El Espectro Forrajero
El Espectro Forrajero
El Espectro Forrajero
ROBERT L. KELLY
Smithsonian Institution Press (1995)
PREFACIO (resumido)
(El autor reflexiona en las primeras páginas sobre el rol que han tenido las
sociedades de cazadores-recolectores en nuestra cultura, y las bases sobre las que se
apoyan. Entre éstas, desde las reflexiones más básicas y estereotipadas - como las
tomadas por la cinematografía- hasta el conocimiento alcanzado por las ciencias
sociales).
Las distintas posiciones antropológicas pueden rastrearse aún antes de la
Ilustración; J. Rousseau, seguido en muchos casos hasta nuestros días, acuñó el
concepto del “buen salvaje” rescatando en estas sociedades las bondades originales
que el hombre perdió en su historia. T. Hobbes por el contrario, se enfocó en los
aspectos más oscuros de la humanidad y caracterizó la vida del hombre “primitivo”
como: solitaria, pobre, despreciable, brutal y corta.
En visiones más modernas, algunos toman a las sociedades de cazadores-
recolectores como modelos de organización humana que pueden aplicarse en la
actualidad a una cultura corporativa, así como otros los consideran violentos y
sanguinarios. Según el autor, ambas imágenes se basan en el evolucionismo
unilineal: la idea de que todas las sociedades humanas progresan a través de los
mismos estadios evolutivos - aunque con diferencias de velocidad- por el
mejoramiento de sus capacidades morales y mentales.
Los antropólogos han gastado considerable cantidad de tiempo en explicar al
público que este método para dar cuenta de la diversidad humana es erróneo.
Considerando que los cazadores-recolectores vivientes no son el alter ego de la
civilización occidental; que nos son sociedades “simples”; que no son la humanidad en
su estado natural; que no son relictos Pleistocénicos; que no preservan un antiguo
modo de vida; y que nosotros no podemos reconstruir la antigua sociedad humana
extrapolando hacia atrás los actuales cazadores- recolectores. Aún así, los científicos
sociales somos culpables de algunas de estas tendencias hacia la simplificación,
puesto que muchos textos ignoran la importancia de los contextos sociales y
económicos modernos, tanto como la variabilidad, entre aquellos que cazan y
recolectan para obtener su alimento.
Este libro es una contribución a combatir ambos problemas: la tendencia de los
antropólogos a simplificar las sociedades de cazadores- recolectores, y la tendencia
de los estudiantes a confundir los factores que condicionan las diferencias humanas.
Para conseguir este objetivo, este libro se focaliza sobre la variabilidad en el modo de
vida forrajeador, y examina los factores que podrían dar cuenta de esta variabilidad
dentro de la perspectiva de la ecología del comportamiento.
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CAPÍTULO 1
LOS CAZADORES-RECOLECTORES Y LA ANTROPOLOGÍA
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Mi objetivo en este libro es revisar algo de lo que la antropología ha aprendido
sobre la variabilidad entre los grupos de cazadores-recolectores conocidos
etnográficamente (figura 1-1). El término cazadores-recolectores es usado/se utiliza
aquí para hacer referencia a aquellos grupos de gente (que han sido) reconocidos
tradicionalmente por la antropología como cazadores-recolectores. Esto es, la historia
del campo, más que algún otro criterio, define el punto. Esta gente procura o procuró
la mayor parte de su alimento a partir de la caza, la recolección y la pesca; pero el
lector debe saber que muchas de las personas, tradicionalmente rotuladas como
cazadores-recolectores, producen parte de su propio alimento, comercian con
agricultores o participan en economías monetarias, más allá de que los antropólogos
generalmente desestiman la relevancia de estas actividades.
Este libro se pensó con arqueólogos como lectores, pese a no hacer referencia
a la prehistoria y a no circunscribirse a intereses arqueológicos. Como arqueólogo,
entiendo que rara vez alcanza el tiempo para leer un número restringido de obras
etnográficas, lo que lleva a arqueólogos a visualizar el mundo prehistórico completo de
cazadores-recolectores a través de la óptica de Ju/Ihoansi, o Shoshone, o etnografía
Nunamiut.
Mi objetivo es brindarles a arqueólogos colegas, y etnólogos no especializados
en estudios de cazadores-recolectores, un sentido de la variación que emerge entre
cazadores-recolectores, como así también alguna idea de lo que podría dar cuenta de
ello. Para tal fin, se examinarán diversas áreas del comportamiento: subsistencia,
movilidad, comercio, distribución, territorialidad, demografía y organización
sociopolítica. Tuve que apartar numerosas áreas significativas, tales como la
cosmología y la religión. Lo que ha guiado gran parte de la investigación que se llevó a
cabo desde mediados de siglo ha sido una perspectiva ecológica de una u otra forma.
Este libro refleja tal perspectiva. En el último capítulo, se plantea la manera en la que
los análisis antropológicos han procurado reducir la variación que se experimenta
entre cazadores-recolectores vivientes, a fin de reconstruir una sociedad humana
‘original’. Abogo por un objetivo alternativo que permita la comprensión de la
variabilidad entre cazadores-recolectores etnográficamente conocidos desde un
cuerpo teórico, para lograr hacer uso efectivo de las observaciones etnológicas (y
etnoarqueológicas) en el análisis del pasado.
A los fines de contextualizar este libro dentro de los estudios de cazadores-
recolectores, haré un breve repaso de la historia de la investigación sobre cazadores-
recolectores en función a tres modelos: el modelo patrilineal/patrilocal; el modelo de
forrajeo generalizado, y el modelo interdependiente. No obstante, en primera instancia,
analizaré una era más temprana, y examinaré el lugar que ocupan los cazadores-
recolectores en el pensamiento del siglo XIX. Si bien los modelos subsiguientes con
frecuencia surgen como resultado de las deficiencias del evolucionismo del siglo XIX,
es verdad que hemos heredado determinados rasgos de la postura intelectual de tal
época.
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en que estas sociedades vinculan la tierra a las personas no fue percibida por
exploradores y colonizadores europeos. Para ellos los cazadores-recolectores
carecían del concepto de la propiedad privada, una clara señal de su retrasado
desarrollo moral e intelectual.
