En estas excursiones acompañábalo invariablemente su hijastra Rosalía, una mozuela de doce años que por lo blanco de la piel, rubios cabellos y ojos claros de un azul desteñido, la morena y tiznada chiquillería de la mina apellidada la “gringa”.
La mozuela, que estaba embebecida cuando llegó este apuro, gozando una fortísima embestida, pensó un medio seguro para que la función no se dejase ni a su galán la tía allí encontrase; montó en él ensartada, tapándole su cuerpo y puesta en popa, mientras la tía, de jeringa armada, llegó a la cama, levantó la ropa por un ladito y, como mejor pudo, enfiló el ojo del rollizo escudo.
Como mejor se pudo, y a fe que bien lo hicieron, después rezando fueron por los tíos, hermanos y parientes lejanos de que se fue acordando la mozuela, y en fin sólo un abuelo faltaba de tan larga parentela que conducir al Cielo.
Este don Lope, que espanto De las cortesanas era, Su oro gastaba en secreto Pródigamente con ellas, Y a pesar de su faz torva, De su voz ronca y severa, Y de su amor a las leyes Y timorata conciencia, Se le bailaban los ojos Al dar con una mozuela Morenilla y vivaracha, Desenfadada y resuelta; Y como hiciese su encuentro Por alguna callejuela Excusada y solitaria, Fingiendo tomar las señas De cualquier casa, tendía Por el embozo tras ella Los encandilados ojos, ¡Y qué cintura!, ¡qué pierna!
Unos decían: ¡Dios te bendiga la muchacha!. Otros: ¡Lástima es que esta
mozuela sea gitana! En verdad, en verdad, que merecía ser hija de un gran señor .
Miguel de Cervantes Saavedra
En aquel momento se oyó un grito, de angustia, y la mozuela que servía a Carmen apareció en el comedor con el semblante pálido y los ojos fuera de las órbitas.
Nada, nada, desde hoy es usted mi candidato. –Tanto honor, señora... –Sí; hay que hacer entrar en razón a esta mozuela. Ella no es mala, sabe usted, pero caprichosa...
Siendo el padre Ulloa prior del convento del Cuzco, sus enemigos sorprendieron en su celda a una
mozuela, a la que, según diz que resultó del proceso, habían pagado para que se prestase a tamaño escándalo.
Ricardo Palma
Érase una muchacha con mil sales, con una cara de a cien mil reales, como así me la quiero, más peinada y pulida que un barbero; y en esto que llamamos garabato la gente de buen trato tenía la mozuela gran donaire; pudiera ser poeta por el aire.
Lo primero que me chocó en aquella que denominaré mujer fue su elevadísima talla y la anchura de sus descarnados hombros; luego, la redondez y fijeza de sus marchitos ojos de búho, la enormidad de su saliente nariz y la gran mella central de su dentadura, que convertía su boca en una especie de oscuro agujero, y, por último, su traje de
mozuela del Avapiés, el pañolito nuevo de algodón que llevaba a la cabeza, atado debajo de la barba, y un diminuto abanico abierto que tenía en la mano, y con el cual se cubría, afectando pudor, el centro del talle.
Pedro Antonio de Alarcón
Augusto entró en su casa llena la cabeza de cuanto había oído a don Avito y a Víctor. A penas se acordaba ya ni de Eugenia ni de la hipoteca liberada, ni de la mozuela de la planchadora.
Pues como digo, yendo días, y viniendo días, la pupilera, que tenía pulgas, soltó la taravilla, y dixo rasamente, que ella era muger de sangre en el ojo, y que con ella no había chancharrasmancharas, que anduviese con pie de plomo, y la barba sobre el hombro, porque de manos á boca haria de hecho. La mozuela, que era sacudida, casi casi estuvo para enbedijarse con ella, y levantar una cantera de todos los diablos.