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Theomai

ISSN: 1666-2830
ISSN: 1515-6443
theomai@unq.edu.ar
Red Internacional de Estudios sobre Sociedad, Naturaleza
y Desarrollo
Argentina

Rodríguez Enríquez, Corina


Trabajo de cuidados y trabajo asalariado: desarmando nudos de reproducción de desigualdad 1
Theomai, núm. 39, 2019, pp. 78-99
Red Internacional de Estudios sobre Sociedad, Naturaleza y Desarrollo
Argentina

Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=12466126006

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Issn: 1515-6443

número 39 (primer semestre 2019) - number 39 (first semester 2019)

Revista THEOMAI / THEOMAI Journal


Estudios críticos sobre Sociedad y Desarrollo / Critical Studies about Society
and Development

Trabajo de cuidados y trabajo asalariado:


desarmando nudos de reproducción de
desigualdad1
Corina Rodríguez Enríquez2

1 Agradezco los comentarios recibidos de una de las revisiones que contribuyeron a mejorar y
completar el texto.
2
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet); Centro Interdisciplinario
para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp); Mujeres por un Desarrollo Alternativo para un
Nueva Era (DAWN).

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Resumen

El presente trabajo sistematiza los debates actuales sobre la cuestión del trabajo
y el cuidado desde una mirada feminista, recogiendo antecedentes y evidencia que dan
cuenta de cómo operan actualmente las estructuras básicas de reproducción de la
desigualdad en el mundo del trabajo. Para ello, en la primera sección se presenta una
síntesis del debate conceptual en torno a la cuestión. En la segunda, se da cuenta de los
aspectos destacados que la evidencia empírica revela en torno a la articulación entre
trabajo productivo y reproductivo y sus implicancias en términos de reproducción de la
desigualdad. En la tercera, se exponen los avances en materia de discusión, diseño e
implementación de políticas públicas que buscan atender el problema. En la última, se
presentan las conclusiones centrales y se subrayan los aspectos que se considera
debieran guiar la investigación y el debate en el campo.

Introducción

Los feminismos han expuesto extensamente como uno de sus debates centrales
la necesidad de contemplar una visión amplia del mundo del trabajo, que visibilice la
relación que existe entre cómo se organiza el trabajo de producción de bienes y servicios
con valor económico en el mercado, y el trabajo de reproducción cotidiana de la vida. Ya
en la década del ‘70, el llamado debate del trabajo doméstico expuso las implicancias
que la división sexual del trabajo en estas dos esferas tenía como obstáculo para la
emancipación de las mujeres y la reducción de las brechas de desigualdad.
Este debate, en algún sentido soslayado en las décadas de preeminencia del
llamado feminismo neoliberal3, más enfocado en la lucha por marcos normativos que
fortalecieran los derechos humanos de las mujeres, y políticas públicas que los
garantizaran, ha cobrado nuevo impulso recientemente en la región al amparo de
algunos procesos. En primer lugar, la progresiva producción de información sobre la
magnitud y características del trabajo de cuidado no remunerado, mediante la
realización de encuestas de uso del tiempo y su valorización monetaria en el marco de
los sistemas satélites de las cuentas nacionales, proceso en el cual han sido muy
influentes algunas agencias de las Naciones Unidas. En segundo lugar, la progresiva
puesta en la agenda de políticas públicas de algunos países de la región del tema de los
cuidados y la discusión sobre la forma que debieran adoptar políticas públicas en el
sector, con el caso del Sistema Nacional Integrado de Cuidados de Uruguay como faro
indiscutible. En tercer lugar, la avanzada reciente del movimiento de mujeres y
feminista, que ha revitalizado los debates históricos, al impulso de renovadas miradas,
y reintroducido en la propia agenda del movimiento los temas más “económicos”,
especialmente en el marco de la organización de los paros internacionales de mujeres.
En este contexto, cobra especial sentido retomar la discusión sobre la
interrelación entre el trabajo productivo y el trabajo reproductivo o de cuidados, y en
particular revelar la forma que adopta en los contextos actuales y cómo sigue siendo uno
de los mecanismos centrales de reproducción de desigualdad de género y socio-

3 Fraser (2017) postula la idea de neoliberalismo progresista al que el feminismo institucional de


la década del 90 habría contribuido. Sus postulados fueron debatidos por Brenner (2017). Una
versión en español de este debate puede verse en: http://www.sinpermiso.info/textos/debate-
feminista-sobre-el-neoliberalismo- progresista

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económica. El presente artículo se propone aportar a este debate desde la mirada de la


Economía Feminista, intentando contribuir reflexiones y evidencia actualizadas (para la
región y para Argentina) que permitan resaltar algunos puntos esenciales para la
producción académica, para nutrir el activismo feminista y para informar a las políticas
públicas.
Para ello, en la primera sección se presenta una síntesis del debate conceptual en
torno a la cuestión. En la segunda sección se da cuenta de los aspectos destacados que la
evidencia empírica revela en torno a la articulación entre trabajo productivo y
reproductivo y sus implicancias en términos de reproducción de la desigualdad. En la
tercera sección se exponen los avances en materia de discusión, diseño e implementación
de políticas públicas que buscan atender el problema. En la última sección se presentan
las conclusiones centrales y se subrayan los aspectos que se considera debieran guiar la
investigación y el debate en el campo.

1. El debate conceptual: el trabajo doméstico y de cuidado y el conflicto capital-


vida

La cuestión del trabajo ha estado en el centro de los debates feministas y de la


contribución que la variedad de feminismos ha hecho a la producción académica, la
discusión política y la construcción de políticas públicas.
El tema cobró especial relevancia durante los tempranos debates entre feminismo
y marxismo, con una diversidad de visiones4. Desde los aportes más radicales de las
feministas italianas hasta el debate promovido en el diálogo de la academia y el
activismo angloparlante, las posturas desarrollaron varios argumentos relevantes5: i) el
trabajo doméstico no remunerado juega un rol económico central en la producción y
reproducción de fuerza de trabajo; ii) esto deriva en un subsidio a la acumulación
capitalista, ya que mantiene el valor de la fuerza de trabajo por debajo de su costo de
reproducción; iii) la necesidad del capital de incorporar fuerza de trabajo de las mujeres
deriva en un debilitamiento del modelo estricto de hombre proveedor y mujer
cuidadora, pero mantiene la subordinación económica de las mujeres a través de los
procesos de segregación laboral y la persistente brecha de género en los ingresos
laborales; iv) la contribución del trabajo doméstico a la generación de valor económico
debiera reconocerse, valorarse y retribuirse.
Los procesos políticos y económicos que dominaron las décadas de los 80’s y 90’s
también afectaron los debates feministas, que se fueron alejando de estos registros más
sistémicos, concentrándose por el contrario en modos de avanzar una agenda de
fortalecimiento de los derechos de las mujeres en el marco de las relaciones económicas
y sociales predominantes. Así, los estudios de género y el propio desarrollo de la
Economía Feminista6 consolidaron nociones conceptuales útiles para abordar el
problema del trabajo de las mujeres, de las implicancias de la división sexual del trabajo,
de las brechas de género en el mercado laboral, y de la manera en que la sociedad
resuelve el trabajo cotidiano de reproducción de la vida.

4 Para un recorrido de estos debates históricos ver Gardiner (1997).


5 Federici (1975, 1982) y Dalla Costa (1983) pueden considerarse aportes ejemplares de esta
corriente, posteriormente revisitados por Picchio (1992). Hartmann (1979, 1981) sintetizan la
visión en el debate en Estados Unidos.
6 Para una síntesis de los aportes de la economía feminista ver Rodríguez Enríquez (2017).

