William James - Emoción

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WILLIAM JAMES

(1842-1910)

I n t r o d u c c ió n

A u n q u e William James estudió medicina y comenzó su carrera


enseñando anatomía y fisiología en Harvard, en 1873, llegó a estar
cada vez más interesado en la psicología y la filosofía. Para 1890,
cuando publicó su famoso libro Principios de psicología, era pro­
fesor de filosofía en Harvard. La amplia gama de intereses filosó­
ficos de James incluía la ética, la religión y la epistemología;
fue una de las figuras centrales en el movimiento filosófico norte­
americano conocido como pragmatismo.
James aplicó su conocimiento psicológico y su perspicacia filo­
sófica para desarrollar su teoría de la emoción. Su ensayo “¿Qué
es una emoción?”, que reimprimimos aquí, fue publicado en
Mind en 1884. Aproximadamente al mismo tiempo que James
estaba elaborando su teoría, un psicólogo danés, C. G. Lange,
se encontraba trabajando en una similar. La teoría, en consecuen­
cia, ha sido denominada frecuentemente la teoría de James-Lange;
y los dos autores colaboraron en una defensa de su teoría en The
Emotions, publicada en 1885.
La teoría de James-Lange comienza con una definición de la
emoción como la percepción de trastornos fisiológicos que ocurren
cuando nos damos cuenta de sucesos y objetos de nuestro ambien­
te. Por ejemplo, cuando nos tropezamos de improviso con una
serpiente, nuestros músculos se contraen involuntariamente y nues­
tra respiración se acelera preparándose instintivamente para huir;
y el temor a la serpiente no es otra cosa que la percepción de
estos cambios fisiológicos involuntarios e instintivos. En defensa
de esta definición, James señala que, si le quitamos a nuestra
experiencia de la emoción todas las características de los síntomas
corporales, encontramos que sólo nos queda un “estado frío y
neutral de percepción intelectual”. Como la teoría de James-
Lange define la emoción en términos de sensaciones físicas, cae
de lleno dentro de la tradición cartesiana. Es, empero, una teoría
más refinada, que se basa en conocimientos científicos de fisio­
logía, neurología y conducta animal que estaban en boga enton-
140
WILLIAM JAMES MI

ces, incluyendo las investigaciones de Darwin de la expresión


emocional en el hombre y los animales.
El concebir las emociones como percepciones de trastornos
lologicos lleva a una curiosa inversión de lo que ordinariamente
nsideramos como el orden causal de los sucesos. James dice m,e
tristes°rp Z L P líoqrUe n°S Sent'T °S trÍStCS’ SÍn° ^ n°* sentimos
1 •' r » r 1at reacción fisiológica »es—crnlnil
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para la emoción; y sentirse triste” no es la causa de esta reacción
ino mas bien nuestra experiencia de esa reacción, [ames dría ni
gran parte sin explicar cómo es que los sucesos y objetos de nuestro
ambiente llegan a producir estos trastornos L io ógkos “

P 1
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(Véanse Cannon y Dewey, por ejemplo.)
de toda con ellas;
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La teoría de James-Lange ha tenido influencia sobre la nsico-
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cognoscitivos, conductuales y otros más refinados de la em lión
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y que no da razón de las múltiples distinciones sutiles entre emo­
ciones similares (por ejemplo, la vergüenza y la turbactón el
siendo el p u n tf d^’ 3 , 3 7 No optante, sigue
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Tomado de “¿QUÉ ES UNA EMOCIÓN?”

Los fisiólogos que, durante los últimos años, han estado exnln
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explicación ^ Cerebr°>
sus funciones han limitado
cognoscitivas y voli-
142 l a f i l o s o f í a y l a p s ic o l o g ía

tivas. Dividiendo el cerebro en paralela al análisis


encontrado que su divisio , rtes perceptivas y voli-
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no han sido identificados. E P más que ¡a super-

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del cuerpo. En el segu
emocional en el centro sensoria^
sensible y cada músculo
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un pr0ceso totalmente
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peculiar, o si se parece F ^.¡dos como su foco,
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ma opción es la que má. * „,r= c« a 'l» P ™ .* tenso-
emocionales del cerebro no . ^ que realmente
riales ordinarios de dicho cerebro, sino realmente no
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estarán de aeuerdo en^que ha, Jn tales, pe„.
de interes y excitación, lg P mQ su consecuenciii.
que no tienen una expresión corp hneas de colores,
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Cierta^secuemúas^ d T id lT n T T cantan, y otras nos cansan. Es


