Psicoanálisis y Las Transformaciones Objetales

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TEMA MONOGRÁFICO

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Revista de La noción dedeobjeto
Psicoanálisis en Psic.
la Asoc. psicoanálisis y las
de Madrid transformaciones
(2006), n.º 48 objetales

La noción de objeto en psicoanálisis


y las transformaciones objetales

SABIN ADURIZ UGARTE*

1. Introducción

El concepto de objeto en psicoanálisis es de una gran riqueza. Ya en la


obra freudiana la palabra objeckt tiene una multiplicidad de sentidos.
Si bien es cierto que algunos desarrollos postfreudianos, en su afán por
alcanzar una concepción unificada del objeto, han empobrecido la experien-
cia de la que el concepto intenta dar cuenta, en el psicoanálisis contemporáneo
se ha producido una revalorización del objeto. En este sentido me voy a per-
mitir evocar un recuerdo personal; hace bastantes años viví una experiencia
profesional que me impresionó: yo trabajaba entonces en una Escuela Infantil
y comprobé con mis propios ojos la transformación que se producía en los
niños y las niñas de tres años gracias al trabajo de una maestra talentosa. Los
niños y las niñas, «cada uno de su padre y de su madre», hacían su debut
escolar, unos muy activos, otros inhibidos, unas gritando, llorando otras, en
una atmósfera bastante caótica, y esa profesora a través del juego, de la música
y de la palabra, era capaz de ejercer una función que hacía posible la comuni-
cación y el trabajo. Para ello no necesitaba recurrir a una actitud superyoica
autoritaria. Considero que se trataba de la importancia capital de la función
encuadrante del objeto, en tanto permitía crear un espacio que favorecía el
desarrollo psíquico, además de un campo de aprendizaje.
La clínica contemporánea nos coloca ante situaciones en las que no pode-
mos obviar el papel del objeto; esta clínica ha supuesto, de algún modo, como una
retirada de las aguas que deja ver en la arena los restos de objetos con historia.
Voy a tratar de rescatar los sentidos principales del concepto de objeto,
incluyéndolos en una configuración dinámica, puesto que me importa no

* Sabin Aduriz Ugarte. Dirección: Arzobispo Morcillo, 12, email: sabinaduriz@ya.com

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tanto realizar un listado de las diferentes acepciones del objeto, sino plan-
tear su función psíquica y sus transformaciones en el proceso de la cura
psicoanalítica.
Las ideas sustanciales que quiero plantear a través del despliegue de este
texto son las que siguen:
Considero que la función del objeto en la estructuración del aparato psí-
quico es la de ser el encuadre que permite la constitución del objeto de deseo,
la composición de los objetos pulsionales y servir como preparación para la
elección objetal.
Creo que retomar el valor del objeto en relación con el deseo implica
pensar el objeto de deseo entre un más y un menos, entre un exceso y una
pérdida, entre un plus de placer aportado por el otro y una falta. Conceder un
valor absoluto al objeto perdido, hipostasiar la falta de objeto, internarse
sin matices en la vía de «lo negativo», puede conducir a un extravío. Una de
las paradojas esenciales del objeto de deseo es que se constituye como tal en
el a posteriori, por la sucesiva serie de inscripciones, transcripciones y re-
transcripciones. A causa de ello es impensable el reencuentro empírico con el
objeto primordial, sólo se re-conoce a través de los signos que lo evocan con
añoranza.
Para la clínica psicoanalítica la representación psíquica del objeto de
deseo cobra un papel fundamental: implica un trabajo de duelo realizado
mediante los signos de placer y displacer que permiten el re-encuentro con
el objeto. Constituye la clave de bóveda para transformar la angustia traumá-
tica en angustia-señal referida a la pérdida del objeto materno y, por ende,
para simbolizar la angustia de separación.
Los objetos pulsionales se despliegan entre la variabilidad (al servicio del
movimiento siempre vivo del deseo) y la fijación (conexión íntima entre la
pulsión y el objeto).
La transmutación de los objetos pulsionales, ordenada por el complejo
de Edipo y el complejo de castración, permite simbolizar a posteriori la pérdi-
da de los objetos que procuraron una satisfacción oral, anal o fálica.
Ciertos objetos pulsionales pueden venir a suplantar y obturar el objeto
de deseo, predominando entonces una satisfacción con características adictivas.
En este sentido existen objetos muy ligados a la ley del consumo que rige en la
cultura actual que pretenden llenar los huecos dejados por pérdidas no elabo-
radas o extirpar el dolor psíquico.
La elección objetal implica la existencia de un Yo libidinal unificado.
Éste se constituyó gracias a la identificación primaria narcisista. En las vicisi-
tudes de la elección objetal hemos de tomar muy en cuenta el enroque sujeto-
objeto, que lleva la marca de origen del narcisismo.

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Los destinos del objeto introyectado nos sitúan ante tipos de modifica-
ción objetal específicos. Cuando el destino de los mencionados objetos pone
en riesgo la existencia de representaciones (por ejemplo en las desinvestiduras)
se hace más acuciante plantearnos las posibilidades de la transformación objetal.
El modelo de transformación metabólico kleiniano, la función objetalizante
(y desobjetalizante) de A. Green, el modelo de la elaboración del duelo, nos
ofrecen vías fecundas de transformación objetal. Pero en este campo quedan
aún muchos caminos por explorar.

2. El objeto de deseo

Afirma Freud en El Proyecto (1895) que es en su semejante (Nebenmensch)


donde el ser humano aprende por primera vez a reconocer, a discernir. Un
objeto semejante fue al mismo tiempo su primer objeto satisfaciente, su pri-
mer objeto hostil y su primera fuerza auxiliar. A causa del desamparo que
signa el nacimiento de la criatura humana el Otro adquiere una función pri-
mordial. Freud afirma en El Proyecto que el desamparo inicial es la fuente
primaria de los motivos morales. Gracias al objeto primordial (la madre) el
niño va a vivir experiencias de satisfacción y también experiencias de dolor.
Quizá deberíamos diferenciar las experiencias de satisfacción de la vi-
vencia de satisfacción. Las experiencias de satisfacción suponen que existe
una investidura materna del bebé que otorga a éste un cuerpo imaginado y un
lugar simbólico; suponen asimismo que hay satisfacción placentera de la ma-
dre (o de su sustituto) y del niño.
La vivencia de satisfacción hemos de entenderla como la búsqueda de la
huella mnémica del objeto, de la identidad de percepción, mediante la alucina-
ción. Freud define el deseo como la tendencia a volver a repetir una vivencia
de satisfacción original. La vivencia de satisfacción va a ligarse aprés-coup a
una nostalgia, al anhelo de volver a encontrar a ese Otro inolvidable pero
perdido.
Una paciente joven insistía en que cada vez que iba de compras con su
madre se sentía muy mal porque debía comprar la ropa que le gustaba a
su madre, la cual tenía un gusto exquisito, y sin embargo a ella le gustaba otra
clase de ropa. En una ocasión le dije: «Y usted parece que se lo cree, que la ropa
que le gusta a su madre sea su ropa». La paciente me miró muy seria y de
pronto se rió. La sesión siguiente me dijo: «Usted me dice cosas terribles y se
queda tan tranquilo». A mí me sorprendió su comentario y el efecto de mi
interpretación. Lo terrible para ella era tener que coincidir con el objeto de
deseo de su madre y con sus ideales para ser su amado objeto narcisista.