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En América Latina, en particular, se fue fortaleciendo la noción de economía del


cuidado para dar cuenta de este proceso interrelacionado de producción de bienes y
reproducción de la vida, en el cual se delimitan las condiciones del trabajo de las mujeres.
Este concepto justamente busca rescatar aquellos debates históricos de los feminismos y
ponerlos en un registro que permita captar la dimensión económica del cuidado,
vinculándolo con la capacidad (o dificultad) de que las mujeres gocen de autonomía
económica, y a su vez, dando cuenta del rol que cumple en el funcionamiento
económico7.
En este debate el concepto de cuidado se asocia a las actividades indispensables
para satisfacer las necesidades básicas de la existencia y reproducción de las personas,
brindándoles los elementos físicos y simbólicos que les permiten vivir en sociedad.
Incluye el autocuidado, el cuidado directo de otras personas (la actividad interpersonal
de cuidado), la provisión de las precondiciones en que se realiza el cuidado (la limpieza
de la casa, la compra y preparación de alimentos) y la gestión del cuidado (coordinar
horarios, realizar traslados a centros educativos y a otras instituciones de cuidado,
supervisar el trabajo de la cuidadora remunerada, entre otros). Desde esta visión, el
cuidado permite atender las necesidades de las personas dependientes, por su edad o
por sus condiciones físicas y/o mentales (niños y niñas, personas mayores, enfermas o
con alguna discapacidad) y también de las personas que podrían auto-proveerse dicho
cuidado (Rodríguez Enríquez, 2005; Esquivel, 2011; ELA, 2012; Pautassi y Zibecchi,
2013).
En el marco de nuestras sociedades, el cuidado se resuelve a través de un
entramado de relaciones que conforman la organización social del cuidado (OSC). La
misma se refiere a la manera en que inter-relacionadamente los hogares, el Estado, el
mercado y las organizaciones comunitarias, producen y distribuyen cuidado. En la
misma línea, Pérez Orozco (2007) sugiere hablar de redes de cuidado aludiendo a los
encadenamientos múltiples y no lineales que se dan entre los actores que participan en
el cuidado, los escenarios en los cuáles esto sucede, las interrelaciones que establecen
entre sí y, en consecuencia, lo densa o débil que resulta la red de cuidados. Esta red de
cuidados es dinámica, está en movimiento, cambia y, por ese mismo motivo, puede ser
transformada.
Si bien América Latina es una región con fuertes heterogeneidades entre países,
hay una afirmación que puede generalizarse para todos los casos, y es que la OSC, en su
forma actual, es injusta y vector de reproducción de desigualdad. En efecto, la evidencia
demuestra que en la región las responsabilidades de cuidado se encuentran
desigualmente distribuidas tanto entre actores del cuidado (hogares, Estado, mercado y
comunidad), como entre varones y mujeres (Lupica, 2010; Esquivel et al, 2012; Marco y
Rico, 2013; Rodríguez Enríquez y Pautassi, 2014; Vega y Gutiérrez Rodríguez, 2014). El
trabajo de cuidado es asumido mayormente por los hogares y, dentro de los hogares,
por las mujeres, la participación del Estado es insuficiente y complementaria, el mercado
interviene de manera muy estratificada y la comunidad de modo residual.
Esto deviene de la concurrencia simultánea de una serie diversa de factores. El
primero es la persistencia de la división sexual del trabajo, expresión de las relaciones
de género en el mundo del trabajo. Aún con sus cambios paulatinos, esta división del
trabajo sigue concentrando a las mujeres en el trabajo de cuidado y en ciertas
ocupaciones de producción de bienes y servicios (servicios sociales, trabajo doméstico

7 En la caracterización que continúa sigo a Rodríguez Enríquez (2018).

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remunerado, salud, comercio) y a los varones en otras (construcción, producción de


energía, minería, manufactura).
En segundo lugar, relacionado con lo anterior, la injusta distribución de las
responsabilidades de cuidado se vincula con la naturalización de la capacidad de las
mujeres para cuidar. Esto sucede cuando se considera que la capacidad biológica
exclusiva de las mujeres de gestar, parir y amamantar las dota de capacidades superiores
que los hombres, para otros aspectos del cuidado (como higienizar a los niños y niñas o
a las personas mayores, preparar la comida, limpiar la casa, organizar las diversas
actividades de cuidado necesarias en un hogar). Lejos de ser una capacidad natural, la
especialización de las mujeres en el cuidado es una construcción social, que se sostiene
en estereotipos de género y valoraciones culturales reproducidas por diversos
mecanismos como la educación, los contenidos de las publicidades y otras piezas de
comunicación, la tradición, las prácticas domésticas cotidianas, las religiones, las
instituciones.
Un tercer factor explicativo se encuentra en los recorridos históricos de los
Regímenes de Bienestar. En América Latina estos se conformaron considerando al
cuidado como responsabilidad principal de los hogares (y dentro de ellos, de las
mujeres) lo que reforzó la actual distribución de la OSC. Así, la participación del Estado
quedó reservada para aspectos muy específicos (por caso la educación escolar) o como
complemento de los hogares allí cuando las situaciones particulares así lo ameritan (por
ejemplo, la provisión de servicios de cuidado infantil para hogares en situación de
vulnerabilidad económica).
Finalmente, en América Latina, la región con peores indicadores de igualdad del
planeta, la experiencia socio-económicamente estratificada de la organización del
cuidado es otra fuente de injusticia. La disponibilidad de arreglos de cuidado de los
hogares depende de su posición en la estructura económica y social. Los hogares con
mayores recursos económicos pueden elegir entre una variedad de combinación de
trabajo no remunerado, cuidado mercantil y servicios de cuidado públicos de calidad.
Por el contrario, los hogares con escasos recursos, que habitualmente enfrentan además
mayores cargas de cuidado, con frecuencia sólo disponen de escasos servicios públicos
de cuidado (muchas veces de mala calidad), eventualmente arreglos comunitarios y
mayormente el trabajo no remunerado de las mujeres (madres, pero tambien abuelas,
hijas mayores, etc.).
Así, las mujeres de hogares con mayores recursos pueden derivar con mayor
facilidad las responsabilidades de cuidado y liberar tiempo propio utilizable para
generar recursos adicionales, lo que fortalece su situación aventajada. Por el contrario,
la inmensa mayoría de mujeres en hogares de menores recursos deben destinar mucho
más de su propio tiempo al trabajo de cuidado no remunerado, restrigiendo sus
posibilidades de participación económica, limitando sus chances de generar recursos y
profundizando así su situación de desventaja. Más aún, estas distintas posibilidades de
las mujeres en el marco de la OSC van conformando lo que podemos definir como
cadenas de cuidado, a lo largo de las cuales las mujeres van derivándose
responsabilidades de cuidado entre ellas. De las mujeres con mayores recursos, a las
mujeres con menos alternativas, que encuentran en el trabajo doméstico y de cuidado
remunerado una posibilidad de acceder a un ingreso, derivando parcialmente sus
propias responsabilidades de cuidado a otras mujeres en su entorno familiar.
Estas cadenas pueden incluso asumir un carácter trasnacional que se verifica
cuando parte de la demanda de cuidado es atendida por personas trabajadoras
migrantes (Pérez Orozco, 2007). En las experiencias de la región sucede con frecuencia

