Sedúceme Idiota
Sedúceme Idiota
Sedúceme Idiota
IDIOTA
«Porque enamorarse de un “gilipollas”
jamás fue tan difícil».
MEGHAN REED
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra
sin el consentimiento por escrito de su autora.
La presente es una obra de ficción. Nombres, así como situaciones o
cualquier similitud con personas o hechos es pura coincidencia.
SEDÚCEME, IDIOTA
Primera Edición: Octubre, 2019.
©Meghan Reed 2019.
Fecha de publicación: Octubre, 2019.
Corrección ortotipográfica y de estilo: Paola C. Álvarez.
Maquetación física y digital: H. Kramer.
Portada: H. Kramer/Banco de imagen Adobe Stock.
©Todos los derechos reservados.
Independently published
Con mucho cariño para ti, querida Ilyn Lectora.
Que todos tus sueños se cumplan.
AGRADECIMIENTOS
A ti, querida lectora, por apoyarme todo este tiempo. Porque no has dudado
en comprar y leer mis historias y darme así la oportunidad de seguir haciendo lo
que me gusta: llenar tu día de emociones. Si soy capaz de hacer reír, siento que
he alcanzado un logro importante en mi vida.
A las Diosas del Averno por su apoyo incondicional. De igual manera, un
agradecimiento especial a las Adictas latinas de lectura erótica por todo ese
cariño que me han brindado desde el principio.
A mis colaboradores como Paola C. Álvarez, por su tenacidad al corregir
mis horrores. Si todos fueran conscientes del arduo trabajo que hace, mirarían
con otros ojos la labor de los correctores profesionales.
No podía faltar mi chico de las manos maravillosas, H. Kramer, por ser
capaz de soportar nuestras largas charlas donde balbuceo la mayor parte, pero
que siempre sabe interpretar de manera acertada lo que busco plasmar en cada
portada y maquetación.
De todo corazón, muchísimas gracias.
Esto es para todos ustedes.
SINOPSIS
¿Estás preparada para enamorarte de las segundas oportunidades?
Porque esta historia promete conquistarte mientras ríes con las ocurrencias de
Ilyn Laurent, una mujer que se saltó etapas y que ahora busca desesperadamente
su alma gemela. Pero… ¿qué pasa cuando esa alma gemela lleva pesadas botas y
una personalidad que te hace doler el trasero?
Si a eso le sumamos el hecho de que estás rodeada de mejores amigas que
hacen de tu vida sexual un verdadero talk show, con música triste de fondo y
toda la pantomima, sí, las cosas se pueden poner muy locas.
Mi nombre es Ilyn Laurent y te juro que esta vez no permitiré que el
maldito Adam jodido Walker me haga la vida imposible y se salga con la suya.
Y es que, definitivamente, enamorarse de un completo gilipollas jamás fue tan
difícil.
¿Quieres conocer mi loca historia de amor?
Prepárate… porque las cosas están a punto de ponerse románticas, salvajes
y muy ardientes.
ÍNDICE
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EPÍLOGO
NOTA DE LA AUTORA
Sinopsis de La Aprendiz (BROKEN SOULS 1)
Sinopsis de El Maestro (BROKEN SOULS 2)
Sinopsis de Devórame
SOBRE LA AUTORA
1
Londres, 2007.
Una Ilyn Laurent demasiado joven. (19 años).
La universidad no era tan mala, al menos, no para mí. Estudiar con mis
mejores amigas tenía sus cosas buenas y también malas. Muy malas. Pero eso no
le quitaba gracia al asunto.
Hacía dos semanas había empezado nuestro primer semestre en la prestigiosa
universidad Royal Preston, cuya matrícula y créditos ridículamente caros ponían
en vergüenza a las Ivy League de todo Estados Unidos.
Aunque tratándose de mí, y teniendo como hermano al medallista olímpico
más sexi de la historia de todo Londres, las cosas no podían ser diferentes.
Puse los ojos en blanco.
«Métete con la hermana pequeña de Jace Laurent y este te romperá los
huesos». Supongo que los estudiantes amaban su integridad física porque nadie
me daba una mierda por vestirme como indigente y, a veces incluso, pasar
semanas enteras sin lavar mi cabello.
Sí, yo tampoco podía creer que fuera capaz de pasar todo ese tiempo sin
lavármelo.
—¿Y el día de hoy quién será nuestra víctima? —caviló Yuli mientras
recogía un pedazo de pizza que parecía haber sufrido un accidente de coche; la
pobre tenía aspecto de haber muerto de forma horrible en la calzada de la calle
Brick Lane y, en lugar de desecharla como lo haría la gente normal, los de la
cafetería habían decidido servirla como plato especial.
¡Simplemente asqueroso!
—No sé vosotras, pero las manzanas lucen apetitosas —dijo Eris sonriendo
(ella era la positiva del grupo) mientras recogía una que parecía que esta mañana
la había sorprendido una temprana e infeliz vejez—. Si ignoramos la parte
amarillenta y que está más arrugada que mi abuela Lori, creo que será un manjar
de primera.
Xionela puso los ojos en blanco, echó mano a una ensalada más pálida que el
trasero de Hello Kitty y la colocó sin ceremonia sobre la charola de aluminio;
Emisellys y Erycka —las gemelas— la imitaron sin dudar. Yo hice lo mismo.
Si Xionela, que era la supermodelo del grupo, se arriesgaba a comer esa
inmundicia, probablemente, estábamos a salvo.
Yuli se arriesgó y se sirvió un pedazo de pizza y una manzana, ella era la
temeraria del grupo y a la que siempre teníamos que llevar a enfermería porque
sufría casos graves de dolor de estómago; la pobre nunca aprendía la lección. Sin
dar otro pensamiento a la porquería que llevaba en su bandeja, caminó hacia la
mesa designada para nosotras que, para mi total tortura, se encontraba al lado de
mi hermano y sus estúpidos amigos, más medallistas olímpicos cuyos egos eran
tan grandes como sus magros músculos.
Nos sentamos en completo silencio conscientes de las miradas a quemarropa
por parte del peculiar grupo.
—¿Nuestros padres saben que estás comiendo esa mierda? —Jace elevó su
voz para hacerse escuchar por el normal bullicio que había en la sala.
El idiota de mi hermano estaba cursando su cuarto año en una
especialización que poca gracia le hacía a mis padres. Arquitectura no era lo que
se esperaba que estudiara un hombre que había ganado cinco medallas de oro en
los últimos tres años, pero como era un excelente nadador y un reconocido
medallista en esa disciplina, el infeliz se podía dar el lujo de estudiar lo que le
diera la gana.
La suerte que tenían algunos idiotas.
Fruncí el ceño y miré mi bandeja.
—De hecho, ellos saben que estoy ahorrando dinero para comprarme un
coche.
No me molesté en mirarlo, era consciente de que había dos pares de ojos —
aparte de los de mi hermano— que no perdían detalle de cada uno de mis
movimientos.
No veía la hora de que este año acabara para que los malditos medallistas
olímpicos, orgullo de esta universidad, se largaran a vivir sus vidas adultas lejos
de mí.
—Si lo deseas —dijo el dueño de los ojos grises, oro en atletismo y al cual
evitaba como la peste, no porque lo odiara, sino todo lo contrario, pero si quería
poder participar en los próximos maratones debía mantenerse alejado de mí—,
puedo invitarte a una ensalada césar o, si prefieres, las costillas están deliciosas.
Su profunda voz erizó la piel de mi cuerpo.
Hice una mueca cuando el taco de veinte centímetros de Xionela —para mí
todavía era un total secreto cómo podía caminar con esos zancos— impactó sin
mucha suavidad con mi rodilla. A regañadientes, me arriesgué a mirar en la
dirección de donde había provenido el gentil ofrecimiento; Elliot Bruce me
miraba con una incertidumbre que solo le agregaba un detalle más hermoso a su
enorme cuerpo y sonrisa bajabragas.
Cuando nuestros ojos se encontraron, sus malditos hoyuelos —esos que
derretían labios a su paso— centellaron. Me removí nerviosa en mi silla.
—Eso quiere decir que la política de «no jodan con mi hermana menor» ha
sido levantada. —Todos miraron al mal de mis males. Cerré los ojos y deseé
tener el poder de hacerlo atragantar con su comida—. En ese caso, yo también
me ofrezco a comprarte no una ensalada, porque sé que odias la lechuga… —
Elliot hizo una mueca y trasladé mi mirada al dueño del segundo par de ojos que
siempre me fustigaban y me acechaban a dónde fuera: Brendan Lennox, el
hombre que se había propuesto este año ir contra los estatutos de mi hermano y
convertirse en mi novio.
El idiota subestimaba a Jace Laurent.
Además, el tipo ya iba perdiendo de entrada si creía que, por verse como lo
hacía y por ser el ganador de dos medallas de oro en la disciplina de boxeo, haría
que se me bajaran las bragas. Iba listo.
—Mi hermana sigue fuera de los malditos límites —gruñó el energúmeno
que tenía por hermano.
Ignoré los puntazos que me daba Xionela y elevé una plegaria al cielo para
que la ensalada, que parecía que sufría una fuerte anemia, no me enviara junto a
Erycka a la enfermería.
—Ten… —Un plato desechable que tenía un pedazo de costilla, que se veía
deliciosa, golpeó mi bandeja. Levanté la mirada para mirar fijamente al hombre
al cual quería sacar los ojos con mi tenedor de plástico: Dietrich Walker, el
segundo mejor medallista de esta universidad y cuyo mal humor me ponía de los
nervios, me dio una mirada aburrida.
Si existía un hombre que pudiese personificar el infierno aquí en la Tierra
ese, sin duda, era el gigante de casi metro noventa que me miraba como si fuera
una mosca atrapada en su vaso. Casi olvidaba que era el hijo de uno de los
inversores más famosos de la ciudad, su fortuna lo colocaba en el tercer puesto
de los hombres más ricos de todo el mundo según la revista Forbes. Por quinto
año consecutivo.
También era el maldito dueño de esta universidad y de otros cinco colegios
en toda la ciudad. Y lo soportaba porque era hermano de Xionela.
—¡Uy, qué lindo! —suspiró Erycka mientras en su fino rostro se dibujaba
una sonrisa malévola que rivalizaba con la de El Guasón. Me estremecí—.
Siempre tan atento con la pequeña Ilyn.
Mi mirada azotó su rostro y ella se encogió de hombros mientras se metía en
la boca un pedazo de tomate rancio. Aquella sonrisa solo podría significar malas
noticias.
Al menos para mí.
Así como Eris era la conciliadora y positiva del grupo, Xionela, la
supermodelo por su hermosa apariencia y Emisellys, la parte dulce y noble, su
hermana gemela, Erycka, era el mal personificado. La que era capaz de armar
desmadres que ponían en riesgo siempre nuestras vidas. La amábamos, pero, sin
duda, ella era la más loca del grupo. Yo, bueno, yo era la que no se bañaba.
—Solo hago el maldito trabajo de este imbécil —dijo, aburrido, dándole una
tosca mirada a mi hermano—. Si fueras mi hermana menor, tu estómago jamás
pasaría hambre…
—Yo soy tu hermana menor y jamás te has preocupado por mí —acotó
servicialmente Xionela.
Los hermanos se enfrentaron en una intensa lucha de miradas; presenciar sus
batallas daba algo de miedo.
Dietrich Walker era como el Santo Grial, pero con músculos de infarto y
rostro perfecto. Aquellos pecadores ojos verdes deberían estar prohibidos por el
daño que ocasionaban a la libido de las pobres incautas que se acercaban con
intención de invitarlo a una cita —entiéndase follar—, pero que él,
educadamente, rechazaba. También estaba envuelto en la política y había
rumores que en su brillante futuro la presidencia estaba en todo lo alto.
En todo caso, demasiado drama venía con el hecho de salir con el hermano
de tu mejor amiga, aunque a Xionela poco le importara.
Lo importante era que Dietrich estaba fuera de los límites, pero pronto iba a
saber que la vida nos tenía una broma de mal gusto preparada.
3
Aquella noche en casa de Xionela, la sonrisa malvada de Erycka cobró
sentido. Ella tenía planeada una apuesta. Con dinero real de por medio.
Según ella, era sencillo: tenía que seducir a Adam Wisley y cada una de las
chicas me pagarían mil grandes.
Mi mandíbula cayó.
¡Jesús!
Adam Wesley era un fanfarrón de último año que se jactaba de jamás haberse
enamorado y de que las mujeres eran fáciles de superar. Según Xionela y
Erycka, las mentes maestras de la apuesta, el dinero sería mío si lograba que él
se enamorara de mí. Algo francamente ridículo considerando que era la hermana
del idiota más grande del campus, pero ellas aseguraron que él no podía apartar
la mirada de mi desalineada apariencia cada vez que entraba en la cafetería o
merodeaba por los pasillos.
Aquellos términos se ajustaban perfectamente a mi caminar diario; solía
asemejarme a una indigente que estaba perdida por los pasillos de la universidad.
No era que no me gustara la moda, pero no veía el propósito de lucir tan bien
cuando no tenía intención de ser molestada. Quería a los hombres lejos de mí, al
menos, hasta que terminara la carrera. Mucho drama y poca retribución era lo
que traían las relaciones a esta edad. Y ya había agotado mi paciencia con mi
última relación, donde pasé la mayor parte sobre mi espalda y perdonando
aniversarios olvidados. Un año que me tomaría mucho olvidar.
Gracias al cielo, Robert, como se llamaba el patético de mi ex, se había ido al
este a estudiar a otra universidad, lo que me libró de tener que soportar cinco
años viendo su rostro infiel.
Aunque la apuesta era algo frívola, si lo hombres podían lucrarse por salir
con mujeres, nosotras también podíamos. O, al menos, eso fue lo que me repetí
mientras admiraba la foto del coche de mis sueños: un hermoso Porsche que
gritaba que quería vivir conmigo.
«Tranquilo, bebé, dentro de nada estaremos juntos», pensé mientras
acariciaba la revista donde se exhibía el anuncio.
Era de segunda mano, pero eso no le quitaba hermosura. Yo estaba
enamorada y haría lo que fuera por conseguirlo.
Esa noche me arreglé con verdadera intención de provocarle un ataque de
lujuria al segundo mejor de la clase de toda la universidad.
Lavé mi cabello, después de una semana sin hacerlo, y apliqué una generosa
capa de maquillaje para cubrir las ojeras que se negaban a desaparecer. Si iba a
salir con este idiota, tenía que hacer el sacrificio de irme dormir a una hora
decente y no quedarme jugando videojuegos hasta las cuatro de la mañana.
Pronto, ninguna capa de maquillaje sería capaz de ocultar los círculos negros
que opacaban mis intensos ojos azules y dudaba que este chico, Wisley, quisiera
salir con una mujer que lucía como un mapache.
El ajustado vestido negro que me había prestado Xionela poco hacía por
contener mi generoso escote, pero eso no era lo que me tenía nerviosa. Era usar
los tacones de diez centímetros lo que me cortaba la respiración. Por si te lo
preguntas, los zapatos suicidas también eran propiedad de Xionela. Los más
bajos que poseía. Ni loca me pondría los zancos de veinte.
¿Cuántas probabilidades existían de romperme la cadera o una pierna en mi
trayecto hasta la casa de Adam Wisley? Según Google, infinitas, gracias a mi
nula destreza para caminar con ellos.
Todo fuera por mi coche.
Me di una última inspección en el espejo del baño y me encogí de hombros.
Era lo que había, ya encontraría la manera de que funcionara una vez que me
encontrara frente a él.
Gracias a Dios era viernes y mis padres se encontraban en alguna cena
romántica en las afueras de la ciudad, por lo que no escucharon el ruido que hizo
con la bocina Yuli cuando pasó a recogerme con su descapotable negro.
—Joder, hermana del mal, yo sin duda me enamoraría de ti y te pondría
sobre tu espalda en cuanto te viera —dijo antes de soltar una carcajada.
Sometieron a votación quién sería mi escolta hasta la casa Wisley y, para mi
tortura, Yuli había sido la afortunada. De mis cinco mejores amigas, me tuvo
que tocar la temeraria.
Puse los ojos en blanco y me abroché el cinturón de seguridad.
—Vámonos antes de que me arrepienta.
Demasiado pronto llegamos a la mansión de los Wisley, que se encontraba en
la zona más exclusiva de Londres. Sí, la famosa Notting Hill.
¿Mencioné que Adam Wisley era hijo de un reconocido diplomático? Aparte
de fanfarrón, el hombre creía que era un regalo de Dios y que por eso las
mujeres en un radio de mil metros a la redonda morían por sus huesos.
¡Algo malo tenía que tener el agua que bebía!
Era atractivo, pero tampoco era como para quitar el hipo. Sus ojos azules
eran atrayentes, su altura y buen cuerpo le agregaban un plus a su fama de
mujeriego, aunque no las necesitaba desde que era el capitán de waterpolo de la
universidad.
Cada mujer que pasaba por la piscina en hora de entrenamientos, si no moría
viendo a mi hermano durante sus extenuantes horas dentro del agua, siempre
terminaban babeando por el equipo de waterpolo cuando jugaba algún partido
amistoso en la piscina vecina. Con Wisley sacudiendo su pomposo trasero por el
borde mientras gritaba órdenes y estrategias para ayudar a ganar a su equipo.
