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Daniela Slipak.

Es socióloga por la Universidad de Buenos Aires (UBA), magíster en Ciencia


Política por el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES-UNSAM) y doctora en Estudios
Políticos y Ciencias Sociales por la École des Hautes Études en Sciences Sociales y la UBA.
Actualmente, es investigadora del Conicet con sede en el IDAES, y docente en dicha casa de
estudios y en la Carrera de Ciencia Política de la UBA. Es autora del libro Las revistas montoneras.
Cómo la organización construyó su identidad a través de sus publicaciones (Siglo XXI, 2015), y de
distintos artículos en revistas nacionales e internacionales sobre violencia, historia reciente,
identidades políticas y teoría política.

El Pueblo de la Independencia. Los sentidos del pasado en la organización Montoneros1

Como es sabido, los grupos políticos reinterpretan la historia y las tradiciones en las
cuales se inscriben. Para constituir su identidad, disputan con otros actores el sentido de los
hechos pretéritos y articulan un relato que pone en juego símbolos, representaciones y
mitos. La organización político-militar Montoneros, un actor fundamental de los años
setenta, no fue una excepción al respecto. A lo largo de sus actos, discursos y
publicaciones, definió el peronismo clásico, la etapa de proscripción y, más generalmente,
el devenir del siglo XX. Pero además propuso una significación de las primeras décadas
argentinas, que recogió y fusionó distintas narraciones que circulaban en ese entonces.
Aunque muchas veces sea soslayado, los conflictos de Montoneros con otros actores de la
coyuntura también se jugaron en esas miradas retrospectivas, y no sólo a través de las
armas, más allá de su innegable importancia.
Con estas preocupaciones, el presente artículo se propone recorrer los sentidos que
sobre el pasado, y sobre el periodo de la Independencia en particular, articularon las
principales intervenciones de Montoneros desde su aparición pública en mayo de 1970
hasta el golpe de Estado que sufrió la Argentina en marzo de 1976.

I. Los primeros documentos

Si de miradas retrospectivas se trata, ya en los primeros documentos de Montoneros,


escritos durante los gobiernos de facto de la llamada Revolución Argentina y cuando la
organización todavía se componía de grupos dispersos en algunas provincias, se vislumbra
una lectura específica de la época de la Independencia. Por ejemplo, en 1971, en un
reportaje publicado en la revista Cristianismo y Revolución, un militante afirmaba que el
nombre de Montoneros se vinculaba a la historia argentina y a las “luchas nacionales y
populares de nuestra independencia en el siglo pasado”.2 Esta fundamentación había
aparecido y aparecería en otras declaraciones de esos meses. Junto a ella, se desplegaba una
clave interpretativa sobre los siglos XIX y XX argentinos:

1
Agradezco los valiosos comentarios de Gerardo Aboy Carlés y Ricardo Martínez Mazzola efectuados a una
versión preliminar de este artículo.
2
“El llanto del enemigo”, Cristianismo y Revolución, n°28, abril de 1971, p. 72.
1
“nos sentimos parte de la última síntesis de un proceso histórico que arranca
ciento sesenta años atrás y que con sus avances y retrocesos da un salto
definitivo hacia adelante a partir del 17 de octubre de 1945. A lo largo de
este proceso histórico se desarrollaron en el país dos grandes corrientes
políticas. Por un lado la de la oligarquía liberal, claramente antinacional y
vendepatria; por el otro, la del pueblo, identificada con la defensa de sus
intereses que son los intereses de la Nación contra los embates imperialistas
de cada circunstancia histórica. Esta corriente nacional y popular se expresó
tanto en 1810 como en 1945, como en todas las luchas del ejército
sanmartiniano y las montoneras gauchas del siglo pasado, en las luchas
heroicas de aquellos inmigrantes que dieron su vida en los orígenes de
nuestro sindicalismo y en el nacionalismo yrigoyenista. Así es que a través
de ella el pueblo argentino ha ido escribiendo su verdadera historia.”3

