Y si después de haber tenido estos conocimientos antes de nacer y de haberlos perdido después de haber nacido, volvemos a poseer esa ciencia anterior gracias al ministerio de nuestros sentidos, que es lo que llamamos aprender, ¿no será eso recuperar la ciencia que tuvimos y no podremos con razón llamarlo recordar?
Entrambos ejemplos nos enseñan a despreciar las injurias y contumelias, a quien podemos llamar sombras y apariencias de injurias; para cuyo desprecio no es necesario que el varón sea sabio, basta que sea advertido, y que pueda hacer examen, preguntándose si lo que le sucede es por culpa suya o sin ella; porque si tiene culpa, no es agravio sino castigo; y si no la tiene, la vergüenza queda en quien hace la injuria. ¿Qué cosa es ésta a que llamamos contumelia?
«Cada día pasan por delante de nuestros ojos los entierros de personas conocidas y no conocidas, y nosotros, divertidos en otras cosas, llamamos repentino lo que toda la vida se nos están intimando.» Según esto, no es culpable el rigor de los hados, sino la malicia del humano entendimiento que, insaciable de todas las cosas, siente salir de la posesión a que fue admitida por voluntad.
Ves, pues, que después de morir el hombre, su parte visible, el cuerpo, que permanece expuesto ante nuestros ojos y que llamamos el cadáver, no sufre, sin embargo, al principio ninguno de estos accidentes y hasta permanece intacto durante algún tiempo y se conserva bastante, si el muerto era hermoso y estaba en la flor de la edad; los cuerpos que se embalsaman, como en Egipto, duran casi enteros un número increíble de años.
Tales eran los nombres de nuestras primeras madres, padres. Solamente construidos, solamente formados; no tuvieron madres, no tuvieron padres; nosotros les llamamos simplemente Varones.
Se necesita nada menos que un hombre de genio, mi querido amigo, para decidir en última apelación y de una manera general, si algo de lo que existe ha recibido de la naturaleza la propiedad de referirse a sí mismo, refiriéndose toda cosa a otra cosa; o bien si entre los objetos unos tienen este poder y otros no; y en fin, en el caso de que algunos pudiesen referirse a sí mismos, si la ciencia que llamamos sabiduría estaría en este caso.
Suelen los niños dar golpes en la cara a sus padres, y muchas veces desgreñan y arrancan los cabellos a sus madres, escúpenlas, descúbrenlas en presencia de otros y dícenlas palabras libres, y a ninguna acción de estas llamamos contumelia.
No puse lugar determinado para estos golpes: por cualquiera está dispuesto a aquello que llamamos morir, que es cuando se despide el alma del cuerpo: es cosa tan breve que no puede conocer su velocidad, ora sea apretando un nudo a la garganta, ora impidiendo el agua la respiración, ora la dureza del suelo rompa la cabeza de los que caen, o las comidas brasas corten el curso del espíritu que vuelve atrás.
En el transcurso de la investigación y el debate deberíamos definir lo que llamamos tradición demoliberal, describir su progresiva gestación, distinguir los elementos que la componen, las variables ideológicas, nacionales, e inclusive coyunturales de su historia, sus representantes intelectuales e institucionales, su interacción con la creación cultural, literaria e historiográfica.
Esto es, Sócrates, lo que podríamos responder a estas razones, si alguno pretendiera que nuestra alma, no siendo más que una mezcla de las cualidades del cuerpo, perece la primera en lo que llamamos la muerte.
Refiriéndose al cubano Zayas, escribía Manuel Belgrano en 1801: “Es natural de la Habana y por costumbre nos llamamos paisanos los americanos aunque seamos de distintas regiones”.
Y todo lo que se puede inferir de ello es que puede durar mucho tiempo y que estaba en alguna parte antes que nosotros, durante siglos casi infinitos; que durante ese tiempo ha podido conocer y hacer muchas cosas sin ser por esto más inmortal; que, al contrario, el primer momento de su venida al cuerpo ha sido quizá el principio de su pérdida y como una enfermedad que se prolonga en las angustias y debilidades de esta vida y que acaba por lo que llamamos la muerte.