42 Quebrantamiento y Restauración

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Quebrantamiento y restauración

Pastor Tony Hancock

Mientras escribía este mensaje observaba desde la ventana de mi estudio


un pino que, algunos meses atrás, se cayó repentinamente. Cuando se
derrumbó, era un árbol verde y frondoso. Ahora, es apenas un esqueleto, un
tronco muerto rodeado de algunas ramas rotas.

¿Qué pasó? ¿Cómo fue que este árbol tan lleno de vida, en unos cortos
meses, llegó a ser simplemente un tronco caído? La respuesta es que se
separó de la raíz. No sé por qué se separó; no sé si fue cuestión de
insectos, de humedad o de disturbio de la tierra. La cosa es que se separó;
y al separarse, quedó alejado de la fuente de su vida.

Los seres humanos nos encontramos en la misma situación. Estamos


separados de la fuente de nuestra vida, por razones que detallaremos en un
momento. Al igual que ese árbol, existimos como esqueletos muertos.

Pero a distinción del árbol, podemos ser reconectados con la fuente de


nuestra vida. A pesar de estar derrumbados, desconectados y
desahuciados, podemos ser reedificados, reconectados y reanimados.

Éste es el mensaje más importante que existe. Es la realidad que puede


transformar tu vida. Nuestras almas vagan sin descanso hasta hallar su
descanso en nuestro Creador. Si no conoces ese descanso, puedes
conocerlo. Lo primero que tienes que entender es que

I. La comunión con Dios, con los demás y con nosotros mismos fue el
propósito de nuestra creación

Lectura: Génesis 1:27, 2:21-24

1:27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y


hembra los creó.
...
2:21 Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras
éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar.
2:22 Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo
al hombre.
2:23 Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi
carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada.
2:24 Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer,
y serán una sola carne.
Cuando Dios creó al ser humano, lo creó a su imagen. Esto significa
muchas cosas, pero entre ellas significa que el ser humano fue creado para
tener comunión con Dios. Las otras partes de la creación glorifican a Dios
de sus diversas maneras. Por ejemplo, las grandes montañas muestran la
permanencia y la majestad divina. Las flores muestran la belleza y la
creatividad de Dios.

Sin embargo, ninguna otra parte de la creación terrestre fue creada con la
capacidad de tener comunión con Dios. Las otras cosas creadas cobraron
existencia por la palabra divina, pero en la nariz del hombre sopló Dios el
hálito de vida. Así recibió el hombre un espíritu capaz de tener comunión
íntima con su Creador.

No debemos de cometer el error de pensar que Dios tenía necesidad de


compañía, que se sentía solo y que por eso creó al hombre. Desde toda la
eternidad, Dios ha existido en la perfecta comunión de Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Dios es amor, como la Biblia declara, y ese amor se ha compartido
siempre entre los miembros de la Trinidad.

Más bien, el amor de Dios es tan inmenso que él decidió crear más seres
capaces de compartir ese amor. Decidió multiplicar ese amor que ya existía,
creándonos para poder compartir con él ese amor.

Como parte de su plan, Dios también decidió crear comunidad entre los
seres humanos. Esta comunión empezó con la unidad básica de la sociedad
humana, la familia. Dios declaró que no era bueno para el hombre estar
solo, y creó a Eva para acompañarlo.

Su propósito no fue que Eva fuera la sirvienta de Adán, ni mucho menos


que él fuera su títere. Más bien, él los creó para vivir juntos en amor y en
armonía. En el transcurso natural del tiempo, ellos tendrían familia, y esa
comunidad humana se extendería como reflejo de la comunidad entre las
tres personas divinas.

Además de esto, Dios hizo al hombre capaz de tener comunión consigo


mismo. Nos hizo capaces de reflexionar, de recordar, de razonar. Entre los
tres elementos del ser humano, el espíritu, el alma y el cuerpo, Dios creó
una perfecta armonía.

Sin embargo, esta triple armonía – entre el hombre y Dios, el hombre y los
demás, y el hombre consigo mismo – no duró. Ahora vivimos con la triste
realidad de que
II. Nuestra comunión está quebrantada por el pecado

Lectura: Génesis 3:6-13

3:6 Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los
ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y
dio también a su marido, el cual comió así como ella.
3:7 Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban
desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales.
3:8 Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día;
y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los
árboles del huerto.
3:9 Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?
3:10 Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba
desnudo; y me escondí.
3:11 Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del
árbol de que yo te mandé no comieses?
3:12 Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del
árbol, y yo comí.
3:13 Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la
mujer: La serpiente me engañó, y comí.

Cuando Adán y Eva pecaron comiendo el fruto que Dios les había prohibido,
se encontraron inmediatamente separados. Dios les había dicho que
morirían el día que comieran del árbol prohibido, y así sucedió. La muerte
es, a fondo, la separación; y en este momento se hallaron separados el uno
del otro, separados de Dios, y con la integridad de su propio ser
fragmentada.