Tenía mucho trabajo por delante y esperaba que Wisley colaborara para mi
beneficio.
Yuli pasó la mitad del viaje infundiéndome valor y la otra mitad contándome
su amorío con Cristopher Smith, un americano que estaba cursando una maestría
aquí en Londres y que vivía jurando que la amaba.
Según ella, las cosas no eran nada serias, pero el brillo de sus ojos mientras
hablaba la desmentía.
Nuestra Yuli estaba completamente enamorada y solo esperaba que el
imbécil no rompiera su corazón como lo habían hecho ya varios chicos en el
pasado.
Las dos nos habíamos formado en la misma fila.
—Sé que podrás con la apuesta —dijo una vez que apagó el motor.
—Claro. —Sofoqué un gemido y agarré mi bolso.
Mi móvil, unas cuantas monedas y unas mentas eran mis compañeras esta
noche.
—En serio. —Apretó mi mano y me ofreció una sonrisa esperanzadora. Me
relajé—. Sabemos que no aceptarías nuestro dinero y es por ello que las chicas
idearon una manera de ganártelo. En algo tienes que agradecer esa vena
competitiva que tienes.
Hice una mueca. Tenía razón. Mis mejores amigas eran las mujeres más
generosas y locas que conocía y no podía imaginar mi vida sin ellas. Nuestras
rarezas fueron las que nos juntaron el primer día en la secundaria y, desde
entonces, no nos habíamos separado.
También ayudaba que todas viviéramos en Wimbledon a excepción de
Xionela, que vivía en Canary Wharf, la zona de negocios al este y donde su
famoso padre poseía varios hoteles. Ellos vivían en un ático en el hotel más caro
de todo Londres: el Palace Garden.
Todo un icono.
—Solo ruega para que no llueva y esta noche termine sin romperme una
pierna.
Me dio un abrazo y salí del coche.
Cuando las luces traseras desaparecieron de mi visión respiré profundamente
y miré hacia la descomunal casa que tenía a mi espalda. Con nerviosismo, bajé el
borde de mi vestido y toqué el timbre. Dos minutos pasaron y nada. Volví a tocar
justo cuando la puerta se abrió y una empleada de aspecto mayor me sonrió.
—Buenas noches, señorita, ¿a quién busca?
Me aclaré la garganta y forcé una sonrisa educada. El momento había llegado
y de ninguna manera me iba a marchar sin que Adam Wisley me recibiera.
—Soy Ilyn Laurent, una compañera de la universidad de Adam Wisley,
quería saber si él…
—Oh, lo siento tanto… —se disculpó la amable señora mientras abría un
poco más la puerta—, pero los señores Wisley ya no viven en esta casa; se
mudaron a la zona norte. Desconozco la dirección exacta.
Me desinflé y maldije mentalmente a Xionela. Se suponía que había
verificado dos veces la dirección de este chico.
Me disculpé con la amable señora y las primeras gotas de lluvia empezaron a
caer sobre mi cabeza.
¡Diablos!
Lo que me faltaba. Saqué mi móvil y marqué el número de Yuli. No podía
estar muy lejos.
Sonó y sonó, pero no obtuve respuesta.
Intenté dos veces más, pero siguió sin atender la llamada.
No podía llamar a Xionela porque se encontraba de viaje con su padre. Las
gemelas cada viernes visitaban con su madre la casa de su abuela, por lo que las
únicas que podían sacarme de esta situación eran Eris o Yuli. Marqué a Eris,
pero su buzón de voz me saludó.
¡Maldición!
La leve llovizna se convirtió con rapidez en un aguacero en toda regla y
guardé mi móvil en el fondo de mi bolso para que no sufriera ningún daño. Con
los tacones que me amenazaban con cada paso, caminé con mucho esfuerzo y
cuidado hasta la parada más cercana de Notting Hill. Estaba empapada y gemí en
voz alta cuando noté que el último bus había pasado minutos antes. Justo en el
momento en el que estaba hablando con la empleada.
Me dejé caer en el banco de acero y me saqué los tacones. Mis pies me
agradecieron que los liberara de la tortura. Tenía que esperar casi una hora hasta
que el próximo bus viniera.
Si es que tenía suerte.
Como mi efectivo era escaso, no podía darme el lujo de pedir un taxi, así que
el bus tenía que ser.
Cuando una hora pasó y yo seguía sin poder contactar con alguna de mis
amigas, supe que era hora de caminar a casa. La luz sobre mi cabeza parpadeó y
fui consciente de que no solo había pasado una hora esperando, sino que el mal
tiempo había ido a más.
La lluvia no daba tregua, por lo que me tocaba caminar bajo su protección.
Me coloqué otra vez los instrumentos de tortura en mis pies y esperé no toparme
con algún malandrín que quisiera arrebatarme mi bolso de imitación.
Empecé mi largo camino y, al poco, mi cuerpo empezó a protestar por el frío.
Decidí que no le hablaría a Xionela el lunes cuando mi tacón quedó atrapado en
una hendija de la calle y casi caí de bruces. Por suerte, el tacón no se rompió y
pude continuar mi caminata.
No podía llevar más de quince minutos caminando cuando dos hombres
empezaron a seguirme. Mi corazón latió atolondrado y me metí en el primer bar
que encontré. Caminé derecha hacia el baño de damas y saqué el móvil.
Ni loca volvería a salir con esos dos allá afuera. Sabría Dios desde cuando
me estaban siguiendo.
Con lo distraída que iba era probable que llevaran tiempo siguiéndome.
¿Quién en su sano juicio caminaría con estos tacones bajo la fuerte a lluvia a no
ser que estuviera varada? Exacto, ahí tenía mi respuesta.
El maquillaje ya se había estropeado en mi rostro y lucía terrible. Suspiré y
me rendí de tratar de contactar con Eris o Yuli cuando el buzón de voz me volvió
a saludar.
Tampoco estaba tan desesperada como para llamar a mi hermano o a mis
padres. Ya podía escuchar todo tipo de gritos por parte de mi madre cuando me
viera así vestida.
Solo a mí se me ocurría salir vestida así con el precario clima que tenía esta
ciudad.
Esperaría una media hora antes de emprender mi camino. Encontraría una
manera de llegar ilesa a casa. Salí del baño y choqué directamente contra una
pared. O, al menos, ese pecho se sentía así.
¡Jesucristo!
—Lo siento. —Levanté la cara y quedé impresionada, unos ojos azules muy
intensos me devolvieron la mirada.
De un azul que refulgía calidez, me tragó entera e hizo que sintiera una
infinidad de cosas locas y emocionantes.
Si solo hubiera sabido que aquellos ojos un día serían los causantes de tener
el corazón roto, hubiera huido inmediatamente.
4
Ahora.
Un Adam Walker muy estresado.
Eran las dos de la madrugada y, en compañía de cuatro de mis cinco
hombres, sobrevolaba la ciudad de Londres con la ayuda de nuestra última
adquisición: un helicóptero KAMOV KA-50, más conocido como el Tiburón
negro, de nuestros amigos los rusos. Ignoraba cómo Xionela se las había
arreglado para obtener esta preciosidad, pero me alegraba inmensamente.
Una prueba más de que ella era capaz de conseguir lo que quisiera.
El reloj marcaba la una de la mañana cuando el teniente Hallow, un veterano
de guerra que ahora era el desdichado jefe del departamento de policía de
nuestra ciudad, llamó y solicitó nuestra ayuda. Al parecer, los estúpidos del
escuadrón antisecuestros no podían lidiar con una situación de rehenes. Para su
mala suerte, la llamada había llegado en el momento menos indicado.
No era que tuviera días buenos o idóneos, pero dos horas antes había
recibido la llamada de Oliver, un amigo que trabajaba como policía de tránsito,
para informarme que la madre de mi hijo —sí, la misma mujer por la que
estúpidamente perdí la cabeza una vez— había estado involucrada en un
accidente. Gracias al cielo sin heridos, pero que a pesar de ello no la había
disuadido de asistir a una maldita cita en un reconocido restaurante.
Maldita fuera Ilyn Laurent y su necesidad de tocarme los huevos con su
deseo de buscarle un padrastro a mi hijo.
Ella era la culpable directa de mi mal humor y mis ganas de poner una bala
en la cabeza a todo aquel que se me acercara a preguntarme tonterías, por lo que
no me veía sosteniendo una conversación civilizada con esos idiotas.
No ahora. Y posiblemente nunca. Malditos imbéciles que adoraban maltratar
a sus esposas o novias.
En el último año, veintitrés de los cincuenta hombres que conformaban aquel
grupo habían sido dados de baja por maltrato físico a sus parejas. Basuras que
hacían quedar mal a los hombres que sí desempeñaban un buen trabajo en las
calles. Como Oliver, por ejemplo, un hombre que había servido en la guerra de
Afganistán y que su vida era una completa tragedia debido a que su mujer lo
había abandonado dejándole a cargo su bebé de pocos días de nacido. Pero
aquella era una historia que no me correspondía a mí contar. O juzgar.
De alguna manera, todos estábamos jodidos. La única diferencia era que
unos más que otros.
Mis auriculares cobraron vida y la risa risueña de Elliot Bruce inundó mis
oídos.
—¿Aún sigues pensando en ello? —Negó con la cabeza y acomodó su
chaleco antibalas—. Por eso yo me mantengo alejado de esas locas. —Silbó por
lo bajo—. El cielo sabe que mi polla no necesita que una maldita Diosa del
Averno lo hechice y el pobre pierda su hombría. —Suspiró y colocó una de las
armas en su pierna derecha—. Esas mujeres deberían ser consideradas el
enemigo público número uno de todo Londres. —Resopló incrédulo—. Me
sorprende que aún no hayan sido arrestadas.
Su risa resonó mientras Brendan Lennox le hacía señas para que cerrará la
maldita boca.
—Curioso que lo digas…
Cerré los ojos cuando la voz neutra y sin humor de Xionela interrumpió su
carcajada. Abrí los ojos y me concentré en el pobre hombre que estaba a punto
de enfrentarse a la furia de la madre de todas las bestias.
Elliot se quedó completamente inmóvil mientras su rostro se drenaba de todo
color; yo de él, habría empezado a rogar clemencia.
Tacha eso, la clemencia era algo que no existía en el diccionario de Xionela.
—Cuando es, justamente, una de esas locas la que mantiene a salvo tu feo
trasero de ser atravesado por una bala. —Elliot gimió bajito. Vicent rodó los
ojos y cruzó sus fornidos brazos sobre el pecho.
Era un alivio que Aaron estuviese dormido porque era capaz de grabar todo
el bochornoso asunto. Y reproducirlo un millar de veces.
—No me refería a ti…
—Ahórrate el patético discurso, poco hombre, solo quiero que recuerdes
que, si vuelves a hablar mal de mis hermanas, puedo asesinarte de cincuenta
maneras diferentes y nadie —su voz se volvió de acero y bajó una octava—,
pero nadie jamás descubriría que fui yo. —Elliot cerró los ojos y se estremeció.
Eso era correcto, hombre.
Xionela era capaz de matarte usando solo tu móvil y nadie jamás sabría qué
diablos había pasado contigo.
Bishop, como llamábamos a Xionela frente a aquellos que desconocían su
identidad, era la mejor hacker del país. Me atrevería a decir que incluso de todo
Reino Unido.
Era tan minuciosa en su trabajo que no dejaba huellas que fueran posibles de
rastrear. O llevarla a su ubicación.
En definitiva, ella era una de las mujeres más letales que conocía y no
dudaba ni por un minuto que cumpliría con su promesa.
En ocasiones, la vida te daba hermanas y no precisamente de sangre. Y las
Diosas del Averno, como empezaron a llamarse quince años atrás ese grupo de
mujeres que despertaban odio y deseo por parte iguales, eran el claro ejemplo de
que los lazos más profundos no provienen de la sangre. Si Elliot sabía lo que le
convenía, se quedaría callado y dejaría que la tormenta de tacones altos pasara
sin ocasionar daños permanentes en su salud.
Cuando el clic distintivo de que Xionela había cortado comunicación resonó,
nuestro pronto difunto compañero se restregó con furia el rostro.
—¡Mierda! Ignoraba por completo que nos estaba escuchando. —Ultrajó su
cabello con desesperación—. ¡Maldita sea! ¿Cómo se supone que voy a dormir
con Bishop acechándome?
Vicent sonrió y cerró los ojos. Me alegraba que en el grupo al menos uno
fuera centrado y maduro.
—Juro que debería cortarle la garganta mientras duerme. —Disimulé una
sonrisa cuando la voz de Xionela volvió a crujir por los auriculares. Era
consciente de que ahora yo era el único capaz de escucharla, aunque ella aún
podía escucharnos a todos—. El imbécil me pide a gritos que lo saque de su
miseria y libere a las mujeres de soportar su creído trasero. —Bufó incrédula—.
Además, habla cómo si alguna de mis hermanas quisiera saltar sobre sus
huesos.
Podía visualizarla poniendo los ojos en blanco mientras repasaba sus largas
uñas perfectamente arregladas.
—Sé que es una mierda que Ilyn haya salido a una cita —la sinceridad en su
voz golpeó con fuerza mi pecho. Dolía y me enojaba saber que ella andaba en
plan conquista mientras yo tenía un grave momento superándola—, pero
necesito tu cabeza en el juego. La situación es complicada.
Fruncí el ceño hacia la pequeña cámara que estaba ubicada en la parte
superior de la cabina; ella, obviamente, estaba observándonos.
Nos encontrábamos a menos de diez de minutos de llegar a un edificio de
apartamentos de ocho pisos, donde un adolescente de catorce años, cansado de
los constantes abusos por parte de su padre, había conseguido un arma de fuego
y le había disparado.
Una de las vecinas que había escuchado todo el alboroto y la detonación,
temiendo lo peor, había llamado a emergencias.
Según el reporte que me hizo llegar el jefe del escuadrón de los idiotas, el
joven no quería colaborar, algo que despertó nuestra curiosidad e hizo
cuestionarnos la veracidad de la información.
Por el amor a Dios, tenía catorce años. Luego de la primera detonación era
seguro asumir que el joven no tenía ni idea de qué hacer, pero resistirse no era
una de esas opciones.
No era estúpido. Podía oler la mentira a kilómetros.
Esta no era la primera vez que el departamento de policía ocultaba gran parte
de lo que realmente había ocurrido, y tampoco sería la última.
Sin esperar otra orden, Xionela intervino el ordenador de la central de
inteligencia y descubrimos que el joven había tenido la intención de colaborar, o
así fue hasta que los imbéciles habían amenazado con encerrarlo de por vida si
no dejaba libre a su familia y se entregaba voluntariamente.
Arrogantes de mierda.
Como no podía ser de otra forma, presa del miedo, el muchacho, que aún
cursaba la secundaria en la escuela pública St. George, se había encerrado junto
a su familia, la misma que estaba conformada por su madre, una mujer de treinta
y cinco años y que trabajaba como cocinera en un restaurante de tacos a pocas
cuadras del apartamento, y sus cuatro hermanas pequeñas, que iban desde los
diez años a dos meses de edad. Su pujante amenaza de que las mataría y luego se
suicidaría no debería caer en oídos sordos.
Una situación sencilla que se había ido a la mierda y salido de control
gracias a esos incompetentes.
—Intervine su computadora portátil. Ayudó mucho que la tuviera encendida
y abierta con su sección de Facebook. He tratado de aclarar la imagen, pero la
calidad de la cámara de la misma es una porquería, por lo que poco puedo
decirte sobre si el padre sigue con vida. —La línea crujió con interferencias—. Y
repito: necesito que dejes de pensar en Ilyn y tus ganas de asesinarla y te
concentres en salvaguardar la integridad de todos los ocupantes de ese
apartamento. No me gusta lo nervioso y asustado que se ve; está de más decirte
que detesto el hecho de que apunta demasiado el arma a sus hermanas,
principalmente, al bebé de dos meses. Te concedo cinco minutos antes de
ordenar a los chicos intervenir.
Asentí imperceptiblemente.
Aunque me era imposible juntar mi mierda y olvidarme del todo de aquella
mujer de ojos azules y piernas largas que me tenía escupiendo fuego cada vez
que estábamos en la misma habitación, por el bien de esa familia me esforzaría
por sacarla de mi cabeza un par de minutos.
Los suficientes para hacer mi trabajo.
—Hablo en serio —atajó con dureza la rubia que era su mejor amiga y que
me conocía demasiado bien—. Entiendo que las cosas siguen estando jodidas
entre vosotros y que su deseo de rehacer su vida no te tiene echando flores y
cantando villancicos, pero necesito que controles la situación en el menor
tiempo posible y que seas preciso, sin más víctimas. Diez minutos es todo.
Recordé que posiblemente teníamos un muerto entre manos —el padre de
familia que había recibido el impacto— y el deber primordial de nuestra jefa de
operaciones era prevenir que hubiera más bajas.
Ilyn Laurent era mi infierno personal, pero en estos momentos tenía que
olvidarme de ella.
Aunque luego de esta misión su presencia volviera a ser mi fiel compañera.
5
Hice una rápida entrada al pequeño apartamento y apunté con mi 357
Magnum a un joven que podría ser mi hijo.
