The Worst Christmas Wife - Katie Bachand
The Worst Christmas Wife - Katie Bachand
The Worst Christmas Wife - Katie Bachand
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Traducción
Hera
Huitzilopochtli
Nyx
Corrección
Amalur
Circe
Coatlicue
Revisión final
Perséfone
Diseño
Hades
Pdf y Epub/Mobi
Iris
Huitzilopochtli
SINOPSIS
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
SOBRE LA AUTORA
Un jefe gruñón (extremadamente guapo) necesita una esposa.
Y ambos odian que se necesitan el uno al otro para que esto suceda.
Ava Brown se despertó temprano con el suave roce de una nueva nevada
golpeando su ventana. Se puso un bonito suéter de color crema, unos pantalones de
mezclilla que se ajustaban a su cuerpo y un bonito collar con un colgante navideño, y
después tomó la bolsa de la laptop y se dirigió a la cocina de su amiga para empezar a
trabajar.
Puede que no tenga trabajo, pero eso no significa que no pueda seguir
trabajando en su nueva página web y en su blog. Un día, iba a llamar la atención de la
persona adecuada y su nombre despegaría. Decoraría casas a las que la gente quisiera
llegar.
Ava se desplazó por su blog, admiró las fotos que pudo capturar durante su
último diseño, antes de que su antiguo empleador la deshonrara y la dejara ir, y suspiró.
Su cabeza cayó sobre su mano, aplastando su mejilla. Tomó un sorbo del café con leche
y ponche de huevo que se había preparado y pulsó el botón de volumen de su laptop
para poder escuchar mejor la bonita música navideña que sonaba de fondo.
Tras otro sorbo, Ava se incorporó. Era inútil compadecerse de sí misma. Sabía
que era buena. Solamente necesitaba ese descanso. Así que, en lugar de enfadarse,
utilizó la temporada como inspiración y buscó viejos dibujos de arquitectura que
encontró en Internet, para luego esbozar todas las posibilidades que ofrecía cada
habitación. Y, como el ambiente le iba bien, como solía ocurrir durante toda la
temporada, Ava añadía toques navideños en los dibujos.
Colocó un árbol de Navidad, con colores platas y verdes resplandecientes,
delante de una magnífica ventana con vistas a un campo cubierto de nieve. Sobre las
ventanas, dibujó coronas festivas. Y poco a poco, otros toques festivos se abrieron paso
en el boceto. Los globos de nieve se encontraban en las mesas auxiliares, la guirnalda
cubría la chimenea y las pequeñas bombillas de cristal estaban esparcidas por toda la
casa.
Ava se inclinó hacia atrás y miró su trabajo.
—Si no hubieras decorado ya nuestra casa a la perfección, te diría que lo hicieras
de nuevo y que quedara así. Y, ¿estás escuchando música navideña antes del mediodía?
Ava no dejó de admirar su boceto, pero sí sonrió al oír la voz de Geoffrey que se
abrió paso por encima de su hombro.
—Sabes —empezó Ava, sabiendo que, a Geoffrey y a su marido, Collin, les
gustaba demasiado lo que había hecho como para cambiarlo—, me encantaría darle a
tu salón otra actualización navideña. Y sí, es música navideña. Sé que te gusta. Pones
una vibración de rechazo, pero sé que por dentro eres menos Jack Frost1 y más la señora
Claus.
El dramático suspiro de Geoffrey llenó la habitación.
—No puedo separarme de esta escena todavía. Además, Collin me mataría si te
hiciera cambiarla. Me dijo que volver a la casa en Navidad después de un partido o un
entrenamiento duro es lo que más le gusta hacer.
Geoffrey se apoyó en la isla y acercó su nariz a la de Ava.
—Por supuesto, le recordé amablemente que su marido es la mejor parte de
volver a casa. Pero, lo que has hecho por nosotros aquí es un segundo lugar cercano. Y
creo que decirme que soy como la señora Claus es lo más bonito que me has dicho.
Geoffrey le guiñó un ojo y se volvió hacia la cafetera.
Ava se limitó a sonreír y a observar a su mejor amigo navegar por su magnífica
cocina.
—Por cierto —dijo Geoffrey mientras servía el café humeante en una taza
navideña— he olido tu aliento.
Ava escuchó la sonrisa en su voz.
—¿Ah sí?
Geoffrey se giró.
—Sabes, no es buena idea beber antes de las siete de la mañana.
—¿Qué? —Ava puso cara de asombro y se tapó la boca, fingiendo ocultar el olor
a expreso y ponche de huevo.
—Cariño, pude olerte hasta en el dormitorio. ¿Dónde está tu escondite? —
preguntó, como un policía que interroga a un sospechoso.
En lugar de asustarse, Ava se recostó y sonrió.
—Hice la crema de ponche de huevo anoche. Hay una jarra entera en el
refrigerador.
Geoffrey señaló con el dedo a Ava.
—Eres un demonio de las vacaciones. Hoy voy a tener que pasar treinta minutos
más en el gimnasio por culpa de esto.
—Pero sabes que va a valer la pena.
Geoffrey volvió a suspirar.
—Lo es cada vez.
Tanto Ava como Geoffrey miraron hacia el pasillo cuando oyeron que se abría
una puerta. Cuando Collin apareció, se rieron de su aspecto desaliñado y musculoso.
1
Jack Frost: Figura élfica perteneciente al folklore europeo que es la personificación de la helada, hielo,
nieve, etc.
Geoffrey se inclinó hacia Ava y le susurró:
—¿Puedes creer que ese pedazo de jugador de hockey profesional es mío?
Fue el turno de Ava de suspirar al ver a Collin rascarse la cabeza, y luego su six-
pack2.
Ella negó con la cabeza.
—No. No puedo creerlo en absoluto. Yo, y todas las mujeres heterosexuales del
mundo, lloramos un poco el día en que se engancharon el uno al otro.
Geoffrey plantó un beso en la frente de Ava.
—Gracias por decir eso. Me alimentan los hombres guapos y los celos que puedo
provocar en otras personas. Esta es una de las mejores mañanas que he tenido.
—Buenos días. —Collin caminó dormido hasta el refrigerador y sacó los
ingredientes para prepararse un licuado de proteínas.
Ava y Geoffrey se encogieron ante el saludable montón de frutas y verduras que
Collin colocó robóticamente sobre la encimera.
—Buenos días —dijeron al unísono y dieron preciosos sorbos a sus decadentes
cafés con ponche de huevo.
—No me mires así. Sé que estás bebiendo el jugo del diablo.
Ava apretó los labios y levantó una ceja hacia Geoffrey.
—Diablo parece demasiado duro —comenzó—. Prefiero Santa, o tal vez Jolly3.
Elige algo más navideño.
Collin hizo una pausa y miró fijamente a Ava.
—No puedo tener pensamientos felices hasta que no nos vayamos de
vacaciones. Así que, si necesito llamarlo el jugo del diablo para alejarme de él, déjame
hacerlo.
Ava y Geoffrey asintieron al mismo tiempo mientras intentaban reprimir sus
risas.
Entonces Collin comenzó de nuevo.
—¿Te ha contado Geoffrey las noticias? —Collin miró el boceto sobre el
mostrador y luego asintió hacia él.
—¿Qué noticias? —preguntó Ava, mirando de Collin a Geoffrey.
Geoffrey se sentó con una postura perfecta en el taburete junto a Ava, y luego
asintió.
—Voy a hacerlo ahora.
—Estoy intrigada —dijo Ava—. Tienes tu mirada de ¨tengo grandes noticias¨. Esa
2
Six-pack: Cuadritos en el abdomen a consecuencia del ejercicio.
3
Jolly: Alegre, feliz en español.
en la que sacas la barbilla para que se alinee con tu nariz puntiaguda.
Geoffrey se burló, desechando la descripción exagerada que Ava acababa de
hacerle.
—Tengo grandes noticias. ¿Te acuerdas de mi tía Matilda?
—Ah, sí —dijo Ava como si estuviera loca por no hacerlo—. Es la ayudante de
un hombre totalmente guapo, pero absolutamente monstruoso, Hendricks Cole. Podría
decirse que es el arquitecto más prestigioso del medio oeste. Sigue hablando. —Ava se
inclinó hacia delante y tomó un sorbo a dos manos de su café con leche y ponche de
huevo.
Geoffrey asintió.
—Comí con ella ayer. Bueno, se va a jubilar. Por lo visto, su apuesto engendro no
ha contratado, o aceptado, a ninguna de las personas que han atravesado las puertas de
su pulido despacho.
—¿Y? —Ava guió a su amigo.
—Y, ella ha terminado al final de la semana. Está llegando al punto en que
necesita decidir por él. No puede vivir sin un asistente, y Matilda vuela a St. Thomas el
próximo lunes. Eso significa que alguien tiene que impresionarle. Y rápido.
Ava bajó la mirada y procesó lo que Geoffrey acababa de decir. Tenía una estricta
política de no dejar escapar a nadie. Si se abría paso, no sería de la mano de familiares y
amigos que se apiadaran de ella. Quería que la gente amara sus diseños. No estar en
deuda con ellos. Pero, Hendricks Cole. Piensa en...
—La lista de clientes. Tienes que hacerlo por la lista de clientes. —Geoffrey se
adelantó a Ava en su propio pensamiento.
—Ya sabes lo que siento al recibir clientes. Especialmente cuando sé que podría
volver a ustedes dos si no les gusta mi trabajo.
Collin estiró su cuerpo sobre el mostrador de la isla y levantó su boceto.
Entonces Geoffrey habló por los dos.
—Si alguien no ama ese tipo de sensación y magia en su casa, entonces no te
merece. Y yo respaldaría tu trabajo de diseño cualquier día. Si me dejaras, lo gritaría a
los cuatro vientos.
Ava adoraba el toque dramático de Geoffrey.
—Pero, ya que no lo harás —se burló y sacudió la cabeza— al menos ve a ganarte
este trabajo. No te lo voy a conseguir. Solamente soy el pajarito guapo e inteligente que
deja caer una bonita información en tu regazo. Puedes hacer lo que quieras con ella.
Ava respiró profundamente y bajó la mirada. Luego miró el boceto que había
dibujado esa mañana. Tenía millones más como él. Y Geoffrey no quiso endulzar su
opinión sobre sus diseños. Más de una vez había examinado lo que ella había preparado
para una habitación y había levantado una ceja perfectamente cuidada mientras decía:
—Puedes hacerlo mejor.
Golpeó sus uñas pintadas de rojo sobre el mostrador y levantó la vista.
—Tengo que ir.
—Tienes que ir —repitieron juntos Collin y Geoffrey.
—Yo sería genial en este trabajo. —El rostro de Ava adoptó un ceño decidido.
—De acuerdo —dijo Geoffrey—. Ya es suficiente. Tú sabes que eres buena,
nosotros sabemos que eres buena... vete ya.
Ava se río. Sí, Geoffrey no endulzaba nada. Saltó del taburete, se puso de
puntillas para darle a Geoffrey un beso en la mejilla y luego corrió alrededor de la isla
para hacer lo mismo con Collin, que inclinó su metro ochenta para que ella pudiera
acceder a él.
Con sus dos mejores amigos mirándola fijamente, Ava corrió a su habitación
para ponerse el mejor traje de profesional creativo que pudo confeccionar en diez
minutos, y en doce estaba saliendo por la puerta con su laptop, sus bocetos y su
currículum en la mano.
—No tengo tiempo para esto —gruñó Hendricks Cole para sí mismo, sonando
como un viejo Scrooge en lugar del joven soltero que era, mientras revisaba una
construcción de primavera para un ejecutivo que buscaba retirarse al norte de
Minnesota.
Quería dejar los papeles. Deslizarlos hasta el borde y olvidarse de ellos hasta
enero. Tenía asuntos más importantes de los que debía ocuparse.
Hendricks observó un elegante sobre negro colocado ordenadamente en un
organizador de archivos en el lado de la mesa que le correspondía.
En lugar de poner los ojos en blanco o suspirar, porque él nunca suspiraba,
respiró profundamente y se centró en la tarea que tenía entre manos. Había una
habilidad y una determinación especiales en dar a los trabajos que no te entusiasmaban
su debido tiempo y atención. Y, si algo era Hendricks, era decidido y detallista. Así es
como había llegado hasta donde estaba.
Por reflejo, echó un vistazo a la mesa auxiliar cercana a la puerta, donde Matilda
había apilado con orgullo varios ejemplares de la revista Midwest Architect, en la que
había aparecido el mes pasado en el reportaje “The Midwest's Best Architects Under 404”.
Con una sensación de determinación, Hendricks volvió a mirar su trabajo.
Durante treinta minutos, Hendricks revisó los metros cuadrados y las distancias
entre los elementos más importantes del que pronto sería un castillo junto al lago.
Luego, mientras empezaba a hacer actualizaciones en su laptop, empezó a cantar
despreocupadamente la melodía que llegaba desde el exterior de la puerta de su oficina.
—...Soñando con una Navidad blanca... —Hendricks detuvo su zumbido a mitad
de la palabra y parpadeó— ¿Qué demo…?
—¿Señor Cole? —Matilda Gregory llamó a la puerta una vez, como había
aprendido a hacer años atrás cuando había empezado a trabajar para un joven
Hendricks Cole, y luego entró sin su permiso.
Matilda levantó la vista de su pila de expedientes y de su agenda. Ella no cedía
ni un ápice, pero eso nunca lo detuvo.
—¿Estás escuchando música navideña? —La pregunta tenía la intención de
regañar, aunque Hendricks sabía que no debía reprender a su infinitamente capaz
4
The Midwest's Best Architects Under 40: Los mejores Arquitectos del medio oeste menores de 40 en
español. Medio oeste de Estados Unidos.
asistente, pero no podía ocultar su tono acusador. Pero, aun así, eso nunca le impidió
demostrar que el ruido de fondo, especialmente el terrible sonido de la música
navideña que siempre parecía esforzarse demasiado, no ayudaba a la productividad.
Un minuto estabas concentrado y al siguiente te distraías y canalizabas una pésima
versión de Bing Crosby5.
Matilda se sentó en la silla de la izquierda. Algo que venía haciendo desde que
sustituyeron las viejas sillas. Otros “clientes” entraban y se sentaban en la silla de la
derecha, así que ella se acomodaba en la de la izquierda. Le encantaba. Entonces habló.
—Buenos días a usted también, Señor Cole. Aunque no se haya dado cuenta, se
acerca la Navidad. La mayoría de la gente suele disfrutar de las fiestas. Mirar las luces,
beber chocolate caliente, tomar una buena copa de ponche de huevo, recortar el árbol,
dar paseos por la nieve. ¿Le resulta familiar?
Hendricks levantó la frente lo suficiente para que Matilda viera su calculado
humor.
—Me es familiar. La cosa blanca de fuera, ¿verdad? Por cierto, tu pregunta tiene
tanto sarcasmo como esa música navideña tiene alegría. Ahora, ¿tienes alguna novedad
para mí? O, ¿cantamos villancicos juntos?
Matilda sonrió.
—¡Bueno, déjeme ir a buscar mi radio!
—¡Para! —Henricks levantó una mano firme—. Detente. Actualiza, por favor.
Por el amor de Dios, solamente la actualización.
—Pensé que diría eso. —Matilda esbozó una sonrisa de satisfacción—. No voy a
aburrirle con detalles insignificantes, así que iremos al grano.
Matilda esperó a que Hendricks asintiera.
—Camryn Wren. —Matilda esperó para dejar que el nombre de la famosa
escritora, productora y directora de cine se asentara—. Ha entrado en la lista final.
Matilda seguía hablando a través del asentimiento de Hendricks. Sabía que era
demasiado bueno para no entrar en la lista final de arquitectos para diseñar su casa de
retiro. Un retiro en el bosque a las afueras de la ciudad. Había hecho su trabajo en Los
Ángeles y ahora se mudaba a casa para disfrutar de un ambiente más tranquilo, o eso
es lo que él había oído.
—Estará en la ciudad a partir de la semana que viene, y su asistente llamará para
programar reuniones con los de la lista. Con usted. Prepárese.
—Siempre estoy listo. —Hendricks se frotó las manos, haciéndolas girar
lentamente, mientras salivaba por mover ese sobre negro al primer lugar de su lista de
prioridades.
—Lo que me lleva al segundo tema. No ha aprobado ninguno de mis reemplazos
5
Bing Crosby: Cantante y actor estadounidense con un repertorio de canciones navideñas.
sugeridos.
Hendricks se permitió un raro suspiro. No tenía tiempo para ocuparse de un
nuevo asistente. Y pensó que tal vez, al final, Matilda no se iría.
—El próximo lunes voy a estar disfrutando de una copa en la playa con mi
marido. Tiene que acordar un reemplazo.
—Los candidatos que me trajiste no tenían las habilidades necesarias para hacer
el trabajo. —Ni siquiera había querido abrir el expediente de las posibles nuevas
contrataciones, pero fue minucioso. Eso incluía la revisión de los currículos de los
posibles asistentes que sabía que no iba a contratar.
Matilda se puso de pie.
—Entonces voy a contratar a la próxima persona que entre por esa puerta.
—Espera... no. —Hendricks bajó la cabeza y señaló la puerta.
Henricks esperó diez segundos para aclarar su mente mientras intentaba
bloquear la música navideña que Matilda había puesto en marcha al volver a su
escritorio. Luego se volvió hacia el precioso sobre negro de su organizador de archivos.
Justo cuando lo cogió, escuchó el sofisticado timbre de la puerta de su despacho
que le indicaba que había un invitado en su edificio. Escuchó cómo Matilda saludaba al
visitante como lo hacía habitualmente, con un agradable:
—Bienvenida a Hendricks Cole Architecture. ¿En qué puedo ayudarle hoy?
Cuando Hendricks escuchó la suave voz y las palabras que pronunció, su
atención se desvió de la carpeta y miró hacia la puerta.
—Hola, mi nombre es Ava Brown. Vengo a hablar con usted sobre el puesto
vacante de asistente.
¿En qué estaba pensando Matilda?
Obviamente, la mujer de piernas largas que había contratado sin su permiso era
inadecuada en el mejor de los casos. Y, aunque había evitado con éxito hablar con la tal
Ava Brown la semana anterior mientras Matilda la entrenaba, eso no significaba que
echara de menos su exótica feminidad, o su evidente disfrute de la Navidad. Ella gritaba
la misma mierda alegre que Matilda.
No tenía tiempo para la ineptitud, las mujeres hermosas o la distracción de la
temporada navideña.
Hendricks se preparó para entrar en su masculino edificio de oficinas. Cerró los
ojos para liberar su mente de la taza de vacaciones en la que había pedido
específicamente no recibir su café esa mañana. Intentó resistir el impulso de despedir
a su asistente antes de tener una conversación real con ella. Y, sobre todo, concentrarse
en su máxima prioridad: ganar el negocio de Camryn Wren.
El aliento limpiador llenó sus pulmones y luego salió en un gruñido. Al parecer,
su mente no estaba satisfecha con su ritual de limpieza. Pero el cuerpo de Hendricks
tiró de la manija de la puerta de todos modos para poder entrar en su edificio de
oficinas.
Un paso dentro y se detuvo. Ya estaba sonando esa espantosa música navideña.
Bueno, tendría que poner fin a eso de inmediato. No tiene sentido prolongar la
lección. Matilda debería haberlo sabido.
—¿Matilda? —Hendricks habló mientras levantaba la vista de su teléfono. Pero
en lugar de ver a su veterana y dedicada asistente, unos ojos marrones y una ondulada
melena morena ocupaban su lugar.
Hendricks vio cómo Ava Brown se levantaba de su silla y se ponía de pie en su
presencia.
¿Acaba de hacer una reverencia? Hendricks negó con la cabeza.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Dónde está Matilda?
Ava no se inmutó.
—Buenos días, Señor Cole. Matilda está en St. Thomas o de camino allá. Como
sabe, su último día fue el viernes. Soy su reemplazo, Ava Brown. Puede que se haya
fijado en mí en algún momento de la última semana...
Hendricks observó a Ava moverse por su escritorio y tuvo que evitar que sus
ojos miraran hacia abajo. Si algo era, era un profesional. No había ninguna mujer en el
mundo que pudiera distraerle de su primera prioridad: su trabajo.
—Aquí está su horario para el día. Se lo he enviado por correo electrónico y le
he imprimido una copia —comenzó Ava—. Me he tomado la libertad de traer mi tarjeta
de visita. Después de un breve informe sobre usted, supuse que querría investigar más
mi currículum. Todo lo que necesita saber lo puedes encontrar en mi página web.
Hendricks vio cómo sus ojos se clavaban en él. No vacilaron ni una sola vez. Ella
lo distraía. Quería gemir. Pero todo lo que tenía que hacer era pasar la temporada y
luego recuperar los pies para reevaluar la situación.
—Puede colocarlo en mi escritorio. —Desgraciadamente, la instrucción le salió
más denigrante de lo que pretendía. Entonces observó cómo Ava retiraba los papeles
hacia su cuerpo y su perfecta postura.
—Señor Cole. Pondré esto en su escritorio hoy y en adelante, si es así como desea
que le comunique su agenda. Pero no se equivoque, no soy su sirvienta. Si quiere uno
de esos, contrate a un mayordomo. Tengo demasiados títulos, demasiados elogios de
clientes satisfechos y un falso despido de una jefa amenazado en mi haber como para
que me hablen como si fuera la ayuda. Así que, o me usa en su beneficio o me despide
hoy mismo. Pero, desde mi punto de vista, me necesita. Ahora —Ava se giró y se colocó
frente a su silla detrás del antiguo escritorio de Matilda y continuó—, a menos que haya
algo más que necesite antes de nuestra actualización de las nueve, tengo mucho que
hacer.
Hendricks parpadeó. En cualquier otra circunstancia, la habría despedido
inmediatamente. Pero, y le dolía pensarlo, ella tenía razón. Era terco y testarudo, pero
no era un imbécil, a propósito. Aunque sospechaba que mucha gente suponía que lo era
porque tendía a saltarse las formalidades innecesarias.
En cambio, asintió con severidad y pasó junto a ella de camino a su despacho.
—Oh, ¿y Señor Cole? —Hendricks se detuvo sin girar.
—Matilda me instruyó para que rechazara cualquier petición de bajar o apagar
la música navideña.
Hendricks cerró los ojos.
—Aparentemente —continuó Ava— pensó que era bueno para su falta de
compasión y su comportamiento jovial en general.
En su camino a casa, Hendricks evitó a los cantantes de villancicos que sabía que
rondarían por la esquina de la Cuarta y Washington. También tomó nota mental de
recordar su taza de viajero para que los tostadores del tramo de la calle Tercera no le
dieran una de sus monstruosidades de taza roja navideña al día siguiente.
Y, además del vaso de papel, necesitaría que su café se mantuviera caliente y
cumpliera su función de mantenerlo despierto para poder estudiar a su posible nuevo
cliente, Camryn Wren. A Hendricks le dolía pensar que no había hecho la debida
diligencia, pero cuando Ava Brown acudió a él con una carpeta de especificaciones
sobre el famoso productor y director, se dio cuenta de que no había hecho lo suficiente.
Ahora, lo único más irritante que Ava demostrando su utilidad en la primera
hora de su día juntos era que él iba a tener que hacer algo que nunca pensó que tendría
que hacer para entender realmente a su cliente: ver películas románticas. Y películas
románticas de Navidad, si quería las buenas, según Ava.
Hendricks dio un sorbo a su café mientras esperaba que el semáforo cambiara
para poder cruzar la calle y entrar en el ascensor privado que le llevaría al ático. Ni
siquiera se dio cuenta de la nieve que caía mientras pensaba en su conversación con
Ava. Le había preguntado directamente si era una fanática o si había hecho una semana
de investigación sobre la señora Wren durante el fin de semana de dos días.
Sacudió la cabeza. Ava incluso había dibujado algunos de los decorados de las
películas más famosas de Camryn para inspirarse. Y, no solamente eso, había rastreado
la dirección de su casa de California y de alguna manera había conseguido los planos.
Cuando tres personas se cruzaron con él en su camino a casa a través de la nieve
que caía, Hendricks se dio cuenta de que tenía la señal de marcha. Naturalmente, eso
no hizo más que agitarlo aún más.
Al cabo de diez minutos, Hendricks estaba en el ascensor, dentro de su
penthouse6, había pedido la cena a domicilio y estaba sentado en el sofá con una cerveza
porter7 en la mano y el control de la televisión en la otra.
Para animarse, Hendricks dio un largo sorbo y luego pulsó OK en el control.
—No puedo creer que esté haciendo esto. —Hendricks se quedó mirando la
primera recomendación de película que Ava le había hecho—. Una maldita película de
Navidad.
Después de tres películas, quince páginas de notas y dos rondas de comida china
para llevar, Hendricks se dio cuenta de que era la una de la madrugada. Normalmente
era estricto en cuanto a su hora de acostarse a las diez y media, pero esto era
importante. Tenía que entender a Camryn.
Desgraciadamente, además de algunos puntos clave, se dio cuenta de tres
detalles vitales: Uno, que nunca podría ver estas películas con otra persona porque
había llorado dos veces. Dos, la Navidad salía prácticamente a borbotones de la pantalla
de su televisor en cada momento, en cada plano, diablos, incluso cada tema subyacente
tenía un toque de folclore navideño. Y tres, cada película se centraba en una premisa
básica: marido y mujer.
La Señora Wren era por y para la familia.
Hendricks se recostó en su sofá de cuero y se frotó el rostro, luego miró a su
alrededor desde la posición de descanso. Sus ojos se movieron de la cocina al comedor
adjunto, y luego volvieron al salón donde estaba sentado. Estaba vacío. Las habitaciones
estaban completamente vacías. Desprovistas de fotos familiares, desprovistas de la
Navidad, y definitivamente desprovistas de una esposa.
Y vivía aquí.
Entonces se preguntó qué pensaría Camryn de la casa que había construido a las
afueras de la ciudad. La casa de campo que se asentaba en un par de docenas de acres
y que también era escasa de cualquier decoración en mente. Tenía lo necesario. Cama,
sofá, sillón reclinable, mesa, sillas... porque venían en un juego.
Pero él no era esa persona, ¿verdad? No, no lo era. Era el hombre de negocios de
la arquitectura orientada al detalle que tenía un ojo que algunas personas solamente
podían soñar.
Si quisiera frivolizar... necesitaría una esposa.
6
Penthouse: Espacio habitable directamente debajo de la azotea de un edificio. Usualmente son los más
lujosos y exclusivos.
7
Porter: Estilo de cerveza oscura desarrollado en Londres a partir de cebada malteada café.
No era la primera vez en esa temporada que Ava entraba en la cálida decoración
invernal que había planeado y ejecutado a la perfección en el salón de sus mejores
amigos. Las grandes velas verde bosque que ardían en la chimenea, la gruesa guirnalda
salpicada de piñas de canela que cubría el fondo y el árbol de Navidad vestido con
decadentes luces blancas resultaban acogedores y magníficos.
