A las 23h volvieron de cenar.
El dolor de las contracciones se había intensificado y ya no podía más. En realidad, siempre puedes más porque esa sensación ya la tenía a las 15h de la tarde y había llegado hasta allí viva...
Me sentía muy incómoda en la camilla y tenía ganas de vomitar desde que me pusieron la epidural.
El caso es que pedí que me levantaran más el respaldo de la cama pero cuando fue mi chico a echarles una mano, cayeron en la cuenta que me habían subido al revés a la camilla.
Es decir. Mi cabeza estaba a los pies y viceversa, así que era imposible ponerme más cómoda.
(Como véis, me lo pasé pipa en el hospital desde que entré el día 05 hasta que salí el día 10)
La "
Presen" (la ginecóloga) vino de cenar con toda su troup de universitarios. Me examinaron (no sin cierto dolor ya que os recuerdo que la sedación se me había pasado) y comprobaron que todo estaba igual, así que me informó que nos íbamos a quirófano para hacer una cesárea.
Ella me lo dijo como con pena, pero yo hacía palmas con las orejas pensando que aquello había llegado a su fin.
Varias enfermeras y una matrona se movilizaron para decidir si iba "presentable" para la intervención.
De nada servía lo que me habían rasurado para el parto natural. Bueno, sí. Sirvió para poder sondarme sin problemas
(¡qué sensación más rara, dios mío! no quiero ni pensar cómo será para un hombre... eso sí, no te enteras de que está meando y llenando la bolsa jajajajajajaja).
Había que comprobar que allí dónde me iban a rajar, estaba en condiciones. Y aunque lo estaba, no tardaron en desenfundar sus maquinillas desechables y pasármela por todos lados
"para asegurarnos", decían las jodías...
Al ser la hora que era, en el hospital sólo estábamos mi chico y yo. Pedí por favor al celador que vino a por mí, que le dejara acompañarnos al pabellón nuevo de maternidad. Quería que mi palomo se viniera conmigo hasta la puerta para que supiera en todo momento dónde estábamos su hija y yo.
Ya en el ascensor que nos subía a quirófanos, yo empecé a sentirme a nerviosa. Me sentía las dos piernas (sobre todo la izquierda) y la barriga, así que mi intención era que no me metieran a quirófano sin anestesia.
Miraba a mi chico a los ojos en silencio. Con la mirada le decía:
"ya llega la hora, cariño. ¿Estaré a la altura?... tengo miedo...".
Y él sabía perfectamente lo que sentía y le decía, porque me dijo:
"tranquila, nena, todo va a ir bien y en seguida estará aquí Emma".
Me despedí de mi chico en las puertas de acceso, que él sostuvo con sus manos en un amago de ayudar al camillero.
Ví cómo se perdía su imagen en la distancia.
Me llevaron a una sala de pre-operatorio. Yo seguía conectada por las tres vías a la bomba de la epidural. Trajeron una camilla diferente y me hicieron pasarme con cierto cuidado de una a otra.
A los 5 minutos llegó el anestesista. No era Javier, el chico de dilatación. Era otro chico aún más jóven que había entrado a saludarle mientras me pinchaba.
Me puso el bolo de epidural (un jeringuillón de dimensiones impresionantes para lo que estamos acostumbrados) y me dijo que en 5 minutos notaría el efecto.
Entró una mujer que me despojó de la sábana que me tapaba.
- Vengo a rasurarte.
- Ya voy rasurada.
- Seguro que no te han dejao bien...
- Se pueden comer sopas, oigaosté
Tuvo que darme la razón y con las mismas se fue.
El anestesista volvió a los 5 minutos.
- ¿Qué? ¿Mejor? ¿Sientes algo?
- Todo
- No puede ser mujer...
- Pos sí puede ser...
- Gírate y acuéstate del lado que no tengas dormido
- ¿Hará algo?
- debe...
Y con las mismas se fue. A los 10 minutos volvió.