¡Jesucristo!
Era apenas un niño.
Un adolescente que sostenía una semiautomática y cuya cara denotaba que
había perdido la esperanza.
Se sobresaltó con mi intrusión y evalué la situación. Los segundos eran
claves en estas situaciones. Su padre yacía en medio de un charco de sangre en la
parte inferior de la sala. Por el inexistente movimiento en su cuerpo, estaba
muerto.
¡Maldición!
¿Qué diablos podía llevar a un adolescente de catorce años a matar a su
padre? Aquello estaba más allá de mi mente.
Dirigió su arma para apuntar a su aterrorizada madre, cuyo rostro se
encontraba ensangrentado y con moretones.
«¡¿Mira lo que has provocado?!», tuve ganas de gritarle a la asustadiza
mujer, que era la responsable directa de todo esto, pero mordí mi lengua y dije
en su lugar:
—Las cosas no tienen por qué terminar de esta manera. —Mi tono moderado
y seguro buscaba tranquilizar al niño, que solo quería proteger a su familia—.
Pediré que se evalúe tu caso para que se te acuse por homicidio involuntario. En
defensa, ningún juez se atreverá a…
—¡Mentira!
Retrocedí un paso cuando su arma apuntó descuidadamente hacia sus cuatro
hermanas pequeñas y empezó a zigzaguear tembloroso de izquierda a derecha.
El bebé lloró histérico en los brazos de la mayor de todas.
Tenía que existir una manera de acercarme sin provocar que volviera a
disparar.
—Cap, los chicos están en posición y listos para intervenir cuando des la
señal —me susurró Xio por el auricular ubicado en mi oreja derecha.
Asentí. La computadora portátil, que lucía vieja y maltratada, se ubicaba en
la pequeña mesa de plástico en medio de la sala con vista directa hacia el joven.
A pesar de saber que mi equipo estaba listo, no me sentía tranquilo. La
situación tenía que ser contenida desde dentro antes de que se complicara y la
lista de muertos incrementara.
Con demasiada frecuencia recibía llamadas de hijos que querían hacer
justicia con sus propias manos en vista de que sus madres poco hacían por
protegerlos de un hombre abusivo. Era alarmante ver como cada vez eran más
jóvenes.
—¡Todos vosotros mentís…! —gritó enfurecido antes de apuntar decidido
hacia sus hermanas mientras caminaba hacia ellas.
¡Maldición! Iba a apretar el puto gatillo. Era ahora o nunca.
Me abalancé en su dirección, pero en mi afán de impedir que cometiera el
mayor error de su vida y lastimara a sus pequeñas hermanas, subestimé al
adolescente; antes de poder llegar a él me apuntó con el arma y disparó sin
dudarlo, inundando el aire con los gritos llenos de pánico de sus pequeñas
hermanas.
¡Mierda!
La bala impactó en mi brazo derecho, pero eso no me detuvo, llegué hasta él
y lo inmovilicé contra el piso. Podía sentir el orificio arder, pero me concentré en
neutralizar la amenaza. Levanté la mirada cuando por la periferia de mi ojo
detecté movimiento en la habitación de enfrente.
¡Joder! Un joven que no había visto salió de la pequeña habitación con un
arma apuntando hacia mí y listo para disparar.
¡Demonios!
—¡Ahora! —grité mientras esquivaba el disparo que iba directo a mi cabeza.
Mi equipo entró en cuestión de segundos rompiendo las ventanas y
encañonando al joven de dieciséis años que había estado oculto y que,
probablemente, era quien había disparado a su padre.
No me habría sorprendido que fuera así.
El joven, que tenía un moretón en la mejilla, lucía sucio y drogado, pero eso
no le impidió forcejear contra Jace Laurent.
Quien pensé que no se uniría a la fiesta esta noche.
—Quieto ahí, muchacho. Todo terminó, te espera una larga estadía tras las
rejas. ——Le quitó el arma y el chico gruñó furioso.
Vicent, que estaba de pie a mi lado apuntando hacia la cabeza del
adolescente con su fusil de asalto AR-15, parecía aburrido mientras le
preguntaba a Jace:
—Creí que dijiste que tenías cosas que hacer.
—Y las tengo. —Fue la escueta contestación del hombre del que poco
sabíamos qué estaba haciendo en estos días.
Tenía que encontrar una forma de hablar con él y averiguar qué rayos estaba
pasando. Conversación que esperaba sostener sin sacar nuestras armas.
Elliot y Aaron empezaron a revisar la casa en busca de más víctimas o
amenazas y yo intenté levantar del piso al muchacho para que Michael lo
entregara a la policía, que esperaba fuera.
—Esa herida se ve mal, Walker. —Vicent miró fijamente mi brazo, donde la
sangre había empezado a volverse profusa, así que Michael me ayudó a levantar
al joven, que pasaría una larga temporada en el correccional.
—Estoy bien. —Hice una mueca mientras presionaba la herida y caminaba
hacia la salida—. Nada que no haya sufrido antes. —Mentí descaradamente.
Jace se limitó a mirarme sin ofrecer alguna palabra y la policía hizo su
penoso ingreso, como si de una mala película de acción se tratara. Su equipo se
desplegó como si nosotros no hubiésemos hecho ya el maldito trabajo.
—Te dejo con estos imbéciles —dije antes de desaparecer por la puerta y sin
esperar a que me increpara más sobre el porqué de mi descuido.
¡Mierda!
Tenía que dejar de pensar en Ilyn Laurent o un día sería mi muerte.
***
Más tarde ese día.
La cortina se abrió bruscamente y, por un fugaz segundo, imaginé que se
trataba de ella, la mujer que no me dejaba dormir tranquilo.
—Podrías al menos respetar la privacidad de mi baño. —Fruncí el ceño hacia
una muy seria Xionela mientras presionaba el botón para que se detuviera el
agua. Puso los ojos en blanco.
—No tienes nada que no haya visto antes.
Gruñí una maldición y, aún con riachuelos de agua corriendo por todo mi
cuerpo, envolví una toalla alrededor de mi cintura.
—Pero no me voy a disculpar por no ser la hermosa mujer de cabellera negra
que te atormenta en tus sueños. Y cuando vas a visitar a tu hijo.
Hice una mueca mientras la veía alejarse tranquilamente hacia la habitación.
¡Joder!
—Me tomé la molestia de revisar el informe del médico y la bala estuvo muy
cerca de perforarte la arteria humeral —gritó, enojada.
No contesté mientras me detenía en el umbral de la puerta del baño; Xionela
se había cambiado el tradicional traje negro con el que trabajaba y vestía su
elegante ropa de diseñador, lo que le daba apariencia de una sofisticada mujer de
treinta años que nadie relacionaría con el cerebro principal de todas nuestras
operaciones.
Su inteligencia y perspicacia eran para tener cuidado.
—Nada importante —traté sutilmente de quitarle hierro al asunto—. Cuando
haces mi trabajo, es imposible no salir herido de vez en cuando.
Soltó una risa mordaz y entrecerró sus ojos.
—No te hagas el listillo conmigo. —Se dejó caer en la silla negra y puso sus
caros zapatos de tacón de aguja sobre mi cama king size—. Sabes perfectamente
que si te llegase a pasar algo me harías quedar muy mal ante las cámaras. Te
agradecería que para las próximas misiones tengas tu cabeza en el juego y no en
cosas que no puedes cambiar. Cosas del pasado que si están jodiendo tu presente
es porque tú mismo lo has querido.
—No tengo ni puta idea de lo que hablas. —Elegí ser un cobarde y mentir—.
Fue una situación difícil. Desde mi punto de vista…
—Ahórrate la mentira barata. —Frunció el ceño mientras golpeaba sus
tacones contra la moqueta y me señalaba con su dedo índice—. Jamás te he visto
subestimar a nadie; actuaste con mucha más precaución frente a un hombre cuyo
cuerpo temblaba más que una hoja mientras creía que era buena idea robar un
banco, así que me resulta curioso y algo simpático que un adolescente con una
puntería de mierda por poco te hiera de gravedad. —Sus labios se torcieron en
una fea mueca—. Hazte un favor y piénsalo mejor la próxima vez que quieras
meterte con mi software y expiar a la madre de tu hijo, que por cierto es mi
mejor amiga.
Suspiré mientras arrastraba una pesada mano por mi cara.
—¿Crees que es fácil para mí? —pregunté, sintiéndome atrapado.
—¿Y crees que lo es para ella?
Cuando Oliver me comentó el accidente, inmediatamente entré en la
computadora portátil que también utilizaba Xionela cuando estaba en mi casa.
Necesitaba saber qué tipo de hombre era lo suficiente bueno como para que ella
intentara darle una oportunidad.
Ingenuo, creí que ya se había dado por vencida con eso de las citas. Pero al
parecer era más terca de lo que imaginé.
Si estos últimos años habían sido difíciles, si le agregábamos el hecho de que
ahora quería salir otra vez con otro hombre, vaya infierno me esperaba por
delante.
Aunque eso no justificaba que utilizara la red de Xionela para mis
propósitos.
—Escucha… —empecé a decir; sin embargo, me interrumpí al comprender
que la conversación acabaría de la misma manera de siempre: ella diciendo una
verdad y yo sintiéndome como la mierda.
—Escucha, no te estoy juzgando. —Negó con la cabeza—. Sé que debe de
ser difícil lidiar con el hecho de que tu exnovia es Ilyn Laurent, una mujer que
ha probado que no acepta tu mierda, pero tienes que parar…
—Tenía que estar seguro de que su cita no pondría en peligro a mi hijo… —
justifiqué mi acoso—. Ilyn, ella… Ella solo es… es…
—Ella solo es una mujer que se ha cansado de estar sola…
—¿Sola? —me burlé mientras me acercaba a mi cómoda negra y abría el
cajón donde tenía guardada mi ropa interior—. Es irónico que lo digas cuando
ella tiene el privilegio de levantarse cada día con la compañía de mi hijo,
mientras que yo…
—Mientras que tú te encuentras solo porque así lo has decidido. —Se
levantó para irse—. Que no se te olvide quién la alejó de él para empezar. Ella te
amaba, pero ahora solo intenta hacerte a un lado y no ponerte en peligro. Ni a
nadie de tu equipo.
Dicho eso, la vi desaparecer por el pasillo y, un minuto después, escuché la
puerta de la casa siendo azotada.
¡Joder!
Dejé caer la toalla y me puse la ropa interior, busqué en el closet mi ropa de
correr y me calcé mis zapatillas deportivas; quizá el ejercicio me ayudase a
despejar la mente y olvidar cómo de estúpido fui y cómo de estúpido seguía
siendo después de todo este maldito tiempo.
6
Ahora.
Una Ilyn Laurent de muy mal humor.
El sueño jamás vino a mi encuentro. Me levanté cansada y con los hombros
agarrotados. Quizá los sábados para otras personas eran sus días favoritos, para
mí era todo lo contrario.
Sábado y domingo eran los días designados para que Cody pasara tiempo
con su padre, por lo que en menos de dos horas tendría que estar frente a un
hombre que cada vez que me veía parecía que tuviera un palo atravesado por el
trasero.
—No olvides guardar el cuadro que pintaste para tu padre en el taller de arte.
—Está bien, mamá.
Cody corrió a su habitación justo cuando el timbre sonaba, dejé de ordenar el
bolso de mi hijo, cerré los ojos y tomé una profunda respiración: era hora de
ponerse la máscara de póker. Como siempre, ninguna dosis de calmante podía
lograr que mi presión arterial no se disparara cuando mis ojos hacían una doble
toma de su presencia. Y esta mañana no iba a ser la excepción.
Abrí la puerta y ahí estaba él, el único hombre capaz de hacer tropezar mi
corazón y llenar mis ojos de lágrimas con unas cuantas palabras de amor.
—Buenos…
—¿Está listo? —Corto, educado y directo al grano, Adam Walker no podía
sostener ni una conversación conmigo, aunque su vida dependiera de ello.
—Claro. —La punzada habitual hizo su nido en mi pecho. De pronto, una
copa de vino sonaba maravillosa a las nueve de la mañana.
Mi hijo bajó a toda velocidad y, dándome un beso en la mejilla, salió
disparado hacia la camioneta de su padre.
Vimos cómo se embarcaba en el asiento del pasajero, abrochaba su cinturón
y tocaba la bocina. El hoyuelo que me había flechado la primera vez hizo su
corta aparición. Al menos, hasta que su mirada se encontró con la mía.
—Adam… yo…
—Ahórrate la típica disculpa. Hoy de entre todos los días no tengo tiempo
para esto.
Giró sobre sus talones y caminó directo hacia la camioneta, que había dejado
encendida.
Luego de la noche de mierda que había tenido, no iba a permitir que se
marchara como siempre lo hacía.
—Un día tienes que superar lo nues…
Mis pies titubearon cuando giró violentamente y me encaró. La rabia que
hacía seis años me había golpeado resplandeció en sus ojos sedienta de mi
sangre.
—¿Superar dices? —Me detuve a medio metro de él—. Dime cómo diablos
supero seis años sin mi hijo. —Mis ojos escocieron, pero no aparté la mirada. No
podía—. ¿Cómo diablos superas esa mierda?, porque yo, francamente, no lo sé.
—Te dejé una carta…
—Y eso, Ilyn… Es por aquella carta por lo que nunca voy a perdonarte.
Pasó mucho tiempo desde que las luces traseras de su camioneta
desaparecieron por la desierta calle. Y aunque la suave llovizna se convirtió en
un fuerte aguacero, no me moví ni un centímetro; durante todo el tiempo que
permanecí ahí de pie solo podía rememorar una y otra vez la solitaria lágrima
que por primera vez abandonó uno de sus ojos.
Una lágrima que me confirmó que lo nuestro… ya no existía.
8
Ahora.
Un Adam Walker muy arrepentido.
Enamorarme de Ilyn Laurent, quizá, fue la cosa más estúpida que hice en la
vida, pero su ingenio y belleza me paralizaron, para un hombre que a sus
veinticinco años solo había conocido la parte mala de la vida, ella se convirtió en
esa parte de mi día que quería ver con total desesperación.
Caminar con ella bajo la lluvia aquella noche, cuando me ofrecí a
acompañarla a su casa, había sellado nuestra perdición.
Yo era un analfabeto que se ganaba la vida limpiando mesas y trabajando
turnos extras limpiando habitaciones en los mejores hoteles del país para llegar a
fin de mes. Ella, la hermana de una leyenda. Ilyn lo desconocía en ese entonces,
pero Jace Laurent era uno de los pocos humanos decentes en esa universidad.
Siempre limpiaba su mesa y me saludaba con un fraternal golpe en la espalda,
como si fuésemos amigos de años.
Quizá lo éramos. Casualidades o no de la vida, siempre lograba encontrarme
donde él estaba.
Primero en la secundaria, donde empecé a admirarlo en secreto. No fue hasta
cuando ganó su primera medalla olímpica que noté a su hermana menor, una
cosita delicada de largo cabello negro y penetrantes ojos azules que hechizaron
mi cabeza.
A lo largo de los años, vi cómo se convirtió en una mujer que podía detener
el maldito tráfico. Ella podía verse como si fuera una indigente, pero tenía una
belleza que ni siquiera la ropa de mal gusto y arrugada que usaba podía opacar.
Sus labios fueron mi perdición.
Su sonrisa, la razón por la que me detenía medio minuto al día y,
simplemente, la admiraba.
No era prejuiciosa.
Tampoco tonta, ni cabeza hueca.
Y me encantaba la idea de que no anduviera detrás de ser la última tendencia
en moda. Ni buscaba la aceptación de nadie. Ella era una hermosa mujer que se
sentía cómoda en su piel. Y si al mundo no le gustaba cómo se veía,
sencillamente, podían joderse.
Aquella mujer que me enamoró era tan diferente a la Ilyn de ahora. La madre
de mi hijo.
Aún podía sentir, como si se tratara de un evento que sucedió esta misma
mañana, cómo mi corazón se elevó cuando esa noche entró en el bar con el
rostro pálido; no pude evitar caminar hasta el baño, donde había desaparecido, y
esperarla en la puerta.
En el bar trabajaba como ayudante de cocina y mi turno finalizaba en una
hora, pero por ella perdería el pago de ese tiempo.
Sobra decir que no pensé bien las cosas, ni las repercusiones que tendría ese
encuentro. Cuando su suave cuerpo impactó contra el mío y aquellos ojos tan
profundos encontraron los míos, perdí literalmente la cabeza.
No era que ahora no la perdiera, pero el sentimiento era diferente.
Cody cayó rendido luego de nuestra larga caminata por Bushy Park, nuestro
lugar favorito para recorrer.
Mi mente se alejó varias veces del presente y recordé cuando venía con Ilyn.
Cody apreciaba el tiempo que pasaba aquí y le gustaba tratar de trepar árboles o
admirar el estanque artificial. Como era muy raro que nevara en Londres, se
tenía que conformar con la escasa nieve que cubría el parque. Enero no era un
buen tiempo para venir, pues las constantes lluvias hacían imposible que
pudiéramos sentarnos en la verde yerba. Pero parecía que él se conformaba.
El día pasó con demasiada rapidez y no quería que amaneciera. Todos los
domingos sentía la misma opresión. No quería que se marchara de mi casa.