Ni siquiera era la primera vez que se cruzaba con Geoffrey y Collin compartiendo
una cena íntima sobre la otomana8 de hierro y cuero que ella había adornado con libros
antiguos de Navidad.
Pero fue la primera vez que se cayó por la puerta por el cansancio, y luego se
arrastró hasta el centro de la sala de estar para tumbarse de espaldas al público que, en
su mayoría, se limitó a observar todo lo que sucedía. Ambos siguieron dando sorbos a
sus bebidas y esperando. Ninguno de los dos parecía pensar que lo que acababa de
ocurrir era algo fuera de lo normal. O, si lo hacían, no lo demostraban.
—¿Te importa explicarte? —dijo Geoffrey, finalmente.
Ava levantó un dedo, indicando que necesitaba un minuto más para
recomponerse.
Mientras miraba a través de la parte inferior del árbol de Navidad, trató de
reconstruir exactamente cómo se sentía y qué estaba pasando con su nuevo trabajo. Y
después de un momento, se dio cuenta: la verdad era un lugar tenebroso y aterrador
donde las Navidades no existían.
Ava se levantó para apoyarse en los codos. Miró a su alrededor por un momento
y luego suspiró.
—Realmente se ve espectacular aquí. Esta habitación se merece un reportaje
propio sobre las vacaciones. Tengo que hacer otro blog sobre ella.
Cuando sus ojos hicieron contacto con Geoffrey y Collin, parpadearon.
—¿De eso se trataba todo el teatro? —Collin sonrió—. Por un momento pensé
que ibas a decirnos que te habían despedido.
—No, no —dijo Ava—. No te preocupes. Creo que eso viene. ¿Y la teatralidad?
Difícilmente se puede llamar teatralidad a lo que acabo de hacer. —Ava señaló hacia
Geoffrey, que abrió los ojos con miedo—. Lo hace cuando no consigue ver los avances
8
Otomana: Tipo de sofá que tiene generalmente cabeza pero no parte posterior, o ninguna de las dos.
Es acolchonado y no cuenta con respaldo.
del episodio de la semana que viene de Survivor9.
—¿De verdad? —preguntó Geoffrey.
Ava sonrió.
—¿Qué parte, cariño?
—Muy gracioso —dijo Geoffrey—. Que te despidan. Obviamente. Volveremos a
ese otro comentario más tarde.
—Bien. Tengo un problema o problemas. En plural.
Collin empezó a moverse.
—Voy a poner un poco de chocolate caliente para ti. Sigue hablando.
—El primer problema es que me encanta lo que hago.
—Querida, eso no es un problema.
—Es cuando pienso que el Señor Grinch Sexy Estoico y Gruñón está tratando de
encontrar una excusa para despedirme. Deberías haber visto la lista de tareas que me
dio para cumplir hoy.
—No lo entiendo. —Geoffrey tomó un sorbo de su vino.
—Piensa en Miranda Priestly de Devil’s Wear Prada10. Pero peor. —Se aprecia el
jadeo de Geoffrey.
—Dímelo a mí —aceptó Ava—. No hay manera de que alguien haya terminado
los encargos.
—Entonces, ¿no terminaste? —preguntó Collin mientras le entregaba a Ava un
chocolate caliente en su taza con cabeza de reno.
Ella apreciaba la taza más de lo que él sabía. Sobre todo, porque Geoffrey
determinó que era una pieza demasiado infantil para tenerla en su lujosa y sofisticada
morada navideña. Pero también significaba que habían encontrado su alijo de artículos
navideños no aprobados que utilizaba cuando estaban fuera de casa. Se preguntó si
habrían encontrado las tazas de cristal con forma de cuerno que utilizaba para el
ponche de huevo.
—Sí, lo hicimos —respondió Geoffrey a la pregunta no formulada de Ava—.
Ahora, por favor, continúa.
—Terminé todos menos uno. Una reserva para cenar en The Rail. Ese nuevo y
fabuloso restaurante del centro.
—¿El que siempre está reservado tres meses... porque solamente reservan hasta
tres meses?
—Ese mismo. —Ava negó con la cabeza tras dar un sorbo a su cremoso chocolate
caliente—. Sin embargo, es el lugar perfecto. Prácticamente grita Navidad con su
9
Survivor: Programa de tv.
10
Devil’s Waer Prada: Película del 2006 que el título en Latinoamérica es El Diablo Viste a la Moda.
encanto del viejo mundo. Es como tomar un tren de invierno hacia algún lugar frío para
las fiestas. Me hace pensar en Bing Crosby en White Christmas11. —Ava se permitió
soñar despierta durante un minuto antes de volver a su historia—. De todos modos, allí
es donde Hendricks quiere reunirse con Carolyn Wren para una cena de presentación.
—¿Carolyn Wren? ¿Como en The Heart of My Christmas12, Carolyn Wren? —
Geoffrey preguntó.
—La misma.
—Oh, querida.
—Puedes repetirlo. —Ava se sentó y cruzó las piernas, luego tomó otro sorbo—
. No puedo perder este trabajo. Los beneficios podrían significar la diferencia entre un
cliente emocionado o convertirse en un nombre conocido. Podría significar no tener
que vivir de un trabajo a otro. Y —Ava sintió que había que repetirlo— todo lo que he
hecho hoy lo he disfrutado. El Señor Grinch Sexy y Gruñón pensó que me estaba
agobiando, pero sinceramente, puse algunas canciones alegres de las fiestas y tuve uno
de los mejores días. Quiero decir, estoy cansada como un perro, pero, aun así, fue lo
mejor. —Ava dejó caer la cabeza sobre su puño—. Oh, bueno, me alegro de tener un día.
—¿Por qué no te hago una reserva cuando sepas la fecha? —preguntó Collin.
Ava dirigió sus ojos a Collin.
—¿Puedes conseguir una reserva en The Rail?
Collin se encogió de hombros mientras movía los ojos de una cara incrédula a
otra.
—¿Qué? Quiero decir, por supuesto. A la chef le encantan los Wild. Ella y su
marido siempre tienen boletos para la temporada. Nos han dicho que les llamemos
cuando queramos una mesa.
—Bueno, estaré muy agradecida. —Ava se quedó mirando un momento antes
de que se le iluminara el rostro—. No puedo esperar a ver las hermosas y bien
cinceladas líneas de incredulidad en el rostro de Hendricks Cole. Algunas cosas
merecen tanto la pena, ¿verdad?
Satisfecha, Ava dio un gran trago al chocolate caliente, y luego extendió su
cabeza de ciervo.
—De hecho, deberíamos celebrarlo. Pediré otra ronda al mesero.
11
White Christmas: Película de 1954 protagonizada por Bing Crosby.
12
The Heart of My Christmas: El Corazón de mi Navidad en español.
—¿Qué es eso? —preguntó Robert Lundquist, abogado y amigo de Hendricks
desde hace mucho tiempo—. Esa mirada en tu cara. ¿Estás frunciendo el ceño o
sonriendo? ¿O tal vez las dos cosas?
Hendricks observó cómo su amigo se inclinaba hacia atrás para contemplar su
aspecto. Y, como Hendricks no sabía cómo decir lo que pensaba, lo dejó.
—¿Sabes dónde lo he visto? —Robert continuó—. Mi hija vio anoche El Grinch.
Esa mueca espeluznante que pone el Grinch cuando decide que va a robar la Navidad.
Cole, ¿piensas robar la Navidad?
Hendricks sonrió por la forma en que su amigo siempre se había dirigido a él,
solamente por el apellido, y se inclinó hacia delante. También podría lanzarse de
inmediato. Hendricks no era de los que pierden el tiempo, no tenía sentido empezar
ahora.
—¿Has escrito alguna vez un contrato para... digamos... una mujer? —Hendricks
trató de elegir sus palabras con cuidado.
A Robert no le pillaban desprevenido a menudo, pero mientras Hendricks
observaba cómo su amigo parpadeaba sin palabras ante su pregunta, se dio cuenta de
que había dejado perplejo a uno de los hombres más inteligentes que conocía.
—Sabes que… —empezó Robert— Cincuenta sombras de Gray es ficción,
¿verdad? La vida no funciona así. Y amigo, no tenía ni idea de que te gustaba...
Hendricks levantó rápidamente una mano para detener a Robert.
—¡No! No. —Sacudió la cabeza. Luego murmuró para sí mismo—: Quizá irse por
las ramas haya sido una mala idea.
Robert asintió.
—De acuerdo. Tal vez me digas exactamente lo que necesitas, y reevaluaré mi
necesidad de ofrecerte un terapeuta.
Hendricks sonrió.
—Necesito una esposa. Solamente para las vacaciones. Una actriz, tal vez. Pero
no una famosa, porque eso podría ser... contraproducente. Solamente hasta diciembre.
Por supuesto, le pagaría por su tiempo. —Hendricks cruzó las manos y las apoyó en su
escritorio—. ¿Es algo que podrías redactar para mí?
—Umm. —La contemplación de Robert fue larga. Probablemente porque nunca
antes le habían pedido un contrato para una esposa. Entonces Robert sacudió la
cabeza—. Lo siento, tengo que preguntar. ¿Acabas de preguntar si puedo escribirte un
contrato para una esposa?
—Sí. —Hendricks estaba tan serio como el frío del día.
—Vaya. No estás bromeando. ¿Se me permite preguntar por qué?
—Estoy en la carrera para ser el arquitecto de la nueva casa de Camryn Wren en
Minnesota.
—¿La chica del romance navideño?
—La misma.
—Eso sí tiene sentido —dijo finalmente Robert.
—¿Por qué tiene eso sentido? —Hendricks estrechó las cejas.
Robert se río.
—Bueno, no te habría creído si me hubieras dicho, amor.
La llamada a la puerta y la rápida entrada de Ava hicieron que los dos hombres
se pellizcaran los labios y la miraran fijamente.
Hendricks quería irritarse y cuestionar la interrupción. Sin embargo, lo único en
lo que podía pensar era en el ligero aroma a nieve y arándanos y en lo fácil que les
resultaba a él y a Robert mirar hacia la puerta, ya que ambos estaban inclinados hacia
ella.
—Señor Cole —dijo Ava—. Tengo una llamada urgente para usted.
A Hendricks no le pasó desapercibido el intrigante levantamiento de cejas de
Robert al ver a su nueva y hermosa asistente. Pero sabía que Robert estaba más
fascinado con una mujer que estaba dispuesta a entrar en el despacho de Hendricks sin
ser invitada.
Hendricks ignoró el interés tácito de Robert y envió dagas en dirección a Ava.
—Señorita Brown. Estoy en una reunión.
Ava se puso en posición de firmes y no vaciló.
—Señor Cole, sí, sé que está en una reunión. Soy dueña de su agenda. Y aunque
veo que ha programado esta reunión —Ava asintió y sonrió a Robert en un saludo
informal antes de volverse a Hendricks— sin compartir los detalles conmigo y
obligándome a mover sus otras responsabilidades de las ocho, entiendo que Camryn
Wren tiene prioridad cuando es necesario.
—Cuando sea necesario —confirmó Hendricks.
—Bien —aceptó Ava—. Entonces, ¿le parece necesario que esté al teléfono en
este momento pidiendo hablar con usted?
Hendricks se resistió.
—¿Camryn Wren está al teléfono ahora mismo?
—Sí, Señor Cole. Me pidió que me pusiera en contacto con ella para intentar
programar una reunión para cenar en la lista que me proporcionó ayer.
—¿Y no le pareció importante empezar por el motivo de su interrupción? —
Hendricks no quería ponerse a la defensiva, pero su orgullo había recibido un ligero
golpe.
Ava miró a Robert, que parecía estar más satisfecho con la conversación que
estaba presenciando que con cualquier otra cosa en el mundo.
—No sabía con quién había programado la reunión. Por lo que sé, podría ser su
competencia. Parece lo suficientemente hábil como para robarle los clientes. —Ava
volvió a mirar a Hendricks, pero no antes de ofrecer a Robert un guiño amistoso, que él
pareció apreciar.
Hendricks no tenía palabras y, afortunadamente, no quería hacer esperar a
Camryn.
—Pásamela. —Ava ofreció su más dulce sonrisa de satisfacción y añadió—: Por
favor, hazle saber a la señora Wren que The Rail está disponible cualquier noche que le
venga bien.
Entonces, Ava volvió a cruzar la puerta.
Hendricks ignoró a Robert mientras se reía y continuaba con Camryn Wren.
Hicieron planes para cenar el miércoles y, con suerte, Hendricks podría mostrar su
talento... y una esposa.
Cuando la llamada terminó y Hendricks colgó, Robert sonrió.
—Vaya, Señor Cole, no tenía ni idea de que le gustara tanto la Navidad.
—Cállate. —A Hendricks no le gusta poner una fachada falsa, pero admitió que
tendría que poner la Navidad a tope si tenía alguna posibilidad de conseguir un acuerdo
con gente como Camryn Wren.
—No la contrataste, ¿verdad? —preguntó Robert, cambiando de tema y
señalando hacia la puerta con una rápida inclinación de cabeza.
—No.
—Ya decía yo.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Hendricks.
—Tienes una tendencia a no contratar mujeres hermosas.
—No me había dado cuenta. —Hendricks mintió para mantener la apariencia.
Pero, en su defensa, no sabía que Matilda había contratado a Ava hasta que ya estaba
contratada. Porque él definitivamente habría puesto fin a esto.
—Claro que no. De todos modos, yo sería capaz de montar algo que te sirviera.
—Robert se inclinó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas, interesado en cómo
resultaría este proyecto de Hendricks—. Necesitarás a alguien bien versado en la
industria.
—Lo sé —aceptó Hendricks.
—Tendrá que conocer tu trabajo personal y las citas que tienes.
Hendricks se echó hacia atrás y se cruzó de brazos, viendo a dónde conducía la
conversación.
—¿Y? —preguntó.
Robert reflejó los movimientos de su amigo, pero añadió un inocente
encogimiento de hombros.
—Me parece que tienes una opción viable justo delante de tu puerta. Me gusta.
—Por supuesto que te gusta. Es inteligente y te guiñó el ojo.
—Bueno, al menos has admitido que crees que es inteligente. Ya has evitado la
mitad de las batallas que tendrán como pareja casada. —Robert se levantó de su
asiento—. A pesar de lo fascinado que estoy por todo... esto. Tengo un trabajo de día.
Hazme saber lo que necesitas cuando lo necesites.
—Si lo necesito.
—Ajá. —Robert se dirigió a la puerta, la abrió y sonrió al escuchar la música
navideña que salía del escritorio de Ava—. Y a ella le gusta la Navidad. ¿Qué podría salir
mal?
Hendricks se quedó mirando detrás de Robert y escuchó cómo charlaba un rato
con Ava antes de salir.
¿Qué podría salir mal? Pensó.
En el peor de los casos, se quedaría sin asistente. Todos sus trabajos actuales
sufrirían un duro golpe y lo más probable es que terminaran con retraso. Y perdería el
proyecto de Carolyn Wren.
Pero a Hendricks le brillaron los ojos. También podía salir bien. Y no llegó a
donde está hoy jugando a lo seguro. Ha sido un arriesgado hasta la médula.
Una esposa era arriesgada, pero podía ser bueno siendo un señor con una
señora. Era lo mismo que cualquier otro trabajo que aceptara. Si estudiaba lo suficiente,
prestaba atención a los detalles y aprendía todo lo que podía sobre su objetivo,
resultaría como todas sus otras conquistas.
Ahora decidido, Hendricks se apartó de su escritorio, se desenrolló las mangas
de su camisa de trabajo y se puso el traje y las chaquetas de invierno. Por lo que a él
respecta, era hora de estudiar.
Cuando salió de su despacho, Ava estaba pegada al monitor de su computadora
y parecía fascinada con lo que estaba leyendo. Hendricks escuchó el zumbido de la
música navideña de fondo, pero no pareció inquietar a Ava en lo más mínimo. Se limitó
a mover sus tacones rojos al ritmo de la música y a hacer su propia versión del estudio.
Hendricks no podía creerlo, pero lo primero que pensó al ver sus zapatos fue en
la señora Clause.
Lo cual era divertidísimo, teniendo en cuenta que la mujer era larga, delgada,
morena y nada en ella parecía suave. Pero parecía tener un don para la Navidad.
Se aclaró la garganta, esperando distraer a Ava para que se diera la vuelta.
Cuando ella no se inmutó y mantuvo su ritmo de lectura, lo intentó de nuevo.
—Le he llenado el refrigerador de agua por si se atraganta con algo. —La
atención de Ava seguía sin flaquear. Solamente dijo las palabras y continuó con su
trabajo.
Impresionante.
Si no estuviera tan empeñado en considerarla una molestia necesaria, la habría
apreciado. Pero supuso que tendría que aprender a llevarse bien con ella si pretendía
convertirla en su esposa.
Aunque tenía que admitir que estaba satisfecho con lo atractiva que le parecía
Ava. Al fin y al cabo, un marido debería encontrar a su mujer hermosa, por dentro y por
fuera.
—Lo siento —dijo Hendricks entrecortadamente. Al parecer, era lo único que
necesitaba decir para conseguir la atención de Ava. La forma en que ella se volvió
lentamente para mirarlo lo hizo cambiar. Y él nunca se movía.
Hendricks se preguntaba si realmente no había pedido perdón.
Con sus grandes ojos marrones mirándole fijamente, se aclaró la garganta de
nuevo.
—Me voy a ir por el día. Si no le importa cambiar las reuniones que pueda a la
semana que viene, se lo agradecería. Y, gracias.
Hendricks observó cómo Ava empezaba a hablar, pero lo único que podía hacer
su bonita boca era abrirse y cerrarse.
Y así, sin más, lo había hecho. Ella se quedó sin palabras. Tendría que recordarlo
para cuando estuvieran casados y quisiera que ella dejara de hablar. Anotado. Los
cumplidos cierran bocas.
Lo único que hizo Hendricks durante el resto del día, además de un rápido viaje
a la licorería para invertir en su primera botella de ponche de huevo, fue sentarse en
casa con su cuaderno y sus materiales de estudio.
Como pensó que era lo que habría hecho Ava, puso música navideña y luego
dedicó el resto de la tarde a aprender sobre Ava Brown. Sacó el sitio web y las páginas
de las redes sociales de Ava, así como una copia impresa de todo el portafolio de Ava y
lo colocó frente a él. Hay que admitir que se desvió cuando se dirigió a las páginas
sociales de Ava. Pero, como haría cualquier profesional, rápidamente reajustó su
enfoque.
Cuando Hendricks se levantó de la mesa de la cocina, ya había oscurecido y el
joven diseñador estaba bien informado.
Estiró los músculos agarrotados y sonrió. No hay nada como un día completo de
trabajo y un plan que va a salir bien.
Es cierto que no era su camino típico hacia el éxito, pero tampoco sabía qué otra
cosa podía hacer.
Era un soltero autoproclamado, y mediático. No había forma de que se ganara el
corazón de una mujer cuyo trabajo era prácticamente hacer que la gente sangrara por
la Navidad y el romance. Así que iba a bombear la Navidad y el romance en su propia
sangre... a partir de mañana.
Pero primero, Hendricks necesitaba que todo estuviera en su sitio. Puede que
fuera un concepto loco al estilo navideño, pero seguía necesitando directrices, líneas de
puntos y alguien que firmara en ambas líneas.
Hendricks tomó su teléfono y se acercó a la ventana. Por un momento,
contempló la ciudad que amaba. Estaba llena de historia, arquitectura, la combinación
de lo antiguo y lo nuevo, y todo ello rodeado de arte y agricultura. Y, aunque Ava nunca
lo creería, le gustaba la nieve. La gente suponía que no lo hacía porque ignoraba las
fiestas. No tenía ninguna razón para hacerlo. Pero la nieve, tal como caía y donde caía,
era su propia estética. Un elemento añadido que llegaba durante la mitad del año para
dar a los habitantes de Minneapolis un paisaje diferente, una arquitectura diferente.
Sí, pensó. Podría sobrevivir a un mes de mimo por la temporada. Era como
cualquier otra tarea. Simplemente requería la atención necesaria.
Hendricks bajó la vista, desbloqueó su teléfono con el pulgar y pulsó el nombre
de Robert.
Cuando Robert contestó, no hubo saludo, solamente una frase cómica pero
tentativa:
—No estoy seguro de estar preparado para escuchar el motivo de la llamada.
—Feliz Navidad a todos. —Las palabras de Hendricks sonaron forzadas y torpes.
¿Había dicho alguna vez esas palabras?
—Sí. Vas a tener que trabajar en tu autenticidad. De todos modos, por mucho
que esté dispuesto a hacer esto por ti, sabes que es una idea terrible, ¿verdad?
Hendricks sonrió a su reflejo en la ventana.
—Ni siquiera sabes para qué te llamo. Podría estar llamando para pedirle la cena
a tu mujer otra vez. O para engañarte en un partido de hockey.
—Habrías llamado a mi mujer para cenar porque no sabe decirte que no como
yo. Y sé de buena fuente que esos gigantes sudorosos en patines están de descanso esta
semana. Aunque, ahora que lo pienso, el equipo de baloncesto más impoluto y pulido
está en la ciudad, ¿quieres ir el viernes?
—Mi equipo gana. —Hendricks no sintió la necesidad de añadir algo más a su
golpe bajo.
—Ouch. Me duele. No hace falta que te pongas agresivo. —Robert suspiró,
soplando una pesada estática a través del teléfono—. ¿Estás seguro de que quieres
hacer esto?
—Mi carrera depende de ello.
—Umm, creo que tu cuenta bancaria de mil millones de dólares podría estar en
desacuerdo contigo.
—No se trata del dinero.
—Bien. Porque tendrás que dar una tonelada de dinero para conseguir que una
mujer acepte hacerte esto. Eres guapo, no tanto como yo, pero tus modales y tu
comportamiento en general son un poco escasos.
—No necesito un sermón sobre modales. Necesito un contrato. —Hendricks
hizo una pausa y luego añadió—: Y soy mucho más guapo. Mucho más simétrico.
—Esa es una buena frase. Deberías usarla con la mujer que engañes para que se
case contigo.
—No la mujer. Ava —aclaró Hendricks—. Ava Brown va a ser mi esposa.
Ava parpadeó ante el mensaje de Hendricks que hizo sonar su teléfono a las
cinco menos cuarto de la mañana. En cualquier otro día, habría sonreído ante las
sombras de los copos de nieve del tamaño de una moneda que caían sobre su techo.
Pero después de leer su petición, estaba nerviosa... y furiosa.
Su primera reacción había sido de irritación y de preguntarse si aquel hombre
loco y arrogante dormía alguna vez. Luego estaba el descaro. Que supusiera que ella
estaría despierta y dispuesta a atender su llamada.
Luego, hubo una rápida inyección de miedo tras releer el texto que solicitaba su
presencia en la oficina a las siete en punto.
Realmente iba a despedirla. ¡Qué valor!
Entonces, la ira se hizo presente.
¡Estaba loco! No solamente porque ella era excelente en su trabajo, sino que qué
tipo de hombre era Hendricks que estaba dispuesto a despedirla solamente porque no
le... ¿qué? ¿No le gustaba?
De ninguna manera.
No iba a dejar que la despidiera. Y le iba a decir todas las razones por las que lo
hacía.
Ava se quitó las sábanas de su bonito pijama navideña, lanzó las piernas por el
borde y se bajó de la cama. A continuación, se dirigió al cuarto de baño adjunto a su
habitación y pulsó el interruptor de la luz. Se miró el rostro durante un rato y luego
sonrió a su reflejo.
—Bueno —se dijo a sí misma—. Si tu plan es demostrar tu talento, podrías
empezar por tu apariencia. No hay nada de malo en lucir y vestir el papel.
Ava se acercó despreocupadamente a su cajón de maquillaje y lo abrió. Sonrió y
sacó la bolsa como si fuera una de las muchas armas de su arsenal. Luego, seleccionó
un lápiz de labios rojo invernal brillante que combinaba perfectamente con su vestido
rojo hasta la rodilla.
Además, no había ninguna razón, si este era, de hecho, su último día, por la que
no debiera salir vestida de rojo navideño. Incluso podría llevar sus pendientes de copos
de nieve.
La mañana seguía transcurriendo perfectamente. Ava se rizó su larga melena, se
vistió y se dirigió a la cocina para tomar su primera taza de café. Mientras lo tomaba,
hizo una lista de todo lo que quería llevar a la reunión. Llevaría su portafolio, una lista
de las reseñas de sus clientes y su tableta para mostrar su sitio web. Iba a demostrarle
a Hendricks que no solamente era excelente como asistente, sino que tenía algo más
que ofrecerle que ser simplemente una profesional de las citas.
Ava asintió a su lista, tomó su taza y le guiñó un ojo al rostro sonrosado de Santa
Claus que aparecía en la parte delantera antes de dirigirse al despacho de Geoffrey.
Según sus cálculos, tenía el tiempo justo para imprimir su portafolio y colocarlo
en una bonita carpeta antes de tener que luchar contra el clima invernal para llegar al
trabajo a las siete.
Ava miró a su alrededor cuando entró. Incluso el despacho había sido víctima de
su destreza decorativa. Las enormes sillas con respaldo de ala estaban vestidas con
mantas de terciopelo verde bosque. El gigantesco cuadro de un ciervo en la pared era
ahora el telón de fondo de una enorme corona de flores adornada con ramitas y piñas.
Y el librero que estaba en la pared opuesta tenía una guirnalda a juego en la parte
superior.
Ava se puso de pie y apreció su trabajo. Era elegante, amaderado, sofisticado y
un poco exagerado. Era perfecto.
Se desplazó alrededor del escritorio en el centro de la sala y encendió su laptop.
Comprobó la hora y vio que solamente le quedaban quince minutos para irse, así que
empezó a moverse un poco más rápido.
De pie, con su vestido rojo de lápiz, se acercó a la impresora y la cargó con papel.
Luego esperó.
—¿Qué está pasando? —Ava se agachó y trató de mirar en la pequeña rendija
donde se cargaba el papel—. ¿Por qué no está imprimiendo?
Golpeó los lados un par de veces y, milagrosamente, cobró vida.
Ava se río.
—¡No puedo creer que haya funcionado! Increíble.
Mientras se imprimían las imágenes de su portafolio, Ava trajo su bolsa de
trabajo de cuero de gran tamaño y comenzó a llenarla. Empezó con su tableta justo
cuando oyó que la impresora emitía un chirrido que le chupaba el alma y luego un ruido
seco antes de quedarse en silencio.
—Oh, no. —El tono dramático de Ava coincidía con lo que sentía. No tenía
tiempo para esto. Tenía que salir de allí.