Además de sus implicancias racistas, se puede ver que el método comparativo
trajo aparejado “una filosofía de historia que fue idéntica al conjunto de supuestos
empleados para organizar las diferencias sociales y culturales en una presunta serie
temporal y del desarrollo” (Bock 1956:17). Por ejemplo, si los aborígenes australianos
se asemejaban tanto a la “cultura” neandertal, era porque los europeos ya daban por
supuesto lo que constituía la cultura neandertal. Esto, lejos de ser una manifestación
de que los aborígenes formaban una población de reliquia. El método comparativo
parecía funcionar demasiado bien debido a que le resultaba conveniente asumir un
pasado que alegaba descubrir. La sociedad primitiva o “primaria” era una quimera,
producto de la imaginación colectiva de los primeros evolucionistas (véase Kuper
1988).
Si bien el método comparativo no carecía de detractores contemporáneos (en
particular Franz Boas), su influencia en la investigación antropológica siguió
extendiéndose hasta bien avanzado el siglo XX. Los modos de vida de los cazadores-
recolectores acabarían por representarse como poco deseables, modos que la
humanidad debía abandonar. Las primeras descripciones del siglo XX sobre
cazadores-recolectores dejaron sin respuesta a aquellos alumnos que cuestionaban
no solo “cómo lograban sobrevivir los cazadores, sino también si, después de todo,
esta era vida” (Sahlins 1968:85). Allan Holmberg describió la adaptación de los
sirionos bolivianos a la selva tropical como poco eficaz; a sus vidas gobernadas por la
continua preocupación por el alimento; y sus personalidades como mezquinas y
pendencieras (1950; véase comentario de Isaac 1977). Jules Henry afirmó que a los
Kaingang (Botocudo) de Brasil “les pesa” su antiguo estilo de vida nómade (1941:3).
Considerados ociosos, faltos de previsión o estúpidos por cultivar sus propios
alimentos, a los cazadores-recolectores se los veía como individuos que no han
podido avanzar hacia un nivel superior de desarrollo. Por otro lado, fueron obligados a
desplazarse a áreas marginales por parte de agricultores, áreas en donde la vida se
tornaba precaria y les imposibilitaba el desarrollo.
La antropología eventualmente dejó atrás esta triste imagen (véase más
abajo). Pero hay otra herencia del evolucionismo progresivo que la antropología
encuentra muy difícil remover. Los investigadores victorianos pudieron ver que las
sociedades humanas eran increíblemente diversas. Ellos asumieron que esta
diversidad provenía de una única forma social originaria, los prehistóricos cazadores-
recolectores Adán y Eva. ¿Por qué? El método comparativo fue en busca de
regularidades, no patrones. Los evolucionistas buscaron las cosas comunes entre las
sociedades que, según su decisión, pertenecían al mismo estadio. Algunas diferencias
provenían de la difusión y el ambiente, pero si la causa principal del cambio fue la
acumulación de ideas a través del tiempo, entonces no habría pasado el tiempo
necesario en los estadios tempranos de la evolución para que alguna variación
surgiera a partir de alguno de estos factores. Esto implicaría, en consecuencia, menor
diversidad en los primeros pasos/tramos de la evolución humana, cuando la gente fue
cazadora-recolectora, que en los estadios más tardíos.
Pese a que los antropólogos han desacreditado el evolucionismo unilineal y la
noción particular de progreso que la subyace, esa parte del paradigma del siglo XIX
continúa. En los modelos desarrollados en el siglo XX para describir a los cazadores-
recolectores, la variación ha sido algo que demandaba justificación en la búsqueda de
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la esencia del cazador-recolector. Lo podemos ver en las formulaciones en el modelo
de banda patrilineal/patrilocal, el de forrajeo generalizado y el interdependiente.
(1º modelo)
La banda patrilineal/patrilocal
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objeto de una vaga atención. Una de las razones es que Steward pensaba en principio
que el origen de las bandas patrilineales debía estar fundado en el natural dominio del
macho (1936:333, aún cuando más tarde abandonó esta idea; 1955) y en la necesidad
de hombres (hermanos) para que se agrupen y cacen en comunidad. Steward también
sostenía que un cazador debía permanecer en su lugar de infancia, ya que daba por
supuesto que el conocimiento del territorio conducía a la caza exitosa. Según este
autor las causas de las bandas primitivas (surgirían) a través del análisis de conexión
interna funcional u orgánica de los componentes de cultura y su base ambiental
(1936:344); no obstante, le confiere igual relevancia a los preceptos de la explotación
a priori de la tierra, las prácticas de adopción, el parentesco y las conceptualizaciones
de la naturaleza humana (dominio masculino y propiedad territorial).
Más tarde la tipología de Steward fue criticada por Service (1962). Donde
Steward veía las bandas compuestas como el resultado de factores ecológicos que
impedían la formación de bandas patrilineales, Service argumentó que las bandas
compuestas, tanto como las de nivel familiar, eran el resultado de la despoblación y el
fraccionamiento producido por el contacto europeo. A diferencia de Steward, Service
hacía hincapié en las reglas de residencia posmatrimonial ya que sentía que
numerosos casos de descendencia unilineal constituían grupos de descendencia de
facto, resultantes de una regla de residencia posmatrimonial (1962:30-33, 60). Por
consiguiente, Service siempre hacía referencia a bandas patrilocales. Debido a que
estas bandas parecían ser muy comunes entre cazadores-recolectores, y debido a que
se encontraban en numerosos medios, Service llegó a la conclusión de que la banda
patrilocal constituía la forma más primitiva de organización humana por encima del
nivel que ocupaba la familia. Y a diferencia de Steward, Service consideraba que “la
adaptación ecológica no tiene que ver con la prevención o ‘frustración’ de la formación
de las bandas patrilocales” ya que la banda patrilocal no resultaba una adaptación sino
una forma “inevitable” de organización social (1962:108), así esto podría extenderse a
nuestros ancestros más antiguos.
En pocos años, la banda patrilocal se tornó en un sinónimo de cazador-
recolector (Service 1966; Williams 1974). De todas formas, desde el principio, era
evidente que el modelo de banda patrilocal no lograba acoger a todas las sociedades
de cazadores-recolectores. En Australia, la falta de correspondencia entre este modelo
y la realidad etnográfica se sostuvo en términos de si los datos se habían obtenidos a
partir del comportamiento del cazador-recolector o a partir de la ideología. A partir de
lo capturado por Radcliffe-Brown en “memory culture”, el autor deja constancia de la
ideología en la que se basa la utilización de las tierras y la descendencia, en lugar de
su comportamiento actual. Sin embargo, consideró a ambos como lo mismo (Peterson
and Long 1986:18). Melvin Meggitt, y en particular Les Hiatt, le criticaron a Radcliffe-
Brown la reconstrucción de la horda patrilineal por ser excesivamente simple y
estática, e ignorar la variabilidad del registro etnográfico (Meggitt 1962; Hiatt 1962,
1965, 1966, 1968; véase Keen 1988). Hiatt además señaló que los matrilinajes
existían, pero que no formaban unidades corporativas de recolección de alimentos y
propiedad de la tierra, y que, sobre todo, las relaciones económicas que se guardaban
con la tierra debían diferenciarse de las rituales.