Nunca.
Vivía cerca de ellos, pero no lo suficiente para sentirme contento.
Si vivía más cerca, era probable que terminara matando a su madre.
Recosté suavemente su cuerpo y lo admiré por un largo tiempo. Decían que
se parecía a mí, pero yo podía ver a Ilyn reflejada en él en muchos aspectos.
Tenía ese mohín que hacía cuando estaba enojado. Y esa vena competitiva
que salía a relucir cuando no podía hacer algo medianamente sencillo.
Lo amaba.
Y esto…
¡Dios!
Arrastré una pesada mano por la cara y abandoné su habitación. Me detuve
en la sala y vi cómo mi móvil se volvía loco sobre la mesa del recibidor.
Trabajo.
Siempre trabajo.
Pero Xionela y los chicos podían hacerse cargo; me llamarían en caso de que
la situación lo ameritara. Esperaba que no.
No quería que mi tiempo con Cody terminara.
Me dejé caer en el sillón frente al televisor apagado y medité sobre mi corta
conversación con Ilyn esta mañana. Arrastré una mano por mi cabello. Las luces
estaban apagadas y el silencio trataba de consolarme. Me había roto el corazón
dejarla parada en la entrada de su casa, pero ella no merecía nada.
Ni piedad.
Ni remordimiento.
Ella no merecía mi simpatía.
Porque jamás fui suficiente para su amor.
Limpié mi mejilla mientras veía su esbelta figura hacerse pequeña por el
espejo retrovisor mientras me alejaba de ella y me llevaba a nuestro hijo por dos
días.
Tenía que recordar que ella lo alejó de mí seis años y que ese tiempo jamás
regresaría.
Ni aunque mis ojos lloraran por ella.
Y mi cuerpo suplicara por sentir su calor.
Ilyn Laurent era un tema muerto, como lo era nuestro amor.
11
Una Ilyn Laurent muy asustada.
Las Diosas del Averno habían convocado una reunión extraordinaria.
—Sigo sin comprender por qué esta reunión tiene que ser sobre mí —me
quejé y dejé caer mi gordo trasero en la silla negra, ubicada en el centro de la
sala de la casa de Eris.
Luego de que pude despegar mis pies del concreto de la entrada de mi casa,
me moví hacia el interior y tomé una ducha caliente. Cogí lo que había sobrado
la noche anterior y desayuné-almorcé espaguetis rancios acompañados de una
copa de vino.
Necesitaba urgentemente superar el dolor que me habían provocado las
palabras de Adam. No ayudaba que fuera sábado y las Diosas hubieran
organizado esta reunión en mi honor.
—Porque estamos preocupadas por tu vagina —puntualizó Erycka desde el
extremo de la sala, donde se encontraba rodeada de un montón de carteles
blancos y marcadores. Algunos frascos de pintura estaban volteados y se veía
muy concentrada. Era un completo misterio como aún seguía dando clases a
niños de primaria. Ni siquiera me explicaba cómo pudieron darle el permiso para
enseñar.
De las cinco, Erycka no parecía una maestra.
Gemí y cerré los ojos, solo mis amigas podrían considerar normal hablar de
mi vagina mientras estaba el marido de Eris en la cocina. Lugar donde se podía
escuchar perfectamente todo lo que estábamos hablando.
Segundos después, el pobre salió despavorido de la cocina llevándose a su
hijo.
—¿Y por qué hay un proyector a mi lado? ¿Acaso creéis que viendo una
película mi vagina se va a curar milagrosamente? Porque os seguro que el porno
no ayuda en mi caso y una película de Disney solo empeorará las cosas —ironicé
mientras me cruzaba de brazos y admiraba cómo Yuli fallaba en colocar el
bendito toldo blanco.
Hice una mueca cuando una gran parte del barniz de la pared se desprendió y
cayó sobre la moqueta.
Silencio.
Nadie se movió, pero todos los ojos volaron a Eris.
—No os preocupéis. Estaba pensando en remodelar la sala.
Yuli rio y negó con la cabeza mientras seguía mutilando la pared y tarareaba
la canción de la Mujer Maravilla.
Xionela y Emi estaban concentradas en sus móviles por lo que eso me dejaba
en compañía de la loca dañando la pared y Eris, que me miraba con ternura.
—Lo hacemos porque te amamos. —Los ojos de Eris brillaron y forcé una
sonrisa.
Yuli asintió y sonrió cuando estuvo feliz de cómo había quedado el toldo
empotrado.
Eris me miró y contuvimos una risa. No teníamos el corazón para decirle que
ese toldo estaba más chueco que un árbol torcido.
La luz fue apagada y el proyector cobró vida.
—Como sabes —la buena maestra Erycka caminó hasta el centro de la sala y
me preparé mentalmente para la locura que se avecinaba—, tus hermanas, las
Diosas del Averno, estamos muy preocupadas porque de todas eres a la que más
mal le ha ido en el amor.
Un murmullo de síes se escuchó en la habitación. Rodé los ojos.
—Es por ello —la imagen de una vagina con piernas apareció en el toldo y
casi me atraganté cuando leí el animado título que adornaba la parte superior—
que hemos ideado esto.
¡Salvemos el coño de Ilyn Laurent!
Solo esperaba que Sebastián estuviera encerrado en su habitación y no
pudiera ver la ridícula presentación.
Por media hora, Yuli repasó mis aventuras y desaventuras con el sexo
opuesto. Cómo de malas habían sido mis citas y lo horrible que sería pasar otro
año sin recordar lo que era tener una polla dentro de mí.
Hasta gráficos animados que representaban cómo de decaída estaba mi libido
se habían tomado la molestia de hacer. No sabía si echarme a reír o llorar
mientras aseguraban que, como mis mejores amigas, no podían seguir cruzadas
de brazos sin intervenir. Un momento francamente perturbador y que, esperaba,
pronto pudiera olvidar.
Para siempre.
—Hemos elaborado esta lista de tres candidatos que, estamos seguras, son tu
alma gemela perdida.
Las luces se encendieron y parpadeé varias veces. Eris, Yuli y Erycka
caminaron delante de mí con fotos de hombres medianamente atractivos.
Eris sostenía la de un hombre de piel oliva con una sonrisa ladeada y
brillantes ojos azules.
Demasiado lindo para mi gusto.
Yuli zarandeaba el retrato de un hombre que tenía el cabello negro, su rostro
estaba rodeado de una cuidada barba y sus ojos eran de un rico marrón.
Casi parecía mi tipo.
El tercero, en las manos de Erycka, era un hombre de ascendencia japonesa o
¿china? que lucía muy sonriente en la foto. Su cabello estaba completamente
rapado y su anguloso rostro no dejaba indiferente a nadie. Ni siquiera podía decir
si tenía los ojos abiertos o cerrados mientras sonreía.
¿Qué clase de locura era esta?
No tenía que ser una adivina para saber que esas fotos las habían robado de
Facebook. Sin permiso.
—Entonces, ¿cuál te gusta? —preguntó emocionada Eris.
—¿Perdón?
—No seas tímida. —Erycka contoneó la imagen en sus manos como si fuera
un anuncio—. El caballero que estoy sosteniendo se llama Bryan, tiene treinta y
cinco años. Soltero. Le gustan los animales y se ve que es muy activo, según vi;
le gusta visitar los Alpes y todo eso. Tiene muchas fotos de sus escapadas y
estoy segura de que viajar te haría bien.
Podían arrestarlas por uso indebido del Facebook.
—El candidato que te encontré se llama Erick y tiene treinta y dos años. —
La emoción de Eris estaba en su punto cumbre. Ella realmente se sentía
orgullosa del tipo al que había acosado por internet—. Es algo gruñón según
dicen sus amistades. —¡Oh, mi Dios! Nos iban a encerrar de por vida si se le
había ocurrido increpar a algunas de sus amistades—. Pero lo importante es que
actualmente está soltero y disponible. Aunque tengo que decirte que algunos de
sus posts son muy críticos, pero algo me dice que haríais una excelente pareja. Y
mis corazonadas nunca se equivocan.
Podía ver el manicomio en nuestro futuro. Camisas de fuerza, celdas
separadas y todo el paquete.
—Mi candidato, a mi parecer, es el más prometedor. —Yuli se había
colocado sus lentes de lectura tratando de verse filosófica. Ni siquiera me había
percatado de que lo había hecho o de que usara lentes—. Pero me tomé la
molestia de buscar uno como el prototipo que te gusta.
Miré desesperada a mis otras dos mejores amigas, pero ambas tenían miradas
curiosas en sus rostros. Incluso Emisellys, que casi nunca participaba en las
conversaciones donde el sexo reinaba y prefería abstenerse de compartir o decir
algo, me miraba fijamente.
Xionela, por su parte, había dejado de teclear en su móvil y me miraba con
una pizca de curiosidad.
¡Joder!
—¿En serio? —inquirí cuando regresé la mirada al frente.
—Por supuesto —resopló Yuli—. ¿O crees que por puro placer pasamos
acechando a estos hombres en línea hora tras hora? No es que sean feos ni que
sean desagradables, pero las tres tenemos pareja y no fue muy satisfactorio que
digamos andar escribiendo a varios de sus amigos para pedir referencias. Su ex
incluso me bloqueó cuando pregunté cuántos centímetros tenía… ya sabes. —
Sus ojos hicieron un movimiento loco y bajaron a mi entrepierna.
¡Jesucristo!
Yuli había perdido completamente la cabeza.
Gracias a su inadecuada pregunta, el juez creería que éramos unas psicópatas
adictas al sexo consiguiendo nuestra próxima víctima. Adam Walker no solo se
quedaría con la custodia, sino que podía evitar que viera a mi hijo otra vez.
Gemí ruidosamente y quise lanzarme desde el cobertizo.
—Ese no es el punto. —Eris caminó hacia mí—. Hemos hecho esto porque
sabemos lo frustrante que ha sido concretar una cita en estos últimos años. No es
justo que seas tan buena madre y no tengas un buen hombre cuidando de ti.
—Estoy bien…
—¡Eso no es verdad!
Mis ojos se anegaron de lágrimas y un nudo se formó en mi garganta. No
quería llorar, pero toda esta presentación me había hecho recordar que los años
pasaban, sin indicios de encontrar a un hombre especial que me quisiera.
Erycka dejó la fotografía en el sofá y se paró al lado de Eris.
—Tienes que intentarlo. Te lo debes.
Asentí y limpié la lágrima que rodó por mi mejilla. Pronto estuve rodeada de
mis amigas. Un sentimiento tocó mi pecho y me relajé. Había pasado mucho
tiempo desde que me había sentido tan querida por ellas.
Sobre todo, después de todo el desastre y las cosas malas que pasaron.
Porque después de tanto tiempo, entendí que la vida no nos quería juntos y…
—Sabemos que amas a Adam… —Emisellys acarició mi rostro. Abrí la boca
para refutar su afirmación, pero sus siguientes palabras hicieron temblar mi
corazón—, pero es hora de dejarlo ir.
—Exacto. —Miré a Xionela y ella sonrió un poco. Mi corazón tembló.
De todas las presentes, ella era la que más involucrada estaba en mi desastre.
—Aunque creas que no nos hemos dado cuenta, e incluso tú tampoco seas
consciente, saboteas sin darte cuanta cada relación que tienes porque esperas que
Adam regrese. Y temo que eso… que eso no va a pasar.
Esa noche cuando llegué a casa lo hice en compañía de los números
telefónicos de esos tres candidatos.
Cuando me puse mi pijama para dormir, me senté en el filo del colchón y
elevé mi pierna derecha. Por varios minutos solo miré hacia la nada mientras
acariciaba un dije del símbolo del infinito que adornaba mi tobillo. Oculto
siempre de la mirada de todo el mundo.
De las preguntas de quién me lo había dado o qué significaba para mí.
Abrí el prendedor y retuve la respiración.
—Es hora de dejarte ir, Adam Walker…, aunque para empezar nunca fuiste
mío realmente.
12
Doce años antes.
Una Ilyn Laurent muy emocionada.
Me gustaba la forma en la que Adam Vaughan veía la vida. Era una mezcla
de sencillez y cinismo que me hacía reír en ocasiones.
—Entonces dices que, si me rompo la cadera, ¿tú cuidaras de mí por
siempre?
Mi piel hormigueó y mi corazón se agitó cuando su cálido aliento serpenteó
en mi oreja izquierda.
Cinco meses habían transcurrido desde que acepté ser su novia luego de que
me confesara que no sabía leer ni escribir.
Para total asombro de mis mejores amigas, un mes después de decirle que sí
a Adam renuncié a la apuesta. El coche podía esperar. Adam, no.
Xionela me había mirado por largos minutos, pero me mantuve firme en mi
decisión, y cuando las chicas preguntaron el porqué de mi renuncia me encogí de
hombros: tener mi propio coche de pronto ya no era tan emocionante.
Y no mentía.
Cuando un hombre te besaba como lo hacía Adam Vaughan, ningún viaje en
coche podría comparársele.
Ni siquiera el manejar tu primer coche nuevo.
Ni siquiera la puesta del sol.
—Prometo que no solo cuidaré de ti. —Su profunda risa hizo vibrar su pecho
y yo me recargué contra él. Aunque no veía ni una mierda gracias a la venda que
tenía en mis ojos, me sentía segura. De alguna manera, él siempre me hacía
sentir segura—. Haré que cada día sea un momento que quieras recordar. Me
encargaré personalmente de eso.
—Y caer de culo seguro será un infierno de recuerdo que tendrás para
doblarte de la risa a mi costa.
Sus manos envolvieron mi cintura y di dos pasos más. Sus labios acariciaron
mi cuello y me estremecí.
Solo sabía que me había traído a Bushy Park y que eran las dos de la
mañana. Ni te imaginas la cantidad de mentiras que había dicho.
A mis padres.
A mi hermano.
A mis mejores amigas.
Pero él las valía, cada una.
Quizá mi alma estaba sucia, pero quererlo me hacía sentir tan feliz. El
mundo dejaba de importarme cuando estaba sentada junto a él, solo respirando el
mismo aire.
Ir al cine jamás fue tan emocionante que cuando me sentaba junto a él en la
oscuridad y sostenía mi mano. Nadar en el lago helado rompió cada una de las
cosas que creí saber. Pero aún no habíamos tenido sexo. Y eso me estaba
matando.
Literalmente.
Esperaba que esta noche quisiera dar el siguiente paso porque sentía que, si
no lo hacía, pronto mis ovarios iban a explotar.
—Me gusta el vestido que te has puesto. —Su mano acarició el interior de
mi pierna derecha, sus dedos hicieron un lento recorrido; contuve el aliento y un
gemido que amenazaba con romper sus tímpanos.
—Adam…
—Shh… déjame memorizar cada parte de tu cuerpo. Quiero que, aun con los
ojos vendados, seas capaz de reconocer mis manos. Mi olor. —Gemí
audiblemente cuando su dedo recorrió el contorno de mi braga—. Si supieras las
ganas que tengo de estar dentro de ti…
Mi cuerpo se estremeció y las imágenes de los dos enredados bajo una
sábana sedujo mi alma.
Lo ansiaba demasiado.
—Tan húmeda… tan lista para mí. —Suspiró y apartó la mano. Gemí en
protesta. Perdí la cordura y me restregué con fuerza contra su pecho y provoqué
su parte sur con mi trasero.
Esta noche tenía que ser la noche.
—Ilyn… —siseó.
—No sé por qué me has traído aquí, pero no te voy a mentir: espero que sea
para tener sexo.
Riendo se alejó de mi espalda. Me desinflé como un globo.
—Ya llegaremos a esa parte, pero primero necesito mostrarte algo.
—Entonces esto no era ningún fetiche sórdido donde me vendabas los ojos y
me ordenabas darte placer…
—¿Debo preocuparme de lo que lees?
Reí y negué con la cabeza.
—Cuando se trata de ti, créeme, no necesito ningún libro erótico para avivar
mi imaginación.
—Eso me tranquiliza. Mucho.
Con cuidado, me ayudó a dar diez pasos más antes de volver a susurrar.
—¿Lista?
—¿Para ti? Siempre.
No necesitaba verlo para saber que su rostro tenía una sonrisa. La misma que
me regalaba día tras día luego de limpiar una mesa. O encontrarlo en el pasillo.
Él extendería su mano y rozaría mis dedos.
Me gustaba lo tierno y romántico que podía llegar a ser.
Miles de mariposas revolotearon, disimular lo atraída que me sentía se estaba
complicando, pero las consecuencias estaban lejos de importarme.
Colocó un papel en mi mano y aflojó la venda. Tuve que parpadear varias
veces para adaptarme al brillo de los cientos de luces amarillas que me rodeaban.
Abrí el papel que colocó en mi mano y mis ojos se llenaron de lágrimas.
¡Heres ermosa!
No importaron las faltas ortográficas, que podían hacerte sangrar los ojos, y
la fea caligrafía, alcé la mirada y no pude apartarla de él. Y lo supe.
Estaba enamorada.
De todo él.
De lo que lo hacía ser Adam Vaughan.
Sin dramas.
Sin pretextos.
De esa mirada vulnerable.
De esa sonrisa boba que me ponía a cien.
De todas las veces que lo había atrapado mirándome a través de la cafetería.
