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CAPÍTULO 1.

INTRODUCCIÓN A LA SOCIOLOGÍA

La sociología puede definirse sencillamente como el estudio


científico de los grupos sociales, las sociedades en su conjunto y el
mundo de los seres humanos. Es la disciplina que tiene por objeto
de estudio la estructura de relaciones que se construyen a partir
de la interacción social, esto es, la base de la filiación social.
Implica, sobre todo, una toma de conciencia, una manera de
pensar y de entender de forma crítica los fenómenos sociales. Un
modo de interpretar el mundo. Forma parte de las ciencias
sociales, entre las que se incluye también la economía, la
antropología, la ciencia política y la geografía humana. Su ámbito
es muy amplio y va desde el análisis de los encuentros fortuitos
entre individuos en la vía pública hasta la evolución de las pautas
de la vida familiar, las nuevas formas de identidad personal y
social y las relaciones entre diferentes estados o sociedades. Así,
desde la perspectiva macrosociológica, enfoca los grandes
sistemas sociales y los procesos de transformación social a largo
plazo. Lo que le permite abarcar asuntos tan dispares como los
grandes cambios en los modos de producción, las tendencias
demográficas, el impacto de internet sobre el ocio, la globalización
de las relaciones sociales o los flujos migratorios. La
microsociología, sin embargo, estudia la vida cotidiana y las
relaciones cara a cara en las familias, los vecindarios, las
comunidades y, en definitiva, en los grupos pequeños.
La mayoría de la gente interpreta el mundo a través de los
aspectos que nos resultan cercanos en nuestra propia vida:
familia, amigos/-as, estudios y trabajo. La sociología nos muestra
la necesidad de adoptar otro punto de vista acerca de por qué nos
comportamos como lo hacemos. Primero, nos exige cuestionar lo
evidente y todo lo que damos por bueno, convirtiendo lo familiar
en lejano. Sus preguntas hacen extraño lo próximo y nos
muestran que las cosas no son lo que parecen. Raramente lo que
hacemos depende sólo de lo que decidimos. Debemos aceptar las
limitaciones sociales que condicionan nuestro comportamiento. Y,
después, la perspectiva sociológica nos ayuda a ver lo general en
lo particular. Es decir, categorías como la edad, la clase social y el
género influyen de forma poderosa sobre nuestras experiencias
vitales particulares. Pensar sociológicamente, pues, implica
examinar las formas sutiles, y a la vez complejas, en las que
nuestras vidas individuales reflejan los contextos de nuestra
experiencia social. O lo que es lo mismo, la capacidad de la
sociedad para definir nuestra existencia y el tipo de persona en que
llegaremos a convertirnos.

1. ANTECEDENTES DE LA SOCIOLOGÍA: LA REMOTA HISTORIA DEL


PENSAMIENTO SOCIAL
Como la mayoría de las ciencias, la sociología es al mismo
tiempo muy antigua y muy moderna. Es reciente en cuanto a
disciplina científica independiente y autónoma. Pero es muy
vetusta en sus raíces, pues la mayoría de los pensadores en algún
momento de sus especulaciones han mostrado interés por la
realidad social. No en vano, la naturaleza de la sociedad fue uno
de los temas de reflexión más fundamentales para casi todos los
pensadores más audaces del mundo antiguo.

Antes del siglo XVIII, todo lo relacionado con la sociedad era


calificado de político. Fue una concepción nueva y específica de la
sociedad, como objeto de estudio claramente diferenciable de lo
político y del Estado, lo que favoreció la irrupción de la Sociología
en el pensamiento social en el siglo XIX. Hoy reservamos el
adjetivo de “político” para aludir a todo lo relativo al gobierno, y
el de “social” para referirnos a todos los demás aspectos que
incumben a los asuntos humanos. Y también discernimos entre la
pretensión de los primeros sociólogos a la hora de impulsar una
nueva disciplina capaz de analizar con rigor científico los
problemas sociales y las aportaciones protosociológicas
anteriores al siglo XIX, sujetas a sistemas puramente
especulativos. Lo mismo en el destacado ejemplo de los filósofos
griegos, que pusieron en marcha el pensamiento social, como en
el de los aventureros, misioneros y colonizadores que después del
Renacimiento llenaron de exotismo los libros de viajes. Esta
datación histórica de los orígenes de la sociología no significa, en
consecuencia, que no existiese ya una larga historia del
pensamiento social; sino que antes de la quiebra de la sociedad
tradicional no constaba como tal la Sociología. Primero, porque no
se había delimitado su objeto de estudio, lo social, y, segundo,
porque faltaba el método adecuado para su análisis.