W.E.H. Stanner, al alegar que Hiatt simplificó en demasía el análisis de
Radcliffe-Brown, procuró resolver parte de la ambigüedad que contenía el concepto de
horda en Australia, con tales conceptos como estate y range (1965). Un estate
comprende un área tradicionalmente reconocida como el territorio (“country” o
“dreaming place”) que “pertenece” al grupo de descendencia patrilineal, mientras que
range hace referencia a la extensión de tierra real sobre la que un grupo de forrajeo
puede recorrer. En ocasiones, ambos términos se utilizan para identificar lo mismo,
pese a que range denote una extensión mayor (véase Baker 1976). Los grupos
patrilineales podían atravesar lo que, en otros niveles sociales, se reconocía como
fronteras, por lo que los miembros de numerosos grupos de descendencia totémica
podían conformar una unidad de recolección de alimentos. Además, muchos grupos
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patrilineales no contaban con fronteras territoriales específicas que contuvieran sus
sitios totémicos, por lo que las unidades de recolección podían desplazarse a otras
áreas que comprendieran sitios totémicos ajenos.
Evidentemente, los etnógrafos notaron variabilidad en la organización social de
los aborígenes australianos. El mismo Radcliffe-Brown había reconocido tal
variabilidad, por lo que quizá sea el motivo por el cual su definición de horda resulte
difícil precisar. Los etnógrafos debatieron en función de si esta variabilidad debiera
atribuírsele al medio o al contacto con europeos, de si los datos recogidos con
posterioridad al contacto serían válidos, y de la base ecológica de las hordas
patrilineales (Stanner 1965; Birdsell 1970). Pero también se discutió sobre si tal
variabilidad era significativa. ¿Había otras formas de organización grupal local que ya
no gozaban de reconocimiento (L. Hiatt 1968:100), o estas organizaciones
representaban únicamente variaciones temáticas que, por su menor importancia, no
requerían justificación? Notamos el punto crítico en los comentarios de Stanner: “en
relación con una mayor aplicación, [Radcliffe-Brown] solía referirse a hordas; en
materia de detalle o análisis, solía referirse a clanes” (1965:8). Por lo tanto, para
muchos antropólogos, particularmente los no australianos, los términos clan y horda
eran sinónimos. Todos los indicios de variabilidad que ofreció Radcliffe-Brown –ej.
fronteras permeables– fueron ignorados por sus lectores (véase Stanner 1965:15-16)
y, en discusiones más generales, inclusive por el mismo Radcliffe-Brown. La
antropología buscaba un modelo descriptivo único de la organización social del
cazador-recolector.
Para los sesenta varios antropólogos reconocieron que, entre los modos de
organización de los cazadores-recolectores, había variaciones importantes que no
podían subsumirse bajo el modelo patrilineal/patrilocal. Una nueva síntesis era
necesaria y la misma fue provista por el congreso “Man the Hunter”.
(2º modelo)
El modelo de forrajeo generalizado
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“Man the Hunter” creó un nuevo modelo de sociedad de cazadores-recolectores, el
modelo generalizado de forrajeo (Isaac 1990). En este modelo el alimento vegetal,
más que la carne, es el foco de la subsistencia. La defensa y la territorialidad no son
importantes, y la población se mantiene equilibrio con los recursos alimenticios a
través de controles culturales intencionales. “Man the Hunter” dio importancia al modo
de “compartir” en estas sociedades, a la descendencia bilateral y residencia
postmarital bilocal en la adaptación de los cazadores. Parte del nuevo modelo se
expuso explícitamente a partir de la concepción del “estilo nomádico” de Lee y
DeVore. Este consta de cinco características:
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sueño o a la socialización. A diferencia de los primeros exploradores y etnógrafos, que
veían la actitud despreocupada de los cazadores como un rasgo de estupidez e
insensatez, Sahlins la interpretó como una expresión de confianza en sí mismos y
como la certeza de que el medio les satisfacería todas sus necesidades. Para Sahlins,
el descuido con que trataban los bienes materiales, actitud entendida primeramente
como propia de la incapacidad para reconocer la propiedad personal, formaba parte
de una respuesta al estilo de vida nómada, para el que los bienes materiales
perdurables representaban un obstáculo. En una frase memorable de Sahlins, la
economía forrajera era una economía Zen: sin demasiadas pretensiones, los
cazadores-recolectores tenían todo lo que quisiesen. En las décadas del sesenta y
setenta esta fue una imagen verdaderamente atractiva.
Pero el objetivo principal de Sahlins con la propuesta del modelo de sociedad
opulenta original fue salir al encuentro del argumento imperante en la antropología de
que los cazadores-recolectores no tenían una cultura “elaborada” porque carecían del
tiempo que requeriría desarrollarla. Los cazadores paleolíticos, según se creía,
adoptaron la agricultura y la domesticación de animales para librarse de la tarea
desgastante de cazar y recolectar. Esta fue la historia de éxito de la evolución. Los
cazadores-recolectores vivientes, por otra parte, eran los inadaptados o
desafortunados que habían sido relegados a medios hostiles para la agricultura. Una
vez consumidas sus horas de vigilia en la búsqueda de alimento, los cazadores-
recolectores no lograban configurar una cultura elaborada al no tener suficiente tiempo
para tallar estelas o erigir templos o pirámides. Para revertir este concepto erróeo y
profundamente enraizado, Sahlins recurrió a términos que fueran “lo más impactantes
posible”, por eso la sobrevaloración de la sociedad opulenta original (1968:85). En su
publicación del 1968, Sahlins exageró el hecho de que la labor de los aborígenes
australianos y la de los Ju/’hoansi duraba solo unas pocas horas diarias, y aún así, no
lograron fundar una civilización. Por consiguiente, el desarrollo de la escritura, de las
artes, de la arquitectura y demás requirió algo más que tiempo libre. Requerían,
especialmente, inversiones materiales. Entre nómadas, las pertenencias materiales
suponían una carga. Independientemente de lo atractivo o eficaz que resultara ser un
instrumento, si podía fabricarse en el próximo asentamiento, entonces no había por
qué trasladarlo. Si se trataba, en cambio, de un utensilio de dificultosa fabricación,
valía la pena llevarlo. Es por eso que, a los ojos de numerosos exploradores, los
cazadores-recolectores tenían actitudes displicentes ante la propiedad personal. Si los
cazadores-recolectores disponían de todo lo que querían debido a sus bajas
pretensiones, entonces quizá se deba a que no podían permitirse pretender
demasiado.