WILLIAM JAMES 143
un verdadero deleite intelectual resolver un problema, y un ver­
dadero tormento tener que dejarlo sin terminar. El primer con­
junto de ejemplos, los sonidos, líneas y colores, son sensaciones
corporales o bien imágenes de éstas. El segundo conjunto parece
depender de procesos en los centros ideacionales exclusivamente.
En conjunto, parecen probar que hay placeres y dolores inheren­
tes en ciertas formas de reacción nerviosa como tal, cada vez que
ocurre esa acción. Por el momento dejaremos a un lado el caso de
estos sentimientos, y confinaremos nuestra atención a los casos
más complicados en que una ola de trastornos corporales de algún
tipo acompaña la percepción de las cosas interesantes que se ven
o se oyen, o el paso de la excitante sucesión de ideas. A los estados
mentales que embargan a la persona se les da entonces el nombre
de: sorpresa, curiosidad, arrobamiento, temor, cólera, lujuria, co­
dicia, y otros por el estilo. Se ha dicho que los trastornos corporales
son la “manifestación” de estas emociones, su “expresión” o “len­
guaje natural” ; y que a las emociones mismas, que muestran ca­
racterísticas tan fuertes desde el interior y el exterior, se les puede
llamar emociones n o rm a les .
Nuestra forma natural de pensar acerca de estas emociones
normales es que nuestra percepción mental de algún hecho excita
el efecto mental llamado emoción y que este último estado mental
da lugar a la expresión corporal. Mi tesis, por el contrario, es
que los c a m b io s co rp o ra le s sig u en d ir e c ta m e n te a la p e r c e p c ió n
d e l h ech o e x iste n te , y q u e n u estro se n tim ie n to d e esos c a m b io s a
m e d id a q u e o cu rren e s la e m o c ió n . El sentido común nos dice
que, cuando perdemos nuestra fortuna, sentimos pesar y lloramos;
cuando nos sale al paso un oso sentimos miedo y corremos; cuando
un rival nos insulta, nos enojamos y lo golpeamos. La hipótesis
que defiendo aquí dice que este orden de secuencia es incorrec­
to, que un estado mental no es inducido inmediatamente por el
otro, que las manifestaciones corporales se deben interponer pri­
mero, y que es más racional decir que sentimos pesar porque
lloramos, sentimos cólera porque golpeamos, miedo porque tem­
blamos, y no que lloramos, golpeamos o temblamos porque tene­
mos pesar, cólera o temor, cualquiera que sea el caso. Sin los
estados corporales que siguen a la percepción, esta última sería
puramente cognoscitiva en su forma, pálida, incolora y despro­
vista de calor emocional. Entonces veríamos al oso y considerá­
bamos que es mejor correr, recibiríamos el insulto y pensaríamos
que lo indicado es golpear, pero no podríamos sentirnos asustados
n enojados.
144 LA FILOSOFÍA Y LA PSICOLOGIA
Expuesta en esta forma burda, es bastante seguro que la hipó­
tesis tenga inmediatamente una reacción de incredulidad. No
obstante, no se requieren muchas consideraciones jaladas de los
pelos para mitigar su carácter paradójico, y posiblemente producir
convicción de su verdad.
Para comenzar. . . no es necesario recordar a los lectores que
el sistema nervioso de cada ser viviente no es sino un manojo
de predisposiciones a reaccionar en formas particulares al con­
tacto de rasgos particulares del ambiente. Con la misma seguridad
con que el abdomen del cangrejo ermitaño presupone la exis­
tencia de conchas vacías que deben encontrarse en algún lado,
los olfateos de un sabueso implican la existencia de huellas de
venado o de zorro, así como la tendencia a seguir esas huellas.
La maquinaria neural no es sino un eslabón que une determi­
nados arreglos de la materia que está fuera del cuerpo y deter­
minados impulsos para la inhibición o descarga dentro de sus
órganos. Cuando la gallina ve un objeto blanco y ovalado en el
suelo, no puede dejarlo; debe quedarse sobre él y regresar a él,
hasta que al fin su transformación en, una pequeña masa que pia
y se agita provoca en su maquinaria un conjunto de acciones
totalmente nuevo. El amor del hombre por la mujer, o de la madre
humana por su criatura, nuestra aversión a las serpientes y nues­
tro miedo a los precipicios, también pueden describirse en forma
similar como ejemplos de la forma en que unas piezas peculiar­
mente conformadas del mobiliario del mundo provocan reaccio­
nes mentales y corporales sumamente particulares, antes del vere­
dicto que da sobre ellas nuestra razón deliberada, y a menudo en
oposición directa a él. Los trabajos de Darwin y de sus sucesores
están tan sólo comenzando a revelar el parasitismo universal de
cada criatura especial sobre otras cosas especiales, y la forma
en que cada criatura trae la firma de sus relaciones especiales
estampada en su sistema nervioso.
Cada criatura viviente es de hecho una especie de chapa, cuyos
recovecos y resortes presuponen formas especiales de la llave:
pero las llaves no van anexas a las chapas, sino que se van en­
contrando indefectiblemente a medida que transcurre la vida
Además, las chapas son indiferentes a cualquier llave que no sea
la suya. El huevo no fascina al sabueso, el pájaro no teme al
precipicio, la serpiente no dirige su cólera contra sus congéneres,
y al venado no le interesan en lo más mínimo la mujer o su
bebé...
Ahora bien, entre estas previsiones nerviosas hay que tomar
WILLIAM JAMES 145

en cuenta, naturalmente, a las emociones, hasta donde ésta?


