historia_lesbiana_teoria_lesbiana_1
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Los años 60 fueron la década de la 2ª ola Feminista. Dentro del movimiento Feminista
fueron cada vez más las mujeres que se sintieron capaces de llamarse y asumirse como
feministas lesbianas ; para ellas, el lesbianismo era una opción sexual que cualquier
mujer podía adoptar; esto atentaba frontalmente contra cien años de declaración de
los sexólogos, que distinguían entre “lesbianas congénitas” (las de apariencia
masculina) y pseudo-lesbianas (de apariencia más femenina) que no eran “verdaderas”
lesbianas si no mujeres “normales” (heterosexuales)que fueron seducidas o inducidas
a la vida lesbiana por una lesbiana “congénita”. En los años 60, una nueva identidad
sexual y política estaba naciendo. Las feministas lesbianas declararon que “lesbiana”
era cualquier mujer que dedicaba todas sus energías a otras mujeres. El lesbianismo
empezó a ser considerado por muchas feministas como la quintaesencia del feminismo
(aquellas intensas proclamas militantes que decían: “el feminismo es la teoría, el
lesbianismo la práctica”), porque Feminismo Lesbiano significaba anteponer a las
mujeres en lo afectivo, en lo social, en lo político y en lo sexual. Para ellas, esta simple
acción de anteponer o privilegiar a las mujeres, era una acción profundamente
trasgresora, era subvertir de raíz la concepción patriarcal de las relaciones humanas,
en las que el hombre siempre ocupa el lugar central; significaba materializar un tipo de
relación revolucionaria que tenía como norma la sororidad y el gino-afecto. Por otro
lado, la lesbiana era también una mujer independiente de los hombres, la viva
demostración de que la mujer sin un hombre es un ser humano completo, pese a
todos los siglos de adoctrinamiento patriarcal que insisten en que una mujer no es
más que un varón defectuoso, que una mujer sin hombre es una criatura desvalida,
patética o monstruosa.
Charlotte Bunch, del colectivo The Furies, una de las pioneras de la política feminista
lesbiana, define también el lesbianismo como una opción política que se articula en
términos de ginoidentificación:
A lo largo de los 70, el lesbianismo dejó de ser una identidad sexual esencial, innata en
algunas mujeres: es verdad –se afirmaba- que las lesbianas nacimos ‘así’, pero todas
las mujeres nacimos ‘así’, esto es: como seres sexuales con capacidad de elección.
Todas las mujeres nacemos con capacidad para ser lesbianas “existenciales”, es decir,
para tomar la decisión política consciente de abandonar la heterosexualidad y hacerse
lesbianas. Sirva como ejemplo la declaración de Rita Mae Brown, una de las portavoces
del feminismo lesbiano en los años 70:
Dar apoyo y afecto a las mujeres: eso era ser lesbiana. En este sentido, el lesbianismo
era revolucionario, y convertía en un imperativo para todas las mujeres feministas el
dejar de colaborar con el enemigo. El deseo sexual es un aprendizaje, pensaron las
feministas lesbianas: en una sociedad heterosexista, se aprende a ser heterosexual, la
heterosexualidad es una obligación, una imposición. El feminismo lesbiano propugna el
des-aprendizaje: desaprender la heterosexualidad, convertía la sexualidad en una
elección, la homosexualidad en una alternativa.
En el artículo que acabo de citar, Adrienne Rich va todavía más allá de la idea de libre
opción sexual, y hace una lectura radical del lesbianismo al plantear la necesidad del
reconocimiento y del estudio de la heterosexualidad como una Institución política, a
través de la cual se ejerce una inmensa presión social hacia lo que define como
heterosexualidad obligatoria , denominación que cubre la complejidad de fuerzas a
través de las cuales las mujeres fueron convencidas de que el matrimonio y la
orientación sexual hacia los hombres son inevitables, a pesar de ser componentes
insatisfactorios u opresivos de sus vidas.