- ¿Qué? ¿Sigues notándote o no?
- Sí
- No puede ser...
- ¡¡Pero qué perra!!, lo sabré yo mejor que usted?!
- A ver... la prueba del algodón...
Y volvieron a hacerme la prueba del algodón con alcohol
(me remito al post anterior).
- Y que conste que así no me rajan!!!
- Pues vamos a tener que ponerte un "treki"
No sé si escribe así. Ni siquiera recuerdo bien si se pronunciaba de esa manera o estoy confundiéndome con un fan de Star Trek. Pero para resumir diré, que yo pensaba que sería alguna forma auxiliar de anestesiarme sin volver a pasar por los pinchazos en la columna, y
NO.
Una vez acostada en la mesa de operaciones del quirófano, tuve que volver a sentarme
-con lo estrecha que es- y pasar de nuevo por una segunda administración en toda regla de la epidural. Y esta vez, por arte de birli birloque, volvió a aparecer en mi vida, Javier el anestesista.
El cuál me acompañó en toda la operación y fue el único que me mostró un poco de cariño. Bueno, él y la enfermera que cogió a mi hija en los brazos antes que yo.
Menos mal que esta vez los camilleros me sujetaban los hombros hacia abajo y yo fijé mi vista en un punto de mi bata donde estaba escrito el nombre del hospital. De algo me tenía que servir pasar por el mismo trance, dos veces, en cuestión de pocas horas de diferencia. La única circunstancia semejante es que seguía acojonada con la idea de quedarme paralítica en caso de no poder controlar el dolor de otra contracción...
Mientras
Javier hacía su trabajo, todo el equipo de quirófano hablaba de sus cosas. Con quién habían quedado esa noche (era viernes noche) o qué iban a hacer el fin de semana. Alguna de ellas (la mayoría eran mujeres) incluso me miraba fíjamente mientras hablaban. Fue una situación que no me gustó para nada.
En pocos minutos mis piernas empezaron de nuevo a dormirse pesadamente. Estaba acostada con los brazos en cruz apoyados en unos apoyabrazos (valga la redundancia), en los que tenían controlados mis constantes vitales y la bomba de la epidural.
Pusieron una sábana en mi barbilla con el fin de que yo no pudiera ver nada de lo que hacían en la operación. Incluso
-como soy así de morbosa- intenté fijarme en la superlámpara gigante y redonda que ilumina la mesa de operaciones con el fin de observar si reflejaba algo, pero nada. Y menos mal...
A los 5 minutos, la
Presen me dijo:
- ¿Notas ésto, Elly?
- No
- Pues adelante, chicas.
Y debió ser que ya me había pegado el tajo exterior...
A los 10 minutos de intervención en los que la
Presen le relataba a su "compinche" y a su troup todo lo que iba haciendo, empecé a marearme de nuevo y a sentir náuseas. Pero no de lo que contaba, que llegó a parecerme interesante. Si no que eran los efectos de la sedación.
- Javier, tengo angustia.
- No te preocupes, -dijo mientras me ponía al lado de la cabeza un empapador-.
Si no aguantas, vomita aquí -dijo señalándolo.
[...] Y vomité. Sólo líquido porque no tenía otra cosa en el estómago, pero vomité.
A los 5 minutos de ese momento, oí que Javier me preguntaba:
- ¿Es niño o niña?
- Niña
- Pues tu hija ha asomado la cabeza.
Y en ese momento la oí. La oí dar sus dos primeras quejas a este mundo. Porque no eran llantos. Eran "quejíos" por ser desentrañada de mi ser y abandonar ese estado de bienestar constante para comenzar a luchar por respirar, por comer, por ser, por vivir...
En ese momento, pensé en voz alta, sin darme cuenta. La emoción me embargaba y los ojos se me llenaron de lágrimas:
- es mi hija... esa voz... es mi hija... es mía... ya está aquí...
Y
Javier el anestesista, que escuchaba atento, me dijo:
- Sí... y es preciosa.