El padre de la historia occidental, como se considera a


Heródoto de Halicarnaso (484-425 a. C.), fue el primer autor que
describió diferentes sociedades y pueblos de su época. En sus
escritos encontramos los contrastes que realizó entre la sociedad
griega y otras que visitó en el transcurso de sus numerosos viajes.
Cuestiones que, posteriormente, han resultado de la mayor
utilidad en el ámbito de los estudios que se observan dentro de lo
que se ha convenido denominar cultura. Desde una perspectiva
puramente filosófica, Platón (427-347 a.C.), en El Banquete, La
República y Las Leyes, también reflexiona sobre la sociedad
proponiendo alternativas diferentes, como lo hizo igualmente
Aristóteles (384-322 a.C.) en su Política. Ambos intentan explicar
los hechos a partir de unos principios generales, pero siempre
dentro de las coordenadas del discurso filosófico y ético del deber
ser. Igual que en la Edad Media lo hicieron teólogos de la talla de
San Agustín (354-430) y Santo Tomás de Aquino (1225-1274),
como un pensamiento político que no es sino un desarrollo de la
moral de la época. Sin embargo, como señaló Durkheim (1858-
1917) hace más de un siglo, ninguno de ellos planteó su estudio de
un modo verdaderamente sociológico. Les parecía suficiente
reflexionar sobre las metas que las sociedades se debían
proponer, o aquello que había que evitar. En ningún caso
intentaron describir o explicar la sociedad tal como realmente era.
Se limitaron a ofrecer un modelo u otro utópico y la manera de
alcanzarlo.
En el siglo XIV, el erudito musulmán Ibn Khaldhun (1332-
1406) en su obra Prolegómenos, anticipó una interpretación sobre
conceptos tan específicos de nuestra disciplina como cohesión
social y conflicto social. Tanto es así, que a día de hoy se le
considera un precursor de las Ciencias Sociales porque entre sus
inquietudes encontramos planteamientos históricos, económicos,
filosóficos, demográficos y, como decimos, sociológicos.

En la segunda parte del siglo XVIII, la Revolución Francesa


acabó con las estructuras jurídicas que legitimaban el viejo orden
estamental sobre el que reposaba el Antiguo Régimen. Fue el
germen de un pensamiento alternativo y rupturista que se
extendió por Europa y América: una reacción en contra de las
concepciones aristocráticas vigentes durante el feudalismo, que
sustituyó los regímenes agrarios europeos y las monarquías
absolutas por los ideales republicanos de libertad y derechos
ciudadanos. Hasta ese momento, la vida social se había
concentrado en un grupo minoritario que era servido por el resto
de la población, mantenía costumbres refinadas y detentaba todo
el poder político y la riqueza. Con la revolución política que
conmocionó Francia en 1789, se expandieron las ideas
democráticas, la convicción de la igualdad entre los ciudadanos
(varones) y la nación como algo integrado por todos y en la que
todos participan, donde sólo el mérito, y no el linaje o la fortuna,
representaba a las personas. Una sociedad en la que el Gobierno
materializaría la voluntad general y la ley sería elaborada por la
mayoría numérica.

Esta revolución burguesa tipifica mejor que cualquier otro


acontecimiento la dimensión práctica de la marea de
democratización que inundó toda Europa en el siglo XVIII. En gran
medida, el acontecimiento era el resultado de las ideas de la
Ilustración europea de mediados del siglo XVIII: Igualdad de la
condición humana, Libertad individual para actuar bajo la propia
responsabilidad del sujeto y Fraternidad como elemento que
inspira las relaciones humanas. En lo referido al conocimiento, los
filósofos Ilustrados consideraban que el camino a seguir para el
estudio de la vida social debía ser análogo al que habían transitado
ciencias naturales como la química, la física o la astronomía. Los
fenómenos sociales debían ser estudiados con la misma óptica y
método objetivo con el que se abordan los fenómenos naturales.
De ahí el interés que mostraban por la filosofía positiva como
brújula de las ciencias y en el modelo que representaba el físico
inglés Isaac Newton. Entendían que sus nociones sobre el método
científico y la ley natural debían guiar también el estudio de los
asuntos humanos. En consecuencia, suele afirmarse que en
Europa se puso en marcha el proceso que nos ha conducido a la
modernidad, es decir, a una era caracterizada por una
combinación de individualismo, racionalidad, democratización,
pensamiento científico, desarrollo tecnológico y, en definitiva,
progreso. El triunfo de la revolución supuso, ciertamente, el
punto de partida de la sociedad contemporánea por tres
razones: la aparición del estado democrático liberal; el
reemplazo de la sociedad estamental por la de clases y el
nacimiento del capitalismo. El acceso de la burguesía a los
poderes económico y político finiquita la sociedad feudal e
inaugura una nueva dinámica de enfrentamientos: el
antagonismo entre ricos y pobres, que sustituye al que existía
entre los grupos privilegiados y el resto de la población. Así se
preparó el terreno para las prolongadas luchas sociales europeas
del siglo XIX de las cuales nació el movimiento socialista moderno.
Las Ciencias Sociales que existían -Filosofía, Política, Economía e
Historia - no eran capaces de explicar de manera convincente las
contradicciones y los conflictos que se estaban desarrollando en
el tránsito del modelo feudal al capitalismo moderno. La
denominada cuestión social (miserabilización de la clase
trabajadora, explotación laboral de niños, mujeres y hombres,
hacinamiento en las chabolas obreras…) se convirtió en motivo de
preocupación para todo el pensamiento social de la época, desde
los teóricos socialistas hasta Papas como León XIII, que en su
encíclica “Rerum Novarum” abominó contra las consecuencias
económicas y sociales de la nueva era industrial. Para dar una
respuesta específica a los problemas que estaban generando la
crisis y el cambio social, apareció la Sociología. No fue el resultado
de un proceso lineal, sino el producto de un cruce dialéctico de
ideologías y tradiciones culturales diversas, así como de factores
intelectuales e institucionales distintos que se encontraron en el
paso de una sociedad agraria estamental a la nueva sociedad
industrial de clases. Y, considerando el contexto histórico europeo
de florecimiento de las ciencias en muchos países, el análisis de la
realidad social no podía contentarse, como lo había hecho
anteriormente, con una mera contemplación de lo social.

