto por el idiota que quemó la casa de Sloane y casi mata a su
hijo. ―La ira se aferró a los bordes de las palabras de Lee mientras
miraba por la ventana.
Mis ojos volaron hacia él en el espejo retrovisor. Lee estuvo ahí la
noche en que la granja de Bax se quemó hasta los cimientos. Salvó a Ben
cuando el niño entró en pánico y se escondió en un armario.
El miedo y la angustia me atenazaron el pecho.
No me había dado cuenta hasta ahora, pero se lo debía a Lee.
―¿Sabes que fue él quien provocó el incendio? ―preguntó Duke,
siempre la voz de la razón.
―No lo sabemos con seguridad ―respondí―. Tengo mis sospechas y
obtendré respuestas. Todavía tengo un contacto de la cárcel que
probablemente pueda indagar un poco por mí. Un tipo como su ex no
hace su propio trabajo sucio.
―Entonces, ¿qué demonios estamos haciendo? ―preguntó Duke.
Royal se movió en su asiento.
―Entregando un mensaje. El idiota del ex de Sloane va por los niños.
―Sacudió la cabeza―. Después de todo lo que ha pasado.
Subimos por la autopista y paré la camioneta delante del Grand
Harbor Hotel.
Lee silbó mientras miraba las amplias ventanas arqueadas.
―Elegante.
Con vistas al lago y villas privadas, el Grand Harbor era un hotel
boutique frente al mar. Rezumaba dinero antiguo y goteaba el tipo de
lujo tranquilo que solo los ricos experimentaban cuando pasaban sus
vacaciones en el oeste de Michigan. Después de que Sloane vio a Jared
en el pueblo, le pagué a Bootsy para que vigilara. A los pocos días se
enteró de que Jared no había ido muy lejos y se escondía en el Grand
Harbor.
Se acabó el esconderse.
Cuando salimos de mi camioneta, nos detuvimos y nos quedamos
mirando el hotel.
―¿Cuál es el plan? ―Royal preguntó.
Estabilicé mi voz.
―Voy a tener una conversación. ―Cerré la puerta de golpe y me
dirigí al vestíbulo.
La suerte quiso que el ex de Sloane estuviera de pie, estupefacto, cerca
del mostrador de recepción cuando entramos los cuatro. Me fijé en sus
aburridos pantalones caquis y su impecable camisa de botones. Parecía
más adecuado para un simposio en el que se discutiera el fascinante
tema de las revisiones del código fiscal de las empresas que para un
hotel de lujo.
Lo señalé y me abalancé sobre él.
―Ve jodidamente afuera.
Los ojos de la recepcionista rebotaban entre Jared y la pared de
hombres que había detrás de mí. Su mano se apoyó sobre el teléfono,
pero Royal le sonrió y negó suavemente con la cabeza.
―No.
Su mano inestable se retiró lentamente y desapareció detrás del
escritorio.
El pánico se reflejó en los ojos de Jared. Estaba atrapado como una rata
sin salida. Enderezó los hombros.
―No iré a ninguna parte contigo.
Levanté la barbilla.
―Vas a llevar tu trasero afuera y hablamos, o podemos tener esta
conversación con todos estos ojos puestos en ti. ―Hice girar el dedo en
el aire y Jared captó las miradas boquiabiertas y las voces susurrantes de
los demás huéspedes y trabajadores del hotel.
Se movió y se alisó la camisa.
―No te tengo miedo.
Lo tenía.
Podía sentirlo.
Jared levantó la barbilla.
―Si me pones un dedo encima, te enviaré personalmente a la cárcel.
No volverás a ver la luz del día si yo tengo algo que ver.
Me rechinaron las muelas.
―Afuera.
Me di la vuelta, atravesando a Duke, Lee y Royal para situarme en la
entrada del hotel. Jared me siguió con los tres a cuestas.
Antes de que pudiera abrir la boca, clavé un dedo en el pecho de
Jared.
―Escúchame, hijo de puta. Sé lo que hiciste y lo probaré aunque sea
lo último que haga. Mientras tanto, lárgate del pueblo. Si no lo haces, me
enteraré. No hables con ella, no la mires, no respires el mismo aire que
ella. Mantente alejado de mi esposa.
Una sonrisa resbaladiza se dibujó en su rostro.
―No importa si me voy o no. ¿Realmente crees que un juez no tendrá
reservas sobre que ella se mude con un asesino convicto?
Un murmullo de vergüenza me heló la sangre. No podía cambiar lo
que ocurrió en aquel oscuro y solitario tramo de autopista. Ahora me
perseguía y amenazaba con arrebatarme lo que me había devuelto a la
vida.
Apreté el puño y eché el brazo hacia atrás.
Antes de que mi puñetazo llegara a tierra, el puño de Lee se estrelló
contra la mandíbula de Jared.
―¡Oh, mierda! ―Lee sacudió su mano y se rió.
Jodidamente se rió.
Jared aulló mientras caía al suelo de dolor.
Me quedé mirando estupefacto a Lee Sullivan, que rebotó sobre sus
talones y miró a Jared.
―Casi haces que maten a tu propio hijo, imbécil egoísta. ―Volvió a
sacudirse la mano y miró a Duke―. ¡Mierda, eso dolió!
Royal agarró a Lee por el hombro y lo guió hacia mi camioneta.
―Ven. Vamos por hielo.
Duke escupió al suelo junto a Jared y lo miró con desprecio.
―Elegiste a la familia equivocada para joder. Ahora eres el enemigo
público número uno.
La sorpresa y la apreciación apenas se registraron cuando Duke nos
hizo un gesto con la cabeza para que nos pusiéramos en marcha.
Dejamos a Jared luchando por ponerse de rodillas mientras subíamos a
mi camioneta. Detrás de mí, Lee me apretó el hombro.
―Siento haberte robado el protagonismo, pero llevaba queriendo
hacerlo desde el incendio, y pensé que probablemente no era buena idea
que agredieras a nadie.
―Gracias. ―Miré alrededor de la camioneta―. De verdad. Les
agradezco que estén aquí.
Duke asintió.
―Ni lo menciones. Ahora volvamos antes de que tengamos que
explicarle a la policía qué hacemos todos aquí.
Sin decir nada más, salí del estacionamiento y me alejé del hotel. Mi
cerebro repasaba una y otra vez lo sucedido. Aún así, no todas las piezas
encajaban.
Me quedé casi en silencio cuando dejamos a Duke y a Lee en la granja
Sullivan. Cuando Duke abrió la puerta, me incliné hacia él.
―Dile a mi hermana que siento haberte metido en esto.
Miró hacia su casa con una suave sonrisa.
―Tengo la sensación de que podría conseguir un pase en este caso.
―Dio un golpecito en el lado de la camioneta y cerró la puerta.
De vuelta en la carretera hacia el pueblo, Royal rompió el tenso
silencio.
―Creo que entendió el mensaje, ¿no?
Mi mandíbula se tensó.
―Eso espero. ―La frustración bullía en mi interior. Debería haberle
jodidamente pegado―. Él sabía lo del accidente y de mi estancia en la
cárcel. Papá hizo todo lo que pudo para acabar con la historia en los
periódicos locales, pero todo seguía siendo de dominio público. Es lo
que está usando contra Sloane.
Royal se encogió de hombros.
―Supongo que no sería raro que lo desenterrara. ―Podía sentir los
ojos evaluadores de mi hermano sobre mí mientras conducía―. ¿Qué
más te tiene haciendo gimnasia mental? ―Su dedo hizo círculos junto a
su oreja―. Sé que es algo más que un ex de mierda desenterrando trapos
sucios.
Suspiré, sin saber por dónde empezar a explicar la extraña e
inquietante sensación que tenía.
―Tengo que hacer algunas llamadas y ver si tiene contactos dentro.
Alguien que proporcione información o que esté dispuesto a cumplir sus
órdenes. Si puedo demostrar que estaba detrás del incendio, la dejará en
paz para siempre.
Me rasqué la mandíbula con la mano.
―¿Viste lo que llevaba puesto? Un hombre que lleva mocasines
náuticos y no lleva calcetines no quema casas y arriesga la vida de sus
propios hijos. Usan su dinero y su poder para hacerlo por ellos.
Daba miedo lo fácil que podría haber estado hablando de mi propio
papá en lugar del ex esposo de Sloane.
Royal frunció el ceño.
―Las llamadas a la cárcel se graban. Cualquier contacto con el interior
no es bueno para ti. ¿No te recomendó tu oficial de libertad condicional
que cortaras todos los lazos?
Frustrado, mis manos se tensaron sobre el volante.
―No puedo quedarme sin hacer nada. ―Miré a mi hermano―.
Conozco a un tipo en el exterior con el que puedo hablar. Vale la pena
arriesgarse.
El resto del viaje de vuelta al estudio de tatuajes de Royal transcurrió
en un tenso silencio. Sería cuestión de tiempo que la noticia de lo
sucedido se extendiera como un reguero de pólvora por nuestro
pequeño pueblo. No todos los días los Sullivan y los King se unían para
pelearse con alguien.
Cuando Royal salió de la camioneta, me senté en un silencio doloroso
y torturante. Sopesé mis opciones. Finalmente, desbloqueé el teléfono y
tecleé un número de memoria.

Yo: Necesito información.


Número desconocido: Ya era hora.
Yo: ¿Ahora?

Me recosté en el asiento. Me palpitaba la cabeza. Apreté los pulgares


contra las cuencas de mis ojos y deseé que la presión desapareciera.
Cuando zumbó mi teléfono, miré el mensaje y suspiré. La reunión se iba
a celebrar.
Le envié a Oliver la ubicación, luego tiré el teléfono en el asiento del
copiloto y dejé a Outtatowner desvaneciéndose en el espejo retrovisor.
En las afueras de nuestro pequeño y tranquilo pueblo, me detuve cerca
de un claro escondido entre la densa espesura. Impaciente, esperé mi
inesperado reencuentro con el pasado que creía haber dejado atrás.
El sol poniente proyectaba una luz dorada sobre la hierba alta. El aire
zumbaba con el suave susurro del viento. Elegí este lugar apartado para
escapar de las miradas indiscretas y comunicarme sin ser juzgado. El
aroma del pino se mezclaba con la fragancia terrosa de la tierra húmeda.
El crujido de la grava bajo los neumáticos anunció la llegada de mi
antiguo compañero de celda, un hombre con el que una vez compartí un
espacio reducido, pero al que nunca conocí de verdad. Vestido con unos
sencillos pantalones grises y una camisa blanca abotonada, Oliver
parecía más adecuado para una sala de juntas que para las
profundidades de una celda. Su esbelto cuerpo se movía con una gracia
ágil y el sol poniente revelaba sus rasgos afilados. Una cascada de
cabello oscuro le caía sobre la frente, enmarcando un par de intensos
ojos azules que delataban al hombre que había bajo la pulida fachada.
No era de extrañar que, en un tiempo, fuera prácticamente el alcalde de
la correccional de Muskegon.
A pesar del tiempo que llevábamos separados, su apretón de manos
tenía la misma fuerza controlada en un testimonio silencioso de la
resistencia a la que ambos nos aferrábamos en nuestros mundos
separados.
Se apoyó en mi camioneta.
―¿Qué necesitas?
Me incliné a su lado, mirando hacia el campo abierto, y exhalé.
―Hay una mujer...
La carcajada estridente de Oliver restalló en el aire.
―Siempre es una mujer, amigo mío.
Me encogí de hombros.
―Tenemos algunos problemas con su ex.
―¿Necesitas que desaparezca? ―La seriedad de su tono era
escalofriante. Miré a Oliver mientras él me sonreía.
Sacudí la cabeza.
―Jesús. No. Necesito información. Hace tiempo se incendió la casa en
la que ella vivía. Una investigación dictaminó que fue provocado, el
problema es que este tipo, su ex esposo, no es muy práctico. Tengo la
teoría de que contrató a alguien, alguien dispuesto a cargar con la culpa
si el precio era el correcto.
Oliver se pasó una mano por la mandíbula bien afeitada.
―Te entiendo. Eso sería mucho dinero. Un día de paga así es difícil de
mantener en silencio.
Asentí con la cabeza.
―Exactamente lo que estaba pensando.
Oliver se separó de la camioneta y se encaró conmigo.
―Bueno, estás de suerte. Puedo hacer algunas preguntas
personalmente. Voy a volver.
Lo miré con el ceño fruncido.
―¿Otra vez?
Puso los ojos en blanco, como si volver a la cárcel no fuera más que
interrumpir sus planes de fin de semana.
―Me atraparon por acceder intencionalmente a una computadora
protegida sin autorización. Al parecer, poner un pequeño micrófono en
el ordenador personal de un funcionario público para demostrar que le
gusta la pornografía infantil está mal visto.
Su exagerado giro de ojos y sus comillas al aire eran casi cómicas si no
fuera porque no se estaba tomando en serio su próxima sentencia.
Me miró fijamente.
―Intenté mantenerme recto, pero esas facturas no se pagan solas,
¿sabes a lo que me refiero?
Le tendí la mano.
―Llámame cuando sepas algo, y cuando salgas, tendré un trabajo en
la fábrica de cerveza esperándote. ―Lo señalé―. Espero tener noticias
tuyas.
Asintió rítmicamente, y sus labios se apretaron en una pequeña
sonrisa.
―Lo harás. Lo harás.
Le di un rápido abrazo.
―Cuídate y sé inteligente.
Oliver regresó a su auto como si no le importara nada. Solo esperaba
que sus contactos en el interior resultaran perspicaces. Si podíamos
probar que Jared estaba detrás del incendio, podríamos tener una
oportunidad, pero si Sloane perdía a sus hijos... mierda.
Lo perderíamos todo.
Me paseaba de un lado a otro por el suelo de madera y taladraba
agujeros en la puerta principal con la mirada.
¿Dónde está?
Miré el sobre en la isla de la cocina y la preocupación me carcomió por
dentro. Cuando Abel salió dando pisotones de la cervecería y arrancó
del estacionamiento, supe en mis huesos que algo malo iba a ocurrir. De
algún modo conseguí secarme las lágrimas y serenarme lo suficiente
como para llamar a una mesera y rogarle que cubriera mi turno.
Un auto se detuvo en el camino de entrada, y un pequeño nudo de
tensión se desplegó en mi estómago cuando vi el auto del abuelo
acercándose a la casa. Ben y Tillie salieron del auto y abrí los brazos. Me
abrazaron y los apreté tan fuerte que los dos gimieron y se apartaron.
Cuando los solté, corrieron junto a mí y entraron en la casa.
Mi abuelo se acercó a la puerta principal y me miró con ojos suaves.
―¿Qué tienes en mente, Sloaney? Tu cara parece un saco de boxeo.
Se me escapó una risa acuosa mientras me limpiaba debajo de los ojos
hinchados.
―Gracias.
Su mano encontró mi hombro y apretó.
Incliné la cabeza hacia el cielo y gemí.
―Uf, no quiero volver a hablar de eso porque me pondré a llorar.
Jared viene tras los niños.
Sacudió la cabeza, con una línea feroz formándose entre sus cejas
blancas.
―Eso no sucederá.
Asentí, intentando creérmelo.
―Lo sé. Lo sé… pero Abel se enteró y salió de la cervecería hecho una
furia. Estoy preocupada por él.
―Es un buen hombre con una cabeza inteligente sobre los hombros.
No haría nada para estropear lo que tiene aquí. ―Las palabras
tranquilizadoras de mi abuelo se posaron sobre mí.
Mi voz era diminuta cuando lo miré.
―Espero que tengas razón.
El abuelo me dio una palmadita en el brazo.
―Siempre tengo razón. Ahora voy a ver si Bug quiere acompañarme
al cine.
Mis ojos se abrieron de par en par.
―¿Otra cita?
Se alisó la camisa con la mano.
―Soy demasiado viejo para tener citas. Solo disfruto de su compañía,
eso es todo.
Cuando se dio la vuelta, sonreí a su espalda. Él se merecía esta
felicidad. Lo vi caminar hacia su auto y girar por el camino que se
alejaba de la casa. Me mordí el labio mientras el sol se ocultaba cada vez
más tras los árboles.
―Mamá, ¿podemos jugar en la parte de atrás? ―gritó Ben desde
adentro de la casa.
Asentí y levanté la mano, incapaz de aclarar la emoción que se
expandía en mi garganta.
Me senté en la entrada, deseando que su camioneta diera la vuelta.
Revisé y volví a revisar mi teléfono.
Unas lágrimas frescas me punzaron detrás de los párpados mientras
observaba cómo el sol bajaba y esperaba.
Por fin vi su camioneta y me paré. Se me apretó el corazón aliviada de
que estuviera a salvo y en casa.
Abel salió de su camioneta y se detuvo.
Echó un vistazo a mis ojos enrojecidos y a mi cara manchada antes de
que sus largas zancadas devoraran la distancia que nos separaba. Con
las manos a los lados de mi rostro, enredadas en mi cabello, su boca se
estrelló contra la mía. Me abrí para él y su beso exigente se tragó mi grito
ahogado.
Esto.
Esto es todo.
A lo lejos, los gritos apagados de los niños que jugaban en el patio
trasero resonaron en el aire, arrastrándonos de vuelta a la realidad.
Su voz se quebró a través de la bruma.
―Te amo.
Tragué saliva. El torrente de emociones que había experimentado en
las últimas horas era totalmente agotador.
―Lo sé. Yo también te amo.
Sus ojos oscuros eran intensos mientras me apartaba el cabello del
rostro.
―¿A dónde fuiste? ―le pregunté.
Dio un paso atrás para que pudiera mirarlo. Sus ojos se desviaron
hacia un lado y mi estómago se inclinó con un movimiento
nauseabundo.
―Jared nunca abandonó la zona. Lo había estado vigilando, así que
hoy lo busqué y me aseguré de que supiera con quién estaba tratando.
Se acabaron sus días de asustarte solo porque cree que puede hacerlo.
Mis ojos se abrieron de par en par mientras mis pensamientos se
confundían.
―¿Le hiciste... le hiciste daño?
Su mandíbula se tensó.
―Quería jodidamente matarlo. Estuve a punto de perder la calma y
golpearlo sin pensarlo dos veces, pero por suerte tuve ayuda.
Mis cejas se fruncieron.
―¿Tu hermano?
Abel asintió.
―Royal estaba ahí, pero en realidad fue Lee Sullivan quien le dio un
puñetazo.
La sorpresa me arrancó una carcajada.
―¿Lee?
Abel me rodeó los hombros con un brazo y me atrajo hacia él.
―Ese tipo tiene un gancho de derecha sorprendentemente efectivo.
Abel se dio la vuelta y me condujo a casa.
Nuestra casa.
―En este momento solo quiero una noche normal con los niños. ―Me
miró, con afecto y seguridad brillando en sus ojos―. Podemos hablar de
nuestros próximos pasos más tarde. ¿Podemos hacerlo?
―Sí. ―Lo apreté por en medio y me apoyé en su calor
reconfortante―. Podemos hacerlo.