“The Straigh Mind” (la mente hetero), en el que mantiene que, dado que las mujeres
son una clase (esto es lo que afirma el feminismo marxista), las lesbianas
Tanto Rich como Witig, dicen que aceptar el lesbianismo como “preferencia sexual” es
falaz, ya que al hacerlo estamos dando por válido el que los seres humanos optamos
“libremente” por la orientación que damos a nuestra sexualidad, y mantener esto
significa ignorar la inmensa presión social que, en un mundo en el que la
heterosexualidad es obligatoria, se empuja “libremente” a los individuos a “optar por
la heterosexualidad”.
Todas estas cuestiones van a servir de motor para ese magma de compromisos
teóricos, políticos y experienciales del lesbianismo militante de los años 70 y principios
de los 80, que lanzó a las feministas lesbianas a construir su entera existencia en torno
a políticas basadas a la vez en su feminismo y en su lesbianismo. Ya que la raíz de la
opresión de las mujeres es el Patriarcado –sistema de dominación de las mujeres por
los hombres basado en los valores masculinos- sólo una cultura de mujeres podría
crear una sociedad nueva, que tendría en el gino-centrismo y en la solidaridad entre
mujeres sus pilares. Una cultura de mujeres transformaría las instituciones patriarcales
y crearía instituciones totalmente nuevas que encarnarían los valores no “macho”. Esta
cultura sería antijerárquica, espiritual, antiimperialista, no racista, no clasista, no
discriminatoria con personas mayores y discapacitadas, y desde luego no explotadora,
ni económica ni sexualmente. Esta cultura de mujeres sólo sería posible saliéndose del
sistema patriarcal y fundando comunidades autosuficientes de mujeres ginocentradas,
que serían el germen de la Nación Lesbiana. Esta famosa Nación Lesbiana no era
necesariamente un lugar geográfico: era sobre todo un centro irradiante de
contravalores y energía ginocentrada, como modelo de existencia liberada para cada
vez más mujeres; al calor de este proyecto, comunas de separatistas lesbianas se
extendieron por todos los EE UU. La Nación Lesbiana fue el proyecto utópico, el sueño
de las nuevas amazonas de los 70, y aún cuando fracasó, la febril actividad militante y
comprometida de las feministas lesbianas a lo largo de la década, tuvo un efecto
imperecedero: la creación de una conciencia de sororidad. La sororidad, el sentimiento
de comunidad entre mujeres, se extendió como la pólvora, gracias a los festivales de
música de mujeres, de inmenso éxito y poder de convocatoria en aquellos años, y
gracias a las editoriales, periódicos y revistas tanto feministas como lesbianas, a las
librerías feministas y lesbianas y a los lugares de encuentro, que crearon toda una
infraestructura de redes de apoyo a y entre mujeres.
Se abre ahora el capítulo más turbio y de mayor acritud en la historia del Movimiento
Feminista, en el que no voy a entrar aquí, me refiero a las llamadas “guerras del sexo”
de los 80 entre las feministas culturales y las radicales sexuales; las primeras defendían
(*)Traducido al castellano del original gallego por Mª Amparo Rubio Página 5
6
Los 90 vieron resurgir una nueva militancia y una vuelta a la acción y al compromiso;
también la formación de grupos mixtos que son ejemplo de la nueva unidad de acción
gay-lesbiana y que proponen la acción directa como forma de lucha activa contra la
homofobia y la invisibilidad lesbiana y gay.
Por otra parte, para la teoría literaria lesbiana el dilema (quien es la lesbiana, o qué es
ser lesbiana) se sitúa en el centro de sus operaciones críticas. Vimos al principio de
este artículo las respuestas que teóricas significadas dieron a esas preguntas. A ellas
me gustaría añadir a la que, aquí y ahora (es decir: occidente finales del s XX) me
parece más adecuada; me refiero a la de la crítica norteamericana Catherine R.