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Ahora bien, son las experiencias de satisfacción las que proveen los sig-
nos de placer que orientan esa búsqueda del objeto de deseo. La función del
Otro materno será la de suscitar la ilusión (en ella juega un papel esencial el
amor fusional y omnipotente de la madre vivido durante el embarazo, el naci-
miento y la lactancia, con un duración limitada) pero sin postularse ese Otro
como el objeto buscado, sosteniendo la diferencia en tanto la madre esté atra-
vesada por la represión.
El encuentro entre el desvalimiento del niño y el poder del Otro intro-
duce un señuelo, una ficción propia del deseo humano: va a producir un des-
plazamiento de la satisfacción de la necesidad de autoconservación en satis-
facción de la realización de deseo, primero de un modo alucinatorio y poste-
riormente mediante las representaciones (Vorstellung), puesto que, como he
mencionado, a través de los signos se busca re-conocer el objeto de deseo.
Junto a las experiencias de satisfacción son inevitables las experiencias de
dolor (aunque el predominio de estas últimas va a tener consecuencias psíqui-
cas negativas). En las experiencias de dolor se forma una huella mnémica de
un objeto hostil. Refiriéndose a estas experiencias Freud, en El Proyecto, va a
poner el acento en la cualidad del objeto, afirmando que toda vez que ante el
dolor no se reciben buenos signos de cualidad del objeto, la noticia del propio
gritar sirve como característica del objeto: el grito mismo sería el objeto hostil.
Es decir, que lo que quedaría inscripto serían las reacciones defensivas preco-
ces ante el objeto. Esta idea ha sido desarrollada después por otros autores,
especialmente por Bion con el concepto de revêrie, por Winnicott con el con-
cepto de holding y en el psicoanálisis contemporáneo por André Green.

2.1. La representación psíquica del objeto de deseo

La presencia-ausencia materna va modulando las experiencias de satis-


facción y las experiencias de dolor. El funcionamiento psíquico de la madre, a
través de la investidura de su hijo y de su revêrie para hacer tolerable la frus-
tración ligada al displacer, va a preparar al hijo para representar el objeto. Para
S. Bleichmar el exceso de la sexualidad del otro determina el surgimiento de la
representación psíquica en virtud de su carácter no descargable (Bleichmar,
2005). Piera Aulagnier afirma que los materiales psíquicos ofrecidos por la
madre han de ser pasibles de convertirse en elementos psíquicos, se trata de la
oferta de un espacio de representación (Aulagnier, 1986) y André Green men-
ciona que la madre lo que cuida es el ser de su hijo y ello facilita el paso de la
sensorialidad a los signos que permiten la organización del deseo mediante
una descorporización progresiva (Green, 1986).

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Pero además el deseo de la madre dirigido al padre abrirá para el niño la


vía hacia una relación intersubjetiva con el objeto en tanto objeto del deseo
del otro.
Partiendo de la realización alucinatoria del deseo como forma elemental
del aparato psíquico (en la que la tensión de necesidad viene determinada por
el «recuerdo» de un objeto), Freud va a jerarquizar la función esencial de la
pérdida del objeto como condición para su representación psíquica. El apre-
mio de la vida (Ananké) hace necesario un rodeo para el cumplimiento del
deseo, el rodeo por las representaciones.
La doble constatación de que el displacer no cesa con la realización
alucinatoria del deseo y el reconocimiento de que el objeto tiene una existen-
cia propia porque a veces no está presente y se sustrae, obligan al sujeto a
reconocer el mundo exterior como fuente de placer y displacer y a experi-
mentar la angustia de pérdida del objeto. Paso esencial por el que el peligro del
desvalimiento traumático que provoca la insatisfacción es desplazado a la an-
gustia señal por la pérdida de la madre.
La simbolización primordial fue ilustrada genialmente por Freud en Más
allá del principio del placer (1920) mediante el fort-da que pronuncia su nieto,
jugando con una bobina, cuando su madre se ausenta. El juego y la oposición
de dos fonemas (que representan el dentro y el afuera) permite al niño simbo-
lizar la ausencia de su madre. El objeto se constituye como ausencia, siendo su
representación psíquica el testimonio de su falta, que lo constituye como ob-
jeto de deseo. Esta simbolización primordial transformaría lo real en simbóli-
co al separar al infans de la relación inmediata con el objeto real y sería la
apertura a la función del pensamiento, ya que hace subsistir al objeto aunque
no esté presente.
Freud, en La negación (1925), define el pensar como la posibilidad de
volver a hacer presente, reproduciéndolo en la representación, algo que fue
percibido, para lo cual no hace falta que el objeto siga estando ahí fuera. Los
objetos pueden ser representados y no meramente alucinados. El pensar per-
mite la discriminación sujeto-objeto y posibilita el juicio de realidad. En este
sentido no hemos de olvidar que el acceso al examen de realidad implica la
pérdida de los objetos que antaño proporcionaron una satisfacción real.
Sería la pérdida de los objetos originarios lo que inscribiría en el incons-
ciente sus marcas como representaciones de deseo, como representaciones de
cosa de los objetos, quedando la pulsión ligada a ellas. Cuando Freud habla de
los deseos inconscientes inmortales está apuntando a esa huella de origen del
deseo que va a perdurar en el inconsciente.
Hemos de diferenciar la representación consciente, que apunta funda-
mentalmente a la imagen que aparece en el recuerdo, de la representación

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inconsciente, que es de otro orden. En esta última se trata de inscripciones


que no son copia del objeto referencial, sino marcas singulares, que
articulándose con otras marcas, configuran el tejido asociativo. Para Freud, en
esta trama, los restos de los objetos perdidos a causa de la interdicción edípica
van a cumplir un papel esencial.
Después de Freud muchos autores han realizado aportaciones sobre este
tema, pero quiero destacar la de Winnicott, ya que me parece muy sugerente:
en los inicios de la vida del bebé la madre es parte de él, un objeto subjetivo; su
función será favorecer la omnipotencia del bebé situando el pecho real en el
lugar mismo en que el niño está dispuesto a crearlo. De ahí la importancia del
encontrar-crear para el niño. El destete implica el reconocimiento de la madre
y del pecho como no creados por la omnipotencia del niño. El uso del objeto
supone el paso del objeto al otro humano: el objeto fuera de la omnipotencia,
separado, autónomo, permite acceder a la distinción entre objeto externo e
interno y, asimismo, al descubrir la existencia objetiva del otro se produce el
reconocimiento de la propia subjetividad.
No obstante, a esta diferenciación no se accederá sino por la experiencia
de la destructividad (siendo necesario que el objeto sobreviva a ella) y gracias
a la función del objeto transicional, que ocupando un lugar intermediario en-
tre la realidad interna y la externa, constituye una parte inseparable del niño
pero que no le pertenece, siendo la primera posesión de algo que no es Yo. El
objeto transicional le permite no temer que «elegir» entre el objeto subjetivo,
fruto de la omnipotencia, y el objetivamente percibido, fruto del contacto con
la realidad (Winnicott, 1968).
Inspirado en estas ideas A. Green afirmará: «El objeto es el revelador de
las pulsiones. Él no las crea —y se podría sin duda decir que es creado por
ellas en parte— pero es la condición de su advenimiento a la existencia. Y por
esta existencia él mismo será creado aun estando ya allí» (Green, 1984, p. 72).

