El Modernismo y El 98
El Modernismo y El 98
El Modernismo y El 98
A) Contexto histórico.
La situación en Europa a finales del siglo XIX puede resumirse diciendo que se
trata de un periodo de avance industrial, económico y científico sin precedentes
(segunda revolución industrial), que se ve acompañado por un periodo de expansión
conocido como Colonialismo.
En España, llegaba a su culminación el proceso de declive que se había iniciado
con la emancipación de los países hispanoamericanos (pérdida de las últimas
colonias –Cuba, Filipinas y Puerto Rico- en 1898), a lo que se sumaba una situación
en el país que lo mantenía cada vez más alejado del resto de países europeos.
España es aún un país de base fuertemente rural e insuficiente desarrollo industrial.
Políticamente, se trata de un periodo en el que los partidos Liberal y Conservador se
alternan en el poder (sagasta-canovismo), pero son incapaces de frenar el creciente
descontento de la clase media y obrera.
B) Contexto cultural.
Hacia finales del siglo XIX, la fórmula literaria del realismo empezaba a dar
muestras de agotamiento. Los escritores más jóvenes se enfrentaban con figuras
como Galdós y Clarín, y proclamaban la necesidad de una renovación del lenguaje
literario. “Modernista” fue uno de los primeros calificativos que merecieron estos
escritores, y, aunque se les aplicaba con intención peyorativa, algunos de ellos lo
acogieron y se mostraron a sí mismos como los encargados de transformar el estado
de la literatura española.
Esta necesidad se sentía de modo especial en la poesía (el Realismo no había
aportado nada relevante a la poesía española), y, así, surgió en Hispanoamérica el
movimiento conocido como Modernismo, de la mano sobre todo del poeta
nicaragüense Rubén Darío. Los rasgos más significativos de este movimiento
poético son la superación de la gastada retórica romántica y su predilección por lo
sentimental, pero, al mismo tiempo, defensa del idealismo frente al deshumanizado
mundo tecnológico e industrial, búsqueda de la Belleza, especialmente a través del
lenguaje (musicalidad, referencias culturales, adjetivación, recuperación de viejas
formas estróficas y métricas) y una tendencia a la evasión y al exotismo, como
muestra de rechazo del mundo frío y mediocre propio de las sociedades burguesas.
En España, el Modernismo llegó con la visita de Rubén Darío en 1892. Darío
había sido cónsul de su país en París, y allí había entrado en contacto con los
principales movimientos de renovación poética de Francia, el Parnasianismo y el
Simbolismo. A partir de su primera obra, Azul (1888), Darío trasvasa todo lo que
había aprendido en la literatura francesa a su intento de superación de las gastadas
formas poéticas que habían degenerado el estado de la poesía en español. Su
conferencia en el Ateneo de Madrid, a su llegada a España, marca el inicio de la
primera etapa del Modernismo español (1892-1904: de la visita de Darío hasta el
último número de la revista Helios, órgano de expresión de los modernistas).
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A esta breve etapa de apogeo del Modernismo, le sigue otra –conocida como
“modernismo asimilado”- en la que los principios estéticos modernistas van dejando
su huella en todos los géneros literarios, pero el movimiento va perdiendo ese aire
de enfrentamiento y rebeldía que lo caracterizaba en sus inicios.
En 1913, Azorín publicó un artículo en el que acuñaba el concepto de
Generación del 98. Durante años, este grupo en el que Azorín incluía a autores
como Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Antonio Machado o el propio Azorín, ha
sido visto como una suerte de movimiento contrario, en sus aspectos fundamentales,
al Modernismo hispanoamericano. A la preferencia por los aspectos formales, al
lenguaje culto y elegante propio de los modernistas, los autores del 98 opondrían un
estilo sobrio y austero; al sensualismo, al esteticismo y al exotismo de los
modernistas, una literatura más intelectual, preocupada por la política y la situación
social, así como por los problemas existenciales del hombre. Sin embargo, es cierto
que los propios autores del periodo no hicieron estas distinciones, y también es
cierto que hay más puntos en común que diferencias: ambos movimientos
(Modernismo y 98) parecen ser más bien aspectos distintos de una sola tendencia
cuyo rasgo más significativo es la superación de los principios literarios del
Realismo y la necesidad de renovación literaria a la que aspiraban, junto con un
rechazo del mundo burgués y de la política de la época. Tendríamos así un
modernismo americano, más centrado en los aspectos más sonoros y externos del
lenguaje, frente a un modernismo español, más contenido en las formas, de mayor
sencillez expresiva.
