Rehusé asistir a la fiesta que dio ayer por temor al gentío, pero me comprometí a ir hoy; por esta me ves tan engalanado. Me he compuesto mucho para ir a casa de un guapo mozo.
Cuando se hubo ido el mozo, llenó las copas el señor Pepe cerrando los ojos para probar su maestría como escanciador y sin que se derramara una gota al hacerlo, y después de entregarle una a cada uno de sus amigos, exclamó levantando la suya y contemplando al trasluz su contenido que brillaba como un topacio: -Por ustedes, caballeros.
-Sí que era un mozo de chipé -dijo el viejo; y tras dedicar un breve suspiro a la memoria del difunto, continuó: -Pos bien, el de la Jalapa, que era un róa de cuerpo entero y con un corazón más grande que el Martinete, vivía, cuasi como si estuviera jaciéndolo como manda Dios y la Santa Madre Iglesia, con Rosario la Paloma, una gachí de veinte abriles a la que no se la podía mirar dos minutos seguíos sin que se le descompusieran a uno toitos los resortes der corazón, por cuya gachí sentíase el señor Toño, no obstante sus cincuenta y pico y su miajita de panza, capaz de jacer más primores que una monja y más ruío que toito un campanario.
Y cuando ya nuestros dos amigos hubieron dado fin a las dos citadas traicioneras, con más de una propina que hubo de agregarles el mozo, dejó Paco escapar un suspiro y exclamó con expresión melancólica: -Por esto no me gusta a mí beber, señor Cristóbal; porque a mí el vino to se me vuelve tristeza y puñalás que me peguen.
-Pos, señó -continuó el señor Curro, después de detenerse un punto para paladear una copa que acababa de ofrecerle el Tulipa-, el Niño, ya arrematao el tratillo que le había llevao a Gaucín, encomenzó un día a tallarse cuatro púas en la posá del Tomillares, y lo que pasa, que se puso a medias con el Carilargo de Utrera y arremataron por montar un tenderete, y como el Niño cuando se puée ganar honradamente la vía tirándole el pego al lucero de la tarde se la gana, y como en eso de tirar el pego, dicho sea sin ánimo de agraviarle, es el mozo to un catedrático, pos es naturá, a las dos semanas de haberse establecío tenían el Carilargo y él pa mercar dos cortijos en la vega.
-Ni elante ni etrás de la Rosario, que es mucho mozo, compadre, pero que mucho mozo, el mozo con quien yo me he trompezao en la ventana de esa pícara mujer a la que conocí por mí malilla fortuna.
-Pos lo que ha conseguío además de aliviarse de eso amargo que tú dices, es que por fin ese velero tire el ancla en su bahía, porque ahora la Dolores está con él que echa más chispas que una fogata por lo del jabeque en el perfil y con razón, porque ahora toito el mundo al verla creerá lo que no es, que es una de las de ciento en boca, y además, ahora el Carambuco, al que tan de malas jechuras le ha jecho su hombre lo que le ha jecho, le parecerá a ella siete mil millones de veces mejor y más güen mozo...
Y de tal modo hubo de decir esto el mozo, que comprendió el Niño que no tenía más remedio que jacer lo que el de Pujerra le dicía si no quería que le mojara los carrillos, y como esto no lo podía consentir, pos mete mano el hombre a un pistolón que más parecía un trabuco naranjero, y le dice al Chiquito, sin que se le múe tan siquiera la voz y más fresco que una horchata: -Pos tire usté ya, y jaga usté bien la puntería, porque si me marra usté, va usté a dir, der primero que yo le tire, a visitar los Gaitanes.
Y pensando en su malita fortuna estaba nuestro mozo, cuando apareció en una de las puertas del ventorrillo el señor Cristóbal Heredia, uno de los decanos de los rabadanes del pueblo donde Clotilde lucía sus ardientes incentivos.
-Pos bien, ya te lo digo; la hipoteca estaba vencía y er Zamora estaba prendaíco der tó de la der Romero, la cual ya le había dicho más veces que no que abejas tié una cormena y que púas un zarzal, pero como cuando er queré se mos mete en el alma por toicos los ventanales, se nos aletarga la razón y la consencia; pos velay tú, al mozo se le gorvió negro lo blanco un día y le ijo al tío Pepe el Perejiles que si su retoño no se casaba con él, él diba a tener el gusto de ponellos a dambos al relente del camino.
Y oye tú, Pepe -añadió Paco, dirigiéndose al mozo, que con las mangas de la chamarreta arrolladas ocupábase en enjuagar copas y vasos en una de las piletas del mostrador-, a ver si nos llevas al patio dos copas y dos botellas y dos petates, por si las botellas nos jacen traición, que esas charranas son algunas veces mu malas y traicioneras.
De la taberna nunca le traje una blanca de vino, mas aquel poco que de la ofrenda había metido en su arcaz compasaba de tal forma que le turaba toda la semana, y por ocultar su gran mezquindad decíame: “Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por esto yo no me desmando como otros.” Mas el lacerado mentía falsamente, porque en cofradías y mortuorios que rezamos, a costa ajena comía como lobo y bebía mas que un saludador.