Dado el contexto social en el cual la idea fue propuesta, es fácil comprender
cómo la imagen de los cazadores-recolectores como “opulentos” despertó gran
interés. Sin embargo, se dejó de lado la elaboración (teórica) de la relación entre la
cultura, los constreñimientos económicos del forrajeo, las relaciones sociales y los
bienes materiales (véase Bird-David 1992,b). Al centrar la atención en la afirmación de
Sahlins de que los cazadores-recolectores no trabajaban mucho, la antropología
reemplazó un estereotipo frívolo con otro.
A partir del 1968, los antropólogos emplearon la noción de opulencia de
diversos modos. Para Sahlins, y otros antropólogos, la opulencia era inherente a la
economía de la caza y la recolección; es por ello que todo cazador-recolector era, por
definición, opulento. Sin embargo, para estos antropólogos, los cazadores-recolectores
no eran más que grupos como los de Ju/’hoansi (o únicamente los Ju/’hoansi) –es
decir, agrupaciones que se ajustan a la imagen que proyecta el modelo de forrajeo
generalizado (Bird-David 1992b). Al igual que con el modelo de Service, las
sociedades estratificadas, bélicas, territoriales, sedentarias, avunculocales y
matrilineales (por ej. las de la costa noroccidental de América del Norte) se veían
excluidas del modelo de forrajeo generalizado. El concepto antropológico de las
sociedades de forrajeo se tornó más miope. Para la arqueología, el concepto de
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opulencia tenía un efecto dramático en las teorías que describían los fundamentos de
la agricultura. Considerada por mucho tiempo como un avance sustancial en la vida
humana, la agricultura pasó a representarse como un modo de vida que se utilizaba
solamente en condiciones adversas. Estas teorías se centraban en cómo el
crecimiento poblacional y la migración a áreas marginales en términos de ecología
obligaban a los cazadores-recolectores a dejar a un lado la vida de ocio, hacerse
agricultores y trabajar para vivir (ej. Binford 1968; Cohen 1977).
No obstante, otros antropólogos invirtieron la imagen del forrajero opulento,
calificando grupos con altas densidades poblacionales, numerosas pertenencias
materiales y almacenamiento de alimentos como los más opulentos –personas que, en
contraste con la formulación original de Sahlins, al parecer querían y tenían mucho– y
a los cazadores-recolectores del desierto como los menos opulentos (ej. véase a
Koyama y Thomas 1981). En efecto, algunos sostienen que la sociedad de la costa
noroccidental, con sus fiestas mortuorias y cultura material, es producto de un medio
que cuenta con recursos alimenticios (véase capítulo 8), en otras palabras, producto
del tiempo libre que posibilita la abundancia de recursos. Esta es precisamente la
relación que Sahlins había procurado refutar!
Los diferentes usos del término opulento se generaron, en parte, por un
malentendido en el concepto original; no obstante, se produjeron mayormente por los
esfuerzos que dan cuenta de la variabilidad dentro de un único modelo de sociedad de
cazadores-recolectores. En “Man the Hunter” no había consenso sobre la mayoría de
las generalizaciones en torno a la caza y la recolección; se plantearon además
inquietudes sobre el hecho de que se podía llegar a generalizaciones únicamente si no
se consideraban ciertos grupos. Por ejemplo, George Murdock, se sorprendió por la
uniformidad que notó en la organización social y división del trabajo de cazadores-
recolectores -al excluir a los aborígenes australianos. Sobre la base de las pruebas
estadísticas que recogieron datos del atlas etnográfico de Murdock, John Whiting
mostró que, en diversas categorías, los cazadores-recolectores eran significativamente
diferentes a los agricultores, pero, otra vez, sin que se incluya a los aborígenes
australianos (Lee and DeVore 1968:336-37). Repletos de cofradías, los aborígenes
australianos no encajaron en el paradigma evolutivo de Service. Estos aborígenes
resultaron un problema en la conferencia, al desafiar su poco rigurosa identificación
con otros cazadores-recolectores. En ocasiones, se los consideraba como especiales,
al igual que las sociedades indígenas de las llanuras ecuestres y de la costa
noroccidental. Los participantes de la conferencia admitieron que había una gran
variabilidad entre los forrajeros; no obstante, se mostraron reticentes a descartar la
categoría de cazadores-recolectores. (Y, leyendo entre líneas, parecía también haber
desacuerdo entre ellos en cuanto a si se debía definir a los cazadores-recolectores en
términos económicos o sociales.) Había cierta tensión entre quienes buscaban los
rasgos universales de una formal modal de sociedad de cazadores-recolectores (ej.
Williams 1968:126), y quienes veían la necesidad de explicar la variabilidad. DeVore
hizo hincapié en que “se debiera desconfiar de toda generalización que pretenda
incluir a todos los hombres que hayan cazado en cualquier lugar y momento” (Lee and
DeVore 1968:339). Si bien los participantes reconocieron que había variabilidad,
persistía una sensación de que debía haber un denominador común social y cultural
entre todos los que cazaron y recolectaron para vivir.
Inclusive dejando de lado excepciones como las de las sociedades de la costa
noroccidental, hallar una tipología o definición de sociedades de banda seguía siendo
complejo. Pese a que en 1955 Steward propuso tipologías (Steward 1955:180), en sus
últimos años afirmó que las fluctuaciones que se daban año a año en la composición
grupal dificultaban la conceptualización de bandas “tanto como categoría genérica,
como serie de subcategorías, o como un tipo de subdivisión de unidades sociales más
amplias” (1969b:290). Asimismo, cuestionó el hecho de que “debía atribuirse una
importancia mínima a la búsqueda de criterios de banda y a la construcción de una
tipología de bandas” (1969:187). Por su parte, Steward propone el hecho de que
“podría ser más provechoso indagar los procesos que provocaron los rasgos más
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distintivos de las sociedades comprendidas en esta amplia categoría” (1969:187). Y
hablaba en serio cuando halló una tipología de bandas dirigidas por y hacia un estudio
de los procesos que dieron origen a las bandas. En efecto, intentaba expresar un
sentido de frustración, compartido en ese momento, en torno al deseo de estudiar a
los cazadores-recolectores como grupos económicos o sociales sin tener que definir lo
que comprendía dicha clasificación. Esto se debe al dilema del pensamiento
categórico, un problema que no es ni nuevo ni propio de la antropología.