2. LA PATERNIDAD DE LA SOCIOLOGÍA
El análisis sociológico de la realidad social nació, como
hemos dicho, de las cenizas del Antiguo Régimen, en el tránsito
del mundo agrario a la sociedad moderna. El origen de los estudios
sistemáticos de la vida social se sitúa, por tanto, en la serie de
transformaciones fulminantes precipitadas por la Revolución
Francesa de 1789, el nacimiento de la Revolución industrial en
Europa, en la segunda mitad del siglo XVIII, y la gran revolución
urbana que favoreció en aquellas sociedades (Francia, Alemania e
Inglaterra) donde las consecuencias de estos cambios fueron más
sobresalientes. Como ya hemos visto, la Revolución Francesa fue
el cambio político más importante de la modernidad. Significó el
triunfo de la burguesía sobre la aristocracia, el final del sistema
feudal y de los privilegios de la nobleza, el avance de la industria,
la elección de los representantes políticos por sufragio universal
(la mujer no votaba), la difusión de la Declaración de los derechos
del Hombre y del Ciudadano, la separación del Estado y de la
Iglesia, las ideas de independencia en las colonias europeas en
América y, en definitiva, la consolidación de las actuales
democracias de corte liberal. La Revolución industrial, por su
parte, surgió en las postrimerías del siglo XVIII, con la invención de
la mecánica hidráulica y la máquina de vapor. Favoreció la
transformación de la empresa, la economía, el trabajo, los
horarios, la familia, los transportes, las ciudades y el consumo.

Las consecuencias provocadas por estos trepidantes


cambios disolvieron en menos de dos siglos las formas de
organización social bajo las cuales había vivido la humanidad
durante miles de años. No es de extrañar que los padres de la
Sociología intentasen explicar la modernización y sus efectos allí
donde estos sucesos se estaban precipitando más rápidamente:
en Europa occidental. Dentro de este contexto histórico, se suelen
asumir diferentes hipótesis en torno al nacimiento de la disciplina.
La Sociología no tiene un fundador concreto, sino que responde al
trabajo de muchos intelectuales que se iniciaron en el estudio de
la sociedad humana con el mayor rigor. Éstas son las principales
atribuciones de su paternidad:
1- La Ilustración escocesa a finales del siglo XVIII. Para algunos
autores, la nueva ciencia es la obra de pensadores como
Ferguson, Smith y Hume. Intelectuales, todos ellos,
preocupados por la comprensión de la ruptura del mundo
feudal y los problemas de la naciente industrialización.
2- Otros sitúan su nacimiento en Alemania. Entre 1830 y 40,
cuando autores como Feuerbach, Marx y Engels avanzaron
desde la crítica teórica de la religión a la transformación de
la sociedad.
3- Las obras de Saint-Simon (1760-1825) y Comte (1798-1857),
que mostraron a principios del siglo XIX su profunda
inquietud por las consecuencias que la Revolución francesa
trajo consigo. Durkheim, por su parte, consideraba que con
su libro El espíritu de las leyes, Montesquieu (1689-1755)
fundó anteriormente la sociología y que sus sucesores sólo
dieron nombre a los estudios que inauguró.
4- En Inglaterra a finales del siglo XIX, coincidiendo con la
aparición de la escuela fabiana y las Trade Unions o
sindicatos de obreros manuales. Fue por entonces cuando
se iniciaron los primeros estudios sobre la pobreza.
5- Los estudios cuantitativos que siguieron la pauta de le Play
(1806-1882), que en Francia inició el primer método de
encuesta social. O en Bélgica, con Quételet (1796-1874),
considerado el padre de la estadística científica.