2.2. El objeto de deseo en la clínica

Fernando es un paciente que me consultó porque su mujer le había deja-


do. Nunca mantuvieron relaciones sexuales. Durante su adolescencia se había
dedicado a acompañar a un padre fóbico (y tal vez deprimido), que había de-
jado sus asuntos en manos de su mujer, aunque conservaba una autoridad
formal en la casa. Fernando decía que su padre era una creación de su madre,
que ella le colocaba por encima. Estar por encima significaba no rebajarse y
no feminizarse. El paciente está identificado con ese padre «que está por enci-
ma», pero que a la vez es inoperante. Había vivido Fernando una adolescencia

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«tranquila», con sus impulsos sexuales inhibidos, sin salir apenas con amigos
y evitando el contacto con las chicas. Paralelamente iba ganando peso hasta
padecer una obesidad que cumplía una función protectora, que Fernando ex-
presa así: verme como un monstruo era una manera de seguir siendo el niño
bueno y no descorrer la cortina. Se va definiendo su demanda de análisis como
fobia al deseo. Rescata un temor que tenía en su adolescencia de tener el pene
muy pequeño. Ha permanecido niño, desarmado frente a la sexualidad y con
un padre que no le ha ayudado a identificarse como hombre.
Mientras Fernando iba engordando alimentaba una fantasía: una mujer
muy atractiva que lo había rechazado de entrada se daba cuenta de lo que
valía. La mujer ideal es una fantasía del pasado proyectada sobre el futuro:
todo lo que hacía el paciente tenía el valor de ser algún día reconocido por ella.
Existía una disociación entre la mujer ideal y la mujer sexual. Fernando era un
amante ideal de princesas pero no de mujeres. Cuando su madre aparecía
como una mujer sexual (por ejemplo si se pintaba los labios) le desagradaba.
Pero dicha fantasía se complementaba con una parte masoquista: él se sacrifi-
caba cuando era pequeño poniéndose el pijama y yéndose a dormir mientras
los demás niños estaban viendo la TV, pero en aras de ser amado por la madre
por ser bueno, siendo recompensado algún día. A la vez no dejaba de sentir
una rabia sorda por perderse lo que echaban en la TV y por sentirse sometido.
La inhibición estaba al servicio de aplacar al superyo: negando la rivali-
dad con un padre «vencido» y manteniendo «a muerte» el secreto si su madre
le preguntaba si le gustaba alguna chica. Secreto que calla por defenderse de
una madre intrusiva y secreto incestuoso que guarda.
La inhibición para llamar por teléfono y hacer gestiones, la inhibición
para comprar porque no va a ser capaz de decir que «no» a un vendedor si no
le gusta el producto, va apareciendo en el análisis en relación con echar de
menos a una madre que pueda acompañarle. La falta de la mujer-madre le
hace sentirse desamparado, vergonzoso.
Fernando experimenta también una gran vergüenza en mostrarse, por
ejemplo si tiene ganas de orinar evita salir de la sala de cine para ir al servicio,
por las miradas de los demás. El paciente descubre que el sentimiento de ver-
güenza tiene que ver con la mirada de su madre; es como si la imago materna
le dijera: «eres ridículo por equivocarte, por estar solo... debes hacer esto y lo
otro». Imago materna devoradora con tintes persecutorios. Cumplir el ideal
de su madre ha supuesto un peligro de intrusión de ella en su vida, ante el cual
el paciente se ha visto obligado a recurrir a medidas de defensa.
Mostrar su deseo implicaba un riesgo. Estas figuras críticas han tenido
que ver, como veremos después, con la transformación del deseo en obliga-
ción. También la vergüenza está ligada con ser ideal, hijo perfecto, «superior»

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como su padre, orgulloso, con no poder reconocer ningún fallo, con preferir
no arriesgarse para no perder.
La comida jugaba un papel en el vínculo con la madre y con su mujer,
ante ellas Fernando se sentía pasivo, sometido a sus exigencias y se rebelaba
mediante la transgresión de comer lo que no debía, encontrando en la comida
una compensación a su sacrificio y una libertad frente a la mujer controladora
y dominante, pero también una satisfacción pulsional. Asimismo a través de
la comida, en tanto objeto oral que llena un vacío, se produce una regresión
del deseo genital al oral-canibalístico (cuando se encuentra solo y siente un
anhelo de mujer, tal vez le gustaría «comerse» a una mujer). La comida apare-
ce claramente en el lugar vacío de una excitación sexual hacia la mujer. Evoca
él analizando el sentimiento de soledad que siempre había evitado y que llena-
ba con comida. También la comida tiene valor de objeto adictivo como repre-
sentación-meta placentera para compensar situaciones displacenteras. Piensa
Fernando que sería terrible renunciar a eso. Por último es indudable que la
comida excesiva, al producir obesidad, tiene una función de capa protectora
del deseo genital.
Para el paciente la comida era un exponente de una modalidad de inter-
cambio con los objetos en la que primaba el quid pro quo: «una cosa por otra»
perfectamente controlado, pacto de satisfacer al otro incluyendo las compen-
saciones que se cobraba por su sacrificio (ahí encontraba el plus pulsional). El
objetivo de esta modalidad de intercambio es reducir el deseo a la mera nece-
sidad o a la mera utilidad. Reducción operada mediante el control de los afec-
tos, el deber como coartada y la postergación (del tipo: cuando esté más del-
gado podré estar con una mujer, cuando termine el tratamiento podré tener
una relación sexual).
El deseo era una herida narcisista para el paciente. Suponía tener que
mostrarse, tomar iniciativas, rivalizar con el otro, anticipar la temida relación
sexual, porque en ella está presente la mujer sexual y él se ve como el niño que
gusta o como el hombre que tiene miedo a fallar. Ante la mujer deseada se
siente como un ser pasivo que ha de acceder a lo que ella quiere en el sexo. Se
ha defendido cortando de raíz lo pulsional interno, anulando la excitación,
pensando que eso no era para él, sino para otros. Defensas muy consistentes
que han conducido a la desexualización, a la negación del cuerpo, a huir de
cualquier tentación sexual, a sentirse incapaz de penetrar a una mujer. Estra-
tegia para evitar la amenaza de castración para no perder nada (complejo de
castración).
En un contexto en el que trabajábamos sobre la «tentación de tener a una
mujer con él», apareciendo el deseo de que una mujer-madre le ofrezca signos
de amor (por ejemplo enviando mensajes del teléfono móvil a una mujer con

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la que había establecido un contacto y esperando ansiosamente su respuesta),


Fernando trajo al análisis un sueño revelador: En el palacio en el que eran
porteros mis abuelos, veía la cocina llena de telarañas y con unos cristales ne-
gros, pero sabía que detrás de ellos estaba mi madre vestida de boda, antes de
la ceremonia. Estaba sola y era muy alta. Había algo que me impedía acceder
a ella. Al despertar recuerda vivamente la cocina y las magdalenas que tanto le
gustaban cuando era niño; la sensación es de gran protección. Le interpreto
que los cristales negros hacen pensar en las cortinas, y que tal vez descorrer las
cortinas supone hablar de su deseo hacia mamá, hablar del niño que quiso
casarse con mamá y es también hablar del niño desconfiado en los vínculos,
que guarda siempre una reserva.
Fernando asocia mi interpretación con dos escenas que le habían llama-
do la atención: en un viaje reciente una mujer le había dado el mapa de un
lugar que iba a visitar y le había explicado con disponibilidad generosa el iti-
nerario y otra mujer le había envuelto con mucho cuidado los regalos que el
paciente había comprado a sus padres, regalos que por primera vez le había
apetecido hacer. Fernando añade que sintió con emoción que se trataba de un
valor añadido. Pienso que este valor añadido atañe al objeto de deseo y tiene
que ver con lo que escapa a la utilidad, al pacto del quid pro quo. El sueño del
paciente me parece una hermosa figuración del objeto de deseo: anhelo inal-
canzable al estar mediado por la represión (cristales negros o cortinas), pero
del cual se puede hablar (descorrer las cortinas) para re-encontrar los signos
de placer ligados al objeto y para poder establecer un vínculo afectivo, de
confianza con el objeto, sin miedo a la intrusión y a la dependencia. El proble-
ma es cuando el objeto pulsional (las magdalenas, objeto metonímico de de-
seo en tanto móvil y desplazable) se fija e inmoviliza al objeto de deseo al
pretender obturarlo. Pero siempre cabe la posibilidad, como hizo Marcel
Proust, de evocar mediante las palabras el sabor de las magdalenas.

