Platón y el diálogo cooperativo
Platón y el diálogo cooperativo
Platón y el diálogo cooperativo
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Alejandro G. Vigo
Pontificia Universidad Católica de Chile
(Santiago de Chile)
I.
Uno de los temas que han ocupado con fuerza creciente el centro de la atención en
los estudios platónicos de los últimos treinta años se refiere al empleo de la forma del
diálogo por parte de Platón como medio de realización y vehículo del pensar filosófico.
La discusión en torno a las razones de la decisión de Platón por esa peculiar forma de
ejecución y expresión del pensamiento así como en torno a la función y el alcance de la
forma dialógica y su conexión con el contenido mismo de la filosofía platónica alcanzó
en los últimos tiempos una intensidad y un grado de diferenciación hasta entonces
desconocidos.1
A ello han contribuido, en mi opinión, dos tipos de razones diferentes, pero
conectados entre sí. En primer lugar, hay razones que se vinculan de modo directo con
el desarrollo inmanente de la propia investigación platónica. Aquí hay que mencionar,
ante todo, la redefinición del marco general de discusión de la obra platónica producida
por la aparición y la extensión de la corriente interpretativa impulsada, desde fines de
los años ’50 y comienzos de los ’60, por los primeros representantes de la llamada
Escuela de Tubinga (H. J. Krämer, K. Gaiser) y, luego, por sus continuadores y
difusores (actualmente, sobre todo, Th. Szlezák y G. Reale). Como se sabe, esta
corriente de interpretación –centrada en el intendo de recuperación del Platón oculto tras
los diálogos, a partir de los testimonios de la tradición indirecta referidos a sus así
llamadas “doctrinas no escritas” (iJUDSKDGyJPDWD)– se presenta a sí misma como una
reacción frente al modelo interpretativo más difundido desde Schleiermacher, que no
sólo busca en los diálogos mismos el pensamiento de Platón, sino que, en sus variantes
más ejemplares, tiende a ver en el diálogo la forma de despliegue, si no única, al menos
más apropiada para un pensamiento característicamente abierto y no-dogmático.2 Se
*
El presente trabajo fue leído como conferencia para la Sección de Lógica y Filosofía de la Ciencia
del Centro de Estudios Filosóficos “Eugenio Pucciarelli”, Academia Nacional de Ciencias de Buenos
Aires, Buenos Aires, Argentina, 5 de diciembre de 2000. Por sus observaciones y comentarios agradezco
a los asistentes a la conferencia, en particular, a los Profs. Jorge A. Roetti (Universidad Nacional del Sur,
6RI. 2 y 7ySI 1 (véase LQIUD nota 8) agradezco a las Profs. Graciela Chichi y Gabriela Rossi (ambas de la
Universidad de La Plata). Por sus observaciones y comentarios agradezco también a la Prof. Patricia
Moya Cañas (Universidad de los Andes).
1
Para una útil clasificación didáctica de los tipos principales de interpretación en torno al empleo
platónico de la forma del diálogo véase Görgemanns (1994) p. 56-64
2
Los escritos de Schleiermacher sobre Platón están ahora reunidos en Schleiermacher (1804-1828),
donde se incluyen no sólo las introducciones a las traducciones de los diferentes diálogos, sino también
las lecciones sobre Sócrates y Platón. Desde el punto de vista de los representantes de la línea
interpretativa inaugurada por la Escuela de Tubinga, Schleiermacher aparece como el fundador de un
nuevo paradigma en la interpretación platónica, que al concentrar la atención exclusivamente en los
diálogos, como consecuencia de la asunción de la existencia de una conexión esencial entre pensamiento
y modo de expresión en la filosofía platónica, habría relegado por primera vez al trasfondo al Platón de
2
las doctrinas no-escritas, el cual se había mantenido presente, de diversos modos, en la recepción a lo
largo de toda la historia, a causa de la vigencia incuestionada del paradigma interpretativo neoplatónico.
La interpretación de Schleiermacher habría sido así, de hecho, causa directa del casi completo “olvido”
del Platón no-escrito en la posterior investigación platónica. Por detrás de este desarrollo “típicamente
moderno” se encontrarían, en un comienzo, motivaciones anti-esotéricas, que luego terminaron
asociándose a otras de carácter directamente anti-metafísico. Para esta estilización de la figura de
Schleiermacher y la caracterización del “nuevo” paradigma interpretativo instaurado por él véase Reale
(1997) esp. p. 54-59. En el mismo sentido véase también Krämer (1958) p. 18 y (1986) p. 40-45; Szlezák
(1985) p. 331-336, 364-369 y (1993) p. 42-48. En rigor, la situación es bastante más compleja. A pesar de
enfatizar la importancia de la forma del diálogo y su conexión esencial con el pensamiento platónico, el
propio Schleiermacher jamás adoptó una interpretación no ya escéptica, sino ni siquiera estrictamente no-
doctrinal de Platón. Por el contrario, en el marco de su concepción característica de la hermenéutica
romántica, Schleiermacher suscribía una interpretación “sistemática” de Platón, en la cual la totalidad de
la obra del filósofo debía ser explicativamente expuesta a partir de la comprensión del núcleo
especulativo esencial del que emana como un todo orgánico el pensamiento platónico. Los principios que
guiaban la interpretación de Schleiermacher venían sugeridos, en definitiva, por su propia concepción
hermenéutica, particularmente, por su concepción de las oposiciones dialécticas todo-individual y todo-
parte como clave de la interpretación textual y, asociada a ella, por su peculiar concepción del círculo
hermenéutico. Para este punto en la hermenéutica de Schleiermacher véase la buena discusión en
Flamarique (1999) p. 268-281. Que, de hecho, haya sido la reivindicación del diálogo el aspecto de la
interpretación de Schleiermacher que más influyó sobre la posterior investigación platónica es, desde
luego, una cuestión diferente. Para una buena discusión crítica de la presentación del papel de
Schleiermacher como intérprete de Platón por parte de la Escuela de Tubinga y sus seguidores véase
ahora Steiner (1996).
3
En un brillante y polémico libro, W. Wieland ha desarrollado una interpretación de conjunto del
pensamiento platónico que pone en el centro del interés de dicho pensamiento la temática referida a los
límites de la comunicabilidad por vía proposicional y, asociada a ella, la de la estructura y la importancia
de las formas no proposicionales del saber, esto, del saber práctico-disposicional, tal como éste queda
reflejado en la figura de Sócrates, que es la figura destinada en la obra platónica precisamente a encarnar
dicho tipo de saber. Véase Wieland (1982); para la función y la importancia de la forma del diálogo véase
esp. 50-83. Un resumen de algunas de las tesis centrales de este libro puede leerse en Wieland (1991).