De esos roces en el pasillo. De la intensidad con la que me besaba. Por
haberme demostrado que una misma persona podía besar de mil maneras
diferentes. Y que los besos no tenían que ser los mismos.
Enseñándome que no importa que tan malo sea el mundo, uno podía elegir
sacar lo bueno de cada parte de ello.
De cada derrota.
De cada tristeza.
Lo amaba.
Cuando mis sentimientos se volvieron tan claros como el día, me arrojé a sus
brazos y lo besé. Lo besé como aquella noche bajo la lluvia cuando me confesó
que no sabía leer ni escribir. Mi boca bebió cada palabra de la suya. No podía
entender qué decía, pero nos arrastré a la pequeña tienda de campaña que había
colocado en medio de todas las luces.
La sangre rugió y perdí la noción de lo que estaba haciendo.
Mi zapatilla deportiva golpeó la botella de vino que descansaba dentro de un
recipiente con hielo, pero no me importó.
La cena-picnic que había preparado y descansaba sobre una manta, colocada
en el césped, podía esperar. Necesitaba sentirlo dentro de mí.
Ahora.
Me las arreglé para meternos dentro de la carpa sin rompernos el cuello y
reímos cuando al intentar sacarme el vestido por la cabeza impacté mi codo
contra su rostro.
—¡Oh, Dios mío! Lo siento. —Besé suavemente su cabeza.
Soltó una risa y sus manos recorrieron mi cintura.
—Tranquila, señorita. —Me estremecí cuando sus labios besaron el valle de
mis pechos—. No planeo ir a ninguna parte.
—Como si te dejara hacerlo —susurré delineando sus labios con mi dedo
índice. Gimió mi nombre una vez más y nos perdimos.
Luego de eso no hubo más charla. La ropa se fue y mi piel reclamó su piel
como su nuevo hogar.
Sus manos abrieron mis piernas y su boca devoró cada centímetro. El
cunnilingus jamás había sido tan placentero. Tan estremecedor.
Me deleité en la sensación de sus manos acariciando mi trasero. No era suave
pero tampoco duro. Me estaba preparando para lo que venía. Y fue intenso.
Su boca merodeó hacia mis pechos, tomó dentro de su boca uno de mis
pezones y lo succionó con fuerza.
—¡Dios!
Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos. Mi vulva rogó por su intrusión y
me perdí en las miles de sensaciones que despertó su toque. Me ubicó debajo de
él y su falo, recubierto de látex, encontró el camino correcto para hacer volar mi
mente.
Lentamente y aplicando la fuerza suficiente, abrió con su cabeza mi apretada
calidez. Un ronco gemido abandonó su garganta cuando estuvo por completo
dentro de mí.
¡Jesús!
Me sentía tan llena. En todos los sentidos. Y no quería que este momento
jamás acabara.
Sus caderas rotaron y rechiné los dientes. Mis paredes se apretaron y el
ahogó un gemido.
—Tan deliciosa…
La primera acometida se sintió maravillosa e incómoda. Había pasado un
largo tiempo sin sexo por lo tardaría en acostumbrarme a su grosor.
—No puedo ir despacio… Yo…
—No lo hagas. —Atraje su rostro hacia el mío y besé suavemente sus labios
—. Quiero que te tomes el tiempo y trabajes mi cuerpo. —Sonrió y sus caderas
retrocedieron y arremetió sin piedad. Una y otra vez. Hasta que no reconocí
dónde empezaba él ni dónde terminaba yo.
Me dio la vuelta y me tomó por detrás. Sus manos apresaron mis caderas y
de una profunda estocada entrecortó mi respiración. Cerré los ojos y empujé el
trasero hacia atrás con la intención de otorgarle un mejor ángulo, y lo encontró.
Perdí la conciencia entre el vaivén de sus caderas y el susurro de sus
palabras.
—¡Joder! Mi polla se ha enamorado de tu coño… —Mis paredes se
apretaron en respuesta, él emitió un gemido y echó la cabeza hacia atrás mientras
maldiciones se derramaban de sus labios—. ¡Maldición!¡Maldición!
Sus embestidas cobraron más vigor y estuve más cerca de las brillantes luces
que nunca antes. Apreté mis manos sobre la sencilla manta que nos protegía de
la rigidez de la tienda.
Mi mano viajó hasta mi clítoris y empezó a masajearlo. El sonido de nuestros
cuerpos chocando me envió a un espiral de sensaciones, pero fue su mano
reemplazando la mía lo que me hizo explotar y quedar sorda.
Mi cuerpo se sacudió por las olas de placer que sus dedos exorcizaban de mis
nervios. Me tocó de la manera en la que necesitaba. Sus acometidas
enloquecieron y se vino. Dentro de mí.
Rezando mi nombre.
Y yo, por esos cinco minutos, creí que estaríamos siempre juntos. Y fue así.
Al menos, tres meses más. No solo hubo amor, también celos, peleas y
discusiones absurdas, pero siempre volvíamos a este lugar.
Donde yo fui suya y él fue mío. Y las luces siempre nos recordarían que aquí
fue donde empezó realmente nuestra historia de amor.
Fue una noche antes de que el infierno explotara sobre nuestras cabezas que
me hizo un regalo, el más costoso que él se podía permitir y yo no pude estar
más feliz.
Un dije con el símbolo del infinito bañado en oro fue colocado en mi tobillo
derecho como la promesa silenciosa de que, sin importar lo que pasara, siempre
encontraríamos el camino para regresar juntos.
Y le creí.
Porque él se había tatuado ese mismo símbolo en su tobillo derecho.
Estábamos conectados. Unidos para siempre. Sin importar nuestras absurdas
peleas o malentendidos, prometió siempre regresar a mí.
Así que, cuando dos noches después, lo peor de este mundo le pasó, vine a
buscarlo creyendo que me estaría esperando.
Pero no fue así. Entonces lo esperé.
Y esperé.
Y esperé.
Pero él nunca llegó.
La noche cayó y él no vino a por mí.
Cuando la madrugada se convirtió en un nuevo día, me levanté y me fui.
Tenía que encontrarlo, porque perder a tu madre debía ser la cosa más
horrible del mundo, pero nada me preparó para el hombre que encontré en su
lugar. Y entonces… él rompió mi corazón.
13
Pasó una semana hasta que pude hablar con Adam. Como había renunciado a
su empleo en la universidad, tuve que acosarlo durante varias noches en el bar
donde nos conocimos; esfuerzo inútil, ya que después de tres noches esperándolo
hasta el cierre, el dueño del bar me confirmó lo que sospechaba: Adam también
había renunciado aquí.
Con el ánimo por el piso, caminé hacia nuestro lugar en el parque Bushy y
me senté bajo las luces. Algunas bombillas se habían roto, así que ahora solo
algunas funcionaban, las necesarias para alumbrar y espantar a los insectos.
Mis padres creían que todas estas noches las había pasado durmiendo en la
casa de Eris, pero lo cierto era que me había embarcado en una búsqueda sin
resultados que acababa cada noche conmigo regresando a dormir en la tienda de
campaña que Adam había colocado para nosotros.
No podía irme a casa y dejarlo atravesar solo por todo el caos mediático tras
la confirmación de que era hijo legítimo de John Walker. Solo fueron necesarios
una prueba de ADN y que se leyera el testamento que redactó hacía veinte años
el hombre que hoy era aclamado como un padre generoso y que, pese a las
circunstancias aún sin aclarar, no olvidó a su hijo.
Yo tenía mis reservas.
No era que a alguien le fuera importar, pero…
Un crujido me sobresaltó y me giré lista para atacar con una rama seca. Mis
hombros se relajaron cuando Adam, quien vestía un traje de negocios negro que
lo hacía lucir demasiado bien —era como si hubiera nacido para usar ese tipo de
trajes—, caminó hasta detenerse a unos cincuenta pasos de mí.
Dejé caer la rama.
Cuando una verdad se descubre, tu mente es como si pudiera ver nítidamente
cosas que antes estuvieron siempre ahí pero que, por alguna extraña razón,
ignorabas. Ahora, sabiendo que John Walker era su padre, las similitudes con
Dietrich y Xionela estaban por todos lados.
Jesucristo…
El rico color marrón de su cabello, la nariz perfilada y recta y la altura muy
similar a la de sus hermanos eran una aterradora señal de lo ciega que estuve
todo este tiempo.
De lo ciego que estuvo el mundo. Adam Vaughan era un Walker.
Aquel azul penetrante de su mirada era lo único que lo diferenciaba de sus
hermanos, quienes tenían los ojos de color verde, lo que también le había
agregado, sin desearlo, el disfraz perfecto para ser ignorado todo este tiempo.
—Estaba preocu… —empecé a decir mientras recortaba la distancia entre
nosotros.
—Puedes dejar de fingir. —Me detuve abruptamente y lo miré sin creer lo
que había escuchado. Las bolsas bajo sus ojos eran una señal potente de que sus
noches habían sido horribles—. No sé leer ni escribir, pero no me sigas tratando
como un idiota.
¿Qué?
—Adam… —una pesadez abrumó mi pecho—, no sé por qué me dices todo
eso, pero si me lo explicas puede que…
—Cuando te invité a aquel trago en el bar aquella noche hace seis meses,
estúpidamente creí que por fin la vida me estaba sonriendo luego de años de solo
obtener cosas malas, y que el premio de soportar toda esa mierda era que la chica
a la que llevaba tiempo admirando en silencio se había fijado en mí. —Bufó y
metió sus manos en los bolsillos delanteros de su pantalón—. Pero debí haber
sido más cínico y darme cuenta de que un plan mayor tenías entre manos si
prácticamente te arrojaste en mis brazos. No todos los días la chica que te gusta
renuncia a un coche nuevo solo por quedarse con un hombre que no tiene nada
que ofrecerle.
—No sé de qué hablas. Sabías de la apuesta con Adam Wesley, así que no sé
de qué diablos hablas. —Di cinco pasos, él retrocedió quince. Me detuve y no
pude ocultar mi mirada herida—. ¿En serio?
—Lo único que sé… es que Xionela Walker supo todo este tiempo que yo
era su maldito hermano, pero, por alguna razón egoísta que se me escapa, no me
lo dijo. Y qué casualidad que su mejor amiga estuviera convenientemente
saliendo conmigo.
Contuve la respiración.
Xionela…
—Esto se acabó. —Giró sobre sus talones y empezó a alejarse de mí.
—Adam… —No se detuvo, así que empecé a caminar tras él—. ¡Detente de
una maldita vez! No sabía nada. Tienes que creerme. Yo ni siquiera…
—¿Ni siquiera qué? —Se giró tan bruscamente que caí sobre mi trasero. Él
no hizo amago de ayudarme y aquello jamás lo olvidaría.
—¿Quieres que crea que no sabías nada de todo esto? —Negó y una lágrima
se desprendió de su ojo; la limpió con frustración—. ¿Por qué tendría que
creerte, cuando mi propia madre jamás fue sincera?
Abrí la boca para defenderme de su estúpida acusación, decirle que, para
empezar, yo no era su madre, pero no me dio oportunidad.
—Mantente alejada de mí…, Ilyn Laurent. —Me sostuvo con su fría mirada
—. Si realmente me amaste, aunque sea un poco, hazme un favor y mátame con
tu indiferencia.
Se alejó de mí.
Sentada sobre el césped sucio, lloré en silencio largas horas. Creí que él
regresaría, que me tomaría entre sus brazos y me diría que había recapacitado,
pero… no fue así.
Él me sacó de su nueva vida.
Y, bueno…, yo debía hacer lo mismo.
16
Superar a Adam Vaughan fue más difícil de lo que imaginé. Su cara inundó
las revistas y periódicos de todo Reino Unido en un abrir y cerrar de ojos.
Fue agobiante ver su hermoso rostro y penetrantes ojos azules encabezando
las portadas de una infinidad de noticieros.
Xionela seguía sin dar la cara. Los largos días se arrastraron hasta convertirse
en semanas. Después de un mes, parecía que la locura jamás pararía.
Todos tenían algo que decir sobre este nuevo Adam Walker. Y yo… yo hice
un punto y aparte y separé al hombre del que me enamoré del hombre que había
pisoteado mi corazón.
Mi vida tenía que continuar, igual que estaba haciendo él. Muchas mujeres se
declararon admiradoras del nuevo heredero Walker.
Les deseaba suerte a esas pobres incautas.
Cuando creí que me sofocaría verlo en todos lados y no poder sostener su
mano, surgió una posibilidad que jamás hubiera contemplado.
Esta era la oportunidad que necesitaba para superarlo. Porque, seamos
realistas, él me había bateado fuera de su vida y yo necesitaba hacer lo mismo.
Batearlo fuera de mi cabeza.
De mi cuerpo.
Y lo más importante… de mi corazón.
Solo que a veces una está tan empeñada en superar el corazón roto que no se
da cuenta de que la vida ya tiene miles de maneras para joderte.
17
Toronto, Canadá.
Seis años después de tener el corazón roto.
Una Ilyn Laurent muy asustada y con algunos kilos de más.
Miré por decimocuarta vez el boleto de avión en mis manos.
«No pasa nada, Ilyn. No pasa malditamente nada».
Traté de tranquilizarme mientras escuchaba por los altavoces la primera
llamada para que abordara el avión que me llevaría hacia mi ciudad de origen. Y,
aunque no quería ir, tenía que hacerlo.
¡¿Qué diablos estaba haciendo?!
Me pasé una enguantada y temblorosa mano por la cara e intenté en vano
tranquilizarme otra vez con un discurso diferente: «Respira, Ilyn, solo serán
algunos días. Verás como en un abrir y cerrar de ojos estarás de vuelta en tu
santuario. De vuelta a tu pacífica vida».
Los altavoces volvieron a la vida con la tercera y última llamada; el avión se
iría sin mí si yo no levantaba mi trasero.
¡Joder!
Cerré los ojos y volví a respirar, quizá contar hasta diez me ayudara.
—¡Mami, creo que ese es nuestro vuelo! —dijo Cody, su pequeña mano
enguantada jalaba mi abrigo.
Lo miré y las ganas de llorar se precipitaron a mis hinchados ojos.
¡Jesús!
¿Cómo diablos iba a explicar que tenía un hijo? Lo peor de todo era que no
tendría que decir ni una maldita palabra para que descubrieran quién era el
padre.
¡Maldito Adam Walker y su superesperma!
—Mami, ¿estás bien? —preguntó preocupado, acariciando mi cabello
lentamente. Sus intensos ojos azules taladraron los míos y me recordaron a cierto
hombre que quería olvidar.
¿Por qué tenías que parecerte tanto a tu padre?, quise preguntarle.
A pesar de tener solo cinco años, todos sus atributos físicos se parecían al
infeliz ese. Un gemido estranguló mi garganta.
«Tienes mucho que explicar, Ilyn. Mucho que explicar».
—Mami, ¿lloras porque extrañas mucho a mi abuelito?
Asentí lentamente mientras obligaba al trozo de hielo que se había formado
en mi garganta ceder y desaparecer. Ayer en la noche me había llamado Jace
para decirme, mientras se ahogaba en llanto, que nuestro padre había fallecido.
Sí.
El mismo hombre que me había enseñado a andar en bicicleta sin las ruedas
de apoyo. El mismo hombre que me leía un cuento cada noche hasta que cumplí
los catorce años, y que dejó de hacerlo cuando le dije que ya era una adolescente
y que me parecía absurdo que siguiera haciéndolo, se había ido para siempre. Y
hoy tenía que despedirme para siempre de mi mejor amigo, que se llevó mi más
grande secreto a la tumba y que no estaría ahí para defenderme de la ira que
despertaría mi presencia.
Suspiré y me puse de pie.
Era hora de enfrentar las consecuencias de mis acciones y solo esperaba que
el idiota no pudiera asistir ni al velorio ni al entierro, porque, si no, las cosas se
pondrían violentamente desastrosas.
18
Nuestro camino a casa fue tranquilo. Supuse que, después de todo, mis
terribles presentimientos eran infundados. Al menos, eso creí hasta que Yuli
estacionó el coche en la entrada de mi casa.
¡Joder!
La sangre se me enfrió mientras distinguía una fuerte y enérgica figura
aguardando en la puerta principal de la casa de mi infancia. Su cuerpo era más
grande e intimidante, pero todavía podría diferenciar sus ángulos con los ojos
cerrados y el tacto de mis dedos.
—¡Joder! —siseó Yuli.
—¡Por favor, dispárame! —supliqué.
—¡Papá! —gritó emocionado mi hijo.
No tuve tiempo de prepararme para el encuentro con el hombre que en algún
momento lo significó todo para mí y, como polos opuestos que se atraen,
nuestras miradas chocaron.
Odiándonos.
Creí que después de seis años sin verlo sería inmune a la fuerza que
emanaba, que la dureza que había reemplazado la calidez con la que solía
mirarme echaría tierra sobre mis sentimientos, esos que rehusaban morir, y me
haría recordar por qué me fui en primer lugar.
Pero estaba tremendamente equivocada.
Seis años lo habían vuelto… aterrador.
Irresistible.
Pecaminoso.
Y todas las clases de cosas indecentes a las que mi útero había renunciado
cuando expulsó con tanto trabajo a Cody.
Tenía que recordar las catorce horas de parto, las mismas que me marcaron
para siempre.
