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Como es sabido, los grupos políticos reinterpretan la historia y las tradiciones en las
cuales se inscriben. Para constituir su identidad, disputan con otros actores el sentido de los
hechos pretéritos y articulan un relato que pone en juego símbolos, representaciones y
mitos. La organización político-militar Montoneros, un actor fundamental de los años
setenta, no fue una excepción al respecto. A lo largo de sus actos, discursos y
publicaciones, definió el peronismo clásico, la etapa de proscripción y, más generalmente,
el devenir del siglo XX. Pero además propuso una significación de las primeras décadas
argentinas, que recogió y fusionó distintas narraciones que circulaban en ese entonces.
Aunque muchas veces sea soslayado, los conflictos de Montoneros con otros actores de la
coyuntura también se jugaron en esas miradas retrospectivas, y no sólo a través de las
armas, más allá de su innegable importancia.
Con estas preocupaciones, el presente artículo se propone recorrer los sentidos que
sobre el pasado, y sobre el periodo de la Independencia en particular, articularon las
principales intervenciones de Montoneros desde su aparición pública en mayo de 1970
hasta el golpe de Estado que sufrió la Argentina en marzo de 1976.
1
Agradezco los valiosos comentarios de Gerardo Aboy Carlés y Ricardo Martínez Mazzola efectuados a una
versión preliminar de este artículo.
2
“El llanto del enemigo”, Cristianismo y Revolución, n°28, abril de 1971, p. 72.
1
“nos sentimos parte de la última síntesis de un proceso histórico que arranca
ciento sesenta años atrás y que con sus avances y retrocesos da un salto
definitivo hacia adelante a partir del 17 de octubre de 1945. A lo largo de
este proceso histórico se desarrollaron en el país dos grandes corrientes
políticas. Por un lado la de la oligarquía liberal, claramente antinacional y
vendepatria; por el otro, la del pueblo, identificada con la defensa de sus
intereses que son los intereses de la Nación contra los embates imperialistas
de cada circunstancia histórica. Esta corriente nacional y popular se expresó
tanto en 1810 como en 1945, como en todas las luchas del ejército
sanmartiniano y las montoneras gauchas del siglo pasado, en las luchas
heroicas de aquellos inmigrantes que dieron su vida en los orígenes de
nuestro sindicalismo y en el nacionalismo yrigoyenista. Así es que a través
de ella el pueblo argentino ha ido escribiendo su verdadera historia.”3
3
“Hablan los Montoneros”, Cristianismo y Revolución, n°26, noviembre-diciembre de 1970, p. 11.
4
Documento “Línea Político militar” en Roberto Baschetti, Documentos. 1970-1973. De la guerrilla
peronista al gobierno popular, v. 1, La Plata, De la Campana, 2004, p. 251.
2
izquierda nacional o del forjismo, recuperó el peronismo según esquemas revisionistas,
aunque lejanos al elitismo conservador propio de sus primeras oleadas. Reivindicó el
carácter autóctono y popular de Perón, y su parecido con los caudillos del siglo anterior.5
Los discursos del propio exiliado desde 1957 en adelante venían abonando a dicho
esquema.6 Por supuesto que esta imbricación entre peronismo y revisionismo respondía, a
su vez, a las impugnaciones provenientes de espacios antiperonistas. El gobierno de la
llamada Revolución Libertadora había equiparado peyorativamente a Perón con Juan
Manuel de Rosas, en términos de la “segunda tiranía”. Comparación que tenía antecedentes
en el antiperonismo previo a 1955, en figuras como Américo Ghioldi, entre tantos casos.
De modo que, ya en sus primeros documentos y apariciones públicas, Montoneros
enlazó su espacio de pertenencia con la época de la Independencia del país, planteando una
interpretación particular del peronismo ligada al revisionismo histórico, en una amalgama
propuesta por varios actores de las décadas de 1950 y 1960 con distinta carga valorativa.
5
Sobre la nueva izquierda, véase Carlos Altamirano, Peronismo y cultura de izquierda [2001], Buenos Aires,
Siglo XXI, 2013. Sobre el revisionismo, Quattrocchi-Woisson Un nationalisme de déracinés. L’Argentine
pays malade de sa mémoire, París, CNRS, 1992 y Gerardo Aboy Carlés, Las dos fronteras de la democracia
argentina. La reformulación de las identidades políticas de Alfonsín a Menem, Rosario, Homo Sapiens, 2001,
pp. 140-148.
6
Juan Domingo Perón, Los vendepatria. Las pruebas de una traición [1957], Buenos Aires, Instituto
Nacional Juan Domingo Perón, 2006.
