HIST. FILOSOFÍA TEMA 6

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TEMA 6: DESCARTES

ANTECEDENTES
El Renacimiento, que transcurre entre los siglos XV y XVI, representa una ruptura con el
pasado medieval y contribuye decisivamente a la nueva imagen del universo y del ser
humano que forjará la modernidad, en la que se desarrolla ya la nueva ciencia y la filosofía
cartesiana.
La ciencia moderna se inició con una revolución en la astronomía, por obra de Copérnico y
de Kepler. Copérnico (1473–1543) estaba convencido de que el universo debía estar regido
por leyes matemáticas simples formando una unidad armónica y sistemática, regida por
movimientos circulares y uniformes. El modelo antiguo, el ptolemaico, por el contrario, era
complicado y nada sistemático. Copérnico sostuvo la idea del heliocentrismo.
Este cambio de modelo exigió un replanteamiento de la física, lo que inició Galileo y
completó Newton con la formulación de los principios que englobaron bajo un mismo
sistema explicativo tanto las leyes del movimiento planetario como las del movimiento
terrestre.

CONTEXTO HISTÓRICO Y FILOSÓFICO


Con el siglo XVII se entra ya en la Modernidad. El movimiento moderno mirará hacia el
futuro, confiará en la ciencia naciente (Copérnico, Kepler, Galileo y Newton) y en la nueva
visión del universo y de la razón en que se fundamenta.

En el ámbito histórico, Europa se dividía entre los países católicos (en el sur) y los
protestantes (en el norte). Lo más característico del siglo fue el intento de las monarquías
autoritarias de convertirse en absolutas. Otros estados, en cambio, como Inglaterra ya
acabaron el siglo bajo sistemas parlamentarios.

Con la nueva ciencia, la Tierra pasa a ser un astro más, y el ser humano no tiene ninguna
posición privilegiada; deja de ser el centro del cosmos y de la creación. El universo es una
máquina regida por leyes inflexibles.

La filosofía académica seguía dominada por el aristotelismo escolástico, frente al desarrollo


de la ciencia moderna. La nueva filosofía debía ir acorde con la ciencia y ser elaborada por
una razón autónoma, sin que interfiera en ella ni la tradición, ni la fe, ni el poder. La razón
será el criterio de conocimiento y la guía de toda la actividad humana. La nueva filosofía,
frente a la medieval, debía hacer un uso sistemático de un nuevo método que permitiese
ampliar el conocimiento. La base de la nueva filosofía debía ser la misma
que la de la ciencia: la experiencia y la razón.

Racionalismo y empirismo son dos filosofías de los siglos XVII-XVIII que surgieron como
respuesta al reto de la revolución científica. Difieren en el hecho de que el primero intenta
fundamentar la ciencia en una metafísica y subraya el aspecto formal, deductivo y
matemático de la ciencia, mientras que el segundo se centra en el análisis del conocimiento
y destaca su génesis en la experiencia. Con todo, ambos coinciden en el hecho de que
centran la reflexión sobre el conocimiento y sus posibilidades, y consideran que el
conocimiento no es de cosas, sino de ideas. Para los racionalistas, sin embargo, hay ideas
innatas, mientras que para los empiristas no las hay.

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EL RACIONALISMO
El racionalismo es la corriente filosófica del siglo XVII -Descartes, Spinoza y Leibniz- que
afirma que el conocimiento humano puede construirse deductivamente a partir de ciertas
ideas y principios innatos que el entendimiento humano posee por sí mismo con
independencia de la experiencia sensible.
En el racionalismo se cumplen por primera vez dos de los rasgos fundamentales de la
Modernidad: la autonomía de la razón y la presencia de la ciencia moderna

6.1. EL CONOCIMIENTO Y LA REALIDAD


6.1.1. EL MÉTODO
La ciencia avanza por tener un método, algo que no tenía la filosofía. Por esto mismo,
Descartes, influenciado por el nuevo método científico, propone que la filosofía adopte un
método riguroso como el de las matemáticas, que da resultados precisos e indubitables.
Para Descartes lo fundamental es buscar un conocimiento cierto y seguro, por lo que
buscará un método que nos ayude a modo de guía a razonar.

Frente al escepticismo de la época, Descartes está convencido de que existe la verdad y


que la razón humana es capaz de alcanzarla por sí misma. De ahí que la razón cartesiana
sea una razón autónoma.