—Ahora no. De todos los días que eliges para pelearte conmigo, ¿es éste el que
vas a elegir?
Ava volvió a inclinarse ligeramente y trató de ver cuál era el problema. Tenía
que ser un atasco, pero ¿dónde diablos estaba el panel?
Abrió y cerró los millones de compartimentos de la impresora antes de abrir el
frontal. Cuando lo hizo, lo vio. El papel atascado se arrugó, bloqueando su avance.
—Vamos a sacarte de ahí —le dijo Ava a la hoja arrugada mientras tiraba de ella.
¿Cómo es posible que esto esté tan atascado? Ava gruñó mientras sus dedos
trataban de conseguir un mejor agarre.
En el último tirón, el papel se soltó, y con él la bandeja de los cartuchos de tinta.
Antes de que Ava pudiera detener el chorro, unas gotas negras salieron
disparadas del cartucho al salir catapultado de su ranura.
Gritó y trató de bloquearlos, pero era demasiado tarde. La parte delantera de su
vestido estaba salpicada y arruinada. Y no tenía tiempo para cambiarse. No si quería
llegar a tiempo. Y eso era algo que no iba a comprometer.
Ava se congeló con las manos delante de ella y miró hacia abajo.
—Mierda.
—¡Oye!
Ava oyó gritar a Geoffrey desde el fondo del pasillo.
—¿Estás en la oficina? No uses la impresora. Ha estado actuando.
Ava puso los ojos en blanco, y luego se quedó mirando la abertura mientras
Geoffrey aparecía.
—Te has levantado temprano, ¿verdad? Oh, mi Burberry. Está arruinado. —Los
ojos de Geoffrey se encendieron al ver la imagen.
—Tu impresora asesinó mi vestido de navidad de salvación.
Ava todavía no había movido su cuerpo.
—Sí —aceptó Geoffrey—. Sí, lo arruinó.
Ava asintió, tratando de hacer un inventario de sus opciones... y solamente había
dos.
Cambiar y llegar tarde. O irse, y tal vez no ser despedida.
En lo que respecta a Ava, solamente había una opción. Se tomaría un tiempo para
llorar la pérdida de su vestido más tarde.
Ava bajó los brazos.
—¿Es terrible?
Geoffrey se cruzó de brazos sobre su bata de felpa. Lo evaluó durante un par de
segundos y luego asintió una vez.
—Sí. Pareces el mecánico de Santa Claus.
Ava parpadeó.
—No importa —dijo finalmente—. Tengo que irme. Reunión a las siete. No hay
tiempo para cambiarse.
Geoffrey levantó un dedo y empezó a hablar, pero Ava le cortó.
—No, no hay tiempo. No llegaré tarde.
Se puso el abrigo de invierno y las botas de nieve, metió los tacones en el bolso
y se lo echó al hombro.
—¡No me van a despedir hoy! —gritó Ava mientras salía corriendo por la puerta.
Geoffrey se inclinó un poco hacia la izquierda justo a tiempo de ver cómo se
cerraba la puerta tras ella. Suspiró y se dio la vuelta, y luego murmuró:
—Bueno, al final lo verá.
Hendricks había oído a Ava entrar en el despacho solamente unos minutos antes
de la hora prevista para la reunión. Aunque supuso que no podía culparla. Esa mañana,
él le había impuesto la hora de la reunión de las siete de la mañana. Pero por lo que
había visto esa semana, ella podía soportarlo. De lo que no estaba tan seguro era de
cómo iba a manejar lo que él iba a lanzarle a continuación.
Cuando oyó el golpe de la mujer y el clic de la puerta al abrirse, organizó sus
papeles y levantó la vista.
¿Qué demo...?
Lo primero con lo que entraron en contacto sus ojos fue una vista bastante
húmeda del trasero de Ava.
¿Perdió una pelea con Frosty esta mañana?
Luego se giró.
—Ah, eh, señorita Brown. —Hendricks no pudo evitar el asombro y un poco de
humor que le llegó a la voz mientras la tomaba en cuenta. Naturalmente, era hermosa,
pero lo que le había sucedido esa mañana parecía haber sido... duro—. Usted...
Ava lo cortó.
—Llego justo a tiempo, Señor Hendricks. Si desea que llegue temprano, le
agradecería algo más que un aviso de dos horas en la mañana de la reunión. Aunque,
estoy segura de que no quiere perder el tiempo, ya que para lo que me ha llamado esta
mañana debe ser extremadamente importante.
Hendricks contuvo la sonrisa y trató de forzar sus labios en una línea severa a
través de su cara. Asintió y señaló la silla de su derecha, la que ella prefería.
Observó y esperó. Ava asintió a su vez y rodeó la silla para sentarse.
—Como sabe —comenzó Hendricks— lleva una semana conmigo. Encuentro
que su desempeño ha sido...
—¿Excepcional? —ofreció Ava. Luego continuó demostrando su punto, dejando
a Hendricks con la boca abierta a mitad de la frase—. Como sabe, no solamente he
completado todas sus peticiones, sino que he gestionado su calendario, me he puesto al
día con su lista de clientes pasados y presentes, he estudiado y aprendido todos sus
proyectos pasados y presentes, y he prestado al proyecto de Carolyn Wren la atención
abrumadora que merece. Y, también debería saber que su reserva para la cena,
imposible de programar, ha sido programada.
—Nuestra reserva para la cena —dijo Hendricks al ver que Ava se tragaba los
nervios y se preparaba para otra ronda de defensa de su trabajo.
—Sí —confirmó Ava, pareciendo irritada. Como si le restregara el hecho de que
iba a cenar con el famoso director—. Y, antes de seguir con los detalles de esta reunión,
que, seguro que conozco bastante bien la intención, me gustaría dedicar un tiempo a
una entrevista formal. Como usted y yo no pudimos sentarnos a revisar mi currículum,
mi portafolio o las reseñas de mis clientes, me gustaría hacerlo ahora, para que tome
las decisiones más informadas posibles.
Hendricks no pudo evitar sentir que sus últimas palabras debían ser algo así
como Así te sientes una persona terrible cuando me despidas después de saber el talento
que tengo.
Hendricks se preguntó cómo habría ido la reunión si esa hubiera sido realmente
su intención. ¿Se habría entretenido tanto con ella?
Antes de hablar, Hendricks le tendió la mano y luego señaló con la cabeza los
papeles que ella sostenía.
Cuando Ava se dio cuenta de que él se ofrecía a quitárselos, la vio saltar de la
silla y entregarle primero su currículum y luego la cartera.
Los había visto todos. De hecho, probablemente conocía los matices de cada uno
más que ella en este momento. Era uno de los pocos afortunados que podía leer algo,
verlo una vez y recordarlo para siempre.
Hendricks observó la pila de papeles arrugados mientras los colocaba sobre su
escritorio y enarcó una ceja al ver las manchas y salpicaduras de tinta esparcidas sobre
ellos. Luego levantó la vista y evaluó el rostro de Ava. De repente, su aspecto empezaba
a tener un poco más de sentido.
Bueno, si su mañana había sido tan agitada como parecía, no la mantendría en
suspenso.
—¿Señorita Brown?
—¿Sí?
Esta vez, cuando Ava se sentó orgullosa frente a él, aparentemente previendo lo
peor, sí dejó que su labio se moviera.
—Cuando dije 'nuestra', me refería a usted y a mí. Como en nuestra cena. Nos
reuniremos con Carolyn para cenar la próxima semana. —Hendricks sostuvo su mirada
mientras la conmoción se apoderaba del rostro de Ava—. Pero, antes de discutir esos
detalles, hay otro asunto que me gustaría plantear.
Hendricks apartó la pila de papeles de Ava y levantó el contrato que Robert
había redactado para él la noche anterior.
—He examinado su historial laboral y he tomado nota de su capacidad para
realizar excepcionalmente su trabajo aquí. —Hendricks utilizó su palabra para
enfatizar—. No necesito más pruebas de usted en este momento de que será un activo
para mí. Lo que necesito de usted a continuación es que revise este contrato.
Hendricks observó cómo los ojos de Ava iban y venían entre él y las hojas de
papel que le tendía. Mientras lo hacía, empezó a preguntar:
—¿Sabe que tiene...? —Señaló el lado de su cara.
—¿Aretes de copos de nieve puestos? —Ava trató de responder bruscamente,
defendiendo su elección de enfatizar la festividad.
—Ah, claro. —Hendricks cerró la boca, imaginando que ella se daría cuenta en
algún momento—. Aquí tienes.
Ava se inclinó hacia adelante y tomó los papeles.
—Puedes revisarlos ahora. —Luego, ante la mirada de Ava, añadió—: El tiempo
es esencial en este asunto.
Hendricks miró mientras ella empezaba. Observó cómo sus cejas se alzaban.
Luego la oyó susurrar las palabras que leía en voz alta.
—En ella, durante el mes de diciembre, la esposa de un tal Señor Hendricks Cole
tendrá acceso ilimitado a sus comodidades, incluyendo el uso de sus dos casas, su vehículo
y servicio de coche, sus servicios de limpieza, la totalidad de su edificio de oficinas....
Las palabras de Ava se volvieron ininteligibles por un momento, y le dio tiempo
a Hendricks a darse cuenta de que Robert se había puesto en plancha. Como si ella no
hubiera accedido si él no le hubiera regalado el mundo. Se sorprendió de que no le
hubiera echado ningún enchufe navideño. Aunque supuso que podía hacer lo que
quisiera en ese sentido, ya que tendría acceso a toda su vida de todos modos.
—Los deberes se completarán el treinta y uno de diciembre, o cuando se firme un
acuerdo de sociedad única con una tal Carolyn Wren.
La risa que soltó Ava sonó como un ladrido.
—¿Quiere contratar a una esposa en Navidad para fingir que es un hombre de
familia para conseguir el trabajo de Wren?
Hendricks trató de ignorar la aparente comicidad que encontraba en la
situación.
—Señorita Brown, por favor, siga leyendo. —La animó a llegar hasta el final. Si
ahora le parecía divertido, en la penúltima línea se iba a poner histérica.
Ava utilizó su mano libre para taparse la boca mientras seguía leyendo,
parafraseando lo que consumía.
—Debe parecer que viven juntos. Deben vestirse como corresponde. Deben asistir
a los eventos. Se debe hacer hincapié en la Navidad cuando sea posible. No se requiere
intimidad. A veces se requiere una demostración pública de contacto moderado, como
tomarse de la mano. No debe confundir las sutilezas establecidas en el contrato con el
amor. Todas las muestras de amabilidad y actos de amor son únicamente para el
propósito del contrato.
Hendricks observó cómo Ava se divertía más con la frase. Luego llegó al artículo
sobre la compensación. Supuso que ella podría pensar de otra manera, al menos
durante un párrafo.
—¡La esposa recibirá cincuenta mil dólares! —Ava levantó la vista para
asegurarse de leer bien esa parte.
Ante el asentimiento de Hendricks, Ava levantó los papeles y negó con la cabeza.
—¿Va a pagarle a una fulana cincuenta mil dólares para que sea su esposa
durante un mes? Le diría que está loco, pero algo en el fondo de mi mente me dice que,
por el bien de la pobre mujer, debería doblarlo.
Hendricks se echó hacia atrás. No fue la reacción exacta que pensó que iba a
obtener. Cincuenta mil dólares era mucho dinero.
—¿Doble? —preguntó.
Ava bajó la cabeza.
—No grita exactamente marido ejemplar. Le falta felicidad en general. Lo he
llamado literalmente El Grinch con mis compañeros de piso. Tiene una aversión
malsana o un desprecio intencionado por la Navidad. ¿Y cree que una mujer triste y
arrepentida va a subirse al carro por un pago único que va a asegurar que no pueda
pasar las fiestas con su propia familia feliz?
—Bueno —comenzó Hendricks, sin saber qué decir—. No es cualquier mujer. —
Los ojos de Ava se dirigieron de nuevo al contrato.
Lo supo cuando lo vio. Esos mismos ojos oscuros casi se le salieron de la cabeza.
—¡Una señorita Ava Brown confirmará a más tardar el primer viernes de
diciembre! —Ava levantó la cabeza—. ¡Eso es mañana!
Luego la sacudió y se puso de pie, tomándose solamente un momento para dejar
que el detalle se asentara antes de pasearse alrededor de las sillas en forma de ocho.
Hendricks observó en silencio.
Por lo visto, los cincuenta mil dólares eran más efectivos de lo que pensaba su
bella, salpicada y humedecida asistente. A cada paso, veía motas de tinta, y luego, a cada
vuelta, veía los restos de nieve húmeda.
Cuando Ava se detuvo, Hendricks hizo que sus ojos se movieran al rostro.
—¿Quiere que sea su esposa? ¿Por un mes? —Los papeles se agitaban con cada
sílaba.
—Está en la situación única de ser la mujer que mejor me conoce. Es la solución
más lógica en tan poco tiempo.
Las pestañas de Ava se agitaron con incredulidad.
—Hemos tenido literalmente tres conversaciones. Ninguna de las cuales, debo
añadir, ha sido especialmente agradable.
Hendricks sonrió.
—¿Está sonriendo?
—Encuentro divertida su evaluación general de mí. Estoy aprendiendo que no
tiene una buena opinión de mí.
—Tiene la personalidad de un trozo de carbón. Es el regalo que se le da a la gente
cuando se le castiga. —Ava ladeó la cabeza mientras pensaba en el motivo por el que
estaba allí—. O bien, aún no han sido capaces de averiguar exactamente cómo conseguir
lo que quieren, pero eso es mucho menos relevante aquí.
—Bien. Bueno, le aseguro que tan difícil como va a ser para usted encontrarme
atractivo, o en general una persona agradable, va a ser igualmente difícil para mí.
Ava fingió una sonrisa.
—¿Pero está dispuesto a darlo todo para conseguir el trabajo? —Hendricks se
dio cuenta de cómo debía sonar.
¿Por qué le resultaba tan difícil parecer un hombre decente a Ava? ¿O es que
siempre sonaba así y Ava solamente tenía el valor de llamarle la atención?
Probablemente eran ambas cosas. Pero no podía pensar en eso ahora. Solamente
necesitaba que Ava estuviera de acuerdo con esto.
—Me doy cuenta de que me encuentra parecido al Grinch. Pero, tal vez nos
beneficiaría a ambos si se tomara la tarde para revisar el contrato y plantear cualquier
pregunta. Tal vez si yo pudiera ayudar a aclararlo, y usted pudiera tomarse tiempo para
considerar lo que parece ser un copo de nieve de positividad que puede venir de esto,
podría pensar de manera diferente.
Ava se quedó mirando.
—¿Acaba de usar un elemento de invierno como estímulo?
—Lo hice. Lo estoy intentando. —No fue dolor lo que sintió Hendricks cuando lo
dijo. Pero sí sintió que su masculinidad bajaba un par de puntos al referirse al agua
cristalizada que caía del cielo. Que el Señor le ayude.
Hendricks no suspiró, pero con Ava paseando sin cesar ante él, se oyó expresar
un aliento exasperado.
—Mire, este es un proyecto importante para mí y para mi carrera. Espero que
eso se note en la redacción del contrato. Obviamente, no estaría presentando esto a
usted si no sintiera que esto mejoraría significativamente mis oportunidades o si
sintiera que usted no puede hacer el trabajo. ¿Señorita Brown? —Hendricks cruzó las
manos sobre los papeles que ella le había presentado al principio de su reunión—.
Puede que no la haya entrevistado, pero he revisado su historial laboral, su portafolio,
así como a su antiguo empleador. Ayer hablé con algunos de sus anteriores clientes. No
hace falta que me diga que es buena en este trabajo. De hecho —dijo Hendricks con
profesionalidad y sin emoción— está sobre cualificada para este trabajo. Dicho esto, le
conviene. En mi opinión, debería seguir haciéndolo. Ahora, dicho esto, también tengo
la opinión de que debería llevarse ese contrato a casa esta noche, considerarlo y volver
a mí por la mañana con una respuesta después de analizar cuidadosamente todos los
detalles.
Ava se giró y se detuvo. Luego se giró de nuevo, y volvió a detenerse. Finalmente,
antes de salir de su despacho, dijo:
—De acuerdo. —Luego asintió.
—Oh, ¿y Ava?
Se detuvo de nuevo y asomó la cabeza por la puerta.
—Puede que quiera lavarse esa tinta del rostro.
El jadeo de Ava y la imagen de su mano volando hacia su rostro fueron
suficientes para que Hendricks pasara el resto del día con lo que consideraba una
sonrisa muy alegre.
—¡¿Qué estás haciendo?! —Geoffrey preguntó con el toque dramático que
solamente él podía aportar. Luego se inclinó y olió el rostro de Ava—. ¿Estás borracha?
Ava frunció el ceño a la defensiva ante lo que solía ser su término cariñoso
cuando se emborrachaba un poco con su bebida navideña favorita.
—Puede que haya tomado unos cuantos vasos de ponche de huevo esta noche. Y,
aunque no creo que haga falta repetirlo, estoy revisando un contrato para ser la esposa
de un tal señor Hendricks Cole durante el mes de diciembre.
—¡Me encanta!
—Lo odio.
Collin y Geoffrey respondieron simultáneamente con las respuestas exactas que
ella esperaba de ellos. Collin, un creyente en el amor. Geoffrey, siempre un pesimista
cauteloso.
—¡Allí! —Ava señaló a sus amigos—. Eso es exactamente por lo que les he
llamado a casa esta noche.
—Necesito que tú —Ava señaló a Collin— me digas por qué debo hacerlo. —
Luego señaló a Geoffrey, que se estaba sirviendo a sí mismo y a su marido sus propios
vasos de ponche de huevo—. Y necesito que me digas por qué no debo hacerlo.
Cuando el silencio fue demasiado largo para Ava, dijo:
—¿Y bien?
—Es precioso. —Collin fue el primero.
—Esa es la peor razón para hacerlo. —Geoffrey miró a su media naranja.
—Perfecto —dijo Ava, satisfecha de que al final de la noche lo tuvieran todo
resuelto para ella.
Horas más tarde, Ava, Geoffrey y Collin estaban tumbados con las cabezas juntas
en medio del suelo con las luces de la Navidad difuminándose a su alrededor. Y la
botella vacía de ponche de huevo estaba siendo utilizada como énfasis en el último
punto de Geoffrey.
—Así que —dijo mientras levantaba la botella por el cuello— lo que hemos
acordado es: necesitas más dinero.
—Sí —dijeron Ava y Collin al unísono.
—Tienes que poner en escena sus dos casas y utilizarlas para lanzar cualquier
revista o periódico que pueda beneficiar a tu negocio.
—Sí —confirmaron de nuevo—. Finalmente, tienes la lista.
—Sí. —Esta vez sus voces sonaron profundas y absolutas.
Ava se levantó del suelo.
—¿A dónde vas? —preguntó Collin.
Se giró y miró a sus dos mejores amigos, que en realidad eran los dos mejores
caseros y personas que había conocido, y dijo:
—Tengo que hablar con un tipo sobre unas modificaciones del contrato. —
Luego ofreció la sonrisa más escandalosa que sus labios rojos podían hacer.
Geoffrey sonrió mientras enlazaba su brazo con el de Collin al ver que Ava se
estabilizaba y empezaba a caminar hacia su habitación.
—Si no creyera que vas a ejecutar tus tareas de forma impecable, te diría que
vas a ser la peor esposa de la Navidad.
Al día siguiente, Ava no sentía los efectos de la botella de ponche de huevo como
pensaba. Por el contrario, estaba llena de energía.
Puede que Hendricks se beneficie mucho del contrato, pero después de hoy, ella
también lo haría. No había nada malo en aprovechar la oportunidad que Hendricks le
ofrecía. Además, le encantaba la Navidad. Le encantaba decorar. Le encantaba
disfrazarse y salir. Le encantaba hablar de diseño. Le encantaba Carolyn Wren.
De hecho, le encantaba todo lo relacionado con el contrato, excepto tener que
fingir que estaba casada con Hendricks. E incluso entonces, admitía que era el hombre
más guapo que había conocido. Si no hubiera sido tan frío o tan difícil, se habría lanzado
a la oportunidad. En cambio, sopesó sus pros y sus contras con sus amigos hasta la una
de la madrugada.
Pero, independientemente de cómo llegara, la decisión estaba tomada. Incluso
estaba un poco emocionada por ello.
Y, como consideraba que el día era una especie de celebración, Ava optó por un
bonito vestido verde pino con tacones a juego y un collar brillante que recordaba a las
coronas de diamantes. Y, como capa superior, una chaqueta de lana de un bonito color
crema invernal.
Ava se dio una vuelta rápida en el espejo y luego buscó su bolso y la carpeta de
tapa dura en la que había colocado el contrato. Probablemente no lo necesitaba, pero
quería asegurarse de que no se perdiera ninguna de sus marcas y ediciones
manuscritas en las páginas. Sin embargo, tenía la sensación de que todas las partes que
había convocado a la reunión estarían más que dispuestas a adaptarse a la situación.
Afuera, Ava paseó por las calles nevadas y adormecidas hasta la oficina. Era un
raro y cálido día de invierno de treinta grados, y quería aprovecharlo. El cielo matutino
era de un bonito color naranja y púrpura cuando el sol se alzaba sobre la ciudad,
haciendo brillar la nieve de las lámparas, los buzones y los árboles desnudos. Incluso
se tomó un café festivo en la tienda de la esquina de la oficina.
Sin poder evitarlo, Ava puso los ojos en blanco al pasar junto a un Mercedes de
clase G y un Range Rover impoluto.
—Parece que toda la pandilla está aquí —se dijo mientras acunaba su café entre
las manos para ayudar a mantenerlas calientes.
Tomándose su tiempo para acomodarse, Ava colocó cuidadosamente su café en
el escritorio, luego su bolso, y se preocupó de quitarse la chaqueta y colgarla en el
armario de enfrente. A diferencia del día anterior, se sentía tranquila y confiada.
Ava encendió su laptop de trabajo y, en cuánto cobró vida, puso música navideña
para animar la habitación. Además, Hendricks tendría que aprender a disfrutar de las
alegres melodías, al menos durante los próximos treinta días.
—Ah, el sonido revelador de intentar llevar a Hendricks a la locura.
Ava se giró ante la voz desconocida, pero recordó que el tono profundo y
juguetón pertenecía a Robert Lundquist.
Sonrió ante el comentario mientras giraba su silla para verlo de pie en la puerta
del despacho de Hendricks, apoyado en el marco con las manos en los bolsillos.
—Lo considero, a partir de hoy, un deber cumplido y necesario.
La sonrisa de Robert era juguetona.
—Sabía que tenía un buen presentimiento sobre ti. —Robert se inclinó hacia
delante y le tendió la mano—. No nos conocemos oficialmente. Robert Lundquist.
Llámame Robert. —Continuó mientras Ava colocaba su mano en la de él—. Soy el amigo
de la infancia, y ahora representante legal, de Hendricks Cole. Encantado de conocerla,
señorita Brown.
La sonrisa de Ava era genuina. Le gustaba. También se preguntaba cómo alguien
que parecía tan amable y divertido podía ser amigo de Hendricks.
—Ava Brown, llámame Ava. Reticente a la nueva contratación de Hendricks
Cole. Aunque supongo que futura esposa también podría ser apropiado. Hablando de
Hendricks Cole, ¿lo has visto?
Robert empezó a sacudir la cabeza cuando escucharon la voz de Hendricks
desde el frente de la sala.
—Estoy aquí. Y me pregunto por qué mi abogado está en mi oficina sin ser
invitado.
Hendricks miró a Ava de una manera que ella no había visto antes. ¿Estaba
jugando? ¿O sus ojos malhumorados se inclinaban naturalmente en esa dirección?
Porque eran lo suficientemente atractivos como para parecer peligrosos.
En lugar de quedarse pensativa, Ava se puso en pie mientras Hendricks
estrechaba la mano de Robert.
—Lo he llamado. ¿Nos reunimos en su despacho? Somos su cita de las 9 en
punto.
Hendricks se quedó congelado entre ellos y volvió a mirar a Ava. De repente, el
brillo juguetón desapareció y la mirada se volvió seria mientras murmuraba:
—Espero que sepa que le pago por hora.
Umm, pensó Ava, esto debería ser interesante.
Cuando todos se instalaron, Ava cerró la puerta tras ellos y se sentó. Luego, se
giró y se dirigió primero a Robert.
—Robert, ¿tienes los detalles que discutimos anoche?
Ava no tuvo que girarse para ver que las cejas de Hendricks se alzaban un poco
ante su pregunta. Y entonces, escuchó la intriga en su tono.
—Ah, ¿ustedes dos han estado hablando? ¿Sin que yo lo sepa?
—Sí —dijo Ava—. Como el contrato me concierne, he solicitado algunas
enmiendas que me gustaría revisar con usted esta mañana.
—¿Enmiendas? —Hendricks no parecía divertido.
—Sí. ¿Empezamos? —Ava preguntó mientras Robert sacaba de su bolso tres
copias del nuevo contrato, entregando una a cada parte.
Hendricks extendió la mano y miró a su viejo amigo.
—Parece que no tengo otra opción.
—¡Bien! —Ava sonrió—. Entonces estamos todos en la misma página. —Ava
hizo una pausa para dar un sorbo a su vaso de papel navideño de color rojo brillante y
no pasó por alto la mirada insípida que recibió de Hendricks.
—En primer lugar, no mencionaste nada sobre los besos.
—Vaya, nos metemos de lleno. —Hendricks entornó los ojos ante el nuevo
contrato mientras Robert intentaba convertir una risa ahogada en una tos.
La sonrisa plana de Ava se sintió más satisfactoria de lo que pensaba.
—Sí. Por desgracia, la naturaleza de nuestro contrato implicará situaciones en
las que la gente va a esperar que estemos... cómodos. Me gustaría que me aclararan sus
expectativas.
—Ahh —Hendricks se quedó mirando el contrato y luego dejó que sus ojos se
movieran por la habitación donde Ava y Robert le miraban—. Creo que los besos no
serán necesarios.
—Bien —se apresuró a decir Ava. Luego se dirigió a Robert a solas—. Podemos
tachar diez mil de nuestra indemnización actualizada.
Robert asintió e hizo una nota en su copia.
—Espera. ¿Ajustaste la compensación? ¿Y añadiste diez mil dólares solamente
por besar? —Hendricks parecía sorprendido.
—Señor Cole, le aseguro que mi tiempo es valioso. Además, me duele oírle
suponer que mi contribución física a su causa no merece una compensación. —Ava no
pudo evitarlo y añadió—: Soy extremadamente buena besando. Y se sabe que el
muérdago aparece en esta época del año.
Esta vez, Robert se río, pero logró reponerse rápidamente.
—¿Debo tomar nota de que, si el muérdago saca lo mejor de ti, el dinero puede
ser pagado en ese momento?