Ya no podían compartir libremente su existencia; se avergonzaron de su


desnudez. Ya no podían enfrentar la presencia de Dios; se escondieron de
su presencia. Y ya no pudieron mantener la integridad de su propia
existencia; en lugar de responsabilizarse de sus propias acciones y trazar
un camino de integridad, pretendieron soslayar su culpabilidad.

Hoy en día, estamos viviendo la mismísima situación. Aún estamos


separados por el pecado de Dios, de los demás, y de nosotros mismos. La
mayoría de las personas dice creer en Dios, pero una cosa es creer que
Dios existe y otra cosa es tener una relación personal con él.

Cuando vemos la forma en que las personas buscan alocadamente


encontrar algún significado para sus vidas, nos damos cuenta de que su
relación con Dios está quebrantada. La Biblia nos dice que la presencia de
Dios en nuestra vida traerá paz, gozo y santidad, y vemos que las personas
que nos rodean carecen de estas cosas. Quizás vemos que también hacen
falta en nosotros mismos.

Estamos separados de los demás. Si no lo estuviéramos, ¿por qué habría


tantos pleitos entre nosotros? ¿Por qué habría disgustos y falta de amor? La
verdad es que es raro encontrar a una persona en la cual podamos confiar
completa y absolutamente.

Estamos separados de nosotros mismos. ¿Alguna vez te has preguntado


por qué la gente tiene que estar ocupada todo el tiempo? ¿Por qué tenemos
que traer los audífonos puestos siempre? ¿Por qué tenemos que dejar la
televisión prendida constantemente? Es que no soportamos estar solos con
nosotros mismos. No soportamos la soledad porque entonces tendríamos
que enfrentar nuestra propia realidad, y es mucho más fácil ahogarla en un
mar de sonidos e imágenes.

La razón de esta separación es muy simple: es el pecado, en sus múltiples


formas. Nuestros propios pecados, tanto como los pecados de otros,
resultan en esta separación.

Pero hay una muy buena noticia:

III. Nuestra comunión puede ser restaurada por medio de Cristo

Lectura: 2 Corintios 5:16-21

5:16 De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la


carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así.
5:17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.
5:18 Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por
Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación;
5:19 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles
en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la
reconciliación.
5:20 Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por
medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.
5:21 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en él.

Para restaurar esas relaciones rotas, Dios envió a su Hijo Cristo. Él tomó
sobre sí todo nuestro quebrantamiento, toda nuestra culpa y nuestro
pecado. Dios lo trató de la manera en que nosotros merecíamos ser
tratados.
¿Sabes por qué lo hizo? Lo hizo porque nos ama. Dios quiere estar en
relación contigo. Él quiere que tú también puedas tener paz con los demás,
y paz contigo mismo. Él quiere que seas restaurado.

Esto va mucho más allá de la apariencia física, la inteligencia o el nivel de


éxito que hayamos alcanzado en el mundo. Todas estas cosas carecen
totalmente de importancia. Lo que importa es que, dentro de ti, está la
semilla de una persona maravillosa y bella, una persona amada por Dios y
que ama a los demás como se ama a sí misma.

Para que esa semilla brote, es preciso que recibamos la presencia de


Cristo. Él murió para liberar el poder restaurador que hace posible nuestra
nueva vida. Esa persona tan preciosa puede despertar en ti, pero sólo es
posible por medio de Cristo.

Así como las semillas sólo brotan cuando reciban la combinación correcta
de agua, temperatura y los nutrientes indicados, nuestro espíritu y nuestra
alma sólo nacerán si recibimos por fe la presencia de Cristo en nuestra vida.

Recibir a Cristo no significa simplemente repetir una oración, creer ciertas


cosas con la mente o unirse a una religión nueva. Significa entregarle
nuestro pecado, darle el control de nuestra vida y recibir su presencia en
nuestro corazón. Esa presencia nos va enseñando y nos va transformando.

La restauración no viene mediante el orgullo humano. No viene mediante la


educación, la psicología o los medicamentos. La restauración sólo viene
cuando invitamos a Cristo a obrar en nuestro corazón. La base de nuestra
existencia no es física; es espiritual. Si vamos a ser restaurados, esa base
espiritual tiene que ser reconstruida.

Quizás tú nunca le has invitado a Cristo a entrar en tu corazón. No estás


seguro de haber recibido su perdón, de estar bien con Dios, de tener su
presencia en tu vida. Si no tienes esa seguridad, no te preocupes de lo que
dirán los demás. No pienses en otra cosa más que esa grandiosa oferta que
Jesús te da.

Acepta hoy la presencia de Cristo en tu vida, y empieza ese viaje de


restauración. Nunca te arrepentirás de hacerlo.

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