El método consiste en un conjunto de reglas que permiten usar del modo más
adecuado las dos operaciones fundamentales del espíritu que son, según Descartes, la
intuición y la deducción. La intuición es el conocimiento de las ideas simples que surgen de
la propia razón de forma clara y distinta, cuya verdad es evidente e indudable; y la
deducción es el conocimiento de una sucesión de intuiciones de las ideas simples y de las
conexiones que la razón descubre entre ellas para llegar a verdades complejas.

Las reglas que propone Descartes tienen las ventajas de la lógica y las matemáticas.
1. Regla de la evidencia. Esta regla exige aceptar solo lo que se presente con total claridad
y distinción, y poner entre paréntesis todo aquel conocimiento sobre el que sea posible la
más pequeña duda. Se trata de llegar a evidencias claras y distintas.
2. Regla del análisis o resolución. Hay que dividir las ideas complejas o los problemas en
sus componentes o ideas simples para poderlos solucionar.
3. Regla de la síntesis. Deben reorganizarse todos los pensamientos, empezando por los
más sencillos que ha dado el análisis, y reestructurar todo el edificio del conocimiento desde
lo simple a lo complejo siguiendo un orden en la búsqueda de la verdad.
4. Regla de la enumeración. Es necesario revisar los pasos dados en la investigación para
asegurarse que todos son correctos y están justificados

6.1.2. LA APLICACIÓN DEL MÉTODO, LA DUDA CARTESIANA


La aplicación del método a la filosofía lleva a Descartes a la “DUDA METÓDICA”. Se
propone dudar de todo conocimiento que no sea totalmente evidente. Se trata pues de una
exigencia del método: no dar nada por verdadero mientras exista la más mínima duda, con
el fin de ver si alcanza alguna verdad indubitable.

Los tres niveles de la duda, de radicalidad creciente, son los siguientes:


1. Duda de los datos de los sentidos. Estos nos engañan algunas veces y no disponemos
de un criterio que nos permita saber cuándo nos engañan y cuándo no. En consecuencia,

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es prudente dudar de la información que recibimos a través de los sentidos. Como el mundo
lo percibimos por los sentidos, la duda afecta a la existencia del mundo, de mi cuerpo.
2. Duda de la imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia. Descartes nos dice que a
menudo se nos presentan en los sueños las mismas cosas que cuando estamos despiertos.
Puesto que no existe un criterio de distinción totalmente evidente, y a veces también los
confundimos, podemos también poner en duda la existencia del mundo externo, pues quizá
sea sólo un producto de nuestros sueños.
3. Duda de las verdades matemáticas. Descartes introduce un argumento para poder dudar
de las matemáticas, la hipótesis del genio maligno: podría existir un genio maligno que nos
confunde haciéndonos creer que algo es verdadero cuando realmente es falso. Es una duda
sobre la propia razón humana.

Sin embargo, mientras pensamos que todo es falso, ya hallamos la primera verdad
indubitable: “que dudo” y si dudo, es que existo, el “cogito ergo sum”.

6.2. LA METAFÍSICA
6.2.1. LA PRIMERA VERDAD: EL YO PIENSO
Con la aplicación del método, parece que desembocamos en el escepticismo: ni los
sentidos, ni las ciencias empíricas ni las matemáticas parecen garantizar el fundamento
sólido a nuestro saber. Sin embargo, puedo dudar de todo, con una sola excepción: soy
alguien que duda y que piensa; aunque pueda ser falso todo lo que pienso, es indudable el
hecho de que yo lo pienso y, también, que para pensar hace falta existir. De ahí Descartes
concluye la primera verdad indudable: “Pienso, luego existo” (Cogito, ergo sum).

La existencia del yo como sujeto de pensamiento constituye una evidencia inmediata que se
impone a la mente; tiene un carácter intuitivo, dado que el hecho de pensar implica por sí
mismo la existencia del yo.
Por tanto, “el yo es una sustancia, cuya esencia o naturaleza no es otra que pensar”. Soy
una “res cogitans” (una cosa que piensa). De momento sólo eso, pues del cuerpo, debido a
que es percibido por los sentidos, no tengo constancia de su existencia, de nada que exista
fuera de mí.

El yo pensante es una idea indudable porque se presenta en mi mente de un modo


evidente. De este modo Descartes obtiene, junto con la primera verdad, el criterio de verdad
y certeza que le permitirá contrastar las otras posibles verdades que descubra.

