Lecturas de Casablanca
Lecturas de Casablanca
Lecturas de Casablanca
Tres cuartos de siglo han pasado sobre ‘Casablanca’ sin lograr arrinconarla en el desván
del olvido ni agotar el juego de sus fotogramas. Tres cuartos de siglo, millones y millones
de espectadores, incontables estudios, críticas, glosarios, interpretaciones. Llegar hoy a
la película es recorrer un camino de retorno en el que inevitablemente nos detienen
como pasos fronterizos algunas de estas visiones previas. Ya no es posible la mirada
virgen sobre ‘Casablanca’. En cada una de sus secuencias se acumula una espesa capa
de lecturas y mitologías que se engarzan a los ojos de cada espectador. Estas son algunas
de ellas.
¡Tócala, Sam! La canción que unió su celebridad a la película, “As Time Goes By”, no fue
compuesta para su banda sonora, y su presencia definitiva en la película fue casi un azar.
El dramaturgo de la obra teatral original, Murray Burnett, la conocía de su paso por un
musical de 1931 que nada tenía que ver con Casablanca ni con amores parisinos. Cuando
la Warner compró los derechos de la obra, mantuvo la canción. Max Steiner, el afamado
músico al que se encargó la partitura de la película, no se ocupó de ella hasta el final del
rodaje, cuando ya se habían filmado las escenas con Dooley Wilson, el pianista (que
tampoco era pianista, sino percusionista). Quiso quitar la canción y sustituirla por una
suya, pero para ello había que volver a rodar. Para entonces Ingrid Bergman se había
cortado el pelo y estaba en el plató de ‘Por quién doblan las campanas’, así que
finalmente Max Steiner tuvo que ceder.
El hombre invisible. Hollywood 1942, política de estudios, star system, apogeo del cine
clásico. El lenguaje cinematográfico de esa etapa única, sin la que es imposible concebir
el resto de la historia de este arte, exige en primer lugar la ocultación de su poderosa
maquinaria ficcional. Transparencia es la palabra clave. Entre el espectador y el universo
de la pantalla nada se debe interponer. El objetivo final no es solo que el espectador
mire embebido, fascinado, sino que, un paso más, se incorpore a la pantalla. El ojo de la
cámara es el suyo. Es el que mira sin ser mirado. El hombre invisible es la mejor metáfora
del espectador de esa época. Cualquier escena de ‘Casablanca’, analizada con ese
patrón, entrega rápidamente la trabajada construcción de hombre invisible que
ocupamos. Entramos en el café de Rick. Vamos de mesa en mesa, husmeando. Oímos al
pianista, notamos el peligro y el miedo. Entra Ilsa. Delante de nosotros se miran, se
reconocen, el pianista contrae el gesto. Nos acercamos, nos alejamos. El fisgoneo no
cesa hasta atraparnos absolutamente. Invisibles y a la vez encadenados.
Psicoanálisis. El hombre invisible olvida su cuerpo para moverse entre los actores. Pero
ese vaciado visual no deja de lado sus raíces, sus traumas, sus deseos. Su constitución
profunda, su inconsciente. Todo ello está puesto en juego, especularmente, en los
conflictos que se dirimen en la historia de ficción. O eso afirman los que quieren
destripar el cine con la ayuda del psicoanálisis. Si ‘Casablanca’ se mantiene en alza más
allá de sus circunstancias bélicas y sus lágrimas de amor es, dicen, porque en ella se
exploran las grandes incógnitas subterráneas del hombre y de la mujer. Entre la larga
cadena de análisis psicoanalíticos que van acorralando la película, valga como muestra,
y solo muestra, este párrafo de ‘Casablanca: la cifra de Edipo’ de Jesús González
Requena: “No es difícil reconocer en ‘Casablanca’ la cifra de Edipo. De un lado, en el
paraíso original, dos amantes fundidos en la relación dual. En la fantasía imaginaria de
un universo de plenitud en el que, porque no hay heridas, no hay tampoco tiempo ni
relato posible. Pero el relato debe comenzar. Y solo puede hacerlo con la irrupción del
tercero. Aquel cuya palabra es oída y respetada pues es reconocido, por el sujeto, como
héroe, portador de la cicatriz del paso por la castración. La suya es por eso la palabra de
la Ley”.
Refugiados, 2017. Costas de África. Miles de extranjeros esperan el momento de viajar
al otro lado del mar, donde confían en encontrar acogida y un régimen de paz y libertad.
Huyen de la guerra que mata y destruye, de la persecución por ideas, raza, religión. Se
entregan a mafias que les arrebatan el dinero, con las autoridades ausentes o mirando
para otro lado. Muy pocos alcanzan la costa de enfrente, y luego allí empieza otra
terrible peripecia. Es el marco argumental de ‘Casablanca’. Ahora, también el de los
millones de refugiados sirios que desde hace años abandonan su país y son confinados
en una larga espera en Turquía, en Libia, frente al mar. Y que luego, segunda parte nunca
rodada de ‘Casablanca’, se encuentran con zancadillas húngaras, muros checos, partidos
políticos que los rechazan y denigran por toda Europa. Estados Unidos queda, a todos
los efectos, demasiado lejos.
Jorge Praga