Sin embargo, si decimos que la conferencia “Man the Hunter” derribó un
modelo y lo reemplazó por otro, el nuevo modelo iba a ser pronto desmantelado, ya
que la gran cantidad de investigación que inspiró inmediatamente arrojó información
para la cual no podía dar cuenta.
La pregunta fundamental que se formuló va directo al núcleo del modelo de
forrajeo generalizado al desafiar el concepto de opulencia original: ¿cuánto trabajan
los cazadores-recolectores y por qué? Las reevaluaciones que se hicieran del esfuerzo
laboral por parte de australianos y Ju/’hoansi no sustentan la postura de Sahlins.
Kristen Hawkes y James O’Connell evidenciaron disparidades sustanciales entre las
casi setenta horas semanales del aché paraguayo y, al parecer, las doce a diecinueve
horas semanales del Ju/’hoansi (1981). Para estos autores, la discrepancia hallada
residía en la definición original de trabajo que propusiera Lee. Para Lee lo que se
consideraba trabajo comprendía las horas que los hombres pasaban en los montes en
busca de alimento, y no necesariamente la labor que se requería en los asentamientos
para el procesamiento de los recursos alimenticios. Si a esto le sumamos el tiempo
que demanda la fabricación y mantenimiento de las herramientas, el traslado del agua,
el cuidado de los hijos, la búsqueda de leña, la limpieza de las moradas, el trabajo
semanal del Ju/’hoansi supera las 40 horas (Lee 1984; Isaac 1990). Algunos datos
que Sahlins tomó provenían del experimento forrajero australiano que tuvo lugar tan
solo unos días, y con nueve adultos sin personas a cargo. No había demasiado
incentivo para que forrajeen (ni tampoco estaban muy interesados en participar en la
actividad –véase Bird-David 1992b), por lo que, indudablemente, los resultados no son
representativos (Altman 1984, 1987).
Cálculos más exactos de las horas que dedicaban los cazadores-recolectores
al forrajeo y procesamiento de los recursos que conseguían indican que algunos
dedicaban siete, ocho o más horas diarias a las actividades de subsistencia (tabla I-I;
véase además Hill et al. 1985). Aún así, numerosos cazadores-recolectores no pasan
demasiado tiempo llevando a cabo tareas de forrajeo; algunos hasta lo hacen día de
por medio. ¿A qué se debe esto? ¿Aspiran a una vida opulenta de ocio?
En “Man the Hunter”, Lorna Marshall señaló que las mujeres Ju/’hoansi no
trabajan tan arduamente como pudieran debido a que, al reunirse más veces de las
necesarias, tendrían que compartir los frutos del esfuerzo extra, y soportar ser vista
como tacaña si se negara a compartir. Por lo tanto, al ser conscientes de que el
esfuerzo extra no beneficia a su familia, según Marshall, la mujer deliberadamente
restringe lo que recolecta (Lee and DeVore 1968:94).
Estas limitaciones que se ejercen en la productividad puede que sean comunes
entre ellos, y por motivos bien fundados. Bruce Winterhalder, con la ayuda de un
simulador computarizado, mostró que aún si algunos de los miembros de la banda
forrajera quisieran incrementar su productividad, se generaría un caos en torno a los
otros miembros del grupo. Al trabajar más horas y consumir más alimento del
requerido, los trabajadores podrían agotar abruptamente los recursos locales. Esto
ocasionaría importantes fluctuaciones en los índices de crecimiento poblacional lo que,
con el tiempo, acarrearía la extinción del grupo (Winterhalder et al. 1988; Winterhalder
1993). En términos de Winterhalder, el efecto que se produce al dedicar más tiempo al
forrajeo es abrupto; un incremento mínimo de tiempo que se introduzca a esta
actividad puede transformar un medio colmado de recursos en uno estéril. Hurtado y
Hill, en su análisis de las actividades forrajeras de los hiwi venezolanos (1990),
sustentan este argumento tentativamente. Los hiwi no forrajean más de dos o tres
horas diarias debido a que su ingesta calórica neta disminuye, en parte, a raíz de las
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dificultades que trae el trabajo durante las horas más calurosas del día. Asimismo,
esto implicaría, en mujeres, una disminución en los índices de fertilidad, algo que ellas
mismas parecen reconocer.
Entonces, ¿los forrajeros tienen todo lo que quieren debido a que no esperan
demasiado? Winterhalder sostiene que “la economía zen de Sahlins cuenta con un
maestro ecológico”, por lo que se puede esperar variabilidad en la cantidad de horas
que le dedican al forrajeo, en función de una serie de factores ambientales. El
concepto de opulencia original no logra dar cuenta de la variabilidad que se observa
en el esfuerzo invertido por parte de los forrajeros. Tampoco da cuenta de la
reproducción o de las condiciones que impulsan mayor esfuerzos e incremento
poblacional (Blurton Jones, Hawkes y Drapper 1994; Winterhalder y Goland 1993;
véase capítulo 6).
Parece además que muchos cazadores-recolectores muestran desnutrición
crónica; sufren drásticas fluctuaciones de peso y niveles nutricionales según la
estación, lo que en mujeres, afecta la fecundidad y el amamantamiento. Los miembros
por excelencia de esa sociedad opulenta, es decir, los Ju/’hoansi, “son muy delgados y
con frecuencia manifiestan tener hambre en cualquier época del año. Es probable que
las hambrunas contribuyan al índice de mortalidad resultante de enfermedades
infecciosas y parasitarias, pese a que nadie muere únicamente de hambre” (Howell
1986b:173; véase Isaac 1990). Como cualquier cazador-recolector, los Ju/’hoansi
están sujetos a hambrunas periódicas estacionales (Hitchcock y Ebert 1984). Y esto
no es producto del contacto. Un conjunto siempre creciente de datos arqueológicos
también revela que los cazadores-recolectores de la prehistoria, aun habitando en
diversos medios, llevaban una vida con altas exigencias físicas, y eran, a menudo,
víctimas de periodos de severa escasez de alimentos (ej. Yesner 1994).