3. El objeto de la pulsión

Las experiencias de satisfacción crean la base para que mediante el


autoerotismo se recreen a partir de la satisfacción pulsional, ligada al propio
cuerpo a través de las zonas erógenas. Para ello es condición necesaria que el
objeto pulsional (pecho) se pierda y sea incorporado en tanto fuente de pla-
cer, pasando a ser un objeto interno. Por tanto en el autoerotismo existe un
objeto fantaseado. En Tres Ensayos (1905) Freud vincula el autoerotismo con
la pérdida del pecho al formarse el niño la representación global de la madre.
La «auto» recreación del objeto «parcial» inaugura la sexualidad infantil.

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En el seno del vínculo con el semejante (la madre) van a tener lugar repeti-
das experiencias de satisfacción, resultando de éstas la composición de los obje-
tos pulsionales (S. Le Poulichet, 1996): mediante la repetición de encuentros
pulsionales se establecen las inscripciones de vacío-lleno, ruidos, olores, colo-
res, grito, pecho, etc. Tal como he afirmado antes, en cada vivencia de satisfac-
ción se establece la diferencia entre el recuerdo o huella mnémica del objeto y la
imagen mnémica del objeto percibido, diferencia entre lo esperado y lo encon-
trado, inscribiéndose nuevas impresiones que se añaden a las anteriores.
En El Proyecto Freud, al hacer mención a la relación del niño con el
semejante, se refiere al complejo del semejante: ese otro auxiliar, amoroso y
hostil, no sería unívoco ni transparente, sino que estaría dividido en dos por-
ciones: una estructura constante (la cosa irreductible) y otra que puede ser
comprendida por la memoria y remitida al propio cuerpo. Preciosa acotación
sobre la alteridad y la similitud.
Como la composición de los objetos pulsionales se produce en el inter-
cambio con el semejante (la madre), tales objetos se alojan en la distancia entre
lo que puede ser reconocido del semejante por ser memorizado y lo descono-
cido, tratando de reducir esa diferencia. Este reconocido-desconocido devendrá
más adelante curiosidad por el enigma del deseo del otro, fuente de la creación
de las teorías sexuales infantiles. Podemos entonces pensar la presencia de la
cosa irreductible en el complejo del semejante como ese resto, marca de nos-
talgia de un imposible reencuentro, que permite que el deseo no se agote y
resurja (lo ya expuesto sobre el objeto de deseo). En la relación entre el objeto
de deseo y el objeto pulsional nos va a interesar en la clínica de un modo
especial cómo ciertos objetos pulsionales, bajo ciertas condiciones, van a su-
plantar al objeto de deseo.
Las primeras composiciones de objetos pulsionales, que dan origen a las
inscripciones de los objetos originarios, marcarán con su estilo a sus sustitu-
tos y derivados. Un ejemplo esclarecedor de lo expuesto lo constituye la ins-
cripción del objeto-madre, creado por repetidas experiencias de satisfacción,
no como algo ya conformado a reencontrar como tal. Tal vez podríamos ha-
blar de la existencia de diversas inscripciones del objeto, que estratificadas van
a constituir el tesoro mnémico. Al hacer referencia a la investidura de las hue-
llas mnémicas hemos de hablar de un complejo representacional que implica
un objeto y una acción.
La introducción de lo sexual en ese campo en el que el objeto se incorpo-
ra como fuente de placer se produce mediante las pulsiones parciales: la incor-
poración-devoración oral y el apoderamiento sádico-anal constituyen las for-
mas preliminares del amor, teñido de ambivalencia. En el encuentro pulsional
con su madre el niño arranca objetos que se van recortando en esa relación.

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El valor mensajero de la pulsión en el intercambio corporal con la madre


juega un papel primordial. Es preciso que la madre sea capaz de recibir los
mensajes pulsionales propios de su hijo para que se constituyan las pulsiones
mediante la vuelta sobre sí, el momento auto, momento fundamental que Lacan
definió como el de hacerse (ver, oír, comer, etc.) al interiorizar la acción del
otro (Lacan, 1964). A modo de ejemplo, se puede afirmar que las característi-
cas objetivas de la lactancia no determinan el mundo objetal del sujeto: el
objeto pecho se define más por el modo en que el lactante lo reclama y la
madre se lo entrega (calidad de los contactos corporales) que por el objeto en
sí mismo; por tanto son significativos los signos que se inscriben en la relación
con el pecho como objeto libidinal, así como con los otros objetos pulsionales.
En este sentido el funcionamiento psíquico de la madre cobra una gran
relevancia: por ejemplo una madre anal que se relacione con su hijo desde la
apropiación-intrusión o una madre incapaz de leer los mensajes específicos de
su hijo va a comprometer el funcionamiento pulsional y, como veremos des-
pués, puede propiciar fijaciones.
El carácter esencial del objeto pulsional es el de ser instrumento de satis-
facción, en el sentido de que es contingente (no está enlazado originariamente
a la pulsión), puede ser una parte del cuerpo (está ligado a la satisfacción cor-
poral) y puede ser apto para satisfacer varias pulsiones. El objeto instrumental
se despliega entre la variabilidad y la fijación.

3.1. Las transmutaciones del objeto de la pulsión

La variabilidad del objeto pulsional va a posibilitar las transmutaciones


de la pulsión, mientras que la conexión íntima entre pulsión y objeto, que
imposibilita la movilidad, va a dar lugar a las fijaciones.
En cuanto a las transmutaciones pulsionales, Freud va a destacar la ecua-
ción simbólica excremento-regalo-niño-pene, afirmando su equivalencia in-
consciente (Freud, 1917). El objeto parcial separable tiene la función de esta-
blecer permutaciones en el contenido de las fantasías inconscientes, haciendo
jugar, por una parte, la sustitución de un término por el otro en la ecuación y
por la otra, otorgando un papel central al complejo de castración articulado al
complejo de Edipo. Dicho complejo, al poner en relación la amenaza de castra-
ción con la premisa universal del pene en la fase fálica, resignifica las pérdidas
anteriores (el destete, el control de esfínteres). Esto nos permite señalar que
justamente ciertos objetos pulsionales de importancia primordial nunca pue-
den ser percibidos, como el falo ausente de la madre fálica. El pene sobreinvestido
de un valor fálico-narcisista (representante de la unidad narcisista) puede per-