En todos estos autores, urge la necesidad de una nueva


ciencia que aspire a la neutralidad valorativa y a la objetividad en
el estudio de la realidad social. Los nuevos científicos sociales se
propusieron diagnosticar lo que sucedería después de la
desintegración de la estructura social premoderna. Lo primero
que hicieron fue invertir el orden de prioridades que habían
seguido sus predecesores en el transcurso de la larga historia del
pensamiento social. La utopía tenía que dejar paso a la ciencia y
la subjetividad, a la interpretación de la crisis existente. No
porque aquéllas no estuvieran preocupadas por mejorar su
sociedad, sino porque la única forma de hacerlo era entendiendo
cómo funciona. Pese a la diversidad de sus puntos de vista,
explicados a través de las diferentes teorías y escuelas a que
dieron lugar, coincidían en que la sociedad era algo más y
diferente de la suma de las decisiones individuales de sus
miembros. Estaban convencidos de que la vida de las personas
estaba condicionada, en gran medida, por la sociedad que las
rodeaba.

3. SOCIOLOGÍA Y MODERNIZACIÓN
El momento histórico en que aparece la sociología, siglo XIX,
está marcado por las hondas transformaciones que desencadena
la era industrial. El nuevo sistema socioeconómico transforma la
sociedad e introduce cambios que provocan conflictos,
desestructuración social y quiebras de tipo cultural, político,
demográfico y económico. Ante el enorme desafío que supone
gestionar una sociedad en crisis, se plantea una dramática
reflexión para los científicos que se ocupan del estudio de los
problemas sociales en torno a cuestiones como la integración
social, las bases de la convivencia y la aspiración al mantenimiento
del orden y la armonía en las relaciones sociales. La sociología,
desde su origen, ha intentado analizar, estudiar, explicar y
comprender el cambio social. Y, qué duda cabe, que también ha
contribuido a estimularlo. Tanto ayer como hoy, porque, a
diferencia de lo que ocurre en las Ciencias de la Naturaleza, la
investigación sociológica puede filtrarse en la vida cotidiana e
influir en las percepciones de las personas en torno al mundo que
habitan. Sin embargo, las aportaciones de otros científicos no
tienen la capacidad de modificar el comportamiento de las plantas
y los animales.