Hendricks dirigió sus ojos a Robert.
—Maravillosa idea, Señor Lundquist. —Ava sonrió de Robert a Hendricks, que
apretaba los dientes. Ava se preguntó qué estaría pensando Hendricks. ¿Estaría
enfadado por la idea de besarla? O, ¿realmente era tan difícil desprenderse de unos
míseros diez mil dólares de sus miles de millones? — ¿Señor Cole? —preguntó Ava—.
¿Le servirá eso?
Cuando Hendricks se volvió y miró a los ojos a Ava, ella no pudo identificar sus
pensamientos. No parecía enfadado, pero un destello del jefe gruñón que ella conocía
bien apareció en la mirada severa de su rostro.
—Eso debería estar bien —respondió Hendricks entre dientes apretados.
—Maravilloso. ¿Continuamos? —Ava estaba complacida.
Hendricks se inclinó hacia atrás y agitó una mano delante de su cuerpo,
indicando que ella tenía la palabra.
—Ahora, sus casas. Tengo entendido que tengo acceso a ambas. También me
gustaría escenificar las dos. Una vez para las vacaciones, y una vez en el Año Nuevo.
Podemos discutir los detalles del Año Nuevo una vez que este contrato haya expirado.
Ah, y me gustaría que el coste del diseño estuviera cubierto por este contrato. Como no
sé exactamente cuánto costará en este momento, me gustaría presentar esos gastos a
medida que se produzcan. O —sonrió Ava— podría ayudarme y simplemente cubrir el
coste en directo.
Hendricks se resistió.
—¿Quiere que sea su asistente?
—Creo que sus palabras fueron ‘podría asistir’, ¿verdad? —corrigió Robert y se
ganó un giro de cabeza a cámara lenta por parte de Hendricks.
—Correcto —confirmó Ava—. Gracias, Robert.
Hendricks se frotó el rostro antes de mover un dedo índice de Ava y Robert.
—¿Exactamente cuánto tiempo han pasado al teléfono discutiendo estas
enmiendas? Ambos parecen estar íntimamente familiarizados con los detalles.
Ava habló primero.
—Es mi trabajo y mi vida. Espero estar íntimamente familiarizada con él.
Robert fue el siguiente.
—No sería el mejor si no prestara atención a lo que es mejor para mis clientes.
—¿Clientes? —preguntó Hendricks—. ¿Cómo en plural?
—Sí. Ava está empleada por ti, y este contrato es el único documento que les
salva a los dos, pero sobre todo a ti. —Robert hizo una pausa para disculparse con
Ava—. Lo siento, es que tiene más activos físicos que perder.
Ava levantó las manos.
—No hay ningún problema. Lo entiendo perfectamente.
—Por supuesto que sí —murmuró Hendricks.
Robert asintió.
—Es por asegurar que no te demande por todo lo que vales.
Hendricks levantó las cejas.
—Tomo nota. Por favor... por todos los medios... continúe.
13
Sleepless in Seatle: Película de 1993.
—¿Tengo que estar nerviosa? —Ava dio un pisotón para llamar la atención de
Geoffrey—. No me cabe la menor duda de que yo, nosotros, estamos preparados para
cualquier proyecto que Carolyn Wren pueda lanzarnos.
—Ava, no me preocupa tu diseño ni la arquitectura de tu falso marido. Creo que
ella va a ver a través de tu elaborada farsa de esposa por Navidad. Entonces, ¿qué vas a
hacer?
Ava se acercó al lado de su cama y se sentó en el extremo. Miró el vino de
Geoffrey, luego se lo quitó de la mano y se tragó el resto.
—Bueno, no estaba nerviosa.
14
Es un pedazo de hielo, generalmente en forma de cono.
15
Es un personaje de ficción que aparece en el especial de televisión navideño Rudolph the Red-Nosed
Reindeer.
El camarero la miró como si estuviera loca.
—No me mires así. —Volvió a dar un sorbo mientras el camarero la esperaba—
. Me acabo de dar cuenta de que me siento extremadamente atraída por mi jefe. Sí, lo sé
—respondió Ava a la mirada de sorpresa que recibió por el chisme que estaba
compartiendo con el completo desconocido—. Pero, hay más. ¿Ves eso? —Ava señaló al
otro lado de la habitación—. Está con una famosa... bueno, eso no es importante. Pero,
lo que es importante, es que estamos fingiendo estar casados.
—Oh. —El camarero se estaba metiendo en el asunto.
—Lo sé. ¿Tienes algo más fuerte que el agua?
—Lo siento, uh, no tengo.
Ava asintió.
—Está bien. De acuerdo —dijo de nuevo, y luego dejó el vaso vacío—. Gracias de
nuevo.
—Buena suerte. —El camarero se paró un segundo y luego volvió en la dirección
de la que venía. Presumiblemente para rellenar el agua.
Ava se limpió la barbilla donde el agua había goteado justo cuando Hendricks y
Carolyn se reunieron con ella. Hendricks parecía más que divertido mientras le
entregaba a Ava una festiva bebida roja con bolitas de arándanos flotando en su interior
y adornada con una bonita ramita de romero azucarado.
—Vaya, mira esto. Es muy bonito. —admiró Ava su vaso.
—¡Vaya si lo es! —añadió Carolyn—. Eché un vistazo a lo que tu marido te pidió
y necesité tener el mío. Salud.
Ava se rió y chocó su copa con la de Carolyn.
—Oh, buenas noticias. Nuestra mesa está lista. ¿Vamos? —preguntó Ava.
—Dirige el camino. —sonrió Carolyn.
Ni siquiera se habían sentado y Ava ya encontraba a Carolyn fascinante. Había
una chispa de vida y felicidad, que emanaba de ella. Ava se moría de ganas de compartir
una comida e historias con Carolyn. Su esencia anhelaba ser escuchada.
Cuando Ava se dio la vuelta para guiarlos de nuevo por el restaurante, Hendricks
tomó la mano de Ava entre las suyas y se dejó guiar por la multitud.
Ava podría haber hablado toda la noche de sus películas navideñas favoritas, de
las antiguas tradiciones navideñas y de cómo Carolyn había conocido a su marido desde
hacía treinta y cinco años, Eddie Wren, cuando solo tenía diecinueve años y soñaba con
la vida en Hollywood.
Incluso Hendricks se reía y participaba cuando hablaba de llevar a la
introvertida profesora de inglés a diferentes rodajes y, finalmente, a las alfombras rojas.
Durante los aperitivos, Ava se preguntaba si Hendricks la estaba forzando o si era
sincero. Pero, a menudo, volvía a centrar su atención en Carolyn. Después de todo, ella
era el trabajo.
—Me encanta tu historia de amor. Todo parece tan maravilloso. —Ava no se
avergonzaba de admitir que admiraba la historia de Carolyn.
Carolyn se rió.
—Bueno, al principio, no siempre fue estupendo. Apenas nos la arreglábamos.
Vivíamos en un estudio y comíamos lo que estaba de oferta en el supermercado esa
semana. Por suerte, Ed consiguió un puesto como profesor en una pequeña universidad
local en las afueras de la ciudad. Sin eso no lo habríamos conseguido. Se lo debo todo a
él, y a esos primeros años que compartimos juntos.
Carolyn dio un sorbo a su copa de vino que todos habían cambiado mientras les
servían la cena.
—Sin el otro, no habríamos encontrado nuestros sueños. Y, definitivamente, no
nos habríamos divertido tanto encontrándolos.
—Podría escuchar esto para siempre —suspiró Ava.
—Pero —continuó Carolyn—. Estamos aquí por una razón, ¿no es así?
—Lo estamos. —Hendricks se inclinó hacia ella mientras Ava se echaba hacia
atrás, resignada a dejar que los negocios se impusieran. Pero agradeció la pausa en la
conversación.
—Muy bien, entonces —Carolyn se echó hacia atrás y cruzó las piernas,
dispuesta a dejar que Hendricks tomara la iniciativa—. ¿Por dónde empezamos?
Ava observó cómo Hendricks asentía. Para su sorpresa, él no sacó inicialmente
su bolsa de trabajo. Se limitó a desconectar el mundo exterior y se entregó.
—El único objetivo que tengo es asegurarme de que consiga exactamente la casa
que quieres. Una casa construida teniendo en cuenta tu estilo de vida. Una casa que sea
estéticamente agradable pero que te haga sentir que fue construida rodeándote a ti y a
tus movimientos.
—Hasta ahora, todo va bien —respondió Carolyn.
Esta vez, Hendricks sí sacó su bolsa de trabajo.
—El objetivo de esta noche es darte solo una idea de lo que podría ser. Voy a
mostrarte una plantilla creada con ustedes en el centro. Pero, al final de nuestra plática,
tengo la intención de salir de aquí con más notas, una comprensión más clara de lo que
estás buscando y, con suerte, mucho más trabajo.
Ava se preocupó de que Hendricks fuera demasiado duro. Miró a Carolyn, que
no le había quitado los ojos de encima.
Entonces Carolyn asintió.
—Bien. Entonces, antes de empezar, creo que debo ser sincera contigo y decirte
que eres uno de los tres arquitectos con los que he hablado. No he tomado mi decisión,
pero gran parte de mi trabajo está en los detalles. Le doy tanta importancia a la persona
con la que trabajo, a su estilo de trabajo, a su estilo de vida y a su competencia como a
su talento. Me parece que es un proceso dinámico y ajetreado, pero me gusta trabajar
con gente buena. Así que, si estás dispuesto a seguir mi ritmo, a ser honesto y a estar a
la altura de las críticas y referencias que he recibido sobre tu trabajo, creo que me
ayudarás a tomar una decisión fácil.
—Entendido. —Fue entonces cuando Hendricks sacó el cuaderno de Carolyn de
su bolsa de trabajo.
Ava tragó saliva, pero Hendricks pareció no inmutarse.
Sigue siendo honesto. Rezó Ava para que las palabras de Carolyn no incluyeran
fingir un matrimonio.
En lugar de pensar en cometer un pecado mortal escrito por la propia Carolyn,
Ava se lanzó a los detalles del trabajo que estaban discutiendo. Y funcionó. Estaba en el
cielo.
Con cada sala de estar, chimenea, estudio –incluso con la colocación de una
simple pared– la emoción crecía en su interior.
Imaginó sillas con respaldo, sofás de cuero y lámparas de gran tamaño. Cada
habitación cobraba vida en su imaginación mientras Hendricks y Carolyn esbozaban
sueños y bocetos. Y, en cada habitación, soñaba con verdes y rojos. ¿Qué era un diseño
si no se podía imaginar en Navidad?
—Me gusta. Me gusta.
Ava y Hendricks compartieron rápidamente una mirada mientras escuchaban
una versión de Carolyn que sonaba dubitativa.
—¿Pero? —preguntó Ava, esperando que les diera alguna idea.
—Quiero ver cómo cobra vida. Estas líneas que estoy segura de que son
hermosas en tu mente —dijo Carolyn sonriendo a Hendricks—. Parecen hechas con una
regla. Quiero las curvas. Quiero ver el potencial. Es una petición difícil, pero enséñame
más.
Ava tuvo un rápido flashback de Hendricks diciéndole con absoluta
determinación que no debía diseñar nada. Quería que Carolyn viera las líneas y no se
distrajera.
Bueno, pensó Ava, Carolyn estaba viendo las líneas y exigía más.
Ava no miró a Hendricks. Supuso que recibiría una mirada que le infundiría el
temor de Dios si la sorprendía rebuscando en su bolso en busca de un lápiz. Así que, en
su lugar, se limitó a abrir el cierre discretamente y a meter la mano dentro mientras le
dedicaba a Carolyn su mayor sonrisa.
—Me encantaría darte un ejemplo de lo que podemos hacer... juntos.
Ava pensó que si jugaba la carta del equipo –esposo y esposa– sería menos
probable que Hendricks la cortara.
Se equivocaba.
—Carolyn —comenzó Hendricks mientras Ava desplazaba su cuerpo sobre uno
de los dibujos de una entrada—. Te recomiendo encarecidamente que resistas el
impulso de decorar hasta que tengas una estructura sólida.
Carolyn se limitó a darle una palmadita en la mano.
—Esto puede darte un susto de muerte, pero soy el tipo de mujer que, si me gusta
cierta estética o una pieza específica, podría mover una pared para que funcione.
Ava escuchó las palabras y no le importó que su sonrisa fuera tan larga como el
helado Mississippi. Era la mejor frase que había escuchado, dentro o fuera de cámara.
Hendricks parecía que le mataba sonreír y asentir en dirección a Ava. Ava se
limitó a darlo por ganado y luego miró la entrada. Lo llamaban entrada. Pero en realidad
era un pasillo de dos metros que abarcaba toda la parte delantera de la casa. Dejaba
entrar la luz a través de cinco puertas francesas inmaculadas. Ava comenzó con el
conjunto de puertas del centro. Primero dibujó y luego habló. Sus palabras se retorcían
con el lápiz, detallando perfectamente cada línea.
—Debe ser funcional, pero hermosa —dijo Ava mientras dibujaba un intrincado
candelabro de forma suave y eficiente con unos pocos barridos de su lápiz. Y eso fue
todo lo que necesitó para perderse en la habitación—. Justo debajo puede haber una
mesa de entrada redonda con un gran jarrón de flores para los meses más cálidos, pero
en invierno debe ser mágico.
Ava sintió el brillo en sus ojos cuando empezó a trazar el contorno de un árbol
que parecía estar casi rozando la parte inferior del candelabro. Y no se detuvo ahí.
Dibujó largas y delgadas consolas a ambos lados del vestíbulo, que se extendían a lo
largo del espacio, y luego añadió coronas en las paredes y a cada lado de las puertas
francesas. En la mesa hizo bocetos de bolas de nieve, y detalles añadidos, colocó botas
de nieve en la escena y colgó una chaqueta de invierno en un perchero.
Su mano seguía moviéndose, pero esta vez su boca se unió de nuevo.
—Todo espacio debe ser necesario, pero una necesidad es tan importante
cuando es para la belleza como para el uso. Desde un lugar donde dejar el correo o las
botas cubiertas de nieve hasta el resplandeciente árbol de Navidad, es lo primero que
ves desde cualquier ángulo al entrar en tu casa.
Ava levantó el lápiz y luego miró a Carolyn.
—El hogar debería ser una sensación. La mejor sensación. Y el aspecto y la
sensación son tan importantes como su funcionamiento.
Cuando Carolyn no dijo nada y siguió analizando el dibujo de Ava, ésta se
preguntó si se había dejado llevar demasiado. ¿Habría perdido la noción de lo que
estaba haciendo? ¿Tenían sentido todos los trozos que su corazón y su mano habían
dibujado en la página?
Preocupada, Ava miró lo que había dibujado. Y al hacerlo, se tranquilizó.
—Ava —comenzó Carolyn—. Querida. Esto es impresionante. Es un lugar en el
que me veo viviendo. O, una entrada al menos.
Carolyn levantó la vista. Primero miró a Ava y luego a Hendricks.
—¿Es posible actualizar las habitaciones según las especificaciones que hemos
esbozado? —Carolyn volvió a mirar a Ava—. Para que añadas tu visión a cada una. Con
el tema de la Navidad como protagonista. Me encuentro en ese estado de ánimo.
—¡Sí! —soltó Ava la respuesta antes de considerar que debía ser Hendricks
quien hablara y aceptara cualquier cosa.
Preocupada por haberse sobrepasado, Ava esbozó una sonrisa y giró
robóticamente la cabeza para mirar a Hendricks.
Sorprendentemente, no parecía que quisiera pincharla con el bastón de
caramelo decorativo que venía con su postre de chocolate. En realidad, parecía que
estaba ahogando una sonrisa y una carcajada.
¿Se estaba partiendo de risa? ¿Le había llevado a un punto de ruptura?
—Bueno —dijo Hendricks alzando su copa en un brindis, después de haber
reprimido cualquier emoción que hubiera sentido—. Parece que tienes tu respuesta.
¿Tienes un plazo en mente?
—¡Fantástico! Me temo que cuanto antes, mejor. ¿Una semana a partir del
viernes? ¿Almuerzo? —ofreció Carolyn.
Ava vio cómo Hendricks la miraba fijamente. Por un momento, no hizo nada.
Pero cuando su mirada persistió, se inquietó. ¿Estaba...?
—¿Cariño? —La voz de Hendricks sonó un poco como: ¿No vas a decir si eso te
funciona o no?
—Oh, claro —se animó Ava. ¿Acaba de llamarla cariño?
—Sí, eso funciona absolutamente.
Ava no estaba segura de si el aire fresco de la noche era una sensación
bienvenida porque había estado nerviosa y sudando durante la cena o si era porque
estaba esperando que Hendricks la reprendiera por una de las muchas veces que se
había excedido durante su cena de negocios.
Y definitivamente se había excedido.
Se daba cuenta de que tenía derecho a ciertas cosas, al haber firmado el contrato
para ser la esposa de Hendricks, pero eso no le daba derecho a tomar decisiones sobre
su empresa, su trabajo o este empleo.
Los gruesos copos de nieve caían alrededor de ella y de Hendricks mientras
caminaban por la acera iluminada por la linterna después de la cena. Con cada copo frío
que tocaba su rostro, disfrutaba del momento. Pero incluso con una de sus sensaciones
favoritas del invierno revoloteando a su alrededor, no dejaba de robarle miradas a
Hendricks, que hasta ese momento había permanecido en silencio. Lo que, como era de
esperar, hacía que cada cuadra de la ciudad pareciera una milla.
—Lo has hecho bien —dijo finalmente Hendricks.
Entonces soltó Ava:
—¡Lo sé, lo siento! Es que... espera. —Ava se detuvo, obligando a Hendricks a
hacer una pausa y mirar hacia atrás—. ¿Acabas de decirme que lo he hecho bien?
Ava observó la hermosa sonrisa apenas perceptible en una esquina de la boca de
Hendricks.
—Lo he hecho.
Ava se preguntó si debía reír, llorar o besarlo. Optó por el enfoque casual, amante
de la diversión, voy a fingir que no quiero hacer nada contigo. Aproximándose a él, se
acercó peligrosamente a su rostro. Él no se apartó de su estudio, así que ella pudo sentir
el calor de su cuerpo y su rostro eliminar el frío del invierno.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó finalmente Hendricks.
—Solo intento ver si te ha dolido decir eso. —Sonrió Ava junto con su
comentario, luego retrocedió y comenzó a caminar de nuevo.
Hendricks no tardó en alcanzarla, y ella no quería que lo hiciera. A pesar de lo
frustrante que podía ser –su personalidad y su aspecto–, le gustaba tenerlo a su lado. El
tiempo que llevaban trabajando juntos había sido corto, pero si esta noche era un
indicio de su potencial, podrían formar un gran equipo. Y, simplemente, le gustaba la
compañía.
—Lo creas o no —comenzó Hendricks, sacando a Ava de su ensoñación de
trabajar codo con codo con Hendricks a largo plazo—. Doy crédito a quien lo merece. Y
no lo doy fácilmente.
Respondiendo tanto al comentario como al tono duro, Ava igualó su gruñido bajo
y dijo:
—Me siento halagada.
—Deberías estarlo. —Hendricks no se molestó en mirarla.
La llamarada de ira sorprendió a Ava. Sabía que debía ser más cuidadosa.
Después de todo, tenían condiciones contractuales y él era su jefe, pero no pudo
evitarlo.
—¿Y supongo que tu todopoderosa opinión es lo único que importa?
Hendricks la miró.
—No me refería a eso.
—Eso es lo que parecía.
Ava escuchó cómo Hendricks se aclaraba la garganta; luego, inamovible, le
sostuvo la mirada.
—Entonces me disculpo. Debo corregirme. No he trabajado con nadie que me
haya impresionado tan rápidamente como tú. —Y continuó—: Y he trabajado con
mucha gente.
Ava apretó los labios y rompió el contacto visual para mirar al frente.
—Oh. Gracias. —No esperaba el cumplido, pero agradeció la explicación.
Cuando sus ojos se centraron en el camino nevado, sus pensamientos cambiaron
rápidamente.
—¿A dónde vamos? —Miró hacia atrás y hacia delante, viendo si el auto en el
que habían llegado estaba cerca.
—¿Tienes planes para esta noche? —preguntó Hendricks, ignorando su
pregunta.
—¿Aparte del sueño del que me he visto privada desde que empecé a trabajar
para ti? No, estoy extremadamente soltera e increíblemente aburrida.
—Tengo dos semanas de pruebas que me hacen creer que eres cualquier cosa
menos aburrida. —Hendricks esperó a que el semáforo cambiara en la esquina de su
edificio.
—Mira. —Ava empezó a cruzar la calle, luego miró hacia arriba hasta que los
pisos superiores se perdieron en el cielo nocturno invernal—. Este es tu edificio. Quiero
decir, tú lo diseñaste.
—Yo vivo aquí.
Cuando el semáforo se puso en verde, ninguno de los dos se movió.
—Si tu sueño quisiera disponer de una o dos horas, podrías recorrer mi piso y
empezar a tomar notas. Luego, en tu tiempo libre en la oficina, podrías empezar a
decorar –digo, a diseñar– cuando te sientas preparada.
Ava sabía que se veía ridícula, pero no podía evitarlo. Su sonrisa era tan grande
que no sabía si sería capaz de hablar sin arrastrar las palabras.
—Si no tuvieras ese rostro de póquer, me preguntaría en qué estás pensando
ahora mismo.
El monótono sarcasmo de Hendricks no inquietó a Ava. Si hubiera sido capaz de
apartar la vista del edificio, no habría dudado de que él hubiera añadido un giro de ojos
para darle más efecto. Pero podía jugar a su juego a costa de ella.
—Estoy salivando. Puedes ver mis babas, ¿verdad? —Esta vez Ava dejó que su
mirada juguetona cayera sobre Hendricks—. Está congelada en mi rostro, ¿verdad?
Entonces, ahí estaba. La siempre esquiva y fácil sonrisa que probablemente tenía
a las mujeres de todo el mundo soñando con subir en el ascensor hasta la habitación de
Hendricks Cole, para decorar algo totalmente distinto.
—Dios mío. —Ava no pudo evitarlo—. He tomado demasiadas copas de
negocios, y estoy demasiado feliz en este momento para que estés lanzando tu sonrisa
asesina. Vuelve a ser gruñón, así podré concentrarme en mi decoración.
Antes de que le entrara el impulso de romper el contrato, Ava se apartó y cruzó
la calle, decidida a llegar hasta la casa de Hendricks sin pensar en los labios de él sobre
los suyos.
Hendricks observó cómo Ava intentaba alejarse de él, pero lo único que vio
realmente fue la forma en que cada paso exageraba el movimiento de sus caderas de un
lado a otro.
Por supuesto, ella tenía la culpa. Ella puso la noción de atracción en su mente
antes de comenzar su recorrido hacia su edificio.
Luego estaba su edificio. Ella se había dado cuenta de que era su diseño. Ella
también había hecho sus deberes. Había muchas cosas que estaba aprendiendo, y que
le gustaban a regañadientes, sobre Ava Brown. Y para su sorpresa –y rara vez se
sorprendía– su belleza era sólo la punta del iceberg.
Hendricks metió las manos en los bolsillos y empezó a seguir a Ava. Para cuando
ella llegó a la puerta, él estaba solo un paso detrás de ella cuando el botones les abrió a
ambos. Los saludaron con alegría y les dieron la bienvenida a casa.
Se dirigieron al ascensor en silencio, pero cada uno por razones diferentes.
Hendricks era casi siempre reservado, pero esta noche observó a Ava, que parecía que
su mente se arremolinaba como una tormenta de nieve, llena de infinitas ideas y
posibilidades mientras miraba el vestíbulo del edificio. Comprendía su pasión, pero
también se anotó mentalmente que debía impedir que intentara diseñar sus edificios.
Una vez en el ascensor, por costumbre, Hendricks pulsó el botón con la etiqueta
PH y luego volvió a meter las manos en los bolsillos.
—¿Supongo que eso significa Pool Hall16? —preguntó Ava, todavía en su salsa,
sonando esperanzada de estar más equivocada que un meteorólogo tratando de
predecir el tamaño de un copo de nieve.
—Creo que, desde el punto de vista del diseño, te llevarás una grata sorpresa —
respondió Hendricks.
Ava suspiró.
—He muerto y he ido al cielo de las vacaciones. Este año ni siquiera voy a escribir
una carta a Santa. Tengo un trabajo, dos casas que decorar y un esposo. Técnicamente,
el hombre de rojo ya ha cumplido.
Hendricks se preguntaba cuánto tiempo sería capaz de mantener su relación
profesional. No desde el punto de vista físico, aunque eso también podría resultar difícil.
En general, tendía a no excederse en conversaciones animadas con las personas con las
que trabajaba. Pero con Ava, eso no solo era difícil; era casi imposible. ¿Cómo podía ella
decir algo así y él simplemente dejarlo sin comentar? Ella era graciosa, y él era... un
Scrooge.
Pero, peor que todo eso, él quería comprometerse con ella. Lo que normalmente
le parecía frívolo, estaba teniendo que contenerse activamente. Las bromas ingeniosas
no eran amigas de la eficiencia. Era la decoración navideña de seis meses de un invierno
inevitable. Simplemente no era necesario. Hasta Ava. Necesitaba tiempo para pensar en
cómo avanzar en su relación.
Por ahora, se perdería en las habitaciones del último piso y soñaría con algún
ridículo y elaborado plan de decoración que –gracias a él– tendría que dejarla ejecutar.
También podría arrancar la tirita.
El ascensor se detuvo y Hendricks utilizó su tarjeta y un código de su teléfono
para abrir la puerta del ascensor. A menudo olvidaba que la mayoría de los ascensores
no se abren directamente en el lugar al que quieres ir. Normalmente, te llevaban a un
pasillo y luego tenías que esforzarte para encontrar la puerta que querías. Pero cuando
él y Ava entraron en su portal, recordó que la sensación para la mayoría era extraña.
16
Salón de Billar.
—Acabamos de entrar por el ascensor directamente en tu casa —susurró Ava, y
luego asintió para sí misma, como si estuviera intentando adaptarse a su nueva
realidad.
Hendricks habría mentido si no sintiera un poco de orgullo por todo lo que había
logrado, pero por alguna razón, se sentía especialmente satisfecho al saber que Ava
estaba impresionada.
Eso fue hasta que Ava siguió entrando en la habitación, mirando a su alrededor
en busca de algo que parecía faltar, para luego exponer su opinión inmediata.
—Dios mío —Ava sonaba angustiada—. ¿Es aquí donde envían la Navidad a
morir?
—¿Perdón? —Hendricks se preguntó si la había escuchado mal.
Claramente, ella lo estaba ignorando porque en lugar de repetirse, siguió con su
evaluación.
—Por favor, dime que no has vivido aquí más de diez días.