Retomando algunos de los motivos básicos de la interpretación de Wieland, F. González ha desarrollado
ahora una instructiva interpretación de conjunto de la dialéctica platónica y su prespuestos dialógicos.
Véase González (1998). La importancia de la decisión platónica por la forma del diálogo ha sido
enfatizada y justificada desde distintos puntos de vista también por intérpretes situados en otras
tradiciones interpretativas. Ya A. Koyre, en un excelente libro de introducción a Platón, había enfatizado
la irreductibilidad del diálogo platónico, advirtiendo sobre la imposibilidad de comprender
adecuadamente los escritos de Platón, si se los lee al modo de tratados y se reduce la forma dialógica a la
función de un mero revestimiento exterior. Véase Koyré (1962) p. 13-21. Desde una perspectiva más
cercana a la filosofía analítica, también M. Frede ha defendido la importancia y la irreductibilidad de la
forma dialógica en el pensamiento de Platón, enfatizando que la decisión por la forma del diálogo vendría
motivada por la concepción de Platón en torno al estatuto de las tesis y las argumentaciones filosóficas.
Véase Frede (1992).
3
impulsado por una aspiración especulativa de carácter totalizador y, como tal, incluso
predecesor directo de los sistemas derivacionistas característicos del pensamiento
neoplatónico, por el otro, donde la cuestión vinculada con la decisión por la forma del
escritura (cf. )HGUR 274b-278e y, de otro modo, &DUWD 9,, 341a-342a), han podido
diálogo y otros problemas conexos, tales como los que plantea la crítica platónica a la
4
Véase, por ejemplo, Figal (1994).
5
Una interpretación en esta línea, según la cual la secuencia expositiva de los diálogos respondería a
necesidades fundamentalmente didácticas en la presentación de una dotrina concebida, en lo esencial, de
antemano se encuentra ampliamente desarrollada en Kahn (1996). Bien entendido, la doctrina a la que
apuntaría la intención didáctica de Platón no es, en la reconstrucción de Kahn, la concepción de los
presentada en los diálogos del período medio, a partir del 6LPSRVLR y el )HGyQ. A partir del
principios correspondiente a las “doctrinas no escritas”, sino la Teoría de las Ideas, tal como ésta es
reconocimiento de tal intención didáctica por parte de Platón, la correcta interpretación de los diálogos
del período temprano vendría posibilitada por lo que Kahn denomina su “lectura proléptica”, es decir,
(cf. Kahn p. 41 s., 59-65, 148 ss., 163 ss. HWSDVVLP). De este modo, aunque sin referencia directa a las
aquella que ve en ellos un intento de introducción, progresivamente graduado, de la Teoría de las Ideas
doctrinas no escritas, que ni siquiera menciona, el Platón de Kahn adquiere, de todos modos, un perfil
más marcadamente sistemático que en las interpretaciones evolutivas más habituales.
4
(GLiORJRV) del alma consigo misma (SUzV KDXWpQ) (cf. 6RILVWD 263e3-5; 264a9-b1)
dialéctica y la correspondiente concepción del pensamiento (GLiQRLD) como un diálogo
II.
Ahora bien, además de valerse de hecho de la forma del diálogo como medio de
realización y expresión del pensamiento filosófico, Platón convierte al diálogo como tal
en objeto de reflexión temática en no pocos lugares de su obra, particularmente, en los
diálogos habitualmente llamados socráticos, correspondientes al período temprano
dentro su producción literaria. Por cierto, esta tematización no tiene lugar en la forma de
un abordaje directo del problema de la estructura, la finalidad y los presupuestos del
diálogo en sus diversas formas posibles, que hiciera de dicho problema el objeto central
de una discusión en el marco de un diálogo filosófico: de hecho, Platón no ha escrito un
diálogo temáticamente dedicado al problema del diálogo. Sin embargo, dispersos a lo
largo de los escritos platónicos, en especial, los del período temprano hay unos cuantos
pasajes en los cuales, en el curso del diálogo mismo, se reflexiona, desde diferentes
puntos de vista y con diferente grado de detenimiento y detalle, sobre la finalidad, la
estructura y las condiciones de posibilidad del diálogo en algunas de sus posibles
formas.
6
Véase el tratamiento gadameriano en torno al carácter ejemplar de la dialéctica platónica y la “lógica
de la pregunta y la respuesta”, con el correspondiente intento de elucidación del fenómeno hermenéutico
a partir del modelo de la relación dialógica entre dos interlocutores en Gadamer (1960) p. 368-384. Véase
también el intento de extensión del modelo de la relación dialógica al caso de la experiencia estética en
Gadamer (1985) p. 6 ss. También en el tratamiento del motivo fundamental del “círculo del comprender”
(=LUNHOGHV9HUVWHKHQV) Gadamer enfatiza la conexión con la estructura dialógica. Véase Gadamer (1959)
p. 58 ss., (1968) p. 112 ss. y, de otro modo, también (1983) p. 332 ss. Las interpretaciones de Gadamer en
torno a la obra de Platón están reunidas ahora en Gadamer (1991). Para la recepción del motivo platónico
del pensamiento como diálogo del alma consigo misma véase p. 107, 111, 161, 263, 269, 283. Sobre la
importancia de este motivo platónico véase el veredicto en Gadamer (1970) p. 200: “Und sich etwas
denken heißt, sich etwas sagen. Insofern hat Plato das Wesen des Denkens, wie ich meine, völlig richtig
erkannt, wenn er es den inneren Dialog der Seele mit sich selbst nennt, einen Dialog, der ein beständiges
Sich-überholen, auf sich selbst und auf seine eigene Meinungen und Ansichten zweifelnd und
einwendend Zurückkommen ist”. Para el papel de la concepción dialógica del pensar en la hermenéutica
de Gadamer veáse la buena discusión en Grondin (1991) p. 152-159. Para la recepción gadameriana de
Platón, en general, véase Renaud (1999).
5
Como queda dicho, no todos esos pasajes son del mismo tipo ni poseen el mismo
alcance y la misma finalidad específica dentro del contexto pragmático de discusión en
que están insertos. Pero es significativo que, más allá de su diferente alcance y función
en el contexto, dichos momentos de reflexión expresa sobre la estructura del diálogo
suelan venir motivados por el hecho de que, de diferentes modos, los interlocutores han
hecho inmediatamente la experiencia de haber fracasado, total o parcialmente, en
aquello que se proponían como objetivo primario del diálogo concreto que habían
emprendido. Que esto sea así no resulta sorprendente, ya que los diálogos platónicos, a
diferencia de los diálogos formalizados empleados, por ejemplo, en las reconstrucciones
operacionalistas, pretenden reflejar en toda su complejidad las condiciones efectivas del
contexto real-pragmático en el cual se desarrollan los diálogos no formalizados, tal
como éstos tienen lugar en el ámbito propio del uso habitual del lenguaje. En ese
ámbito, a diferencia de lo que ocurre en contextos formalizados o cuasi-formalizados y
en los diferentes tipos de contextos reglados estipulativamente, las condiciones que
satisface o debe satisfacer la comunicación dialógica no son tematizadas de antemano.