Estos son los graves problemas a los que estuvo vinculada la


Sociología en su arranque, asuntos todos ellos que van a
configurar la modernidad y que centraron su objeto de estudio:
1- El nacimiento del capitalismo moderno: En el transcurso de la
Edad Media europea, la mayoría de la población cultivaba los
campos próximos a sus hogares o se dedicaba a la fabricación a
pequeña escala de productos elaborados con las manos o con
máquinas muy elementales (manufactura). A finales del siglo
XVIII, los inventores habían logrado aplicar nuevas formas de
energía al funcionamiento de grandes máquinas. Primero fue la
energía hidráulica y luego la procedente del vapor. Así se
construyeron grandes fábricas que emplearon a quienes antes
trabajaban en sus casas. Los obreros se convirtieron en
asalariados al servicio de los propietarios de los nuevos centros
de producción, a los que ni siquiera conocían. Debido a la
naturaleza misma de la producción industrial, se recurría a una
frecuente sustitución de la mano de obra. Las jornadas de
trabajo podían durar dieciocho horas y se utilizaba también el
trabajo infantil. En las fábricas, las condiciones de trabajo eran
lamentables. La mortalidad de los niños era tan elevada como
las enfermedades laborales y los accidentes en el trabajo. Los
bajos salarios y las penosas condiciones de vida de los nuevos
trabajadores urbanos desataban continuas huelgas y una
conflictividad permanente.
2- El declive de la comunidad: La modernización supuso un
debilitamiento progresivo de las pequeñas comunidades en las
que las personas encontraron pertenencia, identidad,
solidaridad y significado durante la mayor parte de la historia.
Según el sociólogo Ferdinad Toennies (1855-1936), la
Revolución industrial había rasgado el tejido social de la familia
y la tradición, alimentando el individualismo. Las sociedades
premodernas, construidas sobre los lazos de parentesco y
vecindad, fomentaban sentimientos colectivos, el honor y la
virtud. Gradualmente, las sociedades de Europa y América del
Norte se hicieron más impersonales y desarraigadas a medida
que las personas comenzaban a asociarse sobre la base del
interés. Las familias, que habían vivido durante generaciones en
aldeas rurales o pueblos, estaban sólidamente integradas en
una forma de vida caracterizada por el trabajo duro y la
ausencia de grandes cambios. En algunas áreas del mundo
occidental, estos vínculos comunitarios todavía eran
importantes hasta muy avanzado el siglo XX. Con la invención
del teléfono (1876) y la televisión (1939), familiares y amigos
fueron abandonando la costumbre de hacerse visitas y enviarse
cartas cuando vivían alejados. La difusión del automóvil después
de la Segunda Guerra Mundial también permitió a muchas
personas proyectar el horizonte de su mundo más allá de su
entorno inmediato. La modernización ha actuado sobre la
sociedad como un ácido que corroe los grupos primarios que se
asientan sobre relaciones personales y duraderas. A pesar de la
existencia de factores que deberían facilitar la unión, como vio
Toennies, la modernidad ha conseguido que las personas estén
esencialmente separadas. En las grandes ciudades, vivimos
entre extraños y no sabemos ni quiénes son nuestros vecinos.
En el trabajo, cada vez más inestable e insatisfactorio,
anteponemos las necesidades personales a la lealtad al grupo.
Sólo queda alimentar la esperanza que animaba al sociólogo
alemán, en el sentido de que las formas venideras de
organización social lleguen en algún momento de su desarrollo
a combinar la racionalidad moderna con la responsabilidad
colectiva tradicional.
3- Aumento de la pluralidad y diversidad de creencias: En las
sociedades premodernas, los estrechos lazos familiares, las
fuertes creencias religiosas y las costumbres respetadas
durante generaciones forzaban la homogeneidad y
desincentivaban los cambios. Con la modernización se abre
paso una visión del mundo racional y científica, que debilita la
tradición y convierte la moral en un asunto personal y privado.
El crecimiento de las ciudades, la expansión de las
organizaciones impersonales y la interacción entre personas de
orígenes muy diferentes se combinan para multiplicar una gran
variedad de creencias, comportamientos y estilos de vida.
4- Impulso del individualismo: La expansión de la libertad personal
desplaza el influjo que la tradición ejercía en las sociedades
premodernas. La vida para los habitantes de las sociedades
industriales ya no está fatalmente determinada por fuerzas que
escapan al propio control, como los dioses, los espíritus o el
destino. La experiencia se despliega como una sucesión sin fin
de opciones y posibilidades.
5- Orientación hacia el futuro y preocupación por el cambio y las
transformaciones sociales: Mientras las poblaciones de las
sociedades preindustriales se concentraban en el pasado, los
individuos de las sociedades modernas se muestran
esperanzados respecto a lo que está por llegar: descubrimientos
e invenciones que mejoren sus vidas. El tiempo adquiere una
nueva dimensión. La luz del sol y las estaciones del año pierden
importancia como instrumentos de medición en favor de los
relojes desde finales de la Edad Media. Para la economía
capitalista, el tiempo es oro porque el nuevo sistema de
producción exige la mayor concentración y esfuerzo. Aunque el
cambio social es demasiado complejo y controvertido como
para que sea posible equipararlo al progreso, lo irrefutable es
que las sociedades cambian, de forma intencionada o no, y a
diferentes velocidades.
6- Crecimiento de las ciudades: El desarrollo de la producción fabril
arrastró a millones de personas desde las zonas rurales a los
nuevos entornos urbanos, que vieron cómo su población
aumentaba de forma descontrolada. Esta captación de mano de
obra en la industria se acrecentaba a medida que un número
cada vez mayor de ricos hacendados convertían sus tierras de
labranza en campos de pastoreo para los rebaños de ovejas (la
fuente de lana que debía servir de materia prima a la
producción textil). Este cercamiento de los campos expulsó a
incontables agricultores arrendatarios a las ciudades
industriales capitalistas en busca de trabajo en las fábricas y
mejores condiciones de vida. Las migraciones de los campesinos
dejaron muchos pueblos abandonados. Alrededor de 1750, la
industrialización provocó una gran revolución urbana, primero
en Europa y después en Norteamérica. Las ciudades no sólo
aumentaron su tamaño, sino que también cambiaron de forma.
Los urbanistas diseñaban calles amplias y rectas para facilitar las
actividades comerciales. Los tranvías de vapor y los eléctricos
cruzaban las ciudades. Los céntricos distritos de negocios, con
sus gigantescas y brillantes torres, que albergaban grandes
almacenes, oficinas e instituciones financieras,
empequeñecieron las viejas catedrales, que durante tanto
tiempo dominaron el espacio urbano de las viejas ciudades
medievales. Construidas para los negocios, las urbes modernas
se masificaron y se hicieron más impersonales. Se convirtieron
en un hervidero de forasteros que superaban los alojamientos
disponibles. Este vertiginoso crecimiento urbano alteró por
completo la vida de las personas. Enfermedades, miseria,
personas sin hogar, altercados y violencia fueron el caldo de
cultivo de conflictos permanentes. Y todo ello, en un contexto
de enorme desigualdad entre la mayor parte de adultos y niños
que trabajaban en las fábricas y los propietarios industriales.
7- El desarrollo de las ideas democráticas: En la Edad Media, la
mayoría de la gente pensaba que la sociedad era una expresión
de la voluntad divina. Con independencia de la posición en la
jerarquía social, las personas se percibían como herramientas
cuya función sólo Dios determinaba. Con el desarrollo de la
economía y la expansión urbana, se produjeron cambios
inevitables en el pensamiento político. Todas las tradiciones
pasaron a cuestionarse a partir del siglo XVII. Este cambio de
orientación se puede apreciar en la evolución que vincula la
obra de Thomas Hobbes (1588-1679) con la de John Locke
(1632-1704). Para el autor de Leviathan, Hobbes, el reinado del
caos y la constante amenaza de una muerte violenta sólo se
puede evitar si el pueblo entrega el poder a un estado soberano
encabezado por un dirigente cuya autoridad sea absoluta. La
obligación moral de los súbditos es permanecer leales a sus
gobernantes. Sin embargo, para Locke la autoridad suprema de
la ley depende de un acuerdo entre el sujeto y el dirigente, cuya
autoridad nunca puede ser absoluta. La sociedad es el producto
del interés individual. Los cimientos del nuevo clima político
pasaron a ser la libertad personal y los derechos individuales.