Pasaron dos semanas sin saber nada de Jared ni de sus abogados. Me


puse en contacto con una abogada especializada en derecho familiar y le
conté todo. Me aseguró que lucharía con uñas y dientes por nosotros,
dados los antecedentes de comportamiento agresivo de Jared y mi
anterior orden de restricción, confiaba en que no perdería a los niños: era
mi única esperanza.
Me apoyé en esa pepita de alivio mientras todos intentábamos
exprimir las últimas gotas de diversión a medida que el verano
empezaba a declinar. También me di cuenta de que el comentario de
Abel sobre pasar una noche normal resultó ser dolorosamente acertado.
Después de esa noche, algo cambió: estaba más callado e intenso que
antes. Algo le pesaba, pero no me dejaba traspasar sus muros para
averiguar qué era exactamente.
En el patio trasero, Abel estaba asando hamburguesas mientras Ben y
Tillie jugaban un juego de atrapadas. Cuando miré por la ventana
trasera, vi cómo salía humo de la parrilla.
Asomé la cabeza por la puerta.
―¡Hey! Creo que tus hamburguesas se están quemando.
Abel se sobresaltó y miró la parrilla.
―Mierda. ―Se movió para apartar las hamburguesas de las llamas y
salvar nuestra cena.
Últimamente, a pesar de las palabras tranquilizadoras de la abogada,
a menudo me encontraba a Abel con la mirada perdida. Sentí un
pinchazo detrás de mis costillas.
Salí y dejé la bandeja con los ingredientes de la hamburguesa sobre la
mesa. Mi mano encontró su espalda.
―¿Perdido en tus pensamientos?
Frunció el ceño ante la comida quemada.
―Algo así.
Lo observé y me preocupé. Cada vez que le preguntaba qué le
preocupaba tanto, se limitaba a sonreír suavemente y a decir que no era
nada. Su forma de hornear para el estrés me decía lo contrario: en las
dos últimas semanas habíamos comido más galletas, pasteles y brownies
de los que podíamos comer.
―La ensalada está lista y la limonada recién servida. ―Infundí brillo
a mi voz para tratar de aligerar el ambiente.
Él se limitó a asentir y a restregarse una mano contra la cara.
―¡Gallinas! ―le dije a los niños―. La cena está lista. Hora de lavarse.
Ben persiguió a su hermana, haciéndola reír, y se dirigieron a la casa.
―Estas hamburguesas son una mierda ―se quejó Abel mientras
miraba con el ceño fruncido las hamburguesas demasiado quemadas.
―¿Estás bromeando? ―Puse una hamburguesa negra en un bollo con
una sonrisa―. Me encanta esa corteza perfectamente carbonizada.
Me miró con desdén y, cuando le sonreí, se quebró.
Llevó su mano a mi cuello y acercó su boca a la mía.
―No te merezco, mujer.
Le guiñé un ojo.
―Pues eso es cierto. Soy bastante impresionante.
Se rió y sacudió la cabeza mientras los niños bajaban los escalones y
trepaban hasta la mesa. Me incliné para prepararles los platos mientras
se acomodaban.
―Abel, ¿cuál fue la mejor parte de tu día? ―preguntó Ben entre
jadeos.
Él le sonrió a mi pequeño.
―Bueno... probablemente verlos a ustedes dos...
Sonó un golpe seco en la puerta principal. Abel y yo intercambiamos
una mirada mientras él se levantaba.
―¿Esperas a alguien? ―preguntó.
En silencio, sacudí la cabeza. Miré a los niños y sonreí.
―Enseguida volvemos. Pueden seguir comiendo.
Seguí a Abel mientras atravesaba la casa. Cuando abrió la puerta
principal, el miedo se apoderó de mi pecho. Dos policías estaban en la
puerta con expresión seria. Abel inclinó el cuerpo para impedirnos
vernos a los niños y a mí.
―¿Señor King? Necesitamos que venga con nosotros ―dijo un oficial.
―Dusty. ―Abel se golpeó el pecho―. Tú me conoces. ¿De qué se trata
esto?
La expresión seria del hombre no vaciló.
―Nos gustaría tener esta conversación en la estación.
Pasé por delante de Abel.
―¿Qué conversación?
El agente rubio solo me dedicó una mirada antes de bajar la vista a su
cuaderno.
―Señor King, tenemos algunas preguntas en relación con su altercado
con Jared Hansen en el hotel Grand Harbor.
Abel se cruzó de brazos.
―¿Qué pasa con él? ¿El tipo no aguanta una paliza como un hombre?
Los ojos del segundo oficial se entrecerraron.
―¿Así que estás admitiendo abiertamente una agresión?
―Abel. ―Me enderecé y le puse una mano en el brazo―. Deja de
hablar. ―Levanté la barbilla hacia los oficiales―. No admite nada y no
irá a ninguna parte con ustedes.
―Se denunció la desaparición del señor Hansen. Recientemente su
vehículo fue encontrado abandonado. Usted y los hombres con los que
estaba fueron la última interacción conocida poco antes de su
desaparición. Nos gustaría hablar con usted sobre eso. Nos gustaría que
viniera con nosotros en este momento.
No me pasó desapercibida la forma en que las yemas de los dedos del
agente rozaron sus esposas. El gesto lo decía todo.
―¡No! ―grité. El pánico se apoderó de mí.
Abel negó con la cabeza.
―Sloane, está bien. Iré con ellos. ―Miró entre los oficiales―. Solo
quieren hablar.
El segundo oficial se adelantó.
―Por aquí.
Vi con horror cómo la vergüenza consumía al hombre que amaba.
Ante mis propios ojos, se transformó.
Mis ojos rebotaban entre los suyos, tratando desesperadamente de
entender lo que estaba pasando.
Desde atrás, Ben me empujó, aferrándose a la pierna de Abel.
―¡Espera! Por favor. Por favor, ¡no te vayas!
Los ojos de Abel me suplicaban.
―Ben. Esto es solo un malentendido. Voy a hablar con ellos. Todo va
a estar bien.
Ben gritó y apretó su agarre.
Aparté con cuidado a mi hijo de la pierna de Abel.
―Voy a llamar al abogado. No digas nada. Ya lo solucionaremos.
Abel se limitó a asentir.
Siguió al auto patrulla en su camioneta y vi con horror cómo se
alejaban.
La sala de interrogatorios de la oficina del sheriff del condado de
Remington era pequeña y fría. En el aire flotaba un olor acre a café
rancio y limpiador con aroma a limón. La dura luz fluorescente
proyectaba una palidez turbia sobre el desgastado suelo de linóleo,
donde conté las marcas de rozaduras bajo la mesa. El frío mordisco de
las esposas contra mis muñecas era la única distracción de la implacable
silla metálica.
Después de acompañarme a la sala de interrogatorios en la parte
trasera de la comisaría, me depositaron en la silla y empezaron a
hacerme preguntas. Ofrecí una verdad a medias, que Jared recibió un
puñetazo, y les permití creer que fue yo quien lo hizo.
Decidieron que eso me convertía en una amenaza, me esposaron sin
contemplaciones y me abandonaron mientras pensaban en su siguiente
paso.
Supuse que hacerme esperar era solo parte de sus tácticas de
interrogatorio.
El zumbido sordo de un aparato de aire acondicionado distante
proporcionaba un débil intento de consuelo, pero la atmósfera opresiva
se aferraba a la habitación como una niebla espesa. Cada una de mis
respiraciones parecía amplificada en el pequeño espacio, y cada
inhalación traía consigo el olor almizclado de la ansiedad. El peso
opresivo de la habitación me oprimía mientras esperaba, esposado y
vulnerable.
La mirada de Ben mientras me alejaban de mi casa se repetía en mi
mente. Me removí en la incómoda silla y sentí un dolor entre las
costillas.
Sloane no se merecía esto. Ninguno de ellos lo merecía.
La vergüenza me recorrió cuando las bisagras metálicas de la puerta
gimieron y entró un detective con un traje mal ajustado color mierda.
―Señor King. ―Asintió una vez y miró la carpeta que tenía entre las
manos.
Mi mandíbula se apretó.
―¿Soy sospechoso? ¿Me van a acusar?
Sus cejas se alzaron.
―¿Sospechoso? ―Inclinó la cabeza―. ¿Por qué delito, exactamente?
Mierda.
La súplica de Sloane de que mantuviera la boca cerrada resonó en mi
mente. Tenía la sensación de que algo malo había pasado y de que yo
era el enemigo público número uno. Solo que esta vez no hice nada, pero
no parecía haber ninguna diferencia.
Recobré el aliento.
―Me gustaría hablar con mi abogado.
El detective se alegró.
―Seguro que sí.
Arrugué las cejas y levanté la cabeza para mirarlo. Se me revolvió el
estómago cuando su mirada me comunicó que, para él, yo no era más
que un vulgar delincuente que respiraba su aire y ocupaba su espacio.
Las frías paredes beige de la habitación parecían cerrarse sobre mí,
asfixiantes, como si guardaran secretos susurrados entre la pintura
desconchada y las grietas microscópicas. El espejo unidireccional se
burlaba de todos mis movimientos como un espectador mudo de la
tensión que electrizaba la habitación. El sabor del miedo se aferraba a
mis sentidos como el frío húmedo que impregnaba el aire.
La cagué entrando voluntariamente en la comisaría y soltando la
lengua. Ahora ya no podía irme por mi propia voluntad.
El chasquido eléctrico de la cerradura de la puerta llamó nuestra
atención cuando entró un segundo agente. Ella se inclinó y le susurró
algo al detective mientras éste me miraba fijamente. Sus facciones
parpadearon de fastidio y su mirada me recorrió de arriba abajo.
―¿Está segura? ―le preguntó a la agente. Ella asintió antes de salir en
silencio. El detective golpeó la carpeta contra la mesa, frustrado―.
Bueno, señor King.... ―El detective rodeó mi asiento y se elevó sobre mí.
Se agachó, deslizó la mano bajo mi bíceps y jaló hacia arriba. Un dolor
en el hombro se produjo mientras me levantaba, con los brazos aún
bloqueados a la espalda.
Con toda mi estatura, lo miré por encima del hombro. Sacudió la
cabeza y se metió la mano en el bolsillo para sacar un juego de llaves.
―Parece que hoy es tu día de suerte.
Sin ternura, me dio un empujón en el brazo y jaló las esposas para
liberarme. Una vez liberado, me froté la muñeca en carne viva con la
otra mano.
―Puedes irte. ―Hizo un gesto hacia la puerta, pero se detuvo―. Por
ahora.
Me invadió la inquietud, pero a caballo regalado no le iba a mirar el
diente. Me condujo por el pasillo hacia el vestíbulo de la comisaría.
Mis pasos vacilaron cuando no era Sloane quien estaba junto al
mostrador de recepción, sino mi papá.
Sin un cabello fuera de lugar, Russell King permanecía
inquietantemente inmóvil, con las manos entrelazadas frente a él.
Parpadeé.
―Estás aquí.
―Por supuesto que estoy aquí. ―Se giró hacia el detective―. Gracias,
señor, por su deber y el cuidado de mi hijo.
Contemplé estupefacto cómo mi papá estrechaba la mano y encantaba
a todos los presentes en la oficina de la comisaría.
Se giró hacia mí.
―Vamos a casa, hijo. ―Me dio un fuerte golpe en el hombro y me jaló
hacia la puerta.
Me moví con pasos de madera y salimos a la luz del sol. El auto de
papá y el chófer nos estaban esperando. Russell King subió y yo lo seguí,
sentándome a su lado en el asiento trasero del lujoso auto.
El ambiente cambió en cuanto se cerró la puerta del mundo exterior.
―Estos problemas tuyos, Abel... realmente están empezando a ser un
inconveniente.
―Lo siento. ―Mi disculpa fue tan automática que me dio asco.
Tragué más allá de las piedras en mi garganta―. Fue un malentendido.
El ex esposo de Sloane les estaba dando problemas a ella y a los niños.
Solo tuve una conversación con él, pero lo estoy resolviendo.
Mi papá se echó a reír.
―¿Acosar a un hombre en un lugar público con la ayuda de los
Sullivan? Eres mejor que eso y lo sabes. Tenemos que ser inteligentes en
esto, hijo.
Levanté un hombro indiferente. No me fiaba de mi papá y no iba a
divulgar mis sospechas de que Jared estaba detrás del incendio de la
casa de los Robinson. Ya estaba investigando y sabía que me llevaría
tiempo. Mi papá no se inmutó ante mi silencio sepulcral.
El auto serpenteaba por carreteras en dirección a nuestro pueblo natal.
Cuanto más nos acercábamos, más me apretaba una bola caliente de
tensión detrás de los omóplatos.
―No más extraños, hijo. ―Estaba claro por su tono que las palabras
de mi papá eran una advertencia.
Me miré las manos callosas.
Su suspiro decepcionado y sufrido me resultaba tan familiar que
podría recordarlo en sueños.
―¿De verdad creías que un criminal de medio pelo como Oliver
Pendergrass iba a ocuparse de las cosas por nosotros? ―El desdén rodó
por su lengua mientras se burlaba―. Por favor.
¿Cómo demonios sabía lo de Oliver?
Me esforcé por mantener la compostura.
―Estoy haciendo lo que puedo para averiguarlo, pero ahora su ex
desapareció, y me están buscando a mí, al parecer.
Agitó una mano en el aire.
―Él ya no será un problema.
Me quedé mirando la cara de mi papá mientras el auto rodaba calle
abajo.
―¿Qué hiciste?
Mi papá se ajustó las mangas de la camisa bajo el saco del traje.
―Lo que siempre hago. Me ocupé del problema. Deja de hacer
preguntas, Abel.
El hielo corría por mis venas.
¿Como te encargaste de mi mamá?
Abrí la boca para preguntar -para acusar-, cuando me detuvo.
Su pesado suspiro destilaba decepción paternal.
―Supuse que habrías aprendido la lección la primera vez.
Se me heló la sangre.
―¿Mi lección?
Papá se movió contra el asiento de cuero.
―Mis hijos no parecen apreciar todo lo que hago por ellos, las
lecciones que les he enseñado. Supongo que es mi cruz. ―Una sonrisa
escalofriante se dibujó en su rostro―. Pero has aprendido, ¿verdad?
Sabía que un tiempo fuera te demostraría cuál es tu sitio. Este nuevo y
desafortunado acontecimiento no fue más que un bache, y ya está
solucionado. Dime que por fin has aprendido la lección, Abel.
El miedo y el sudor me erizaron el vello cuando la comprensión se
asentó sobre mí.
―Fuiste tú. ¿Fuiste tú la razón por la que el juez fue tan duro en mi
sentencia?
―¿Duro? ―se alegró―. Mataste a un niño. ¿Sabes lo mal que se ve
eso?
Parpadeé, sin querer aceptar la verdad que me arañaba el cerebro.
―Me quedé dormido. Fue un accidente.
Las palabras me resultaron extrañas y esperé a que me invadiera la
inevitable vergüenza y me recordara que era un verdadero monstruo,
pero... no había nada. El dolor y la culpa nunca se calmaron del todo,
pero por primera vez, empezaba a aceptar que lo ocurrido fue un
verdadero accidente.
―Cierto. Fue muy desafortunado. ―Se tragó la palabra como si
contuviera su disgusto. Con un suspiro, extendió las manos―. Pero
mírate ahora. Estás en casa, dirigiendo un negocio de éxito. ―Su
hombro chocó con el mío―. Eres un King y por fin actúas como tal,
gracias a mí. Aunque todavía tenemos que hablar de tu pequeño truco
con la herencia de Sloane. Si me lo hubiera hecho cualquier otro, las
cosas habrían sido muy distintas, pero tú eres mi hijo.
Mis fosas nasales se dilataron.
―Deja a mi esposa fuera de esto.
Russell chasqueó la lengua.
―Esposa. ―La palabra salió de su boca como veneno―. ¿Sigues con
esa farsa? ―Sacudió la cabeza y suspiró―. Como pareja improbable, son
bastante convincentes, lo reconozco. Has seducido completamente a Bug
para que piense que el matrimonio es real.
Mi corazón martilleaba contra mis costillas.
―Es real. Mis sentimientos por Sloane son muy reales.
Mi papá suspiró y se pellizcó el puente de la nariz.
―Lo juro, ¿cuándo aprenderán mis hijos a dejar de ir por la vida
atados a la fibra sensible?
Apenas reconocí al hombre sentado a mi lado. Su traje azul marino a
medida contrastaba con mis sencillos jeans y mis botas de trabajo
desgastadas.
Inhaló profundamente por la nariz y exhaló.
―Para ser honesto, estoy bastante orgulloso. Encontraste la forma de
quitarme la cervecería de encima. ―Su guiño me hizo sentir un
escalofrío aceitoso en la espalda―. Quizá aún tengas esperanzas de
hacer honor a mi apellido.
Tambaleante, me senté en el interior de cuero negro con los ojos
cerrados y dejé que la dolorosa realidad me invadiera.
Todo en mi vida estaba hecho de yesca, y Russell King había
encendido una cerilla.
Abel regresó a casa como un hombre fracturado.
Esbozó una pequeña sonrisa y le aseguró a los chicos que su
conversación con la policía no era para tanto. Las marcas rojas alrededor
de sus muñecas me decían lo contrario.
En el fondo sabía que su cara de valiente era una fachada para no
asustar a mis hijos y, aunque lo apreciaba profundamente, no podía
evitar sentirme desanimada porque también me había dejado fuera.
Si me miraba una vez más con ojos tristes y me decía estoy bien, iba a
gritar.
Durante los días siguientes, Abel se dedicó a trabajar, saliendo para
comprobar o volver a comprobar temperaturas, filtros y bombas.
Vivíamos en su casa sin él, y su ausencia me dejó las emociones a flor de
piel.
Agotada, me sobresalté cuando sonó el teléfono. Me agarré la
garganta y solté una carcajada aliviada por lo nerviosa que estaba
últimamente. Al reconocer el número de mi abogada, sonreí e intenté
parecer alegre.
―¿Diga?
―¿Sloane? Laura Michaels. ¿Es un buen momento? ―Aprendí a
apreciar la franqueza de mi abogada. Venía muy recomendada y era una
respetada abogada de derecho familiar.
―Hola, Laura. Gracias. ―Miré mi reloj―. Está bien. ¿Qué pasa?
―Una pequeña actualización. Presentamos una declaración de
desacuerdo con cada punto de la demanda de tu ex esposo en tu
nombre. También presentamos una contrademanda. El siguiente paso es
una reunión con los asesores del tribunal. Dada la pasada naturaleza
doméstica de su relación, esas reuniones se celebrarán por separado,
aunque parece que el abogado del demandante ha tenido algunas
dificultades para contactar con su cliente.
Mi mente volvió a recordar la cortina de la ducha abierta. Sabía que el
hecho de que Jared estuviera callado no significaba que se hubiera ido.
―Conozco a Jared. Se resistirá. ―Odiaba saber la veracidad de mis
palabras.
―Lo supondría basándome en la naturaleza agresiva de su queja.
―Sus palabras fueron duras, pero sinceras―. Tengo que decirte...
Mi corazón martilleaba.
―¿Qué pasa?
―La denuncia estaba bien redactada y saca a la luz algunas cuestiones
muy difíciles, en particular la brevedad de tu relación y los antecedentes
penales de tu actual cónyuge.
El aire se arremolinó a mi alrededor y me quedé en silencio. Se
suponía que esto era pan comido.
―Si te quedas con él ―continuó―, existe una posibilidad muy real de
que tu ex esposo obtenga la custodia de los niños, dependiendo del juez.
La verdad se enterró como un clavo. Me temblaron las manos.
―No puedo perder a mis hijos. ―Se me quebró la voz y apenas podía
contenerme.
―Estamos haciendo todo lo posible para que eso no ocurra. Sin
embargo, si no podemos mediar en un acuerdo de custodia y visitas con
la otra parte, irá ante un juez, que estará obligado a dictar una resolución
definitiva en lo que crea que es lo mejor para los niños.
Me temblaron las rodillas y me hundí en el suelo. Mi voz era apenas
un susurro.
―Lo comprendo.
Mi abogada terminó cortésmente la llamada y yo me quedé mirando a
la nada. No podía hacerme a la idea de que podía aceptar un acuerdo de
custodia que le permitiera a mi peligroso ex esposo tener acceso a
nuestros hijos o luchar y arriesgarme a perderlos por completo.
No se trataba solo de que Jared usara la condena de Abel contra él, tal
y como él temía. Fue la comprensión de que su pasado era una marca
que siempre llevaría. Tan pocos estaban dispuestos a mirar más allá para
ver al hombre que era, el hombre en el que tanto le costó convertirse.
La desesperación me caló hasta los huesos y me quedé con dos
opciones imposibles: poner fin a mi matrimonio con el hombre del que
me había enamorado o arriesgar la seguridad de mis hijos.