Sus juveniles rasgos se habían convertido en ángulos perfectos y cincelados
presos de la edad.
Ignoraba que los hombres de treinta y un años podían verse así de sexis.
Tan poderosos.
Tan…
Quise sentir indiferencia al observarlo, pero para qué iba a mentir, me
encontraba famélica, desesperada por acariciar sus labios mientras pasaba mi
mano por su espeso y abundante cabello castaño y fundía mi cuerpo contra el
suyo. Quería emborracharme con sus besos y caricias, caer en un coma profundo
entre sus brazos, que me despertara su ronca voz, ronroneando mi nombre
mientras abría mis piernas y me metía sin piedad su…
Sí, definitivamente, era un muy triste caso perdido.
Incluso había perdido la condenada vergüenza.
Era una absoluta locura que, a pesar de todo el dolor y decepción que me
provocó años atrás, aún sintiera mi corazón querer salir de mi pecho e ir a
arrodillarse frente a él para rogarle que lo quisiera.
Estúpido corazón. No había hecho más que traerme problemas.
La desdicha de verme se le reflejó en el rostro. Esa boca que muchas veces
evoqué en mis sueños se ciñó en una fina línea, pero se volvió peligrosamente
blanca cuando su mirada se trabó en Cody.
Estaba furioso, eso era un hecho.
Yo era la culpable de su actual estado de ánimo y no podía importarme
menos.
Si estuviéramos en una de esas caricaturas cómicas, casi podría imaginarme
el humo saliendo de sus oídos y su cara roja de tanta rabia.
—No quiero asustarte, pero juro por todo lo santo, que si fuera tú me daría
una patada en el culo y robaría este coche, aceleraría a fondo y no miraría atrás
hasta estar muy, pero muy lejos de él —aconsejó Yuli, suspirando.
La mirada de absoluta tristeza que me obsequió me reveló que lo decía en
serio.
—Viéndolo en toda su agobiante gloria esperando por vosotros, no puedo
culparte por no haberle contado lo de su hijo. Su mirada claramente manifiesta el
tormento que quiere hacerte pasar.
—Ni que lo digas —susurré mientras me despojaba de la seguridad del
cinturón y me daba ánimos para encarar una verdad que rehusaba seguir siendo
ignorada.
Era hora de enfrentar al hombre que rompió mi corazón mientras le daba la
oportunidad de ganar algo que jamás estaría dispuesta a renunciar: nuestro hijo.
***
Traté de sopesar mis opciones, pero, seamos realistas, no tenía ninguna.
Tenía que ir directa a por la verdad. Fuera como fuera, fui yo la que hizo frente a
un embarazo no planificado y tuve que modificar mi plan de vida para incluir a
Cody, mientras él se tiraba a otra mujer, se casaba y vivía feliz por siempre. Esa
línea de pensamiento no me hizo feliz.
Quería vomitar.
Mi hijo se encontraba inusualmente inquieto en el asiento trasero y hablaba
mil palabras por minuto. Era un poco aterrador verlo así, y sin querer o desearlo
una punzada de celos atacó mi corazón.
—¡Mira, mamá!, ¡papá, está ahí! ¡Justo ahí! —Cody señaló emocionado a un
Adam más tieso que el palo que tenía atravesado en el trasero.
Cuadré los hombros. No iba a permitir que su nueva apariencia me
convirtiera en papilla. Ya no era la Ilyn caída sobre su trasero que abandonó en el
parque.
Hacía mucho tiempo que había dejado de ser aquella estúpida joven
enamorada y había visto las cosas como realmente habían sido.
¡Dios!
Puse los ojos en blanco. Mas cliché y podría irme a la sección de novelas
malas de una librería: Aquí, a su derecha y rodeada de las novelas románticas
más malas y horribles de la historia, está la típica chica tonta que se enamora y
no es correspondida. Si lo desean, pueden tomarle una foto para que jamás
olviden cómo luce el amor no correspondido.
Me estremecí imaginándome aquello.
No era que me arrepintiera, pero menuda idiota fui si alguna vez creí que
nuestra relación tenía futuro. De hecho, me sentía agradecida por cómo habían
resultado las cosas; Cody me ayudó a crecer de golpe. Pasé de joven confundida
a madre soltera que luchaba por vivir con el corazón roto mientras intentaba
proveerle lo básico y esencial a su pequeño hijo. Aunque muchas veces deseaba
que existiera una máquina para retroceder en el tiempo y patear a esa Ilyn, y de
una vez aprovechar y castrar al malnacido, no podía imaginarme abrir los ojos y
no ver el rostro relajado de Cody dormir a mi lado.
Con esa imagen en mente, evoqué a mi coraje. Yuli, percibiendo que había
llegado a un punto muerto, desbloqueó el coche. Respiré profundamente y abrí la
puerta, de inmediato, su cara esencia me envolvió como una boa dispuesta a
quebrarme los huesos y tragarme entera.
¿Es que acaso el idiota se bañaba en perfume o qué?
Dios, debería ser arrestado por oler tan delicioso. Por otro lado… ¿qué tan
difícil sería hablar sin respirar?
Quizá tuviera suerte y alguien ya lo había denunciado por contaminación
ambiental. La esencia de su caro perfume no podía ser legal. Ni ecoamigable.
—Quédate aquí, Cody —ordené—. Voy a hablar con tu padre y cuando te
haga una seña puedes salir, ¿de acuerdo, mi amor? —pregunté sobre mi hombro.
Cody negó presuroso con la cabeza y su cabello negro se agitó en las puntas,
antes de que pudiera reaccionar o decir otra cosa, abrió la puerta, saltó del coche
y corrió con todas sus fuerzas hacia el único hombre sobre la faz de la tierra que
era capaz de arrebatarme todo, gritando a todo pulmón:
—¡Papi! ¡Papi!
Y así de sencillo todo se fue a la mierda.
20
Una vez creí que el verdadero amor podría triunfar a pesar de las vicisitudes,
pero luego de Adam Vaughan ya no creía en nada. Rompió mi corazón junto con
mis esperanzas.
Y pensar que una vez deseé que su mirada quedara grabada a fuego en mi
alma.
Adam se alejó en silencio de Cody y supe qué era lo que sus ojos veían con
total asombro y reverencia mientras escaneaban, desesperados, su tierno rostro.
Cody era su hijo y no era necesaria una maldita prueba de ADN.
Mi cabeza empezó a palpitar; lo que me faltaba, sufrir de una maldita
migraña en estos momentos.
Salí del lujoso coche sin despedirme de Yuli y me acerqué con paso seguro
hasta ellos. Su asombrada mirada abandonó el rostro de Cody para entablar una
conversación silenciosa con la mía. Los segundos pasaron y cuando llegué hasta
él no tenía ni jodida idea de lo que aquellos ojos azules me estaban gritando; no
obstante, la dureza que se apoderó de ellos me dio una idea bastante clara.
Levanté más la barbilla en un claro gesto de no te tengo miedo. Al menos,
eso esperé que mis errantes ojos estuvieran transmitiendo y mi asesina furia, que
salía a oleadas de mi cuerpo, le esclareciera el mensaje. No estaba dispuesta a
tomar su mierda ni a que pensara por un fugaz instante que era la adolescente
idiota que se enamoró de él.
Mi inocente hijo estaba tan embelesado contemplando a su padre que no se
percató de mi proximidad. Adam se levantó con una elegancia nata. Atrás habían
quedado los movimientos desiguales y espontáneos; parecía un robot.
Cuando abrió su boca, me apresuré y le aclaré el panorama.
—Este no es el maldito momento. —Lo miré directamente a sus intimidantes
ojos—. Sé que te debo una explicación, pero las circunstancias están lejos de ser
las idóneas. —Me ahogué un poco, pero me aclaré la garganta—. Mi padre ha
muerto y darle su último adiós es todo lo que me importa ahora. Te pido, por el
sincero cariño que ha despertado Cody en ti, que mantengas la distancia y
respetes mi dolor. Nuestro dolor.
Su mirada se oscureció, sus ojos, ya sin sentimientos, ahora eran como dos
ónix dispuestos a atravesar mi alma, quemarla y tirarla al inferno.
—Repito, sé que te mereces una explicación, y la tengo, pero no puedo
sostener esta conversación justo ahora contigo. —Mi voz se rompió un poco al
final y me odié por ello.
Su mirada perdió un poco de acero, apretó su mandíbula y un músculo saltó
en ella; esa fue su única respuesta con respecto a todo lo que le acababa de decir.
Dos días.
Cuarenta y ocho horas para que el mismísimo infierno se desatara y el jodido
Adam Walker, tercer heredero de la millonaria fortuna de Walker Inc., utilizara
cada maldito medio para quitarme mi mundo.
Pero se equivocaba en algo, su confiada mirada me confirmó que cometió el
primer error: me había subestimado.
Y no sabía cuánto iba a disfrutar probándole lo contrario.
23
Ubicación desconocida.
Un muy ocupado Dietrich Walker.
Si existía una persona en el mundo capaz de localizarme… esa era mi
hermana.
—¿Qué? —pregunté cuando su rostro perfectamente maquillado apareció en
medio de la presentación que tenía el ministro de Defensa.
La alarma ruidosa se disparó cuando se dieron cuenta que la transmisión no
estaba autorizada. Los rostros desencajados y preocupados de mi equipo de
seguridad iban de sus sofisticadas máquinas hacia mi rostro y viceversa. Nadie
se explicaba cómo era eso posible.
Querían saber quién era la hermosa mujer que había vulnerado sus
millonarios sistemas de protección y defensa, supuestamente impenetrables, y
los miraba con aire ausente.
Me recosté contra el respaldar de mi silla y la miré esperando a que hablase.
El alboroto me irritaba demasiado, pero me mantuve estoico.
Debería anunciarles que no importaba lo que hicieran, Xionela podría robar
todo su dinero mientras sostenía esta conversación conmigo y no lo descubrirían
hasta varios días después.
O quizás un mes.
Con ella jamás se podía estar seguro, era la mejor maldita hacker del mundo.
—Bonita forma de saludar a tu hermana.
—¿Eso eres? —Destellé una sonrisa en su dirección y ella rodó sus ojos.
Hoy vestía de negro. Su vestido era lo suficientemente rescatado para saber
que su llamada tenía que ver con la muerte de alguien.
Si el infierno era generoso, se trataría del imbécil de mi hermanastro.
Adam Vaughan.
Estaría maldito si aceptaba que ese poca cosa y estafador de primera era un
Walker.
—Necesito que tomes tu jet privado y regreses.
—¿Y por qué diablos haría eso?
—Porque Duncan Laurent acaba de morir…
—La muerte es parte de la vida… —atajé de golpe sin moverme de posición
ni mostrarle alguna reacción, pero ella siguió hablando.
Como siempre.
—E Ilyn Laurent viene de camino.
Una pesadez se apoderó de mi cuerpo y una indeseada anticipación golpeó
mi pecho. Nos contemplamos varios segundos. Cuando su rostro desapareció de
la pantalla, el caos se elevó a niveles ridículos.
Mi tolerancia se rompió y me levanté.
—Primer ministro… —empezó a decir el secretario de Defensa, pero corté
su ridículo discurso.
—Es curioso que a Reino Unido le cueste millones mantener su sofisticado
sistema, que promete ser impenetrable, y que este ni siquiera sea capaz de hacer
su maldito trabajo. —El secretario de Defensa enmudeció y yo proseguí mientras
recorría con la mirada la oficina. Rostros pálidos y preocupados me miraron
asustados—. ¿Alguien podría entonces explicarme cómo una mujer que luce
como una maldita modelo pudo enlazarse a nuestro satélite y encontrarnos?
—Lord Walker… —Ignoré al ministro de Defensa y me encaminé hacia la
puerta.
—Hablaré con el presidente y notificaré que nos están robando.
Dicho eso abandoné la oficina subterránea y tomé el único elevador que
subía a la superficie.
Cuando las puertas se cerraron tras de mí, enfrenté mi reflejo en el luminoso
espejo que abarcaba la pared interior.
Mis gemelos brillaron ante la escasa luz y sonreí.
Así como existía una sola persona capaz de rastrearme, también había una
sola por la que regresaría de inmediato a Londres y dejaría varado al cónsul de
Inglaterra, con el que tenía que reunirme luego de esta aburrida jornada.
Tenía que mostrar mis malditos respetos a la mujer que había esperado por
un largo tiempo y con la que, si me descuidaba, perdería la oportunidad de
ajustar cuentas.
Esto ya no era la universidad.
Y lo mejor de todo…, ya no era el maldito mejor amigo de Jace Laurent.
24
La mañana en que enterramos a mi padre la vida había decidido que era buen
momento para regocijarnos con un cielo despejado y soleado. Los pájaros
trinaban y no entendía que el día que le daríamos el último adiós al hombre que
significó todo para nosotros pudiera lucir tan brillante y feliz, mientras nuestros
corazones estaban rotos y nuestras almas lloraban por su prematura partida.
Un ataque de corazón nos había arrebatado al hombre que siempre sería mi
mejor amigo. Tan sorpresivo e injusto que siempre sería un mal trago.
Mi madre estaba desconsolada mientras el ataúd descendía lentamente al
lugar que sería, de ahora en adelante, la nueva morada del amor de su vida.
Mi hermano Jace me miraba como si yo hubiera sido la causante de la
muerte de nuestro progenitor y me las arreglé para ignorarlo gran parte de la
ceremonia.
—Podrías parar de mirarme —siseé, molesta, mientras veía a mi madre
presentar a su nieto a sus amistades.
Luego de pasar la noche entera llorando, esta mañana se había levantado y le
había hecho el desayuno a mi hijo. Solo a él.
Después de eso, no había necesidad de preguntar si estaba enojada conmigo.
Me ignoró mientras hablaba con Cody sobre su vida en Canadá. Preguntó
sobre sus gustos en comida y pasatiempos. Hizo preguntas que las abuelas
deberían saber sobre sus nietos, por lo que me esforcé en no llorar cada vez que
mi mamá se quedaba admirando en silencio a Cody y este gesticulaba y le
contaba todo: nuestro pequeño apartamento, sus amigos, la escuela y mi manía
de llamarlo por sus dos nombres cuando yo, bajo un mal juicio, creía que había
hecho algo malo.
Mi corazón se sintió pesado cuando algunas lágrimas hicieron su silencioso
camino por sus pálidas mejillas.
Sobra decir que me sentía aún más miserable.
Luego del desayuno tardío, abandonamos la casa en absoluto silencio y no
me permitió viajar con ellos. Me desinflé y llamé a Yuli para saber si podría
venir a recogerme. Ella aceptó, pero me sorprendí cuando no llegó sola. Mis
mejores amigas, Emisellys, Eris y Erycka la acompañaban. Gritaron histéricas
cuando me vieron en la entrada de mi casa. Me levanté, corrí hacia ellas y nos
abrazamos llorando.
¡Fue tan bueno verlas! No ocultaron lo lastimadas que se sintieron al no
responder a sus llamadas, correos o mensajes de texto, pero saber que tenía un
hijo las hizo comprender que la vida se había puesto patas arriba. Eris me contó
que ahora estaba casada y tenía un hijo de dos años, las demás seguían solteras y
prometieron que más tarde vería a Xionela, pero que ella me enviaba un fuerte
abrazo.
No sabía cómo sentirme con la idea de hablar con ella. Xionela era una
mujer que no se andaba con rodeos y con todo esto pasando no estaba preparada
para mirarla a los ojos.
Aunque la noticia que más me sorprendió fue que Erycka, de algún modo,
sospeché que sobornando a alguien, era maestra de primaria.
Jesucristo.
—¿Cómo pudiste? —me preguntó mi hermano.
—¿Pude qué?
—Mentirnos. —Rechinó los dientes y los músculos de su cuello se tensaron
—. Ocultarnos todo esto. ¿Qué diablos estabas pensando?
—Obviamente, en mí —respondí mordaz.
Las venas saltaron de su cuello y me miró un largo rato antes de abrir la
boca.
—Escucha…
—¿Señorita Ilyn Grace Laurent?
Dos hombres con trajes grises se acercaron con papeles en las manos. Uno de
ellos llevaba unas sofisticadas gafas de sol. Los pocos presentes que aún
quedaban fuera de la capilla se giraron y miraron a los recién llegados.
—¿Ustedes quiénes diablos son? —Mi hermano salió en mi defensa, pero el
hombre lo ignoró y extendió un sobre blanco en mi dirección.
—Esta es una orden que le prohíbe abandonar el país, señorita Laurent.
Mi mandíbula cayó y mi cuerpo empezó a temblar. Dios mío…
—El señor Adam Walker Vaughan presentó una demanda para impugnar sus
derechos como madre sobre la custodia de su hijo, el joven Cody Thomas
Laurent, por lo que el juez de la niñez solicita de manera inmediata su presencia
el día de mañana para atender la denuncia que ha sido interpuesta.
No lo podía creer. Esto no estaba pasando.
—Tiene doce horas para notificar al juez quién será su representante legal
encargado de llevar su defensa. El mismo que tendrá que señalar la casilla
judicial para el resto de notificaciones. Se le recuerda que, de desobedecer la
orden dictada por el juez Harrison, la custodia parcial de su hijo será retirada de
manera inmediata y usted será acusada de secuestro y detenida.