Hendricks se dio cuenta rápidamente de que no era una pregunta.
—¿Dónde está... todo?
A lo lejos, Hendricks se situó en el centro de su casa y observó cómo Ava entraba
y salía de todas las habitaciones, jadeando y sonando como si hubiera descuidado el
propio edificio que había creado.
La escuchó débilmente murmurar algo sobre el minimalismo, y ya no pudo
quedarse allí indefenso. Así que Hendricks alzó la voz por primera vez en años para que
ella pudiera oírle desde cualquier lugar al que se dirigiera.
—Te diré que tengo todo lo que necesito. Se llama eficiencia. —Hendricks siguió
el sonido de la voz de Ava y la vio asomar desde la esquina de un pasillo que llevaba a
la habitación principal.
—Es una catástrofe.
—No es una catástrofe.
—¿Sientes algo cuando entras aquí al final de un largo día?
—¿Además de una sensación de orgullo por haber creado un negocio de mil
millones de dólares y por vivir durante la semana en el ático de un edificio que he
diseñado? —preguntó Hendricks.
Está claro que Ava no esperaba esa respuesta. Pero, para ser justos, la pregunta
habría funcionado en más del noventa por ciento de la población.
—Bueno —se burló—. Supongo que hay algo que decir de todo eso. Pero la casa
en sí no tiene vida. Y tú necesitas mi ayuda. Tanto si crees que la necesitas como si no.
—Eso es aceptable —admitió Hendricks, considerando que no creía necesitarla,
y ella había permitido que eso fuera una opción.
—¿Los cuadernos? —preguntó Ava mientras volvía a recorrer la extensión de la
cocina, el comedor y la sala de estar.
Hendricks observó cómo Ava se deshacía de su abrigo de lana y dejaba al
descubierto el vestido de terciopelo rojo.
No habían pasado ni treinta minutos y ya había olvidado dónde habían estado.
Pero no había olvidado su aspecto. Y, según observó, Ava no se preocupaba ni era
consciente de lo que llevaba puesto. Cuando estaba en el momento, para ella todo era
cuestión de trabajo.
Señaló con la cabeza un doble juego de puertas a su espalda y dijo:
—Oficina.
—Gracias.
Durante la siguiente hora, aparte de poner excusas para pasear por el espacio
principal de la vivienda para echar un vistazo a Ava trabajando duro, Hendricks no hizo
mucho, y eso no era propio de él. Sin embargo, se sintió intrigado por su forma de
trabajar.
Se quedaba mirando mientras ella iba de una habitación a otra, dibujando un
boceto rápido del espacio y las dimensiones, y luego mientras ella extendía sus dibujos
sobre la mesa de café y empezaba a hacer anotaciones en cada hoja de papel. En un
momento dado, se aventuró a acercarse lo suficiente para ver algunos de los detalles
que ella había estado anotando porque se le ocurrió la excusa de traerle un café y agua.
Ella aceptó agradecida y se echó hacia atrás para evaluar su propio trabajo.
Hendricks vio que había anotado posibles esquemas de color, elementos de
mobiliario y lo que él consideraba definitivamente decoraciones con elementos como
coronas y árboles de Navidad. También se dio cuenta de que en algunos bocetos había
subrayado palabras como “funcional”, “de fácil acceso” y “cómodo”.
En general, no estaba preocupado. Hasta que vio un pequeño detalle
garabateado en un bloc de notas que ella había requisado de su oficina, que decía:
Brillantina.
Fue todo lo que pudo hacer para mantener sus comentarios para sí mismo. Todo
el mundo sabía que para lo único que servía la brillantina era para caerse de lo que fuera
y vivir en el lugar donde aterrizara durante el resto de la eternidad.
Finalmente, Hendricks se retiró a su habitación, aceptando por fin que Ava iba a
seguir durante horas. Se había quedado dormido con el portátil abierto con los últimos
dibujos que él y Ava habían presentado a Carolyn esa misma noche, y cuando se
despertó de nuevo, eran más de las dos de la mañana.
No es posible que todavía esté trabajando allí, pensó Hendricks mientras dejaba
a un lado su portátil y ponía los pies en el suelo para ir a ver cómo estaba.
Cuando llegó al salón, vio a Ava profundamente dormida en el sofá, con su
vestido rojo cayendo al suelo donde había acercado las rodillas a su cuerpo, y montones
de papeles esparcidos a su alrededor con notas e interminables bocetos de lo que podría
ser su casa.
Potencial. Las palabras de Ava se le habían quedado grabadas.
Hendricks se acercó al destello que le llamó la atención.
Luego soltó una carcajada silenciosa porque se dio cuenta de que ni siquiera se
habría acordado de que lo llevaba puesto, pero con la mano metida debajo de la cabeza,
Hendricks pudo ver el diamante de su madre captando la luz de la luna en el exterior.
Puede que aquella fuera la última vez que vio a su madre con el anillo puesto: en
Navidad, acurrucada en el sofá, viéndole abrir los regalos la mañana de Navidad.
—Eso fue hace una vida. Es inútil volver allí ahora; no se puede cambiar el
pasado. Solo se puede avanzar hacia el futuro —murmuró Hendricks en voz baja
mientras pensaba en qué hacer con Ava.
Era inútil despertarla y enviarla a casa. Perdería horas de sueño solo para tener
que despertarse temprano para que pudieran empezar el día de trabajo que tenían por
delante. E iba a ser largo. Las horas serían extenuantes mientras resolvían los detalles
del proyecto de Carolyn.
El único problema de no trasladar a Ava era que no tenía nada... de repuesto.
¿Cómo lo había llamado ella? ¿Un minimalista? Parecía una forma amable de
decir que no tenía nada en su casa que la hiciera sentir acogedora o atractiva. Como
tener una manta extra para cuando alguien –como una mujer hermosa– se quedaba
dormida en el sofá.
Hendricks se dio la vuelta y se dirigió a su habitación, luego reapareció con una
manta en los brazos. Podía utilizar la chimenea de su habitación para calentarse.
Entonces, Ava podía usar su manta.
Sujetó los bordes y colocó cuidadosamente la manta sobre su cuerpo,
asegurándose de no despertarla. Luego volvió a su habitación y sacó unos pantalones
de deporte y una sudadera, y los colocó en el brazo del sofá. Si se despertaba, podría
cambiarse rápidamente para estar más cómoda y luego volver a meterse bajo las
mantas.
Hendricks observó a Ava mientras dormía durante un minuto más. Luego, sin
querer perder el tiempo ni su propio sueño, se retiró a su habitación una vez más. Puso
el despertador una hora antes de lo habitual y anotó mentalmente todas las cosas que
tendría que recoger cuando fuera por el café a la mañana siguiente.
Era una sensación interesante: pensar en otra persona antes de quedarse
dormido. Se preguntó si era Ava o el contrato lo que tenía su mente acelerada.
En cualquier caso, era un pensamiento al que podría dedicar más tiempo
después. Ahora necesitaba dormir y no tenía tiempo para pensar en Ava, ni despierto
ni en sueños.
Hendricks se pasó buena parte de la noche soñando con Ava, obligándose a
despertarse, y luego quedándose dormido pensando en ella en su salón, para luego
volver a soñar con ella. Así que, cuando el despertador sonó a las seis del día siguiente,
ya estaba despierto, vestido y sentado en el borde de la cama esperando la hora
adecuada para salir de casa.
Quería dejar que Ava durmiera, ya que había trabajado hasta altas horas de la
noche, pero tenían mucho trabajo que hacer.
Pensó que podría salir, recoger algo de ropa en la casa de ella y luego comprar
café y rosquillas de regreso a su casa. No tenía sentido que perdieran el tiempo
conduciendo hasta la oficina cuando tenía todo lo que necesitaban en la oficina de su
casa y en su vivienda.
Hendricks se detuvo ante el final del pasillo, que daba a la sala de estar. Adelantó
la cabeza y echó un vistazo a la esquina. O bien tenía la habilidad de quedarse tan quieta
que parecía no moverse, o bien seguía durmiendo.
Atravesando la habitación de puntillas, Hendricks miró por encima del respaldo
del sofá. Vio que, en algún momento de la noche, ella había encontrado la sudadera que
él había colocado en el sofá y se había cambiado el vestido de terciopelo rojo, que ahora
estaba colgado sobre el brazo donde estaba la sudadera.
Parecía tranquila. Estaba tranquilamente roncando como un mamut lanudo.
Hendricks se rió un poco ante el monstruoso sonido que provenía de una
persona tan pequeña. ¿Cómo podía hacer ese sonido? Es fascinante.
Después de haber perdido suficiente tiempo vigilando a Ava, Hendricks se
dirigió a la entrada, tomó las llaves de la mesa de la consola desnuda –que había
comprado sólo para tener un lugar donde tirar las llaves– y salió por la puerta.
En exactamente doce minutos, su motor quedó en marcha mientras subía las
escaleras hacia la casa donde había recogido a Ava la noche anterior. Consultó su reloj
y vio que aún faltaban un cuarto para las siete.
—Bueno —se dijo, sabiendo que era muy probable que estuviera a punto de
despertar a sus amigos—. Tenemos trabajo que hacer.
Llamó tres veces y esperó.
A los pocos segundos, la puerta se abrió y un hombre alto, delgado y ciertamente
guapo abrió la puerta con una bata roja que decía Santa en el pecho.
¿Su mejor amigo era un hombre? ¿Y uno atractivo?
Hendricks odiaba que ese fuera el primer pensamiento que se le ocurriera. Sobre
todo porque podría haber juzgado fácilmente la dramática túnica y, como notó ahora,
la taza a juego. Era, literalmente, una taza de bata roja de Santa. La miró. ¿De dónde saca
la gente algo así?
—¿Quieres un poco de ponche de huevo?
Hendricks volvió a mirar al rostro del hombre.
—¿Bebes ponche de huevo antes de las siete de la mañana?
—¿Tú no? —preguntó el hombre como si Hendricks fuera el loco.
Hendricks trató de no juzgar.
—Normalmente no.
Entonces el hombre hizo un gesto con la mano agitándola dramáticamente hacia
delante.
—Cariño, no lo critiques hasta que lo pruebes. La belleza de trabajar desde casa.
Hendricks lo observó tomar un sorbo.
—¿Quieres entrar?
—Ah —tartamudeó Hendricks mientras miraba a su alrededor—. No estoy
seguro... es que —se aclaró la garganta—. ¿Sabes siquiera quién soy?
El hombre miró a Hendricks de arriba abajo.
—Una combinación sexy y bien vestida de Scrooge y el Grinch. Por el aspecto de
tu rostro mínimamente arrugada, no te gusta mucho sonreír. Sé exactamente quién eres.
—Luego se dio la vuelta y volvió a entrar en la casa, dejando la puerta abierta y a
Hendricks de pie afuera sin más remedio que entrar.
Para cuando Hendricks llegó a la cocina donde el hombre lo había llevado, se dio
cuenta de que Ava no lo estaba haciendo nada mal. La casa en la que vivía, sea quien
sea, era bonita. Y reconoció los espacios en ella. Ella los había usado en su portafolio.
—Soy Geoffrey. —El hombre con bata de Santa se presentó finalmente mientras
otro hombre entraba en la cocina con aspecto de acabar de salir de la cama—. Y éste es
mi marido...
Hendricks se iluminó.
—Collin Studer. Centro de Minnesota.
Geoffrey puso los ojos en blanco.
—Claro, ahora estás impresionado.
—Encantado de conocerte, Hendricks.
Escuchó cómo Collin lo saludaba sin que le hubieran dicho su nombre. Esta
estaba siendo una de las mañanas más extrañas de su vida.
—Si buscas a Ava, supusimos que estaba contigo. —Geoffrey se apoyó en el
mostrador y dio un sorbo a su taza.
—Lo está. Se quedó toda la noche. Trabajando. Solo trabajando. —Se apresuró
Hendricks a asegurar a sus amigos que era un hombre honrado.
—Lo sabemos.
—¿Lo saben? —preguntó Hendricks.
—Sección trece-B, creo que era. —Geoffrey miró a Collin, que asentía.
—¿Han leído el contrato?
—La ayudamos a modificar el contrato. Era un poco Scrooge al principio, ¿no
crees? —preguntó Geoffrey con la nariz arrugada.
Hendricks se metió las manos en los bolsillos y se encogió de hombros una vez.
Se encontró con las mismas ganas de quedarse e impresionar a los amigos de Ava que
de salir corriendo por la puerta.
—He venido a buscar un cambio de ropa para Ava. ¿Puedes ayudarme con eso?
—¡Por supuesto!
La sonrisa burlona que acompañó a la respuesta exagerada probablemente
debería haber asustado a Hendricks, pero se encontró divertido.
—Sígueme. —Geoffrey no permitió que Hendricks se negara.
Recorrieron un pasillo y Geoffrey lo condujo a una habitación que parecía la de
Ava. Las paredes eran de color malva y la ropa de cama de color granate. Pero de alguna
manera, se sentía... neutral.
Pequeños toques de la mujer estaban dispersos en una cómoda o en un
escritorio, pero lo que Hendricks notó fueron los trozos de Navidad que había exhibido
por todo el lugar. Una corona con bayas colgaba del frente de su espejo. Una guirnalda
colgaba casualmente sobre la barra de la cortina. Y, en lugar de un solo árbol, había un
pequeño bosque de árboles agrupados en una esquina de la habitación, algunos con
luces y otros sin nada.
—¿No ha fotografiado esta habitación?
—¿Qué dijiste? —preguntó Geoffrey mientras sacaba de un cajón ropa interior
que parecía estar cubierta de muñecos de nieve.
La ropa interior navideña fue casi suficiente para distraerlo, pero volvió a
preguntar.
—¿Por qué no ha fotografiado esta habitación? No está en su portafolio.
—Ah, bueno. —Geoffrey miró a su alrededor, apreciando él mismo la decoración
y la sensación de la habitación—. Debió de diseñar esta habitación solo para ella. No
toda la belleza tiene que ser compartida con el mundo. —Geoffrey hizo una pausa y
luego sonrió mientras levantaba la ropa interior de muñeco de nieve—. Como estos.
—Sí. —Hendricks sacudió la cabeza—. Voy a dejar eso en paz.
—¿Sabes? Creo que me gustas —admitió Geoffrey mientras metía unos
pantalones y un jersey verde en una bolsa y se la entregaba a Hendricks.
—Qué bien. Estaba preocupado. —Hendricks sonaba como si le importara lo
más mínimo si a los amigos de Ava le gustaba, pero la verdad era que cuando Geoffrey
hizo la admisión, su mente y su cuerpo dieron un gran suspiro de alivio.
Ava había oído el timbre del ascensor cuando Hendricks la había dejado sola en
su casa –no, ático– aquella mañana. Se tomó un tiempo para estirar el cuello desde
donde había dormido con fuerza contra el brazo del sofá y se deleitó con el aire fresco
y el calor de la sudadera y la manta que le habían regalado en algún momento de la
noche.
Cerró los ojos, ya que aún no estaban preparados para abrirse tras el sueño, y
empezó a dar vueltas distraídamente al anillo de diamantes alrededor de su dedo.
Cuando los abrió de nuevo, levantó la mano y miró hacia abajo. El gris oscuro de la
manta y el gris claro de la sudadera contrastaban con los reflejos de luz que brillaban
en el anillo.
Ava movió el dedo de un lado a otro mientras pensaba por un momento, y
cuando se le ocurrió la idea, se deshizo de la manta y tomó el lápiz. La combinación de
casualidad, elegancia y deslumbramiento era perfecta. Era fácil pero decadente. Simple
y habitable, pero extravagante.
Tendría flores naturales de hoja perenne: coronas, guirnaldas y un árbol. Todo
en ese bonito y profundo verde. Pero no habría desorden.
—No —se dijo Ava mientras esbozaba el pino tupido y exterior en cada
habitación—. Solo el verde. Luego... —dijo mientras añadía un árbol al salón—. El
ocasional estallido de glamour.
Al pasar por encima de sus bocetos, Ava dibujó meticulosamente montones de
piñas brillantes, ramas y luces centelleantes en grandes ramos. En lugar de llenar el
árbol con miles de luces, dejaría que el resplandor de los rústicos manojos
estratégicamente colocados iluminara el árbol.
Ava se recostó, se tomó un momento para estudiar su dibujo y no podía creer lo
perfecto que era.
Cuando se abrió la puerta del ascensor, Ava estaba en el suelo admirando su
obra. Cuando oyó los lentos pasos por el pasillo, finalmente levantó la cabeza y vio cómo
Hendricks intentaba entrar de puntillas en la habitación.
—Ya estoy levantada —dijo Ava, viendo cómo Hendricks casi tiraba la bandeja
de café con la que había entrado al oír su voz en la silenciosa habitación.
En lugar de preocuparse por su bienestar, Ava se preguntó qué demonios había
hecho antes de las siete.
—¿Has ido de compras? —preguntó mientras evaluaba las bolsas y el café.
—No. Pero a tus compañeros de piso probablemente les hubiera gustado esa
idea.
—¿Mis compañeros de piso? —Ava sintió que los nervios se apoderaban de
ella—. ¿Has ido a mi casa esta mañana? ¿Para qué?
Ava vio cómo Hendricks se encogía de hombros de forma poco habitual y decía:
—Ropa.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Fuiste a buscarme ropa? ¿Como para llevarla al trabajo?
—Para vestir aquí. Tenemos una prioridad, y es Carolyn. —Hendricks le acercó
la bolsa y se la tendió—. Tengo todo lo que necesitamos aquí. No perdamos tiempo
yendo a la oficina.
Ava alargó la mano y la deslizó lentamente por debajo de las asas, y asintió.
Cuando la tomó, miró hacia abajo y se preguntó:
—Entonces, ¿quién estaba en casa?
—Geoffrey. Y Collin. Siento que hay mucho que necesito aprender sobre mi
nueva esposa.
Ava movió los ojos para intentar echar una mirada furtiva a Hendricks, para
captar un vistazo a su lenguaje corporal.
Observó su espalda mientras él se dirigía a la cocina para dejar las tazas de café
y la bolsa de rosquillas en la isla.
—¿Cómo? —preguntó Ava cuando él continuó como si no acabara de burlarse
de ella, dejando caer una línea de chisme delante de sus narices.
Hendricks levantó la vista pero no la miró como si estuviera pensando en qué
decir. Finalmente, Ava vio cómo empezaba a hablar por encima del hombro.
—Como el hecho de que vives con uno de los mejores centros de la NHL. Y que
tienes afinidad por los muñecos de nieve.
¿Afinidad por los muñecos de nieve? Ava se dijo a sí misma las palabras,
completamente confundida. Sacudió la cabeza y luego levantó el cuerpo del suelo.
Luego, con cuidado de no pisar ninguno de sus organizados bocetos, llevó la bolsa al
baño para cambiarse.
No sabía qué le había pasado a Hendricks, y la mañana ya era lo suficientemente
extraña, así que pensó que podría vestirse para poder empezar. Mientras Ava se lavaba
el rostro y se cepillaba los dientes con el neceser de viaje que le había preparado
Geoffrey, se apoyó en el borde del baño y contempló la habitación.
Incluso el baño tenía potencial. Toda la casa tenía una arquitectura muy buena,
pero le faltaba ese pequeño detalle para que se sintiera como un hogar. Se enjuagó la
boca y se dirigió al bolso. Primero sacó su par de pantalones favoritos y alabó a Geoffrey
por su elección. Se abrazó a ellos porque no solo eran cómodos, sino que le daban a su
trasero el impulso que necesitaba. A continuación, rebuscó y encontró un bonito jersey
de punto que le quedaba un poco grande y era muy cómodo.
Entonces Ava jadeó.
—¡Dios mío!
Rápidamente metió la mano en la bolsa y sacó sus ropa interior de muñeco de
nieve, tirando de ellos hacia su cuerpo para que quedaran ocultos. Como si, al tirar de
ellos lo suficientemente rápido, se borrara el hecho de que Hendricks –y su
despreocupado comentario sobre el muñeco de nieve– no hubiera visto su ropa interior
favorita de muñeco de nieve en todo su esplendor esa mañana.
Ava apretó los ojos y se encogió. Ya no creía que Geoffrey mereciera elogios. De
hecho, tendría suerte si ella no ponía su bata de Santa favorita en la batidora de Collin
como venganza.
Respirando hondo, Ava se resignó a que tenía que alegrarse de tener un cambio
de ropa.
Con el cabello recogido en una larga trenza, la ropa cambiada y las sudaderas de
Hendricks bien dobladas, Ava se dirigió al salón.
Entró en la cocina donde Hendricks había empezado a separar sus notas de la
noche anterior y se apoyó en el borde de la isla.
Sin levantar la vista, Hendricks tomó una taza roja brillante de vacaciones, la
levantó y le ofreció:
—¿Café?
—Gracias —dijo Ava, extendiendo la mano y tomándola.
Bebió un sorbo y lo observó, preguntándose si él iba a hacer algún otro
comentario sobre Frosty.
Después de cinco minutos, no pudo aguantar más. Necesitaba defender sus ropa
interior de muñeco de nieve.
—Como si no hubieras tenido un dibujo animado navideño favorito mientras
crecías. —Ava se dio cuenta de que su tono sonaba como una acusación y un desafío.
Hendricks enarcó una ceja y levantó la vista.
—De hecho —comenzó, sin una pizca de inflexión en su voz—. Disfruté de Santa
Claus is Comin’ to Town.17
Ava se preguntó si realmente lo había oído bien.
—¿Como la de los Kringles18? —preguntó.
—El mismo. —Esta vez Hendricks levantó la vista y tomó un sorbo de su propio
café—. ¿Asumes que no tuve una infancia llena de Navidad porque mis padres murieron
cuando era joven?
El corazón de Ava se dolió por él, pero no era eso en absoluto.
—No, asumo que no tuviste una infancia llena de Navidad porque eres tan alegre
como un trozo de carbón. ¿Te mataría colgar una corona de flores? Quiero decir, los Boy
Scouts las venden y prácticamente la cuelgan por ti. Ni siquiera el rey de la eficiencia
puede discutir eso.
Hendricks consideró sus palabras y luego asintió.
Entrecerró los ojos.
—¿Acabas de...? —Ella movió la cabeza hacia arriba y hacia abajo para imitar su
asentimiento.
—Sí, lo hice. He echado un vistazo a tus bocetos mientras te cambiabas.
—Estoy teniendo un poco de problemas para leerte esta mañana. O, tal vez, para
seguirte el ritmo. ¿Te sientes bien?
Primero, estaba de acuerdo con ella, ¿y luego quería hablar de sus bocetos?
¿Quién era este tipo, y qué hacía con la vieja versión malhumorada de sí mismo?
Hendricks la ignoró.
—Deberíamos tomarnos un descanso hoy para asegurarnos de no saturarnos. A
las once tenemos tiempo para descansar. Podrías tomarte un tiempo para trabajar en
la casa. En tus diseños. Luego recoger el almuerzo y seguir trabajando hasta la noche.
Ava sintió que su mandíbula golpeaba el mostrador. Su mente le gritaba que
aceptara antes de que él cambiara de opinión.
—Sí —dijo con un chillido; era mejor que nada. Luego tomó un muy necesario
sorbo de su café.
—Bien, ¿empezamos? —preguntó él.
Ava lo miró y asintió.
17
Hace referencia a una película animada navideña.
18
Personajes animados que aparecen en la película navideña Santa Claus is Comin’ to Town.
—¿Te sientes bien con todo hasta ahora? —preguntó Hendricks mientras
levantaba el cuello y la espalda para estirarlos. No sabía por qué Ava insistía en extender
todo en el suelo, pero era extrañamente útil cuando se miraba el panorama general de
la casa de Carolyn. Además, no estaba seguro de que fuera a ser capaz de mantenerse
erguido nunca más.
Observó cómo Ava se inclinaba hacia delante y cambiaba un par de papeles de
sitio, centrándose en silencio en unas páginas en las que habían discutido sobre dónde
colocar las paredes, las puertas, las islas y las chimeneas, y luego se sentó de nuevo y se
apoyó en los tobillos.
Su asentimiento comenzó lentamente, pero acabó acelerando su ritmo antes de
establecer finalmente contacto visual.
—Sí —dijo—. La verdad es que me siento muy bien. Es un buen comienzo.
-—Me alegra saber que te das cuenta de que es un comienzo. Suenas
entusiasmada con ello.
Hendricks estaba intrigado por lo compatibles que eran. Ava era
sorprendentemente elocuente y conocedora de la arquitectura. Él lo apreciaba, ya que
permitía una mejor discusión.
Pero también tenía que admitir que lo distraía. Y no era solo la arquitectura. El
celo general de Ava por aprender y su conocimiento de casi todo lo que discutían le
resultaban más atractivos de lo que él quería. Por alguna razón, todo lo relacionado con
su mente, incluso la forma en que hablaba de un pensamiento o un proceso, era
intrigante. Incluso una vez tuvo que pedirle que repitiera lo que decía porque se perdió
en sus palabras más que en su significado.
—Lo estoy. —Ava lo sacó de sus pensamientos—. Me entusiasma la idea de que
con cada cambio, con cada reescritura, tengo la oportunidad de rediseñar el espacio.
Espero que no estemos muy lejos, pero espero que Carolyn tenga exigencias para que
la casa sea perfecta para ella, y eso incluye revisiones en las que yo pueda trabajar un
par de veces.
Hendricks esbozó una ligera sonrisa. Habiendo pasado por este proceso cientos
de veces, tenía la sensación de que Ava iba a cumplir su deseo. Todavía no había tenido
un cliente que no lo hubiera acosado con órdenes de cambio hasta que se iniciara la
construcción de una nueva obra o incluso hasta que se clavara el último clavo. Incluso
había tenido que pedir a un constructor que derribara una parte de una casa porque el
cliente le había pedido que rediseñara un ala entera de la vivienda. La gente estaba loca,
así que Ava podría conseguir su loco deseo.
—Bueno —Hendricks miró la hora—. ¿Estás lista para salir?
Ava dejó que una sonrisa hambrienta se enroscara en su rostro.
Hendricks se enderezó.
—Ese puede ser el rostro más aterrador que he visto nunca.
—Estoy a punto de llevarte al lugar más aterrador que hayas visto nunca, así que
estás en lo cierto.
—Oh. —Hendricks se preguntó en qué se había metido. Y si la muerte por diseño
era realmente una cosa
—Vamos, maridito. Vamos de compras.
Ava se levantó de un salto y se acercó a él. Le tendió una mano y luego movió los
dedos.
Hendricks volvió a notar el diamante de su madre y un leve calor le invadió el
cuerpo. Se preguntó si era el momento, el anillo o la mujer que tenía delante lo que le
recordaba tanto a ella este año.
