El tedio de vida tal me habría devorado, si no hallara una excelente manera de conjurarlo, pescando los dichos y hechos que, de mañana a la noche ruedan por las veredas de esta excéntrica ciudad.
Mirad cual ruedan por la cóncava urna, cual sartal de diamantes, los planetas; como el velo de virgen taciturna, luciente cauda arrastran los cometas; no de otra suerte con su luz nocturna rebullen las luciérnagas inquietas, inundando los valles y las cumbres de repentinas, vívidas vislumbres.
No se oye el dulce murmullo Del viento, que ronco brama, No brota en la seca rama Tierno y pintado capullo. No saltan serenas fuentes Por entre sutiles bocas, Que ruedan desde las rocas, En vez de arroyos, torrentes.
Entonces fingen los ojos A compás de estos rumores Mil fantásticos colores, Sombras y delirios mil; Bultos que ruedan informes, Círculos de luces bellas, Vagas y raudas centellas, Del miedo aborto febril.
Y tal vez los espíritus errantes Que arrastran rutilantes Esos soles que ruedan en la esfera, En cariñosa voz y amago blando, Te acarician pasando Al encontrarte siempre en su carrera.
Tal como las altas nubes abaten a veces el vuelo y ruedan sobre las montañas y descienden a beber en las aguas de los valles, al demonio le parecía que aquella noche, el cielo, el de los ángeles, se había humillado y se cernía al ras de tierra; y las nieblas del río y las lejanías azuladas del horizonte le parecían legiones disfrazadas de querubines.
Eso son nuestras creencias, Nuestras míseras ficciones; Eso son nuestras pasiones, Nuestra vida terrenal: Nacen, dan sombra un instante, Suenan, se mecen, se cruzan, Caen, ruedan, se desmenuzan, Y las lleva el vendaval.
Las mudas soledades egoístas agachan sus vergüenzas excitadas y sus caretas se rompen en la iglesia donde
ruedan las poses de antiguallas decantadas.
Antonio Domínguez Hidalgo
La nieve cae en copos, Sus rosas transparentes cristaliza, En la ciudad, los delicados hombros Y gargantas se abrigan;
Ruedan y van los coches, Suenan alegres pianos, el gas brilla; Y, si no hay un fogón que le caliente, El que es pobre tirita.
Rubén Darío
Dijo Brahma, y los chiquillos, dándose empellones y riéndose descompasadamente y arrojando gritos descomunales, se lanzaron en pos de nuestro globo, y éste le da por aquí, el otro le hurga por allá... Desde entonces ruedan con él por el ciclo, para asombro de los otros mundos y desesperación de sus habitantes.
Los bucles de oro, embriagados y henchidos de la savia primera, ruedan sobre las mejillas olorosas; los ojos, bañados de húmedo amanecer, entreabren su curiosidad amante; las bocas inmaculadas ensayan la sonrisa y el beso; el alma en capullo no sabe aún la crueldad ajena ni la propia; la carne resplandece de una sagrada claridad.
Esas hojas amarillas Que ayer nos prestaron sombra, Ni aun las querrá por alfombra El tornasolado Abril; Míralas, madre, cuál ruedan Entre la arena perdidas, Holladas y sacudidas Por el aura más sutil.