Stimpson, que dice “Mi definición de la lesbiana, ya sea escritora, o personaje, o
lectora, será severamente restrictiva y literal: es la mujer que encuentra a otras
mujeres atractivas y gratificantes”. Frente a las definiciones ya comentadas como la de
las Furias o la de Adrienne Rich, la definición de Stimpson recupera el deseo, la carne,
(que tanto se nota en falta en Adrienne Rich) y sin embargo, si la aceptamos
literalmente (¿y quien no lo haría?, ¿quién no diría que la lesbiana es la mujer que
Es evidente que siempre hubo mujeres que amaron a otras mujeres, tuviesen o no
relaciones sexuales con ellas. Pero también es evidente que siempre existieron y
siguen existiendo circunstancias reales que impiden o dificultan la autoidentificación y
la conciencia comunitaria lesbiana. Una definición restrictiva del lesbianismo niega la
posibilidad de la historia lesbiana, y niega la variedad de experiencias históricas de
amor entre mujeres.
Para Nicole Brossard, el acto de creación es un acto de traerse al mundo (es decir, de
crear y crearse) literalmente a través de la palabra. La escritura lesbiana toma la
palabra “para nombrar nuestros cuerpos, nuestra piel, nuestro sudor,
nuestro placer, nuestra sensualidad, nuestro sexo. Las letras que
forman estas palabras comienzan a emerger en nuestros textos.
También traemos nuestra energía y nuestra inteligencia a la palabra,
y hacemos de nuestro deseo una espiral que nos coge en pleno
movimiento, hacia el sentido. Sentido que tiene su origen en
nosotras. No un contrasentido ni una tergiversación que nos
arrastrarían como pequeñas estrellas por el universo patriarcal. Creo
que sólo las mujeres y las lesbianas serán capaces de legitimar una
trayectoria hacia el origen y el futuro del significado, un significado a
producir en el Lenguaje. Estar al comienzo del sentido, significa que
proyectamos en el mundo algo que se asemeja a lo que somos y a lo
que descubrimos sobre nosotras, algo diferente a la versión que el
marketing patriarcal patentó sobre nosotras.”
Que todas las fronteras son notoriamente inestables y las identidades sexuales rara
vez son seguras, es lo que sostienen también las nuevas sacerdotisas de la
postmodenidad, (Judith Buttler, Eve Kossofsky, Diana Fuss); para ellas, el discurso que
ordena la elección del objeto de deseo y el comportamiento sexual, depende hasta
ahora de la simetría estructural de dos ubícuos opuestos –la jerarquía hombre/mujer
denunciada por la teoría Feminista, y el par igualmente jerárquico hetero/homosexual
cuestionado por la Teoría LesbianaGay- y depende también de la inevitabilidad de un
orden simbólico basado en una lógica de límites, márgenes y fronteras; un orden
simbólico incapaz de darse cuenta de que las nuevas (o no tan nuevas) posibilidades
sexuales no pueden seguir pensándose en dialécticas formularias. Tanto el Feminismo
postmoderno como la Teoría Lesbiana y Gay apuntan a la deconstrucción de las
jerarquías binarias. Deconstruir estas jerarquías significa darles la vuelta (literalmente:
de dentro hacia fuera) para dejar al descubierto su maquinaria de funcionamiento y su
Los retos que sigue planteando la teoría lesbiana a la teoría feminista en particular y a
los estudios Culturales en general, son muchos; también sus méritos son muchos.
Entre ellos está, según Catharine Stipson “el haber ampliado los Estudios de la Mujer,
que tal vez hicieron una mera interrogación de la heterosexualidad, y el haber
equilibrado los estudios gays, que hicieron una mero interrogante de la
homosexualidad masculina”. Abelove, Balare y Halperinafirman en su magna
recopilación de estudios lesbianos y gays, afirman que la Teoría Lesbiana y Gay hacen
con la Sexualidad lo que el Feminismo hizo una década antes con el Género: establecer
su centralidad como una categoría fundamental para el análisis cultural. Género y
Sexualidad son las encrucijadas por donde cruzan una y otra vez nuestras emociones,
nuestras percepciones y nuestros discursos. La teoría Feminista y la Teoría Lesbiana
nos enseñan que no es posible la neutralidad genérica ni la neutralidad sexual, y que
sólo se pueden ignorar estos hechos pagando un elevado precio: la deshonestidad
intelectual.