En diversas ocasiones, Montoneros trazó una línea de continuidad entre la


coyuntura en la cual intervenía y los primeros hitos del país. Borró las diferencias entre los
hechos acaecidos desde la Independencia en adelante, unificándolos bajo un clivaje entre
un espacio “imperialista” -“ficticio”, “antinacional”, “liberal”, “oligárquico”- y otro
“nacional” –“popular”, “verdadero”, “heroico”. Desde esta perspectiva, el paso de los años
no habría aportado mucha novedad; sólo la repetición de un mismo conflicto. La excepción
decisiva, en todo caso, la habría traído el peronismo al liberar la “nación auténtica”. La
identidad de Montoneros, pues, era planteada en continuidad con ese enfrentamiento y
como heredera de la corriente popular realizada en el peronismo.
En un documento interno de 1971, se agregó algo más sobre esa heredad,
explicitando que la organización retomaba el “legado histórico de nuestros patriotas de la
Independencia, de San Martín y de Güemes, de los caudillos y gauchos montoneros, y de
todos aquellos que lucharon por nuestra emancipación del dominio extranjero, ya sea
español o inglés, y contra la oligarquía unitarista aliada al imperialismo”.4 Aquí, además de
a las montoneras, aquella línea popular era vinculada a los caudillos federales del siglo
XIX. Desde luego, esta clave interpretativa no era muy original. Es sabido que desde
inicios del siglo XX, distintos autores del revisionismo histórico habían hecho hincapié en
esa Argentina de los caudillos federales y las montoneras bárbaras que debía romper con la
representación extranjerizante y ficticia del país. También es conocido que esta imagen no
había sido idea de Perón durante sus primeras presidencias. El entonces general había
bautizado líneas ferroviarias con nombres del panteón liberal: Domingo Faustino
Sarmiento, Justo José de Urquiza, Bartolomé Mitre, Julio Argentino Roca y José de San
Martín. Asimismo, el estatuto orgánico del partido peronista de 1954 había prohibido
intervenir en la polémica historiográfica en torno al revisionismo. Si se exceptúan casos
como los de los diputados Ernesto Palacio y John William Cooke, o de escritores como
Raúl Scalabrini Ortiz, la sedimentación de los tópicos revisionistas con el universo
peronista fue posterior. Estuvo asociada al surgimiento de una nueva generación político-
intelectual de izquierda en los años sesenta que, con ayuda de autores de la denominada

3
“Hablan los Montoneros”, Cristianismo y Revolución, n°26, noviembre-diciembre de 1970, p. 11.
4
Documento “Línea Político militar” en Roberto Baschetti, Documentos. 1970-1973. De la guerrilla
peronista al gobierno popular, v. 1, La Plata, De la Campana, 2004, p. 251.
2
izquierda nacional o del forjismo, recuperó el peronismo según esquemas revisionistas,
aunque lejanos al elitismo conservador propio de sus primeras oleadas. Reivindicó el
carácter autóctono y popular de Perón, y su parecido con los caudillos del siglo anterior.5
Los discursos del propio exiliado desde 1957 en adelante venían abonando a dicho
esquema.6 Por supuesto que esta imbricación entre peronismo y revisionismo respondía, a
su vez, a las impugnaciones provenientes de espacios antiperonistas. El gobierno de la
llamada Revolución Libertadora había equiparado peyorativamente a Perón con Juan
Manuel de Rosas, en términos de la “segunda tiranía”. Comparación que tenía antecedentes
en el antiperonismo previo a 1955, en figuras como Américo Ghioldi, entre tantos casos.
De modo que, ya en sus primeros documentos y apariciones públicas, Montoneros
enlazó su espacio de pertenencia con la época de la Independencia del país, planteando una
interpretación particular del peronismo ligada al revisionismo histórico, en una amalgama
propuesta por varios actores de las décadas de 1950 y 1960 con distinta carga valorativa.