―Estás callada. ―La voz de Sylvie era suave y preocupada.


Apreté los labios en una sonrisa tensa.
―Lo siento.
Mi mejor amiga me rodeó con el brazo mientras nos sentábamos en
una manta junto a la playa y veíamos jugar a nuestros hijos: el suyo en
una toalla delante de nosotras y los míos chapoteando en el lago
Michigan con Abel y Duke. Los hombres se turnaban para gruñir y
perseguir a los chillones gemelos y subirlos a sus hombros para jugar a
la gallina.
La cabeza de Sylvie se apoyó en mi hombro. Era tan buena dándome
espacio. Podía contárselo todo o nada, y ella lo entendería. Miré a su
hermano a través de la arena de la playa.
Pero, ¿cómo iba a decírselo?
Sylvie me pidió que tuviera cuidado con el corazón de Abel. Me di
cuenta de lo que quería decir sobre la naturaleza sensible que él se
esforzaba por mantener oculta. Era una de las muchas razones por las
que me enamoré de él perdidamente.
Abel pasó de ser un gruñón huraño en las afueras de nuestro pueblo a
retozar en la playa con un Sullivan, jugando atrapados con mis hijos.
Tomó a Ben en brazos y lo balanceó en círculo mientras su risa sonaba
por encima de las olas.
Nuestro amor hizo eso.
Y una decisión podría destruirlo por completo.
―¿Alguna noticia más de los abogados? ―La atención de Sylvie
estaba puesta en Gus, así que no me vio tragarme la bilis que me había
subido a la garganta.
―No mucho. Tuve mi cita con los asesores del tribunal y les conté la
rocosa historia de mi relación con Jared. Hablamos de cómo Abel y yo
nos conocimos y nos enamoramos. Subrayé lo bien que les va a los niños
aquí: a Tillie con sus clubes y trabajos artísticos y a Ben haciendo nuevos
amigos y teniendo menos incidentes con su ansiedad. Le conté a la
mujer que los niños estaban en terapia y que se llevaban muy bien con
Abel. ―Me encogí de hombros―. Tomó muchas notas.
―Tú lo cambiaste, Sloane. ―Señaló a su hermano―. Quiero decir,
míralo. Es papá.
Las lágrimas no derramadas me picaban en la nariz mientras
presionaba mi lengua en el paladar y veía a Abel hacer el tonto y jugar
con los gemelos. Asentí y solté una carcajada acuosa.
―Sí... ―Me limpié debajo de los ojos―. Sí, supongo que sí.
Duke se acercó y se dejó caer sobre la manta junto a Sylvie,
levantando arena.
―Lo siento ―dijo antes de levantar a Gus y hacerlo rebotar en su
regazo―. Pronto te perseguiré por la playa, ¿eh, grandote?
Gus le balbuceaba a su papá mientras yo observaba cómo se
desarrollaba la escena. Detrás de él, un grupo de mujeres señalaba a
nuestro grupo con ojos curiosos y susurros en voz baja.
Levanté la barbilla.
―Parece que Abel y tú causaron un gran revuelo.
Duke no se molestó en mirar detrás de él, pero Sylvie se echó a reír
cuando vio al grupo de mujeres que se reían a carcajadas y ocultaban
palabras en voz baja detrás de las manos.
―Si crees que el hecho de que Duke y yo nos juntamos causó revuelo
―soltó una risita―, puedes imaginarte las habladurías ahora que la
gente cree que somos amigos.
Duke resopló como si aún fuera un insulto ser considerado amigo de
un King, y yo le sonreí.
―¿No lo eres?
Puso los ojos en blanco y miró a Abel.
―Supongo.
La tensión se disipó mientras Sylvie y yo nos reíamos.
―Los hombres son tan tontos ―bromeó Sylvie―. No creas que no sé
lo del hilo de texto.
Me animé.
―¿Hilo de texto?
Sylvie sonrió.
―Después del incidente en el hotel Grand Harbor, Lee inició un chat
de grupo. Alguien incluso lo tituló Nemesis Nucleus.
Me reí entre dientes.
―Déjame adivinar... ¿Royal?
La comisura de los labios de Duke se crispó.
―Ese hombre es un tonto. Me recuerda demasiado a Lee.
Se me apretó el corazón. Tal vez si existiera un mundo en el que los
King y Sullivan fueran amigos en Outtatowner, habría una forma de que
las cosas me salieran bien.
Me protegí los ojos del sol y vi cómo Abel se colocaba entre mis hijos,
tomándolos de la mano mientras caminaban hacia nosotros.
No estoy lista para dejar esto.
Pensé que una tarde en la playa sería lo que Sloane necesitaba. Algo
no encajaba, y no podía precisarlo. Mis propios pensamientos eran
consumidos por la conversación con mi papá. Tenía la sensación de que
él tenía algo que ver con la ausencia de Jared en la reunión de asesores
del tribunal.
De hecho, el ex de Sloane no había sido visto por ninguna parte, y su
desaparición seguía bajo investigación.
Conduje mi camioneta más allá del puerto deportivo, a través del
pueblo, y por una carretera tranquila hacia casa. Me sorprendió cómo
Sloane y los niños habían convertido una casa fría y vacía en un hogar.
Nuestro hogar.
Miré por el retrovisor. Ben estaba acurrucado en su asiento, con el
cinturón de seguridad haciendo de improvisado reposacabezas mientras
dormitaba. Tillie tenía la cabeza hacia atrás, la boca abierta y ya roncaba.
A mi lado, la mirada de Sloane flotaba soñadoramente sobre los
edificios que pasaban y los campos de arándanos mientras salíamos del
pueblo.
Ya no me sentía tenso y agotado con ellos en el auto. Al volante, yo
tenía el control. Ellos estaban seguros.
Siempre estarían seguros conmigo.
Mi mano derecha encontró el brazo de Sloane, rozando su suave piel
hasta capturar su mano. Llevé sus nudillos a mis labios y acurruqué su
mano contra mi pecho mientras conducía. La luz del sol de la tarde se
colaba por la ventana, resaltando los remolinos de marrones y verdes de
sus ojos, pero no ocultaba la tristeza. Más allá de los bordes de su
pequeña sonrisa, podía verla.
―Te amo ―susurré, besando sus nudillos una vez más.
Observé cómo trabajaban los pequeños músculos de su cuello
mientras tragaba.
―Yo también te amo.
La tomé de la mano y me concentré en el viaje. Lo superaríamos.
Teníamos que hacerlo. En mi mente, no había otra opción. Puede que me
conformara con existir antes de Sloane y los niños, ¿pero ahora? No
podía concebir un mundo en el que no estuviéramos juntos.
Al estacionarme, me llevé un dedo a los labios e hice un gesto hacia el
silencioso asiento trasero.
―Yo me encargo de ellos.
Tras abrir la puerta trasera, tomé a Ben en brazos. Era peso muerto,
pero cuando lo empujé, se acurrucó en mi hombro.
―Hola, amigo, solo vamos a entrar.
Murmuró algo pero no se despertó. Sloane se movió hacia la puerta de
Tillie y yo negué con la cabeza.
―Yo puedo tomarla si tú agarras las toallas.
Ella sonrió y aceptó. Después de llevar a Ben a la sala y depositarlo
con cuidado en el sofá, volví por Tillie. Seguía roncando cuando me
acerqué para desabrocharle el cinturón de seguridad.
Una vez la tuve en mis brazos, me enderecé y me giré hacia la puerta.
―Gracias, papá.
La presión floreció en mi pecho.
Me quedé mirando su carita pecosa. Estaba soñando, pero la abracé
más fuerte, conteniendo las lágrimas.
―No hay problema, pequeña.
Se me aceleró el corazón. Me había enamorado de esos niños antes
incluso de enamorarme de su mamá. Ya era demasiado tarde, estaba
hundido, no soportaría una vida sin ellos en ella, y ya era hora de que se
lo dejara claro a Sloane.
Tillie se despertó cuando llegué a la casa con ella, así que la puse de
pie. Se pasó una mano por los ojos cansados.
―Creo que voy a relajarme en mi habitación antes de cenar.
Sloane sonrió y la guió por el pasillo.
―Es una buena idea, cariño.
Con Ben aún durmiendo en el sofá, Sloane se reunió conmigo en la
cocina. La preocupación arrugó su frente, y me acerqué a ella.
―Oye, ¿estás bien?
Sus ojos se llenaron de lágrimas no derramadas mientras me miraba.
Le acaricié las mejillas.
―¿Qué pasa?
Apenas podía mirarme mientras su barbilla temblaba y finalmente se
derrumbó.
―Él es tan vengativo y cruel. Usará cada centavo que tenga para
castigarme.
Mis fosas nasales se dilataron. Odiaba que su ex esposo usara su
riqueza para causarle dolor e infundirle miedo a la mujer que amaba. La
respuesta estaba clara, así que levanté la barbilla.
―Vendemos.
Sus ojos buscaron los míos.
―¿Qué?
Me crucé de brazos.
―Podemos venderle la cervecería a mi papá y usar ese dinero para
luchar contra esto. Cueste lo que cueste.
Se abrió un pozo en mi estómago cuando una sola lágrima se deslizó
bajo sus pestañas.
―No es por el dinero, no realmente. Tengo mucho miedo, Abel. No
puedo perderlos. No quiero perderlos.
―Oye, oye. ―Me ablandé y le di ligeros besos en la cara―. No vas a
perderlos... ni a mí.
Un sollozo silencioso brotó de ella mientras se replegaba en mi abrazo.
La abracé con fuerza, sin saber de dónde venía aquel torrente de
emociones.
―Tengo que elegir ―sollozó―. Ése es el problema. Porque él hizo
esto, tengo que elegir entre tú o ellos, entre mi vocación como mamá y el
deseo de mi corazón como mujer.
Sus palabras me rompieron la cabeza..
Ella pensaba que tenía que elegir.
El duro callo que se había ido desprendiendo lentamente a causa de
su amor volvió a formarse en un instante y abracé a la mujer que amaba.
―Mírame.
Sloane levantó la cabeza. Tenía la cara manchada y le corrían las
lágrimas por las mejillas.
―No hay elección. Ya lo sabes.
Sus ojos buscaron los míos.
―Te está usando contra mí. Si no acepto la custodia compartida, el
caso irá ante un juez. El juez podría quitármelos para siempre. Mi
abogada dijo que nuestra relación....
Apenas le salían las palabras, pero lo entendí.
Desde el momento en que Jared me tendió la mano, supe que usaría
mi pasado para herir a Sloane. En el fondo de mi alma, ya sabía que
llegaría a esto.
Aunque no anticipé lo profundamente que dolería.
Me dolía la espalda y me ardía el pecho. Apreté la mandíbula con
fuerza y tragué para superar el nudo que se me hizo en la garganta.
―Sloane ―dije, sosteniendo su hermoso rostro y deseando que
escuchara las palabras que necesitaba decir―. No hay elección.
Le tembló el labio.
―Lo sé.
Ella lo sabía, como yo siempre lo he sabido.
Una respiración estremecida me recorrió. Iba a derrumbarme delante
de ella si seguía mirándome con esos ojos suaves y tristes.
―No hay elección ―volví a decir, con más firmeza―. A la hora de la
verdad, son ellos.
Su agarre de mi camisa se tensó mientras susurraba:
―No quiero que esto termine.
Miré por encima de su cabeza hacia un punto de la pared para no
desplomarme.
―Lo sé. Lo haces por ellos. Es la decisión correcta.
Ella dio un paso atrás, encontrando su determinación y levantando la
barbilla.
―¿Dónde nos deja eso?
Mis manos rozaron sus brazos.
―En este momento, nada cambia. Podemos cruzar ese puente cuando
lleguemos a él.
―¿Nada cambia? ―Me miró con ojos esperanzados, y yo quise
abrazarla y tranquilizarla.
En lugar de eso, me aclaré la garganta.
―Quizá haya que cambiar algunas cosas. ―Me pasé una mano por la
nuca, hundiéndome más a medida que la realidad de nuestra situación
se hacía más clara―. Probablemente debería irme... quedarme con uno
de mis hermanos, o diablos... tal vez Bax me deje alquilar la otra
habitación de la cabaña.
Sus ojos color avellana buscaron los míos.
―¿Quieres irte?
La sujeté por los hombros.
―Diablos, no, no quiero irme, pero cuanta menos munición le demos
a Jared, mejor. Si no estoy cerca o involucrado en tu vida, no puede usar
eso en tu contra.
―¿No hay otra manera? ―suplicó.
Sacudí la cabeza. Ojalá hubiera literalmente algo que pudiera hacer,
pero eso era todo.
―No puedo borrar mi pasado, y tú no puedes elegir un ex esposo
diferente. Por ahora es todo lo que tenemos.
Sus ojos se posaron en Ben, que dormía en el sofá.
―Se les va a romper el corazón.
Me armé de valor. Había cometido mis errores, esta era la cama que
había hecho. Supe todo el tiempo que no merecía una vida con Sloane y
los gemelos.
Siempre iba a llegar a esto.
Durante largos y pesados momentos, abracé en silencio a Sloane en
nuestra cocina. No tenía palabras para tranquilizarla que no parecieran
mentira. En lugar de eso, mi determinación se endureció e hice una
promesa silenciosa.
Siempre te amaré y haré lo que haya que hacer para mantener a salvo a mi
familia.
La conversación con Abel me dejó las entrañas en carne viva.
Sabía que me amaba, y mi amor por él anidaba en lo más profundo de
mi alma. También sabía que al sistema legal le importaban una mierda
mis sentimientos por Abel. Sobre el papel, mi decisión de desarraigar a
mis hijos y trasladarme a Michigan, casarme con un delincuente y
mudarme con él no se veía bien. En el mejor de los casos, parecía
impulsiva y, en el peor, que no tenía en cuenta la seguridad de mis hijos.
Pero no lo conocen.
Una profunda tristeza se desplegó en mi pecho mientras estaba en la
oficina de mi abogada, mirando la pila de papeles, odiando las mentiras
que contenían.
Jared tenía dinero para contratar al mejor abogado del país. Sabía que
los niños eran la forma perfecta de castigarme por irme, y no tuvo
reparos en usarlos contra mí.
La disolución de nuestro matrimonio no era algo que pudiera ocurrir
de la noche a la mañana, pero mi abogada había iniciado el proceso para
cortar mis lazos con Abel.
Óptica, lo llamó.
Al principio, me opuse a la sugerencia de Abel de que los gemelos y
yo nos quedáramos en casa mientras él dormía en la cabaña con el
abuelo. Sin embargo, mi abogada estuvo de acuerdo en que la óptica de