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que las personas que migran y se ocupan en actividades de cuidado (mayoritariamente


mujeres) dejan en sus países de origen hijos e hijas u otras personas dependientes, cuyo
cuidado es entonces atendido por otras personas, vinculadas con redes de parentesco
(abuelas, tías, cuñadas, hermanas mayores) o de proximidad (vecinas, amigas). Se
conforman así cadenas globales de cuidado. Los eslabones de la cadena tienen distinto
grado de fortaleza y la experiencia de cuidado (recibido y dado) se ve de este modo
determinada y atravesada por condiciones de vida desiguales. En este sentido, en su
dimensión trasnacional, la OSC agudiza su rol como vector de desigualdad8.
Por último, la injusticia de la OSC también se verifica en las pobres condiciones
laborales de quienes realizan tareas domésticas y de cuidado de manera remunerada. Si
bien los marcos normativos en la región se vienen fortaleciendo desde la sanción del
Convenio 189 de la OIT9, en la práctica el empleo en este sector de actividad sigue
teniendo niveles superlativos de precariedad, que incluyen bajas remuneraciones, poca
registración y como consecuencia, débil protección social. Adicionalmente, y por sus
propias caracterísitcas es un sector que cuenta con bajo grado de sindicalización y
organización para exigir la garantía de derechos laborales, a lo que se suma que en
muchos países quienes se ocupan en estas actividades son mujeres migrantes, lo que
adiciona a la precariedad laboral, su condición vulnerable en función del status
migratorio.
La precariedad de los arreglos de cuidado en el marco de esta injusta OSC se
articula con la discriminación de género en el mercado laboral, para dar cuenta de una
experiencia de las mujeres e identidades feminizadas en el mundo del trabajo
caracterizada por la diversidad de situaciones, pero en muchos casos por la sobre-
explotación, la poca valorización, la precariedad y el bajo reconocimiento social.
Conjugar la dimensiones productiva y reproductiva, remunerada y no remunerada del
trabajo, implica desafiar las nociones más arraigadas sobre el conflicto central de las
sociedades capitalistas. Al entendimiento central que el conflicto se establece entre el
capital y el trabajo (mercantil), algunas miradas desde la Economía Feminista proponen
que el conflicto central es entre el capital y la vida (Pérez Orozco, 2014). Porque no se
trata solamente de una acumulación capitalista que sobre-explota el trabajo asalariado.
Sino también de un sistema sustentado en el trabajo invisibilizado de las mujeres, que
sigue siendo la garantía de la sostenibilidad de la vida. Exponer esta concepción amplia
del conflicto social, implica pensar también en sentido expandido las estrategias para su
superación. Sin dudas un campo esencial de una estrategia transformadora reside en las
políticas públicas. Pero las mismas deben ser revisadas permanentemente en su
potencial de cambio. Como veremos en las próximas secciones, no se trata solamente de
visibilizar y atender las brechas de desigualdad de género en el mundo del trabajo. Se
trata de transformar las raíces estructurales de un mundo que sobrevive porque las
mujeres lo cuidan.

8Como ilustración, Sanchís y Rodríguez Enríquez (2011) analizan el caso de la cadena global de
cuidado que funciona en el corredor migratorio Paraguay – Argentina.
9 El Convenio 189 trata sobre el trabajo decente para las trabajadoras y los trabajadores

domésticos. Fue sancionado en el año 2011. A medida que los países lo van ratificando, se vuelve
necesario alinear las normativas nacionales con los compromisos asumidos en dicha ratificación.
En el caso de Argentina, la norma que regula el trabajo en casas particulares fue sancionada poco
antes del Convenio de la OIT y significó en las normas una casi equiparación de las condiciones
de trabajo en el empleo doméstico con el resto del empleo en el sector privado.

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2. El trabajo de cuidados, el trabajo asalariado y la reproducción de la


desigualdad

Una de las revoluciones silenciosas del siglo XX en América Latina ha sido el


crecimiento constante y persistente de la participación laboral de las mujeres. Este hecho
sobresaliente sucedió juntamente con transformaciones en las dinámicas demográficas
y un progreso general en la participación de las mujeres en distintos órdenes de la vida
(política, social, artístico, científico, intelectual, etc.).
El informe regional de ONU Mujeres (2017) da cuenta de los progresos notorios
que ocurrieron en América Latina en relación con la participación económica de las
mujeres. Estos progresos, sin embargo, han sido lentos y desiguales, se están
desacelerando, y en muchos casos han sido más formales (en los marcos normativos e
institucionales) que reales. Asimismo, a pesar de los avances, se verifica la persistencia
de brechas significativas de desigualad de género, así como también, de brechas
existentes entre las propias mujeres.
Por ejemplo, tomando información de la OIT, ONU Mujeres (2017) señala que la
brecha en la tasa de participación en el mercado laboral para el conjunto de los países de
la región se redujo entre 1992 y 2014 de 42,2 a 28,3 puntos porcentuales. Si bien la baja es
muy significativa, la diferencia también lo sigue siendo, llegando la tasa de participación
de las mujeres a sólo 56,4%. Más preocupante aún resulta que esta reducción se ha ido
desacelerando y de hecho la tasa de actividad de las mujeres prácticamente se estancó
en el último quinquenio. Gasparini y Marchionni (2015) analizan información para toda
la región hasta el año 2012 y señalan que la desaceleración en el incremento de la tasa de
actividad de las mujeres se inicia en los 2000s, verificándose en todos los grupos de
mujeres, pero más notoriamente en las de los sectores económicamente más vulnerables
(con menor nivel educativo, con niños y niñas pequeños, viviendo en áreas rurales y con
parejas de bajos ingresos).
En su análisis Gasparini y Marchionni (2015) señalan que la desaceleración en la
tasa de participación de las mujeres en el mercado laboral puede deberse por un lado a
una tendencia general económica negativa que afecta los mercados laborales y por el
otro en que los cambios estructurales sectores de las economías de la región en este
período no habrían favorecido en particular la generación de empleo para las mujeres.
Pero la evidencia no resulta contundente en este sentido y la explicación sobre este
fenómeno permanece en un terreno conjetural. Los autores se inclinan por pensar que se
trata de un fenómeno coyuntural, y en parte explicado por el incremento en las
transferencias monetarias de carácter asistencial, y el efecto ingreso que tendrían en los
hogares de las mujeres que a su vez enfrentan las peores oportunidades en el mercado
laboral.
En el mismo sentido, y con información un poco más actual, ONU Mujeres (2017)
también muestra la brecha en la participación laboral de las mujeres según su estrato
socio-económico de pertenencia. Así, mientras las mujeres que viven en hogares del
quinto quintil de ingresos presentan para el conjunto de los países de la región una tasa
de actividad de 61,5% para el año 2014, el nivel de la tasa de participación de las mujeres
que viven en hogares del primer quintil apenas llega a 41,8%. Es decir, la brecha en la
participación económica de las mujeres de más ingresos y las de menos, es casi tan
significativa como la brecha general entre varones y mujeres.
La brecha de género también se constata en las manifestaciones de desequilibrio
del mercado laboral. La tasa de desempleo resulta sistemáticamente más alta para las
mujeres que para los varones en el conjunto de los países de la región. Según la