II. La prensa de circulación legal

Hacia fines de 1972 y comienzos de 1973, Montoneros protagonizó grandes


transformaciones. Recibió afluentes de otros espacios armados y hegemonizó diversos
“frentes de masas” en universidades, colegios, barrios y fábricas. En paralelo, obtuvo el
sobrio aval de Perón y fue incorporándose al Movimiento Peronista, lo que le permitió
cierta presencia en instituciones de gobierno a partir del triunfo del Frente Justicialista de
Liberación en las elecciones del 11 de marzo de 1973. Como corolario de este crecimiento
cuantitativo y cualitativo, desarrolló un proyecto de prensa legal, que incluyó revistas y un
diario, con el objeto de expresar su línea oficial, homogeneizar la diversidad de la
militancia y obtener más adherentes.
La revista El Descamisado fue parte de ese proyecto. Llegó a los 47 números, desde
mayo de 1973 hasta abril de 1974, con una gran cantidad de notas, entrevistas, imágenes,
comunicados, suplementos, historietas y editoriales, que lograron la venta de más de
100.000 ejemplares en algunas ocasiones. Su rememoración del periodo de la
Independencia fue bastante más detallada que en los documentos iniciales de la
organización. Desde el número 10 hasta el 46, publicó una historieta titulada “América
Latina. 450 años de guerra”, escrita por Héctor Germán Oesterheld e ilustrada por
Leopoldo Durañona (salvo la última entrega, ilustrada por Rubén Sosa). Con viñetas
atractivas, recorrió las décadas pasadas de la región desde la llegada de los españoles al
continente hasta la separación de Buenos Aires de la Confederación Argentina presidida
por Justo José de Urquiza; luego de ese capítulo la revista fue clausurada por el decreto
1100 de 1974. Entre otros fragmentos, la historieta decía:

5
Sobre la nueva izquierda, véase Carlos Altamirano, Peronismo y cultura de izquierda [2001], Buenos Aires,
Siglo XXI, 2013. Sobre el revisionismo, Quattrocchi-Woisson Un nationalisme de déracinés. L’Argentine
pays malade de sa mémoire, París, CNRS, 1992 y Gerardo Aboy Carlés, Las dos fronteras de la democracia
argentina. La reformulación de las identidades políticas de Alfonsín a Menem, Rosario, Homo Sapiens, 2001,
pp. 140-148.
6
Juan Domingo Perón, Los vendepatria. Las pruebas de una traición [1957], Buenos Aires, Instituto
Nacional Juan Domingo Perón, 2006.
3
El imperialismo nunca fue una simple frase de denuncia de los pueblos.
Tiene nombres y apellidos concretos. Tiene hechos y episodios. Tiene balas
y sangre en su negra historia. […] [En alusión a la época del Virreinato] El
imperialismo de entonces, el español, sin otra razón que sus armas
superiores, robó y asesinó al hombre americano, dejándolo en la más
abyecta de las miserias. Ya entonces empezábamos a ser el tercer mundo
que explotaría luego Inglaterra y ahora Estados Unidos. Siempre por la
fuerza de las armas y con la ayuda de las minorías nativas, alcahuetas de sus
hermanos. La historia de América es la historia de los imperialismos, que
crecen y se enriquecen con nuestro trabajo e impiden que nos liberemos y
podamos ser dueños de lo que nos pertenece.7