pueden ser provocadas directamente por la percepción de ciertos
Ilechos. Antes de tener alguna idea sobre los elefantes, ningún
niño puede dejar de asustarse si de improviso encuentra uno que
avanza barritando hacia él. Ninguna mujer puede ver un niñito
desnudo y precioso sin quedar encantada, y ningún hombre en la
selva puede ver una forma humana en la distancia sin excitación
y curiosidad. Yo dije que podía considerar estas emociones sólo
en la medida en que las acompaña algún tipo de movimientos
corporales; pero lo que quiero demostrar primero es que sus acom­
pañamientos corporales son mucho más complicados y de mucho
inás largo alcance de lo que suponemos ordinariamente.
En los libros anteriores sobre la expresión, escritos principal­
mente desde el punto de vista artístico, los signos de la emoción
que se pueden ver desde el exterior fueron los únicos que se
tomaron en cuenta. La célebre obra de sir Charles Bell, Anatomy
of Expression, advirtió los cambios respiratorios; y los tratados de
Bain y Darwin se ocuparon aún más minuciosamente del estudio
de los factores viscerales: cambios en el funcionamiento de las
glándulas y músculos y en el del aparato circulatorio. No obstante,
ni siquiera un Darwin ha enumerado exhaustivamente todas las
afecciones corporales características de cualquiera de las emocio­
nes normales. A medida que avanza la filosofía, comenzamos a
discernir más y más que éstas pueden ser casi infinitamente nume­
rosas y sutiles. Las investigaciones de Mosso con el electroarterió-
grafo han mostrado que no sólo el corazón, sino todo el sistema
circulatorio, forma una especie de tabla de resonancia que puede
reverberar con cada cambio de nuestra conciencia, por ligero que
sea. Es difícil que nos llegue una sensación sin enviar olas alternas
de constricción y dilatación por las arterias de nuestros brazos.
Los vasos sanguíneos del abdomen actúan recíprocamente con los
de las partes más externas. Sabemos que la vesícula biliar y los in­
testinos, las glándulas de la boca, cuello y piel, y el hígado,
son afectados gravemente por ciertas emociones severas, y es in­
cuestionable que son afectados transitoriamente cuando las emo­
ciones son de un tipo más ligero. Un dato demasiado notorio para
necesitar pruebas es que los latidos del corazón y el ritmo de la
respiración desempeñan un papel importante en absolutamente
todas las emociones. Algo que se destaca igualmente pero que
tiene menos probabilidades de que se le reconozca a menos
que alguien nos lo haga notar, es la continua cooperación de los
músculos voluntarios en nuestros estados emocionales. Incluso
146 LA FILOSOFIA Y LA PSICOLOGIA
cuando no se produce ningún cambio en nuestra actitud externa,
la tensión interna se modifica para adaptarse a cada variación del
estado de ánimo, y se siente como una diferencia de tono o de
tensión. En la depresión, los flexores suelen prevalecer; en la exal­
tación o excitación beligerante los extensores toman la delantera.
Y las diversas permutaciones y combinaciones, a las cuales son
susceptibles estas actividades orgánicas, hacen abstractamente po­
sible que ningún rastro de emoción, por ligero que sea, deba quedar
sin una reverberación corporal —una reverberación tan única,
cuando se toma en su totalidad, como el propio estado mental.
El inmenso número de partes modificadas en cada emoción es
lo que hace tan difícil para nosotros reproducir a sangre fría la
expresión total e integral de cualquiera de ellas. Quizá podamos
hacerlo con los músculos voluntarios, pero no con la piel, las
glándulas, el corazón y otras visceras. Así como un estornudo arti­
ficialmente imitado no es igual a uno real, así el intento por
imitar una emoción en ausencia de la causa que la instiga nor­
malmente suele resultar bastante “hueco”.
Lo siguiente que hay que advertir es esto: que cualquiera de
los cambios corporales, cualquiera que sea, se siente, aguda u
obscuramente, en el momento en que ocurre. Si el lector nunca
ha prestado atención a este asunto, estará interesado y asombrado
de enterarse de cuántos sentimientos corporales locales, diferentes
entre sí, puede descubrir en él mismo como característicos de sus
diversos estados emocionales. Quizá sería demasiado pedir que él
detuviera el impulso de cualquier arrebato de pasión sólo para
hacer un análisis tan curioso como éste; pero no obstante sí puede
observar estados más tranquilos, y podemos suponer que con los
