21.7.06

Puente

Nicolás Guillén¿Lejos?
Hay un arco tendido
que hace viajar la flecha
de tu voz.

¿Alto?
Hay un ala que rema
recta, hacia el sol.
De polo a polo a una
secreta información.

¿Qué más?
Estar alerta
para el duro remar;
y toda el alma abierta
de par en par.

20.7.06

Huellas

Este es un texto escrito hace unos cuantos años. Su huella y él todavía están aquí.

Las pisadas no parecen conducir a ningún lado, ¿o sí?. Si uno las mira bien puede imaginar cómo se hicieron. Su profundidad corresponde a la fuerza con que decidieron quedase.
Las huellas pueden ser dejadas en cualquier lugar, el hombre las va desparramando por doquier, sin darse cuenta, al lanzar una mirada, al silbar una tonada, al soltar un suspiro retenido por la cavidad caliente de sus pulmones.
El hombre también recoge rastros en forma de memorias, recuerdos de infancia, una puerta, un terremoto, imágenes que tal vez son poesía, historias que quizá soñó o imaginó mientras deseaba cambiar su realidad. Un hombre escapado de las barras de un libro-premonición, de un libro-vida.
Las huellas son parte de uno y son al mismo tiempo el lazo entre el pasado y el futuro.
Casi nunca buscamos las huellas que dejamos en el camino, si acaso cuando es demasiado tarde.
Es verdad, el dejar algo es parte de esa necesidad intrínseca del hombre de plantar un árbol, escribir un libro o tener un hijo, vivimos para esparcir huellas, las derrochamos en cada forma de vida.
Al amar es cuando más dejamos huellas, allí en ese estado de la existencia, el más pleno de todos, en ese terreno en donde todo parece posible, somos dueños del arcano y a cada segundo disgregamos nuestro ser, tal vez sin la conciencia de la holladura de ese nicho raspado por el viento.
Ese rastro es inmenso, no importando su tamaño se graba en la piel que tocamos, en los ojos, en las manos. Se esculpe sin dolor de solo tacto. Como el trazo acabado de un artista, marcamos y nos marcamos y así dejamos que nos marquen. Es un milagro ese de dejar huella, ese de andar caminos e ir dejando rastros visibles que nos salvan del olvido.
A cada pisada de nuestro ser cambian las cosas para no ser más las mismas y al mismo tiempo, dejamos indicios de los crímenes del corazón, el gran ladrón, en los que casi nunca la razón tiene inherencia: La vez y te gusta, medio puente, te ve y le gustas, puente entero. Hay búsqueda y al fin, después de seguir las huellas llega el encuentro. Y todo es mágico y hermoso. Luego el tercero entre dos, el tiempo, ese que marcha a destiempo en cada cuerpo. Ese que como una bomba puede, si quiere, predecir el final. Tic tac, tic tac, la cuenta regresiva, indicio de un comienzo, comienzo del final.
Un rastro es más que eso, es polvo de estrellas fugaces que se me pega en las manos, es lo que queda para siempre grabado, es el silencio de un gesto que se escucha en la distancia. Es el inicio de todo, hasta de lo que no fue.
Algunas huellas son como huequitos, coladuras por las que se escapa el alma y uno que otro latido para dejarnos vacíos. Otras son espejos de agua que cambian las perspectivas si te les acercas suficientemente.
Y es que la huella es la mínima unidad de pertenencia. Esa que por su presencia hace propio lo ajeno y viceversa: un pañuelo que se guardó el sudor de un hombre, una cinta que lleva en sus hebras la energia de quien te la hizo pensando en ti .
Pertenecemos a cuantos hoyamos con nuestra voz y nuestros gestos, tanto como ellos nos pertenecen a nosotros quiéranlo o no.
Hay huellas que se cuelan entre líneas como las notas en el pentagrama. Hay palabras que se disfrazan de otras que no nos atrevemos a decir. Un abrazo es una huella que una vez pedí.
No me puedo quejar de los trazos dejados, de lo construido a costa de ti y de mi. Eso que está ahí como un rastro, una huella, como el epígrafe de una historia antigua, lápida inconclusa por miedo a las verdades o porque así tenía que ser. Poco a poco llegará el polvo de la ingratitud para cubrirlo todo con su sutil manto. Y ya no me recordarás por lo que fui... sin embargo podrás reconocer mi huella en tu piel y esa brisa tibia que se paseara por los laberintos de tu memoria. Mi cara se borrará sin que me duela y quedará lista para que le pongas la máscara que tu elijas, esa que se aprenderá de memoria mis recuerdos. Así me pasará a mi cuando me tope con tu rastro guardado en la nieve del tiempo.