Asimismo, la vida entre los cazadores-recolectores a veces se tornaba más
violenta de los que se pensaba. Los índices de homicidio per cápita entre cazadores-
recolectores, incluidos los Ju/’hoansi, son bastante elevados, aproximándose a los de
las importantes ciudades norteamericanas (Lee 1979:398-99; Headland 1988). Lee
contrarresta esta afirmación postulando que si no hubiera sido por las instalaciones
médicas, los actos de violencia en ciudades norteamericanas habrían ocasionado
mayores muertes, e inclusive habrían incrementado el índice de homicidio comparado
con el de los Ju/’hoansi. Queda también claro que ciertos hechos de violencia se
deben al proceso de sedentarización que obliga a la gente a agruparse masivamente y
a consumir alcohol excesivamente. (Kent 1990). Sin embargo, es cierto que los
Ju/’hoansi sufren violencia; en el caso de otros cazadores-recolectores, los motivos
para enemistarse comprenden la venganza, el alimento y los esclavos. Otros
cazadores-recolectores también se caracterizan por ser mucho más territoriales que
los Ju/’hoansi, tales como los que habitan en el desierto de Kalahari (Heinz 1972) y
defienden vigorosamente sus fronteras territoriales, inclusive mediante violencia.
La importancia que se le daba a los alimentos vegetales en el modelo de
forrajeo generalizado no es tal para todos los cazadores-recolectores. Por ejemplo,
para los forrajeros del ártico o para los que habitan latitudes inferiores. Sirviéndose del
atlas etnográfico, Carol Ember demostró que la carne era más preciada que los
alimentos vegetales, y que, en la mayoría de las sociedades, los hombres aportaban
más a la subsistencia que las mujeres (1978). Asimismo, Brian Hayden observó que, si
bien los alimentos provenientes de la caza aportaban un promedio del 35 por ciento
por peso en muestras dietarias, también contribuían, en el caso de grupos numerosos,
con la mitad de los requerimientos calóricos totales (1981b). Si bien la caza es
importante para los forrajeros, no debemos dejarnos influir por el estereotipo previo a
“Man the Hunter”. Necesitamos, en cambio, comprender el criterio por el cual los
forrajeros deciden lo que van a cazan y en qué cantidades.
Otros estudios han revelado que las supuestas relaciones igualitarias entre los
cazadores-recolectores se caracterizan por la desigualdad, particularmente –aunque
no exclusivamente– entre jóvenes y ancianos, y entre hombres y mujeres (Woodburn
1980; Hayden et al. 1986; Leacock 1978; véanse los capítulos 7 y 8). Los alimentos no
15
se distribuyen en forma equitativa, y las dietas son diferentes cuando se trata de
hombre y mujeres; por lo general, las mujeres consumen menos carne que los
hombres (Walker y Hewlett 1990; Speth 1990). Los arqueólogos cuentan con
evidencia cada vez mayor de cazadores-recolectores prehistóricos no igualitarios que
habitaban diferentes medios (Price y Brown 1985b), y cuya mayoría ha permanecido
en sitios con elevada densidad poblacional, por lo que el almacenamiento de alimentos
era a gran escala. Ninguno de estos puntos se contrapone con la definición tradicional
de igualitarismo; lo que sí se plantea es que las relaciones sociales entre cazadores-
recolectores son más complejas y diversas de lo que se ha creído. Sin dudas, sería
erróneo identificar la economía de los cazadores-recolectores con la de las sociedades
de banda.
Veinte años después de la formulación del modelo de forrajeo generalizado, los
antropólogos se encontraron con serias discrepancias entre el modelo y la realidad
etnográfica, algunas de las cuales ya hemos comentado. Sin embargo, la crítica más
importante de la investigación posterior a “Man the Hunter” yacía en el reconocimiento
de que los forrajeros vivientes no se hallan aislados del sistema mundial. Esto permitió
un nuevo enfoque hacia los forrajeros modernos: el modelo interdependiente.
3º modelo
Primitivos profesionales y el modelo Interdependiente
Uno de los objetivos de la conferencia “Man the Hunter” fue resolver lo que
muchos consideraban problemático del modelo de banda-patrilocal. A principios de los
sesenta también se dieron a conocer importantes hallazgos en Garganta de Olduvai y
en otros sitios que probaron la antigüedad de las especie humana y renovaron,
además, el deseo de tomar a los cazadores-recolectores como fuente de conocimiento
en la reconstrucción de las vidas de los primeros homínidos. Lee y DeVore
comentaron que “Man the Hunter” se había organizado
Mientras que ningún antropólogo –ni siquiera los victorianos– en “Man the
Hunter” hubiera dicho que los forrajeros vivientes eran exactamente iguales a los
pleistocénicos, no estuvo claro cómo las teorías de la evolución social podrían dar
cuenta de los nuevos hallazgos sobre grupos de cazadores-recolectores. La cuestión
es central para la arqueología, porque los forrajeros modernos “no viven en el mundo
prehistórico de los cazadores”, según palabras de Sahlins, sino en el mundo del IBM,
la Coca-cola, las fincas ganaderas financiadas por el Banco Mundial, el mercado
maderero internacional y los movimientos guerrilleros. Todos ellos viven físicamente y
socialmente en la periferia de sociedades diferentes a las de ellos. Interactúan con las
mismas por medio del comercio, el matrimonio y el empleo, y lo llevan haciendo
durante tiempo (Spielmann y Eder 1994). En la actualidad, los penan de Borneo juntan
ratán para comerciarlo internacionalmente, y es probable que ya tratado con
comerciantes chinos desde los 900 d.C. (Hoffman 1984). En África, las Fuerzas
Armadas reclutaron a numerosos bosquimanos debido a su conocimiento específico;
otros variaron entre el pastoreo, la agricultura y el forrajeo durante siglos (Gordon
1992; Wilmsen 1989a; Denbow 1984; Wilmsen y Denbow 1990). Los pigmeos
africanos han participado del comercio del marfil mucho antes de que los europeos
penetraran la selva de Ituri (Bahuchet 1988). En América del Norte, a comienzos del
16
siglo XVI, los algonquinos cazaron castores casi al punto de su extinción; luego serían
utilizados en Europa para la confección de sombreros y otros productos. A mediados
del siglo XIX, los Shoshone se alimentaban del ganado robado de inmigrantes que se
dirigían a California. Por su parte, los cazadores-recolectores californianos quedaron
devastados por enfermedades y actos de genocidio que se desataron a principios del
siglo XVIII. Con anterioridad, los aborígenes australianos comercializaban con los
Macassans del Célebes mucho tiempo antes de la colonización británica (Meehan
1982:16). Tras el contacto, los inmigrantes hacían cazas deportivas de aborígenes en
el continente y en la isla de Tasmania. En la actualidad, casi todos los cazadores-
recolectores de los bosques tropicales comercian con horticultores por carbohidratos
o acceden a raciones alimenticias provistas por el gobierno o misioneros. Inclusive,
algunos autores sugirieron que sería imposible vivir como cazador-recolector en la
selva tropical sin contar con los carbohidratos y las herramientas de hierro provistas
por los horticultores (ej. Bailey et al. 1989; Headland y Reid 1989). Terry Rambo
anticipó que los forrajeros del sudeste asiático dejarían de existir si se extinguiera el
comercio con los pueblos vecinos (1985:31).