Más tarde, su padre, Mario, me confesaría que él también la había oído desde la puerta de los quirófanos. No recuerdo su olor,
porquetúlovales... ya sabes que he tenido las narices demasiado "ocupadas" durante el embarazo... Pero no olvidaré su voz al nacer... y su padre tampoco porque los dos recordamos emocionados el mismo momento y separados por bastantes metros... Eran las 23h50 del viernes 05 de febrero... a 10 minutos de comenzar el sábado... cuando...
Presen dijo:
- ¡¡Qué pelonaaaaa!!
Y tras unos segundos en los que supuse, terminó de sacar su cuerpecico entero, dijo:
- ¡¡ Y qué gordaaaaa!! jajajajajajaja
- ¿Pues qué he tenido yo, tan pelón y tan gordo? , dije yo.
Todo el mundo se rió. Una enfermera pasó por mi lado con mi niña, llena de sebo y llorando. Me la puso al lado de la cara.
- ¿has visto qué bonita?
- qué va!! qué naríz más fea!!!
- tú estás loca!! es preciosa!! dijeron la enfermera y Javier al unísono.
- lo que pasa es que tu hija -siguió hablando Javier- ha tenido la naríz pegada al útero mucho rato y por eso se la ves chafada. Espera que se ponga bien y verás. Anda que no he visto yo bebés feos...
- ¿Cómo se llama tu niña?, dijo la enfermera
- Emma, hasta que su padre la vea y no diga lo contrario. Dijo que no quería decidirlo antes de verle la cara...
- Un nombre muy bonito. Y el tuyo también lo es, ¿por qué no se lo has puesto?
- No quiero que nos confundan en casa
- ¿está tu familia fuera?
- No, sólo mi marido.
- Voy a poner a tu hija un poco más decente y voy a sacarla a que la conozca su papá.
Y allí me quedé. Esperando a que cerraran mi herida. Al rato vino la enfermera.
- No sólo está tu marido, está toda tu familia. Parece ser que les llamó cuando te metieron a quirófano. Y todos coinciden en que la niña se parece mucho a tí. Tu niña ha pesado 3'770 kilos y está muy bien. Ahora cuando salgas de quirófano podrás verla y tenerla contigo.
Al salir de quirófano me llevaron a la sala de recuperación. Sólo había otra camilla y una cuna de esas de metraquilato con dos bebés gemelas.
Me pasaron de una camilla estrecha a otra más grande y de pronto miré a mi izquierda.
Allí estaba mi niña.
Con sus dos puños metidos en la boca.
Miré a ver si había algún sanitario en la sala.
- Oiga, por favor. Mi hija "parece" que tiene hambre. ¿Me la pone en el pecho?.
Y una chica que luego resultó ser anestesista, vino hacia mi hija, la cogió y me la puso al pecho, explicándome cómo hacerlo.
Y en un minuto, ¡glup!¡glup!¡glup!, mi hija estaba mamando.
Lo cierto es que me la quitaron en seguida porque yo entrecerraba los ojos de cansancio y sueño y tenían miedo de que mi niña callera al suelo.
Allí estuve unas dos horas y media o más. Tiempo en el que pasaron tres cesáreas y tres bebés más.
Esa noche nacieron Daniel, Ana y María, Julia, Joaquín y mi hija, Emma.
La enfermera responsable de la sala venía cada media hora a ver si se pasaba el efecto de la epidural.
Normalmente a la hora de salir de quirófano, ya te están llevando a la habitación. Pero allí estábamos Emma y yo. Yo no sabía el tiempo que había pasado pero la enfermera empezó a preocuparse:
- intenta mover las piernas.
- ya lo estoy haciendo
- pues no se mueven
- pues más no puedo hacer
- pues tienes que intentarlo más
- ¿será que no es lo mismo recuperarse de una epidural que recuperarse de dos epidurales y un bolo?