Esto tenía que ser una pesadilla.
—Ustedes no pueden venir y amenazar a mi… —empezó a decir mi
hermano, pero sus palabras fueron ahogadas por el fuerte rugido de un motor. Un
Ranger Rover oscuro con ventanas tintadas de negro se estacionó en el bordillo,
un grupo de hombres armados bajó del coche, seguido por el hombre que jamás
imaginé que vería otra vez.
¡Era el primer ministro!
¿Qué hacía aquí?
Los murmullos asombrados fueron imposibles de ignorar. No pude moverme
mientras lo veía acercarse con paso firme y decidido. Su poder podía hacerte
estremecer. Delirar. Y si no lo hacía eso, su aspecto te enviaría a un coma de
endorfinas y malos pensamientos.
Pensamientos pecaminosos y muy cachondos.
—Jodido Dietrich… —maldijo mi hermano por lo bajo, dando un paso al
frente y escudándome con su fuerte cuerpo.
Cuando llegó hasta nosotros, tomó el sobre de la mano del trajeado, sus ojos
verdes sonrieron a la vez que recorrían mi cuerpo.
El vestido negro caía sobre mis rodillas con gracia, pero se aferraba
demasiado a mis curvas. Me quedaba muy apretado y su intensa mirada solo
incrementaba mi incomodidad. Había pasado un largo tiempo desde que nos
habíamos visto.
Mi pecho se estrechó.
—Señor primer ministro… —Ignoró al hombre de traje que llevaba gafas de
sol y que extendió la mano para estrechársela.
—Una orden judicial. —Leyó rápidamente el papel—. Veo que el señor
Vaughan, después de todo, está haciendo uso de las conexiones de nuestro padre.
La comisura de sus labios se alzó en una esquina. No sabía qué me
provocaba más terror, si su presencia o la orden que sostenían sus fuertes manos.
Su cabello estaba peinado hacia atrás y el traje de tres piezas moldeaba cada
ángulo de su fornido cuerpo. Él siempre sería uno de los hombres más sexis que
había visto.
—Señores, sé que ustedes solo están cumpliendo su trabajo, pero abordar a
una mujer que acaba de perder a su padre en pleno entierro… Eso dice mucho de
la persona que emitió este documento.
—Señor primer ministro, si nos deja explicar…
—Tranquilos, muchachos, esta noche dormiréis tranquilos; no puedo decir lo
mismo del hombre que presentó la demanda.
Mis piernas se sintieron débiles.
—Largo. —El jefe de seguridad de Dietrich despidió a los hombres. Luego
se giró hacia mí y habló—: Siento mucho su pérdida, señorita Laurent.
—Hola, Callum. Gracias. Espero que tu esposa esté bien. Dile que le envío
un fuerte abrazo.
—Así lo haré, señora.
No necesitaba ver a mi hermano para saber que su mandíbula golpeó el piso,
igual que la de todos los presentes.
Tenía tanto que explicar.
—¿Conoces a los hombres de Dietrich Walker? ¿Cómo diablos es eso
posible? ¿Tienes algo con Dietrich? —formuló tantas preguntas en tan corto
tiempo que no supe cuál responder primero.
Suspiré y encaré a mi hermano. El asombro de los presentes estaba por las
nubes, pero mantuvieron su distancia. Era el primer ministro de Reino Unido
después de todo quien estaba frente a ellos, custodiado por su equipo de
seguridad.
—Es una larga historia que… —empecé a decir, pero fui interrumpida por el
grito emocionado de mi hijo.
—¡Tío Dietrich! ¡Tío Dietrich!
—¡Ven aquí, pequeño! Cuánto tiempo sin verte…
Cerré los ojos y me preparé para lo peor. Con Dietrich aquí, no creía que una
explicación me salvara del infierno.
26
Dietrich Walker fue el mejor amigo de mi hermano desde la primaria.
Reconozco que fue gracias a eso que conocí a Xionela, mi primera mejor amiga.
Mi relación con él jamás fue la típica de amor y odio que se establece con los
mejores amigos de tu hermano mayor. En todo caso, era muy desplaciente
conmigo, como si mi presencia lo irritara más de lo normal, y siempre
encontraba formas de meterse conmigo o decir cosas hirientes.
Cuando cumplí dieciséis años y fui invitada al Baile de la Rosa por el chico
más popular de la secundaria, me dijo que el vestido que llevaba era horrible y
de muy mal gusto. Me lo cambié. Dos veces.
¿Recuerdas cuando dije que había tenido un pequeño enamoramiento por él?
Bueno, fue por esa época. Cuando al fin me dio su aprobación, descubrí que le
había mentido a mi hermano y este había golpeado a mi cita. Según Xionela, su
hermano había dicho que Jamie Rayle había apostado que me arrebataría la
virginidad esa noche. Algo absolutamente ridículo porque para ese entonces yo
ya no era virgen. No había nada que proteger.
Perdí mi virginidad el día que me enteré que Dietrich Walker se había
declarado a una chica. Para ese entonces, él ya estaba en la universidad
estudiando Ciencias Políticas y Derecho y me cayó como un balde de agua fría
el que le propusiera ser su novio a una compañera de carrera.
Aún recordaba aquel horrible día y cómo de estúpida y tonta me sentí al
pensar que él quisiera estar con una chiquilla como yo, por lo que en la fiesta
que organizó Morgan Lewis esa noche fui con todo y se la di a Isaac Finley, el
chico que me hacía las tareas de química.
Claro que después tuve problemas al tratar de explicarle que el que hubiera
estado dentro de mí no era señal de que yo quisiera ser su dopamina,
feniletilamina y serotonina.
Desde ese día, mi leve irritación por sentirme un poco enamorada de él y no
ser correspondida adquirió nuevos niveles de odio.
Luego vino el altercado a mis diecisiete años. Me hice novia de Robert un
mes después del baile que me saboteó. Fue insufrible. Durante sus visitas a mi
familia, se las ingeniaba para tratar de buscarle fallas a mi novio y, aunque no se
equivocó cuando dijo que era un maldito infiel y que al estar con él me estaba
exponiendo a un caso serio de ETS —sí, todo eso lo había dicho delante de mis
padres—, no era su deber contratar a un equipo de grabación y enviarlo al hotel
donde se había enterado de casualidad que Robert Davis estaba engañándome; lo
transmitió en directo desde una cuenta falsa de Facebook y etiquetó a todos los
de la secundaria. Supe que fue él porque Xionela me lo confesó luego de que
llorara por la vergüenza que todo eso acarreó.
No salí de casa en un mes. Agradecía que terminara el instituto, con suerte,
en la universidad nadie me reconocería.
Y así fue. Luego conocí a Adam y, bueno, mi enamoramiento por él quedó
en el olvido. Hasta que apareció en un punto de mi vida donde jamás imaginé
que tenerlo en ella lo significaría todo.
Lo bueno.
Lo malo.
Porque Dietrich, él simplemente era… Bueno, mejor que lo averigües por ti
misma.
***
Cody tenía dos años cuando lo impensable sucedió: me quedé sin empleo.
Hasta ese entonces trabajaba como ayudante de gerencia en una pequeña agencia
de modelos.
Mi pequeño hijo había contraído un virus estomacal que rehusaba irse, por lo
que le pedí a una compañera, Hannah, con quien compartía la mayoría de las
clases y que siempre se sentaba junto a mí, que me supliera esos dos días. Ella
aceptó y yo pude irme tranquila al hospital, donde pasé la mayor parte del
tiempo lidiando con una enfermera que me culpaba del mal estado de mi hijo.
Para cuando el virus se dio por vencido y mi hijo estuvo sano, regresé a mi
trabajo, pero ¡oh, sorpresa!, me comunicaron que decidieron despedirme luego
de que no apareciera mi reemplazo. Y me quedé sin empleo.
Quise asesinar a mi compañera, pero esta se disculpó diciendo que su madre
también había enfermado con el virus y que le fue imposible ayudarme. Le dije
enojada que hubiera agradecido una llamada, a lo que ella respondió que no me
preocupara, que muy pronto encontraría algo mejor. Pero se equivocó. Los
meses pasaron y mis ahorros empezaron a mermar. Muy pronto no iba a ser
capaz de pagar el techo sobre nuestras cabezas y la desesperación me estaba
arropando cada noche.
Entonces pasó… Dietrich Walker fue proclamado el nuevo primer ministro
de Reino Unido. Todas las revistas se volcaron a entrevistarlo y semana tras
semana alimenté mi tristeza con su foto estampada en la portada de los
periódicos, que no se cansaban de decir lo atractivo, inteligente y joven que era
para ostentar un título tan grande.
Un mes después de aquello, un sobre sin remitente llegó a mi apartamento.
Mis manos temblaron imaginando que se trataba de Adam. Los sentimientos se
arremolinaron porque me sentía dividida. Una parte se sentía feliz de obtener al
fin una respuesta a la carta que había enviado dos años atrás y la otra estaba
aterrorizada de que fuera una orden de alejamiento.
Ya no conocía al hombre que me colocó el dije del infinito en mi tobillo
derecho y juró que estaríamos juntos por siempre.
Sin embargo, la sorpresa fue grande cuando el sobre, efectivamente, provenía
de un Walker, pero no del que yo esperaba. Dietrich me comunicaba que vendría
a visitarme porque había descubierto que tenía un sobrino y… quería conocerlo.
¡Diablos!
Jamás imaginé que aquella inocente visita inclinaría el eje de mi vida.
Para bien.
Para mal.
Y que me ayudaría a conocer de tal forma a un hombre que, estaba segura,
sería un gran padre algún día.
27
Un Dietrich Walker muy pensativo.
Ilyn Laurent seguía siendo la mujer más hermosa que había visto en la vida.
Removí el líquido claro en mi vaso y miré fijamente la fotografía de ella y de mi
sobrino que mantenía sobre mi escritorio.
—¿Señor ministro?
Callum, mi mejor amigo y hombre de confianza, entró en mi oficina. Estaba
en mi mansión, a las afuera de Londres y que muy pocos sabían que me
pertenecía; me fue otorgada gracias al testamento que dejó mi padre.
Algunos creerían que odiaba a mi padre después de descubrir que había
tenido un hijo con otra mujer, pero no era así. Conocí lo suficiente a la arpía de
la mujer que me dio la vida para entender por qué él siguió engañándola después
de casarse con ella.
Era una mujer despreciable, que no conocía el amor y esperaba que cuando
muriese lo hiciera sola.
—¿Sí?
—Su hermana está aquí.
Rodé los ojos. Xionela entró vestida de Armani y oliendo a algún caro
perfume. Sus ojos verdes, iguales que los míos, se clavaron en mi rostro.
—Gracias, Callum, pero puedo presentarme sola.
Los labios de este se torcieron en una sonrisa, negó con la cabeza y en
silencio abandonó la oficina. Antes de cerrar la puerta le dio una larga mirada a
la curvilínea figura de la mujer que no hacía más que irritarme.
—¿Qué quieres? —indagué una vez que Callum hubo cerrado por completo
la puerta—. No recuerdo haberte invitado.
—No necesitas hacerlo, soy tu hermana.
—Claro —dejé el vaso en el escritorio de roble negro y me levanté—, ¿y fue
por ello que tuve que contratar a un investigador privado para descubrir que
tenía un sobrino?
Puso los ojos en blanco y dejó su caro bolso sobre mi escritorio.
—No. —Se cruzó de brazos—. Contrataste a un investigador privado porque
querías saber dónde estaba la mujer que amas. El que descubrieras que tenía un
hijo supuso un mal sabor de boca, pero que te confirmaran que era tu sobrino,
voló tu cabeza.
Sonreí imperturbable mientras rodeaba mi escritorio y me detuve frente a
ella.
—Vuelvo a preguntar, ¿qué quieres?
—Tu ayuda.
—¿Para qué?
—Para que Ilyn no se marche de Londres.
—Ahh, eso definitivamente explica tu visita, porque si hay alguien capaz de
desbaratar el estúpido plan de tu hermanastro ese soy yo, ¿verdad?
Me dio la espalda y paseó por la habitación, admirando cada cuadro y
fotografía, la mayoría de Ilyn y Cody.
—Sé que la amas, pero ella no es para ti.
Metí las manos en mis bolsillos. No permitiría que su afirmación me
perturbara. Ella no sabía una mierda.
—¿Porque lo dices tú?
Negó, recogió una de las fotografías y trazó un dedo sobre ella. En esa, Cody
tenía apenas un año y me la obsequió Ilyn para mi cumpleaños, más un hermoso
dibujo pintado con acuarelas por él.
—Si no hubieras pasado gran parte de tu vida con miedo de ir tras ella, nada
de esto estaría pasando…
—A diferencia de ti, creo en la lealtad y Jace Laurent era mi mejor amigo…
—Pero ella, tu felicidad. —Nuestras miradas se encontraron. Colocó el
cuadro sobre la mesita—. Perdiste tu oportunidad y alguien más la tomó…
—¿Qué diablos sabes tú?
—Demasiado.
Rompí la mirada y le di la espalda. Miré a través de la enorme pared de
vidrio que nos regalaba una de las vistas más hermosa de la naturaleza.
Siempre me había encantado esta casa. Mientras me convertía en adulto,
podía verme formando mi familia dentro de estas paredes.
Con Ilyn Laurent como mi esposa.
—Eres como ese cliché malo. —La voz de Xionela sonó cerca de mí—.
Enamorado de la pequeña hermana de su mejor amigo, tan temeroso de perder su
amistad que está dispuesto a renunciar al amor de su vida por conservarlo a él.
No te das cuenta de que esos amores no son sinceros porque, simplemente, no
son verdaderos.
Solté una ligera risa, si fuera cualquier otro, ahora mismo estaría
desangrándose en el piso.
—Ilyn está mejor con Adam…
—Ah, el hijo prodigo. —La enfrenté—. Como olvidar que lo amas más que a
mí.
—No seas ridículo. Os quiero a los dos. —Su mirada perdió tensión y dio un
tentativo paso hacia mí, pero yo me alejé dos. Dejó caer sus brazos. De nuestra
relación de hermanos solo quedaban cenizas—. ¿Cuándo entenderás que tú
siempre tendrás mi lealtad?
—¿Lealtad, dices? —Estreché mis ojos—. Si es así, ¿por qué no me dijiste
que Ilyn estaba saliendo con el maldito que limpiaba nuestras mesas? Y no solo
eso, sino que habías descubierto que él era el hermano del que tanto nos hablaba
nuestro padre. Dime, Xionela. —Alzó la barbilla—. ¿Sabes lo que creo,
francamente? Que dentro de tu cabeza piensas que todo esto es una maldita
novela de esas que lees cada noche antes de dormir. Pero tengo noticias, esta
maldita historia no va a acabar como te imaginas. Yo me quedaré con la chica,
aunque me hayas fichado como el antagonista.
—Dietrich…
—¡Callum! —Mis hombres entraron inmediatamente en mi oficina y
rodearon a Xionela—. La señorita Walker ya se va.
No medimos unos cuantos segundos, recogió su bolso y empezó a caminar
hacia la puerta.
—Una última cosa… —Se giró y me miró con una sonrisa confiada en los
labios.
No respondí, pero me preparé para el golpe que sabía que se avecinaba.
—Si no haces lo que te pido, prepárate para recibir la llamada de la reina
Isabel cuando, mañana a primera hora, vea en la prensa un video muy detallado
de todo tu acoso no autorizado a la madre del hijo de tu hermanastro. —Mi
cuerpo se endureció—. Si haces lo que te pido, te prometo que borraré toda
evidencia de tus actos ilícitos que sepultarían tu carrera política. Buenas tardes,
chicos.
Cerró la puerta y volví a enfrentar la pared de vidrio.
Xionela subió a su Lamborghini bajo la atenta mirada de todos mis hombres.
Las oscuras ruedas rechinaron y levantaron la grava del camino al hacer su
ruidosa salida de mi propiedad.
—¿Callum?
—¿Sí, señor?
—Comunícame con el juez de la niñez. Dile que necesito cenar con él esta
noche. Urgente.
—Como ordene.
Callum abandonó la oficina en compañía de su séquito y volví a quedarme
solo. Mis pensamientos se revelaron y corrieron a tres años atrás, cuando irrumpí
en la vida de Ilyn Laurent.
No había justificación para lo que había hecho ni las mentiras que le había
dicho, pero cuando estás tan enamorado como lo estaba yo, y se te presenta la
oportunidad de tener en bandeja de oro lo que siempre has soñado, lo tomas y
punto.
Sin remordimientos.
Y rezas cada noche para que la mujer que amas jamás se entere.
28
Antes.
Un Dietrich Walker muy furioso.
Descubrir que Ilyn era madre no me sentó muy bien, pero saber que el padre
de ese hermoso niño, que me devolvía la mirada en una foto tomada a distancia
mientras este paseaba de la mano, era mi patético hermanastro causó un terrible
estrago en mi cabeza.
Joder.
—¿Estás seguro? —pregunté al investigador privado sin levantar la mirada
de la fotografía. Sabía que era una pregunta estúpida, su buena reputación
transcendía fronteras, pero este asintió brevemente dándome un indulto.