3
El imperialismo nunca fue una simple frase de denuncia de los pueblos.
Tiene nombres y apellidos concretos. Tiene hechos y episodios. Tiene balas
y sangre en su negra historia. […] [En alusión a la época del Virreinato] El
imperialismo de entonces, el español, sin otra razón que sus armas
superiores, robó y asesinó al hombre americano, dejándolo en la más
abyecta de las miserias. Ya entonces empezábamos a ser el tercer mundo
que explotaría luego Inglaterra y ahora Estados Unidos. Siempre por la
fuerza de las armas y con la ayuda de las minorías nativas, alcahuetas de sus
hermanos. La historia de América es la historia de los imperialismos, que
crecen y se enriquecen con nuestro trabajo e impiden que nos liberemos y
podamos ser dueños de lo que nos pertenece.7
La historieta articuló una clave de lectura que redujo todos los sucesos a un mismo
conflicto -el pueblo contra la oligarquía- y representó de manera inmutable a los actores,
sus intereses, sus demandas, sus relaciones y el contexto. Al igual que los documentos
iniciales, evocó esquemas del revisionismo histórico. Sin embargo, mostró una precisión.
Tal como lo había hecho la nueva izquierda de los años sesenta, acentuó la presencia activa
del pueblo en la mecánica de los acontecimientos, distanciándose de las primeras oleadas
más elitistas del revisionismo, abocadas a resaltar el control de los caudillos sobre los
distintos grupos sociales.
En particular, la Independencia no fue interpretada como un quiebre, como un acto
fundacional, sino como un capítulo más del larguísimo enfrentamiento entre “el
imperialismo” y “lo popular”. Los sucesos de 1810 y 1816 no habrían hecho sino
reemplazar una “colonia declarada” bajo el yugo español por una “colonia disimulada” bajo
el dominio inglés y luego norteamericano. Varios capítulos de la historieta criticaron a los
integrantes de la Primera Junta (exceptuando al Jefe de Regimiento de Patricios, Cornelio
Saavedra), la Junta Grande, el Triunvirato y el Directorio de las Provincias Unidas del Río
de la Plata. Sin marcar matices y diferencias entre las tendencias políticas y económicas de
las elites de ese entonces, las impugnaron por “europeístas”, “vendepatrias” y
“proimperialistas”, y las acusaron de ocultar la explotación económica tras una máscara de
“independencia” y “libertad”. Específicamente, se erigió un cuestionamiento profundo a
Mariano Moreno: “trata de imponer la patria que quieren los jóvenes ‘de luces’. Patria
irreal, mamada en los autores europeos…y demasiado coincidente con los intereses del
imperialismo inglés”.8 El staff de la revista reconocería posteriormente a raíz de una crítica
recibida en el “correo de lectores” (firmada por Norberto Galasso) que dichas afirmaciones
habían sido excesivas, aunque aclarando que no del todo desacertadas. Más generalmente,
para El Descamisado, las primeras formas de gobierno, la presidencia de Bernardino
Rivadavia y los unitarios habrían ignorado sin muchas divergencias al pueblo, descrito
como una figura per se resistente y anticolonial, presente en los tumultos y milicias
citadinas como las que enfrentaron las invasiones inglesas o las que rondaron los sucesos de
mayo de 1810 sin participar del Cabildo Abierto.9 Pero, fundamentalmente, para la
7
El Descamisado, n°10, 24/07/1973, pp. 25-28.
8
El Descamisado, n°16, 04/09/1973, p. 22.
9
Sobre estos sectores urbanos, véase Tulio Halperin Dongui, Historia argentina 3: de la revolución de
independencia a la confederación rosista, Buenos Aires, Paidós, 2010, pág. 47-58.
4
publicación, el pueblo se expresaba en los gauchos y, más aún, en las montoneras que
acompañaron los caudillos provinciales federales. Es decir, era trazado como un sujeto
protagónico, aunque ligado a un líder, y nada renuente a la experiencia de la guerra y de las
armas. Al respecto: “guerra terrible, guerra con todo, la guerra gaucha. Guerra silenciada
por las historias escolares. La oligarquía no quiso mostrar nunca el poderío tremendo del
pueblo invencible en armas”.10 Evidentemente, Montoneros recortaba, moldeaba y
proyectaba en el siglo pasado un sujeto que planteaba encarnar en la política de los años
setenta.