Los rasgos que vamos a mencionar a continuación son compartidos por los
autores de la época, independientemente de su adscripción al Modernismo o al 98:
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dolor y la desesperación, y alejan de la vida, pues hacen al individuo
consciente de su finitud (el temor a la muerte en Unamuno, por ejemplo,
su tema más importante, tanto en las novelas como en los ensayos). De
ahí la importancia del tema del dolor.
4) Erotismo: es la expresión máxima del vitalismo que buscan estos
autores, y aparece reforzado por el sensualismo que los caracteriza.
Frecuentemente aparece relacionado con el decadentismo.
5) Exotismo y cosmopolitismo: el rechazo de la vulgaridad se traduce en
un interés por lo exótico y lo lejano, así como en una defensa del
cosmopolitismo, del gusto por los viajes y las culturas extrañas. De ahí
nace también el movimiento bohemio, así como la atracción por los
distintos mundos marginales (los artistas, la prostitución, los tipos
castizos –toreros, cupletistas...).
6) Espiritualismo: la tendencia idealista de estos autores, junto con el
rechazo de lo convencional, propiciaron el auge de un espiritualismo que
podía adoptar muchas formas, desde el torturado y angustioso de
Unamuno (Del sentimiento trágico de la vida, San Manuel Bueno,
mártir), el panteísmo y la identificación con la naturaleza (Juan Ramón
Jiménez), hasta la aproximación a las doctrinas esotéricas o los
fenómenos del inconsciente.
7) Esteticismo: la tendencia al idealismo se manifiesta en una concepción
de la Belleza como el ideal máximo al que deben tender la vida y la
poesía. Es una forma de superar la mediocridad de la vida humana. El
arte no es utilitario, sino expresión de esa sed de absoluto que ya
embargaba a los autores románticos.
D) El Modernismo en España:
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un lenguaje musical y sonoro (se privilegian la métrica rítimica –los
versos alejandrinos, por ejemplo- o las palabras esdrújulas y el verso
agudo), se reivindican recursos literarios como la metáfora y la
sinestesia, abundan los adjetivos, las referencias culturales, los ambientes
exóticos o decadentes, el valor simbólico de las palabras, y recurre a un
léxico muy culto, e incluso a la invención de palabras.
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nuevos autores que pretenden orientar el teatro hacia cauces más
poéticos o simbolistas. El más destacado de todos ellos es Jacinto
Benavente. Su obra se dedica a criticar las hipocresías y los
convencionalismos sociales de la burguesía. Escribió muchas obras, pero
las más destacadas son Los intereses creados (1907), Señora ama (1908)
y La malquerida (1913). La primera se inspira en la italiana commedia
dell’arte, mientras que las otras dos siguen los esquemas del drama rural,
ambientado en escenarios campesinos.
El auge del Modernismo puso de moda el teatro poético, que es un
intento de aproximación de los textos dramáticos y los textos líricos. El
autor más destacado es Eduardo Marquina (Las hijas del Cid, En
Flandes se ha puesto el sol).
Sin embargo, la figura más importante del teatro en este periodo es
Ramón del Valle-Inclán, que estudiaremos en el tema dedicado al
Novecentismo).
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reflexiones diversas, caracterizadas por el intelectualismo y el hastío vital, en
un estilo de frases cortas, en el que tiene gran importancia el paisaje.
También tienen interés algunos de sus libros de estampas o relatos, como Los
pueblos, o Castilla.