La historieta articuló una clave de lectura que redujo todos los sucesos a un mismo
conflicto -el pueblo contra la oligarquía- y representó de manera inmutable a los actores,
sus intereses, sus demandas, sus relaciones y el contexto. Al igual que los documentos
iniciales, evocó esquemas del revisionismo histórico. Sin embargo, mostró una precisión.
Tal como lo había hecho la nueva izquierda de los años sesenta, acentuó la presencia activa
del pueblo en la mecánica de los acontecimientos, distanciándose de las primeras oleadas
más elitistas del revisionismo, abocadas a resaltar el control de los caudillos sobre los
distintos grupos sociales.
En particular, la Independencia no fue interpretada como un quiebre, como un acto
fundacional, sino como un capítulo más del larguísimo enfrentamiento entre “el
imperialismo” y “lo popular”. Los sucesos de 1810 y 1816 no habrían hecho sino
reemplazar una “colonia declarada” bajo el yugo español por una “colonia disimulada” bajo
el dominio inglés y luego norteamericano. Varios capítulos de la historieta criticaron a los
integrantes de la Primera Junta (exceptuando al Jefe de Regimiento de Patricios, Cornelio
Saavedra), la Junta Grande, el Triunvirato y el Directorio de las Provincias Unidas del Río
de la Plata. Sin marcar matices y diferencias entre las tendencias políticas y económicas de
las elites de ese entonces, las impugnaron por “europeístas”, “vendepatrias” y
“proimperialistas”, y las acusaron de ocultar la explotación económica tras una máscara de
“independencia” y “libertad”. Específicamente, se erigió un cuestionamiento profundo a
Mariano Moreno: “trata de imponer la patria que quieren los jóvenes ‘de luces’. Patria
irreal, mamada en los autores europeos…y demasiado coincidente con los intereses del
imperialismo inglés”.8 El staff de la revista reconocería posteriormente a raíz de una crítica
recibida en el “correo de lectores” (firmada por Norberto Galasso) que dichas afirmaciones
habían sido excesivas, aunque aclarando que no del todo desacertadas. Más generalmente,
para El Descamisado, las primeras formas de gobierno, la presidencia de Bernardino
Rivadavia y los unitarios habrían ignorado sin muchas divergencias al pueblo, descrito
como una figura per se resistente y anticolonial, presente en los tumultos y milicias
citadinas como las que enfrentaron las invasiones inglesas o las que rondaron los sucesos de
mayo de 1810 sin participar del Cabildo Abierto.9 Pero, fundamentalmente, para la
7
El Descamisado, n°10, 24/07/1973, pp. 25-28.
8
El Descamisado, n°16, 04/09/1973, p. 22.
9
Sobre estos sectores urbanos, véase Tulio Halperin Dongui, Historia argentina 3: de la revolución de
independencia a la confederación rosista, Buenos Aires, Paidós, 2010, pág. 47-58.
4
publicación, el pueblo se expresaba en los gauchos y, más aún, en las montoneras que
acompañaron los caudillos provinciales federales. Es decir, era trazado como un sujeto
protagónico, aunque ligado a un líder, y nada renuente a la experiencia de la guerra y de las
armas. Al respecto: “guerra terrible, guerra con todo, la guerra gaucha. Guerra silenciada
por las historias escolares. La oligarquía no quiso mostrar nunca el poderío tremendo del
pueblo invencible en armas”.10 Evidentemente, Montoneros recortaba, moldeaba y
proyectaba en el siglo pasado un sujeto que planteaba encarnar en la política de los años
setenta.
Siguiendo esta línea, se dedicaron capítulos de la historieta a José Gervasio Artigas,
Manuel Dorrego, Martín Miguel de Güemes, Facundo Quiroga, Francisco Ramírez y, por
supuesto, Juan Manuel de Rosas. El número 20 sentenció: “Bien lejos de la capital: nace
allí una nueva democracia, sin doctores, a la criolla. Inspiración pura del pueblo (…)
Artigas aspira a la independencia total de España”. El número 28 afirmó respecto del
asesinato de Dorrego: “Amargura y tristeza en los rancheríos…llora la copla en la noche”.
El número 29 extremó su gramática revisionista hasta negar el carácter represivo del
rosismo: “Durante más de un siglo la mitrista historia ‘oficial’ miente a sabiendas en
escuelas, colegios, universidades, diarios, revistas (…) El poder de Rosas no se apoyó en la
fuerza bruta, en la matanza de los opositores (…) Recién a veinticinco años de la
independencia, y gracias a Rosas, Buenos Aires se acuerda de los ‘trece ranchos’, las
provincias”. El número 31 aseveró: “Gobierna Rosas. La tiranía sangrienta, como brama la
oposición unitaria. Pero ahí está el pueblo. Trabajando y más contento que nunca”. El
episodio correspondiente al número 35 planteó: “Odiado por el enemigo y los oligarcas
(esos imperiales disfrazados), Güemes es adorado hasta el fin por su pueblo”. El número 36
enunció: “para el pueblo empobrecido […] Quiroga es grande porque lo comprende, porque
lo defiende, porque pelea por él. Por eso el pueblo nutre sus montoneras”. Y el siguiente:
“Ramírez, valiente como nadie y tan capaz de hacerse adorar por sus montoneros”.11 Es de
remarcar que en este grupo de líderes, la revista situó también a José de San Martín,
disputando su lugar como prócer del panteón liberal. En suma, distintos capítulos de la
historieta propusieron símbolos y mitos de la corriente historiográfica revisionista y de los
autores de la izquierda nacional. Esto se puso de manifiesto, asimismo, en la nota sobre la
presentación del disco Cantata Montonera, encargado por la Conducción Nacional al
conjunto musical folclórico Huerque Mapu.12
Ahora bien, para Montoneros, la ruptura de este larguísimo conflicto entre el
imperialismo y el pueblo habría de llegar con las primeras presidencias de Perón. El
peronismo era entendido como una experiencia que, si bien retomaba el espíritu popular del
siglo XIX, lograba interrumpir su permanente frustración a manos del imperialismo, tal
como habría sucedido en la batalla de Caseros. O, unos años antes, en la batalla de la
Vuelta de Obligado, rememorada por una nota del número 28 de la revista. El peronismo
era sumergido entonces en esa larga historia de enfrentamientos, pero asignándole un status
fundamental. Si se quiere, otorgándole ese carácter fundacional negado a la Revolución de
Mayo y a la Declaración de la Independencia.