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derse a causa de la amenaza de castración. El niño renuncia a los deseos


incestuosos por amor al objeto y para no perder el objeto tan valioso.
Si pensamos en la clínica será preciso no olvidar el papel de las pulsiones
pregenitales y de sus modalidades objetales (objeto parcial de devoración, de
dominio y control, de poder, etc.), puesto que estas nunca se disuelven total-
mente en la organización genital (la unificación de las pulsiones parciales bajo
la égida del falo no es absoluta), operan a lo largo de la vida como un plus
irreductible y plantean fijaciones regresivas, que tendrán importancia en to-
dos los pacientes y, muy especialmente, en los casos graves.
Un paciente con muchos hermanos cada vez que sentía nostalgia, aburri-
miento, tensiones o frustraciones buscaba a una mujer (a través del teléfono
erótico, el ordenador, el trabajo, etc.) para excitarse, calmarse y sentirse queri-
do. Esta mujer venía a ocupar el lugar añorado de una madre demasiado ocu-
pada con sus otros hijos. Cuando en su actividad profesional se sentía un
fracasado miraba continuamente los índices de la bolsa para constatar cuánto
había aumentado un dinero que había invertido.
El objeto de la pulsión, a través de su carácter instrumental, puede tratar
de reconstituir la acción específica perdida a nivel de la necesidad. Perdida al
sufrir ese desplazamiento ya mencionado de la satisfacción de la necesidad a la
realización del deseo (Ravinovich, D. 1988). Constatamos en la clínica como
ciertos objetos pulsionales vienen a suplantar y a obturar al objeto de deseo.
Para que esto ocurra han debido de existir fijaciones muy importantes. Estos
objetos pulsionales producen una satisfacción diferente de la biológica, pero
que no puede ser confundida con la del cumplimiento del deseo. Pienso que
esta satisfacción tiene características adictivas.
Un paciente que consultaba por una toxicomanía sufrió una recaída des-
encadenada porque su novia le abandonó y se fue con otro hombre. El pa-
ciente realizó una renegación de la situación y suplantó el objeto perdido por
un objeto-prótesis: se quedaba por la noche en el trabajo tomando droga y
enganchado al ordenador. El objeto adictivo tenía un valor de instrumento de
satisfacción autocalmante, otorgando al paciente una superficie de protec-
ción, como si el ordenador fuese su «pareja». La transformación del objeto
adictivo fue posible gracias a los sueños, al duelo por el objeto materno (pen-
diente de duelo el objeto de deseo materno buscaba suplencias como la meta-
dona) y también a actividades deportivas que venían a heredar el carácter
adictivo pero matizado.
En las adicciones el objeto parcial es la base de la fantasía de una totalidad.
Aporto un ejemplo de la vida cotidiana: si es difícil dejar la adicción al tabaco es
porque ante la pérdida de ese objeto hace su aparición un fantasma singular:
«sin fumar la vida no tiene sentido», existen múltiples momentos del día y mu-

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La noción de objeto en psicoanálisis y las transformaciones objetales

chas funciones que pierden un plus de valor sin el cigarrillo. De pronto ese
objeto insignificante adquiere un protagonismo absoluto en el fantasma.

4. La introducción del narcisismo y la elección objetal

En los Tres Ensayos de teoría sexual, en el capítulo sobre La Metamorfo-


sis de la pubertad, Freud nos dice que la relación del niño con la persona que
lo cuida es para él una fuente de satisfacciones sexuales a partir de las zonas
erógenas. La madre dirige al niño sentimientos que brotan de su vida sexual,
tomándolo como sustituto de un objeto sexual de pleno derecho. De estos
vínculos sexuales con el objeto sexual del período de lactancia, los primeros y
los más importantes de todos, resta una parte que ayuda a preparar la elección
de objeto y a restaurar la dicha perdida. Por ello cualquier perturbación de los
vínculos infantiles con los padres tiene serias consecuencias. Retengamos por
ahora que para Freud los objetos son subrogados del objeto original, a partir
de ese resto que quedaría de los vínculos primarios.
En Introducción del narcisismo (1914) Freud aborda con determinación
el problema de la elección objetal.
Con la introducción del narcisismo el Yo se vuelve objeto libidinal, lo
cual como veremos va a tener importantes consecuencias.
La función de los objetos parentales es primordial en la constitución del
narcisismo ya que crea las bases de la identificación primaria: el trasvase del nar-
cisismo materno al niño, como plantea Silvia Bleichmar, va a posibilitar la fun-
ción ligadora del Yo y el entramado narcisista de base (Bleichmar, 1993). La
función materna, que, gracias a la seducción, ha despertado la pulsión, ha de
darle un cauce. La identificación primaria al padre como ideal otorga al niño
un lugar simbólico en la cadena generacional. Ricardo Rodulfo pone el acento
en que no se trata sólo de obtener satisfacciones orales, sino de conseguir un
lugar para vivir (Rodulfo, 1989). El amor de los padres es esencial tanto en el
establecimiento de las identificaciones como con respecto a la elección objetal,
ya que sólo por amor puede el hijo renunciar al deseo incestuoso.
Piera Aulagnier afirma que para alcanzar la imagen unificada de sí mis-
mo ha de existir previamente una imagen unificada del cuerpo, dada desde la
nominación que le otorga la madre a ese cuerpo y el placer con que nombra
sus partes y sus funciones. Ha de existir un Yo anticipado por la madre e
inserto en el sistema de parentesco para que el niño pueda construir su imagen
corporal del Yo por identificación, imagen que llevará la marca del deseo ma-
terno. Recalca la mencionada autora que el Yo debe conservar la certeza de
habitar un mismo y único cuerpo (Aulagnier, 1986).

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J. Lacan denominó estadio del espejo a la constitución del Yo por identi-


ficación, al asumir la forma de una imagen proyectada por el narcisismo de los
padres («Su Majestad el bebé»). El Yo se estructura en una división, en un
desdoblamiento entre el sentimiento de sí y su imagen especular (Lacan, 1949).
El Yo viene a ocupar el lugar del objeto mientras el sujeto está fuera. Un
ejemplo lo apreciamos en el verse visto: el sujeto se transforma en objeto de
fascinación para el compañero narcisista, que asume el papel de sujeto; la ima-
gen propia se convierte en objeto de otro sujeto por el que es mirada.
Para Widlöcher la identificación primaria, fuente del narcisismo, crea un
encuadre identitario, es búsqueda y realización de la similitud (amor del otro
como imagen de sí), se añade al autoerotismo y coexiste, sin confundirse, con
la búsqueda del objeto; sería independiente de los procesos de introyección o
incorporación oral (D. Widlöcher, 2005).
La «pasión narcisista» instala el mundo objetal en una dualidad origina-
ria: la elección narcisista de objeto y la elección de objeto por apuntalamiento.
La elección narcisista sigue la línea del primer objeto narcisista: imagen o Yo
ideal, proveniente de la omnipotencia narcisista. La elección por apuntalamiento
deriva de las personas cercanas al sujeto, en las que encontró cariño, protec-
ción y seguridad. Pero sólo una parte de la libido narcisista se transforma en
objetal.
Al hablar de elección de objeto de amor o de odio nos referimos a una
persona considerada como totalidad, dotada de existencia particular. Tal como
plantea Freud, no se puede decir con propiedad que una pulsión ama u odia al
objeto, hay heterogeneidad entre el objeto de amor y de odio y el objeto
pulsional; debemos hablar de un Yo que ama u odia, por tanto el amor y el
odio requieren de la constitución del Yo (nuevo acto psíquico que unifica por
identificación la satisfacción autoerótica fragmentaria). Por ello el amor y el
odio no pueden considerarse una suma de pulsiones parciales ni para el sujeto
ni para el objeto.
La introducción del narcisismo rompe la relación entre un sujeto que
percibe (percipiens) y un objeto percibido (perceptum). Freud descentra al
sujeto al descubrir el inconsciente, el Yo no es dueño de su propia casa (no
identidad consigo mismo). El Yo está dividido: por una parte es centro de
funciones (percepción-conciencia) y por otra parte es precipitado de identifi-
caciones. El Yo es al mismo tiempo lugar de desconocimiento de lo pulsional,
polo de defensas y resistencias (Yo inconsciente) y sede de la subjetividad
(«Donde Ello era Yo debo advenir»).
La evolución desde la identificación primaria a la elección objetal se ex-
pone en Psicología de las masas (1920) y en El Yo y el Ello (1923). Freud va a
referirse a dos líneas originarias que van a encontrarse en el Edipo, el niño