mi separación de Abel solo nos favorecería a nosotros.
Cada firma que garabateaba estaba impregnada de arrepentimiento.
Mi abogada me miró con ojos amables mientras mi mano se congelaba
en el aire.
―Esto es simplemente para contrarrestar los puntos que tu ex esposo
usará inevitablemente en tu contra. Una vez que esta batalla por la
custodia quede atrás, serás libre de pasar tu tiempo con quien elijas.
Sus palabras eran huecas y lúgubres, sin consuelo para el dolor de mi
estómago. Sin mirar, garabateé mi firma -Sloane Robinson-, en la línea.
Ni siquiera tuve la oportunidad de tomar su apellido.
La idea era ridícula, incluso yo sabía que habíamos empezado nuestra
relación como una mentira. No debería haberme dolido tanto terminar,
pero cada trazo de mi firma se sentía como una traición, contra él, contra
mi corazón.
Cuando terminé, tenía el alma agotada. Por ahora, era un juego de
espera hasta la vista judicial. Me despedí débilmente y me metí en el
auto. En cuanto la puerta se cerró a mi lado, rompí a llorar. Sollozos
duros y dolorosos salían de mi cuerpo mientras me encorvaba sobre el
volante.
¿Cómo había podido arruinar las cosas hasta tal punto?
Todo lo que siempre quise fue sentirme segura. En Abel encontré eso
y mucho más, y ahora me lo estaban arrebatando. Como tantas otras
veces, Jared controlaba la narración.
La tristeza dio paso a la ira. Jodidamente lo odiaba, a él y a todo lo que
nos hizo pasar. Agarré el volante y grité al parabrisas hasta que se me
quebró la voz.
Me senté en silencio, mi aullido de rabia aún resonaba en mis oídos
mientras mi respiración se entrecortaba.
Sonó mi teléfono y se me hizo un nudo en el pecho.
No reconocí el número, pero me pasé los dedos por debajo de los ojos
y me aclaré la garganta.
―¿Diga? ―grazné.
―Sloane. Soy Russell King. ¿Estás bien?
Tragué saliva e intenté sonar normal. El nerviosismo me recorría el
cuerpo con un filo cortante.
―Estoy bien. ¿Pasa algo? ¿Abel está bien?
Russell se rió por el otro lado.
―Por lo que tengo entendido, a mi hijo le va muy bien, gracias a ti,
jovencita. Te llamo porque escuché el rumor de que podrías estar en
apuros y pensé que podría ayudarte.
Me invadió la inquietud. Abel no confiaba en su papá, y mis alarmas
empezaron a sonar.
―Oh ―dije―. Gracias, pero creo que lo tenemos controlado.
―Hmm. ―La decepción goteaba a través del teléfono―. Aun así... me
gustaría que te pasaras por la casa. ¿Podrías hacerlo por mí?
Mis dedos se crisparon al mirar el reloj. Abel estaba trabajando en la
cervecería y, como no se quedaba en casa, quería pasar un rato con él.
Aun así, sabía que Russell King era un hombre poderoso, y si había
alguna forma de que pudiera ayudarme, sería una tonta si no la
aceptara.
¿Verdad?
La indecisión me corroía.
―¿Qué tal un poco de limonada y galletas? No te entretendré mucho.
―Había una suavidad en su petición que no esperaba.
―Um... Okey. Claro. ―Tragué más allá del arrepentimiento.
―Maravilloso. Te estaré esperando. ―Russell King terminó la
llamada, y mi estómago se revolvió.
El trayecto hasta la propiedad de los King fue corto. Al bajar por el
largo camino de entrada, recordé mi primer encuentro con el papá de
Abel. Me puso muy nerviosa que sospechara que el matrimonio entre
Abel y yo era falso. Ahora sabía que era real y, aun así, la casa que se
avecinaba me llenaba de inquietud.
Llamé y Russell abrió la puerta con una amplia sonrisa. Iba vestido
con una camisa de punto con cuello, pantalones de vestir beige y
mocasines. Si entornaba los ojos lo suficiente, me recordaba al aspecto
que podría tener Jared dentro de unas décadas.
―Sloane. ―Se hizo a un lado para abrir la puerta y extendió los
brazos―. Por favor, entra.
Me metí por la puerta, esquivándolo para evitar un abrazo incómodo.
Su mano se posó suavemente en mi espalda.
―Por favor, ven por aquí. La oficina puede ser muy sofocante. Tengo
refrescos en el solario.
Lo seguí, contemplando la grandeza y opulencia de la propiedad de
los King.
El interior estaba impecable. La luz del sol bailaba a través de los
ventanales del suelo al techo, proyectando un resplandor dorado sobre
los muebles colocados con gusto. Cada rincón destilaba sofisticación,
con delicadas luces colgando de los altos techos y gruesas cortinas que
caían en cascada por las ventanas.
―Por aquí, lo recordarás ―dijo―. Puede que no sea tan bonito como
la fiesta de bodas para la que Bug decoró, pero siempre disfruto de un
lugar soleado.
Caminamos juntos hacia la parte trasera de la casa, hacia el solario. La
luz del sol entraba a raudales por los cristales que iban del suelo al
techo. Sin los adornos de la fiesta de bodas, las ventanas ofrecían una
vista despejada del extenso patio trasero. Puede que la casa estuviera
enclavada en medio de una exuberante vegetación y un entorno
pintoresco, pero era un testimonio de la riqueza y opulencia de la familia
King. Carecía de la calidez y la intimidad del hogar que Abel construyó
para sí mismo.
Me dolía el alma solo de pensar en mi esposo.
Russell señaló una pequeña bandeja con un plato de galletas y dos
vasos altos de limonada helada.
Forcé una sonrisa.
―Es hermoso. Gracias.
Me senté con cuidado y Russell se sentó a mi lado. Entre los dos había
una mesita con nuestros refrescos. La deslizó en mi dirección.
―Por favor. Que lo disfrutes.
El vaso estaba frío en mis manos. Me lo llevé a los labios y bebí un
sorbo. La limonada tenía el equilibrio perfecto entre dulce y amargo.
―Gracias.
Russell no se acercó a su vaso, sino que cruzó las manos sobre el
regazo. Un anillo de oro en el meñique con un pequeño diamante
parpadeaba a la luz del sol.
―Outtatowner es una joya escondida, ¿no crees?
Sonreí.
―Es perfecto.
Se echó hacia atrás.
―Yo también lo pensé. Enclavado en las costas del oeste de Michigan,
tiene belleza y grandeza. Puedo mantener mi negocio y viajar a Chicago
cuando es necesario, pero fuera de nuestro pequeño pueblo, muy poca
gente ha oído hablar de él. Es tranquilo. Aislado.
Me quedé mirando mi limonada.
―Creo que por eso elegí este lugar. Necesitaba empezar de cero y mi
abuelo estaba aquí. Parecía demasiado bueno para ser verdad.
Russell asintió.
―Bax Robinson es un buen hombre. Lo conozco desde hace muchos
años. ―Se pasó la mano por el muslo―. Es una pena lo de su granja,
aunque escuché que han empezado a reconstruirla.
Asentí con la cabeza.
―Home Again Designs se está encargando de la renovación. Va a
quedar muy bonito.
Tarareó, con el disgusto entrelazado en el único sonido.
Russell King era conocido por guardar rencor, y estaba claro que no le
gustaba que yo me relacionara con Kate Sullivan y la empresa de diseño
que dirigía con su esposo.
Se apoyó en el reposabrazos.
―No quiero que te preocupes, querida. Por eso te pedí que vinieras.
Incliné la barbilla hacia él y fruncí el ceño.
―Mucha gente me cuenta muchas cosas en este pueblo. Tengo que
disculparme por no haberlo dicho antes, pero sé de la angustia que tú y
mi hijo están soportando. ―Exhaló un pesado suspiro―. Ahora, tengo
que admitir que cuando desfilaron por aquí la primera vez, pensé que
ambos me estaban mintiendo. Sin embargo, me di cuenta de que te
preocupas mucho por mi hijo, y él por ti. Por eso quiero que sepas que
ya no tienes que preocuparte de que tu ex esposo se entrometa en
nuestra familia.
Le miré.
―¿Señor?
Una sonrisa resbaladiza se dibujó en su rostro. Le gustaba que lo
llamara señor, y eso hizo que se me revolviera el estómago.
Por encima de todo, Russell King ansiaba el poder.
Se burló.
―Nadie se enfrenta a un King y gana, querida.
Tragué saliva. Mi mente recorrió peligrosos susurros sobre la mamá
de Abel y la desaparición de Jared.
Abrí mucho los ojos. Russell se dio cuenta de mi miedo y se echó a reír
mientras su carnosa palma acariciaba mi mano.
―No tienes por qué asustarte. Simplemente quiero asegurarte que el
problema se ha silenciado indefinidamente.
¿Por qué me lo estaba contando? ¿Qué podía ganar con que yo supiera que él
era responsable de que le pasara algo a Jared?
La sangre se me escurrió de la cara.
―Si mis hijos alguna vez preguntan sobre visitar a su papá...
Sus ojos helados se clavaron en mí.
―Esa no es una opción, querida.
Parpadeé, tratando de ganar tiempo para saber qué diablos hacer, con
el corazón acelerado.
―Gracias, señor.
Se rió, se recostó en la silla y me guiñó un ojo.
―Esa sí que es una mujer que conoce su lugar. Abel eligió una buena.
Miré el sencillo anillo de plata que llevaba en el dedo.
La mamá de Abel.
Respiré hondo e infundí dulzura a mi voz..
―Ah. ―Sus ojos brillaron por mi adulación―. Yo, como tú, no
siempre he tenido la mejor fortuna en las relaciones.
―Como la mamá de Abel ―ofrecí inocentemente.
―Precisamente. Durante años intenté dárselo todo, y nunca fue
suficiente. ―Su voz contenía recuerdos nostálgicos―. No eres la única
persona de esta familia que ha necesitado que un problema desaparezca.
Te aseguro que son dos inconvenientes que nunca se encontrarán. ―Un
tic cerca del ojo casi lo delató. Estaba segura de que no quiso que se le
escapara eso último, pero sonrió para recuperarse―. Pero podemos
mantener ese pequeño detalle entre nosotros. ¿Trato hecho, querida?
Cualquier trato con Russell King era un trato con el diablo.
Las palabras de Abel retumbaron en mi cerebro.
―Por supuesto. ―Miré mi reloj mientras mi cerebro gritaba por una
escapatoria―. Oh, lo siento mucho. Necesito ir por los niños pronto.
―Me levanté y él se puso a mi lado―. Gracias por todo.
Me acompañó hasta la puerta principal, pero se detuvo antes de
abrirla. Me agarró el hombro con la mano.
―Hay seguridad en conocer tu lugar. No lo olvides.
Mis labios formaron una sonrisa plana.
―No lo haré. Gracias, señor.
Apaciguado, Russell soltó su agarre, y me moví tan rápido como mis
pies pudieron llevarme sin correr por los escalones de la entrada y a
través del jardín delantero hasta mi auto.
Levanté la mano en señal de despedida y me encerré en la seguridad
de mi auto antes de ver a Russell encerrarse en su fortaleza.
Una exhalación gutural llenó mi auto. Me temblaron las manos
cuando arranqué el vehículo y salí marcha atrás de la calzada.
Una cosa sabía con certeza:
Russell King hizo desaparecer a mi ex esposo... igual que lo hizo con
la mamá de Abel.
Santa mierda, esta cama apesta.
Me quedé mirando el techo de la pequeña habitación de la cabaña de
Bax, preguntándome cómo se las arreglaron Sloane y los niños para vivir
aquí tanto tiempo. Los techos de tablones de madera tenían corrientes de
aire, había una mancha extraña en una esquina y el colchón era como
dormir sobre un montón de piedras.
Extrañaba el sofá. Extrañaba mi cama, despertarme envuelto
alrededor de mi esposa y mover su cuerpo flexible hacia mí.
Me pasé los dedos por los ojos mientras me incorporaba y balanceaba
las piernas sobre el borde de la cama. Me senté y suspiré, empapándome
del momento antes de ponerme en pie y continuar con el día.
Otro día sobreviviendo sin ellos.
Cuando entré en la pequeña cocina, Bax estaba en su sillón reclinable.
Me miró y se burló.
―Andas por ahí como un perro apaleado.
Asentí con la cabeza. Exacto.
Bax sacudió la cabeza.
―Qué lástima. Pensé que tenías más lucha en ti.
Mi atención se giró hacia él. Fruncí las cejas.
Él enarcó una ceja y levantó un hombro en señal de desdén.
―Un bache en el camino y te rindes.
¿Un bache en el camino? ¿El ex-esposo de Sloane estaba activamente
tratando de desmantelar su vida, y pensó que era un bache?
Sacudí la cabeza.
―Es complicado.
Bax se cruzó de brazos.
―No me parece tan complicado. La amas, ¿verdad?
Miré fijamente al anciano.
―Sí.
―¿Y a los niños? ―Señaló hacia mí.
Mis brazos se cruzaron en defensa.
―Como si fueran míos.
Bax resopló y se levantó.
―Ah, ya veo. Lo sabía. Los amas, entonces depende de ti resolverlo.
―No es tan sencillo. Mi condena pasada, yo... ―Exhalé.
Bax dio un manotazo al aire.
―No me vengas con eso. La gente comete errores todo el tiempo.
Pocos pagan su penitencia, pero tú lo hiciste. Agua pasada.
Mis hombros se desplomaron, derrotados.
―Ojalá fuera tan fácil.
―Nada que valga la pena fue fácil. ―Me señaló con el dedo―. Eso lo
sé a ciencia cierta.
Me quedé mirando el suelo desconchado. La verdad salió en un
susurro.
―Ella se merece más.
A mi lado, Bax me puso la mano en el hombro y me miró fijamente al
mismo sitio.
―Entonces dáselo tú, hijo. ―Suspiró―. Puedo aventurar quién te
hizo sentir tan indigno, y es una maldita lástima.
Los ojos claros de Bax se clavaron en mí.
―Eres bueno para ella. La iluminas. A los niños también. ―Hizo un
círculo con un dedo alrededor de su cabeza―. Si descubres cómo luchar
contra los demonios aquí dentro, apuesto a que tú también te darás
cuenta.
Tragué saliva.
―No sé cómo hacerlo ―admití.
―Tienes que reconciliarte con el pasado si quieres tener un futuro.
―Tras dos fuertes golpes en mi espalda, Bax tomó un muffin de la
encimera y volvió a su sillón.
Respiré hondo.
Tal vez Bax tenía razón.
Necesitaba poner mis cosas en orden. Se lo debía a Sloane, pero
también se lo debía a Ben y a Tillie.