10
El Descamisado, n°35, 15/01/1974, p. 23.
11
El Descamisado, n°20, 02/10/1973, p. 23; n°28, 27/11/1973, p. 24; n°29, 04/12/1973, pp. 23-24; n°31,
18/12/1973, p. 22; n°35, 15/01/1974, p. 24; n°36, 22/01/1974, p. 23; n°37, 29/01/1974, p. 14.
12
El Descamisado, nº33, 31/12/1973, pp. 2-3.
5
Por último, es de resaltar que el cierre del proyecto de prensa legal en septiembre de
1974, con la clausura del diario Noticias sobre todo lo que pasa en el mundo y la revista La
Causa Peronista a través de los decretos 630 y 770, no implicó el abandono de esta mirada
retrospectiva. Aun en condiciones radicalmente diferentes para la organización, luego de su
pase a la clandestinidad con el consecuente encuadramiento militar de buena parte de sus
militantes y en un contexto cada vez más represivo, el documento interno escrito con
motivo del Congreso Nacional de 1975 sostuvo: “vemos en las luchas montoneras del siglo
pasado la encarnación de la conciencia antiimperialista de nuestro pueblo (…) El país
antiimperialista dominante es otro, las formas de dominación son otras y la fuerza social
revolucionaria (la clase obrera surgida con la industrialización), también es otra. Pero la
significación política es la misma: tomar el poder para romper la situación de dependencia
y explotación en que está sumido la Nación y el pueblo”.13

III. Historia, origen e identidad

Como se ha visto, en sus declaraciones, en sus documentos internos y en su prensa,


Montoneros volvió a las décadas pasadas. Al hacerlo, recurrió a esquemas del revisionismo
histórico, de la izquierda nacional y del propio Perón, y propuso una lectura específica de la
Revolución de Mayo y de la Independencia, que desdibujó su carácter disruptivo para
otorgárselo al peronismo. Dicho gesto no era casual. Si bien no fue objeto del presente
artículo, lo cierto es que la organización se posicionó como heredera del peronismo clásico
y de la etapa de la llamada Resistencia Peronista, planteando al 17 de octubre de 1945 y al
derrocamiento de Perón en 1955 como dos instancias decisivas. Más aún, como dos
momentos originarios de su identidad. El primero en tanto habría inaugurado un vínculo
directo y pleno entre Perón y su pueblo. El segundo porque habría consolidado en el último
un protagonismo resistente a través de huelgas, puebladas, movilizaciones, e intervenciones
armadas reclamando por el regreso de Perón. Para constituir su espacio de pertenencia, por
tanto, Montoneros estableció un sentido particular del peronismo, reacio a los dispositivos
y procedimientos institucionales, y sostenido en una idea de pueblo sustancial y combativo,
anudado de manera inmediata a su líder. En fin, como muestran las citas anteriores, un
relato nada discordante con las figuras con las cuales se evocaron las primeras décadas del
país.
Por supuesto que todas estas narraciones relegaron, negaron o desplazaron
muchísimas cuestiones. Sólo por mencionar algunos ejemplos: las grandes
transformaciones políticas e institucionales acaecidas en el siglo XIX, las mediaciones
representativas con las cuales Perón estructuró su ordenamiento comunitario a mediados
del siglo siguiente, o las diferencias entre los intereses, demandas y modalidades de los
trabajadores, estudiantes y guerrillas de las décadas del sesenta y setenta. No obstante, más
que apuntar dichos olvidos, lo que interesa, desde una sociología de las identidades
políticas, es identificar cuáles son las formas con las que se recuerda y reinventa el pasado.
En definitiva, es a través de dichas representaciones que los sujetos despliegan sus

13
Citado en Roberto Baschetti, Documentos 1973-1976. De la ruptura al golpe, v.2, La Plata, De la
Campana, 1999, p. 352.
6
decisiones y acciones, se enfrentan a otros actores de la coyuntura y, volviendo borrosa la
distinción entre historia y política, construyen su identidad.

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