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La noción de objeto en psicoanálisis y las transformaciones objetales

mantiene dos vínculos distintos: toma a la madre como objeto de deseo y al


padre como objeto de identificación (aunque aún no puede establecer una
distinción entre ambos). El objeto de la identificación primaria es indepen-
diente de toda elección libidinal, preexiste a ella, se trata de la identificación
con el ideal: ser como el padre. Pienso que a través de esta identificación al
ideal entran en el psiquismo las escenas originarias desde los mitos de la cultu-
ra. Estas dos líneas se conflictúan con el complejo de Edipo, donde se articu-
lan los deseos y las identificaciones: la posición de deseo hacia uno de los
progenitores supone una identificación con el otro. Desde ahí van a irse con-
figurando las identificaciones secundarias, por las que el Yo toma ciertos ras-
gos de los objetos libidinizados y perdidos, ofreciéndose al Ello como sustitu-
to del objeto perdido. Desde ahí el Yo está en condiciones de catectizar nue-
vos objetos.
Teresa Olmos establece una relación entre la interpretación y el trabajo
de duelo. El trabajo de análisis produce una desligazión o desanudamiento
similar al trabajo de duelo, entendido como proceso en el que hay que destejer
todo aquello asociado a los objetos, lo cual trae como consecuencia una nueva
elección de objetos (T. Olmos, 2001).

4.1. Las vicisitudes de la elección objetal

Es preciso tomar en cuenta a la identificación primaria como potencial


de transformación o como potencial de inhibición del desarrollo.
Como afirma Louise de Urtubey, el psiquismo se constituye por identi-
ficaciones (identificación primaria) y se diferencia por las identificaciones se-
cundarias (De Urtubey, 2002).
En su trayecto de catectización objetal el Yo deberá renunciar a su rol de
objeto del deseo del otro mediante un doble proceso de desidentificación (con
los padres idealizados y con su propia imagen ideal de niño maravilloso) y de
elección narcisista y objetal (alteridad y objetos complementarios). El proce-
so de transformación objetal que aquí cursa es el de «matar» la imagen del
niño maravilloso y desidentificarse.
Sin embargo a causa de fallas narcisistas de base y/o de una fijación nar-
cisista la circulación entre sujeto y objeto puede llegar a un enroque en el que
cada uno viene a ocupar el lugar del otro (Baranger, 1980). Este enroque se va
a manifestar en la clínica muchas veces como relación sado-masoquista con el
objeto, pero a causa de la existencia de una elección narcisista o anaclítica
basada en un pacto alienante pero ignorado; pacto en el que se espera del otro
que satisfaga las expectativas narcisistas, renunciando a «poner en la palestra»

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los propios deseos. Una paciente, con un padre al que vivía como extraño
durante su infancia y con el que tuvo una relación más estrecha después, me
decía: Me he sometido a mi padre, he elegido la carrera y la profesión que él
quería, he sacrificado mi vida para que él vele por mí.
El enroque sujeto-objeto puede llegar a que el Yo, habitado por las
pulsiones, busque tomar el control del objeto en una intrusión forzada, intru-
sión e invasión en el objeto para alojar en él las partes proyectadas, colonizar-
lo y someterlo a su acción. El conflicto se desarrolla contra el objeto: no se
trata de sepultar el empuje pulsional, sino de expulsarlo fuera de sus fronteras,
en el objeto. Al identificarse el Yo con los aspectos proyectados, éstos tienden
a retornar a la cuna primitiva, con lo cual la con-fusión tiende a anular la
diferencia con el objeto (Green, 2002).
Un paciente joven fracasaba de manera notoria en los estudios. La rela-
ción con su madre, con problemas de alcoholismo, era una fuente de exigen-
cias extremas para el paciente. En ese contexto la relación sado-masoquista
con su madre campaba a sus anchas. Se dio cuenta de que debía estudiar para
su madre y también que gozaba con la fantasía de que la dureza de su madre
debía forjarlo como un héroe espartano y ésa era su aspiración ideal. En los
vínculos con los amigos y con las chicas se ofrecía totalmente, se ponía a su
disposición, sintiéndose muy invadido y reaccionando con sadismo. Pudo
entender que su entrega tenía relación con la búsqueda de ser imprescindible
para el otro y de ese modo no perderlo. Al encontrar su propio espacio psí-
quico halló disfrute con los estudios y pudo construir un ideal del yo.
Este funcionamiento, en el que predomina la identificación proyectiva,
pone en primer plano el trabajo de la contratransferencia, como afirma A.
Green, ya que a través del vínculo con el analista se transmite a éste un cono-
cimiento para hacerle sentir lo que el paciente no puede permitirse sentir por
sí mismo (Green, 2002). Todo lo anterior nos lleva a la convicción de que el
sujeto habita los objetos y es habitado por ellos.

5. El objeto introyectado

Partiendo del trabajo de Freud Duelo y Melancolía M. Klein va a teorizar


el objeto interno: pecho bueno introyectado a partir del cual el Yo se constituye
progresivamente. Existe una circulación proyectiva-introyectiva para modifi-
car los objetos, disminuir la angustia y hacer crecer el Yo (Klein, 1952).
El objeto interno de M. Klein subyace a una multiplicidad de representa-
ciones y estados afectivos y los condiciona. No aparece directamente sin
intermediación de imágenes, recuerdos, angustias, etc.

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La noción de objeto en psicoanálisis y las transformaciones objetales