Más bien se da inicio aquí al diálogo sin haber realizado antes acuerdos expresos acerca
del modo de proceder en el diálogo mismo, sino que se asume tácitamente que el
diálogo correrá por carriles más o menos previsibles, de acuerdo con los estándares de
una conversación normal, en la que rigen de alguna manera las normas básicas de
comportamiento de la cultura o el núcleo social al que pertenecen los interlocutores. En
estos casos, ni siquiera es necesario que los interlocutores se hayan puesto previamente
de acuerdo en la finalidad o el tema del diálogo en el que van a embarcarse, aunque ello
pueda ocurrir efectivamente con alguna frecuencia. Pero, en todo caso, la reflexión de
naturaleza metódica acerca de las condiciones, la reglas y los objetivos últimos del
juego dialógico no suele jugar aquí ningún papel relevante al inicio del diálogo mismo,
y sólo puede tener lugar de modo circunstancial, una vez que el diálogo mismo ya ha
comenzado y, sobre todo, una vez que se ha constatado algún desacuerdo o desajuste
concreto y relevante con referencia al tema en discusión o al modo de proceder en ella,
lo cual lleva a los interlocutores a plantearse y abordar preguntas situadas en un nivel de
reflexión superior, en el que se hace objeto de tematización aquello que antes se asumía
sólo de modo implícito y tácito.
No es en absoluto casual que, entre los pasajes dedicados a la reflexión expresa sobre
la estructura y la función del diálogo, los ejemplos más representativos se encuentren
precisamente en diálogos en los cuales Sócrates tiene como interlocutores principales a
conocidos personajes que, en su calidad de sofistas o bien de oradores, se presentaban
(XWLGHPR, junto a una vívida pintura de la práctica de la discusión erística, tal como ésta
como profesionales calificados en el uso público de la palabra. Así, por ejemplo, en el
conocimiento de la verdad (278b). En rigor, los pasajes del (XWLGHPR en los que se
objetivo de humillar públicamente al rival, no permite avanzar en nada en el
reflexiona sobre el diálogo apuntan, ante todo, a enfatizar el contraste entre la actitud
sofística, tal como ésta queda retratada a través del juego del diálogo erístico, por un
lado, y la actitud propiamente filosófica, que a través del ejercicio dialéctico tiene por
objetivo último no la victoria sobre el interlocutor y rival, sino el logro compartido con
6
él de la aproximación a la verdad sobre el asunto tratado en cada caso.7 Con todo, más
7
Para el contraste entre la actitud sofística y la actitud filosófica véase especialmente el diálogo final
entre Sócrates y Critón en 304b-307c. En rigor, el tema de la oposición entre dialéctica (filosofía) y
erística (sofística) domina todo el diálogo. Véase la buena discusión en González (1998) p. 94-128. Como
acertadamente enfatiza González, la diferencia entre dialéctica y erística no concierne esencialmente ni a
la validez formal de los argumentos empleados ni tampoco a los resultados eventualmente obtenidos en
cada caso; la diferencia concierne más bien a lo que en cada caso se pone de manifiesto a través del
método argumentativo como tal: en un caso, la plenitud de contenido de la dialéctica y, en el otro, la
vacuidad de la erística (cf. p. 116). Esto tiene que ver inmediatemente con el hecho, enfatizado por
Sócrates en el texto, de que la práctica erística no presupone de parte del que la ejecuta ningún tipo de
identificación con los contenidos proposicionales puestos en juego en cada caso en la argumentación. Es
precisamente en atención a dicha falta de identificación como Sócrates puede caracterizar a la discusión
erística como un juego falto de seriedad, pues carece como tal de todo carácter vinculante. Por este lado
se ve ya claramente que lo que está en juego en la oposición entre sofística y dialéctica es, en definitiva,
una diferencia relativa a la finalidad misma con la que se emprende en cada caso el juego dialógico,
diferencia que remite, en último término, a una diferencia en las concepciones del bien que subyacen a la
actitud filosófica y la actitud sofística, respectivamente. Para la caracterización de la erística como
fundada en una cierta concepción del bien en Platón y su conexión con la caracterización de Aristóteles
véase las buenas observaciones en Narcy (1984) p. 77-81.
8
Si bien la diferencia de fondo entre el diálogo genuino y la discusión erística remite, en principio, a
una diferencia en la actitud inicial y la concepción del bien con la que se ingresa al diálogo, y no a una
diferencia de carácter formal relativa a la estructura interna del juego dialógico mismo, no deja de ser
cierto que de tal diferencia de actitud se derivan también consecuencias importantes de alcance formal-
procedimental. Uno de las más notorias concierne al recurso a argumentos falaces: un diálogo genuino de
tipo no erístico excluye, por principio, el recurso consciente a la falacia con fines de defensa de las
propias tesis o de refutación de las tesis asumidas por el interlocutor, al menos, para el caso de contextos
no declaradamente irónicos y privados de intención pedagógica. Por el contrario, una de las
características habituales más salientes del diálogo erístico reside en el recurso consciente y sistemático a
argumentos falaces, empleados con fines refutatorios o para confundir al interlocutor. En tal sentido,
las características esenciales de los procedimientos de tipo erístico (cf. 5HI6RI 2 con el comentario de
Aristóteles identifica expresamente el recurso consciente a la falacia, sea material o formal, como una de
Dorion [1995] p. 215 nota 20 DG165b8; véase también 7yS I 1, citado y comentado por Dorion). Como
veremos más abajo, la mencionada diferencia de actitud inicial se refleja también, desde el punto de vista
estructural, en la diferente función que se asigna a la refutación en el diálogo genuino y el
(pseudo)diálogo erístico, diferencia que revela, a su vez, una divergencia más profunda en el modo de
interpretar las nociones de éxito y fracaso así como de victoria y derrota en cada uno de esos tipos de
diálogo.