En su arranque, la sociología se centró en el estudio de las


instituciones sociales que nacieron a partir de las
transformaciones industriales de los pasados dos o tres siglos. Y
se valió de las herramientas de la ciencia moderna en su
desarrollo. Pero hoy, en el mundo de la información y la alta
tecnología, con todas las posibilidades y oportunidades que
ofrecen las sociedades contemporáneas, contamos con
ventajas que nuestros antepasados no tuvieron. También nos
enfrentamos a riesgos de enorme magnitud hasta hace poco
impensables: desigualdad desbocada, terrorismo global,
pandemias, aumento de la contaminación del aire,
calentamiento global, amenaza de armas nucleares y químicas…
Y las enormes fracturas sociales provocadas por la nueva
revolución tecnológica digital: exclusión social, polarización
política, desempleo…. La vida social se encuentra en constante
movimiento y nuestra disciplina, que en su origen estuvo ligada
al estudio de los problemas de los siglos XVIII y XIX, tiene que
seguir avanzando con los tiempos si no quiere caer en la
irrelevancia. Lo hará enfrentando temas cada vez más diversos
y recurriendo a métodos de investigación más plurales. Pero su
objetivo sigue siendo el mismo, analizar las condiciones de
existencia y desenvolvimiento de las sociedades humanas.

4. ¿QUÉ ES LA SOCIOLOGÍA Y PARA QUÉ SIRVE?