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información sistematizada por el Banco Mundial y citada por ONU Mujeres (2017), para
el año 2014 la tasa de desempleo promedio de las mujeres de la región superaba el 8%
mientras la de los varones se ubicaba por debajo del 6%. La magnitud de la brecha se
mantuvo relativamente estable desde comienzos de los 90’s.
También la brecha de género se verifica en los indicadores de informalidad
laboral. Aunque es menor y variante según los países, en la mayoría de los casos las
mujeres están sobre-representadas en el empleo asalariado no registrado, en el empleo
por cuenta propia y en el servicio doméstico (sector de actividad que cuenta con los
mayores índices de informalidad laboral).
Finalmente, en los mercados laborales de la región se siguen verificando los
fenómenos de segregación horizontal (concentración de mujeres en ocupaciones
típicamente femeninas, que habitualmente pagan menos salarios y tienen peores
condiciones laborales) y de segregación vertical (concentración de mujeres en los puestos
más bajos de la pirámide ocupacional y de los hombres en los puestos de mayor
jerarquía). La segregación vertical da lugar a los fenómenos del techo de cristal, esto es
una barrera invisible que dificulta la posibilidad de las mujeres de escalar los peldaños
más altos de la jerarquía ocupacional para ocupar puestos de decisión), de piso pegajoso
(la dificultad de simplemente empezar a subir en la escalera de las ocupaciones) y de
escaleras rotas (para referir a los múltiples obstáculos que implican que las mujeres
empiecen sus carreras laborales pero las vean interrumpidas y demoradas por múltiples
factores).
Como consecuencia de todo lo anterior, en el mercado laboral latinoamericano se
sigue verificando una brecha de género en los ingresos. Es decir, las mujeres en
promedio ganamos menos que los varones. Esto deviene mayormente de la conjunción
de una menor y peor participación de las mujeres, pero también de la simple y lisa
discriminación. Según consigna ONU Mujeres (2017) en base a datos de la Cepal, el
salario medio de las mujeres de 15 y más años de edad representaba en el año 1990 el
63,4% del salario medio de los varones y hacia el año 2014 representaba el 74,2%. Es
decir, la brecha general se redujo, pero aún se mantiene por encima de los 20 puntos
porcentuales.
Un dato interesante es que la brecha de ingresos persiste independientemente del
nivel de calificación de los trabajadores y las trabajadoras, pero que se redujo más para
los niveles de menor calificación. En efecto, tomando al nivel educativo como proxy de
la calificación para el empleo, mientras en 1990 el salario promedio de las mujeres de 15
años y más de mayor nivel educativo (13 o más años de instrucción) representaba el
65,1% del salario de los varones del mismo nivel educativo, en el año 2014 representaba
el 74,4%. Mientras tanto, en el caso de las personas de menor nivel educativo (hasta 5
años, es decir, nivel primario incompleto), el salario promedio de las mujeres pasó de
representar 58,2% en 1990 a 77,4% en 2014, es decir, una reducción mucho más
significativa de la brecha, que de hecho ahora resulta menor entre varones y mujeres
menos educados, que entre quienes tienen mayor nivel educativo.
La contracara de lo que pasa en el mercado laboral es lo que pasa con el trabajo
no remunerado. Al respecto podemos señalar que, si bien no es posible hablar de
evolución en este caso por falta de disponibilidad de información temporal, sí se puede
advertir que las mujeres dedican en promedio en la región más tiempo que los varones
al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, que por lo tanto sigue representando
uno de los principales obstáculos para la participación de las mujeres en otros órdenes
de la vida (económico, pero también político, educativo, comunitario). Tomando la
información sistematizada por Cepal de las encuestas de uso del tiempo disponibles en

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la región, se observa que las mujeres destinan en promedio 37,9 horas semanales al
trabajo no remunerado, mientras que los hombres destinan 12,710. Inversamente en
promedio los hombres destinan 41,5 horas semanales promedio al trabajo remunerado,
mientras que las mujeres destinan 19,7. En suma, las mujeres tienen en promedio
jornadas semanales de trabajo total (remunerado y no remunerado) más largas que los
varones, siendo para ellas de 57,6 horas semanales, y para ellos de 54,2. ¿Se verifican en
Argentina tendencias similares en el trabajo asalariado y en el trabajo no remunerado?

2.1. Las brechas de desigualdad de género en el mundo del trabajo en Argentina

Argentina se alinea con la tendencia general de la región en relación con el


empoderamiento económico de las mujeres a través de la participación en el mercado
laboral. Por ello aquí también se puede hablar de progresos, aunque lentos y desiguales.
En los últimos casi 30 años, la tasa de participación de las mujeres de hogares
urbanos ha crecido más de 10 puntos, pasando de 36,8% en 1990, a 48,8% en 201711. Como
la tasa de participación de los varones permaneció estable (en torno al 70%), la brecha
de participación laboral de género se redujo, aunque persiste en niveles muy altos,
superiores a los 20 puntos porcentuales.
Un dato que despierta alertas es que la evolución creciente de la participación de
las mujeres en el mercado laboral se desacelera en los últimos años y de hecho se revierte
al comienzo de la presente década, interrumpiendo la tendencia histórica, para luego
recuperar su tendencia ascendente hacia el año 2016, cuando comienzan a notarse en el
mercado laboral las consecuencias de la crisis económica de los últimos años (Ver
Gráfico 1).

10 Las encuestas de uso del tiempo se han impulsado en la región en las últimas dos décadas, a
través de dos metodologías. Por un lado, las encuestas que listan tareas e indagan si las personas
las realizan y por cuanto tiempo. Este tipo de encuestas tiene la ventaja de ser menos costoso, de
más fácil administración y más sencilla codificación. Pero en general, adolecen de la posibilidad
de captar simultaneidad en las tareas y la estimación del tiempo suele ser menos rigurosa. Por
otro lado, las encuestas del tipo diario de actividades, que van recorriendo un período de
referencia determinado (habitualmente 24 horas de un día) durante el cual las personas van
registrando o informando lo que realizan. Así se puede reconstruir con bastante exactitud el uso
del tiempo durante todo un día, incluyendo las actividades que se realizan simultáneamente. Este
tipo de encuestas suelen presentar menos sesgos que las anteriores y registrar mejor las
estimaciones de tiempo. Sin embargo, suelen ser más costosas y su calidad es altamente
dependiente de la buena capacitación de las personas que llevan adelante el relevamiento. Para
un recorrido sobre las encuestas de uso del tiempo en América Latina y algunas revisiones críticas
ver Aguirre y Ferrari (2014), Carrasco Bengoa (2016) y Esquivel et al (2008).
11 Salvo indicación en contrario, la fuente de los indicadores del mercado laboral que se utilizan

es la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC.

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Gráfico 1
Tasa de actividad. Personas de 14 años y más. Por sexo. Tercer trimestre de cada año.

75
70
65
60
55
50
45
40
2011 2012 2013 2014 2015 2016 2017 2018

Mujeres Varones

Fuente: Elaboración propia en base a información de EPH-INDEC.

Dado que simultáneamente ocurre una baja y posterior estancamiento de la tasa


de actividad de los varones, la brecha de género sigue disminuyendo. Pero en este último
tramo (el último quinquenio), esto obedece más a lo que la literatura identifica como el
comportamiento de amortiguación que el trabajo de las mujeres cumple durante las
crisis económicas, que al histórico proceso de activación de la fuerza de trabajo femenina.
Es decir, el mercado laboral argentino parecería haber marcado un techo a la
expansión de la participación laboral de las mujeres. Al respecto, Beccaria et. al. (2017)
realizan un ejercicio de indagación de los determinantes del estancamiento de la tasa de
actividad de las mujeres y concluyen que en este período podría estar influyendo el
efecto ingreso, esto es, un desincentivo a la participación laboral de las mujeres dado el
contexto de mejora en las remuneraciones y en el nivel y calidad del empleo de los
varones, aunque los resultados no son concluyentes. En este sentido, se podría inferir
que el proceso señalado deriva de la combinación de un patrón de producción que
genera poco y mal empleo (en general y para las mujeres en particular), junto con una
configuración de la OSC que todavía significa un obstáculo severo a la participación de
las mujeres (en particular, las mujeres de los estratos socio-económicos más bajos, como
veremos seguidamente)12.
La situación de agravamiento de baja en la actividad económica afecta las
condiciones laborales y el nivel de ingreso de los hogares, provocando que como parte
de las estrategias de sobrevivencia las mujeres permanezcan o incluso ingresen al
mercado laboral, para compensar la pérdida de empleo y salario de los varones. Por lo
tanto, el incremento de la tasa de actividad de las mujeres al final del período no sería

12Beccaria et al (2017) señalan que debiera profundizarse el análisis para reforzar el argumento
del efecto ingreso para el caso de las mujeres de menor escolarización, pero además indagar cuán
apropiado resulta para aquellas de nivel educativo intermedio. También sostienen que es
necesario profundizar el estudio de la hipótesis acerca de la existencia de un techo a la tasa de
actividad de las mujeres resultante de las condiciones laborales disponibles, y a las condiciones
que definen “el costo del no trabajo”.