7
9
Sócrates elogia aquí la capacidad excepcional de Protágoras como orador, por cuanto aventajaría a
los demás oradores justamente por el hecho de ser capaz no sólo de realizar largos y bellos discursos
monológicos, sino también de sostener habilmente interrogatorios basados en el intercambio de preguntas
y respuestas breves. Sócrates aprovecha aquí uno de los más típicos recursos publicitarios de los oradores,
quienes, haciendo gala de su competencia, se presentaban como igualmente capaces para hablar del modo
crítica del Sócrates platónico a los oradores (véase *RUJLDV449b; +LSLDV0HQRU 373a; )HGUR 267b). En el
tendencia a refugiarse en el ámbito de los largos discursos monológicos es un tópico recurrente en la
caso concreto de Protágoras, el elogio de Sócrates tiene, como salta a la vista, un carácter doblemente
momento del diálogo, pues hasta allí, lejos de poner de manifiesto su capacidad para la EUDFK\ORJtD,
irónico: por un lado, el elogio es, en la forma en que Sócrates lo formula, bastante poco justificado en ese
Protágoras no ha hecho más que extenderse en largos discursos e incluso ha narrado un mito referido al
origen de la civilización y las artes; por otra parte, resulta evidente que el elogio de Sócrates constituye
una argucia para forzar a Protágoras a adoptar la modalidad de diálogo cultivada por el propio Sócrates,
pues Protágoras –que se ha presentado a sí mismo como un genuino sofista, es decir, como maestro de
oratoria y también de virtud (cf. 316e-319a)– no puede aparecer ahora ante el público como incapaz de
seguir adecuadamente un juego dialógico de preguntas y respuestas; en cambio, Sócrates –que se declara
puesto que la posibilidad del diálogo queda sujeta a la buena voluntad de Protágoras para mantenerse en
el plano en que Sócrates puede moverse con alguna comodidad, Sócrates queda desde el comienzo,
paradójicamente, en la situación ventajosa de poder llevar la discusión en el modo en que le es
acostumbrado. Que Platón elabora la situación dramática apuntando concientemente a poner en juego
PDNURORJtD y EUDFK\ORJtD, y ello con el fin de alcanzar exactamente el mismo resultado, es decir, para
forzar al interlocutor a renunciar a las exposiciones monológicas extensas y a mantenerse en el ámbito del
juego dialógico de preguntas y respuestas (cf. 449b-c, 461d-462a).
8
sintéticamente como quisiera, sobre cualquier tema (cf. 334c-335a). De este modo,
OyJ Q), donde el interlocutor es un ‘contradictor’ u ‘oponente’ (KR DQWLOpJ Q), con el
cual no hay posible comunidad de intereses dentro del espacio del diálogo mismo, pues
la finalidad de la confrontación dialógica consiste, en definitiva, en mostrar superioridad
respecto del oponente (cf. 335a). Bajo tales supuestos, el diálogo tiene un carácter
esencialmente no-cooperativo, pues está concebido, en definitiva, como un juego de
suma cero. En este sentido, es significativo el hecho de que, al plantearse la
discrepancia entre Sócrates y Protágoras en torno a las reglas a adoptar para la
continuación del diálogo emprendido, el conflicto sólo pueda ser solucionado a través
de la intervención de terceros, que adoptan en ese momento concreto, al margen de sus
simpatías o lealtades con uno u otro de los interlocutores, la posición de una instancia
neutral de mediación.10
No es aventurado decir que, a través de este recurso dramático, Platón apunta a poner
de relieve no sólo la necesidad de la existencia de acuerdos o consensos mínimos de
tipo procedimental para la posibilidad del diálogo, sino, al mismo tiempo, también la
10
Cada uno de los demás participantes expresa el deseo de que la conversación entre Sócrates y
Protágoras continúe, aunque fundamentan la conveniencia de esa propuesta de modos en parte diversos.
Así, Calias adopta la posición de Protágoras, pero sostiene que la conversación debe continuar (336b),
mientras que Alcibíades hace suya la argumentación de Sócrates acerca de su incapacidad para seguir
discursos extensos y desafía a Protágoras a que continúe o bien reconozca su inferioridad a la hora de
dialogar por medio preguntas y respuestas breves (336b-d). Por su parte, Critias y Pródico adoptan una
actitud de relativa imparcialidad, pero insisten en el deseo de los presentes de que la conversación no
quede trunca (336e-337c). Por último, Hipias también adopta una posición de relativa imparcialidad, pero
en el *RUJLDV: tanto Protágoras como Sócrates tienen sus propios talentos naturales, cada uno es
para fundarla apela a una versión de la doctrina del derecho natural que recuerda en parte a la de Calicles
igualmente hábil en su propio ámbito de actividad, y son, en ese sentido, parejos en fuerzas, de modo que
cada uno debería ceder en parte, para que ambos puedan encontrarse en un punto medio entre sus
respectivas exigencias, en el cual ambos puedan desplegar razonablemente sus capacidades (337c-338b).
Como se señala en el texto, esta propuesta causó la inmediata aprobación del público presente (338b), es
decir, se impuso en definitiva una posición compatibilista.
9
11
Este tipo de crítica ha sido dirigida con frecuencia contra el modelo de fundamentación dialógica
desarrollado por Jürgen Habermas, con su orientación metódica básica a partir del ideal regulativo del
“diálogo libre de domino” (KHUUVFKDIWVIUHLHU'LDORJ). Véase, por ejemplo, las críticas de R. Spaemann y
el debate epistolar con Habermas en Spaemann (1980) p. 206-222 y 223-247, respectivamente. En su
crítica a Habermas, Spaemann remite expresamente a varias de las paradojas a las que conduce el intento
de fundamentación dialógica, allí donde se plantea la necesidad de discutir, a su vez, sobre las reglas del
diálogo y sobre su continuidad o conclusión (véase esp. p. 238 ss.). Para un diagnóstico en esta línea
acerca de los límites fácticos de todo intento de fundamentación y reconstrucción dialógica de la
racionalidad véase Wieland (1996) p. 53-81. Wieland, que discute fundamentalmente el alcance y los
límites de la concepción del operacionalismo constructivista de la Escuela de Erlangen (P. Lorenzen y
discípulos), se refiere expresamente también a los límites estructurales del modelo de fundamentación
orientado a partir del ideal regulativo del diálogo libre de dominio (cf. p. 79-81). En un sentido
comparable a las críticas de Spaemann, constata Wieland: “El diálogo libre de dominio es una idea que no
puede corresponder a ninguna realidad. El ordenamiento de la convivencia humana puede, tal vez,
evaluarse a partir de esa idea, pero no fundamentarse ni menos aún garantizarse. Toda situación dialógica
encuentra las condiciones de su estabilidad sólo fuera de sí misma. La disposición a acceder a un diálogo
y aceptar sus reglas precede al diálogo mismo, no sólo desde el punto de vista del tiempo, sino también
desde el punto de vista del contenido (...) En ningún diálogo libre de dominio se puede estar seguro en
10
con la oposición entre dos formas o especies diferentes de diálogo, a saber: por un lado,
el (pseudo)diálogo de tipo no-cooperativo propio de la discusión erística y, por otro, el
tipo de diálogo al que apunta el Sócrates platónico, el cual pretende ser diferente del
anterior no sólo en el modo de procedimiento, sino también –y fundamentalmente– en
su objetivo o finalidad, pues el diálogo socrático, como veremos a continuación,
dos tipos de diálogo es elaborado con mucho más detalle en el *RUJLDV, que es el texto
pretende ser de carácter esencialmente cooperativo. Ahora bien, el contraste entre estos
platónico que presenta, sin lugar a dudas, los mejores ejemplos de la presencia de
momentos de reflexión temática sobre la estructura, las condiciones y la finalidad del
diálogo. Veamos a continuación qué material pone a disposición Platón en dicho texto.