En el pensar de esta primera verdad hallamos los objetos de pensamiento, es decir, ideas.
El problema de Descartes consistirá, a partir de este momento, en intentar salir del
solipsismo que representa el yo cerrado en sus ideas.
Según Descartes hay que distinguir primero un sujeto de conocimiento que piensa las ideas,
después unas ideas, que son los objetos en la mente del sujeto; y en tercer lugar, aquello a
lo que se refieren las ideas. Para Descartes, el sujeto y las ideas son indudables, sólo los
objetos de las ideas son problemáticos.
Unas se nos presentan objetivamente más reales que otras. Desde este punto de vista
podemos distinguir tres tipos de ideas:
●​ Adventicias: ideas que “parecen” provenir de nuestra experiencia externa, como por
ejemplo, el ser humano.

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●​ Facticias: Son las ideas que construimos nosotros combinando otras ideas en la
imaginación, ej: centauro.
●​ Innatas. Son las ideas que hallamos en nosotros como fruto de la propia naturaleza
del entendimiento. Por ejemplo, la idea de infinito.

6.2.2. LA SEGUNDA VERDAD: LA EXISTENCIA DE DIOS


Hay un grupo de ideas que propone Descartes que están simplemente en la mente pero
que no vienen de fuera, ni las creo yo. Son, por tanto, innatas: por ejemplo, la idea de Dios,
la de "un ser perfecto e infinito".
Descartes justificando la presencia de esas ideas innatas, da tres pruebas de la existencia
de Dios:

1.​ Argumento de la infinitud. Entre las ideas innatas del yo, está la idea de infinitud.
Esta idea es efecto de alguna causa, pero no ha podido venir de mí que soy finito.
Es decir, una sustancia infinita (Dios) ha de haberla producido en mí.
2.​ Argumento de la causalidad. (segunda vía de Tomás de Aquino) La idea de infinito
(Dios) no puede haber tenido como causa a un ser finito. Por tanto, esa idea de
infinito debe ser causada por un ser a su vez infinito (Dios).
3.​ Argumento ontológico. Al analizar la idea de Dios, idea de un ser perfecto, lleva
implícita necesariamente la existencia real. Es decir, la idea de Dios es la de
perfección, y un Dios que no existe no es perfecto. La razón humana no es capaz de
pensar en Dios sino como existente.

Como consecuencia de estas reflexiones, Descartes cree que hay que concluir que el yo no
es la única realidad existente, sino que existe otro ser: Dios “res infinita”.

6.2.3. LA TERCERA VERDAD: LA EXISTENCIA DEL MUNDO


La demostración de Dios y su veracidad garantizan y refuerzan el criterio de verdad. Si Dios
es bueno, no puede inducirme a error, no puede permitir que me engañe cuando tengo
ideas claras y distintas. ¿Cómo se produce el error, si no procede de Dios? El hombre está
dotado de inteligencia –que es finita- y de voluntad –que es infinita- el error se produce
cuando la voluntad se precipita y va más allá de la inteligencia, y no se atiene a los límites
de ésta –dicho popular: estirar más el brazo que la manga- (Veo venir a alguien de lejos, y
me confundo por no esperar a confirmar a que esté cerca). El error no es culpa de Dios

En efecto, Dios, que me ha creado racional, no puede hacer que me engañe cuando hago
un uso adecuado de la razón: no hay posibilidad de error en las ideas que son evidentes.
Como Dios no me puede engañar, queda descartada la hipótesis del genio maligno, por lo
que puedo estar seguro de las verdades matemáticas como juicios que cumplen
adecuadamente el criterio de certeza. Probará también que el mundo exterior (incluido su
propio cuerpo) existe, pues Dios no podría permitir una inclinación tan natural y poderosa a
creer en la realidad de todo esto si no fuera porque es verdad. Del mismo modo demuestra
Descartes la verdad de la existencia de otras mentes distintas a la suya (salida del
solipsismo).
Tenemos así recobrada la totalidad de la realidad, aunque bien es verdad que la naturaleza
del mundo externo a la mente no será exactamente la que proporcionan los sentidos.

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La existencia de Dios sirve a Descartes de punto de apoyo para demostrar la existencia del
mundo corpóreo, la realidad material “res extensa” (tercera sustancia). Los sentidos no me
engañan siempre, pero es que además ya tengo un método –las cuatro reglas- que si las
sigo escrupulosamente, evito el error.

En cuanto a la relación de mi libertad con Dios, dice Descartes que aunque Dios sepa lo
que voy a hacer (es omnisapiente), no determina mi voluntad por saberlo.