Sintió que la nostalgia le daba un tirón en el corazón. Era un sentimiento que no
había tenido en mucho tiempo. Casi le hizo ponerse una mano en el pecho.
—¿Y bien? —insistió Ava, pero esta vez, cuando levantó la vista, su rostro era
menos juguetón y más tranquilo.
Sin querer admitir sus sentimientos o sus pensamientos, Hendricks respondió:
—Estoy empezando a arrepentirme de mi idea. —Entonces, la agarró de la mano
y dejó que usara todo su cuerpo para tratar de ponerlo de pie.
—Cuando este lugar esté engalanado, te preguntarás por qué no me contrataste
antes.
Antes de que salieran de su casa, Ava había visto una mirada en el rostro de
Hendricks que no había visto en las dos primeras semanas de conocerlo. Era suave y
reflexiva. Cuando la vio, tuvo que emplear toda su fuerza de voluntad para no
presionarlo sobre lo que estaba pensando. Supuso que con el tiempo se verían
obligados a hablar de los asuntos más personales de sus vidas. Y, supuso, cuando
volvieran a su relación laboral después de las Navidades, ella también acabaría
sabiendo más sobre él. Pero la atracción había sido fuerte.
Ava adoraba que el día de invierno estuviera un poco nublado. Los días soleados
eran encantadores cuando la nieve brillaba. Pero, algo en el gris malhumorado y la
amenaza de nieve fresca era su favorito.
Le levantó el ánimo mientras caminaban hacia su tienda favorita. Era un almacén
entero lleno de muebles de alta gama que vendían en el suelo. Había un sinfín de
opciones para la decoración del hogar y, en invierno, tenían toda una segunda planta
dedicada a la Navidad.
De hecho, visitaba el almacén tan a menudo que la mitad de los bocetos que había
hecho para la casa de Hendricks estaban dibujados con artículos específicos en mente.
Es decir, si Hendricks cumplía su parte del contrato, podrían salir ese mismo día con un
camión cargado de muebles para el hogar, decoraciones –mínimas, por supuesto– y
todo lo que necesitarían para su sencilla, pero glamurosa, idea navideña.
Durante los siguientes cuarenta y cinco minutos, todo lo que Ava tuvo que hacer
fue acercarse a diferentes muebles, pedirle a Hendricks que se sentara en ellos o que se
pusiera junto a ellos, asentir con la cabeza cuando él aceptaba a regañadientes sus
elecciones y luego tachar el artículo de su lista. No se dio mucho tiempo, ya que pensó
que era mejor respetar el horario de Hendricks. Pero reservó quince minutos
ininterrumpidos para el segundo piso.
Mientras subían las escaleras, Ava sintió que la emoción y la anticipación
aumentaban. Se sentía como una niña corriendo hacia el árbol en la mañana de Navidad.
Solo que ahora su emoción era entrar en un hermoso país de las maravillas del invierno.
Todos los estilos de árboles de Navidad reutilizables –a Ava no le gustaba la
palabra “falso” en relación con uno de sus centros de mesa navideños favoritos– tejían
un camino de un extremo a otro de la planta.
Algunos árboles lucían sus luces navideñas y otros estaban bellamente
desnudos.
En el exterior del camino de los árboles, había un sinfín de mesas, habitaciones
engalanadas con la alegría de las fiestas y cocinas decoradas de forma tan elaborada
que parecía que estaban haciendo una audición para uno de los sets de rodaje de
Carolyn.
—Por favor, dime que no vas a convertir mi casa en esto.
Ava sonrió ante el comentario lleno de miedo de Hendricks. Esperó un minuto,
solo para dejarlo entrar en pánico, y luego dijo:
—No, tengo una idea totalmente diferente para tu casa.
—Gracias a Dios. —Hendricks suspiró audiblemente, un acto que se resignó a
hacer ya que Ava lo mantenía a menudo al borde del abismo.
—¡Piensa en el brillo! —Ava dirigió unos ojos enormes a Hendricks y saltó de
emoción.
—Oh, Dios mío.
Hendricks comprobó su reloj cuando salieron del almacén en el que Ava había
gastado una buena parte de su dinero en muebles, cosas que ella llamaba necesidades
de decoración para el hogar –sea lo que sea– y adornos navideños de aspecto aterrador
de lo que él llamará para siempre El Segundo Piso.
Si hubiera dicho las palabras en voz alta, habrían sonado como el título de una
película de terror. Pero se dio cuenta de que no se había excedido ni un minuto del
tiempo asignado. Entraron y salieron en una hora. Ella sabía lo que hacía, y solo le hizo
falta una noche de planificación para tener casi todos los detalles de lo que quería hacer
en su mente.
La mente de Ava: qué lugar tan intimidante. Hendricks miró a Ava mientras
estudiaba su última habitación para la casa de Carolyn.
Incluso ahora, mientras repasaban y reelaboraban las nuevas y elaboradas
características de su próxima propuesta de vuelta al ático de él, observaba cómo ella
dirigía sin esfuerzo a los equipos de entrega que habían accedido a llevar a la casa todas
las ventas de pisos que Ava había hecho ese día.
¿Qué había dicho Ava en el almacén? ¿Nos conocemos desde hace mucho tiempo?
Hendricks se encontró deseando saber qué significaba eso. Supuso que podría
haber preguntado, pero tampoco quería dar una impresión equivocada. Al fin y al cabo,
su relación era estrictamente profesional, incluso la concertada.
—¿Disculpe, señorita?
Hendricks observó cómo Ava levantaba la cabeza con elegancia y respondía a un
hombre en la puerta que remolcaba un cajón apilado con cajas detrás de él. De repente,
deseó haber diseñado los ascensores más pequeños. Pero se dio cuenta de que no podía
limitar la capacidad de la gente para trasladar los muebles a sus habitaciones solo
porque no quería que entrara un cajón de dos metros por dos metros de adornos
navideños.
—¿Sí? —respondió Ava.
—Tenemos la primera entrega de sus artículos navideños. ¿Dónde los quiere?
—¿La primera? —susurró Hendricks con lo que deseó que fuera más énfasis del
que realmente había dado a la pregunta de una sola palabra.
Ava se limitó a ponerle un dedo en los labios y le dijo:
—Shh. —Luego sonrió amablemente al hombre y dijo—: Aquí mismo sería
perfecto. Gracias.
El toque de su dedo contra sus labios removió algo dentro de Hendricks que no
quería sentir.
Sí, Ava le parecía atractiva. Sí, la encontraba inteligente e intrigante. Sí, se dio
cuenta de que era, sin duda, la mejor persona que se podía contratar para el trabajo.
Pero, lo que era un No absoluto, era la sensación que un pequeño toque le disparaba a
la boca del estómago.
Esa sensación fue, sin duda, lo que lo hizo aceptar a regañadientes ayudar a Ava
a decorar una vez que terminaran de cenar. ¿Se había invitado a sí misma a quedarse a
cenar? ¿O le había ofrecido la cena antes? Hendricks sentía que el desorden que le
rodeaba le estaba desordenando la mente.
—¿Italiana o mexicana? —preguntó Ava una vez que la tercera y última caja
había sido descargada en el salón.
Hendricks se quedó mirando la montaña de cajas.
—Lo que quepa aquí con todo eso. —Señaló las cajas.
—Muy gracioso. ¿Qué te parece la pasta casera? —preguntó.
—Debe ser mejor de lo que me siento con la decoración de Navidad.
—Oh, vamos. No va a ser tan malo. Comeremos, pondremos la televisión o algo
de música, y te enseñaré exactamente qué hacer y dónde poner todo. Luego, lo que no
terminemos, lo haré en mi tiempo libre, y ni siquiera tendrás que ayudarme.
Hendricks asintió, pero se preguntó en qué momento su mente había decidido
que él –en cierto modo– quería ayudarla.
¿Quería ayudarla?
El pensamiento que inducía al miedo le martilleaba el pecho.
—No —dijo Hendricks antes de que pudiera dejar que su naturaleza racional se
impusiera. Antes de que su mente pudiera decirle que estaba haciendo el ridículo y que
su corazón no tenía por qué preocuparse.
—La verdad es que empiezas a ser un poco gracioso. —Ava no había levantado
la vista para ver que no estaba bromeando.
—No —dijo de nuevo.
—Lo siento, ¿quieres decir...?
—No. No tengo tiempo para esto.
Ava parecía confundida.
—Oh, ah, bien. Podemos hacerlo más tarde.
—No quiero ayudarte. Esto es una pérdida de tiempo. He cambiado de opinión.
Deberías irte. Puedes decorar esto más tarde, cuando no esté aquí. No —dijo Hendricks
de nuevo, pellizcando el puente de su nariz—. Quédate. Yo me iré. Necesito trabajar.
Necesito concentrarme. Esto –señaló los adornos– no es más que una distracción. Haz
lo que tengas que hacer y luego retíralo. Trabajaremos desde la oficina el lunes.
Ahora Ava se quedó de pie, sin palabras.
Hendricks sabía que tenía derecho a estar enfadada. Le había seguido el juego y
luego había cambiado de opinión repentinamente. Pero ella no entendía lo que él sentía.
Y lo que sentía era peligroso. Necesitaba concentrarse en el trabajo. Y ella también.
—Enviaré la cena para que puedas comer mientras trabajas. Puedes irte cuando
hayas terminado. Mándame un mensaje cuando lo hagas.
Hendricks se dirigió a su chaqueta sin molestarse en ponérsela. En su lugar, se
la puso sobre el brazo y entró en el ascensor. Cuando se dio la vuelta y se puso de pie,
se encontró cara a cara con Ava mientras ésta veía cómo se cerraban las puertas frente
a él.
No habían hablado más sobre la partida de Hendricks. Simplemente se había
tomado esa noche y la siguiente para terminar de colocar los muebles. Luego, con todo
colocado, dio vida a su idea sobre el sencillo pero glamuroso esquema de decoración
navideña.
Se habían ignorado el uno al otro durante todo el fin de semana, ocupándose de
sus propias vidas, sin molestarse en hablar de la noche en que Hendricks la había
abandonado. Era fácil hacerlo con él encerrado en su residencia en el campo. Y era lo
mejor.
Ava sabía que estaba empezando a sentirse demasiado cómoda con Hendricks.
No, se corrigió. No “Hendricks”. Era su jefe gruñón e irritante.
Cuanto más pensaba en ello, más se daba cuenta de que la única razón por la que
era amable era porque la necesitaba. Su primera cena con Carolyn era una prueba de
ello.
Por mucho que le doliera –y le dolía– era lo mejor. Ava había tenido tiempo
ininterrumpido, con infinidad de recursos, para terminar la casa de la ciudad de
Hendricks. Los muebles y el diseño eran una cosa: bonitos, funcionales, todo lo que tenía
que ser. Pero los adornos navideños... eran encantadores.
Entrar en el ático de Hendricks era como entrar en un país de las maravillas
invernales, simplista pero en cierto modo exagerado. Era tenebroso y oscuro, con sus
espesos árboles de hoja perenne, pero de vez en cuando, había ese estallido de brillo y
resplandor.
Ahora, en una nevada tarde de domingo, Ava se tumbó de espaldas y revisó las
fotos que había tomado de su diseño. Admitió que no quería hacer nada. La semana y la
mayor parte del fin de semana la habían agotado. Pero no lo suficiente como para
impedirle revisar las fotos en su cámara y tomar notas sobre cómo volver a filmar
algunas de las habitaciones para obtener el mejor ángulo o las mejores características
capturadas en la pantalla.
—Un chocolate caliente con canela para la mujer que reniega de sus
sentimientos por un jefe malhumorado, gruñón y sexy.
Ava dejó caer la cámara al pecho desde donde la sostenía por encima de su
cuerpo y giró la cabeza para ver a Geoffrey entrar en su habitación con dos tazas
humeantes.
El aroma era celestial; los comentarios, no.
—No siento nada por mi jefe. —Ava se incorporó y dio un manotazo a la taza.
Geoffrey la apartó cuidadosamente de su alcance, haciéndola fallar. Luego
agachó la cabeza y dijo:
—Estás deprimida y revoltosa.
Ava entrecerró los ojos.
—Esa ni siquiera es una palabra.
—Deprimida es una palabra —se defendió Geoffrey, luego cedió de mala gana la
taza de Ava, decidiendo que era más fácil sentarse y beber la suya en vez de jugar a
quedarse afuera.
—Admite que te gusta.
—Admito que tiene un árbol tan metido en el culo que no me extraña que
necesitara un contrato para conseguir una esposa.
—Ouch. —Geoffrey la miró como si le gustara su actitud combativa en su
relación—. Deberías usar esa rabia para hacer que se enamore de ti.
—Creo que no has entendido nada. —Ava bebió un sorbo y cerró los ojos ante la
fuerza de la bebida que Geoffrey había vertido en su taza.
—Creo que el único punto que hay que tener es que te estás enamorando de tu
jefe.
—Es que ahora mismo no puedo mantener esta conversación contigo. Me duele
la cabeza. Estoy cansada.
Ava se asomó a su amigo cuando éste le tendió la mano. Exageró su mirada, luego
le puso la cámara en la mano de forma dramática.
Antes de que Geoffrey mirara las fotos, se inclinó y preguntó:
—¿Son buenas?
Ava no pudo evitarlo. Su pasión por lo que le gustaba hacer y la estación que
sostenía su corazón eran demasiado fuertes.
Sonrió y respondió:
—Mi mejor trabajo hasta ahora.
Hendricks se rió para sí mismo mientras veía a Ava salir por la puerta. Por alguna
razón, ese día se sentía feliz.
Probablemente había un millón de cosas que podían haber contribuido a ello: su
retiro de fin de semana, volver a su casa decorada, disculparse con Ava, ver cómo casi
se caía cuando le sugirió que trajera todos sus bocetos a su reunión, pero sobre todo
pensó que era solo Ava.
En cuanto a las falsas esposas, básicamente le tocó la lotería. Entonces, de
repente, sin ninguna razón, se encontró preguntando si ella sabía cocinar. Sabía que no
era un requisito según su contrato, pero tenía un presentimiento.
Hendricks empezó a seguir a Ava y salió al frío.
Ella le esperaba en la acera con la chaqueta cerrada hasta la barbilla y las manos
enguantadas metidas en los bolsillos.
—¿Tienes frío? —preguntó Hendricks.
Ava giró todo su cuerpo para mirarlo.
—No, en absoluto. Me encanta dar paseos por el trabajo a veinte grados de
temperatura. Estaré bien. Soy de Minnesota, por el amor de Dios. Congelemos nuestros
traseros y llamémoslo divertido.
Cuando Ava empezó a caminar, no le dio muchas opciones para seguirla. Así que
dio un par de largas zancadas y le alcanzó. Parecía que estaba corriendo, pero no podía
culparla.
A los cinco minutos, Hendricks pensó que podría conseguir que Ava dejara de
temblar sacando a colación algo que pudiera distraer su mente de su cuerpo helado.
—Estaba pensando –mientras estaba afuera siendo El Grinch–. —Hendricks hizo
una pausa para la sonrisa de Ava—. Tal vez debería ir allí de nuevo este fin de semana.
—¿En serio? —preguntó Ava, sonando decepcionada.
—Sí. Creo que en las modificaciones del contrato anoté que quería diseñar en
mis dos residencias.
—Espera. —Ava se detuvo y puso la mano en el brazo de Hendricks—. ¿Estás
diciendo que puedo ir contigo? ¿Y convertir tu casa en un país de las maravillas del
invierno?
—Bueno —dudo Hendricks—. Ahora estoy un poco nervioso. Pero, en definitiva,
sí.
Ava gritó y abrazó a Hendricks.
Sin saber qué hacer con el abrazo, Hendricks se quedó de pie, congelado, con una
Ava inmóvil envolviéndolo. Era maravilloso y terrible a la vez.
¿Debía devolverle el abrazo? ¿Acariciar su cabello? ¿Alejarla agarrando sus
brazos, o atraerla para hacer lo que realmente quería hacer –besarla como un loco– y
luego hacer que ambos olvidaran que había sucedido para poder seguir trabajando
juntos?
Al parecer, dudó demasiado cuando Ava se bajó de él y se puso torpemente
delante de él. Entonces dijo:
—No puedo.
Las palabras tardaron un momento en procesarse, pero cuando lo hicieron,
Hendricks se dio cuenta de que estaba tan confundido como probablemente lo había
estado Ava esa mañana con lo amable que estaba siendo. Se sentía extraño.
—No entiendo. Parecía que desde tu... —Hendricks hizo rodar su dedo hacia
adelante en un gesto hacia lo que acababa de suceder—. ¿Tu grito y tu abrazo de ataque
parecían excitados por la idea?
—Oh, no. Lo estoy.
—Todavía no te entiendo.
—Le dije a Geoffrey que iría al partido este fin de semana.
—¿El partido? —preguntó Hendricks antes de hacer clic—. ¿Te refieres al
partido? ¿Minnesota contra Las Vegas? ¿La batalla de las batallas? ¿La previa de la Copa
Stanley?
—Ahh. —Ava parpadeó y luego se encogió de hombros—. Sí, supongo que sí.
—¿Supones que sí? —Hendricks estaba mortificado—. ¿Por qué vas siquiera?
Ava habló tímidamente por miedo a que su respuesta no fuera aceptable.
—Uh, bueno, Collin. Obviamente. Pero, además, tienen un puesto de masa de
galletas que es realmente...
—¿Vas por la masa de galletas? —Hendricks se quedó sin palabras.
—Y Collin.
—Bien. Solo necesito un minuto. —Hendricks estaba desconcertado. Tenían el
mejor equipo de la nación, y se estaba desperdiciando una entrada en una amante de la
masa de galletas. Aunque, sorprendentemente, no se sorprendió. Solo sintió un poco de
asco. El hockey era sagrado en Minnesota. La masa de galletas no lo era.
Hendricks sintió que Ava se acercaba a él, obviamente todavía congelada.
—¿Quieres mi chaqueta? —preguntó Hendricks.
Sintió la mirada de Ava.
—No creo que pueda soportar que hagas otra cosa buena por mí esta mañana.
Me congelaré para asegurarme de que no estoy soñando. De todos modos, tenemos
asuntos más importantes que discutir, como, cuando podemos reprogramar el país de
las maravillas de invierno.
—¿El siguiente fin de semana? —sugirió Hendricks, sin saber si debía sentirse
dolido o divertido por la valoración que ella hizo de sus amabilidades esa mañana.
—La víspera de Nochebuena con mi familia. No me la puedo perder. Es el fin de
semana antes de Navidad todos los años. Estaría vetada de por vida si me lo perdiera.
—Entonces tendremos que hacerlo la semana antes de Navidad. ¿Te dará tiempo
suficiente?
—Mientras pueda vivir allí, trabajar desde allí y fingir que estoy en unas mini-
vacaciones navideñas, entonces sí.
Hendricks inclinó la cabeza en señal de reconocimiento de todas sus exigencias.
Su mente trató de recordar su agenda de trabajo para esa semana.
—No tienes ninguna cita, es la semana antes de Navidad. Otras personas
celebran la fiesta. Es casi una cosa mundial.
—Cierto. —Hendricks se preguntó si ella podía leer su mente—. Y no te importa
montar nuestra oficina allí, o-
—¿Estarás allí conmigo? —Esta vez, Ava terminó su pregunta—. No. De hecho,
me resultará muy conveniente tener a alguien para quien cocinar.
¡Ella Cocina!
Hendricks se encogió de hombros, tratando de ocultar sus pensamientos para
que Ava no pudiera leerlos.
—Entonces, claro. Podemos irnos el lunes por la mañana. O, el domingo por la
noche. Lo que prefieras.
Observó a Ava asentir, y luego dijo:
—Bien. Entonces son vacaciones de Navidad.
Luego bajó la cabeza el resto del camino, rezando para poder sobrevivir a una
semana con Ava sin enamorarse de ella más de lo que ya lo había hecho.
Ava y Hendricks se quedaron mirando a Carolyn, que iba a juego con Ava con un
suéter rojo brillante y unos enormes pendientes de gota de rubí. Si la petición de
Carolyn no la hubiera sorprendido tan desprevenida, habría contemplado los brillantes
pendientes rojos en forma de pera y se habría preguntado cuántos años habría tenido
que trabajar para permitírselos. En lugar de eso, estaba tratando de golpear
discretamente la rodilla de Hendricks por debajo de la mesa para que dijera algo
mientras forzaba otra de sus sonrisas falsas.
—Ah, lo siento mucho. Estoy recibiendo una llamada.
Ava observó cómo Hendricks se ponía de pie y asentía hacia Carolyn, que parecía
no haberse dado cuenta. Luego le hizo un gesto a Ava.
—Es tu padre. Probablemente deberías acompañarme.
—¿Mi padre? —preguntó Ava.
Hendricks abrió los ojos como si dijera, ¡levántate y sígueme para que podamos
hablar de esto!
Ava finalmente se dio cuenta.
—¡Oh, claro! —Ava se rió en dirección a Carolyn—. Estos hombres. No pueden
tomar una decisión sin mí.
Ava estaba satisfecha con su rápida recuperación y con las cejas fruncidas que
obtuvo de Hendricks.
—No hay problema. —Carolyn les hizo un gesto para que se fueran juntos—. Si
no te importa, voy a pedir una botella de vino para acompañar el almuerzo.
—Sí, vino. Todos necesitaremos vino —admitió Ava mientras Hendricks la
arrastraba.
Hendricks hizo que Ava doblara una esquina y la inmovilizó contra la pared.
Luego se quedó allí, con los ojos muy abiertos y con una pizca de temor a Dios en ellos.
Ava casi olvidó que acababan de ser invitados a una obra de teatro de Navidad con
Carolyn por la forma en que Hendricks parecía tan inseguro de sí mismo.
—No hablamos de actividades fuera del trabajo —dijo Hendricks.
—Supuse que cuando firmé para ser tu esposa, probablemente tendríamos que
hacerlo. —Hendricks lo pensó, pero no cambió su estado de ánimo.
—Oh, Dios mío —dijo Ava, leyéndolo muy bien después de solo tres semanas en
el trabajo—. Es que no quieres ir a una obra de teatro.
Ava sonrió mientras Hendricks intentaba hacerse el ofendido. Pero no pudo
mantenerlo. Se preguntó si cuanto más pensaba él en ir a una obra de teatro, más se
resquebrajaba su armadura. Entonces sus hombros cayeron.
—Las odio. No sé por qué. Sus voces son increíbles, las historias son buenas, pero
simplemente no puedo sentarme en una obra de teatro.
Ava se cruzó de brazos.
—Después de todos estos años de matrimonio, todavía hay mucho que tenemos
que aprender el uno del otro.
—Muy graciosa
—Gracias. —sonrió Ava—. Bueno, estoy de acuerdo con una salida si tú lo estás.
—No me obligues a hacerlo.
—¿Quieres el trabajo o no?
—Sí. —Hendricks se desplomó.
—Entonces invitémosla al partido de hockey. Yo ya voy a ir. A Geoffrey no le
importará. Seguro que Collin puede conseguir dos entradas más. —La mirada de
esperanza y emoción parecía tan reprimida en el interior de un hombre que se
esforzaba tanto por contenerse; Ava se preguntó si podría ver al hombre más temible
del mundo gritar... o explotar. Cualquiera de los dos resultados sería fascinante.
Hendricks se recompuso, respiró profundamente y puso una mano en cada
brazo de Ava.
—Puedo decir esto porque eres mi falsa esposa, me encanta el hockey, me
encanta la idea de no perder un trabajo por haber rechazado una invitación. —
Hendricks se acercó para abrazarla y luego habló contra el cabello de Ava mientras la
apretaba hasta la saciedad—. Ahora mismo me gustas más que el hockey. —Ava soltó
una carcajada. Luego lo siguió con un jadeante:
—Bueno, supongo que es algo. Volvamos y bebamos un poco de ese vino.
En veinte pasos, estaban de vuelta en su mesa, chocando sus copas de vino sobre
un pequeño centro de mesa de hojas de pino y flor de pascua.
—Carolyn, nos encanta la idea de reunirnos. Pero este fin de semana tenemos
planes para ir a un partido de hockey. Mi com… uh, esposo de mi mejor amigo —dijo
Ava tartamudeando mientras intentaba corregirse—. Juega en Minnesota. ¿Te
interesaría acompañarnos?
Carolyn estaba visiblemente emocionada.
—¡Suena muy divertido! Hagámoslo. Solo dime cuándo y dónde.
Esta vez Hendricks intervino.
—El partido es el sábado por la noche. Podemos recogerte a las seis si no te
importa venir con nosotros.
Ava puso los ojos en blanco ante la seriedad de Hendricks, esperando que
Carolyn no sintiera que se estaba entrometiendo, aunque tenía el presentimiento de
que no le importaría.
—Carolyn, creemos que sería muy divertido que nos acompañaras allí. Mi mejor
amigo y yo tenemos el ritual de tomar una bebida en un bar local y luego pizza por
porciones en nuestro camino al estadio.
Ava sintió que la mirada de Hendricks se clavaba en un lado de su rostro
mientras Carolyn mostraba todas sus cartas.
—¡Esto es tan divertido! No sabes lo emocionada que estoy
Ava observó cómo Carolyn tomaba un sorbo de su vino, aparentemente para
calmarse. Pero seguía sintiendo los ojos de Hendricks sobre ella. Lanzó una mirada en
su dirección y no pudo evitar sonrojarse por la forma en que sus ojos bailaban al
mirarla. Podrían haber dado a esos Señores Saltarines una carrera por su dinero.
—Solo mírense ustedes dos. —Carolyn apoyó la barbilla en su mano—. No hay
nada mejor que ver a dos personas mirándose así. Es algo por lo que me esfuerzo en
mis películas. Pero ya sabes, es tan difícil recrear la realidad.
Ava y Hendricks tardaron un momento en darse cuenta de lo que Carolyn
acababa de decir. Y su primer instinto fue negar el comentario. Pero recordó que se
suponía que debían mirarse así. Solo que no debían mirarse así.
¿Se estaba enamorando realmente de Hendricks Cole? ¿Y acaba de decir “mirarse”
de esa manera?
Hendricks se aclaró la garganta de nuevo y se rió.
—Cuando ese es mi punto de vista, ¿cómo podría no hacerlo?
La mandíbula de Ava casi golpeó la mesa cuando Hendricks levantó su vaso al
centro de la misma y esperó a que la exagerada Carolyn le hiciera el juego a su brindis.
En lugar de unirse a ellos, Ava echó su copa hacia atrás e intentó sustituir la sensación
de ardor de su atracción por Hendricks por el frío del vino.
Seis horas y una siesta de media hora después, Ava se despertó con Geoffrey
entrando por la puerta principal. Ava se tapó los ojos y trató de quitarse el cansancio
que sentía desde que había llegado a casa. Su comida de trabajo había durado toda la
tarde.