III.
algún momento frente a la posibilidad de que el interlocutor de pronto declare terminada su cooperación,
se coloque así fuera del círculo delimitado por el diálogo, comience a actuar desde allí y, en última
instancia, eventualmente destruya incluso dicho círculo. No hay dentro del diálogo ninguna estrategia que
pudiera impedirlo” (p. 80). Al igual que Spaemann, Wieland remite expresamente a la imposibilidad de
eliminar la referencia a una autoridad situada por encima de las esfera en que se desarrolla el diálogo,
como garante de las condiciones que hacen posible el diálogo mismo (cf. p. 80 s.). Como veremos, la
posición de Platón coincide básicamente con este tipo de diagnóstico.
12
Para una buena caracterización de los personajes del diálogo véase Dodds (1959) p. 6-17.
13
En atención a esto, resulta significativo el hecho de que Gorgias aparezca defendiendo en el diálogo
la tesis de la neutralidad moral tanto de la retórica como técnica como de la actividad de enseñanza de la
retórica, y afirmando que no se puede culpar al maestro bien intencionado del arte por el eventual mal uso
que de él puedan llegar a hacer sus discípulos (cf. 456c-457c). De este modo, al presentar a Gorgias en
una actitud de eventual distanciamiento frente a las prácticas de sus discípulos, Platón introduce un
elemento que permite caracterizar no sólo la actitud de éstos, sino también la del propio Gorgias, que
muestra de este modo un cierto rasgo de fariseismo en su comportamiento.
11
modo paradigmático la actitud de un interlocutor que no teme ser rudo y que carece de
todo tipo de tapujos a la hora de decir lo que piensa: defiende abiertamente una
concepción naturalista de la justicia en términos del derecho del más fuerte, comparable,
5HS~EOLFD (cf. *RUJLDV 483c), y lo hace sin ningún temor a lo que su interlocutor o el
aunque no idéntica en su presentación, a la que esboza Trasímaco en el libro I de la
14
el desarrollo del diálogo, en el que aparece, de hecho, como una suerte de /HLWPRWLY. Sobre este aspecto,
Como ha sido enfatizado en la literatura, el motivo de la vergüenza es importante para comprender
238 HWSDVVLP, Kobusch (1978) y Race (1978-79). Véase ahora también Kobusch (1996) p. 50-53. En este
ahora ampliamente reconocido, han llamado la atención, de diferentes modos, Dodds (1959) p. 11, 227,
sentido, se ha sostenido que en el tratamiento del *RUJLDV va implícita una crítica de Platón a la moral de
la vergüenza en su forma tradicional ateniense y a la consecuente actitud generalizada de hipocresía.
Véase Dodds (1959) p. 11 y 227. Dodds apela aquí a la categoría antropológica de ‘cultura de la
vergüenza’ (VKDPHFXOWXUH) para caracterizar la moral popular de la época en Atenas. Sin ambargo, como
veremos enseguida, en la pintura platónica de Calicles va involucrada también una crítica a lo que,
jugando con las palabras, podría llamarse la ‘cultura de la desvergüenza’, correspondiente a la actitud
carente de todo tipo de prejuicio encarnada por Calicles. Para la temática vinculada con la ‘cultura de la
vergüenza’ y la posterior transición a una ‘cultura de la culpabilidad’ (JXLOWFXOWXUH) en Grecia clásica
véase Dodds (1959a) cap. II.
12
IV.
La tesis así esbozada acerca del carácter básico de la orientación compartida hacia la
verdad para la posibilidad de un diálogo genuinamente cooperativo resulta esencial para
erístico, tal como éste aparece delineado en el texto del *RUJLDV El contraste entre la
comprender el alcance del contraste entre el diálogo socrático y el (pseudo)diálogo
nombre de la WpFKQH practicada por Gorgias, señala que Polo está evidentemente mejor
en que Polo evita responder de modo concreto a Querefonte la pregunta acerca del
preparado para la retórica que para el diálogo como tal (cf. 448d: UKHWRULNp ±
GLDOpJHVWKDL). En rigor, con este contraste inicial queda ya preanunciado el camino
dificultoso por el que necesariamente deberá transitar un diálogo en el cual, por una
parte, el tema central es precisamente la retórica y, por otra, los interlocutores con
quienes se dialoga son personas que se caracterizan justamente por su identificación con
dicho arte, en la medida en que se presentan como profesionales dedicados a su cultivo.
Si el contraste con la actitud genuinamente dialógica es esencial a la actitud retórica
15
crítica al QyPRV y su defensa del derecho natural del más fuerte: los sentimientos de vergüenza, que son
En este sentido, la actitud de rechazo a la vergüenza de Calicles se conecta de modo directo con su
ellos mismos ya signos de debilidad, muestran la sujeción a los patrones evaluativos propios del QyPRV
impuesto por la mayoría, pues la vergüenza surge allí donde el sujeto constata en sí mismo y frente a los
otros una divergencia respecto de lo que es tenido en general por aceptable. Véase Kobusch (1996) p. 51
s.
16
Dicho de otro modo: si la decisión por una actitud inicial de veracidad, entendida como la
disposición a decir lo que realmente se piensa sin falsearlo, está fundada exclusivamente en razones de
tipo estratégico con vistas al objetivo final de no ser refutado en el diálogo, entonces no se ve por qué
razón dicha actitud inicial de veracidad habría de ser mantenida, allí donde en determinado momento el
dejar ser veraz, sea con respecto a algún punto particular o bien en general.
curso de la discusión mostrara que el modo más eficaz para evitar ser refutado consiste justamente en
13
misma, entonces no resulta sino natural que un diálogo VREUH la retórica FRQ quienes se
autoidentifican como sus cultores tenga que ser necesariamente un diálogo accidentado,
en el cual la discusión en torno al objeto temático del diálogo plantee, al mismo tiempo,
la necesidad de reflexionar expresamente acerca del procedimiento a seguir en el
díalogo mismo y, de modo más general, acerca de los objetivos, la estructura y las
condiciones del juego dialógico como tal. En tal sentido, no resulta casual y sí muy
significativo el hecho de que en el curso de la discusión con cada uno de sus diferentes
interlocutores a lo largo del diálogo Sócrates crea necesario introducir momentos de
reflexión expresa sobre las condiciones, la estructura y la finalidad del diálogo como tal,
y ello precisamente allí donde, por diversos motivos, la discusión amenaza con fracasar
y no poder seguir adelante.
