Como todo es un enredo en esta red por donde andamos y Clarise Baricco hablaba de cine y yo comenté sobre los fantasmas en una casa vieja, luego Umma pensó como yo en ellos, y Musa rella quizó saber más, he aquí pues algo de la historia de la casa de la calle Kasino.
Es una casa inmensa, antes de ser el único cine del pueblo fue la
„Casa Alemana“ (cada pueblo tenía una, eran lugares de encuentro de los pobladores y ahí siempre se entereban de todo lo que sucedía en él).Buscabamos casa para un sueño. Teníamos el proyecto de montar un taller comunitario de cerámica, eramos seis estudiantes recien graduados. Alguien dijo
“en la calle Kasino hay un cine abandonado“...Hacía tanto tiempo, ninguno tenía idea que en este pueblo hubiera habido jamás un cine...
“la casa está en venta dijo uno...quizá también la alquilan“.
Hicimos la cita para recorrer la casa vacia, de gruesas paredes blancas, sótanos de techo abovedado, escaleras de madera e inmensas ventanas...fue como entrar en otra dimensión, mientras los otros no hacían sino hablar de planes posibles para el taller; mis ojos recorrían maravillados el espacio en donde apenas quedaban indicios del glorioso añejo tiempo de los días de cine:
En una habitación encontramos la ventana de la taquilla con precios en marcos alemanes, distinguiendo las mátines de las vespertinas; los techos estaban todavía acolchados adornando paredes forradas con terciopelo rojo; más allá, arrumado un viejo e inservible proyector de películas y un par de tambaleantes butacas de madera.
La casa nos embrujó...como en el cine, nosotros teníamos una gran ilusión y esa casa nos vendía la posibilidad de realizar el sueño...el trato se cerró y ya pronto habría que preparar la mudanza...no mudaríamos todos a la casa, tan inmensa como era había espacio para vivir y para trabajar.
A mi la casa me toco fibras muy sensibles, la de la memoria, la del cine, y otra más, la que sabe de los significados de las cosas.
Tratamos siempre de respetar el espacio y con él a sus fantasmas. Aún a sabiendas que había sido un espacio feliz, me costaba adentrarme en la sala de cine que ahora era taller, y cuando lo hacía me imaginaba la gente en su entrar emocionado a la sala casi en penunbras. Pensaba en las lágrimas derramadas por el amor plátonico a éste o aquél actor; en el silencio consternado al ver la propaganda de guerra del noticiero. Casi veía a esos fantasmas recurrentes, casi escuchaba sus voces de admiración y maravilla. Imaginaba cuantos amores lograron serlo en la oscuridad, cuánto refugio significó sentarse en una butaca a llenarse los ojos de luz.
Convertimos la casa en nuestro estudio, pero respetamos los restos del pasado cinéfilo. Algunas noches me paseaba por sus pasillos tratando de escuchar las voces de los fantasmas que venían a llenarse los ojos de celuloide. Me hice asidua de los sótanos de la casa, ahí como buscando lo que ya no estaba, hice mil fotos de las parededes y sus marcas, como buscando un intersticio a esa historia que yo no conocía. Con el tiempo fui preguntando a los que eran de aquí y venían a nuestras exposiciones... y así escuché las historia de los que por primera vez se tomaron las manos en la penumbra, los que salieron bailando despues de ver
„Singing in the rain“; los que se asustaron de ver
Metrópolis como el mañana terrible que se les venía encima; los que de niños se maravillaron con el
Viaje a la Luna de Georges Méliès, se aterrorizaron con el
Nosferatu de Murnau o los que idolatraron a Marlene Dietrich y a su
Àngel Azul.
Finalmente el espíritu de la casa revivió el día que decidimos crear un pequeño cinema en donde ver en gran pantalla las películas que no pasan en cartelera comercial. Así de vez en cuando y de tiempo en tiempo, en medio del taller que fue sala, los artistas y artesanos de mi pueblo nos juntabamos para pasar dos horas de frío, sentados en bancos de iglesia mirando y admirando alguna maravilla del septimo arte.
Cuando se apagaban las luces y comenzaba a rodar la película yo sentía entrar a los otros, los habitantes de la casa, los que se quedaron en ella para siempre, gracias a la gran ilusión del viejo cine del pueblo.