—Bueno —Geoffrey atravesó el salón, sin molestarse en mirar a Ava cuando
pasó junto a ella y le hizo la pregunta—. ¿Cómo ha ido?
—¿Necesitas saberlo?
—Cariño, ¿estás borracha?
—Se supone que la gente no se emborracha en un almuerzo de trabajo, ¿verdad?
—¿No fue bien? —Esta vez Geoffrey se dio la vuelta—. Dios mío. ¿Necesitas algo
de comer?
—No, ha ido muy bien. Hendricks y yo estamos enamorados. A Carolyn le
encantan nuestros diseños, especialmente mis bocetos de las habitaciones. Oh, necesito
dos entradas extra para el partido del sábado. También, por favor, deja de mirar mi
rostro. No usé rímel a prueba de agua hoy. Ya sabes lo que las siestas le hacen al rímel
normal.
Geoffrey respiró profundamente, guiado por una mano que se juntó delante de
su rostro mientras limpiaba su mente. Ava lo había visto cien mil veces. Luego se dirigió
a la nevera, sacó el ponche de huevo, sacó dos vasos, se dirigió al salón y se sentó en el
suelo junto a Ava, que seguía estirada en el sofá.
—Toma. —Geoffrey ofreció a Ava el primer vaso que sirvió. Luego dijo con toda
naturalidad—: Todo eso —y su mano rodeó el rostro manchado de Ava—. Ha sido
mucho para asimilar. ¿Puedes empezar por el principio? —Ava le explicó a Geoffrey su
día, empezando por vestirse con el atuendo navideño rojo más odioso que pudo
encontrar para molestar a su, al parecer, no tan molesto jefe gruñón, y siguiendo por la
reunión del almuerzo. Terminó con—: Así que crees que puedes conseguir dos entradas
extras, ¿verdad?
—¿Para que tú y Hendricks estén cerca el uno del otro y se vean obligados a
fingir un amor real... mientras están realmente enamorados?
—Oye, yo no he dicho nada de que sea real...
Geoffrey la interrumpió.
—Puedo conseguir las entradas. Trabajaría en la esquina en mallas de caña de
azúcar para conseguir el dinero si no pudiera pagarlas solo por esta noche.
—No estás siendo útil.
—Lo siento, pero es como si todas mis fantasías apropiadas se reunieran en una
noche. Un falso –pero realmente no falso– romance. La época de Navidad. Voy a conocer
a Carolyn Wren. Y veré a mi guapísimo esposo patinar sobre el hielo con su sexy y
horrendo uniforme. ¿Qué podría ser mejor?
—De acuerdo. —Hendricks se giró hacia Ava, preparado para volver a enfatizar
su objetivo de la noche con Carolyn. Se dio cuenta de que lo había dicho todo al menos
tres veces, pero no haría daño en llevarla a casa.
—¡Lo sabía!
—¿Qué? Esa es una de las primeras preguntas que les hago a los chicos cuando
empiezo a salir con ellos. Todo el mundo sabe que si dicen algo más que flores de
mantequilla de maní, no se puede confiar en ellos.
—Lo sabía.
—¡Hola! —Carolyn asomó la cabeza por la puerta trasera que había abierto—.
¡Qué noche para un juego! —Se deslizó en el asiento, luego se inclinó—. ¿Sabías qué? —
le preguntó a Ava directamente, habiendo escuchado la última parte de su
conversación.
—Dios mío, esto es serio. Es obvio que solo hay una respuesta correcta. —
Carolyn hizo una pausa, esperando que Hendricks y Ava respondieran.
—Melaza.
Respondieron simultáneamente mientras se hablaban directamente el uno al
otro.
—Porque ambos están equivocados. Las galletas de azúcar glaseadas son las
mejores.
Antes del partido de hockey, Geoffrey había tenido la amabilidad de reservar una
mesa para cuatro en su bar clandestino favorito. Y, entre tratar de controlar la
admiración boquiabierta e incontrolable de Geoffrey hacia Carolyn y esquivar la
intromisión deliberada de Geoffrey en su matrimonio falso, Ava apenas tuvo tiempo de
tomar un sorbo de su bebida.
Sus ojos se abrieron cuando lo vio. Y él la leyó No puedo creer que sobrevivimos a
esa mirada perfectamente.
—Siento que debería decir que Geoffrey va a comprar carbón para Navidad.
Carbón negro, hollín manchado.
Hendricks sonrió.
—De acuerdo. —Ava no pretendía sonar tan insolente, pero cuando lo vio
contener una sonrisa, la irritó aún más—. Olvidé que todo esto se trata de conseguir un
trabajo.
Tan pronto como salieron las palabras, Ava se sintió terrible por decirlas. Ella
estuvo de acuerdo y participó en el contrato que ahora estaban representando. Ella
eligió ser la esposa de Hendricks. Entonces, ¿por qué se sentía tan frustrada con toda la
situación?
—Lo siento —dijo Ava cuando supo que había sido demasiado dura con
Hendricks.
Pero, ella sabía por qué, ¿no? Sabía, en el fondo, que quería tener esas
conversaciones con Hendricks. Él se había enamorado de ella de una manera que solo
el Grinch podía conquistar a un pequeño pueblo.
De alguna manera, durante los raros momentos en los que había bajado la
guardia, en lo de amigos, o, más exactamente, amigo, se mantuvo, en la forma más
honesta y dura forma en la que él trabaja, ella se había enamorado de él.
19
Son dueños y gerentes de Magnolia Homes, un negocio de remodelación y diseño.
—¡¿Qué?! —Ava no podía creer que la pusieran en el mismo balde que el jabón
de manos en el baño—. ¿Soy conveniente?
Esta vez, las manos de Hendricks salieron de sus bolsillos y las levantó, luchando
por encontrar las palabras.
—Quiero decir, no lo sé. Al principio, todo se trataba del trabajo. Haz cualquier
cosa para conseguir el trabajo. El contrato no era nada. Pero mi pareja, mi esposa, tenía
que ser perfecta. Ella necesitaba saber mi trabajo. Conocer lo suficiente sobre mí para
lograrlo. Ser sociable porque, bueno, soy yo. Y sabes que necesito ayuda.
Ava no pudo evitar la risa que brotó ante la admisión divertida pero cierta de
Hendricks.
Ava escuchó la voz del joven, pero le tomó un momento darse cuenta de que
estaba hablando con ella. No quería abandonar el momento, pero tampoco quería irritar
a una fila llena de fanáticos del hockey. Miró al trabajador, luego a Hendricks y luego se
giró para entregarle al hombre su boleto.
Cuando Ava miró hacia abajo, vio que él estaba extendiendo su mano frente a
ella. Ella la miró, luego a él.
—Vamos a casarnos.
Ava asintió, luego puso su mano en la de él y Hendricks los condujo al puesto de
masa para galletas donde sus amigos estaban montando una escena.
—¡Esto es tan divertido! —gritó Carolyn por encima del ruido del juego y los
ruidos de la multitud—. ¡Y mira! —Levantó tres cucharadas de masa para galletas de
diferentes sabores—. ¡Tienen masa para galletas! Si hubiera sabido esto cuando era una
niña, le habría rogado a mis padres que me llevaran a los juegos de hockey.
Todos vieron cómo Carolyn chasqueaba los labios con un gran bocado de la bola
de galleta de mantequilla de maní y luego movía la cabeza de un lado a otro. Luego, a
través de sonidos amortiguados y pegajosos, dijo:
Ava se rió cuando Hendricks ofreció más dinero del que nadie debería pagar por
un tazón lleno de masa para galletas y le respondió a Carolyn.
—Usted y Ava se llevarán muy bien. Es la única razón por la que viene.
Hendricks le guiñó un ojo a Ava, y ella sintió que el cálido rubor enrojecía sus
mejillas.
—¿No son ellos la pareja más encantadora? Hendricks tan severo, duro y fuerte,
pero dentro de esa cabeza suya, es una bola de amor —La cabeza de Geoffrey cayó
dramáticamente hacia un lado mientras describía a Hendricks—. Y Ava. Dulce y tan
hermosa. Pero igual de talentosa e incluso más inteligente que su jefe.
—¡De acuerdo! —gritó Ava mientras se dirigía hacia sus asientos—. Eso es
suficiente. Vamos —Miró a Carolyn—. No podemos llevarlo a ninguna parte.
Cuando finalmente llegaron a sus asientos, el edificio estaba oscuro, con las luces
atenuadas. Lo único que podían ver eran los focos que hacían rayos emocionados a
través de la pista. La sala estaba en silencio mientras todos esperaban con anticipación
mientras la música comenzaba a ser baja y de repente cobraba vida con el sonido de
20
Es una bacteria.
una guitarra eléctrica y un bombo que sacudía sus asientos. En un instante, el estado
del hockey cobró vida y se volvió electrizante.
Estaban de pie y aplaudiendo al ritmo con sus guantes de invierno mientras los
jugadores de hockey entraban en tropel al hielo.
—Y dijiste que la masa de galletas era la razón por la que viniste. —Hendricks se
inclinó para que solo Ava pudiera escuchar su susurro.
—Es una especie de magia navideña por sí sola. Gente reunida, feliz, celebrando.
El estado de ánimo es intenso, pero los sentimientos de alegría irradian en el aire. —
Ava miró hacia arriba—. Incluso la temperatura hace que se sienta como la temporada.
Todo el mundo envuelto en sus sombreros con pompones, guantes ruidosos que
golpean y hacen eco cuando aplauden, y camisas de gran tamaño que cuelgan sobre dos
capas de calzoncillos largos y sudaderas. A su manera perfecta, es parte de las
vacaciones.
Cuando Hendricks no hizo ningún comentario y solo miró hacia adelante, Ava se
preguntó si no estaba de acuerdo. Pero, cuando su mano enguantada encontró la de ella
una vez más, se preguntó si era parte del acto o si él estaba de acuerdo con ella.
Esta vez, no obtuvo la versión demasiado animada de la mujer que habían visto
hasta ahora. En cambio, cuando él miró, ella sonrió y aprovechó el momento mientras
movía la cabeza de un lado a otro.
Finalmente, dijo:
—No puedo decirte cuándo fue la última vez, y no te lo tomes a mal, cuando hice
algo tan maravillosamente ordinario. Es un partido de hockey, un sábado por la noche
en Minnesota. Su gente vestía jeans y jerseys. Es comer masa para galletas sin otra razón
que la nuestra. Se trata de tomar una bebida y una hamburguesa antes del partido y
luego desafiar el clima para la caminata de una milla desde el restaurante hasta el
estadio. Y, como suele ser, es la gente.
—Es todo el mundo aquí, sí. Pero es la gente con la que hacemos cosas que es el
verdadero placer, ¿no? El amigo tonto que probablemente sabe demasiado sobre ti. Son
los amantes. Es el nuevo amigo. —Suspiró Carolyn—. La gente piensa que son las
escenas invernales, o Santa, o la historia de amor lo que hace que las películas sean tan
geniales. No lo es. Son los personajes, la gente. Si te puedes conectar con la gente, captar
lo que sienten de la forma correcta, entonces lo tienes. Un espectáculo que la gente
amará.
Hendricks pensó en lo que Carolyn había dicho pero esperó porque sintió que
ella no había terminado. Y tenía razón.
—Puedo darte este consejo porque tengo la edad suficiente para ser tu madre...
dos veces.
—Pero, son las personas en nuestras vidas las que hacen que valga la pena vivir.
El día tras día vivido con ellos. Por alguna razón, todo parece un poco más especial
durante las vacaciones. Creo que si amas a alguien, es más fácil decírselo en Navidad.
Oh Dios mío.
Hendricks trató de no entrar en pánico, ya que no era algo que hiciera nunca, y
en silencio le rogó a Ava que regresara rápidamente.
Empezó con la verdad, luego inventó cosas.
Carolyn se rió, demostrando que entendía lo que él quería decir con la temida
declaración de compartir las vacaciones.
—Es una gran cena. Todos usan sus mejores suéteres navideños, no del tipo feo.
Hay juegos, villancicos, regalos, los nueve metros completos.
—Absolutamente.
—Sueño con un día así. Nuestra familia no es grande. Perfecta, pero no grande.
Mi esposo se unirá a mí la próxima semana y haremos nuestra propia celebración en el
hotel. Desearía que pudiera ser más grande este año, pero siempre está el año que viene.
Estarás rompiendo tus propias reglas. Las reglas que le repetiste tres veces a Ava
de camino aquí. Detente.
Hendricks vaciló y sintió que quería temblar, así que se enderezó con la
esperanza de recuperar un poco del control que solía tener su vida.
Tonterías.
—¡Oh! No quise imponer, pero si tienes espacio para más, ¡nos encantaría! —
Carolyn puso ambas manos sobre las de Hendricks para mostrar su agradecimiento.
Cuando estuvo cerca, Hendricks se puso de pie y miró fijamente a Ava, y por la
expresión de su rostro, ella leyó la suya perfectamente. Todo en su rostro se detuvo
excepto por sus ojos preocupados.
—¡Cariño! —La voz de Hendricks sonaba tres octavas demasiado alta—.
¡Carolyn y su esposo vienen a la Nochebuena de vísperas! —Cuando Ava no reaccionó,
agregó—: ¿No es genial? ¿Cariño?
Ava parpadeó, luego forzó la sonrisa más grande que jamás había visto antes de
hablar con los dientes apretados.
—¡Claro, cariño! Es como lo que hablamos de camino aquí. Esta noche. En el auto.
Ava colgó el teléfono y comenzó a caminar de un lado a otro en la oficina de
Hendrick. Había tantas cosas que podrían salir completamente mal con lo que estaban
a punto de hacer. Y nadie más que Ava parecía darse cuenta de eso.
—No —negó Hendricks con la cabeza y apretó los labios—. No, yo no. Estoy aquí
para ti. Si quieres cancelar todo y decir la verdad, mantendré esa decisión.
Ava pisoteó.
Ava de repente se preguntó si era Hendricks o todos los hombres en general los
que no tenían idea de la mente de una mujer. Se le permitió estar molesta y comprender
completamente que necesitaba estar preparada para la batalla navideña a la que se
enfrentaba. Ella no iba a retroceder. Ella había firmado un contrato. Iba a casarse con
Hendricks como esposa por las festividades. Pero ella iba a estar enojada y angustiada
por solo un maldito minuto. Luego, se recuperaría y ejecutaría. Es lo que hacían las
mujeres.
Seis días después se sintió como un día después. Pero, además de entrar en
pánico por la próxima fiesta de Nochebuena, Ava y Hendricks tuvieron una de las
mejores semanas de trabajo juntos. Habían terminado otra ronda de ediciones sobre el
posible hogar de Carolyn. Planearon para el año que venía y alinearon trabajos nuevos
y existentes. Incluso tuvieron una agradable ronda de cuestionarios familiares durante
el almuerzo.
—Si me preguntas si quiero cambiar de opinión o dar marcha atrás una vez más,
voy a perder mis snickerdoodles.21
—Ríete todo lo que quieras, Cole. —Ava se inclinó hacia delante y puso la mano
en la puerta: en casa nadie llamaba—. Es hora del juego.
—Oh, por el amor de Dios. ¿No pudieron esperar dos segundos antes de
tendernos una emboscada?
21
Son un tipo de galletas de azúcar.
Ava puso los ojos en blanco.
—No vamos a empezar nada hasta que todos ustedes, locos, se sienten alrededor
de la mesa y nos traigan un trago. Queremos ponche navideño de arándanos o ponche
de huevo.
Ava y Hendricks estaban hombro con hombro. Cuando nadie se movió y solo los
miraban, Ava sintió que Hendricks se acercaba. Lentamente se inclinó hacia un lado
para susurrarle al oído.
—Nadie se mueve.
Ava escuchó a Sophia gritar que tenía las bebidas cubiertas para la feliz pareja y
otros gritaron con su aprobación.
—¡Deja los asientos del medio abiertos! —ordenó Sophia mientras vertía
ponche en dos vasos.
Antes de empezar, Ava tomó un sorbo de ponche y apretó los ojos ante el ardor
del licor.
—Bien —dijo Ava—. Primero, todos, este es Hendricks Cole. Va a ser mi esposo
por hoy y hasta diciembre.
—¡Finalmente!
—¡Cállate, galería de maní! —Ava lanzó una mirada y un dedo índice al final de
la mesa donde estaban sentados sus primos.
—Por favor, llámame, Sam —Sam salió disparado de su asiento y se inclinó sobre
la mesa para estrechar la mano de Hendricks—. ¿Puedo decir lo emocionado que estoy
de conocerte finalmente? Y, si hubiera tenido la oportunidad, habría dado mi bendición.
Sophia Brown se puso de pie y estrechó la mano de Hendricks, pero pareció estar
satisfecha con un intercambio decididamente más breve. Y, aunque todavía irritante, la
presentación de su hermana fue mucho menos vergonzosa, por lo que decidió dejar
pasar el comentario.
Con dos menos y una mesa completa para el final, Ava no estaba segura de poder
lograrlo. Carolyn debía llegar en cualquier momento.
—Ahora, hablemos de temas que hay que evitar. —Ava rezó para que todos
estuvieran escuchando—. Planificación familiar. A nadie se le permite hablar de futuros
bebés falsos. Sobre todo, porque es simplemente raro.
Ava puso los ojos en blanco por lo que tenía que ser la vigésima quinta vez desde
que llegó y se dirigió a la puerta. La abrió y mostró su mejor sonrisa navideña.
—Hola, soy Sam Brown, el papá de Ava. Bienvenidos a mi casa. Estamos muy
felices de que pudieran celebrar hoy con nosotros.
Sam le entregó las bebidas a Hendricks mientras ayudaba a Carolyn y Eddie con
sus abrigos.
—Déjenme tomar esto —puso su ropa de invierno sobre los brazos extendidos
de Hendricks, luego tomó las bebidas—. Y, déjenme darles estos. Entonces, por favor,
¿no quieren entrar?
Sam sonrió.
—A mi esposa, mi difunta esposa, le encantaba decorar para Navidad. Encuentro
que cuanto más puedo aguantar, más feliz parece su memoria. Si a ella le hubiera
encantado, entonces es lo suficientemente bueno.
Ava sintió los ojos de Hendricks sobre ella ante el comentario de su padre. Sabía
lo que él iba a decir o preguntar. De cualquier manera, no era el momento de insistir en
el hecho de que ella también había perdido a su madre cuando era niña. Y ella no había
corregido a Hendricks cuando hablaron de eso por primera vez.
—Entonces, Carolyn y Eddie, ¿cuáles son sus planes para Navidad? ¿Seguirán en
Minnesota? —preguntó Sophia en silencio, con un bocado medio lleno de comida.
Hendricks trató de mirar con interés casual como lo habría hecho si no hubiera
tenido miedo de escuchar la respuesta. Y cuando Ava metió la mano debajo de la mesa
y le apretó su pierna, supo que no estaba solo en su preocupación.
Hendricks observó a Ava tomar un trago de ponche y mirarlo por encima del
borde del vaso.
—Bien —Carolyn miró a su marido pensativo—. Nuestros hijos están con sus
parejas esta Navidad, así que no nos reuniremos con ellos para celebrar hasta el año
nuevo. Entonces, Eddie y yo decidimos quedarnos en Minnesota. Nos encanta el frío y
la nieve. Lo hemos estado extrañando durante tanto tiempo.
Oh, no.
Vio la reveladora inclinación de la cabeza de Sophia. Una viva imagen de Ava
cuando se sentía demasiado compasiva. Una señal de problemas.
Hubo una pausa mientras Sophia miraba a su alrededor hasta que su mirada
finalmente se dirigió a Ava y Hendricks.
No funcionó.
Los gritos brotaron de sus primos y de Sophia, que se sentó frente a ella mientras
su padre, sus tías y sus tíos contenían las risas.
—¿Qué? —gritó Ava después de ser tomada por sorpresa por segunda vez.
Cuando todos los ojos se posaron en ella, incluida la de Hendricks, trató de recuperarse
de su arrebato tosiendo un poco más y luego diciendo—. Qué gran día va a ser. Todo
esto va a ser la Navidad más feliz. ¿No es así, cariño?
Pero, cuando Hendricks se sentó y tomó la proverbial bola de nieve, se dio cuenta
de que no estaba tan molesto como pensó que estaría. Apoyó su mano sobre la de Ava
antes de responderle con calma.
Sabía que su respuesta tomó a Ava con la guardia baja cuando su preocupación
desapareció por completo. Vio las líneas duras de su mandíbula perfecta aflojarse y los
ángulos de sus ojos suavizarse en las comisuras. Sus labios se relajaron y su cabeza se
inclinó un poco hacia la derecha mientras lo estudiaba. Vio que ella sabía que lo decía
en serio.
La sala tomó sus palabras como una invitación abierta porque todos
ovacionaron y comenzaron a hablar en voz alta entre ellos sobre lo que iban a traer y lo
que se iban a poner.
Hendricks se dio cuenta de que le gustaba. Le gustaba el ruido. Le gustaban las
voces fuertes que intentaban ser más fuertes que la de al lado. Le gustaba demasiado la
comida deliciosa y casera. Le gustaba la naturaleza competitiva pero de alguna manera
lúdica de los juegos que habían jugado.
Habían sido extraños antes. Pero se habían visto obligados a conocerse. Ella
conocía sus garrapatas y, a menudo, trataba de explotarlas, y él sabía qué la volvía loca.
Sabía que a él le gustaba trabajar en total silencio al comienzo de una jornada laboral y
sabía que a ella le gustaba colaborar con él al final. Habían llegado a descubrir que eran
un gran equipo.
Pero Ava no pudo resistir la atracción que tenía hacia él como hombre. Como
alguien que parecía preocuparse por ella. Quien parecía disfrutar de su familia.
Sí, es posible que se haya visto obligado a hacerlo, pero se necesitó un alma
valiente para entrar en la Nochebuena de las vísperas de su loca familia y defenderse, y
mucho menos divertirse.
Todo lo que hizo Hendricks fue alejarse, sonreír y asentir con la cabeza a su
padre antes de darse la vuelta y mirarla directamente.
La habitación cobró vida con un rugido y se agitó mientras salían por la puerta.
Dejó que sus hombros subieran y bajaran mientras él le abría la puerta del auto.
Observó cómo él rodeaba la parte delantera del auto. y se metía detrás del volante.
—Celebras a tu mamá.
No era una pregunta. Ava recostó su cabeza y la giró para poder ver el perfil de
Hendricks.
—Lo hago.
Ava trató de imaginar cómo sería su vida si hubiera tratado de olvidar que había
perdido a su madre. Ella no sería la misma persona. En cambio, estaría reprimida, en
serio. Sería como Hendricks cuando lo conoció.
—Nunca quiero olvidar cómo nos hizo sentir, especialmente en Navidad. Ella lo
hizo hermoso y mágico. Entonces, trato de hacer lo mismo. Y por eso, ciento que ella
todavía está conmigo. —Ava miró a Hendricks de nuevo—. Y cada momento de mi vida
es mejor por eso.
Hendricks solo asintió para reconocer sus palabras. Ella sabía que era difícil. Ella
había estado allí.
Ella se había afligido y estaba enojada. Ella había tratado de fingir que no
sucedió. Pero no fue por ella. Ella necesitaba vivir.
Pero ella también tuvo ayuda. Ava pensó en su padre y su hermana. De toda su
familia. Todos habían tenido sus momentos terribles, pero todos se habían ayudado a
superarlo. Ellos la habían ayudado a superarlo.
Subió y bajó la mitad de la acera para abrirla, luego usó su mano para guiarla
hacia la acera.
—¿Por qué estás sonriendo? ¿No sabes que se supone que debes ser gruñón? —
preguntó Ava, esperando sonar un poco coqueta, pero no demasiado. Casi se desmaya
por las líneas que se formaron en el costado de su mejilla cuando sonreía.
—Sí, sí. No me lo restriegues —Hendricks se volvió hacia ella bajo la luz del
porche y una decoración de muérdago que colgaba de la moldura—. Pero sí. Disfruté de
un día lleno de Navidad. Tienes una familia maravillosa.
Hendricks se rió.
Ava lo vio encogerse de hombros. De repente, todo parecía tan fácil para él.
Esperó a que siguiera hablando.
—Estoy un poco emocionado por eso. Nunca he tenido a nadie en mi casa antes.
—¿Jamás?
—Nunca.
—Es verdad.
Sin saber qué hacer, Ava simplemente cerró los ojos y rezó para que sus labios
encontraran los de ella.
Saboreó el calor y disfrutó el toque, pero sabía que no podía esperar más. Él era
su jefe. Y solo estaban allí por un contrato.
—Estaré lista —dijo Ava mientras observaba a Hendricks dar los pasos
lentamente.
Se detuvo una vez en la parte inferior, se giró y sonrió, luego continuó su camino
de regreso a su auto.
Saludaron con la mano antes de que él se alejara, luego ella solo miró mientras
su auto se perdía de vista.
—Ooh, niña, lo tienes mal —La voz de Geoffrey llegó a través de una rendija en
la puerta donde la había abierto en silencio.
En lugar de dar vueltas como quería, sabía que él tenía razón. Así que
simplemente suspiró, sin importarle cuánto del intercambio había visto Geoffrey
(supuso que sería insoportable el resto de la noche de todos modos) y simplemente
admitió:
—Lo sé.
Ava sabía que probablemente era una mala idea, pero cuando se detuvieron en
la hermosa y enorme casa de campo estilo rancho cubierta de nieve, tuvo que decorarla
de una manera que fuera lúdica y divertida. De una manera que les recordaría a todos
la pintoresca escena de Navidades pasadas.
Se vería como una pintura de Thomas Kinkaid. Habría luces de colores, toneladas
de rojos y verdes, oropel, guirnaldas brillantes y flores de Pascua por todas partes.
Sí, pensó Ava mientras estaba de pie en el centro de la cocina con su segundo
café del día. Sería impresionante y mágico. Y definitivamente iba a ser divertido.
—Lo hago.
—¿Pero?
—Pero, hay algunas cosas que necesito hacer esta mañana. ¿Por qué no me
avisas cuando necesites empezar a hacer mandados? —Hendricks levantó una ceja
absurdamente atractiva—. Porque sé que hay una lista de compras.
Ava terminó su café, sabiendo que una vez que bajara para comenzar a hacer el
inventario, se olvidaría de todo.
La casa podría haber parecido que tenía un nivel hermoso, pero una vez que
llegó al final de los escalones, se dio cuenta de que había una imagen especular del
primer piso justo debajo. Más que una cocina, había un bar. En lugar de una sala de
estar, había una sala de cine. Y en lugar de una guarida, había una sala de billar
inmaculada.
—Eh. No está mal, señor Cole —comentó Ava para sí misma mientras se dirigía
al final de la sala de billar.
Ava no quería juzgar, pero lo hizo. Entonces, cerró la puerta e hizo una nota
mental de lo que podría hacer en el baño para hacerlo más acogedor. ¿Íntimo? ¿Vivo?