En resumen, mucho antes de la llegaba de los antropólogos, los cazadores-
recolectores ya se habían sido contagiado de enfermedades, habían sido cazados,
comercializados y explotados por los poderes coloniales o por los agricultores. Esto
trajo aparejado alteraciones drásticas en el sustento de los cazadores-recolectores.
Los territorios familiares destinados a la caza y que se encontraban entre los naskapi y
los montagnais probablemente eran resultado de adaptaciones introducidas al
comercio de pieles, en lugar de ser formas de propiedad de la tierra precedentes al
contacto (Cooper 1946; Leacock 1954, 1969). Ante la colonización europea, los
grupos canadienses y amazónicos se separaron en grupos familiares y
comercializaron productos forestales –caucho en algunos casos, pieles en otros
(Murphy y Steward 1955). Otros cazadores-recolectores vendían su trabajo a colonos
y empresas coloniales, aunque con consecuencias catastróficas (ej. Gould, Fowler, y
Fowler 1972; Krech 1983). Los que hoy se conoce como cazadores-recolectores ya no
obtienen sus alimentos de la caza y la recolección –algunos practican la agricultura,
otros reciben asistencia del gobierno, otros realizan trabajo asalariado (figura 1-3). En
otros casos, participan de la economía monetaria, mediante la venta de artesanías y
productos forestales al mercado internacional (véase Peterson y Matsutama 1991).
Por lo general habitan en las “fronteras” culturales, alternando entre el forrajeo y el
trabajo asalariado o el forrajeo comercial (Gardner 1993). Algunos se internan en las
selvas o los desiertos a fin de evadir el servicio militar o los impuestos o
procedimientos administrativos provenientes de la colonia (Feit 1982; Gardner 1993;
Nurse y Jenkins 1977; Woodburn 1979). Para otros, el forrajeo representa un mensaje
político, una forma de reafirmar su valor cultural (Povinelli 1992; Bird-David 1992a,b).
Al reexaminar el concepto de opulencia original, Nurit Bird-David sugiere que los
cazadores-recolectores modernos tienen una “economía cósmica del compartir”, con
sistemas sociales diseñados de tal forma que puedan incorporar los recursos de los
que no son cazadores-recolectores y aún así preservar un estilo de vida basado en el
forrajeo (1988, 1990, 1992a,b). Sin duda, los cazadores-recolectores conocidos
etnográficamente se están vinculados, de una u otra firma, al sistema económico
mundial. En algunos casos, lo han estado durante cientos de años. No son, de modo
alguno, reliquias evolutivas; tomarlos como referencia con el propósito de interpretar el
suelo de ocupación de la Garganta de Olduvai no resulta un ejercicio sencillo.
Figura 1-3. Una familia de Mikea, forrajeros estacionales en el sudoeste de Madagascar. En temporada de sequías, la
familia junta raíces de la selva para comer y comercializar; durante la temporada de lluvias, se trasladan a un caserío
semipermanente en donde siembran maíz mediante una horticultura de corte y quema. Además participan del mercado
local y trabajan por un salario. Fotografía del autor, julio de 1993.
Hacia mediados del siglo XX, los antropólogos contemplaron el efecto del
contacto entre los cazadores-recolectores y las sociedades “exteriores”, como algo
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que podía eliminarse o neutralizarse, como el ruido en una señal de radio, permitiendo
la reconstrucción del modo de vida pre-contacto. Sin embargo, en la década de los
ochenta, algunos antropólogos sostuvieron que los efectos de la interacción no
pueden sustraerse del estilo de vida de los cazadores-recolectores. Todo intento por
eliminarlos, según plantean, promoverá una imagen de cazadores-recolectores como
“primitivos y aislados, es decir, incompletos y sin haberse desarrollado con plenitud”
(Headland y Reid 1989:43). En efecto, algunos sostienen que la estructura de los
sistemas de cazadores-recolectores se puede comprender únicamente teniendo en
cuenta la interacción de los cazadores-recolectores con sociedades que no practican
la caza y recolección. Según Tom Headland y Lawrence Reid, los cazadores-
recolectores de la actualidad siguen siendo cazadores-recolectores “porque, en
términos económicos, esta actividad representa la opción más viable en circunstancias
más que restringidas…[llevan] un estilo de vida, no a pesar de, sino debido al rol
económico particular que desempeñan en el mundo en el que viven” (1989:51).
Esta observación me impulsó a distanciarme del paradigma ecológico de las
décadas del sesenta y setenta ya que el modelo de forrajeo generalizado se vio
sustituido, en algunos sectores, por lo que luego se conocería como el modelo
interdependiente o, en términos de Seligmanns, el modelo primitivo profesional. A
diferencia de sus antecesores, este modelo no pretende reconstruir una etapa más
temprana del desarrollo humano sino que plantea serias dudas referidas al papel que
desempeña la etnografía en la reconstrucción del pasado.