6.2.4. LA ONTOLOGÍA CARTESIANA: LA SUSTANCIA, ATRIBUTOS Y MODOS


El ejercicio de la duda metódica, lleva a Descartes a delimitar tres ámbitos de la realidad: el
yo “res cogitans”, Dios “res infinita” y el mundo externo “res extensa”. Descartes y el
racionalismo interpretan el mundo como sustancia. Descartes definirá “sustancia” como todo
aquello que existe independientemente de cualquier otro ser, por ello sólo Dios sería
sustancia en sentido estricto pues es el único que no necesita una causa ajena a sí mismo
para existir al ser necesario. Sin embargo, como la extensa (la realidad exterior) y la
pensante (el cogito) son independientes entre ellas también pueden ser consideradas
sustancias. Por tanto, dirá que existe una sustancia increada, Dios, y dos creadas: yo y el
mundo.

●​ Dios es una sustancia (res infinita), eterna, inmutable, independiente, omnisciente es


una entidad perfecta y creadora.
●​ El yo es una sustancia (res cogitans) cuya esencia consiste en pensar, es un alma
totalmente diferente al cuerpo, es una mente, una razón, es creada, imperfecta y
finita. El atributo del yo es el pensamiento: es una cosa que piensa y se manifiesta
en un conjunto de modos: dudar, conocer, sentir, etc.
●​ El mundo es una sustancia (res extensa) imperfecta y finita, creada y, por tanto,
dependiente. El mundo, al igual que el cuerpo, se define por el atributo de la
extensión. Posee también un conjunto de modos: la magnitud, la figura, el
movimiento, la duración y la situación, lo que Galileo había llamado propiedades
objetivas y Locke llamó primarias, existen sólo en el sujeto.

6.3. EL HOMBRE
Descartes defiende un dualismo antropológico, es decir, en el ser humano hay dos tipos de
sustancias distintas. Por un lado el cuerpo, que se caracteriza por la extensión (res
extensa). Actúa como una máquina y no puede comportarse de forma libre. Por otro lado, el
alma, que se caracteriza por el pensamiento (res cogitans). Es inmortal, actúa de forma libre
y debe gobernar a esa misma máquina.
Descartes identifica el desarrollo de la perfección del alma con el desarrollo de la libertad.
La libertad se consigue con el dominio y guía de los deseos y pasiones que surgen del
cuerpo pues entonces es cuando el sujeto no se encuentra dominado por la sustancia
extensa sino que gobierna en él su cogito siendo, por tanto, auténticamente libre. La libertad
es así concebida como la realización por la voluntad de lo que propone el entendimiento
como bueno y verdadero.

Sobre las dos sustancias mencionadas, Descartes sostuvo el interaccionismo, es decir, la


teoría de que en el hombre las dos sustancias podían influirse mutuamente. El alma influye
al cuerpo a través de la voluntad, y el cuerpo al alma comunicándole las sensaciones y la

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información obtenida por medio de los sentidos. Ésta comunicación entre las dos sustancias
según Descartes, se produce en la glándula pineal, que es donde reside el alma.

En cuanto a la relación de mi libertad con Dios, dice Descartes que aunque Dios sepa lo
que voy a hacer (es omnisapiente), no determina mi voluntad por saberlo.

6.4. LA MORAL CARTESIANA


Según Descartes, las pasiones “por su naturaleza son todas buenas”, pero pueden
subyugar fácilmente al ser humano. Por eso es necesario que la razón guíe la conducta
humana. Quien es amo y señor de las pasiones o afectos es la persona prudente, que sigue
las ideas claras y distintas en el ámbito de la acción y la conducta.

Descartes quería fundamentar racionalmente los preceptos morales. Sin embargo, primero
había de construir el edificio del saber, cuya culminación sería la ética. Esboza una moral
provisional mientras intenta obtener conocimientos seguros.

En el Discurso, aunque hace afirmaciones intelectualistas, Descartes se percata de que el


ser humano está muy limitado en el conocimiento moral, y afirma que no se puede tener la
misma exigencia que en el saber teórico. En éste, se exige evidencia: en la conducta moral,
sólo la verosimilitud. Las máximas de la moral provisional, que son transitorias, son:

●​ Obedecer las leyes y las costumbres del propio país, y seguir las opiniones más
moderadas evitando excesos.
●​ Mostrarse firmes y decidir en la acción una vez se ha elegido una alternativa.
●​ Intentar cambiar los propios deseos y propósitos antes que el orden del mundo.
●​ Debemos “ejecutar todo lo que la razón nos aconseje sin que las pasiones o los
apetitos nos aparten de ello”.

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