El primero de esos momentos de reflexión expresa tiene lugar en la conversación con
Gorgias, más concretamente, en el pasaje 457c-458c. Aquí, antes de introducir un
argumento destinado a refutar la posición expuesta previamente por su interlocutor,
Sócrates intenta lograr un acuerdo con éste acerca de la finalidad del diálogo mismo y
del papel que en él juega o debe jugar la refutación como tal. Sócrates contrasta allí la
actitud de aquellos que ingresan al diálogo movidos exclusivamente por el deseo de
diferencia en la actitud inicial frente al objetivo último del diálogo se conecta de modo
inmediato también una diferencia crucial de actitud respecto del papel de la verdad y de
la refutación en el diálogo como tal. La orientación hacia el objeto del diálogo es, en
definitiva, una consecuencia de una orientación básica hacia la verdad, y en el marco de
dicha orientación hacia la verdad la refutación adquiere inmediatemente una virtualidad
positiva, de modo que no queda restringida a una función puramente crítico-destructiva:
desde la perspectiva de aquel que reconoce en la verdad el bien último que está en juego
en el diálogo, el error se presenta necesariamente como el peor mal (NDNRPHJtVWRX),
dentro del espacio de juego del diálogo, un mal del cual, en caso de padecerlo, aspira a
ser liberado en y a través del diálogo mismo. Supuesta la posibilidad de encontrarse en
el error, la refutación aparece así como el remedio que permite liberar al alma de aquel
mal que, a juicio de Sócrates, es el peor de sus males y fuente última incluso de todo
vicio o mal moral, a saber, el error y la ignorancia (cf. 458a-b).17
De esta reinterpretación de la función de la refutación, basada en la asunción de la
orientación hacia la verdad como objetivo último del diálogo y en el reconocimiento de
la posibilidad del error,18 se siguen importantes consecuencias para la estructura interna
17
La identificación de la virtud con el conocimiento y del vicio con la ignoracia provee, como es
sabido, uno de los puntos de partida básicos de la ética socrática. Para una lúcida y accesible
18
La referencia a la suposición de la posibilidad del error no debe verse como secundaria o accesoria
en este contexto. Por el contrario, una de las lecciones fundamentales que Platón extrajo del craso
contraste entre la actitud socrática, cristalizada en el motivo de la conciencia de la propia ignorancia como
forma específica de la sabiduría humana, por un lado, y el abuso por parte de ciertos sofistas de la tesis
eleática acerca de la imposibilidad de decir lo que no es, reintrepretada en términos de la imposibilidad de
decir lo falso y así de errar, por el otro, consistió precisamente en el reconocimiento de la necesidad de
hacer lugar a la posibilidad de fenómenos como el error, el (auto)engaño y la apariencia. Como es sabido,
protagónico tanto en la recepción crítica del eleatismo (cf. 6RILVWD) como en el desarrollo de una
tal reconocimiento adquiere una importancia central en el Platón maduro, como lo muestra su papel
‘HSLVWHPH’ (cf. 5HS~EOLFD) e incluso, de otro modo, en la crítica a posiciones del tipo del naturalismo
concepción ontológica y epistemologica basada en las oposiciones ‘apariencia’-‘realidad’ y ‘GR[D’-
extremo y el convencionalismo extremo en el ámbito de la filosofía del lenguaje (cf. &UiWLOR). Pero el
14
del diálogo cooperativo como tal. El juego de oposición entre tesis y antítesis, que
provee la matriz interna del diálogo crítico, presenta, en un primer nivel de análisis,
necesariamente la estructura de un juego de suma cero, en la medida en que si las
posiciones confrontadas están formuladas de un modo suficientemente preciso y
adecuado, no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo, y en la medida en que, por
ello mismo, alguno de los interlocutores deberá distanciarse de la posición asumida
originalmente, allí donde ésta quede en evidencia como falsa o infundada. Sin embargo,
y aquí se ve el punto central de la lección de Sócrates, este hecho no debe llevar al
engaño de suponer que el diálogo mismo, en el cual tiene lugar dicho juego de
oposición y el proceso de discusión crítica de las posiciones confrontadas, deba tener él
mismo necesariamente la índole de un juego de suma cero. Que el diálogo resulte ser
efectivamente un juego de suma cero o bien un juego de suma positiva no depende de la
estructura interna de oposición antitética propia del examen crítico como tal, sino más
bien, como enfatiza Sócrates, de la actitud que se adopte en cada caso con respecto al
objetivo último del diálogo y de la concepción del bien en la que en cada caso se apoya
la opción por el diálogo. La implicación de la posición esbozada por Sócrates es que
sólo una concepción del bien en la cual la orientación hacia la verdad juega un papel
central puede proveer el marco requerido para un diálogo genuino, que no se transforme
en el curso del proceso de discusión crítica en un pseudo-diálogo confrontacional, al
modo de las disputas erísticas.
Este punto resulta esencial para el contraste entre el diálogo socrático y el
(pseudo)diálogo erístico, y Sócrates lo retoma expresamente en el marco de la discusión
con Calicles, en la cual se encuentra el tercer y último momento de reflexión expresa
sobre el problema del diálogo. Por razones temáticas, me refiero ahora a este tercer
momento, antes de comentar el segundo, que aparece antes en el texto platónico, a
saber, en el curso de la discusión con Polo. He anticipado ya que en determinado
momento de la conversación con Sócrates Calicles retira, de hecho, su cooperación
como interlocutor, a pesar de la declaración inicial de su intención de ser veraz. Al
comprobar este cambio de actitud, Sócrates retoma expresamente en el texto el motivo
del contraste entre las dos actitudes iniciales básicas frente al diálogo ya mencionadas
en la discusión con Gorgias, a saber, la de aquellos que buscan la victoria y la de
aquellos que buscan la verdad sobre el asunto en cuestión. Sócrates redescribe ahora el
contraste así formulado, a través de una reinterpretación de la noción de victoria, que
había sido introducida sin mayores precisiones y sin ser sometida a cuestionamiento en
el pasaje precedente. Sócrates enfatiza ahora que la única victoria que debería buscarse
en el diálogo es precisamente aquella que consiste en obtener el conocimiento que
permite distinguir qué es verdadero y qué falso con referencia al tema puesto en
discusión (cf. 505e-506c). Esta reinterpretación de la noción de victoria pone de relieve
su dependencia respecto de una determinada concepción del bien, implícita o explicita-
mente asumida, toda vez que se habla de éxito y fracaso, de victoria y derrota: para
quien se orienta a partir de una concepción en la cual el bien del alma es el conocimien-
to y su peor mal el error y la ignorancia, dicho de otro modo, para quien se orienta a
diagnóstico básico que lleva a él aparece ya claramente esbozado en el período temprano, en el marco de
la confrontación con la sofística. Véase a este respecto el desarrollo de una sofisticada versión del
es en (XWLGHPR 283e-284c. De este modo, Platón da claras muestras de haber comprendido muy
argumento que mostraría la imposibilidad de decir lo falso a partir de la imposibilidad de decir lo que no
tempranamente que las nociones de ‘verdad’ y ‘saber’ o ‘conocimiento’ sólo pueden retener su potencial
crítico, allí donde aparecen contrastadas con las nociones opuestas de ‘falsedad’ y ‘error’ o ‘ignorancia’,
respectivamente.