—Su nombre es Cody y tiene dos años de edad. —Pude saborear la bilis en
mi boca—. Mis fuentes aseguran que actualmente la señorita Laurent no
mantiene ningún tipo de relación con el señor Vaughan, por lo que es acertado
creer que él desconoce la existencia de su hijo. —Mi pecho se apretó—. Viven
en un pequeño apartamento en el centro de Toronto. Está desempleada y no hay
ningún amigo cercano a la vista.
Me concentré en la foto y tuve un momento difícil procesando la
información.
Allí estaba, la mujer que había amado desde siempre, sonriendo como si mi
mundo no estuviera cayéndose a pedazos, como si mi corazón no estuviera
siendo atravesado por millones de cuchillas filosas. Mis manos picaron por
golpear paredes. O mejor, ir y sacarle la mierda al hombre que desde mi parecer
jamás podría ser un verdadero hermano.
Un verdadero Walker.
¿Cuándo ella empezó a salir con ese maldito estúpido? Mis manos se
apretaron arrugando la fotografía.
Lo cierto era que ni siquiera fui consciente de que ella había empezado a
salir con otra persona después del esfuerzo de tirar del maldito pedestal al idiota
de su exnovio: Robert Davis.
Sí, pagué a la chica para que sedujera al cretino y lo llevara al hotel donde ya
tenía un equipo de grabación esperando mi señal.
Y no, jamás me arrepentí de lo que había hecho en ese entonces, como
tampoco me iba a arrepentir de hacer lo que fuera necesario para mantenerla a
mi lado.
Padre no era el que engendraba, sino el que criaba, y yo estaba más que
determinado a demostrarle que podría ser eso y mucho más.
Yo podría ser su maldito mundo.
Solo era cuestión de tiempo.
Aproveché la presencia del investigador para comunicarle mis siguientes
pasos a Callum. Mi mejor amigo. Mi hombre de confianza. Quien sabiamente se
mordió la lengua y no me increpó ni ofreció su para nada solicitado punto de
vista. No tenía tiempo para lidiar con la mierda que me soltaría una vez que
estuviéramos a solas, por lo que tener al investigador en la misma habitación
mientras le ordenaba entregar la carta que había redactado a Ilyn Laurent, donde
le manifestaba mis profundos deseos de conocer a mi sobrino —una mentira a
medias— y brindarle mi ayuda y protección, dilataría la conversación que no
quería mantener con él el tiempo suficiente para que todo estuviera marchando
sobre ruedas.
Media hora después, Callum salió de mi oficina con el ceño fruncido y sus
labios apretados en una fina línea. Ignoré la mirada que me lanzó antes de
desaparecer y despedí al investigador. Mi prioridad era llamar a la única persona
que, estaba seguro, sabía esto de antemano, pero igual que en ocasiones
anteriores seguía ocultándome la verdad.
Maldita sea.
¿En qué momento mi hermana se había vuelto contra mí?, no tenía ni puta
idea, pero hacer esta llamada era necesaria.
—Dietrich…
—Veo que tus actos siguen demostrando que ya no eres mi hermana —
declaré admirando el sol ocultarse. La sensación de vacío en mi pecho estaba
renuente a dejarme en paz. El sabor de la traición bailaba flamenco en mi
garganta y me provocaba arcadas—. Aclárame algo, querida hermana, ¿por qué
he tenido que contratar a un colaborador externo para descubrir que soy tío?
—Supuse que ya lo habías superado…
—Define superar.
—Hay cosas que no entiendes, Dietrich. —Xionela suspiró como si sobre sus
hombros sostuviera el peso del mundo—. Solo tienes que saber que Adam y ella
se pertenecen. Se aman —rechiné mis dientes y mi mano se apretó
dolorosamente en el móvil—, y si a él no le he dicho que tiene un hijo… ¿qué te
hizo pensar que te lo diría a ti?
La ira quemó a fuego lento, había tenido suficiente de esta mierda.
—En lo que a mí respecta, tú ya no eres mi familia.
—No seas… —Corté la llamada.
Mi móvil volvió a sonar y vibrar, pero lo apagué. El sol se había ocultado
completamente y las brillantes luces del patio se encendieron.
Yo me encargaría de que Adam Vaughan jamás supiera que tenía un hijo.
Desde mi percepción, el maldito no merecía a una mujer como Ilyn Laurent.
Tampoco yo, pero era lo suficientemente egoísta para ignorar aquel detalle e ir a
por ella.
Con amargura, recordé que no podía recurrir a Jace Laurent, mi antiguo
mejor amigo, porque este había tomado el lado de Vaughan. Al igual que mi
hermana, este parecía haber sido inducido a alejarse de mí por la farsa que era mi
maldito hermanastro. Jace no había estado contento cuando manifesté mi deseo
por impugnar el testamento de mi padre. Se suponía que él era mi mejor amigo,
tenía que haberme apoyado, pero con sorpresa y dolor vi cómo sin dudarlo tomó
el lado de Vaughan y me dio la espalda.
Tantos años negándome a perseguir a la mujer que amaba por respeto a él, y
este me tiraba en la cara doce años de amistad. De lealtad.
Ni siquiera me molesté en comunicarle que de nuestra amistad solo
quedaban cenizas.
Dolió ver que nadie era capaz de ver la clase de rata que era mi hermanastro.
Pero no importaba, porque yo podía ver a través de él. Podía vislumbrar al
hombre sediento de atención y dinero que vivía bajo su dócil exterior.
Solo tenía que tener paciencia hasta que la máscara que se había colocado se
desprendiera; Adam Vaughan no era más que un aprovechado, al igual que mi
madre.
Y yo no perdería a la mujer que amaba por alguien como él.
Ese pensamiento me alimentó todo el tiempo que invertí en poner en marcha
el plan para ganarme el corazón de Ilyn. Estaba decidido a recuperar el tiempo
perdido. Más que decidido a que fuera ella la mujer que se levantara cada
mañana a mi lado y a la que le haría el amor por el resto de nuestras vidas.
Al principio puso algo de resistencia. No confiaba en mí y no podía culparla.
Tomaría tiempo borrar lo idiota que había sido hacía algunos años, pero me
esforzaría para que pudiera ver al hombre que era ahora.
Un hombre dispuesto a caminar sobre el fuego por ella. Y su hijo.
No me sorprendió que Callum ganara fácilmente su confianza. Él poseía ese
carisma que conquistaba el corazón de todas las mujeres. También ayudó mucho
que él mintiera sobre que estaba casado y que su esposa estaba enferma.
Un movimiento muy inteligente.
Gracias a eso, descubrí que Ilyn tenía una debilidad por los enfermos y
Callum lo utilizó a su favor. En cuestión de meses, se hicieron buenos amigos y
yo simplemente entendí que, aunque había una atracción que crepitaba entre
nosotros, ella no quería toda la atención que provocaría salir con el primer
ministro. Al menos eso fue lo que entendí luego de que la acorralara contra la
puerta de su habitación.
Podía recordar con detalle cómo su pecho se había elevado y caído
bruscamente cuando, después de un año de estar en su vida y de lograr que ella
se sonrojara por mi mirada y sus rodillas temblaran por mi sola presencia, rodeé
su cintura y la atraje a mi pecho.
—Sé que puedes sentirlo… —Saboreé el cálido aliento que salió a ráfagas de
sus labios. Mi furiosa erección apuntaló su vientre bajo, Ilyn soltó un gemido y
se estremeció—. Como yo puedo sentir que estás lista para mí. Para dejar de
fingir que solo soy el tío de tu hijo e ir a por ello. Me quieres, no lo niegues.
La pequeña mentirosa negó con la cabeza.
—Dietrich, yo… yo estoy confundida. —Sus ojos brillaron de
remordimiento—. No quiero hacerle daño a mi hijo. Ni a ti.
Asentí y mi mano izquierda subió lentamente por su costado. Cuando llegué
a su pecho, rodeé su pezón y le di un pequeño pellizco. Estos se volvieron
insoportablemente duros. Ella aspiró una fuerte bocanada de aire, pero no alejó
mi mano, su piel se erizó, pero no protestó.
Ella lo quería tanto como yo. Podía oler su deseo en el aire.
Me encantaba el vestido gris que se había puesto esta noche y no podía evitar
imaginarme desnudarla completamente, devorar su coño para luego darme un
festín con sus tiernos pezones mientras la escuchaba gemir mi nombre.
Afiancé mi agarré en su cintura mientras recorría con mis labios su mejilla.
Los condenados tenían mente propia y luego besaron su cuello lentamente,
tomándose el tiempo para memorizar cada curva de su clavícula, cada peca y
cada respiración. Su cuerpo vibró con pequeñas sacudidas y, cuando mis labios
llegaron a su pezón y lo rodearon a través de la tela, sentí el doloroso tirón en mi
pantalón. Mi polla exigió que la liberara para salir a saludar a la mujer que había
gobernado gran parte de mis sueños eróticos.
Pude haberla tomado en el pasillo, ahí mismo, sin importarme que mi
sobrino estuviera durmiendo tras esa puerta. Pero una garganta aclarándose atrás
de nosotros hizo que cerrara los ojos y maldijera a mi mejor amigo.
—Disculpe, señor, pero tenemos que tomar un vuelo de emergencia. Una
situación amerita su presencia y no puede esperar.
Ilyn se alejó de mis brazos y reacomodó su vestido. Estaba demasiado
avergonzada para encontrarse con la mirada de Callum. La prueba húmeda de
que mi boca estuvo en su pezón se hizo más grande con cada segundo que
pasada; evitó mi mirada y con una débil disculpa y un adiós entre dientes abrió
despacio la puerta y desapareció en su interior.
Durante el vuelo no pude quitarme el sabor de su piel de mi boca. No quería
que desapareciera. Me arrepentí de no haber sido capaz de bajar solo un poco la
parte superior de su vestido y tomar entre mis dientes aquel pezón y chuparlo
con fuerza para que cuando se bañara o lo rozara accidentalmente recordara que
estuve ahí.
Que fue mía algunos minutos.
Pero me dije que esperaría. No quería que nuestra relación sufriera porque
tenía que dejarla a mitad de la noche para salir a atender algún desastre
provocado por un idiota que no podía encontrar un puto martillo, aunque este lo
golpeara en la cabeza.
Le daría el tiempo que durara mi puesto para que ella ajustara las tuercas de
su corazón, porque una vez terminado mi periodo, nada me detendría para
seducirla.
Nada me impediría hacerla mía.
Hacerla mi esposa.
29
Hola guapísima, quiero agradecerte de corazón por este tiempo que has
compartido conmigo. Esta historia fue escrita con mucho cariño para ti. Sí, para
ti, porque te mereces lo mejor.
Mereces historias que te hagan estremecer, vivir, llorar, reír y sentirte viva.
Que cambien tu día y te den ese impulso de continuar dando lo mejor de ti con
una sonrisa en el rostro y un sentimiento de que todo mejorará.
La tormenta no dura para siempre, y atrás de ese cielo oscuro y lluvioso que
parece eterno, aguarda un sol arrollador.
Espero que hayas disfrutado de la historia y si fue así, sería un gesto
realmente hermoso que pudieras hacerme saber que te pareció la historia. Puedes
hacerlo en Amazon o Goodreads, para que de esta manera otras lectoras me den
la oportunidad de llenar sus vidas con unas cuantas horas divertidas e
inolvidables:
¡Cuento contigo, guapa!
Deseo que tu vida esté llena de amor, alegría y mucha felicidad.
No vemos en la próxima historia.
Si aún no has leído mis otros libros, o quieres releerlos, te dejo abajo los
links para que le des una oportunidad. Quien sabe y te lleves una hermosa
experiencia.
Un beso.
Att.
Meghan Marié Redington S.
Sinopsis de La Aprendiz (BROKEN
SOULS 1)
No te pierdas de disfrutar la nueva edición de LA
APRENDIZ
Lo he amado.
Lo he aborrecido.
Lo he añorado.
Nos conocimos, me enamoré. Me gustaría decirte que las chispas volaron,
pero jamás he sido buena con las mentiras.
En ocasiones, el maldito Cupido viene y te arroja una de sus estúpidas
flechas, pero el muy perezoso se olvida de dispararle la misma cosa endiablada a
la otra persona involucrada en el embrollo y, como resultado, terminas dueña de
un corazón roto y muchos sueños y expectativas vacías.
Dicen que el amor todo lo soporta, todo lo vence… Bueno, creo que en
alguna parte se olvidaron de especificar que no es del todo cierto.
A veces, el amor es solo mierda barata que te venden las grandes empresas
para que compres su basura cursi.
Porque después de todo, él no era un hombre que renunciaba fácilmente a lo
que le llamaba la atención. Y yo, para suerte o desgracia, me había convertido en
algo realmente interesante. Aunque su boca era chocolate derretido y su cuerpo
me hacía delirar mientras sus codiciosas manos me hacían suya una y otra vez,
Alexey Románov-Nicoláyevich no era el hombre quien yo creí que era, y ahora,
estoy lista para patearlo justo en los huevos.
Mi nombre es Nina Notovitch y mis lágrimas no serán las únicas en caer; es
una promesa.
Prepárate para experimentar en carne propia lo que una mujer herida es
capaz de hacer.
Una apasionante historia llena de erotismo que hará temblar tus torneadas
piernas. Porque después de amar a Alexey Ramánov, jamás verás al amor igual;
es una promesa.
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Sinopsis de El Maestro (BROKEN
SOULS 2)
¿Crees en los cuentos de hadas?
Han pasado treinta meses, catorce días y ocho horas y media desde el día en
que corrí con todas mis fuerzas y escapé de los brazos del hombre que, se
suponía, me amaba. De aquel caballero de brillante armadura que creí que me
daría lo que nunca tuve en la vida… amor.
Ahora estoy en una nueva ciudad, viviendo la vida de alguien más y no existe
nada en el mundo que me lleve de regreso a él. O, al menos, eso pensé.
Eso fue lo que deseé.
Ella se estrelló en mi vida como un huracán de categoría cinco y yo no podía
haber estado menos preparado para ello.
Habla demasiado.
Parece que no puede permanecer mucho tiempo quieta.
Pero a pesar de que me enerva como nadie más podría, parece ser que también
es la única que me entiende. Imagino que es porque también ha lastimado.
También ha causado dolor y angustia a otra alma.
Es por ello que tiene demonios que la persiguen, al igual que a mí.
Y cuando la mierda golpea el ventilador y parece que las cosas no pueden
ponerse más difíciles, el hombre que la ama viene a reclamarla. Aunque eso sea
lo último que ella desea.
Solía creer que los pecadores seguíamos siendo pecadores, aunque un hermoso
ángel besara nuestros labios, pero ella me enseñó que no había nada de malo en
ser un pecador, siempre y cuando no me convirtiera en un demonio; mi alma aún
podía gozar de la salvación.
Aún tenía una oportunidad de ser feliz. Y la creí.
La redención está más cerca de lo que crees y esta vez tus besos no son el
premio. Hoy he venido a por el máximo galardón y la pregunta es: ¿me
entregarás tu alma?
Porque esta vez no me iré sin mi felices para siempre.
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Sinopsis de Devórame
Atrevida
Hilarante
Diferente
Irreverente
#Unahistoriadeamorerótica
¡La pasión como nunca experimentada!
No tengas miedo, «El demonio de Wall Street» viene a por ti.
Atrévete a disfrutar de una historia erótica y apasionante.
Devórame
La vida cruelmente me ha enseñado, que no siempre tener mala suerte es que
se te derramé el café sobre tu única camisa limpia minutos antes de salir para el
trabajo. O, que pierdas el metro; o, que tu jefe, te sorprenda viendo porno en la
computadora de la oficina. Mi nombre es Dayanna Scott y mi vida cambió
dramáticamente cuando él entró en ella.
Todos le temen.
Todos lo odian.
Yo… bueno, esperemos al final del día para analizar mis sentimientos sobre
este hombre. Porque Damien Vittori es todo lo que una chica como yo debería
temer. Después de todo, él es el maldito «DEMONIO DE WALL STREET».
Pero algo de embriagador tiene su cuerpo que le hacen cosas raras a mi piel.
Quiero hacer tantas cosas que no sé ni por dónde empezar cuando estoy siendo
devorada por su pecadora boca y, es que todo estaba bien, hasta que… quedé
embarazada. Entonces su verdadera personalidad salió a flote y tuve que huir.
Pero, olvidé que huir nunca da resultados y ahora, él me ha encontrado, y quiere
arrebatarme lo único que hace latir mi corazón. La razón de mi existencia:
nuestro hijo. ¿Y creé que se lo voy a hacer fácil? Tal parece, que no soy la única
que no hizo la tarea.
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SOBRE LA AUTORA
Meghan Reed tiene treinta años y escribe porque le apasiona. Tiene dos
perros y un gato a los cuales ama con absoluta locura.
No cree en el amor, aunque sus libros siempre tienen aquel final feliz que
ella aún no puede conseguir en la vida real.
Si te has divertido y pasado un gran momento, no seas tímida y déjale tu
valoración y comentario en AMAZON o GOODREADS, siempre es grato saber
qué piensan las hermosas lectoras y las impresiones sobre la historia que acaban
de leer.
Puedes seguirla en sus cuentas oficiales para estar al día de las noticias o las
futuras publicaciones de sus nuevos libros:
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