No podrían entenderse las primeras corrientes sociológicas,
e incluso muchas otras posteriores, de espaldas a la influencia que
en el abordaje científico de la nueva disciplina de lo social tuvieron
la concepción y el método propio de las ciencias naturales. El
descubrimiento de América y los avances en las técnicas de
transporte marítimo favorecieron su desarrollo a partir del
Renacimiento. También alentó una forma diferente de
enfrentarse al estudio del mundo. Lo mismo en el ámbito de la
física, la astronomía, la biología o las matemáticas que en la esfera
de los problemas políticos, económicos y sociales que se
planteaban en aquel momento. Resulta ilustrativo que Comte,
que acuñó el neologismo Sociología en 1839, denominase en un
primer momento al estudio científico de la sociedad “física social”.
Una física más, que, como la celestial, la terrestre, la vegetal, la
animal o la mecánica, debía completar el conocimiento de la
naturaleza. Imbuido de gran sentido práctico y como empirista
que era, pretendió aplicarse a su objeto, los fenómenos sociales,
siguiendo el mismo proceder que atendía al estudio de los
fenómenos físicos, químicos astronómicos y fisiológicos, con la
intención de establecer en la esfera de los asuntos humanos unas
leyes análogas a las que otros investigadores habían descubierto
en el mundo natural. A su juicio, la sociedad también obedecía a
previsiones y regularidades que ya tocaba revelar. En la “Primera
lección” del Curso de filosofía positiva declara la existencia de la
que considera que es una ley básica y esclarecedora para
comprender el desarrollo de la humanidad, la Ley de los tres
estados, el núcleo de su explicación de la historia de nuestra
especie. Este enunciado explica cómo cada rama de nuestro
conocimiento atraviesa progresivamente tres estados teóricos: el
teológico o ficticio, el metafísico o abstracto y el científico o
positivo. Esta última y superior etapa coincide con la Sociedad
Industrial. En la primera, que abarcaba la Edad Media en Europa,
el mundo se interpretaba a través de la religión. Las personas
consideraban la sociedad como una expresión de la voluntad
divina. Con el Renacimiento, en la etapa metafísica, las personas
dejaron de concebir la sociedad como algo sobrenatural. Y
comenzaron a comprender que el mundo, con todas sus
imperfecciones, lejos de satisfacer un plan divino, sólo era capaz
de reflejar las limitaciones de la egoísta naturaleza humana. La
contribución de Comte a la etapa científica consistió en aplicar al
estudio de la sociedad el mismo enfoque que utilizaron para
examinar el mundo físico Copérnico (1473-1543), Galileo (1564-
1642) y Newton (1642-1727). En este momento, la inteligencia se
ha liberado de las viejas ataduras, de los mitos y los corsés
impuestos por la religión, y ha entrado en lo que califica el estadio
de la positividad racional. El espíritu renuncia a investigaciones
absolutas, propias de su infancia, abandona la idea de que el
orden social era una realidad dada e inmutable y comienza a
centrar sus esfuerzos en la observación y en el logro de
conocimientos útiles; esto es, de leyes que permitiesen anticipar
el curso de los hechos. La autoridad de esta nueva base científica
podría unir otra vez a la sociedad reestableciendo la armonía que
las revoluciones habían echado a perder. Para Comte, el objetivo
de la Sociología era adquirir un conocimiento fiable del mundo
social que permitiera realizar predicciones sobre su desarrollo y
dejase la puerta abierta a posibles intervenciones futuras. Se
inspiraba en lo que entendía que era la capacidad predictiva de las
ciencias naturales. Como inventó el vocablo, a partir del latín
socius (sociedad) y del griego logos (conocimiento o ciencia),
muchos lo consideran el verdadero fundador de la Sociología,
pero en la actualidad muy pocos científicos apoyarían su
interpretación positivista de la Sociología, dada la imposibilidad
de pronosticar los comportamientos de los seres humanos. Pero,
principalmente, rechazarían la visión comtiana por lo reprobable
que resulta en sí misma la posibilidad de moldear a las personas y
controlar las sociedades. Ello no significa que los sociólogos hayan
renunciado hoy a su tarea de facilitar la construcción positiva, esto
es, con conocimiento científico, de la sociedad. En absoluto. Lo
que se cuestiona es la pretensión de tratar los problemas sociales
como si fuesen cosas, puesto que es algo que escapa a las
posibilidades reales de la Sociología. Lo social siempre es variable,
relativo, indeterminado y está sujeto a interpretación. Además, el
que no podamos estudiar a las personas de la misma forma que a
los elementos naturales representa una ventaja, porque los
sociólogos se benefician de la posibilidad de poder hacer
preguntas a aquellos cuyo comportamiento están analizando, y de
obtener respuestas que puedan ser inteligibles. Como veremos,
Max Weber consideró esta peculiaridad como un factor esencial
para el estatuto científico de la sociología y a pesar de que su
metodología fuese necesariamente distinta, no por ello es menos
rigurosa y sistemática que la de cualquier otra ciencia.

4.1 LA SOCIOLOGÍA NO ES UNA CIENCIA NORMATIVA


Si no es posible predecir ni modificar los comportamientos,
ha llegado el momento de preguntarnos ¿qué utilidad tiene una
disciplina que estudia los asuntos humanos, pero no es capaz de
ayudarnos a mejorar la sociedad en la que vivimos? Efectivamente
no es esta su función, pero eso no significa que sus análisis y
planteamientos no tengan consecuencias favorables para cada
individuo en particular y para la sociedad en conjunto.

En la Sociología no encontraremos las recetas para saber


cómo deberíamos actuar. Tampoco para evaluar si un
comportamiento es correcto o inadecuado. Ni para discernir cuál
es el mejor sistema de organización social. Puede, eso sí,
describirnos cómo es una sociedad. Explicarnos su
funcionamiento y las pautas de su evolución; pero no es una
ciencia normativa. Lo que debería ser es algo que corresponde a
la política o a la moral. Para ser veraz y objetivo en sus
afirmaciones, el sociólogo debe despojarse de sus convicciones.
Cuando no lo hace, produce una interpretación deformada de la
realidad que atiende a intereses gremiales o personales, pero no
al interés por el conocimiento objetivo que debería orientar su
propósito. Produce ideología. Nada de esto implica que la
disciplina esté libre de inspiración moral o que evite la transmisión
de ciertas lecciones que podrían mejorar la vida social y eludir los
problemas que nos aquejan. Lo que se busca en el investigador es
la clase de honestidad que mantenga alejada de su tarea todo
compromiso personal que la pudiera vincular a cualquier tipo de
militancia.