fuertes sucede lo mismo que se muestra aquí con los de menos
intensidad. Nuestra capacidad cúbica total está sensiblemente
viva; y cada trozo de ella contribuye a sus pulsaciones de senti­
miento, leves o agudas, agradables, dolorosas o inciertas, hasta
llegar a ese sentido de personalidad que cada uno de nosotros
lleva consigo infaliblemente. Es sorprendente cuán pequeños son
los factores que acentúan estos complejos de la sensibilidad. Cuando
nos preocupamos por cualquier problema ligero, podemos encon­
trar que la conciencia corporal se enfoca en la contracción, a
menudo insignificante, de los ojos y las cejas. Cuando nos sentimos
avergonzados momentáneamente, algo en la faringe nos obliga a
pasar saliva, o a carraspear para despejar la garganta o a toser
ligeramente; y así también en muchos más casos que podríamos
nombrar. Siendo que lo que nos interesa aquí es la perspectiva
WILLIAM JAMES 147
general más bien que los detalles, no continuaré examinando éstos,
sino que seguiré adelante dando por sentado el punto admitido
de que cada cambio que ocurre debe ser sentido.
Ahora procederé a subrayar el punto vital de toda mi teoría,
que es el siguiente. Si imaginamos alguna emoción intensa, y
luego tratamos de quitar de nuestra conciencia todos los senti­
mientos de sus síntomas corporales característicos, encontramos
que no nos queda nada, ningún “material mental” a partir del
cual se pueda constituir la emoción, y que todo lo que queda es
un estado frío y neutral de percepción intelectual. Es cierto que
aunque la mayoría de la gente, cuando se le pregunta, dice que su
introspección verifica lo que acabamos de decir, algunos persisten
en decir lo contrario. Algunos ni siquiera entienden la pregunta.
Cuando usted les ruega que borren de su imaginación cualquier
sentimiento de risa o de la tendencia a reír cuando están pensan­
do en algo ridículo, y que luego le digan qué sentían acerca de su
ridiculez, si es algo más que la percepción de que el objeto puede
clasificarse como “chistoso”, ellos insisten en contestar que lo que
les proponemos es imposible físicamente, y que ellos siempre deben
reír si ven un objeto chistoso. Claro está que lo que proponemos
no es la tarea práctica de ver un objeto ridículo y aniquilar la
tendencia a reír. Es la tarea puramente especulativa de sustraer
ciertos elementos de sentimiento del estado emocional que supues­
tamente existe en plenitud, y decir cuáles son los elementos resi­
duales. No puedo dejar de pensar que todos los que captan co­
rrectamente este problema estarían de acuerdo con la proposición
anterior. Es imposible pensar qué tipo de emoción de temor
quedaría si no estuvieran presentes ni la aceleración de los latidos
del corazón ni la respiración entrecortada, ni el temblor de los
labios o la laxitud de los miembros, ni la carne de gallina ni
las contracciones de las visceras. ¿Se puede imaginar un estado
de rabia sin la ebullición en el pecho, el enrojecimiento del rostro,
la dilatación de las fosas nasales, sin dientes apretados y sin nin­
gún impulso para actuar enérgicamente, sino en lugar de todo
esto imaginar músculos laxos, respiración calmada y un rostro
plácido? Por lo menos, el presente escritor ciertamente no puede
hacerlo. La rabia se evapora tan completamente como la sensación
de sus manifestaciones ya mencionadas, y lo único que posible­
mente tome su lugar es alguna sentencia judicial fría y desapasio­
nada, confinada totalmente al terreno intelectual, en el sentido
de que cierta persona o personas merecen castigo por sus pecados.
Lo mismo sucede con el pesar; ¿qué sería éste sin sus lágrimas,
148 la FILOSOFIA Y LA PSICOLOGIA
sus sollozos, su sofocación del corazón, su punzada en el esternón?
Una cognición sin sentimientos de que ciertas circunstancias son
deplraí£ " nada más. Cualquier pasión relataia suvez U = a
historia Una emoción humana separada del cuerpo g
tente” No estoy diciendo que es una contradicción en la naturaleza
dé las c« .s oy que los espíritus puros está» condenado, nece^na-
mente a frías vidas intelectuales; lo que dlg° ”^ ás dé
la emoción separada del cuerpo es inconcebible. Cuanto mas
c e ra examino mis estados de ánimo, más me convenzo de que
cualquier Tstado de ánimo, pasión, afecto que tenga, c.emmen*
están constituidos por aquellos cambios ^ ral'X m f p a ™ .
mente llamamos su expresión o consecuencia, y P
«i llegara a quedar anestesiado corporalmente, quedaría ex
duido ü é T v id a de las afecciones, lo mismo las duras que la.