Solamente todo.
Las siguientes dos puertas conducían a las necesidades típicas del hogar, como
un calentador de agua, un ablandador y otros servicios públicos.
Cuando finalmente llegó al final, abrió la última puerta y vio el trastero de sus
sueños. No era la típica pared de cemento, estantes de madera sin tratar, área de
almacenamiento sobrecargada. En cambio, estaba pintada de un hermoso marrón y
tenía estantes empotrados meticulosamente terminados con una laca y una mancha
bastante oscura. Los pisos eran de un hermoso laminado y parecían tan duraderos
como prácticos.
Ava caminó por los contenedores de plástico apilados en los estantes, cada uno
etiquetado con su contenido. Encontró algunos que decían equipo de hockey, equipo de
caza e incluso algunos que decían platos de la abuela.
Ava sonrió ante la idea de que Hendricks se quedará con los artículos especiales
de su familia, especialmente sabiendo cuánto le dolía tenerlos cerca.
Pasó la mano por más contenedores hasta que llegó al primer contenedor que
decía adornos navideños.
Cuando abrió la tapa, podría haber llorado. Y, si no hubiera tenido un grito tan
feo, lo habría dejado salir.
La siguiente caja contenía lo que tenían que ser cientos de adornos hechos a
mano y reliquias anidados en papel de seda o simplemente esparcidos. Y la siguiente
caja contenía más aún.
Ava había recorrido toda la línea hasta que llegó a una pila de tres cajas enormes.
Cuando sacó el primero, se preguntó si podría tener tanta suerte. Abrió un extremo y
vio un poco de verde. Luego el otro y vio más. Y cuando abrió el centro, había un árbol
de Navidad gigante encajado en él. Casi se desmaya cuando vio que las otras dos cajas
eran exactamente iguales.
Ava gritó:
Ava ya los imaginó cubriendo la pared trasera del comedor y sala de estar de
Hendricks. Los colocaría uno tras otro, cada uno sentado frente a su propia puerta
ventana que conducía al patio trasero cubierto de nieve.
De todos modos.
Ella tenía trabajo que hacer. Y la primera orden del día fue traer todas las
decoraciones y colocarlas donde pensó que las usaría. Y esos hermosos árboles de
Navidad iban a ser los primeros.
Durante tres horas, Ava había trabajado con canciones navideñas felices que
resonaban por toda la casa. No los había encendido, así que cuando de repente el sonido
23
Es un premio muy grande que va aumentando de forma progresiva, esto quiere decir que, el monto
del premio aumenta conforme se juega.
comenzó bajo y se hizo más fuerte, sonrió un poco ante el generoso gesto de Hendricks.
Sabía que a ella le gustaba trabajar con música, y la música navideña era perfecta para
lo que estaba haciendo hoy.
Ava juntó los árboles y ahuecó las ramas. Luego los envolvió con tantas luces
navideñas brillantes que esperaba que fueran suficientes para dejar las luces del techo
apagadas para la fiesta.
Cuando se quedó sin las decoraciones en las cajas que recogió, estiró su cuerpo
y miró su reloj.
No era de extrañar que se estuviera muriendo de hambre. Eran las doce y cuarto
y tenía muchas ganas de almorzar.
Ava caminó hacia el estudio que estaba justo en el lado opuesto de la chimenea
desde la sala de estar y vio un enorme porche de cuatro estaciones que no había visto
en los dibujos de la casa de Hendricks que le había dado esa mañana.
Había lujosos sillones acolchados uno frente al otro con cobertores de piel
sintética de gran tamaño sobre los brazos. Parecía tan cómodo que estuvo tentada de
acostarse y disfrutar de una pequeña siesta. Pero, en cambio, se imaginó lo que podría
hacerle a la habitación.
La primera palabra que pensó fue hogar. Y como si fuera su propia memoria, se
imaginó a Hendricks sentado en el suelo junto a un antiguo árbol de Navidad lleno de
oropel y adornos coloridos. En su imaginación, él se reía mientras tiraba y arrancaba el
papel de regalo de los regalos esparcidos a su alrededor. Y sobre la repisa sobre la
chimenea de leña, había medias, llenas de chucherías y golosinas.
—Nunca me has hecho una pregunta más perfecta. Y sí. Absolutamente puedes
comprarme el almuerzo.
Hendricks sonrió.
—Hecho.
Le tomó dos días completos, pero Ava finalmente lo logró.
Hendricks no podía creer que una mujer soltera pudiera imaginar exactamente
lo que ella quería, luego ejecutar sin ayuda esa visión y crear algo que se viera tan
hermoso como su casa ahora.
Mientras se dirigía del estudio a la sala de estar, luego pasaba la mesa del
comedor y entraba en la cocina, Hendricks se detuvo al darse cuenta de que Ava aún no
había decorado el porche de cuatro estaciones.
Se sentía como si estuviera viviendo una Navidad de su infancia. Todas las luces,
adornos y decoraciones retro de colores locos lo enviaron a cuando Santa Claus era real
y vivía para la mañana de Navidad.
Hendricks giró todo su cuerpo y vio una hilera de enormes cuadros antiguos de
niños decorando árboles o de Santa poniendo la estrella encima de uno. Era como si
estuviera mirando un mundo que existió hace medio siglo. Eran cosas como esa, como
esos cuadros que colgaban de la pared de la sala de estar, las que hacían que todo se
sintiera bien. Se sentían ricos pero juguetones. Se sintieron nostálgicos, pero como si él
pudiera caminar a través de la pintura y estar allí ahora.
Pero sobre todo, se dio cuenta Hendricks, no eran solo las habitaciones las que
ostentaban nuevas luces centelleantes de colores o los adornos que estaban llenos, eran
en los tres árboles de Navidad que había visto frente a las puertas francesas que daban
al exterior.
No había forma de que pudiera volver a ser como antes. Él no podía simplemente
mirar a Ava y no sentir que quería volver a besarla en la mejilla. Sabía que seguiría
sintiendo el impulso de pasarle la mano por el cabello. Y estaba bastante seguro de que
si se encontraba de pie junto a ella bajo el muérdago de nuevo, sus labios aterrizarían
en los de ella.
No, pensó. No habían pasado mucho tiempo juntos, pero ya habían tenido
suficiente. Y era un hombre de decisiones calculadas.
Mientras miraba las tupidas coronas de flores que colgaban de las ventanas de
la cocina, Hendricks metió la mano en su bolsillo y sacó su teléfono.
Ava escuchó a Hendricks hablar con Robert por teléfono antes de llegar a la
cocina. Fingió que la partida de Hendricks a mitad de semana no le molestaba, pero la
verdad era que le dolía el corazón.
Quería hasta el último momento con Hendricks antes de que sus vidas volvieran
a la normalidad. Volver a ser el jefe gruñón y su asistente.
Claro, las cosas serían un poco diferentes. Tendría una lista de clientes con una
recomendación. Probablemente podrían seguir trabajando juntos en colaboración.
Pero sabía que, para su corazón, estar cerca de él no sería suficiente.
Ava lo pensó. En cierto modo, supuso, era un regalo para él. Pero se preguntó si
a él le gustaría.
Ava forzó una sonrisa que sabía que él había visto a través de ella. Pero ella
aseguró:
—Está bien, me voy a ir a la ciudad. ¿Necesitas que te traiga algo para ti?
—Tengo todo lo que necesito. Gracias, sin embargo —Ava sonrió y tomó un
sorbo de su café con leche para ocultar su labio tembloroso.
Se abrió camino hacia ella, y antes de que ella pudiera objetar, colocó un tierno
beso en un lado de su mejilla como si fuera la cosa más natural del mundo. Luego se
puso de pie y dijo:
Hubo un silencio al otro lado de la línea antes de que llegara la voz de Collin.
Ava giró la cabeza y levantó la botella para que quedara a la altura de sus ojos.
Entrecerró los ojos mientras trataba de medir dónde comenzaba el líquido y
terminaban las manchas cremosas en el costado.
—¿Quieres que vayamos? —Las siguientes palabras no parecían ser para ella—
. Deberíamos ir. Vamos.
—¿Ava?
Ava abrió los ojos como platos ante el sonido que casi la hizo salir de su zumbido.
Ava miró a su alrededor y se sorbió las primeras lágrimas que amenazaban, ella
mientras tomaba su trabajo.
—Estaremos allí en una hora y media. Termina de decorar. Pero hagas lo que
hagas, no empieces a llorar.
—Bien. Te veré en un rato. Además, si quisieras traer comida china para la cena,
eso ayudaría.
Ava colgó el teléfono y balanceó los pies alrededor del sofá. Se sentó y colocó su
teléfono y la botella en la nueva y adorable otomana de cuero que le había entregado el
día anterior de su aventura de compras.
Pero, en lugar de pensar en los buenos momentos que ella y Hendricks habían
compartido juntos, iba a crear sus propios buenos momentos y terminar el porche con
su sorpresa decorativa.
Sin cuestionarse a sí misma, Ava sacó el primer adorno, se puso de pie y lo colgó
del árbol. Luego, adorno tras adorno, llenó cada rama. No había un solo espacio que
estuviera vacío.
Finalmente, cuando el árbol se desbordaba, pasó a las imágenes. Por cada foto
que había encontrado, eligió un marco antiguo en tonos tostados o rojos. Colocó
cuidadosamente cada uno, luego creó una pared llena de todos los recuerdos felices de
Navidad.
Cuando Ava dio un paso atrás para ver la universidad, sonrió y soltó una
pequeña carcajada. Fue perfecto.
Antes de darse cuenta, Ava estaba tarareando una melodía navideña mientras
daba los toques finales a la habitación. Un osito de Santa por aquí y un almohadón
antiguo por allá.
Cuando finalmente dio un paso atrás para contemplar la habitación, decidió que
era perfecta. Todo en la habitación era festivo, luminoso y feliz, exactamente lo que ella
buscaba. Luego, solo por si acaso, agregó:
24
Una tienda de muebles para el hogar en Estados Unidos.
El día antes de la fiesta, mientras Ava disfrutaba en su casa de campo con
Geoffrey y Collin, preparándose para la fiesta, Hendricks estaba en su oficina, con la
esperanza de reunir lo que Ava consideraría uno de los mejores regalos de Navidad que
jamás haya recibido.
Hendricks sacó una lista de todos sus clientes. Luego se acercó a otros
arquitectos y les envió el portafolio digital de Ava y les preguntó si estarían dispuestos
a compartir la información de Ava con sus clientes. Algunos, obviamente en el espíritu
navideño, incluso enviaron su lista de clientes e información de contacto diciendo que
conocían a algunas personas a las que les encantaría el servicio de diseño y decoración.
Pero Hendricks rápidamente se dio cuenta de que esa era la parte fácil. Después
de mirar una página en blanco durante diez minutos, se preguntó si realmente sería
capaz de escribirle una carta de recomendación. No es que no pensara que ella tuviera
talento o que no tuviera nada que decir. Era difícil conseguir algo en el periódico que no
sonara parcial porque él se había enamorado de ella.
Cuando comenzó a girarse, sus ojos captaron la vieja radio que estaba sobre su
escritorio.
—Eh, ¿hola? ¿Ava? —La voz de Robert resonó por toda la oficina.
—¡Ja! Sí, ¿puedes creerlo? De hecho, funcionó. —Hendricks negó con la cabeza,
desconcertado de que el ruido de fondo de alguna manera permitiera que su mente se
concentrara.
Robert se inclinó.
—Excelente.
Hendricks miró hacia atrás mientras quitaba el corcho de una botella de whiskey
pero dudó antes de verter.
Entonces, después de holgazanear por un rato, Ava decidió que todos tenían que
levantarse y prepararse, considerando que las personas debían aparecer en
aproximadamente una hora.
—Mi Lady —Hizo una reverencia cuando Ava entró en el centro de la habitación.
Riendo, dijo—: ¿Qué es todo esto?
—Dios mío, no —Geoffrey fingió estar ofendido—. Collin y yo trajimos las cosas
buenas.
—Mi querido amigo. ¿Qué haría sin ti?—Ava quiso decir cada palabra mientras
se acercaba para darle un abrazo a Geoffrey.
Geoffrey le entregó a Ava el Martini y luego se giró para colgar la bolsa en la parte
delantera del armario para poder revelar el regalo de Ava.
—Oh, vaya —susurró Ava cuando sacó todo el vestido de la bolsa y dejó que el
material de lentejuelas cayera al suelo.
—Geoffrey, es impresionante.
Ava hizo lo que le pidió y entró en él cuando él se lo dio. Cuando estuvo subido y
cerrado, Ava sintió que el vestido estaba hecho para ella. Hizo un pequeño giro y dejó
que el pesado material se arrastrara con ella.
—De nada.
—Está bien, ¿dónde está mi Martini? Tenemos invitados para entretener y una
dama famosa para desmayarse. ¡Sal!.
—Por supuesto.
Ava asintió.
Justo cuando Ava se movía hacia el frente de la casa, los primeros autos entraron
a la unidad
—Esto es todo —se dijo Ava mientras se movía por la habitación para encender
las velas que había esparcido por todas partes y en el centro de la mesa del comedor,
que se usaba como mesa de servicio en lugar de un lugar donde todos se sentaban y
comían.
Cuando sonó el timbre, Ava abrió la pesada puerta de roble y se sintió aliviada
al encontrar a su familia esperando al otro lado.
Al más puro estilo Brown, todos gritaron y lanzaron los brazos al aire, gritando.
—¡Está bien, está bien, eso es suficiente! —Ava se rió de los abrazos —.
Muévanse, ¿quieren? ¡Chaquetas en el vestíbulo a la izquierda! Las bebidas están en la
isla y la comida está en la mesa. Siéntanse como en casa. Y será mejor que se diviertan.
Ava no hablaba con nadie en particular, pero sabía que todos escucharon sus
instrucciones. Y no se avergonzaba de admitir que la forma en que había decorado la
casa era la mejor sensación que todos se quedaron boquiabiertos.
Justo cuando se volvió hacia la puerta, vio que Carolyn y Eddie subían por el
camino.
—Vaya, Ava, eres simplemente hermosa. Ese vestido es divino. ¡Feliz Navidad!
—Carolyn la adoraba con los brazos extendidos.
—No nos lo hubiéramos perdido por nada del mundo. Ahora —dijo Carolyn
mientras retrocedía y miraba a Ava y más allá desde la distancia del brazo—. Tienes
que dejarme entrar porque sé que toda esta decoración navideña es tu obra.
Ava sonrió.
—Por favor, disfruta. —Se hizo a un lado y los hizo pasar, rezando para que fuera
suficiente para sellar el trato. La arquitectura de Hendricks, su complexión y su belleza.
No hay forma de que Carolyn pueda decir que no. Y, ahora que se habían hecho amigos
de ella, Ava sintió que se le rompería el corazón si Carolyn decidiera lo contrario.
La punzada en su pecho hizo que la mano de Ava presionara contra él. Sintió el
dolor familiar acosándola. Preguntándose si estaban haciendo lo correcto. Si Carolyn
los elegía, la farsa tendría que continuar. ¿Cómo no habían pensado en eso? Y ella no
sabía si sería capaz de hacer eso. Ya no podía obligarse a mostrar una falsa atracción
hacia Hendricks, porque todo era real.
Ava se dio la vuelta y vio a Hendricks corriendo por el camino. Estaba tan guapo
con su traje y su abrigo de lana gris.
—Siento mucho llegar tarde. Había algunas cosas que tenía que hacer antes de
irme. —Los ojos de Hendricks la observaron—. Eres hermosa.
—Lo sé.
Fue todo lo que dijo hasta que ella abrió la caja y vio los hermosos rubíes
brillando hacia ella.
—Perfecto.
Pero horas más tarde, las velas que había encendido más temprano en la noche
se quemaron, por lo que solo una columna de humo flotaba en el aire. Se había comido
la comida y se habían disfrutado las bebidas. Se había despedido de su familia por
segunda vez en esa temporada y los abrazó un poco más fuerte por todo lo que le habían
dado.
Incluso Geoffrey y Collin habían hecho las maletas y se habían ido a casa. Pero
no antes de asegurarse de que Ava había escuchado todos los chismes de la noche y
recordarle que lo que había hecho con la casa de Hendricks era pura magia navideña.
Sin embargo, de alguna manera, incluso con las fabulosas decoraciones que
tocaban cada centímetro de la casa, Ava se encontró sola en su habitación favorita.
En el porche, se sentía tan segura y tan feliz. Estaba rodeada de recuerdos reales
de Navidad.
Mientras su mano se deslizaba por las fotos que había colgado de Hendricks y su
familia, notó el brillo del anillo prestado que había estado usando mientras fingía estar
casada con el hombre que amaba.
—Es hermoso.
Ava levantó la vista para ver a Carolyn de pie en la habitación con ella. Y no sabía
si se refería al anillo o a la habitación.
Carolyn sonrió ante la inocencia y la pura emoción que Ava no pudo ocultar.
—Sí. He decidido ir contigo y Hendricks. Eso es, por supuesto, ¿si ambos me
aceptan?
—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío, sí! —dijo Ava—. Supongo, um, lo que sea que
haya dicho Hendricks. Pero, ¡oh, Dios mío!
Carolyn se rió.
—¡Oh, Carolyn! —Ava lanzó sus brazos alrededor de la mujer que había llegado
a amar—. Te prometo que te daremos una casa que siempre se sentirá como un hogar.
—Eso es exactamente lo que estoy buscando. Ahora, hay algo que tenía la
intención de preguntarte.
Relájate. Relájate.
Frío. Tenía que ser honesta. Ahora que habían ganado el proyecto, la realidad de
la situación la golpeó. Su contrato de esposa de Navidad ya no era solo una artimaña a
corto plazo. Tendrían que fingir durante meses, o posiblemente años.
No. Ava no podía mentir más. No a alguien con quien se había hecho amiga y
había llegado a respetar. A alguien que le recordaba a su propia madre.
Ava no tuvo más remedio que sincerarse. Incluso si eso significaba que estaba
incumpliendo el contrato y lo perdería todo.
—Tal vez no estoy lista para jubilarme después de todo. Pero, no te preocupes,
todavía quiero la casa. Podemos hablar de los detalles en el nuevo año. Ahora, ven aquí.
—Gracias por dejarme entrar en sus vidas. Y gracias por el regalo de Navidad.
Ha significado más para Eddie y para mí de lo que podemos expresar adecuadamente.
Los veré pronto.
Luego, sin tener tiempo de recuperarse de Carolyn, Ava escuchó una segunda
voz detrás de ella.
—Me encanta.
—Me encanta.
Se sentía tan bien poder abrazarlo y sentir sus brazos alrededor de ella.
Ella deseaba más que nada poder tener este sentimiento para toda la vida. Pero
ese no era el trato. Después de esta noche, su contrato se cumpliría y volverían a su vida
cotidiana.
Incluso entonces, Carolyn ya lo sabía. Pero, solo por esta noche, Ava no iba a
decirle a Hendricks que su farsa había terminado. Ella quería este tiempo con él.
Entonces, aunque fuera solo por Navidad, se permitiría amarlo.
Sin previo aviso, Hendricks se apartó y la miró. Ella no pudo evitar sonreír ante
el brillo juguetón en sus ojos.
Ava rió suavemente para sí misma y se preguntó, ¿quién era ella para negarle al
hombre más atractivo y ex gruñón del mundo una petición para ir a ponerse el pijama
de Navidad?
—¿Eh? ¿Te gustan? —Hendricks extendió los brazos como para exhibirse.
—Sí, lo hago.
Ava hizo lo que le indicaron y se preguntó si podría haber imaginado una noche
de Navidad más perfecta.
Hendricks se deslizó en el suelo junto a Ava para que quedaran sentados con la
espalda apoyada contra el fondo del sofá. Era el lugar perfecto para ver la pequeña
televisión de ladrillo y compartir un tazón de palomitas de maíz.
A medida que avanzaba la película, los días ocupados habían pasado factura. Ava
comenzó a deslizarse más hacia abajo sobre la almohada que Hendricks había puesto
junto a ella, y cuando miró hacia arriba, vio que los ojos de Hendricks se cerraban y se
agitaban para permanecer abiertos.
—No quiero quedarme dormida —dijo Ava, sabiendo que su voz sonaba
somnolienta.
Hendricks no dijo nada. Ava solo sintió que su mano rozaba un mechón de
cabello de su cara, luego lo dejo reposar sobre su cuerpo.
Ella no era rival para el cuidado y la calidez que brindaba. Dentro de segundos,
se quedó dormida, no sin antes tratar de recordar cada detalle y cada sentimiento del
momento.
Se estiró y gimió mientras su cuerpo intentaba librarse del dolor del suelo duro,
luego se incorporó para mirar a su alrededor. La televisión había sido apagada y el fuego
solo estaba hirviendo a fuego lento.
Cuando se puso de pie, sonrió al ver la nota en una mesa auxiliar que decía:
Mientras vagaba por la cocina, se dio cuenta de que de alguna manera habían
limpiado el lugar. No había más tazas vacías, platos de comida a medio comer o artículos
fuera de lugar en la habitación. Solo quedaba la casa nueva, perfectamente decorada.
Hizo una pausa y miró a través de ellos. Ava los había visto. La lista de clientes,
el cheque.
No quiero tu dinero.
—Mierda.
Ava se había preparado mentalmente para el lunes todo el fin de semana.
También había evitado con éxito todas las llamadas y mensajes de texto de Hendricks.
Incluso con Geoffrey y Collin insistiendo en su oído para que respondiera.
No.
El trabajo, lo que ella y Hendricks podían hacer juntos, y su sueño literal de toda
la vida de ser diseñadora, era suyo.
Ver la lista de clientes y el cheque sobre la mesa no la había lastimado tanto como
le había hecho entrar en razón.
Se había regalado la Navidad a sí misma, y ahora eso tenía que ser suficiente.
Cuanto más pensaba en ello, más se daba cuenta de que había trabajado
demasiado durante demasiado tiempo para dejar pasar esta oportunidad. Y, ahora que
Carolyn admitió que sabía que el matrimonio de Ava y Hendricks era simplemente una
fachada, y que aún consiguieron el trabajo, no tenía sentido alargarlo.
—Que empiece el juego —dijo Ava, colocándose junto a su escritorio, lista para
tomar la iniciativa.
Ava ignoró el tono feliz que llevaba. Luego se movió un poco para reposicionarse
para poder sacudirse la sensación de esperanza que revoloteaba en su vientre.
Cuando estuvo a la vista, Ava levantó la barbilla y se preparó para hablar, pero
Hendricks se apresuró a desentrañar.
—Uno es un cliente con el que trabajé hace dos veranos. Construyeron la casa de
retiro de sus sueños en un lago justo al norte de las ciudades y están buscando una
renovación completa de la casa. Podrás volverte loca. El otro —dijo Hendricks.
Adelante, sin dejar que Ava salivara demasiado con el trabajo inicial—. Podría ser algo
un poco diferente. No estoy seguro de si está interesado en moverse en esta dirección,
pero es para un cliente que construyó un edificio de apartamentos de lujo en el distrito
de almacenes. —Hendricks asintió en dirección al edificio como si estuviera justo a su
lado—. Solo unas pocas opciones para empezar. Estoy seguro de que tendrás más.
—Gracias —dijo finalmente—. No puedo decirte cuánto significa eso para mí.
¿Tienes algo más? Si no, tengo algo que yo…
Hendricks levantó un dedo, indicando que quería que Ava se detuviera. Por
supuesto, solo la puso más furiosa.
—¿Perdóname? —Ava sintió que su nivel de actitud oscilaba entre lo que era
aceptable y lo que no era aceptable en el lugar de trabajo.
—¡No existe tal cosa! Y —Ava sintió que quería estallar—. Algunas de esas cosas
ni siquiera estaban en el contrato. ¡Dame eso!
—Bueno, tal vez no estaba allí palabra por palabra, pero la realidad es que
rompiste la regla principal del contrato.
Tartamudeó un poco, pero finalmente no tenía idea de qué decir. ¿Él sabía?
—Pero, al final, conseguimos el trato. —Hendricks levantó los papeles y los agitó
una vez antes de finalmente dejarlos—. La cuestión es que creo que me gustaría
continuar nuestro negocio juntos. Pero esto —agitó su dedo entre ellos—. Me resulta
difícil y confuso navegar por esta relación falsa.
¿De dónde en el mundo salió eso? Ava trató de mirar alrededor de Hendricks
para ver qué más podría estar escondiendo allí.
—Me tomé la libertad de trabajar con mi abogado para redactar otro contrato.
¿Te gustaría verlo? — preguntó Hendricks.
—Realmente no.
¡Pero si!
—Si pudieras empezar a leerlo, eso haría que mi trabajo aquí fuera mucho más
fácil.
—Puedes saltarte esa parte. De hecho, ¿por qué no te pasas a la página siguiente?
Ella puso los ojos en blanco pero hizo lo que le indicaron. Entonces comenzó a
murmurar el texto resaltado.
Ava no pretendía gritar la última parte, pero ¡qué diablos! ¿Estaba loco?
Sus ojos ardían cuando atravesaron a Hendricks. Luego, por orgullo y aún más
furia, Ava rompió el contrato por la mitad y lo arrojó al suelo.
—Lo siento, Robert me dijo que tuviera una copia de seguridad. Curiosamente,
predijo que podrías intentar destruir el primero. Aunque tengo que ser honesto,
realmente no lo vi venir. Pensé que estarías un poco más a borda.
—Verás, al no cumplir con tu parte del contrato, descubrí que me gustan tus
amigos. Encontré una nueva familia. Y, resulta que me encanta la forma en que creaste
nuestra perfecta Navidad.
Hendricks se rió y se puso de pie, luego caminó hacia Ava y la tomó en sus brazos.
—Lo hice.
Ava se lamentó.
—Lo hago.
—Sí. Sí, me casaré contigo. Estoy tan enojada contigo. Pero estoy tan feliz. Te
amo.
A mitad del beso, Ava comenzó otra ronda de llanto. Entonces, Hendricks
simplemente la abrazó, sonriendo de oreja a oreja.
¡FELIZ NAVIDAD!
¡Hola! Soy Katie Bachand, amante de todo lo romántico.
Mientras crecía, aparte de que el inglés era la única clase en la que era buena y
de escribir la historia de mi vida en diarios, no tropecé con mi carrera como autor hasta
hace diez años.
Para resumir: pasé por una ruptura y leí todas las novelas románticas que pude.
Luego encontré misterios, thrillers y fantasías hasta que se agotaron. Y un día, entré a
Barnes and Noble y me di cuenta de que había leído todos los libros. Bueno, excepto
uno. Escribir romance para tontos. Fue entonces cuando escribí mi primera novela
romántica... y con sincera admisión... realmente era para tontos.