Cultura Diaguita
Cultura Diaguita
Cultura Diaguita
, se conformaron en esta zona identidades regionales, grupos aldeanos, sin grandes urbes ni centro
político, cuya interacción se dio principalmente a escala regional. Se ampliaron los espacios agrarios y, consecuentemente,
aumentó la demografía. Estos procesos generaron de forma desigual y combinada diferencias de estatus y presión social,
como evidencian ajuares y ofrendas muy dispares en los cementerios de esta época.
Entre los ríos Elqui y Choapa, el complejo cultural Las Ánimas derivó en la Cultura Diaguita, según lo evidencian las
similitudes estilísticas de sus producciones alfareras. En efecto, la cerámica diaguita también fue decorada con pintura
negra, roja y blanca y diseños geométricos, pero siguiendo patrones de simetría mucho más complejos que los Ánimas.
También introdujeron nuevas formas, asimétricas, como el jarro pato. La calidad y cantidad de estos objetos sugiere que
contaron con especialistas, así como la manufactura de artefactos (pinzas) y adornos (aros) en metal fundido requerían de
un conocimiento acabado de tecnologías metalúrgicas. O el uso de torteras que evidencia la producción textil. Por último,
entre su cultura material destacaron también las espátulas de hueso, decoradas con motivos de felino, que dan cuenta del
consumo de alucinógenos por vía nasal.
Continuando con un modo de vida mixto, la Cultura Diaguita se extendió tanto al interior de los valles, como en la costa.
Se trata de sociedades agromarítimas que en los cursos medios de los valles cultivaban quínoa, poroto, zapallo, entre
otros, y que explotaban de forma directa los recursos costeros, compartiendo espacio e interactuando con las poblaciones
pescadoras locales que explotaron el litoral desde tiempos arcaicos.
Tradicionalmente se ha dividido la Cultura Diaguita chilena en tres fases, siguiendo diferencias cerámicas y fúnebres:
Diaguita I (900 a 1200 d.C.) que se relaciona con vasijas cerámicas e inhumaciones similares a las del complejo cultural
Las Ánimas; Diaguita II (1200 a 1470 d.C.), con entierros en cistas de piedra y abundantes y ricas ofrendas; Diaguita III
(1470 a 1536 d.C.), que se caracterizó por la aculturación de las poblaciones diaguitas al Imperio Inca, evidente por
ejemplo en el uso del principio organizativo dual y en la incorporación de formas e iconografía cerámica Inca. En ese
momento, los diaguitas actuaron como embajadores del Inca frente a poblaciones locales, expandiéndose hasta el valle del
Copiapó por el norte y Aconcagua por el sur.
Cultura diaguita
Los diaguitas chilenos habitaron las regiones de Coquimbo y Copiapó, conocidas como norte
chico. Se distribuyeron en los valles de Copiapó, Huasco, Elqui, Limarí y Choapa, en sus sectores
precordilleranos y en áreas de interfluvio (Ampuero, 1978: 6).
Ricardo Latcham fue uno de los primeros investigadores en señalar que el pueblo diaguita
habitó esta zona, e identificó el 'kakan' como su lengua común, a partir de las referencias de las
crónicas españolas durante la conquista (1936: 52).
Estas definiciones fueron retomadas por Francisco Cornely, quien situó geográficamente los
asentamientos de este pueblo y señaló rasgos históricos de su tradición y producción alfarera.
Definió además, las fases de las cerámicas de acuerdo a sus diseños, instrumentos y formas de
las tumbas.
Los grupos que habitaron el interior de los valles se dedicaron a la agricultura, a la crianza, y a
la caza de animales; los de zonas costeras a la recolección de mariscos y a la pesca, para lo
que utilizaron redes, anzuelos, arpones, entre otros instrumentos (Cornely, 1966: 20).
Producción alfarera
Francisco Cornely distinguió tres fases en la producción alfarera de los diaguitas: arcaica, de
transición, y clásica de influencia incaica (Cornely, 1966: 21). Posteriormente, el
investigador Gonzalo Ampuero retomó las propuestas de Cornely, y presentó una distinción
por fases, en las que sostiene la influencia incaica e hispana de las cerámicas.
Las piezas tienen énfasis en los diseños geométricos de la decoración, bordes elevados con
una tendencia vertical, aunque todavía redondeados, y las formas de sepultación son más
complejas (Ampuero, 1978: 24).
En el sector 'El mirador' del Estadio Fiscal de Ovalle, fueron hallados objetos de la fase diaguita
II, y otros que muestran objetos de la etapa de intercambio cultural inca (Cantarutti et al, 2004).
Fase clásica: los platos decorados son de mejor factura, con bordes rectos y bases
redondeadas, algunos con representaciones antropoformas, que ya se conocían en menor
escala en la fase anterior. La metalurgia alcanzó mayor desarrollo, y los ritos mortuorios
aumentaron su complejidad.
Las cerámicas producidas durante la fase inca en gran parte del norte semiárido comúnmente
han sido consideradas como un bloque homogéneo, englobado bajo la etiqueta de cerámica
"diaguita inca" (Ampuero 1989, 1994).
Se aceptó que esta cerámica sería expresión de un proceso en que la tradición alfarera local
adoptó formas y diseños provenientes del Cuzco, pero con elementos diaguitas locales.
Gabriel Cantarutti y Rodrigo Mera refutan que el aporte cuzqueño sea el más frecuente en la
cerámica diaguita de la fase inca encontrada en el sitio Estadio Fiscal de Ovalle, ya que
la producción alfarera incorpora influencia de grupos locales (Cantarutti et al, 2002).
Fase II: Corresponde al momento más brillante de la cerámica diaguita, por lo que se le ha
llamado el período clásico. Se amplía la variedad de motivos de la Fase I, los que se aplican
sobre los mismos diseños de platos, urnas y jarrones pero con formas humanas y
de animales de distintos tamaños.
Fase III: Corresponde al momento en que este pueblo es invadido por los Incas y
posteriormente por los españoles, por lo que mezclan los diseños y motivos. Se encuentran
formas incaicas con triángulos, cuadriláteros y reticulados, en jarros con asas verticales para
usos cotidianos y religiosos.