15
partir de una concepción del bien en la cual la verdad ocupa una posición central, la vic-
toria o la derrota, el éxito o el fracaso de sus empeños quedan definidos, en último tér-
mino, por referencia al objetivo de la verdad misma. Bajo tales supuestos, ser refutado
no equivale simplemente a ser vencido, pues para quien se encuentra en el error el peor
mal no es ser refutado, sino justamente no serlo y persistir así en dicho estado.
Estas conexiones aparecen claramente tematizadas en el pasaje de reflexión sobre el
diálogo incluido en la conversación con Polo. Este pasaje, que he reservado para el
final, es especialmente importante, pues a partir del contraste antes señalado Sócrates
extrae aquí algunas consecuencias específicas respecto de la estructura del diálogo
cooperativo como tal, por oposición a la del diálogo no-cooperativo en algunas de sus
variantes más nítidas (cf. 471e-472d). En tal sentido, Sócrates muestra que un
genuino, pues no es realmente un diálogo FRQel interlocutor sino FRQWUD él, es decir, es
(pesudo)diálogo motivado por el simple deseo de vencer al interlocutor no es un diálogo
aparecer como dueñas de la razón y, con ello, como vencedoras frente a una WHUFHUD
caracteriza a la situación forense, en la cual hay dos partes enfrentadas que buscan
SROOR~V) a los que acude Polo,19 Sócrates presenta, en cambio, su propia concepción del
interlocutor, visto como un adversario. Frente a la multitud de ‘testigos’ (PiUW\UDV
más corriente, al poner en boca de Calicles, al modo de un vaticinio H[ SRVW IDFWXP, un presagio de
notable expresividad dramática, Platón acentúa el contraste de la actitud de Sócrates respecto de la actitud
aquello que el lector del *RUJLDV sabe que fue la suerte que finalmente debió correr Sócrates.
16
algún tipo de acuerdo (cf. 472b: KRPRORJ{, KRPRORJRQWD) con el interlocutor. Dicho
acuerdo no tiene, desde luego, por qué ser necesariamente un acuerdo definitivo de
contenido con referencia al asunto en discusión, sino que muy bien puede ser un
acuerdo situado en un nivel de reflexión diferente, en el cual, por ejemplo, ambos
interlocutores logran precisar el verdadero alcance de sus diferencias respecto del
asunto en cuestión, si es el caso que no se ha logrado dar con argumentos decisivamente
convincentes en favor o en contra de algunas de las posiciones defendidas. Pero
independientemente de ello, siendo el acuerdo con el interlocutor el objetivo propio del
diálogo cooperativo, la apelación a otras instancias que pudieran cumplir la función de
dirimir la disputa apoyando a alguna de las partes carece aquí realmente de sentido,
pues no garantiza en modo alguno el logro de dicho acuerdo y, con ello, no garantiza
tampoco por sí sola ningún avance en la consecución del objetivo último del diálogo,
que no es otro que el conocimiento de la verdad sobre el asunto en discusión (cf. 472b-
c).21 En la perspectiva abierta por la orientación básica hacia la verdad, la dimensión
dialógica aparece, en este preciso sentido, como ineludible, pues la función
eminentemente crítica del juego dialógico no puede ser delegada en ninguna otra
instancia ajena al diálogo mismo.
V.
21
Para que la apelación a terceras instancias sirviera al objetivo del diálogo dichas instancias externas
al diálogo mismo deberían ser incorporadas a éste en calidad de interlocutores, cuyas posiciones fueran
sometidas al mismo tipo de examen crítico que las del resto de las partes. Dicho de otro modo, el tipo de
acuerdo que resulta relevante para un diálogo cooperativo orientado hacia al objetivo del hallazgo de la
verdad es aquel que resulta obtenido por vía dialógica, ya que es ésta la única vía que provee el marco y
los medios adecuados para el test crítico de las posiciones en discusión, en un contexto en el cual operan
pretensiones de validez intersubjetiva. Recuérdese, en este sentido, la alabanza de Sócrates a la veracidad
de Calicles como garantía de la solidez de los acuerdos que pudieran ser alcanzados con él.
17
22
Formulada en estos términos, la descripción proporcionada se aplica más naturalmente al caso del
‘dar por verdadero lo falso’ que al caso contrario de ‘dar por falso lo verdadero’. Pero, más allá de eso, no
hay aquí un verdadero problema, ya que 1) es posible dar una descripción análoga para este último caso
que recalque la presencia de un componente de autoengaño también en él, y, además, 2) en otro nivel de
análisis el segundo tipo de caso puede ser redescripto, sin mayores dificultades, en términos del primero:
si alguien da por falsa la proposición verdadera ‘p’, desde el punto de vista lógico, su caso puede
describirse también diciendo que da por verdadera la proposición falsa que afirma que ‘p’ es falsa.
18
Barcelona. Y está en mejores condiciones para ello, porque ahora VDEH TXHQRVDEH cuál
monolíticamente instalado en la creencia errónea de que la capital de Francia es
es la capital de Francia, mientras que antes creía saberlo. Con este simple ejemplo puede
advertirse el alcance de la tesis socrática según la cual el primer paso en la obtención de
genuino saber reside habitualmente en el reconocimiento del error y la ignorancia como
tales.