En su obra El político y el científico, Weber (1864-1920)


expuso qué es lo que aporta de positivo a la experiencia práctica
y personal nuestra disciplina. La sociología proporciona
conocimiento sobre la técnica que permite dominar los asuntos
humanos gracias a la previsión. Además, como ciencia que es,
proporciona métodos y herramientas para pensar y mejorar
nuestro entendimiento y conocimiento personal. Nos explica por
qué actuamos cómo lo hacemos y cómo funciona la sociedad, lo
que nos permite influir más sobre nuestro futuro. Cuanto mejor
entendamos el juego de la vida, mejor podremos decidir cómo
jugaremos nuestras cartas. Aunque las reparta la sociedad.
Podremos evaluar con más precisión tanto las oportunidades
como las limitaciones que se nos presenten. Y, sobre todo, otorga
un nivel de autoesclarecimiento que ayuda al individuo a tomar
conciencia de sus acciones. Es decir, facilita que nos demos
cuenta del sentido de nuestras acciones. Algo imprescindible
para crear en la persona un sentimiento de responsabilidad en
su actuación social, ya que aporta claridad sobre los medios y los
fines de cara al curso de acción elegido. Esta comprensión de la
sociedad y de las lógicas que subyacen en las relaciones humanas
resulta de gran interés para un/-a estudiante de Trabajo Social,
porque cuando aprendemos a mirar la realidad desde una
perspectiva sociológica obtenemos beneficios muy valiosos de
cara a esta futura actividad profesional:
• Somos capaces de poner en duda supuestos admitidos de
manera general, creencias y actitudes prejuiciosas que
parecen universalmente aceptadas. Pensar
sociológicamente implica cuestionarse algunas supuestas
verdades asumidas y plantear preguntas tan incómodas
como ¿hago realmente lo que deseo?, ¿merecen los ricos
lo que ganan? O ¿son los pobres responsables de su
fracaso?
• Nos ayuda a reconocer la diversidad etnográfica y las
desigualdades sociales al poner en evidencia los desafíos
que comporta vivir en un mundo heterogéneo y plural, lo
cual nos proporciona una mejor comprensión de los
padecimientos que mortifican a los seres humanos
(exclusión, guerras, conflictos bélicos…) y las limitaciones
de cada cultura.
• Nos enseña a desarrollar lo que Wright Mills (1916-1962)
denominó imaginación sociológica: una manera de
escapar de las trampas de la vida, porque la sociología nos
muestra que ni la existencia de un individuo ni la historia
de una sociedad se pueden comprender sin entender
ambas. Es decir, aprender a pensar sociológicamente
implica cultivar la imaginación y liberarse de la
inmediatez de las circunstancias personales para situar
los problemas en un contexto más amplio. La sociología
transforma las cuestiones personales en asuntos
públicos y políticos. Su enfoque es triple: biográfico,
histórico y estructural (alude a la organización regular y
repetitiva de las interacciones). La formulación de los
problemas a los que atiende nuestra disciplina debe
incluir, por tanto, los factores que las rodean, las
biografías y la realidad histórica en la que viven las
personas, así como el entramado de las relaciones que
mantienen. Dentro de ese contexto es, según el sociólogo
norteamericano, donde esta disposición encuentra su
mejor oportunidad para mejorar la vida de las personas.

REPASO DEL CAPÍTULO


1. ¿Qué es la sociología?
2. Dependiendo del enfoque y de su ámbito de estudio,
¿cuáles son los niveles de análisis de la sociología?
3. ¿En qué difiere la visión sociológica del sentido común?
4. ¿Por qué ningún intelectual planteó su visión de la
realidad de un modo sociológico antes del siglo XIX?
5. ¿Cuáles fueron las grandes revoluciones que impulsaron
el nacimiento de la sociología?
6. ¿Por qué la Revolución Francesa fue tan determinante en
el proceso de modernización del mundo occidental?
7. ¿Por qué la Revolución Francesa introdujo nuevos
enfrentamientos que no existían en la sociedad
tradicional?
8. ¿Cuál fue el legado de la ilustración al pensamiento
sociológico?
9. ¿Por qué la sociología no tiene un fundador concreto y a
quiénes se atribuye su paternidad?
10. ¿Cuáles fueron los graves problemas sociales que
centraron el interés de los primeros sociólogos?
11. ¿A qué se denominaba la cuestión social y qué
importancia tuvo en el arranque de la reflexión
sociológica?
12. ¿En qué contribuyó Comte a la sociología y por qué
muy pocos investigadores suscribirían hoy su visión?
13. ¿Por qué la sociología no es una ciencia normativa?
14. ¿Para qué sirve la sociología, según Weber?
15. ¿Qué interés reviste la sociología en la práctica del
Trabajo Social?
16. ¿Por qué, tanto ayer como, hoy la sociología acompaña
al cambio social al tiempo que lo impulsa?

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