b) Miguel de Unamuno: Unamuno fue un autor que cultivó todos los géneros
conocidos, desde la poesía y la novela, hasta el ensayo y la filosofía, sin
olvidar su teatro, tal vez la parte más floja de su producción. Sin embargo,
hay un unidad subyacente a todas sus obras, que plantean siempre los
mismos temas y preocupaciones. En los ensayos, sea en forma de artículos
de periódico como en forma de libro, aparecen tratados los temas mayores
del pensamiento unamuniano. En su primera obra, En torno al casticismo,
analiza la decadencia española e inventa el concepto de intrahistoria,
entendida como la aproximación a la vida cotidiana del hombre corriente. En
1897 sufre una crisis espiritual que le lleva a tratar temas de índole religiosa
y existencialista. Unamuno empieza a no confiar en el pensamiento racional,
pues cree que con la razón, la ciencia y el progreso sólo se ha traído
infelicidad al hombre, que vive angustiado por la conciencia de su propia
muerte. A este Unamuno se le denomina “el Unamuno agónico”, escindido
entre la necesidad de creer en algo que garantice la supervivencia tras la
muerte, y la seguridad racional de que no existe Dios. Todos estos temas los
desarrolla en sus ensayos Del sentimiento trágico de la vida y La agonía del
cristianismo. Hay también otro Unamuno más sereno, contemplativo, más
cercano a los planteamientos místicos (Por tierras de Portugal y España,
Andanzas y visiones españolas). En cuanto a la novela, se inició en 1897
con Paz en la guerra, aún dentro de los principios de la novela realista. Pero
ya en 1902 publica Amor y pedagogía, con la que rompe con los
planteamientos y acerca los géneros de la novela y el ensayo. Para explicar
estas novedades, Unamuno inventa el término “nivola”. Le siguen las
novelas Abel Sánchez, La tía Tula y San Manuel Bueno, mártir. En todas
ellas Unamuno desarrolla sus características básicas: uso de nuevas técnicas
narrativas (rupturas temporales, fragmentarismo, varios narradores) con unos
personajes concebidos como entes independientes de su creador, como
sucede con Niebla, tal vez su novela más madura. En cuanto a la poesía, fue
un género que Unamuno cultivó durante toda su vida. En ella aborda los
mismos temas que en el resto de su obra, aunque entiende que el lenguaje
lírico sirve para expresar cualidades del espíritu que no se logran en otros
géneros. Entre ellas destacan el Rosario de sonetos líricos o El Cristo de
Velásquez. Entre su obra teatral, podemos señalar su Fedra, o El otro,
piezas de tono intelectual y filosófico, influidas por la estética simbolista.
c) Pío Baroja: se trata del novelista por excelencia de esta generación (escribió
más de 60 novelas). En su obra se pueden distinguir dos etapas, que el
mismo Baroja señala: una, de 1900 hasta la guerra mundial (1914); la otra,
desde 1914 en adelante, aunque también podrían distinguirse como tercera
etapa sus últimos quince años. La más importante desde un punto de vista
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literario es la primera, en la que publica sus obras más significativas:
Camino de perfección (1902), El mayorazgo de Labraz (1903), la trilogía La
lucha por la vida (formada por La busca –1904-, Mala hierba –1904- y
Aurora roja –1905) o El árbol de la ciencia, así como sus mejores novelas
de acción, Zalacaín el aventurero o Las inquietudes de Shanti Andía.
En su segunda etapa, encontramos obras como La sensualidad pervertida
o La estrella del capitán Chimista, aunque destaca su intento de emular los
Episodios Nacionales de Galdós con la serie de novelas integradas bajo el
título de Memorias de un hombre de acción.
La tercera etapa incluiría las memorias narrativas de Baroja, Desde la
última vuelta del camino, aunque estos años suponen la pérdida de vigor
narrativo.
El pensamiento de Baroja es básicamente pesimista (le influyó, como a
su generación, la obra de Shopenhauer, y también la de Nietzsche), y expresa
el problema de la dualidad de pensamiento y acción. Para Baroja, el
intelectualismo sólo trae la infelicidad, y de ahí esos personajes, como el
Andrés Hurtado de El árbol de la ciencia, que son inútiles para la vida por
exceso de reflexión. La visión del mundo que se expresa en las novelas de
Baroja es desesperanzada, ni la religión ni tampoco el amor lo van a salvar.
En cuanto al estilo, aunque Baroja concedía al Modernismo la virtud de
haber tratado de expresar las sensaciones, le reprocha su abuso del lenguaje
preciosista. Él buscaba un estilo sencillo y espontáneo, y defendía la
necesidad de superar la estructura cerrada de la novela realista, intenta
escribir novelas abiertas, en la que cupiera cualquier cosa (es éste un rasgo
de las novelas de esta época, que renuncian al narrador omnisciente, a la
pretensión de totalidad y a la voluntad social de la novela realista, para
intentar una literatura más subjetiva, en la que la novela se acerca al ensayo
y a la reflexión personal). Pero, por encima de todo, para Baroja las novelas
debían ser amenas.