El objeto interno estaría en la base de la constitución de las instancias


(Yo y Superyó) por este proceso de introyección.
También sería el fundamento de la repetición de situaciones estereotipadas
(objeto perseguidor y objeto idealizado), hasta llegar a constituir un «núcleo
psicótico» cuando el objeto es excesivamente idealizado o perseguidor y, re-
belándose a todo tipo de modificación, no puede ser asimilado.
Los objetos por los incesantes intercambios con el sujeto adquieren una
existencia de cuasi-personas (antropomórfica).
El objeto amado, odiado, perdido o muerto que «prosigue su existencia
intrapsíquica» después de producida su pérdida en el mundo externo va a ser
para M. Klein el objeto introyectado por excelencia.
Esta clase de objetos no se comporta en absoluto como representacio-
nes: no queda un recuerdo o recuerdos del objeto sino que éste sigue viviendo
en el mundo interno del sujeto. Precisamente a esta existencia objetal, donde
el sujeto es habitado por fantasmas cuasi personas, W. Baranger lo llamó esta-
dio muerto-vivo (Baranger, 1980).
Para ejemplificar esta existencia objetal voy a evocar a un personaje de la
película Los juncos salvajes: se trata de un pied noir que vive en un internado
francés y es de origen argelino; están ocurriendo los sucesos que conducirán a
la independencia de Argelia (1962), antes hubo una rebelión de los militares
de la O.A.S., que fueron vencidos por el ejército regular francés. El personaje,
cuyo nombre es Henry parece un fatuo que está más allá del bien y del mal
pero no puede dormir, está todo el tiempo al acecho, pegado a su radio, escu-
chando los acontecimientos que ocurren en Argelia. Dice que no tiene miedo
a suspender los exámenes pero tiene miedo a otra cosa, a la muerte; confía
entonces a un amigo su secreto: en el velatorio de su padre, que pertenecía a la
O.A.S. y al que una bomba arrancó parte de su cara, había un olor especial,
sintió de pronto que su padre se movía (se trataba de una alucinación) y cogió
su mano, cayó entonces desmayado y después trató de suicidarse. A partir de
ese acontecimimiento juró no olvidar a su padre y vengarlo. Pienso que el
personaje de la película, Henry, tenía dentro un muerto-vivo, parecía llevar
siempre el traje del entierro.
Mediante el trabajo de duelo se puede producir una desligazón de la libido
del objeto, tendente a dejarla en libertad, disponible para otros destinos. Duran-
te el trabajo de duelo se produce una despedida del objeto en cada una de las
situaciones en las que se lo reencuentra. Afirma W. Baranger que por el trabajo
de duelo se trata de transformar al muerto-vivo en representación, tal como va
a aparecer en el proceso de los sueños, en los cuales el muerto vivo va a pasar por
varias fases: primero se va a soñar que está vivo, después debilitado, luego muer-
to para pasar a ser recordado como uno más (Baranger, 1980).

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El objeto melancólico se introyecta como identificación del Yo con el


objeto perdido (la sombra del objeto cae sobre el Yo), siendo el Yo martiriza-
do por los reproches del Superyó tiránico, críticas que reproducen una rela-
ción primitiva en la que el Yo criticaba al objeto. André Green señala en re-
lación con el objeto melancólico que no son las representaciones de objeto las
que dan lugar a la melancolía, sino las investiduras objetales. El factor de trans-
formación cuantitativa juega un papel más importante que en la economía de
las representaciones (Green, 2002). Precisamente el melancólico, que ha per-
dido el placer y tiene una autoestima devastada, va a tener serias dificultades
para investir nuevos objetos.
La concepción del objeto interno es fecunda en la clínica, tanto por lo
que acabamos de formular como porque el objeto interno es el residuo de
identificaciones con las figuras parentales. La transmisión psíquica va a efec-
tuarse mediante identificaciones, por las cuales los hijos se apropian de los
rasgos psíquicos de sus progenitores, lo cual va a tener importantes conse-
cuencias tanto en su estructuración como en su patología. De cara a la
contratransferencia del analista va a ser muy importante su capacidad de esta-
blecer identificaciones concordantes y complementarias con el paciente, en
estas últimas se pone en juego la identificación con los padres internos del
paciente, a veces figuras problemáticas (De Urtubey, 2002).

5.1. Las transformaciones objetales

El objeto en psicoanálisis no puede reducirse a una construcción


significante. El hombre no es tan sólo un hueco habitado por palabras. Escri-
be W. Baranger que somos hombres llenos de fantasmas que nos habitan
(Baranger, 1980). Pienso que estos fantasmas tienen que ver con la verdad
histórica, con los objetos internos con los que estamos identificados.
Las diferentes características del objeto nos conducen a tipos de modifi-
cación objetal irreductibles entre sí que exigen un abordaje clínico particular.
Sabemos que el complejo de castración y el complejo de Edipo son
centrales como resortes simbolizadores que implican una transformación
objetal. Nos hemos referido anteriormente a la ecuación simbólica y a la
«muerte del niño maravilloso» que supone la caída del falo-narcisismo por
la prueba de la castración. También a la descatectización de los objetos
libidinales primarios y su transformación en identificaciones. Asimismo a la
transformación de la libido narcisista en objetal (siempre conservando una
parte de libido narcisista y sin olvidar que Freud planteaba que el varón
acepta el naufragio del Edipo para salvar el narcisismo). En todos estos pro-

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cesos la transformación del objeto se produce por el juego de las representa-


ciones y los afectos.
Ante los objetos cuya posibilidad de representación está en riesgo (clíni-
ca donde predominan los mecanismos de desinvestidura, renegación, escisión
y actuación) debemos pensar en otros modos de modificación objetal, sin
olvidar que en psicoanálisis trabajamos con representaciones y, por ende, in-
tervenimos para transformar las mociones pulsionales en representaciones.
André Green postula que una de las tareas mayores del psiquismo es la
transformación de las funciones psíquicas en objeto. Liga esta función
objetalizante a la sublimación por la que ciertas actividades se han transfor-
mado en objetos del Yo (la música, la pintura, etc.). A la función objetalizante
donde priman las pulsiones de vida, opone la función desobjetalizante, que
despoja al objeto de su singularidad y en la que predominan las pulsiones de
muerte. Señala también que la función desobjetalizante implica la desligazón,
que ataca la relación con el objeto y a sus sustituciones (el Yo y la investidura),
y asimismo consiste en un procedimiento radical para oponerse al trabajo de
duelo. El Yo lleva la marca de origen, el modo de acción de la pulsión desliga-
da o ligada (Green, 1984).
La pulsión de muerte desintrincada actúa contra la representación, con-
virtiendo las mociones pulsionales del Ello en pura cantidad de excitación.
En un reciente trabajo de Milagros Oregui se expone como en la clínica
del trauma, al acontecer rupturas libidinales, puede producirse un fracaso de
la elaboración del duelo a causa del omnipoder de la atracción del traumatis-
mo, que no puede ser integrado, ni amortiguado por una relación libidinal
que le del significado. Se interpone una fuerza desligadora que atenta contra
las identificaciones secundarias edípicas y el objeto perdido, al ser impensable
e irremplazable, provoca que el sujeto para enfrentarse a esa pérdida se escinda
y una parte se sacrifique y automutile para sostener el lugar de ese objeto
perdido (tal como plantea André Green). Se introyectaría entonces un objeto
de la perdición: objeto invasor investido por la pulsión de muerte que busca
una satisfacción incondicional materna (M. Oregui, 2006).
En la mencionada tesitura cobra una importancia esencial la transfor-
mación de la angustia sin nombre en angustia señal que «avise» del peligro de
la pérdida del objeto. Porque por esta vía intenta el Yo transformar el trauma-
tismo sufrido pasivamente y ligado al principio de Nirvana en un conflicto
intrapsíquico (G. Rodríguez, 2005). Puede abrirse entonces el camino para
elaborar el duelo.
El modelo de transformación metabólico de M. Klein integra dos ejes:
el juego proyectivo-introyectivo, que permite cambiar la cualidad objetal
a medida que disminuye la angustia, y el clivaje-síntesis de figuras objetales