b - -rb^r„s m ; " ss
de la ^renovación del culto a la sensibilidad, hace una, poc
si la emoción sólo

d.“isrrre^ = "
r K a m ”^ T a d ó ñ 0den¡,t«“ a nervioso a ese

zosos y muchos insultos son puramente convencionales y varían


con el ambiente social. Lo mismo se puede decir dei muchosi m
vos de temor y de deseo, y de muchos motivos de melancolía y
i^r^M za^d ^eo ^rcep ^tim im to ^^S te^a^d eb en ^rí^ro Jh ^er

veidi r " , £ : h=ó


Un examen completo de esta objeción nos llevaría al estuai
findr, de la estética puramente intelectual, por lo que aqu

=& ■ *.
WILLIAM JAMES 14S
facultad en un animal por virtud de su utilidad en presencia de
ciertas características del ambiente, puede resultar útil en pre­
sencia de otras características del ambiente que originalmente
no tuvieron nada que ver con que se produjera o preservara.
Una vez que una tendencia nerviosa intenta descargarse, todo
tipo de cosas imprevistas pueden apretar el gatillo y dejar libre
los efectos. Que entre estas cosas debe haber convencionalismos
inventados por el hombre es un asunto que no tiene ninguna
consecuencia psicológica. La parte más importante de mi am­
biente son mis congéneres. La conciencia de su actitud hacia mí
es la percepción que normalmente provoca la mayor parte de mis
vergüenzas, indignaciones y temores. La extraordinaria sensibi­
lidad de esta conciencia puede verse en las modificaciones cor­
porales que provoca en nosotros la conciencia de que nuestros
congéneres no nos prestan absolutamente ninguna atención. Nadie
puede atravesar la plataforma en una reunión pública con el mismo
grado de tensión muscular que usaría para atravesar su propia
habitación. Nadie puede dar un mensaje ante un público de este
tipo sin una excitación orgánica. El “pánico al escenario” es sólo
el grado extremo de esta timidez personal totalmente irracional
que cada quien tiene en cierto grado, tan pronto como siente los
ojos de varios extraños fijos sobre él, aunque en su interior esté
convencido de que sus sentimientos hacia él no tienen ninguna
importancia práctica. Siendo así las cosas, no es sorprendente que
la persuasión adicional de que la actitud de mis congéneres signi­
fica algo bueno o malo para mí, debe despertar emociones aún
más fuertes. En las sociedades primitivas, “Bien” puede significar
que me den un trozo de carne de res, y “Mal” puede significar que
apunten una flecha a mi cráneo. En nuestra “época culta”, “Mal”
puede significar no saludarme en la calle, y “Bien” darme un
rango académico honorario. La propia acción no tiene importan­
cia, en tanto que pueda percibir en ella una intención o animus.
Ésa es la percepción que despierta la emoción; y puede provocar
en mí, un hombre civilizado que experimenta el trato de una socie­
dad artificial, unas convulsiones corporales tan fuertes como las de
cualquier prisionero de guerra salvaje que se entera de que sus cap­
tores están a punto de comérselo o de hacerlo miembro de su tribu.
Después de haber rechazado esta objeción, surge no obstante
una duda más general. ¿Hay alguna prueba, podemos preguntar,
para suponer que determinadas percepciones sí producen efectos
corporales generalizados por una especie de influencia física inme­
diata, antes de que se produzca una emoción o una idea emocional?
150 LA FILOSOFÍA Y LA PSICOLOGÍA
La única respuesta posible es que sin duda existe esa prueba.
Al escuchar poesías, dramas o narraciones heroicas, a menudo
nos sorprendemos por el escalofrío que nos recorre como una ola
repentina, por el ensanchamiento del corazón y la efusión lacrimal
que nos pesca inesperadamente a intervalos. Esto sucede par­
ticularmente al escuchar música. Si vemos de improviso una sombra
obscura que se mueve en un bosque, nuestro corazón deja de latir,
y nos quedamos sin aliento antes de que pueda surgir cualquier
idea articulada del peligro. Si nuestro amigo se acerca a la orilla
de un precipicio, experimentamos la sensación bien conocida de
“querer estar en todas partes”, pero nos contenemos, aunque sabe­
mos positivamente que está seguro y no imaginamos con claridad
una caída. Este escritor recuerda bien su asombro cuando, a los
siete u ocho años de edad, se desmayó al ver sangrar a un caballo.
La sangre estaba en una cubeta, con un palo dentro, y si la me­
moria no me falla, revolví la sangre con el palo y la vi gotear
de él sin sentir otra cosa que una curiosidad infantil. De impro­
viso el mundo se ennegreció ante mis ojos, mis oídos comenzaron
a zumbar, y no supe nada más. Nunca había oído hablar de que el
hecho de ver sangre producía desmayo o malestar, y sentía tan
poca repugnancia por ella, que incluso a esa tierna edad, como
bien recuerdo, no pude dejar de preguntarme cómo la mera
presencia física de una cubeta de líquido carmesí podía provo­
carme efectos corporales tan formidables.
Imaginemos dos navajas de acero con sus filos cruzados en
ángulo recto y moviéndose de acá para allá. Toda nuestra orga­
nización nerviosa se pone “de punta” al pensarlo; y sin embargo,
¿qué emoción puede haber excepto un sentimiento desagradable
de nerviosidad, o el temor de que pueda venir más? La emoción
aquí se basa en el efecto corporal sin sentido que provocan inme­
diatamente las navajas. Este caso es típico: cuando una emoción
ideal parece preceder a los síntomas corporales, con frecuencia
no es otra cosa que una representación de los propios síntomas.
Una persona que ya se ha desmayado al ver sangre puede pre­
senciar los preparativos de una operación quirúrgica con una