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una señal de progreso, sino justamente de como el trabajo de las mujeres actúa para
administrar a nivel de los hogares, los impactos de la crisis económica13.
Los progresos en la participación de las mujeres en el mercado laboral se dan con
una persistencia de las brechas de género en el tipo de participación. Así, como lo
constata MTySS (2018) a partir de información de la EPH, las mujeres siguen padeciendo
de manera sistemática mayor desempleo que los varones (en el año 2017, 9,5% contra
7,3%), tienen mayor presencia relativa en la informalidad laboral (en el año 2017, 36,4%
contra 32,7%), y participan en mayor proporción en empleos a tiempo parcial (en el año
2017, 52,4% contra 25,4%).
También se siguen verificando en el mercado laboral los fenómenos de
segregación horizontal y vertical. Las mujeres se encuentran sobre-representadas en los
sectores de actividad de empleo en casas particulares (94,7% de las personas ocupadas
en el sector), enseñanza (73,3%) y servicios sociales y de salud (68,4%)14. Mientras tanto,
los hombres están sobre-representados en las tareas extractivas y de construcción
(96,8%), las actividades agrícolas (90,9%), y la manufactura (77,5%).
Simultáneamente, las mujeres están sobre-representadas en las actividades de
menor nivel de calificación: el 58,8% de las personas ocupadas en tareas sin calificación
son mujeres, y la tasa de incidencia de este tipo de ocupaciones es de 29,3% en el empleo
de las mujeres, contra 12,7% para los varones, lo que constata la existencia del llamado
“piso pegajoso” en el mercado laboral argentino. En el otro extremo de la pirámide de
las ocupaciones, también se verifica la existencia del “techo de cristal”, ya que, aunque
45% de las personas asalariadas son mujeres, éstas representan sólo el 30,1% de los
cargos de jefatura, y sólo el 31,2% de los cargos de dirección (MTySS, 2018). Como
consecuencia de todo lo anterior, en el mercado laboral argentino también se verifica la
persistencia de la brecha de género en los ingresos provenientes del trabajo, que se ubica
en la última estimación disponible en 28% (INAM, 2018).
La contracara de lo que sucede en el mundo del trabajo remunerado, es lo que
pasa en el mundo del trabajo no remunerado. Como lo presentamos conceptualmente,
no se puede entender la producción sin mirar la reproducción y es justamente en ese
entramado donde se resuelve la experiencia de vida de las mujeres en relación con el
trabajo.
En el caso de Argentina, la combinación de una heterogénea e insuficiente
cobertura de servicios de cuidado, junto con una persistente visión maternalista de los
mismos explica que, como lo muestra la Encuesta Nacional de Estructura Social (ENES
2014/15), el 80% de los niños y niñas menores de 4 años permanezcan la mayor parte
del día (entre lunes y viernes) con sus madres. Sólo el 5% permanece con sus padres y
poco más del 5% con otros familiares que no conviven con ellos (por ejemplo, las
abuelas) (Faur y Pereyra, 2018).
Esta situación impone presión sobre el tiempo de las mujeres. En Argentina no
contamos con una encuesta de uso del tiempo que nos permita conocer rigurosamente
la dedicación de las personas a las distintas actividades que realizan. Como
aproximación se puede explorar la información relevada por el módulo de trabajo no
remunerado y voluntario que se montó sobre la Encuesta Anual de Hogares Urbanos en

13 Algo similar ocurrió en el anterior período de crisis de los años 2008/09. Para un análisis del
impacto de la crisis en las brechas de género en el mercado laboral y en la situación de las mujeres
ver Espino et al (2012).
14 MTySS (2018: Gráfico 10).

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el tercer trimestre de 201315. Esta información confirma que las mujeres participamos
más en las tareas domésticas y de cuidado que los varones, y que lo hacemos
dedicándole mucho más tiempo promedio (Ver Tabla 1).

Tabla 1
Participación en y tiempo dedicado a tareas domésticas y de cuidado. Por sexo. Total
de aglomerados urbanos. Tercer trimestre de 2013.
Varones Mujeres
Tasa de Tiempo Tasa de Tiempo
participación promedio participación promedio
Quehaceres 50,9 2,4 86,6 3,9
domésticos
Apoyo escolar 6,9 1,9 19,3 2,1

Trabajo de 16,8 3,8 31,0 5,9


cuidados
Total 58,2 3,4 88,9 6,4
Fuente: Elaboración propia en base a información del Módulo de trabajo no remunerado y
voluntario de la Encuesta Anual de Hogares Urbanos – INDEC.

Cuando se analiza esta información en diálogo con características específicas de


las mujeres y varones se verifica: i) que la presencia de niños y niñas en el hogar aumenta
el trabajo doméstico y de cuidados de varones y mujeres, pero manteniendo la brecha
entre ellxs; ii) que las jornadas de trabajo no remunerado de las mujeres con niños y
niñas menores de 5 años en sus hogares son muy prolongadas, superando las 9 horas
diarias; iii) que la condición de actividad afecta levemente el trabajo no remunerado de
las mujeres (las mujeres ocupadas destinan en promedio 5,8 horas diarias al trabajo no
remunerado, mientras las no ocupadas destinan 6,8 horas), pero no en el de los hombres
(ocupados y no ocupados destinan en promedio 3,5 horas diarias al trabajo no
remunerado); iv) que las mujeres ajustan sus jornadas de trabajo para el mercado, en
función de sus jornadas de trabajo no remunerado (las mujeres que trabajan más de 61
horas semanales en el mercado, destinan 5,6 horas diarias promedio al trabajo no
remunerado, mientras que las mujeres que trabajan hasta 14 horas semanales para el
mercado, destinan 7,7 horas diarias al trabajo no remunerado), pero los hombres no
(siguen destinando más o menos 3,5 horas diarias al trabajo no remunerado,
independientemente de la intensidad de sus jornadas laborales para el mercado).
En síntesis, las responsabilidades domésticas y de cuidado y el prolongado
tiempo que las mujeres destinan a este tipo de actividades, persiste como un importante
obstáculo para su plena participación laboral en el mercado, algo que no les sucede a los
hombres.
Pero toda esta experiencia de las mujeres en relación con el mundo del trabajo
que hasta aquí se presentó en términos del promedio de las mujeres no es igual para
todas. En la vivencia del trabajo se verifica con enorme contundencia una
interseccionalidad central de nuestras sociedades, que es aquella que entrecruza el
género con la posición de las personas en la estructura social, o para decirlo en términos

15Rodríguez Enríquez (2012) presenta una discusión metodológica sobre el instrumento de


captación, así como un análisis pormenorizado de los resultados del relevamiento.

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tradicionales, entre género y clase (lo que a su vez se entrecruza con interseccionalidades
de raza, edad, residencia territorial, etc.).
El gráfico 2 muestra como la posición socio-económica de las personas se vincula
directamente con su participación en el trabajo, en un sentido positivo en relación a la
participación en el mercado laboral (mayor cuanto más alto el estrato socio-económico)
y en un sentido negativo en el caso del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado
(mayor cuanto más bajo es el estrato socio-económico). Estas diferencias operan más
marcadamente para las mujeres que para los varones en el mercado laboral, y sólo para
las mujeres en el caso de la dedicación al trabajo no remunerado.

Gráfico 2
Tasa de actividad y tiempo dedicado al trabajo doméstico no remunerado. Por sexo y
quintil de ingreso per cápita del hogar.
Tasa de Actividad (1) Trabajo doméstico y de cuidado no remunerado
(2)
100
10
80
8
60 6
40 4
20 2
0 0
Q1 Q2 Q3 Q4 Q5 Q1 Q2 Q3 Q4 Q5

Varones Mujeres Varones Mujeres

(1) En %. Total de aglomerados urbanos. 2017.