El aire acondicionado de la biblioteca me golpeó al abrirse las puertas


automáticas. Pasé por delante del mostrador principal y subí las
escaleras hacia la sección infantil y juvenil. Emily estaba sentada detrás
de un escritorio, haciendo algo en el ordenador.
Cuando llamé su atención, sonrió y se puso de pie.
―Hola, Abel. ¿Recogiendo a los niños temprano hoy?
Me rasqué detrás de la cabeza.
―Um, no, pero necesito hablar con Ben un minuto. ¿Estaría bien?
Sonrió.
―Eres muy oportuno. En este momento los niños están merendando
antes de salir. Voy por él.
Emily rodeó su escritorio y desapareció detrás de una alta pila de
libros. Miré a mi alrededor, me senté en una silla demasiado pequeña y
esperé. Me sudaban las palmas de las manos, así que me las pasé por los
muslos de los jeans.
Momentos después, Ben apareció al lado de Emily. Cuando me vio,
sus ojos se iluminaron y una flecha se clavó en mi pecho.
―¡Hola! ―Saludó y Emily volvió a su puesto detrás del mostrador de
circulación.
―Hola, amigo. ―Señalé el asiento a mi lado―. ¿Por qué no te sientas?
Ben frunció el ceño mientras bajaba al asiento.
―¿Estoy en problemas?
Me incliné hacia adelante y apoyé la mano en su hombro.
―En absoluto.
Tenía los ojos bajos.
―¿Viniste a despedirte?
La sangre se me escurrió de la cara.
―Sé que es difícil, pero tu mamá y yo acordamos que quedarme en la
cabaña por un tiempo es una buena idea. No tiene nada que ver contigo.
Asintió con la cabeza, pero no me miró a los ojos. Le di un suave
apretón en el hombro.
―En serio, vine a verte porque necesito que me des una charla de
ánimo.
Levantó la vista.
―¿Qué es una charla de ánimo?
Pensé cómo decirlo para que lo entendiera un niño de siete años.
―Bueno, es algo así como cuando un entrenador habla con sus
jugadores antes de un gran partido. Les recuerda que deben jugar duro
y les hace saber que cree en ellos.
―¿Vas a jugar? ―preguntó Ben.
Me dolía el corazón por este dulce niño. Sacudí la cabeza.
―No, pero recuerdo que me dijiste que debía hablar con un terapeuta.
Te hice caso y encontré a alguien con quien concertar una cita. ―Miré el
reloj que tenía sobre el hombro―. Probablemente ya me esté esperando.
―Me incliné para mirar a Ben a los ojos―. El caso es que... estoy un
poco nervioso.
―Oh... ―Ben asintió, sosteniendo mi mirada con ojos serios―. Pero la
terapia es divertida. Juegas con juguetes y hablas de tus sentimientos, y
a veces te cuenta truquitos para que te sientas mejor cuando tienes
miedo.
Me dolía su sencilla visión del mundo.
―Hablar de mis sentimientos es difícil a veces.
La mano de Ben se posó en mi hombro con un golpe seco.
―¿Más difícil que mantenerlos dentro?
La emoción subió a mi pecho mientras lo abrazaba.
―No, supongo que tienes razón, amigo. ―Le di unas palmaditas en la
espalda mientras me apretaba.
La emoción me recorrió el pecho.
―Gracias. ―Me levanté y me aclaré la garganta―. Siento interrumpir
el campamento. Deberías volver. Dale a Tillie un abrazo de mi parte.
―Creo en ti, Abel. ―Ben saludó con la mano antes de sonreírle a
Emily y desaparecer por la esquina.
Detrás del mostrador de circulación, Emily tenía las manos apretadas
y los ojos llenos de lágrimas.
Asentí y me alejé.
La charla de ánimo de Ben era exactamente lo que necesitaba. Ese
chico era más fuerte de lo que creía, y si él creía en mí, quizá yo también
podría. Me dejé llevar por ese sentimiento mientras conducía hacia mi
cita.
Cuando llegué, el consultorio no se parecía al de ningún terapeuta que
hubiera imaginado. En lugar de un estéril edificio de oficinas, el doctor
Alexander Bennet optaba por atender a sus pacientes desde la
comodidad de su propia casa. Cuando llegué a la entrada justo antes de
la hora de mi cita, me estaba esperando en el porche con unos jeans y
una camiseta.
―Señor King. ―Se levantó con una sonrisa, extendiendo su mano
para estrechar la mía―. Me alegro de conocerlo por fin en persona. Soy
Alex.
Apreté los dientes y asentí.
―Abel.
El doctor Bennet se rió y se giró, abriendo la puerta de su moderna
casa. A través de unas puertas dobles de cristal, me condujo a su oficina.
Estaba decorado con muebles elegantes y sobrios. El escritorio del centro
era sencillo, negro y despejado. Había un par de sillones con respaldo en
una esquina. Eché un vistazo al pequeño sofá del extremo opuesto.
El doctor Bennet se rió y señaló las sillas.
―¿Qué tal si nos sentamos aquí?
Sin mediar palabra, me arrellané en la silla, apreté las manos y eché un
vistazo a la oficina.
Tal vez venir aquí fue otro error.
―¿Café? ¿Té? ¿Whisky? ―preguntó.
Una ceja se alzó ante su oferta de bebida. ¿Qué clase de terapeuta es éste?
―Estoy bien.
―Me alegra oírlo. ―Se acomodó en la silla junto a mí y exhaló.
Aguardé, con la esperanza de que tuviera alguna forma de romper el
hielo. Cuando el silencio se prolongó, me aclaré la garganta.
―Doctor Bennet, ¿no va a preguntarme por qué estoy aquí?
―Puedes llamarme Alex. ―Se encogió de hombros―. Pensé que
podríamos conocernos un poco primero, pero si eso es de lo que quieres
hablar, podemos meternos de lleno.
Frustrado y sintiéndome tonto, apoyé las manos en las rodillas y
empecé a levantarme.
―Mira, creo que esto fue un error.
Alex estaba a mi lado, imperturbable ante mi brusco comportamiento.
Me tendió la mano.
―Hay que tener pelotas para venir aquí en primer lugar. ―Asintió
cuando le di la mano―. Encantado de conocerte, Abel.
Fruncí el ceño, mirándolo de arriba abajo.
¿Era algún tipo de truco mental Jedi de terapeuta?
Mis botas pisaron la alfombra de su oficina y me giré hacia él.
―Mira... no sé qué hago aquí. Lo único que sé es que aquí arriba hay
un montón de mierda ―hice un gesto hacia mi cabeza―, y tengo que
resolverlo.
Una sonrisa se dibujó en su rostro.
―Podemos hacerlo.
Exhalé, aliviado de que el peso de mi afirmación no fuera suficiente
para asustarlo todavía.
Había mucho que desentrañar, así que pensé que podía empezar con
algo tangible.
―He estado teniendo pesadillas… son como la repetición de un
recuerdo, solo que son diferentes. Peor.
Relaté el accidente, mi condena y un breve resumen de la vida
después de la cárcel, incluida mi relación con Sloane. El doctor Bennet
asintió y escuchó sin emitir juicios ni dar su opinión. Le conté que hacía
poco que los sueños se habían trasladado al accidente de Sloane y los
gemelos.
Cuando lo miré expectante, esperando que me diera alguna
sugerencia para que dejara de soñar, se limitó a sentarse.
―¿Qué crees que significa el sueño?
Exhalé un chorro de aire.
―Ponerme al volante esa noche es lo que más lamento. Me atormenta.
Lo único peor es que les pasara algo a Sloane y a los niños.
―Algo por tu propia mano. ―El doctor Bennet confirmó mi más
oscuro temor.
―Exactamente. No sobreviviría a eso. ―Me dolía la mandíbula de
rechinar los dientes.
―Acabamos de conocernos, pero tengo la sensación de que eres un
protector. Tal vez temes perder el control porque has tenido experiencia
de primera mano con eso, y ahora lo que está en juego es aún mayor. En
este momento parece como si llevaras tu vergüenza como una insignia
de honor en lugar de permitirte sentir perdón.
Resoplé.
―No necesito el perdón. La mamá ya afirmó perdonarme, aunque no
entiendo cómo sería posible.
Levantó las cejas.
―¿Se lo preguntaste?
―¿Qué? ―Me miré los pies.
Señaló hacia mí.
―¿Le preguntaste a la mamá por qué te perdonó?
Reflexioné sobre sus palabras.
―No exactamente.
―Quizá si entendieras cómo ella pudo encontrar el perdón, podrías
empezar a perdonarte a ti mismo. ―Se encogió de hombros―. Solo una
idea.
Solo una idea.
Al cabo de una hora, el doctor Bennet cambió de tema para poner fin a
nuestro tiempo juntos, pero yo no podía dejar pasar lo que dijo. Claro, la
mamá afirmaba perdonarme, pero yo siempre supuse que eso era
mentira. Era incomprensible que pudiera sentir algo más que odio hacia
mí.
Aun así, en lugar de girar hacia casa, me dirigí hacia el este y fuera del
pueblo.