angustia incontrolable y opresión en el corazón. Prevé ciertos
sentimientos, y esto precipita su llegada. Yo tuve noticias de un
caso de terror mórbido, en que la paciente confesó que lo que la
poseía parecía ser, más que cualquier otra cosa, el temor al propio
temor. En las varias formas de lo que el profesor Bain llama
“emoción tierna”, aunque el objeto apropiado deba generalmente
ser contemplado directamente antes de que se produzca la emo-
WILLIAM JAMES 151
ción, algunas veces el solo hecho de pensar en los síntomas de la
emoción puede tener el mismo efecto. En las naturalezas senti­
mentales, el pensamiento de “anhelar algo” produce un “anhelo”
real. Y, para no dar ejemplos más burdos, una madre que imagina
las caricias que le hace a su niño puede provocarle un espasmo
de ansia maternal.
En estos casos vemos claramente cómo la emoción comienza
y termina con lo que llamamos sus efectos o manifestaciones.
No tiene categoría mental, excepto el sentimiento, idea o mani­
festaciones que se presentan, las cuales posteriormente consti­
tuyen así todo su material, su suma y substancia, así como sus
recursos usuales. Y estos ejemplos deben hacernos ver cómo en
todos los casos el sentimiento de las manifestaciones puede desem­
peñar un papel mucho más profundo de lo que suponemos en la
constitución de la emoción.
Si nuestra teoría es cierta, un corolario necesario debería ser
que cualquier estímulo voluntario de las manifestaciones de una
emoción especial debe darnos la propia emoción. Claro está que
en la mayoría de las emociones no se puede aplicar esta prueba,
porque muchas de las manifestaciones están en órganos sobre los
cuales no tiene control nuestra voluntad. De todos modos, dentro
de los límites en que se puede verificar, la experiencia corrobora
plenamente esta prueba. Todos sabemos que el pánico aumenta
con la huida, y que dar rienda suelta a los síntomas del pesar o la
cólera aumenta estas pasiones. Cada acceso de llanto hace más
agudo el pesar, y provoca otro acceso aún más fuerte, hasta que
al fin llega el reposo con la lasitud y con el aparente agotamiento
de la maquinaria. En la rabia es notorio cómo “nos vamos dando
cuerda ’ hasta llegar a un punto culminante después de varios
estallidos. Si usted se niega a expresar una pasión, ésta se extin­
gue. Cuente hasta diez antes de desahogar su cólera, y lo que la
motivó puede ya parecerle ridículo. Silbar para conservar el valor
no es una mera figura de expresión. Por otro lado, si nos sentamos
todo el día en una mala postura, suspiramos y replicamos a todo
con una voz triste, nuestra melancolía se prolonga. No hay un
precepto más valioso en la educación moral que éste, como lo saben
todos los que lo han experimentado: si deseamos dominar las
tendencias emocionales indeseables en nosotros mismos, debemos
asiduamente, y en el primer caso a sangre fría, llevar a cabo los
movimientos externos de aquellas disposiciones contrarias que pre­
ferimos cultivar. La recompensa a la persistencia vendrá infali­
blemente, al desvanecerse la morriña o depresión, y al ocupar su
152 LA FILOSOFIA Y LA PSICOLOGIA
lugar una alegría y amabilidad reales. Desfrunza el ceño, avive
la mirada, enderécese y hable en un tono animado, salude jovial­
mente, y su corazón debe estar realmente frígido si no se va
descongelando gradualmente.
Las únicas excepciones a esto son aparentes, no reales. La gran
expresión emocional y movilidad de ciertas personas a menudo
nos lleva a decir: “Sentirían más si hablaran menos”. Y en otra
clase de personas, la energía explosiva con que manifiestan su
pasión en ocasiones crítica, parece correlacionada con la forma
en que la acumulan durante los intervalos. No obstante, éstos son
sólo tipos excéntricos de carácter, y dentro de cada tipo prevalece
la ley que vimos en el último párrafo. La gente sentimental está
construida de tal manera que las efusiones son su forma natural
de expresarse. Poner un alto al sentimentalismo sólo logrará a
medias que tomen su lugar actividades más “reales” ; en general
sólo producirá apatía. Por otro lado, si el pesado y bilioso “volcán
en ebullición” reprime la expresión de sus pasiones, encontrará que
expiran si no tienen ningún desahogo; mientras que si se multi­
plican las ocasiones en que considera que vale la pena hacerlas
explotar, encontrará que crecen en intensidad a medida que la
vida sigue adelante.
Yo estoy convencido de que no hay una excepción real a esta
ley. Podríamos mencionar los formidables efectos de las lágrimas
reprimidas y los efectos calmantes de decir su opinión cuando
está enojado y acabar con el asunto, pero éstas son desviaciones
engañosas de la regla. Cada percepción debe llevar a algún resul­
tado nervioso. Si ésta es la expresión emocional normal, pronto
se agota, y en el curso natural de las cosas le sucede la calma.
Pero si la salida normal se obstruye por alguna causa, bajo ciertas
circunstancias las corrientes pueden invadir otros cauces, y allí
causar efectos peores y diferentes. Así pues, los planes de venganza
pueden tomar el lugar de un estallido de indignación; un calor
seco puede consumir al que teme llorar, o puede, como dijo Dante,
volverse de piedra interiormente; y luego las lágrimas o un acceso
de dolor pueden traerle alivio. Cuando enseñamos a los niños
a reprimir sus emociones, no es para que puedan sentir más, sino
a la inversa. Es para que puedan pensar más; porque hasta cierto
punto cualquier corriente nerviosa que es desviada de las regiones
inferiores, debe aumentar la actividad del sistema de pensamiento