(2) Horas diarias promedio. Total de Aglomerados. 2013.
Fuente: Elaboración propia en base a EPH y EAHU – INDEC.

En efecto, la información muestra que la tasa de actividad en el mercado laboral


crece con el quintil de ingreso tanto para los varones como para las mujeres, pero más
para ellas que ellos. Como consecuencia, se pueden señalar dos elementos. Por un lado,
que la brecha de género en la participación laboral desciende con el mejoramiento en el
nivel socio-económico de las personas. Mientras la diferente entre la tasa de actividad
de varones y mujeres del primer quintil de ingresos es de 28,8 puntos porcentuales, la
misma desciende a 16,6 para varones y mujeres del quinto quintil. Por otro lado, la
brecha en la participación laboral entre las mujeres es equivalente a la brecha promedio
de género, esto es, alrededor de 20 puntos porcentuales.
Nuevamente, la contracara se encuentra en el trabajo no remunerado. Como se
ve en el gráfico 2, para los varones la dedicación al trabajo doméstico y de cuidado no
remunerado es casi indiferente el estrato económico de pertenencia: todos ellos destinan
más o menos 3,5 horas diarias a estas tareas. En cambio, a las mujeres sí les hace una
diferencia marcada en relación con su intensidad de tiempo dedicada al trabajo no
remunerado pertenecer a distintos estratos socioeconómicos. En efecto, mientras las
mujeres que pertenecen al 20% de los hogares con mejor nivel de ingresos destinan en
promedio 4,5 horas diarias al trabajo no remunerado, las mujeres que viven en los
hogares de menores ingresos destinan 8,1 horas diarias. Nuevamente, la brecha en el uso
del tiempo en actividades domésticas y de cuidado no remuneradas entre mujeres, es
equivalente a la brecha promedio de género.

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El mayor peso de las responsabilidades domésticas y de cuidado para las mujeres


de estrato socio-económico más bajo deriva de una combinación de factores que incluyen
por un lado que las demandas de cuidado que enfrenta son habitualmente mayores
(hogares con mayor número de niños y niñas; hogares extendidos donde se debe cuidar
a los niños y niñas, pero también a los mayores dependientes; mayor incidencia relativa
de personas con discapacidad), y por otro lado, y centralmente, con su mucha mayor
dificultad para acceder a servicios de cuidado. A modo ilustrativo, la información de la
Encuesta de Condiciones de Vida de Niños, Niñas y Adolescentes revela que mientras
el 52,1% de los niños y niñas de 0 a 4 años de edad que viven en hogares del quinto
quintil asisten a establecimientos educativos o de cuidados, este porcentaje se reduce a
20,7% en el caso de los niños y niñas de hogares del primer quintil de ingresos (EDS,
2013). La situación se agrava cuanto menor la edad de los niños y niñas. Como lo
muestran Faur y Pereyra (2018) a partir de información de la Encuesta Nacional de
Estructura Social (ENES), relevada en 2014/2015, para los niños y niñas de 0 a 2 años la
asistencia a jardín maternal es de 30% en los hogares del estrato socioeconómico
superior, pero se reduce a 7% en los hogares del estrato más bajo.
Esto es una manifestación empírica contundente de lo que señalábamos al inicio
como injusta OSC y vector de reproducción de desigualdad. Los frágiles y exigentes
arreglos de cuidado a los que pueden acceder las personas (particularmente las mujeres)
de los hogares de peor situación económico-social son determinantes de sus dificultades
de inserción ocupacional y por ende de la menor capacidad de generación de ingresos.
Esto redunda en una posibilidad restringida de fortalecer los arreglos de cuidado (por
ejemplo, comprando cuidado mercantil) y por ende alimenta un círculo vicioso de
reproducción de desventajas. Exactamente lo contrario les sucede a las mujeres que
viven en los hogares de estratos socio-económicos más altos.
En definitiva, hace falta una transformación sustantiva en la forma de organizar
el cuidado, que alimente posibilidades de modificar los patrones de inserción laboral de
las mujeres, como piso básico para reducir las brechas de desigualdad y desarmar los
nudos que la reproducen. Las políticas públicas deberían cumplir un rol central para que
esto suceda.

3. Las políticas públicas: esenciales para la transformación, pero… ¿suficientes?

La cuestión del cuidado ha ido ganando terreno en la discusión de política


pública en la región, con avances dispares según los países. Rico y Robles (2016) señalan
tres factores que explicarían este creciente interés, discusión e incluso implementación
de políticas para atender el problema: i) la transformación demográfica hacia sociedades
más envejecidas que van expandiendo las demandas de cuidado; ii) el reconocimiento
que la desigualdad en la distribución de las responsabilidades de cuidado impone
barreras a la participación económica de las mujeres, que a su tiempo obstaculiza la
superación de situaciones de pobreza y el mejoramiento de las condiciones de vida de la
población; iii) el reconocimiento de los riesgos que implica (y mayores costos fiscales a
futuro) la no atención con calidad suficiente de las necesidades de cuidado de la
población.
Los avances se están dando en dos niveles: i) en marcos normativos que
promuevan el reconocimiento y garantía del derecho al cuidado y sirvan de sustento al
diseño e implementación de políticas para ello, y ii) en la ampliación de la provisión de
servicios de cuidado de gestión pública, con un criterio de progresividad, foco en la
población dependiente y prioridad para los niños y las niñas.

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En materia normativa la discusión y los avances se centran en tres aspectos. El


primero es el reconocimiento del valor económico del trabajo de cuidado no remunerado
y de la necesidad de asumir el mismo desde un principio de corresponsabilidad social y
entre varones y mujeres. Así lo establecen, por ejemplo, las constituciones nacionales de
Ecuador y Bolivia, y leyes que avalan la producción de información para valorar
monetariamente el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, como es el caso de
Colombia.
En segundo lugar, se vienen promoviendo normas que obliguen a la extensión
de las licencias vinculadas con responsabilidades de cuidado, principalmente con el
nacimiento de hijos e hijas y/o sus primeros tiempos de crianza. Aquí se está transitando
un proceso de extensión de las licencias por maternidad para hacerlas cuanto menos,
equivalentes al mínimo que establece la OIT (14 semanas). Asimismo, algunos países
están avanzando más radicalmente en la extensión de las licencias por paternidad,
inexistentes o muy exiguas en la mayoría de los casos. Finalmente, la discusión avanza
sobre la necesidad de implementación de licencias parentales y familiares, que
comprenden períodos de cuidado posteriores a los inmediatos al parto, y que buscan
centralmente permitir que tanto madres como padres puedan gozar de más tiempo para
la crianza de sus hijos e hijas, así como atender otras responsabilidades familiares.
En tercer lugar, en materia normativa se viene avanzando en la mejora de la
protección de las personas que se dedican de manera remunerada a las tareas de
cuidado. Vale destacar en particular el impacto que la entrada en vigencia del Convenio
189 de la OIT está teniendo en la adaptación de las legislaciones nacionales que regulan
las relaciones laborales en el ámbito del empleo doméstico y buscan proteger los
derechos laborales de las trabajadoras de casas particulares.
En materia de provisión de servicios públicos de cuidado lo avances son menos
y más lentos. Si bien varios países han avanzado en la promoción y en algunos casos
ratificación de marcos normativos para la implementación de políticas para la primera
infancia y/o para los adultos mayores, solo Uruguay avanzó no solamente en el
establecimiento de un marco integral, sino en la implementación lenta y embrionaria de
distintos componentes de un sistema nacional integrado de cuidados.
De hecho, la experiencia uruguaya es muy aleccionadora tanto del diseño de
sistemas que puedan promover la corresponsabilidad social en el cuidado, como del
proceso y las condiciones que pueden hacerlo posible. Tal como lo resume el propio
gobierno16, el tema de los cuidados se instaló en la agenda de discusión de política
pública y posteriormente en la propia agenda de gobierno, luego de un prolongado,
sistemático, paciente y perseverante trabajo realizado por la sociedad civil y la academia,
desde la década del 90. Estos actores consiguieron visibilizar el problema de los déficits
de cuidados, de la sobrecarga del trabajo de cuidado no remunerado en las espaldas de
las mujeres, y de las consecuencias de esto para la sociedad en términos de bienestar y
desarrollo17. Desde entonces se está avanzando en la construcción de un Sistema
Nacional Integrado de Cuidados (SNIC).
Actualmente, el gobierno de Uruguay se encuentra implementando el Plan de
Acción de Cuidados 2016-2020 que busca iniciar las acciones para la construcción del
SNIC. Está enfocado en cuatro ejes: primera infancia, personas con discapacidad,