Siguiendo esta línea, se dedicaron capítulos de la historieta a José Gervasio Artigas,
Manuel Dorrego, Martín Miguel de Güemes, Facundo Quiroga, Francisco Ramírez y, por
supuesto, Juan Manuel de Rosas. El número 20 sentenció: “Bien lejos de la capital: nace
allí una nueva democracia, sin doctores, a la criolla. Inspiración pura del pueblo (…)
Artigas aspira a la independencia total de España”. El número 28 afirmó respecto del
asesinato de Dorrego: “Amargura y tristeza en los rancheríos…llora la copla en la noche”.
El número 29 extremó su gramática revisionista hasta negar el carácter represivo del
rosismo: “Durante más de un siglo la mitrista historia ‘oficial’ miente a sabiendas en
escuelas, colegios, universidades, diarios, revistas (…) El poder de Rosas no se apoyó en la
fuerza bruta, en la matanza de los opositores (…) Recién a veinticinco años de la
independencia, y gracias a Rosas, Buenos Aires se acuerda de los ‘trece ranchos’, las
provincias”. El número 31 aseveró: “Gobierna Rosas. La tiranía sangrienta, como brama la
oposición unitaria. Pero ahí está el pueblo. Trabajando y más contento que nunca”. El
episodio correspondiente al número 35 planteó: “Odiado por el enemigo y los oligarcas
(esos imperiales disfrazados), Güemes es adorado hasta el fin por su pueblo”. El número 36
enunció: “para el pueblo empobrecido […] Quiroga es grande porque lo comprende, porque
lo defiende, porque pelea por él. Por eso el pueblo nutre sus montoneras”. Y el siguiente:
“Ramírez, valiente como nadie y tan capaz de hacerse adorar por sus montoneros”.11 Es de
remarcar que en este grupo de líderes, la revista situó también a José de San Martín,
disputando su lugar como prócer del panteón liberal. En suma, distintos capítulos de la
historieta propusieron símbolos y mitos de la corriente historiográfica revisionista y de los
autores de la izquierda nacional. Esto se puso de manifiesto, asimismo, en la nota sobre la
presentación del disco Cantata Montonera, encargado por la Conducción Nacional al
conjunto musical folclórico Huerque Mapu.12
Ahora bien, para Montoneros, la ruptura de este larguísimo conflicto entre el
imperialismo y el pueblo habría de llegar con las primeras presidencias de Perón. El
peronismo era entendido como una experiencia que, si bien retomaba el espíritu popular del
siglo XIX, lograba interrumpir su permanente frustración a manos del imperialismo, tal
como habría sucedido en la batalla de Caseros. O, unos años antes, en la batalla de la
Vuelta de Obligado, rememorada por una nota del número 28 de la revista. El peronismo
era sumergido entonces en esa larga historia de enfrentamientos, pero asignándole un status
fundamental. Si se quiere, otorgándole ese carácter fundacional negado a la Revolución de
Mayo y a la Declaración de la Independencia.
10
El Descamisado, n°35, 15/01/1974, p. 23.
11
El Descamisado, n°20, 02/10/1973, p. 23; n°28, 27/11/1973, p. 24; n°29, 04/12/1973, pp. 23-24; n°31,
18/12/1973, p. 22; n°35, 15/01/1974, p. 24; n°36, 22/01/1974, p. 23; n°37, 29/01/1974, p. 14.
12
El Descamisado, nº33, 31/12/1973, pp. 2-3.
5
Por último, es de resaltar que el cierre del proyecto de prensa legal en septiembre de
1974, con la clausura del diario Noticias sobre todo lo que pasa en el mundo y la revista La
Causa Peronista a través de los decretos 630 y 770, no implicó el abandono de esta mirada
retrospectiva. Aun en condiciones radicalmente diferentes para la organización, luego de su
pase a la clandestinidad con el consecuente encuadramiento militar de buena parte de sus
militantes y en un contexto cada vez más represivo, el documento interno escrito con
motivo del Congreso Nacional de 1975 sostuvo: “vemos en las luchas montoneras del siglo
pasado la encarnación de la conciencia antiimperialista de nuestro pueblo (…) El país
antiimperialista dominante es otro, las formas de dominación son otras y la fuerza social
revolucionaria (la clase obrera surgida con la industrialización), también es otra. Pero la
significación política es la misma: tomar el poder para romper la situación de dependencia
y explotación en que está sumido la Nación y el pueblo”.13
13
Citado en Roberto Baschetti, Documentos 1973-1976. De la ruptura al golpe, v.2, La Plata, De la
Campana, 1999, p. 352.
6
decisiones y acciones, se enfrentan a otros actores de la coyuntura y, volviendo borrosa la
distinción entre historia y política, construyen su identidad.