La pequeña casa de dos plantas estaba pintada de blanco y cada


ventana estaba decorada con una jardinera llena de flores. El barrio era
más grande y activo que Outtatowner, pero conservaba un poco del
encanto de un pueblo pequeño. La hora de viaje me dio tiempo de sobra
para pensar y repensar cómo empezar la conversación.
Antes de que pudiera echarme para atrás, mi puño golpeó con fuerza
la soleada puerta amarilla de la entrada. Segundos después, una mujer la
abrió de un tirón y me miró fijamente.
Era ella. Era varios años mayor, pero nunca pude olvidar su rostro.
Inhalé profundamente.
―Buenas tardes, señora. Siento molestarla, pero soy...
―Abel King. ―La mujer me miró fijamente―. Sé quién eres.
Asentí como el tonto que era.
―Lo siento. No debería haber venido.
Di un paso en retirada cuando ella salió al pequeño porche y cerró la
puerta tras de sí.
―Espera. Por favor.
Me giré para verla ofrecerme una suave sonrisa.
―Me alegro de que hayas venido. ―Señaló hacia su casa―. ¿Quieres
entrar, por favor?
Mi lengua estaba espesa e inmóvil. Asentí y seguí a la mujer hasta su
casa. Era acogedora, y las ventanas dejaban entrar la luz brillante y
hacían que el espacio pareciera abierto y aireado.
Señaló hacia el sofá.
―¿Te traigo algo de beber?
Negué con la cabeza y ella se sentó en una silla a mi lado. Con las
manos juntas delante de mí, miré al suelo.
―Señora, vine a decirle... Necesitaba.... ―Se me escaparon las
palabras adecuadas. La emoción me subió al pecho y me picó en el
puente de la nariz.
―Por favor, llámame Rebecca. ―Su suave mano se apoyó en mi
antebrazo―. ¿Puedo hablar primero?
Levanté la vista y vi sus suaves ojos azules mirándome fijamente.
Asentí con la cabeza.
―Quiero que sepas que no te odio, Abel King.
Fruncí el ceño. No podía entenderlo.
―¿Cómo puedes no odiarme por lo que hice? ¿Por lo que te quité?
Rebecca suspiró y me miró con lástima.
―Odio lo que pasó. Odio que hayamos perdido a Chase y que nada
vuelva a ser lo mismo. Odio que hayas ido a la cárcel por algo que fue
claramente un accidente. Odio haber elegido la autopista en lugar de las
carreteras secundarias porque supuse que era más seguro. Odio saber
que fui en parte responsable, pero dejé que cargaras con toda la culpa.
Sacudí la cabeza mientras mi mente daba vueltas.
―No lo entiendo.
Lágrimas frescas nadaron en sus ojos.
―Yo se los conté. Cuando la policía vino al hospital y me preguntó
qué pasó, les conté lo que sabía... Chase y yo estábamos en el auto,
volviendo a casa. Era tarde, y estaba oscuro. Algo a un lado de la
carretera me llamó la atención: un ciervo, creo. Se puso delante de
nosotros y yo di un volantazo.
Sus ojos se volvieron vidriosos y sacudió la cabeza como si estuviera
reviviendo aquella noche en su mente.
―Creo que corregí el rumbo de más. Me acerqué demasiado a la línea
central y la crucé. Fue en ese momento cuando te quedaste dormido y...
sucedió. Fue un momento horrible, perfecto, devastador.
Respiraba con dificultad. Apenas podía comprender lo que oía.
¿Mi auto nunca cruzó la línea central? Por eso, tras el choque, su auto acabó
en mi carril en vez de en el contrario.
Mientras yo miraba fijamente, ella continuó:
―Estaba de luto por mi hijo. Estaba dolida y molesta y me encontraba
muy mal. Más tarde, mi abogado me dijo que si volvía a mencionar al
ciervo, yo misma podría meterme en problemas, así que no lo hice.
La comprensión se apoderó de mí y mis ojos se alzaron para
encontrarse con los suyos.
―Fue eliminado del informe policial.
Tragó saliva y asintió.
―No sé cómo ni por qué, pero sí.
Mi papá.
Puede que no tuviera suficiente influencia para influir en un juez, pero
sin duda tenía suficiente poder para convencer a un agente de que
omitiera algunos detalles en la investigación, asegurándose así una
condena más dura para mí... para darme una lección.
―Me di cuenta demasiado tarde de que fue un accidente ―dijo―. La
única forma en la que podía ayudar era hablar en tu juicio.
Me sentí mal. Recordé todo lo que pasó, todas las noches que me
quedé despierto deseando que hubiera sido yo en lugar de Chase.
―Aún así fue mi culpa. Estaba demasiado cansado. Mi tiempo de
reacción se retrasó.
Su mano fue suave en mi brazo.
―No lleves el peso de esto solo. Hay tantas cosas que odio de esa
noche, pero tú no eres una de ellas. Solo te pido que me perdones por no
ser lo suficientemente fuerte para hacer más.
¿Perdonarla?
Ella dijo la verdad y mi papá manipuló la situación para adaptarla a
sus necesidades. Pasé cinco años en la cárcel porque él quería darme una
lección y permitió que una mamá sintiera culpa y vergüenza por no
haber hecho más.
Lo odiaba.
Mi mandíbula se apretó.
―Estabas de duelo. Acababas de perder un hijo. Yo…
―Abel... sostuviste su mano cuando yo no pude, nunca te lo agradecí.
Mis ojos volaron hacia los suyos. Una lágrima se deslizó bajo sus
pestañas y mi ira se desvaneció. Ninguno de los dos podía cambiar el
pasado.
Sus palabras eran ciertas y punzaban en lo más profundo de mi alma.
Tras el accidente, ella estaba demasiado herida para moverse y,
cuando encontré al niño, le tomé de la mano y hablé con él hasta que
llegó la ayuda. Más tarde me enteré de que sufrió un paro cardiaco en la
ambulancia y murió a causa de las heridas.
Los recuerdos que me inundaron me destrozaron.
―Lo siento mucho. ―Me derrumbé sobre mí mismo, llorando
abiertamente en su sala de estar.
Su agarre en mi antebrazo se hizo más fuerte y, juntos, lloramos por
Chase, por las pequeñas micro decisiones que nos llevaron a ambos a ese
tranquilo tramo de autopista, por el destino que nos unió de una forma
tan trágica.
Lloramos hasta que los dos nos agotamos.
―Buenos días. ―La juez Tamara Barnes sonrió desde su estrado
mientras mi abogada me guiaba en silencio hacia la pequeña mesa
situada en la parte delantera de la sala―. Agradezco que todos estén con
nosotros hoy. Empezaremos en un minuto para que podamos mantener
el horario durante todo el día.
Me ajusté el dobladillo de la blusa y esbocé una sonrisa valiente
mientras me enfrentaba a la juez.
―La audiencia de hoy es para el caso de custodia de menores número
27842: se trata de la custodia relativa a los hijos menores, Ben y Tillie
Hansen, entre Jared Hansen, el demandante, y Sloane Robinson, la
demandada. Abogados, por favor declaren sus comparecencias para que
conste en acta.
Mi abogada exudaba tranquila confianza mientras yo permanecía de
pie con las rodillas temblorosas y el corazón esperanzado.
―Su señoría, Laura Michaels comparece en nombre de la acusada,
Sloane Robinson.
La juez escribió algo con un bolígrafo.
―Gracias, señora Michaels. ¿Y para el demandante?
Miró hacia el espacio vacío cerca del abogado contrario.
―Bueno... el señor Hansen parece estar ausente. ―Señaló al abogado
con el bolígrafo―. ¿Lo representa usted en su nombre?
El abogado de Jared sonrió, pero la tensión se aferró a sus hombros.
―Aiden Waxman, señoría, comparece en nombre del demandante,
Jared Hansen.
La juez hizo otra anotación en el papel.
―Gracias, señor Waxman. ¿Puede darnos alguna pista sobre la
ausencia de su cliente?
―Señoría, creo que hay una investigación en curso sobre el paradero
de mi cliente. En este momento, él... no está presente.
Se me encogió el corazón. Aunque no quería creerlo, era innegable
que el papá de Abel estaba de algún modo detrás de la misteriosa
desaparición de mi ex esposo.
Se me revolvió el estómago. Que quisiera la volatilidad de Jared lejos,
muy lejos de mí y de mis hijos, no significaba que lo quisiera muerto.
Mi mente aún no podía hacerse a la idea de que Jared seguía
desaparecido.
Mi abogada me tocó el codo y, cuando mis ojos se encontraron con los
suyos, exhalé el aliento que había estado conteniendo.
Una preocupación cada vez.
La juez Barnes suspiró ligeramente.
―Ya veo. ―La juez revisó unas hojas de papel que tenía delante―.
Parece que crear problemas y luego desaparecer es un tema recurrente
para el señor Hansen.
El abogado se movió en sus lustrosos zapatos de punta, pero no
respondió.
―Muy bien ―dijo la juez―. Que el acta refleje la ausencia del
demandante. Señor Waxman, ¿le gustaría continuar con su caso?
El abogado Waxman se pasó una mano por la corbata.
―Señoría, solicitamos que todas las pruebas presentadas
anteriormente sean consideradas con el peso que merecen. Sin embargo,
confiaremos en la discreción del tribunal en este asunto.
Mi abogada se inclinó para susurrarme al oído.
―Están optando por no llamar a ningún testigo de carácter en tu
contra. Esto es muy bueno para nosotras.
Un brillante punto de esperanza floreció en mi pecho.
La juez Barnes asintió.
―Muy bien. Que conste en acta que el demandante no llama a
testigos. Señora Michaels, ¿le gustaría continuar con su caso?
Mi abogada sonrió.
―Sí, señoría. Estamos preparadas para proceder. Me gustaría llamar a
los testigos de la lista para que testifiquen a favor de la acusada.
La juez Barnes señaló el espacio frente al estrado.
―Por favor, procedan.
Laura asintió y se dirigió a la sala.
―Llamo a Norman 'Bax' Robinson al estrado.
Se me encogió el corazón al ver a mi querido y dulce abuelo, vestido
con un traje desaliñado y mal ajustado, subir al estrado. Colocó con
confianza su mano sobre la Biblia para prestar juramento.
Mi abogada le hizo suavemente una serie de preguntas en las que
compartió sus experiencias con mis hijos. Se me hizo un nudo en la
garganta cuando me miró y sonrió mientras le decía al tribunal lo
orgulloso que estaba de mí y de mi capacidad para cuidar de mis hijos a
pesar de nuestros recientes episodios de mala suerte. Habló de lo felices
que eran los niños y de lo buena que era para todos nosotros la vida
cerca del lago.
Cuando terminó, me guiñó un ojo desde el estrado y le dije te amo.
La juez Barnes preguntó entonces:
―¿Alguna repregunta, señor Waxman?
El abogado de Jared sacudió la cabeza y golpeó su bolígrafo.
―Ninguna, señoría.
―Muy bien. Puede llamar a su siguiente testigo, señora Michaels.
Uno a uno, mi abogada fue llamando a amigos y vecinos al estrado: el
abuelo, Bug, Sylvie, Emily e incluso Bootsy se subieron al estrado y
hablaron de la amabilidad y educación de mis hijos, a lo que él atribuyó
mis dotes como mamá.
Todos ellos fueron amables y nos apoyaron a mí y a mis hijos. Se me
saltaron las lágrimas al ver cómo decidieron ayudarnos de una forma
tan importante.
Me apreté las manos en el regazo y luché contra las lágrimas de
agradecimiento.
Mi abogada dejó caer un papel doblado delante de mí antes de
reanudar la sesión.
Lo abrí y leí No reacciones.
Mis cejas se fruncieron mientras la observaba.
―Me gustaría llamar a mi último testigo, Abel King.
Me quedé con la boca abierta y miré a mi abogada. Ella,
imperturbable, no me dirigió ni una sola mirada. Apreté los labios.
Desde la última fila de asientos, Abel se levantó. No sé cómo pude no
verlo. Vestido con el mismo traje a medida de color carbón con el que se
casó conmigo, Abel caminaba con pasos frescos y pausados. La costosa
tela se extendía sobre su fuerte pecho, y sus pantalones a medida
destilaban una suntuosa confianza.
Si alguna vez hubo un King, Abel lo fue.
Mantuvo la mirada fija en el estrado mientras el resto de la sala seguía
sus movimientos con la mirada.
Era fuerte y poderoso y dolorosamente hermoso.
Justo cuando pasó junto a mi asiento, sentí un suave roce de su dedo
en el dorso de mi brazo. El calor se apoderó de mi pecho y luché contra
las lágrimas.
Él estaba aquí. Luchando por mí. Luchando por nosotros.
Después de que Abel prestara juramento, me quedé mirando mientras
él centraba su atención en las preguntas presentadas por mi abogada.
Ella indagó sobre nuestra relación de trabajo, que Abel proclamó que
poco a poco se convirtió en una relación romántica. Su interrogatorio se
centró principalmente en mi relación con mis hijos y sus observaciones
durante el tiempo que pasamos juntos.
―Sloane es una mamá dedicada y cariñosa. La vi tomar todas y cada
una de sus decisiones con el único objetivo de amar y cuidar a sus hijos.
En verdad, es el tipo de mamá que desearía haber tenido la oportunidad
de conocer cuando era niño.
Me dolía el corazón por el pobre y dulce niño que fue. A Abel le
habían robado a su mamá y vio en mí el tipo de mujer lo bastante fuerte
como para criar con amor a niños felices. Se me escapó una lágrima y la
limpié rápidamente.
Mi pulgar tocó la sencilla banda plateada de mi dedo.
Mi abogada asintió.
―Gracias, señor King. No hay más preguntas, señoría.
La juez movió un papel de la pila que tenía delante.
―Tengo algunas preguntas para usted, señor King.
Mi corazón latió con fuerza mientras asentía.
―Por supuesto, señoría.
―El tribunal es consciente de su condena anterior. ―La fría expresión
del juez Barnes no delató nada.
Mis ojos rebotaban entre mi abogada, Abel, y la juez.
Asintió con la cabeza.
―Sí, señora.
La juez juntó las manos.
―Dígame... ¿cómo ha sido su vida desde su liberación?
Abel lo pensó un momento. Durante un segundo, sus ojos me miraron
antes de desviarse.
―En muchos sentidos, difícil.
Se me oprimió el pecho.
―Vivir en un pueblo pequeño donde todo el mundo sabe que tienes
demonios puede ser difícil ―continuó―. Durante un tiempo fue más
fácil vivir al margen de nuestra comunidad. Se puede decir que soy un
poco marginado. ―Su burla inocente fue una daga en mi corazón―.
Pero todo eso cambió cuando Sloane entró en mi vida.
Levantó los ojos hacia los míos.
―A través de ella, me di cuenta de que a todo tipo de personas les
ocurren cosas malas. Cometemos errores y tenemos que pagar por ellos,
pero castigarnos continuamente puede no ser siempre la respuesta
correcta. Ella me permitió ver eso por fin.
―¿Entonces se ha perdonado? ―preguntó la juez Barnes.
Abel levantó la comisura de los labios.
―No, señoría, pero lo estoy intentando. He empezado a ir a terapia,
por mí, pero también por Sloane y los niños. De hecho, fue Ben quien me
dio la seguridad que necesitaba para encontrar la fuerza para ir. Sé que
sacó esa resistencia de su mamá. ¿Y Tillie? ―Abel sonrió―. La risa de
Tillie suena y te llega hasta aquí, ¿sabe? ―Se dio un golpecito en el
pecho―. Es una buena niña. Una niña feliz, con mucho talento. Aman a
su mamá, y ella los ama a ellos... con todo lo que tiene.
La juez Barnes no reaccionó, sino que se limitó a enarcar una ceja
hacia Abel.
―La señora Robinson presentó unos papeles para un divorcio de
mutuo acuerdo en los que usted firmó. ¿Es correcto?
―Es verdad. ―Abel se sentó erguido―. Haré lo que sea necesario
para que Sloane y sus hijos estén juntos. Si eso significa retirarme para
que un juez que no sabe nada de mí pueda dormir mejor por la noche,
que así sea, pero ella siempre será mi esposa. ―Se golpeó el pecho con
un dedo―. Aquí mismo.
La juez dejó la pluma y apoyó las manos en el escritorio.
―Bueno, es un discurso muy audaz y apasionado, señor King.
Se me aceleró el corazón al ver cómo se desarrollaba la escena. Abel
nunca vaciló bajo su tranquila evaluación. Mi abogada permanecía a mi
lado, inmóvil.
―Señor King, he sido juez durante muchos años. En ese tiempo he
tenido a mujeres y hombres, no muy diferentes a usted, que se han
presentado ante mí y han hecho proclamaciones: afirmaciones de que
han cambiado, que su historia criminal era simplemente un parpadeo.
Promesas de no volver a saltarse la ley. En este tiempo, he aprendido a
detectar a los mentirosos y a los tramposos con bastante precisión. ―Su
fría mirada se clavó en Abel desde su banco, y se me oprimió el pecho―.
¿Me cree, señor King?
Asintió con la cabeza.
―Sí, señora, le creo.
La expresión de la juez Barnes era ilegible.
―Muy bien. ―Miró a mi abogada―. ¿Descansa la defensa?
Una sonrisa de confianza se dibujó en el rostro de Laura.
―Sí, señoría.
La juez Barnes asintió.
―Considerando las pruebas presentadas y la ausencia del
demandante, creo que el mejor resultado para este caso es claro. Este
tribunal dictará sentencia en rebeldía contra el demandante Jared
Hansen.
Miró al abogado Waxman.
―Abogado, una vez que se resuelva la cuestión de su paradero, su
cliente es libre de volver a solicitar al tribunal, pero a partir de hoy,
concedo la custodia exclusiva a la señora Robinson, sin régimen de
visitas. Le insto a que hable con su cliente sobre la gravedad de la actual
orden de restricción de la señora Robinson. Puede esperar consecuencias
estrictas si decide incumplir esa orden, especialmente si vuelve a pasar
por mi mesa.
Con un gesto sombrío, el abogado de Jared se limitó a decir:
―Entendido, señoría.
―Muy bien. ―La juez se giró hacia mí y sonrió―. Felicidades, señora
Robinson. Caso cerrado. ―El mazo golpeó su bloque y dejé escapar un
grito de alivio.
Se había acabado de verdad.
La oleada de apoyo de mis amigos y mi familia, de mi pueblo, se
apoderó de mí.
Levanté las manos, me tapé la cara y ahogué un sollozo de alivio. Me
tragué la dura bola de emoción mientras observaba cómo nuestros
abogados se daban la mano.
Laura se giró hacia mí.
―Felicidades, Sloane. Te lo has ganado.
Me levanté y la abracé con fuerza.
―Gracias. Muchísimas gracias.
Me mantuvo a distancia y sonrió.
―De nada. Siento lo del testigo sorpresa. ―Me guiñó un ojo―. Me
tendió la mano y abogó por hablar en el estrado en tu nombre, y tengo
que admitir... que ese hombre es algo más.
Mis ojos se deslizaron hacia Abel, que estaba de pie cerca de la parte
delantera de la sala.
―Seguro que lo es.
Cuando ella se apartó, Abel avanzó, robando el espacio entre nosotros
y tomándome en sus brazos. Enterré mi cara en su pecho mientras me
levantaba los dedos de los pies del suelo.
―Gracias. Gracias.
Mis palabras fueron ahogadas por el cálido y suave beso de Abel.
Jadeé dentro de él, volcando mi gratitud y mi amor en aquel beso. Su
lengua se deslizó sobre la mía, profundizando el beso, y mis brazos lo
jalaron para acercarlo más.
Me fundí con él.
―Señor King. ―El martillo de la juez sonó detrás de nosotros―.
Señor King.
Nos giramos para mirar a la juez Barnes. Una ceja perspicaz se levantó
mientras ella movía la cabeza.
―Fuera de mi sala.
Me sonrojé y hundí la cara en él, ahogando una carcajada.
Se aclaró la garganta y asintió con gesto serio.
―Sí, señoría.
El brazo de Abel me rodeó mientras el rumor de su voz profunda me
hacía cosquillas en la concha de la oreja.
―Vamos, esposa. Tenemos que celebrar algo.