Definiciones


Bitácora: caja de cobre (en algunos casos conjunto de hojas), cercana al timón (corazón), donde está la brújula (y que recoge recuerdos en forma de palabras y viceversa).
Libro en que se apunta el rumbo, la velocidad, las maniobras y demás accidentes de la navegación. (navegación, sinónimo de camino que se hace sin rumbo fijo, pero que deja una estela.)

(mensaje)
Estela: huella, agitación del mar. Rastro que deja tras de sí una embarcación u otro cuerpo en movimiento. Sensación de tiempo que dura más en el recuerdo.

Cuaderno Bitácora: espacio de eterno que se recorre con los ojos y la memoria

19.7.06

Julio Cortázar


Allá por el año 1993 tuve un sueño con Julio Cortázar. Lo que sigue es el resultado de ese encuentro.
Ojalá hubiéramos coincidido en las entrañas del tiempo. Ojalá te hubiera encontrado, ya no en el eco de tus palabras encerrado en mi cerebro, ni en la cinta que me devuelve tus horas de tedio. Escucharte más de lo que te escucho ahora, más de lo que te he escuchado siempre. Ojalá te hubiera visto, ya no ahí en la pose eterna que inmortalizó el clíc de una cámara, ni en la puerta de salida de un libro que cuenta un poco de él y casi nada de ti que ya no estás.
Un buen día caíste en mis manos como un don preciado y te quedaste ahí, entre los otros, esperando tu momento. Y dentro de ti, un mundo aparte y paralelo, una vida ,pero con un ingrediente más que la hacía diferente. Había sido ésta y era otra... un lente de aumento para descubrir las verdaderas cosas.
Al principio y como en todo, reinó la oscuridad. Me llevaron a ti las palabras de otros, lo que les habías dado. Sus sueños que los tuyos ayudaron a hacer realidad. Después me interné en tus caminos y en tus juegos, y poco a poco me fui enfermando de ti. Me embrujaron tus palabras y su alma, líneas paralelas que marcaban territorios y me empujaban, como a ti, a ir en busca de mi centro.
Fui tu juguete, eras tú el que jugaba y sigue jugando en ese ir y venir de niño con gato, de niño en la tierra, de niño mirando el cielo. Eras tú el que me hablaba de lo que yo presentía, eras tú quien le daba nombre a mi angustia perdida.
Hasta que la noche de un día me llevó a ti, como sólo sería posible entre tú y yo. Te adentraste en mis sueños como fuiste, como te quedaste siendo... sereno y lejano, silencioso y eterno.
Subí por la escalera de tu casa y en la bruma verde-azul de los sueños, me hiciste sentir sola sabiendo que estabas allí. La luz, esa luz que transforma las cosas me dejó ver tus amores: libros y libros que no alcanzan a ser leídos en una sola vida, sino quizá en dos o en tres. Y un gato que me esperaba en el medio de una salón vacío, mitad gato, mitad esfinge, llamó mi atención para que no sintiera tu llegada, para dejarte estudiarme con tus grandes ojos, esos que siempre vieron más.
Ahí te conocí, en el lugar sin tiempo que sólo tú podías inventar y hacer realidad, una realidad que sólo conocen los que saben que es de suave arcilla, porque se han atrevido a tocarla... y ahí me mostraste un libro forrado en cuero, sus hojas estaban en blanco
- "es el libro de los que nunca escribieron"- eso dijiste.

17.7.06

Ontokita


Aquí estoy asomándome a esta ventana que no da sino hacia mi misma.
Bienvenido sea el que tocó a la puerta estando ya adentro.