16 http://www.sistemadecuidados.gub.uy/innovaportal/v/55687/1/innova.front/el-camino-
recorrido
17 Para una descripción y análisis del proceso de promoción del sistema nacional de cuidados en

Uruguay ver Aguirre y Ferrari (2014).

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personas mayores y personas que cuidan. La estrategia se sostiene en la idea de


aprovechar en primera instancia las instituciones y prestaciones existentes,
extendiéndolas, mejorándolas, complementándolas e integrándolas, con la noción de
sistema integrado como guía.
El foco en la primera infancia está puesto en los niños y niñas de 0 a 3 años, y allí
se busca la ampliación de los servicios de cuidado, comenzando por los sectores social y
económicamente más vulnerables. Esta provisión se garantiza a través de casas
comunitarias de cuidado, los centros INAU (vinculados con el plan social CAIF), las
becas de inclusión socioeducativas, jardines de infantes, y centros de cuidado en
sindicatos y empresas.
Para las personas con discapacidad y los adultos mayores en situación de
dependencia, se prevé la provisión de teleasistencia y centros diurnos para quienes
presentan dependencia leve y moderada, y la provisión de asistentes personales en el
caso de dependencia severa, con financiamiento solidario que incluye un subsidio estatal
total o parcial.
En relación con las personas que cuidan se pretende la creación de un registro de
personas cuidadoras y la implementación de mecanismos de formación y
profesionalización en el cuidado, así como mecanismos de certificación de saberes y
experiencias existentes, adquiridas con anterioridad en la formación o en la práctica.
La experiencia uruguaya resulta claramente iluminadora y nos permite
promover un debate de política pública que ya no se referencia en países lejanos, con
niveles de desarrollo sustantivamente más alto que el nuestro, con Estados de Bienestar
robustos y otras realidades demográficas. El SNIC es un ejemplo concreto de una
experiencia realizable en un país en muchos sentidos similar al nuestro.
¿Se encuentra Argentina en una senda similar? Para comenzar, se puede afirmar
que en Argentina se comprueba la tesis de una organización social del cuidado injusta y
vector de reproducción de desigualdad. Con la escasa y dispersa información
disponible, Pautassi y Zibecchi (2013), Rodríguez Enríquez y Pautassi (2014), OIT et al
(2018) y Alonso y Marzonetto (en prensa) dan cuenta de los siguientes aspectos de la
OSC en el país: i) el mayor peso de atención del cuidado recae en los hogares, y en
particular en el trabajo no remunerado de las mujeres; ii) el acceso a servicios mercantiles
de cuidado se encuentra socialmente estratificado y por lo mismo resuelve una parte
marginal del cuidado y para un sector reducido de los hogares; iii) la provisión de
servicios de cuidado de gestión pública es insuficiente y deficitario, con serios problemas
de calidad; iv) las servicios públicos de cuidado para niños y niñas se concentran en la
oferta educativa, muy sustantiva para niños y niñas en edad escolar obligatoria (4 y más)
pero muy deficitario para niños y niñas menores; v) la oferta de servicios educativos de
gestión pública de doble jornada es marginal, lo que debilita su potencialidad para
funcionar como mecanismo de conciliación entre las responsabilidad laborales y
familiares de los hogares; vi) el otro cuerpo central de servicios de cuidado para niños y
niñas lo constituye los establecimientos de primera infancia, una modalidad de cuidado
de tipo asistencial, con déficits de infraestructura y recursos profesionales, que agudiza
la segmentación del acceso a cuidado de calidad; vii) las políticas públicas para la
atención del cuidado de personas mayores y con discapacidad dependientes son
marginales, focalizadas para hogares en situación de vulnerabilidad social, y limitadas
a transferencias monetarias y escasos servicios de atención domiciliaria, centros de día y
residencias de larga estancia, que apenas logra atender a un porción muy menor de la
demanda existente.

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Frente a los desafíos que impone esta realidad, ¿está Argentina avanzando
debate y acción para transformar la OSC? En principio podríamos afirmar que alineado
con lo que sucede en Uruguay y en otros países de la región, el tema de los cuidados y
de las brechas de género en el mercado laboral, ha permeado el debate de política
pública. Sin dudas, esto se refuerza con la efervescencia del movimiento de mujeres y
feminista, con la implosión de asuntos urgentes para dar cuenta y transformar
opresiones históricas18 y con la paulatina inclusión de temas más económicos en esta
agenda.
Los avances son por ahora más discursivos que efectivos y se encuentran
concentrados en algunos aspectos específicos de la agenda. En primer lugar, existen
múltiples proyectos legislativos que proponen atender aspectos del cuidado, en
particular ampliación de licencias y fortalecimiento de un sistema de cuidados en la
primera infancia19.
En segundo lugar, existe discusión, ejercicios de costeo y múltiples propuestas
para extender los esquemas de licencia, particularmente la licencia por paternidad. De
hecho, en los últimos meses se ha extendido la licencia por paternidad en el ámbito del
empleo público de la Ciudad de Buenos Aires y existe un proyecto de ley impulsado por
el gobierno nacional que busca lo mismo para el empleo del sector privado.
Si bien los avances en línea con ampliar la licencia para los padres o progenitores
no gestantes son positivos, preocupa que los mismos no se conciban explícitamente
como parte de la construcción de un esquema de licencias que aspire a igualar los
beneficios accesibles para gestantes y no gestantes, y tornar las licencias obligatorias e
intransferibles, como único modo de garantizar que este tipo de mecanismos no generen
discriminación en el mercado laboral. Adicionalmente, la discusión debería ampliarse a
licencias parentales y familiares.
En tercer lugar, la cuestión de los servicios de cuidado para los niños y niñas, en
particular los de menor edad, es el otro tema que más avanzó en la agenda de discusión
y que de hecho se señala desde el propio poder ejecutivo como una de las prioridades
de la gestión de gobierno. La estrategia desde la gestión actual de gobierno es avanzar
vía la ampliación de la provisión de cuidado de tipo asistencial. A través del programa
Primera Infancia, el Ministerio de Desarrollo Social busca ampliar la oferta de
Establecimientos de Primera Infancia (EPIs), que brindan atención integral, contención
y estimulación, para niños y niñas de 45 días a 4 años. Sus prestaciones incluyen
asistencia nutricional, prevención y promoción de la salud, estimulación temprana y
psicomotricidad y capacitación para educadores, madres, nutricionistas y profesionales
de esos espacios.
Lamentablemente no existe información oficial actualizada disponible que nos
permita conocer la cobertura de los EPIs, ni su distribución jurisdiccional, ni sus
características. Mucho menos, evaluaciones sobre su rendimiento. A partir de los escasos
estudios que existen sobre estas instituciones, se puede afirmar que ha habido avances

18 Sin dudas el movimiento Ni una menos representa un punto de inflexión en la movilización


social en Argentina, que iniciado a partir de casos concretos de femicidios nutrió una
movilización más amplia que impuso en la agenda la discusión del aborto legal, seguro y gratuito
y más recientemente los acosos y abusos sexuales. En el marco de este proceso también las
demandas por la autonomía económica y el desarme de los mecanismos de reproducción de la
opresión económica de las mujeres se fueron instalando, siendo los paros internacionales de
mujeres que se organizan cada 8 de marzo la manifestación más explícita.
19 Laya y Rossi (2015) realizaron una sistematización de las propuestas existentes a ese momento

que brindan un buen panorama de los temas y matices de la discusión legislativa.