El estacionamiento de Abel’s Brewery estaba lleno cuando llegamos.


―¿Qué es todo esto? ―pregunté, girándome en mi asiento para mirar
a Abel.
Levantó un hombro.
―Solo unos amigos reunidos para celebrar tu gran victoria.
Mis ojos se abrieron de par en par.
―Pero no sabíamos que íbamos a ganar antes...
Abel me guiñó un ojo y mi estómago dio un vuelco.
―Yo sí. ―Asomó la cabeza a un lado mientras salía del asiento del
conductor―. Solo vamos y deja de ser un dolor en el trasero.
―Okey, jefe. ―Solté una carcajada y salí―. Me alegra ver que sigues
siendo un gruñón.
Abel me atrajo hacia él y me rodeó los hombros con un brazo. Me besó
el cabello y se inclinó hacia mí.
―Tengo que guardar las apariencias. No puedo dejar que todos sepan
que me he ablandado por tu culpa.
Mis dedos rozaron la parte delantera de su camisa, bromeando con la
parte delantera de sus jeans.
―Créeme, no hay nada blando en ti.
Gruñó y nos hizo avanzar hacia la entrada de la cervecería.
―Sabía que dabas problemas.
Una vez adentro, la fachada de la cervecería se llenó de aplausos. Las
puertas de estilo garaje estaban abiertas para dejar pasar la brisa, y los
amigos y la familia salieron al patio mientras las luces parpadeantes
iluminaban el espacio exterior. En un rincón, Layna tocaba la guitarra y
ofrecía música acústica en vivo, mientras algunas de las Bluebirds
decoraban el espacio con flores y globos.
―¡Abel! Esto es demasiado! ―Me reí y me abrí paso por la entrada
mientras la gente avanzaba para abrazarme.
Una vez que atravesé la multitud, Meatball se acercó y estrechó la
mano de Abel.
―Ni siquiera te ha enseñado lo mejor. ―Meatball me tendió un vaso
de cerveza escarchado lleno de una rica cerveza dorada―. Toma.
Pruébala.
Miré a Abel, pero le di un sorbo vacilante. Era rica y tostada, con un
toque dulce.
―¡Mmm! Qué rica está. ―Le sonreí a Meatball―. ¿La preparaste tú?
Sonrió y sacudió la cabeza antes de hacer un gesto hacia Abel.
―No. Esta es la bebé de Abel.
Lo miré.
―Está muy buena. ―Volví a sorber.
Abel exhaló aliviado.
―Me alegro de que te guste. Es tuya.
Levanté mi vaso en señal de saludo.
―Gracias.
Ambos se rieron y Meatball negó con la cabeza.
―Sí, el vaso es tuyo, pero la infusión también. Abel la hizo para ti.
Mis ojos se abrieron de par en par al mirar a Abel. El hombre tuvo la
osadía de apartar la mirada y sonrojarse.
―¿Hablas en serio?
Él me sonrió, dejando que las yemas de sus dedos alisaran un mechón
de mi largo cabello.
―Notas cálidas de galleta y miel. Como tú.
Me quedé boquiabierta. Él creó algo solo para mí, y era increíble.
―Pensé que estabas creando algo nuevo para MJ.
Una sonrisa tímida curvó la comisura de sus labios.
―Todavía lo hago. ―Levantó un hombro y miró a su hermana menor,
que charlaba con un grupo de amigos―. La suya es más bien una bebida
de invierno. Ésta es solo para ti.
Meatball asintió.
―Muy bien, hombre. Cuéntale lo mejor. ―Deslizó la botella por la
mesa y yo la tomé―. Mira las ilustraciones.
Brewer's Wife3 estaba en la parte delantera de la etiqueta, pero reconocí
inmediatamente el estilo de la ilustración. Mis ojos volaron hacia los de
Abel.
―¿Tillie dibujó esto?
En el momento justo, mi hija chocó contra mi pierna, abrazándome
por en medio con su hermano siguiéndola por detrás.
―¡Mamá!
―¡Oye! ―La apreté con fuerza―. ¿Viste esto? ¡Es increíble, Till!

3
La esposa del Cervecero.
Ella me sonrió.
―Abel dijo que era una sorpresa. ¿No es genial?
En la parte inferior del diseño había una abeja en el peculiar estilo de
dibujos animados de Tillie.
―Yo te dije que le pusieras flores ―añadió Ben.
Abracé a mis gemelos.
―Es perfecto.
Tillie me miró.
―El abuelo dice que podemos lanzarnos por las dunas de arena, y él y
la señorita Bug nos juzgarán. ¿Podemos? ¿Por favor?
Me reí de sus súplicas con los ojos muy abiertos.
―Por supuesto, pero, por favor, no se metan en problemas.
Sin oír siquiera mi súplica, se pusieron en marcha, sorteando a la
gente para encontrar a mi abuelo. Volví a mirar la botella.
―¿La esposa del Cervecero?
Los ojos oscuros de Abel eran intensos.
―Si ella todavía quiere tenerme.
Me incliné hacia él.
―Supongo que esto significa que todavía estamos casados.
Su rostro se puso serio y negó con la cabeza.
―Lo siento, pero no. El papeleo se presentó, y mi abogado dijo que
todavía va a pasar.
Confundida y dolida, fruncí el ceño. Cuando sonrió, entrecerré los
ojos y lo miré.
Abel ensanchó las palmas de las manos.
―Mira, le prometí a Tillie una nueva boda para que pueda llevar un
vestido elegante. Tengo las manos atadas.
Se me escapó una carcajada sorprendida.
―¿Vas a dejar que el Estado de Michigan nos conceda el divorcio solo
para poder apaciguar a una niña de siete años?
La sonrisa de Abel se ensanchó.
―No del todo.
Dio un paso atrás, se metió la mano en el bolsillo y sacó una cajita
cuadrada. Me llevé la mano a la boca.
―Sloane Robinson. Mi esposa. Cuando me encontraste, yo era un
hombre roto, pero tú no tuviste miedo de recoger las piezas y mostrarme
cómo podían encajar de nuevo en algo completamente nuevo. Tu amor
me dio el coraje para mirar dentro de mí. Para mejorar. Prometo amar a
Ben y a Tillie tan ferozmente como amaría a los míos. Prometo amarte
para siempre.
Abel se arrodilló ante nuestros amigos y familiares. Abrió la cajita y
reveló el anillo más hermoso que jamás había visto. El solitario de talla
cojín bailaba con fuego.
―¿Quieres casarte conmigo... otra vez?
Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras me llevaba la mano
izquierda al pecho.
―Pero me encanta el anillo que tengo.
Abel sonrió y negó con la cabeza.
―Y lo conservarás. Mi mamá fue la primera mujer a la que amé y tú
serás la última. Su anillo te pertenece. El diamante es solo porque te
mereces algo de brillo.
Me lancé sobre Abel, rodeándolo con mis brazos.
―Sí. ¡Oh, Abel, sí!
Se echó a reír -con el sonido más dulce del mundo-, y se levantó,
llevándome con él mientras todos en la cervecería aplaudían, silbaban y
vitoreaban detrás de nosotros.
El hombre del que me había enamorado era gruñón, melancólico y
estaba perdidamente enamorado de mí.
...Y, realmente, esa era solo mi suerte.
―¿Estás nervioso? ―La mano de Royal se aferró a mi hombro
mientras me ponía el traje.
―No. ―Lo estaba.
La risa de Royal sonó.
―Estás tan lleno de mierda. ―Miró a su alrededor mientras
estábamos de pie justo dentro de la fábrica de cerveza, mirando hacia los
acantilados de dunas de arena donde Sloane y yo nos casaríamos.
El sol dorado se ocultaba en el horizonte proyectando un cálido
resplandor sobre los acantilados de arena. Hablamos brevemente de
casarnos en una iglesia o en otro lugar, pero Sloane insistió en que
quería hacerlo en la fábrica de cerveza.
―Me alegro por ti.
Estreché la mano de mi hermano.
―Gracias.
Codo con codo, observamos cómo nuestros invitados tomaban
asiento. La mamá de Chase, Rebecca, se sentó con su esposo cerca del
fondo. Sonrió amablemente cuando la miré y yo asentí con una sonrisa
apretada y sincera.
Me sorprendió lo mucho que podía cambiar en tan poco tiempo. No
hacía tanto tiempo que yo era un extraño, rechazado y objeto de
rumores. Temido por lo que hizo.
Todo eso cambió cuando Sloane irrumpió en mi vida.
Duke Sullivan estaba sentado con mi sobrino en su regazo. Sus
hermanos y sus cónyuges estaban sentados a su alrededor. En los
últimos meses, había llegado a conocer a Kate y Beckett Miller mientras
trabajaban en la granja. La construcción iba bien, y Sloane los invitó a
cenar en varias ocasiones. Me dolía admitir que no estaban tan mal.
Me reí y negué con la cabeza.
―¿Qué pasa? ―Royal preguntó.
―Solo esto. ―Señalé hacia los invitados―. ¿Crees que alguien
hubiera creído que los Sullivan y los King estarían en la misma
habitación, pero siendo prácticamente familia? Es salvaje.
Él resopló.
―Es bastante jodido. ―Entrecerró los ojos―. Creo que empapelaré la
camioneta de Lee para compensarlo.
Sacudí la cabeza.
―Eres un niño.
Mientras esperábamos, observé cómo Royal escudriñaba a la
multitud. Cuando sus ojos se posaron en Veda Bauer, sonrió satisfecho.
Debió de sentir su atención sobre ella, porque cuando miró por encima
de su hombro, su mirada podría haber congelado las profundidades del
infierno.
―¡Jesús! ―dije―. ¿Qué demonios le hiciste?
La sonrisa de Royal se extendió.
―No sé... creo que no le gusto.
Mi cara se contrajo.
―¿Por qué sonríes así?
Los hombros de Royal rebotaron.
―Me gustan luchadoras.
Me pellizqué el puente de la nariz.
―Jesús. No te metas con la única mujer que nos está ayudando a salir
del problema de papá. Esa mujer parece que te aplastaría las pelotas y
sonreiría por eso.
Miré mi reloj y estabilicé mi respiración. Ya era casi la hora.
A un lado, Bug jugaba con el lazo del vestido rosa antiguo con
volantes de Tillie. Capté su mirada y le guiñé un ojo a mi hija.
Mi hija.
Nunca me imaginé como una figura paterna, pero con Sloane a mi
lado, me sentí listo para aceptar el papel. Ben y Tillie lo pusieron fácil.
La barbilla de Royal se levantó mientras sonreía.
―Ahí está. ―Le hizo un gesto a Ben para que se acercara―. Tu
padrino se ve bastante bien, Abel.
Puse una mano en el hombro de Ben y él me sonrió.
―Seguro que sí. ¿Estás listo, niño?
Ben asintió y sonrió cuando me puse detrás de él. Sin problemas, JP,
Royal, Whip y Ben se alinearon frente a mí, listos para caminar hacia el
altar. A su lado, MJ, Sylvie, Layna y Tillie sonrieron, sosteniendo
pequeños ramos de flores silvestres.
Ya era hora y estaba más que dispuesto a casarme con mi esposa.
Otra vez.