del cerebro.
El último argumento importante a favor de la prioridad de los
síntomas corporales sobre la emoción sentida, es la facilidad con
WILLIAM JAMES 153
que formulamos por su medio casos patológicos y casos normales
bajo un esquema común. En cada manicomio encontramos ejem­
plos de temor, cólera, melancolía o vanidad inmotivada totalmen­
te; y otros de una apatía igualmente inmotivada que persiste a
pesar de las mejores razones externas por las que debe quitarse.
En los primeros casos debemos suponer que la maquinaria nervio­
sa es tan “inestable” en alguna dirección emocional, que casi cada
estímulo, por inapropiado que sea, hará que se altere en esa forma,
y como consecuencia engendre el complejo particular de senti­
mientos que forman el cuerpo psíquico de la emoción. Así pues,
para tomar un ejemplo especial, si la incapacidad para inhalar
profundamente, los saltos del corazón, y ese cambio epigástrico
peculiar conocido como “angustia precordial” con una tendencia
irresistible a ponerse casi en cuclillas y a quedarse quieto, y quizá
con otros procesos viscerales que no se conocen aún, todos ocurren
espontáneamente juntos en cierta persona; su sentimiento de la
combinación es la emoción del temor, y él es la víctima de lo que
se conoce como temor mórbido. Un amigo que ha sufrido ataques
ocasionales de esta enfermedad tan penosa, me dice que en su
caso todo el drama parece centrarse alrededor de la región del
corazón y el aparato respiratorio, que su principal esfuerzo du­
rante los ataques es controlar sus inspiraciones y hacer que lata
más lentamente el corazón, y que en el momento en que logra
respirar hondamente y mantenerse erguido, el temor parece des­
aparecer de inmediato.
Si nuestra hipótesis es correcta, nos hace darnos cuenta más pro­
fundamente que nunca, hasta qué punto nuestra vida mental está
ligada a nuestra estructura corporal, en el sentido estricto del tér­
mino. El embeleso, amor, ambición, indignación y orgullo, consi­
derados como sentimientos, son frutos que crecen en el mismo
suelo junto con las sensaciones corporales más burdas de placer
y dolor. No obstante, dijimos al principio que sólo podríamos afir­
mar esto de lo que entonces acordamos llamar emociones “nor­
males” ; y que aquellas sensibilidades internas que parecían des­
provistas a primera vista de resultados corporales debían quedar
fuera de nuestra descripción. Antes de cerrar el tema, debemos
decir una palabra o dos sobre estos últimos sentimientos.
Éstos son, como recuerda bien el lector, los sentimientos mora­
les, intelectuales y estéticos. Las concordancias de sonidos, de co­
lores, de líneas, las consistencias lógicas, las aptitudes teleológicas,
nos afectan con un placer que parece enraizado en la forma de la
154 LA FILOSOFIA Y LA PSICOLOGIA
representación misma, y que no toma nada de cualquier reverbe­
ración que surge de las partes que están debajo del cerebro.
Los psicólogos herbartianos han tratado de distinguir sentimientos
debidos a la forma en que se pueden ordenar las ideas. Una de­
mostración geométrica puede ser tan “bonita” y un acto de justicia
tan “pulcro” como un dibujo o una tonada, aunque la belleza
y la pulcritud parecen aquí ser un puro asunto de sensación, y
allá no tener nada que ver con la sensación. Tenemos entonces,
o algunos de nosotros parecen tener, formas de placer y de des­
agrado auténticamente cerebrales, que aparentemente no van de
acuerdo (en el modo en que se producen) con las llamadas emo­
ciones “normales” que hemos estado analizando. Además, es seguro
que los lectores a quienes hasta ahora no han convencido nuestras
razones, se sobresaltarán con esta admisión y considerarán que
con ella renunciamos a todo nuestro argumento. Puesto que las
percepciones musicales, así como las ideas lógicas, pueden provo­
car inmediatamente una forma de sentimiento emocional, dirán
ellos, ¿no es más natural suponer que en el caso de las llamadas
emociones “normales”, provocadas por la presencia de objetos o la
experiencia de sucesos, el sentimiento emocional es igualmente
inmediato, y la expresión corporal algo que llega más tarde y que
se añade?
No obstante, un escrutinio frío de los casos de emoción cerebral
pura da poca fuerza a esta asimilación. A menos que en ellos real­
mente vaya aunada al sentimiento intelectual una reverberación
corporal de algún tipo, a menos que realmente nos riamos de la
pulcritud del artefacto mecánico, nos emocionemos con la justicia
del acto o nos estremezcamos con la perfección de la forma musi­
cal, nuestra condición mental está más aliada a un juicio de lo
correcto que a cualquier otra cosa. Y un juicio de este tipo se
puede clasificar más bien entre la conciencia de la verdad: es un
acto cognoscitivo. De hecho, el sentimiento intelectual rara vez
existe por sí solo. La tabla de resonancia corporal entra en acción,
y una cuidadosa introspección mostrará que es así en mayor grado
de lo que suponemos. De todos modos, cuando la larga familia­
ridad con cierta clase de efectos ha llegado a embotar la sensibi­
lidad emocional y al mismo tiempo ha agudizado el gusto y el
juicio, tenemos una emoción intelectual, si se le puede llamar así,
pura e inmaculada. La sequedad de esa emoción, su palidez y
ausencia de todo ardor, como puede existir en la mente de un
crítico totalmente experto, no sólo nos muestra cuán diferente
es de las emociones “normales” que consideramos primero, sino
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WILLIAM JAMES 155