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en términos de reconocimiento y consolidación de estos espacios, y que los mismos


contribuyen a mejorar la oferta de cuidado, especialmente para los niños y niñas
menores de 3 años, los más desatendidos por el sistema escolar (OIT et al, 2018).
Sin embargo, también se señalan varias limitaciones en esta provisión, que
pueden sintetizarse en las siguientes: i) importante disparidad en la calidad y el tipo de
servicios prestados, por jurisdicción y entre EPIs; ii) deficiencias de infraestructura,
espacios físicos no adecuados y materiales inapropiados; iii) precarias condiciones de
trabajo y malas condiciones salariales de los cuidadores; iv) la diversidad del recurso
humano y del carácter (público, comunitario o mixto) de los EPIs dependiendo de las
localidades; v) falta de regulación. (Repetto et al, 2014; Rozengardt, 2014; OIT et al, 2018;
Rodríguez Enríquez y Marzonetto, 2015).
En este contexto el desafío mayor en materia de organización del cuidado de
niños y niñas es avanzar hacia un esquema integrado que evite la segmentación y
fragmentación, y garantice las condiciones para que todos los hogares que deseen o
necesiten externar el cuidado de sus hijos e hijas puedan hacerlo en igualdad de
condiciones y de calidad. Para ello los esfuerzos deberían orientarse a fortalecer el
sistema educativo, en particular en el nivel de educación inicial, ampliando la cobertura,
expandiendo la oferta de establecimientos de doble jornada y contemplando
mecanismos flexibles que puedan adaptarse a las necesidades diversas de las familias.
En cuarto lugar, es imprescindible comenzar a abordar la discusión acerca de
mecanismos adecuados de cuidado para personas adultas mayores y personas con
discapacidad en situación de dependencia. La solución a estos cuidados sigue siendo
mayormente doméstica y privada, implicando arreglos de cuidado débiles, vulneración
de los derechos más básicos de la población demandante de cuidado, presión sobre el
tiempo de trabajo no remunerado de las mujeres de los hogares, y pobres condiciones
laborales de las personas cuidadoras remuneradas. La oferta pública de servicios que
atiendan esta problemática es muy débil y el debate sobre cómo fortalecerlas debiera
asumirse urgentemente.
Finalmente, en el marco de una época de expansión de la agenda de las mujeres,
el gobierno nacional ha comenzado a mostrar atención y una aparente sensibilidad a
estas problemáticas, lo que se ha visto fortalecido por la propia incorporación de los
temas de esta agenda por parte de instituciones multilaterales. De hecho, el propio
memorándum de entendimiento con el Fondo Monetario Internacional que
recientemente firmó el gobierno argentino incluye un capítulo específico referido a la
equidad de género.
Como parte de estos compromisos el gobierno ha presentado a la instancia
legislativa un proyecto de ley de “equidad de género e igualdad de oportunidades en el
trabajo y de la Reforma al Régimen de Licencias Especiales”. Los componentes básicos
del proyecto incluyen mecanismos que buscan garantizar la paridad salarial, así como
la extensión de las licencias paternales. Si bien estas iniciativas pueden tener impactos
positivos, es importante destacar que los mismos pueden ser modestos e incluso
riesgosos si se los entiende como un punto de llegada y no de partida.
De hecho, esta iniciativa expone los límites que presenta el debate en torno a las
políticas públicas para la transformación de la OSC, tal como se está abordando en
Argentina. La primera dificultad es que se trata de iniciativas parciales, que no forman
parte de una estrategia integral, secuencial y progresiva con un horizonte explícito y
declarado. Por lo mismo, pueden terminar reduciéndose a cambios marginales que
obturen discusiones y estrategias transformadoras. Adicionalmente estas propuestas
están enfocadas a atender condiciones específicas de un grupo limitado de población,

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aquella que participa en el mercado laboral a través de empleos asalariados registrados.


Esto podría conllevar en la práctica a una profundización de la segmentación y las
desigualdades.
Y principalmente, este tipo de iniciativas no operan sobre las raíces estructurales
de la discriminación y la reproducción de las desigualdades. Transformar la OSC en un
sentido de avanzar hacia un paradigma de corresponsabilidad social en el cuidado, que
permita a su vez resolver los múltiples mecanismos de discriminación en el mercado
laboral, requiere de miradas integrales que operen no solamente sobre las
manifestaciones (por caso, la desigualdad salarial de género), sino sobre la maquinaria
que sostiene las relaciones sociales de poder que, aún con todos los progresos, mantienen
a las mujeres y las identidades feminizadas en zonas de opresión y débil autonomía.
Esto último requiere de una discusión democrática de cuál es el paradigma de
relaciones económicas, sociales y personales al que se aspira, y de una estrategia
coherente para abordar las transformaciones necesarias para alcanzarlo. La misma
requerirá de una visión integral, de un conjunto articulado de acciones que excedan las
específicas para el mundo del trabajo remunerado formal, y que operen no sólo sobre las
condiciones materiales de la reproducción de desigualdades, sino también sobre la
manera de producir y reproducir sentidos y subjetividades.

Conclusión

En este trabajo hemos recorrido el debate conceptual y la evidencia empírica que,


en América Latina, y particularmente en Argentina, exponen los mecanismos de
reproducción de desigualdades de género y sociales en el mundo del trabajo. Abordar
esta cuestión desde una lente feminista implica ubicarlo en el registro clave del nudo
producción-reproducción. No se puede comprender lo que pasa con la organización del
trabajo para la producción de bienes y servicios, si no se entiende la organización social
de la reproducción de la vida.
Para ello se expusieron sintéticamente los debates conceptuales en torno al
trabajo y el cuidado, contemplando en particular los elementos que nos brinda la
Economía Feminista para entender el conflicto central entre el capital y la vida en el
marco de las sociedades capitalistas contemporáneas.
Posteriormente, se repasaron antecedentes y evidencia empírica que dan cuenta
de los progresos lentos, incompletos y desiguales en relación con la participación de las
mujeres en el mercado laboral, la reducción de las brechas de desigualdad de género y
las formas de resolver la organización el trabajo doméstico y de cuidado. La conclusión
es contundente en relación con la vigencia de mecanismos que perpetúan desigualdades
de género y socio-económicas.
Finalmente se abordó la discusión en torno al rol que las políticas públicas
pueden cumplir en la transformación de los esquemas vigentes, repasando el estado
actual de esas políticas y de los debates y propuestas que buscan afectarlas. El mensaje
principal a este respecto es que, sin una mirada integral al mundo del trabajo, que
conciba integradamente la organización de la producción y la reproducción, que se
expanda más allá de los límites del trabajo asalariado formal, que no se contente con
facilitar la conciliación de las esferas del trabajo productivo y el trabajo de cuidado, los
logros transformadores serán muy reducidos.
El avance actual de la agenda de las mujeres y feminista aparece como el contexto
ideal para mover esta discusión a un terreno más transformador, que opere sobre las
manifestaciones, pero principalmente sobre las estructuras de reproducción de

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desigualdad, de manera de comenzar a sentar los cimientos de una organización social


que amplíe e iguale las posibilidades de todas las personas de elegir la vida que viven.

Referencias

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