Agarré la cintura de Sloane mientras mirábamos el Bed-and-Breakfast


Wild Iris. No se nos ocurrió un lugar mejor para pasar nuestra noche de
bodas. En la boda, Gladys nos entregó encantada las llaves de la suite de
la torre.
Subimos la escalera circular hasta nuestra habitación.
―Fue tan dulce que lloraste. ―Sloane me sonrió.
Fruncí el ceño.
―No lloré. Un poco de arena me entró en el ojo.
Ella reprimió una sonrisa antes de detenerse frente a la puerta.
―Ajá. ―Ella me dio unas palmaditas en el pecho―. Sigue diciéndote
eso, tipo duro.
―Pero tenías razón ―admití.
Sus cejas se arquearon y sonreí mientras jugaba con su cabello.
―Eres la mejor esposa que he tenido.
Ella batió sus pestañas.
―Te lo dije. ―Su suspiro fue suave y satisfecho―. Realmente fue el
día perfecto.
Cuando llegamos a la habitación, en lugar de abrir la puerta, hizo una
pausa.
―¿Aún crees que tomaste la decisión correcta al no tener a tu papá
ahí?
Mi rostro se volvió de piedra y respondí sin dudarlo.
―Absolutamente.
―Él me asusta. ―Su labio inferior estaba escondido entre sus
dientes―. Estoy nerviosa por lo que sucederá.
La abracé más, empapándome de su calidez y dejando que su
perfume me invadiera. Cuando Sloane me contó sobre su encuentro con
mi papá y sus sospechas de que él estaba detrás de la desaparición de
Jared, me puse furioso. No tenía ninguna duda de que el que se acercara
a ella era una amenaza apenas velada para mantenerla a raya. Hervía de
rabia cada vez que pensaba que ella estuvo a solas con él.
La apreté, en parte para recordarme a mí mismo que ella estaba aquí y
a salvo conmigo.
―No tienes que preocuparte por nada. No dejaré que vuelva a
lastimar a mi familia.
Sloane se mordió el labio.
―Entonces, ¿cuál es el siguiente paso?
―Sabemos que está involucrado; todavía estamos averiguando cuánto
o qué poco. JP está trabajando con Veda detrás de escena para garantizar
que mi papá no haga ningún movimiento, pero por ahora... esperamos.
―Le aparté un mechón de cabello del rostro mientras la abrazaba.
Sus dedos acariciaron el costado de mi mandíbula.
―Estoy orgullosa de ti.
Me dolía el pecho, como siempre que ella me lo reafirmaba.
Abrí la puerta de nuestra suite. Nuestros ojos se abrieron como platos.
―¡Lo sabía! ―Sloane se rió cuando la tomé en mis brazos y la llevé a
la habitación. La dejé sobre la cama y señalé―. No. Te. Muevas.
Arrastré nuestra maleta a la habitación y dejé la mía al lado de la
cama. Arrastrándome sobre ella, sujeté a Sloane contra su espalda.
―En este momento, no quiero hablar de nadie más que de mi esposa.
Ella se movió debajo de mí, permitiendo que mis caderas se asentaran
contra ella.
―¿Ah, sí, jefe?
Levanté una ceja.
―¿Jefe? Mira alrededor. Ahora soy el capitán.
Una carcajada resonó en la suite de la torre del Wild Iris, que, por
supuesto, tenía una temática pirata. Del techo colgaban trozos de tela en
forma de guirnaldas, imitando las velas ondeantes de un barco.
Pequeñas ventanas circulares que parecían ojos de buey salpicaban la
pared, incluso había un cañón y un cofre del tesoro en la esquina de la
habitación.
Saqué una tira suave de tela peluda de mi maleta al lado de la cama y
la arrastré por su pecho.
―Yo soy el capitán y tú eres mi prisionera. Brazos encima de tu
cabeza.
―¿Eso es…? ―El deseo y el deleite se arremolinaban en sus ojos―.
¿Mantuviste el lazo de mi bata todo este tiempo?
Sonreí mientras ella sostenía sus brazos por encima de su cabeza, sus
manos agarraban la cabecera en forma de barco.
―¿Estás bromeando? Por supuesto que lo guardé. Lo escondí en el
cajón de mi escritorio. Fue la primera vez que vi lo que escondías debajo
de esa ridícula bata. Tus tetas me persiguieron durante semanas.
Sloane sonrió y se arqueó hacia mí mientras yo le amarraba las manos
y las sujetaba a la cabecera.
Con dolorosa lentitud, le desabroché el vestido, exponiéndola a mí.
―Mierda. ―Mi mano se movió por su garganta, bajó por su pecho
hasta su coño―. Eres jodidamente perfecta.
Ella tarareó y se retorció debajo de mí.
―Tranquila, bebé. ―Mi mano apretó su cadera―. Voy a tomarme mi
tiempo contigo.
Arrastré besos largos y hambrientos por su vientre y más abajo. A
través de su cadera hasta que mi nariz quedó enterrada contra su coño
caliente y húmedo. Inhalé, saboreando su aroma mientras la provocaba.
Tenía planes para mi esposa y ella iba a recordar exactamente lo que
significaba estar casada con un hombre como yo.
Era sorprendente cuánto cambiaba la vida si te tomabas el tiempo
para detenerte y pensar en eso. No hace mucho tiempo yo era un paria
social en mi pequeño pueblo. Ahora, los saludos amistosos y los gestos
corteses eran algo cotidiano. Era jodidamente salvaje.
Y todo se lo debía a ella, pensamientos sobre mi esposa se
arremolinaron en mi cabeza y sonreí.
―¡Oye, Pop-sicle!4 ¿Estás listo para comer? ―La voz de Ben llamó por
el pasillo y yo simplemente sacudí la cabeza y me reí. Lo que comenzó
cuando él y Tillie probaron diferentes formas de “papá” para mí hasta
que encontraron una que les parecía adecuada, se volvió francamente
ridículo.
―Sí ―le respondí. Para ser honesto, me importaba una mierda cómo
me llamaran. La mayoría de los días era Abel, pero de vez en cuando,
papá se escapaba de sus labios y mi pecho se pellizcaba y se retorcía de
la mejor manera.
―¡Estamos esperando! ―Tillie gritó y yo me reí, quitándome el saco y
arrojándola sobre el respaldo de una silla.
De pie en la cocina con un traje, me quité los zapatos de vestir y me
desabroché los botones de las muñecas. La camisa de vestir debajo del
saco del traje me quedaba demasiado ajustada y los dedos de mis pies
estaban atrapados dentro de mis zapatos de vestir. Con cada capa, me
sentí más yo mismo.

4
Paleta.
Fue una gran noche.
Cuando Tillie me pidió que asistiera con ella al baile de padre e hija,
no había previsto estar tan nervioso. Su grupo de Girls Scout organizó el
baile en la preparatoria y pasamos las últimas horas bebiendo ponche de
frutas y mordiendo galletas. Derroché dinero y la llevé a cenar antes,
manteniendo las puertas abiertas y mostrándole en silencio cómo
merecía ser tratada. Puede que sea joven, pero no tanto como para
disfrutar que la mimen... solo un poco.
Ben tenía una cita para ver una película con su abuelo Bax y Sloane
me aseguró que estaba más que feliz de tener una cita con un baño
caliente y su libro más nuevo. Mientras caminaba por el pasillo hacia las
habitaciones de los niños, miré hacia la puerta de nuestra habitación,
sabiendo que justo detrás ella me estaba esperando.
Después de un cuento, tres abrazos y dos besos, Ben y Tillie quedaron
satisfechos con sus arropamientos y yo cerré la puerta en silencio detrás
de mí. Con cada paso hacia Sloane, me relajaba más. Me saqué la camisa
de vestir de la cintura y entré silenciosamente al dormitorio principal.
El tenue parpadeo de la luz de las velas emanaba del baño privado y
suspiré. Un baño caliente con mi esposa sería el final perfecto del día.
Me apoyé en el marco de la puerta y le sonreí. Rodeada de un nido de
burbujas, el cabello de Sloane estaba recogido en lo alto de su cabeza.
Había velas encendidas a lo largo de las encimeras y su libro fue
abandonado hacía mucho tiempo.
Entré tranquilamente, absorbiendo la forma en que cada destello de la
luz de las velas bailaba sobre sus rasgos perfectos. Levanté su Kindle.
―¿Abandonaste a tu príncipe de las Highlands escocesas?
Los ojos de Sloane se deslizaron hacia mí y sonrió. Levantó un
hombro y, mientras bajaba, desapareció bajo la superficie burbujeante.
―Él está bien. Aunque creo que prefiero a mis héroes melancólicos y
misteriosos. Quizás el dueño de una cervecería o algo así.
Sus dedos bailaron juguetonamente por la pernera de mi pantalón.
Suspiré.
―No soy ningún héroe, bebé.
―Estás en mi historia de amor. ―Parpadeó y no podía imaginarme
estar más enamorado de ella de lo que ya estaba―. Y resulta
―continuó―, que estamos escribiendo otro capítulo.
Me quedé quieto, dando vueltas a mis pensamientos para
concentrarme en lo que estaba diciendo. Estábamos intentando quedar
embarazados casualmente, pero no había sucedido tan fácilmente como
ambos asumimos. No quería adelantarme ni asumir nada, así que me
quedé en silencio.
Finalmente, la valentía salió.
―¿Estás… estás diciendo…?
Las lágrimas nadaron en sus ojos mientras asentía.
―No podía concentrarme en mi libro porque una vez que estuve sola
en casa me hice una prueba. ―Señaló un paquete delgado sobre la
encimera que yo no había notado―. Estamos embarazados.
La conmoción, la alegría y la incredulidad se apoderaron de mí. No
me molesté en quitarme la ropa. En vez de eso, una risa genuina brotó
de mi pecho mientras me metía en la bañera completamente vestido. No
pude llegar a ella lo suficientemente rápido.
La abracé mientras Sloane rompía a llorar. Las mías no tardaron en
seguirla. Sloane observó mi ropa mojada y se rió.
―¡Estás empapado!
Negué con la cabeza.
―No me importa. Estoy tan enamorado de ti.
―Yo también te amo. ―Sloane dejó escapar otra risa llorosa mientras
la abrazaba. No podía esperar para comenzar el próximo capítulo con la
mujer que salvó mi vida, que me resucitó de entre los muertos.
Mientras la abrazaba, prometí nunca dejar de amarla, en todas las
versiones y en cada capítulo de nuestra historia. Que ella me eligiera fue
una apuesta, pero yo era el hombre más afortunado del mundo.
Royal King es pura travesura envuelta en una
sonrisa arrogante y una mirada acalorada.

Después de cinco minutos en su pequeño


pueblo, supe que no iba a causar más que
problemas. Es un playboy arrogante y tatuado
que tiene un secreto, y yo soy la mujer
encargada de limpiar en silencio el desastre de
su familia.

Nunca soñé que él pudiera ser el misterioso


extraño detrás de mis mensajes ocultos a altas horas de la noche.

No importa lo que diga o cuánto se esfuerce por sacarme de quicio. No


me rendiré. Ni por él. Ni por nadie. Pero cuando nuestros secretos
queden expuestos, todo se acabará.

Él conoce las reglas, sólo una pequeña exploración divertida. Nada más.
Pero una lección lleva a otra... y a otra... y pronto me doy cuenta de que
está dispuesto a romper todas las reglas que he establecido.

Me niego a derretirme bajo su mirada o a desmayarme por la forma en


que hace que el ruido a nuestro alrededor sea más silencioso.

Puedo manejar hombres como él.

Todo estará bien mientras podamos mantener esto solo entre nosotros.

The Kings, libro 3.

También podría gustarte