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contrastadas que posibilita una síntesis o integración de los aspectos «bue-


nos y malos» del objeto, de los aspectos «idealizados y persecutorios».
Para llevar a cabo esta modificación objetal es central el concepto de posi-
ción, ya que permite una comprensión del concepto de objeto enfocando
la totalidad situacional y la dinámica de la relación sujeto-objeto (Klein,
1946, 1952).
Un paciente joven con un grave trastorno psíquico experimentó un pro-
fundo conflicto al enamorarse de una chica, padeciendo un delirio de celos:
pensaba que su novia iba a caer en las redes de un seductor; le corroía la duda
de que ella pudiera engañarle, buscando garantías de que no iba a hacerlo. El
paciente pudo darse cuenta de que estaba proyectando aspectos de su madre
(engaños y manipulaciones) en su novia y que esta proyección la hacía apare-
cer como mala y hasta demoníaca. Le afectaba mucho la imagen de la mujer
acosada o seducida, pues sentía que ella se abandonaba a un goce irremedia-
ble, vendiéndose por un «plato de lentejas». Los celos están relacionados con
un yo expansivo que absorbe y engulle al objeto, anulando su alteridad. El
paciente no puede tolerar la ambivalencia y la duda y disocia el objeto en
amor absoluto y odio absoluto.
El conflicto surge ante el deseo y el amor por una mujer: como deseo
implica un re-encuentro con el objeto de deseo; como amor objetal supone
una elección de objeto. En esta tesitura se pone en juego para el paciente la
sustitución del objeto incestuoso por un objeto de amor posible y permitido
y, por ende, la simbolización de la escena primaria y del Edipo. No puede
representar al tercero al verse excluido de la pareja, ya que experimenta la
exclusión de una manera particular: el otro aparece no tanto como un posible
rival, sino como un ser omnipotente.
Se produce una oscilación de la paranoia a la melancolía: poner el objeto
malo fuera en el otro o incorporar el objeto malo en sí mismo. En ambos casos
tiene lugar una desligazón, poniéndose en marcha algo desbordante e imparable,
en un caso persecutorio y en el otro depresivo.
El paciente encuentra dificultades para sostenerse en una organización
edípica y sus vínculos objetales sufren una desintrincación pulsional en la
que se produce una disociación radical entre el amor y el odio. Me parece
esencial trabajar sobre ella, concediendo importancia tanto a la vulnerabili-
dad narcisista (que implica abordar el par omnipotencia-impotencia), como
a las pulsiones pregenitales (que exigían escuchar la avidez, la posesión y el
dominio sobre el objeto), como a la introyección melancólica del objeto
perdido (que concierne a las identificaciones con la madre y con el padre del
paciente). Con respecto a la identificación melancólica con el objeto perdi-
do se trata, como plantean Green y Oregui, de un objeto impensable con el

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cual el Yo se identifica. Pienso que lo hace en parte mutilándose mediante


una escisión propia y una identificación proyectiva masiva en un objeto di-
sociado (en objeto de amor y objeto de odio; en objeto idealizado y objeto
persecutorio).
El proceso de transformación objetal podríamos esquematizarlo así: un mis-
mo objeto pasa del mundo externo al mundo interno, convirtiéndose en perse-
guidor que dentro interfiere los pensamientos. A partir de este proceso
incorporativo el objeto es el centro de una constelación de fantasías que van evo-
lucionando y cambiando de forma. Produciéndose un pasaje de la posición esquizo-
paranoide a la posición depresiva: fusión en una figura única de la «mala» y la
«buena», con aparición de la culpa, de angustia depresiva y deseos reparatorios.
Los vaivenes entre angustia persecutoria y omnipotencia se atenúan.

RESUMEN

La noción de objeto en psicoanálisis y las transformaciones objetales


El concepto de objeto en psicoanálisis no es unívoco. En este trabajo se
trata de abordar la función psíquica del objeto y las transformaciones objetales,
vinculadas a la clínica psicoanalítica. De entrada se diferencian y se articulan el
objeto de deseo, el objeto pulsional y la elección de objeto. El objeto de deseo
freudiano es la huella mnémica de la vivencia de satisfacción original; al prin-
cipio la satisfacción del deseo sería alucinatoria, pero va a ser necesario poste-
riormente dar un rodeo por la representación psíquica para el cumplimiento
del deseo. El objeto pulsional, en tanto instrumento de satisfacción, puede
sufrir fijaciones y suplantar al objeto de deseo. Así nos encontramos en la
clínica con los objetos adictivos. La elección objetal cobra sentido desde la
introducción del narcisismo; destacando en las vicisitudes de la elección objetal
en la clínica el enroque sujeto-objeto.
Posteriormente se aborda el objeto interno y el objeto introyectado-in-
corporado, postulando que ciertas modalidades de identificación con el obje-
to perdido, que conducen a escisiones del Yo y a disociaciones del objeto,
requieren transformaciones objetales específicas en el trabajo clínico.
Todo lo mencionado se ilustra con un caso clínico y con viñetas clínicas.

Palabras clave:
Elección de objeto. Objeto. Objeto de deseo y su representación psíquica.
Objeto de la pulsión, transmutaciones pulsionales y fijaciones. Objeto
introyectado. Transformaciones objetales.

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Sabin Aduriz Ugarte

SUMMARY

The notion of object in Psycho-analysis and object transformations


The concept of object in Psycho-analysis is not univocal. This paper
tries to approach the psychic function of the object and object transformations,
linked to the clinical situation. Initially, the notions of object of desire,
instinctual object, and object choice, are differentiated and articulated. The
Freudian object of desire is the mnemic trace of the original experience of
satisfaction; at first, this satisfaction will be hallucinatory, but later it will be
necessary to circumvent the psychic representation in order to fulfil it. The
instinctual object, in so far as it is an instrument of satisfaction, may suffer
fixations and supplant the object of desire. Thus, in clinical work we may find
addictive objects. It is stressed that certain narcissistic identifications may
seriously compromise object choice.
In the latter part of the paper the notions of internal object and introjected-
incorporated object are approached, advocating the idea that certain modes of
identification with the lost object, which lead to splitting of the Ego and dissociation
of the object, require object transformations specific to the clinical work.
All of the above mentioned is illustrated with clinical examples.

Key words:
Instinctual fixations. Instinctual object. Introjected object. Object. Object
choice. Object of desire. Object transformations. Psychic representation.

RÉSUMÉ

La notion d’objet en psychanalyse et les transformations objectales


Le concept d’objet en psychanalyse n’est pas univoque. Dans ce travail il
s’agit d’aborder la fonction psychique de l’objet et les transformations
objectales, en rapport avec la clinique psychanalytique. D’emblée l’objet du
désir, l’objet pulsionnel et le choix d’objet se différencient et s’articulent. L’objet
de désir freudien est la trace mnésique du vécu de satisfaction original; au dé-
but la satisfaction du désir sera hallucinatoire, mais il sera nécessaire pos-
térieurement de faire un détour par la représentation psychique pour l’ac-
complissement du désir. L’objet pulsionnel, en tant qu’instrument de satis-
faction, peut subir des fixations et supplanter l’objet de désir. Ainsi nous nous
trouvons dans la clinique face aux objets additifs. Le choix d’objet prend sens
dès l’introduction du narcissisme, en mettant l’accent sur le roque sujet-objet
dans les vicissitudes du choix d’objet dans la clinique.

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La noción de objeto en psicoanálisis y las transformaciones objetales

Postérieurement sont abordés l’objet interne et l’objet introjecté-incor-


poré, en postulant que certaines modalités d’identification avec l’objet perdu,
qui conduisent à des scissions du Moi et à des dissociations de l’objet, requièrent
des transformations objectales spécifiques dans le travail clinique.
Tout ce qui est mentionné est illustré avec un cas clinique et des vignettes
cliniques.

Mots clé:
Choix d’objet. Objet. Objet de la pulsion, transmutations pulsionnelles et
fixations. Objet du désir et sa représentation psychique. Objet introjecté.
Transformations objectales.

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