que nos hace sospechar que casi toda la diferencia está en el
hecho de que la tabla de resonancia corporal, que vibra en un caso,
está muda en el otro. En una persona de gusto consumado, el lími­
te más alto de expresión aprobatoria podría ser “no está tan mal”.
Rien ne me choque fue, según se dice, el superlativo que usaba
Chopin para alabar una nueva música. Un individuo sentimental,
profano en esta materia, se sentiría y debería sentirse horrorizado
al ser admitido en la mente de un crítico de este tipo, y ver cuán
fríos, endebles y desprovistos de significado humano son los moti­
vos a favor o en contra que pueden prevalecer. La capacidad para
hacer una bonita mancha en la pared tendrá más importancia
que todo el contenido de una pintura; un truco tonto de palabras
preservará un poema; una secuencia totalmente sin significado
en una composición musical reduce a nada cualquier cantidad de
“expresividad” en otra.
Recuerdo que en un helado día de febrero vi a una pareja de
ingleses sentados durante más de una hora en la Academia de Ve-
necia frente a la célebre “Asunción” del Ticiano; y cuando decidí,
después de haber corrido de una sala a otra perseguido por el
fno, salir a calentarme al sol y olvidarme de las pinturas, pasé
antes reverentemente frente a ellos con la esperanza de enterarme
de qué formas superiores de susceptibilidad estaban dotados, y oí
al pasar que murmuraba la mujer: “¡Qué expresión tan desapro­
badora hay en su rostro! ¡Qué espíritu de sacrificio! ¡Cuán in­
digna se siente del honor que está recibiendo!” Sus honrados cora­
zones se habían mantenido calientes todo el tiempo por un fervor
de sentimiento espurio que le habría dado náuseas al Ticiano.
Ruskin hace en alguna parte la terrible admisión (terrible para
él) de que la gente religiosa por lo general no se interesa en los
cuadros, y que cuando se interesa por ellos generalmente prefiere
los peores a los mejores. ¡ Cierto! En cada arte, en cada ciencia,
existe la aguda percepción de que ciertas relaciones son correctas
o no lo son, y en consecuencia viene la excitación emocional. Y
estas son dos cosas, no una. En la primera de ellas es donde están
a gusto los expertos y los maestros. Los segundos acompañamientos
son conmociones corporales que ellos casi no sienten, pero que
pueden ser experimentados en su plenitud por los crétins y los
incultos que tienen un juicio crítico muy bajo. Las “maravillas”
de la ciencia, sobre las cuales se han escrito tantas obras populares
edificantes, probablemente serán consideradas por los hombres
del laboratorio como algo demasiado bueno para la comprensión
general. La cognición y la emoción se separan incluso en este
156 LA FILOSOFIA Y LA PSICOLOGIA
último reducto; ¿quién puede decir que su antagonismo no es
simplemente una fase de la lucha ancestral conocida como la lucha
entre el espíritu y la carne?, una lucha en que parece bastante
cierto que ninguna parte sacará definitivamente del campo a la
otra.
Regresemos ahora a nuestro punto de partida, la fisiología
del cerebro. Si suponemos que su corteza contiene centros para la
percepción de cambios en cada órgano sensorial, en cada porción
de la piel, en cada músculo, cada articulación, y cada viscera,
y que no contiene absolutamente nada más, de todos modos tene­
mos un esquema perfectamente capaz de representar el proceso
de las emociones. Un objeto cae en un órgano sensorial y es perci­
bido por el centro cortical apropiado; o bien este último, excitado
en alguna otra forma, da lugar a una idea del mismo objeto. Con
la rapidez de un rayo, las corrientes reflejas pasan a través de sus
canales preordenados, modifican la condición del músculo, la piel
y la viscera; y estas modificaciones, percibidas como el objeto
original en otras tantas porciones específicas de la corteza, se
combinan con ella en la conciencia y la transforman de un
objeto simplemente captado en un objeto sentido emocionalmente.
No hay que invocar ningún principio nuevo, nada se postula más
allá del circuito reflejo ordinario y los centros locales que toda
la gente admite que existen en una u otra forma.
Hay que confesar que una prueba crucial de la verdad de la
hipótesis es tan difícil de obtener como su refutación decisiva.
Un caso de completa anestesia corporal interna y externa, sin
alteración motora o alteración de la inteligencia, excepto apatía
emocional, proporcionaría, si no una prueba crucial, por lo menos
una fuerte suposición a favor de la verdad del punto de vista que
hemos expuesto; mientras que la persistencia de un fuerte senti­
miento emocional en ese caso echaría por tierra completamente
nuestro argumento. Las anestesias histéricas nunca parecen ser su­
ficientemente completas como para abarcar este terreno. Por otro
lado, las anestesias completas provocadas por enfermedad orgánica
son excesivamente raras. En el famoso caso de Remigius Leims,
los reporteros no mencionaron su estado emocional, circunstancia
que por sí misma no nos hace suponer que era normal, puesto que
por lo general nada se advierte alguna vez sin que exista previa­
mente una pregunta en la mente. El doctor Georg Winter ha
descrito recientemente un caso algo similar, y en respuesta a una
pregunta me escribió amablemente lo siguiente: “El caso ha estado
durante año y medio totalmente fuera de mi observación, pero
WILLIAM JAMES 157
hasta donde lo puedo afirmar, el hombre se caracterizaba por
cierta inercia e indolencia mental. Estaba tranquilo, y en general
tenía un temperamento flemático. No era irritable ni belicoso, se
dedicaba tranquilamente a sus labores agrícolas, y dejaba el cui­
dado de sus negocios y la atención de su casa a otras personas.
En pocas palabras, daba la impresión de un campesino plácido,
que no tenía intereses más allá de su trabajo.” El doctor Winter
anade que al estudiar el caso no prestó particular atención a la
condición psíquica del hombre, ya que ésta parecía nebensdchlich
a su principal objetivo. Debo añadir que la forma de mi pregunta
al doctor Winter no pudo darle ningún indicio del tipo de respues­
ta que yo esperaba.
Claro está que este caso no prueba nada, pero esperamos que
los médicos de los manicomios y los especialistas de los nervios
comiencen a estudiar metódicamente la relación entre la anestesia
y la apatía emocional. Si la hipótesis aquí sugerida se confirma o
se refuta alguna vez definitivamente, me parece que a ellos les
correspondería hacerlo, ya que son los únicos que tienen los datos
en sus manos.

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