Si el error puede ser reconocido como tal sólo por el camino del autodistanciamiento
en el sentido explicado, entonces resulta comprensible que el juego dialógico, en la
medida en que abre un espacio de reflexión crítica en el cual se pone a prueba las
propias asunciones y creencias a través de la confrontación con las del interlocutor,
provea un ámbito de experiencia privilegiado, allí donde se trata de hacer posible la
superación del autoengaño. La reflexión crítica en la que, a través de la mediación del
otro presente como interlocutor en el diálogo, el sujeto vuelve de modo consciente y
distanciado sobre sus propias creencias abre una posibilidad privilegiada de hacer tal
experiencia de autodistanciamiento, imprescindible como paso preparatorio en el
camino a la eventual obtención de genuino conocimiento. El test intersubjetivo de
creencias en el espacio del diálogo aparece así como un medio privilegiado para la
formación de la conciencia crítica, sin la cual no es posible el genuino saber. Esta
función insustituible del autodistanciamiento reflexivo posibilitado por la mediación de
la segunda persona en el diálogo, tal como la releva la concepción socrática del diálogo
crítico, parece ser también uno de los aspectos básicos que pretende capturar la
determinación platónica del pensar como un diálogo del alma consigo misma.
y el bien aparente, que es uno de los temas centrales del *RUJLDV. En uno de los pasajes
como tal con la concepción socrático-platónica en torno a la distinción entre el bien real
para poder salir del autoengaño, ya que no puede ser reprendido ni castigado por nadie.
Frente a esto, Sócrates opone su propia concepción del bien real del agente: siendo la
justicia el bien real del alma, Sócrates sostiene que hacer injusticia es peor que
padecerla y que, si se ha cometido injusticia, escapar del castigo es peor que ser
castigado, pues quien, siendo injusto, permanece impune no tiene realmente buenas
oportunidades de escapar al autoengaño que le hace tomar por su propio bien aquello
que justamente más lo daña, como es la propia injusticia (cf. 466a-474b).23
Aunque Platón no lo establece de modo directo en el texto, esta concepción del bien
real del agente y, en particular, la justificación pedagógica del castigo vinculada con ella
guardan una estrecha conexión con la concepción del diálogo crítico antes esbozada y,
en particular, con el papel positivo reconocido dentro de ella al momento de la
refutación: también en el caso del diálogo crítico, supuesto que el sujeto se encuentre en
el error, el peor escenario posible para el propio sujeto no consiste en ser refutado, sino
precisamente en escapar a la refutación, pues en ese caso el sujeto queda condenado a
persistir en el error y el autoengaño. El sofista, el retórico y, en general, todo aquel que
sea realmente un experto en el manejo de técnicas destinadas a refutar al interlocutor y
evitar ser refutado por él, con independencia de la verdad o falsedad de los puntos de
vista confrontados en el diálogo, se encuentra, en este sentido, en una situación análoga
a la del tirano, pues cuanto más hábil sea para escapar de cualquier modo a la
posibilidad de ser refutado, tanto más expuesto quedará, por eso mismo, al peligro de
persistir en el error y el autoengaño y, con ello, en la ignorancia, que es el verdadero
mal del alma.
Por este lado se advierte también la presencia de una paradoja estructural que
caracteriza a los fenómenos de autoengaño, al menos, en el ámbito propio de la
dimensión dialógica. Por su propia estructura y su carácter auto-ocultante, el
autoengaño es de naturaleza tal que, encubriéndose a sí mismo, tiende así por sí mismo
a perpetuarse. Sólo la mediación de algún tipo de experiencia de oposición y conflicto,
sea en el contexto del juego dialógico o bien con independencia de él, abre aquí la
posibilidad del autodistanciamiento que permite salir del autoengaño como tal. Sin
embargo, en el caso concreto del contexto dialógico, esto produce una cierta paradoja
vinculada con la decisión original por el diálogo mismo, pues si, por un lado, la
mediación dialógica resulta imprescindible para poder superar el autoengaño y si, por
otro, la decisión original por el diálogo está presupuesta ella misma de antemano en la
propia constitución del juego dialógico como tal, ¿de dónde podrá surgir dicha decisión
original, en el supuesto de que el agente esté realmente autoengañado respecto de su
propio bien? ¿No topa aquí con un límite interno infranqueable todo intento radical de
fundamentación dialógica de la posibilidad del diálogo? Dicho de otro modo, ¿no
supone ya la opción misma por el diálogo una superación –al menos, relativa– del
autoengaño respecto del propio bien, superación que, sin embargo, debería ser
posibilitada recién por el juego dialógico mismo? A diferencia del tirano cuyo poder se
sitúa como tal siempre ya fuera de la esfera dialógica, pero que puede también ser
derrocado por la fuerza, el sofista no puede ser dialógicamente forzado a optar de modo
genuino por el diálogo, sino que la posibilidad de forzarlo a adoptar una actitud
genuinamente dialógica sólo puede ser realizada, en el mejor de los casos, ya en el
espacio de juego del diálogo mismo. La decisión originaria por el diálogo genuino es,
sin embargo, un paso que el sofista por sí mismo no estará nunca dispuesto a dar
23
Para un análisis más detallado de los argumentos desarrollados en el texto véase el comentario en
Irwin (1979) p. 137 ss.
20
3) En conexión con lo observado, hay que llamar la atención sobre una consecuencia
que, si bien puede ir más allá de lo que Platón mismo ha avistado expresamente como
implicaciones de su concepción, viene directamente sugerida por los rasgos básicos de
ella. La referencia a la paradoja vinculada con la posibilidad de la superación dialógica
del autoengaño pone de manifiesto la necesaria presencia de un componente
irreductiblemente hermenéutico en toda concepción dialógica del pensar, en el sentido
preciso de que todo modelo de fundamentación dialógica, si aspira a ser consciente de
sus propios límites, debería partir siempre ya de la asunción expresa del hecho de que
no hay algo así como un punto cero desde el cual pudiera instaurarse, de modo
originario y sin presupuestos no dialógicos, el espacio de juego del diálogo mismo. El
diálogo, si ha de ser un diálogo genuino y no una mera apariencia de diálogo que
crítico, presupone siempre ya, en su misma posibilidad, la opción por un cierto HWKRV, un
encubre la oposición irreductible de posiciones sustraídas de antemano al examen
el *RUJLDV
mi juicio, una parte importante de la lección que deriva del lúcido examen platónico en
21
5HIHUHQFLDV
+HUPHQXWLN, 1ra. edición, Tübingen 1960; citado por la paginación de la 5ta. edición
ampliada y revisada de 1985, reproducida con correcciones en*HVDPPHOWH:HUNH
Bd. 1, Tübingen 1990.
Gadamer, H.-G. (1968), “Klassische und philosophische Hermeneutik” en Gadamer
(1986) p. 92-117.
Gadamer, H.-G. (1970), “Wie weit schreibt die Sprache das Denken vor?” en Gadamer
(1986) p. 199-206.
Gadamer, H.-G. (1983), “Text und Interpretation” en Gadamer (1986) p. 330-360.
Gadamer, H.-G. (1985), “Zwischen Phänomenologie und Dialektik” en: Gadarmer