Debido a la importancia que reviste el Ju/’hoansi en la antropología de
cazadores-recolectores de las décadas de los sesenta y setenta, es comprensible que
gran parte de esta nueva perspectiva se centre en las reinterpretaciones etnográficas
de Lee respecto a ese grupo. En términos generales, Edwin Wilmsen, James Denbow
y otros sostienen que el Ju/’hoansi y otros Bushmen no han sido, durante varios siglos
y hasta quizá más de un milenio, cazadores-recolectores “puros”. Los revisionistas, en
cambio, señalan que los Bushmen mantuvieron contacto directo con comerciantes
africanos y europeos, por lo que su actividad ha oscilado el forrajeo, la agricultura y el
pastoreo según los cambios de su realidad política y social regional en Sudáfrica
(Wilmsen 1983, 1989a,1992; Wilmsen y Denbow 1990; Denbow 1984; Gordon 1984,
1992). La sociedad y la cultura de los Bushmen no se han forjado únicamente a causa
de la ecología, sino también por la economía política sudafricana. Por ejemplo,
algunos consideran que el igualitarismo de los Bushmen no surge como adaptación a
la exigencias de la vida nómada en el desierto, sino como respuesta al dominio de las
estructuras jerárquicas externas (véase Woodburn 1988), como resultado de ser el
estrato más bajo de un sistema de clases (Wilmsen 1983; 1989a; Gordon 1984).
Carmel Schrine y Wilmsen critican a Lee por caracterizar al estilo de vida
Ju/’hoansi como “forma elemental de vida económica” (Lee 1969:73) y como
“adaptación humana básica despojada de las complicaciones que traen aparejado la
agricultura, la avanzada tecnología y los conflictos nacionales y entre clase” (Lee
1974:169; Schrire 1980, 1984b). Lee, en su trabajo monográfico más importante sobre
los Ju/’hoansi, argumenta que “ante todo, hay que dar cuenta, cuidadosamente, de los
efectos que ha producido el contacto en su forma de vida. Recién después de haber
evaluado exhaustivamente el impacto que provocaron los intereses comerciales y
gubernamentales, entre otros, podemos referirnos a la importancia evolucionaria de
los cazadores-recolectores” (1979:2). Schrire y Wilmsen sostienen que este enfoque
no es viable, ya que si se eliminaran los efectos del contacto, no quedaría nada. En
efecto, Wilmsen señala que su propia investigación sobre los Bushmen no puede dar
cuenta de cazadores-recolectores: “en el Kalahari, estamos miles de años atrasados al
respecto” (Wilmsen 1989a:57). Para Wilmseny Schrire, al haber ignorado el contexto
político e histórico de los Bushmen, se los trata como si no se encuadraran dentro de
la historia, por lo que se ignora además la explotación y la desigualdad que los
describe. En función de esto, numerosos partidarios del modelo interdependiente se
preocupan por comprender la realidad política moderna de la vida de los cazadores-
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recolectores, y por ayudarlos en su búsqueda por la autonomía política y territorial.
(véase Leacock y Lee 1982b; Wilmsen 1989c).
Los detalles de la historia de los Bushmen estarán mejor descriptos por
expertos en el Kalahari. Sin embargo hay dos puntos que se plantearon en el presente
y que son claves para los enfoques antropológicos actuales sobre cazadores-
recolectores.
Aproximaciones marxistas
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sistemas de retorno inmediato con la exclusión de otros, el marxismo estructural
pareciera centrarse en los sistemas de retorno diferido. Los marxistas estructurales
hacen mayor hincapié en las relaciones sociales de la producción que los materialistas
dialécticos de la talla de Leacock y Lee. Estos últimos, a diferencia de los marxistas
estructurales, no van tan lejos como para suponer que las relaciones sociales de
producción son determinantes.
Las relaciones sociales mismas pueden crear el contexto de cambio y de esta forma
generar una dinámica que desencadene otros cambios. Si bien las relaciones
sociales se ven influidas por otras variables (entorno, demografía), estas tienen su
propia dinámica interna. Y debido a que es aquí en donde se toman decisiones, es
posible que se las contemple, en gran parte, como fundamentales. (Lourandos
1988:150; véase también Godelier 1977; Bender 1985; Meillassoux 1973).
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son útiles únicamente cuando ayudan a identificar los procesos que intervienen en la
creación de la diversidad humana y que se hallan temporalmente encasillados –y
modestamente descriptos– por esa clasificación. La angustia que se percibe en
diversos foros con respecto a la categoría de cazador-recolector pone de manifiesto
que tal clasificación ya alcanzó el fin de su vida útil en la antropología. Aún así, su uso
no resulta desatinado en tanto se reconozca que tal rótulo no tiene peso explicativo,
sino que cumple propósitos pedagógicos y heurísticos.
Tal es así que para el tema de este libro empleo la categoría tradicional
antropológica de cazador-recolector a los efectos de mostrar la variabilidad que surge
de la misma clasificación –y para deconstruirla, si así lo quisiesen. Al centrarme en la
variabilidad deseo disuadir todo enfoque tipológico descriptivo que tenga lugar de
forma dictatorial, y mediante el cual se derriben modelos con el único fin de sustituirlos
por otros diferentes, y hasta más modernos políticamente, aunque su alcance siga
siendo restringido. Con este libro espero darles a los lectores algún conocimiento
como también los medios necesarios para que puedan formular teorías que den
cuenta de la variación.
Más allá del título del libro, no estoy más interesado en los cazadores-
recolectores que en los factores condicionantes del comportamiento humano y la
cultura –por ejemplo, las limitaciones en el forrajeo, los factores que afectan el
comercio y la territorialidad, y la ecología de la reproducción. Al parecer, para la
literatura actual, lo que generalmente se considera como relevante para la
comprensión de los cazadores-recolectores, no lo es para otras categorías sociales
tradicionales. El ambiente, por ejemplo, por lo general aparece de manera prominente
en los análisis de sociedades cazadoras-recolectoras, pero en menor medida en los
estudios de sociedades de agricultores. Sin embargo, mucho de lo que se escribe en
este libro debería aplicarse a otros tipos culturales tradicionales de la antropología. Los
agricultores siguen cazando y recolectando (véase Kent 1989c), y los mismos
enfoques que se adoptaron para analizar el forrajeo pueden aplicarse al análisis de la
horticultura (por ej. Cashdan 1990; Keegan 1986). Del mismo modo, las
aproximaciones que se han adoptado para la comprensión de la variabilidad en la
demografía, la posesión de la tierra y el linaje entre los cazadores-recolectores debería
aplicarse a otras sociedades no forrajeras. En otras palabras, la teoría general debe
dar cuenta de la diversidad, por sobre las categorías convencionales impuestas por la
antropología.
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