Quería pensar que con tanta anestesia suministrada
(aunque realmente no es anestesia sino sedación), mi cuerpo necesitaba más tiempo del habitual para restablecer la movilidad.
Al cabo de mucho tiempo, podía mover los dedos del pie izquierdo y puesto que llevaba ya mucho rato en recuperación, decidieron llevarme a planta, a la habitación 309.
Al salir de quirófano, con mi hija pegada a mi cuerpo, vi a Mario, a su madre, a sus tres hermanas, a mi madre y a mis dos primas gemelas (esas que son como mis hermanas mayores). Mi hermano decidió ir al día siguiente a vernos.
Estaban todas muy felices y emocionadas. Mis primas lloraban, mi madre también, mi suegra gritaba de emoción y mis cuñadas (entre ellas una que grababa en vídeo y que con mucha razón me dijo, que había ido tres veces en el mismo día a ver si nacía la pequeñaja), intentaban guardar la compostura. Lo único que tuvieron en común en aquel momento, fue decirme que la niña era preciosa, muy grande y que se parecía mucho a mí.
De pronto me las quedé mirando a todas. Iban a los pies de mi camilla mientras el celador me conducía a los ancesores. Iban al lado unas de las otras, como formando baile de Paquito el chocolatero. Me eché a reir y me dió por decir que salvo mi chico, éramos todo chochos.
- Y menos yo!, dijo el celador
Y nos echamos todos a reir.
Eran ya las 4h de la mañana del día 06 de febrero
(24 horas después de romper aguas), cuando acompañada del hombre de mi vida y mi hija, entramos a la habitación que nos habían asignado. Había otra pareja en ella. Dimos las buenas noches y pedimos disculpas por llegar a esas horas tan intespectivas. Se echaron a reir.
- ¿Qué? le dije sonriendo a Mario...
¿qué cara tiene? ¿se llama Emma o cómo se llama?
- Se llama Emma, me dijo mientras acariciaba mi frente.
Tomaron la temperatura a mi niña, le pusieron un pañal y una blusica y la dejaron en el nido al lado de mi cama envuelta en una manta. Notaba cómo el efecto de la epidural iba pasándose. Muuuuy lentamente, pero lo suficiente para dejar de preocuparme.


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Emma recién nacida
Ahora llegaba el dolor de mi vientre por las continuas contracciones (los famosos "
entuertos") y el dolor de la cesárea.
No podía incorporarme del colchón.
Pero todo aquello cuanto necesitaba y necesito, estaba allí conmigo, al lado de mi cama.
Besicos desde el país que no existe.
Elly
Pd.- siento no estar tan presente como antes, ni por vuestros blogs ni por el mío propio. Siento no comentaros a todos, y con más ahínco si cabe, a los que por primera vez me visitáis o comentáis aunque llevéis tiempo leyéndome. Que sepáis que me emocionáis con vuestras palabras y que me siento muy dichosa porque cada uno de vosotros y vosotras dejéis vuestro
pequeño enorme granito de arena.
Tengo más anécdotas (entre ellas, muchas divertidas) que contar de cómo fueron mis días posteriores al nacimiento de Emma en el hospital.
Incluso tengo en mente otro post sobre
la llegada a casa después de esos días en el maternal. Que no os penséis que es lo más fácil después de todo lo que pasé, ya que surgió una pequeña complicación en el proceso de recuperación de la cesárea. Nada importante pero lo suficiente para tenerme todavía pendiente de recuperación y con visitas diarias a enfermería a día de hoy para curarme.
En cuanto a la adaptación a casa... bufff... el tema está "casi" superado por completo, pero me parece tanto o más importante para contar que todo el proceso de mi
no parto.
Pero eso será cuando mi hija decida que yo puedo estar un ratico al ordenador. O cuando, como hoy domingo, pueda ir y venir de darle el pecho, mientras su padre se queda con ella entre toma y toma para que yo me escape a escribir estas líneas. Es que me ha salido glotona la niña...
Besicos otra vez y hasta pronto.