25.12.13

La felicidad de los pequeños gestos



Ayer en la tarde horas antes de salir a la iglesia, fui a caminar por el bosque con Lars, hablamos de todas las cosas buenas que nos fueron otorgadas este año, de nuestro hogar que crece y se fortifica día a día; de la aventura increíble que es tener una familia juntos; de las pequeñas batallas que se ganan o se pierden; de los seres amados que han partido y de su infinita presencia, de la responsabilidad de ser padres, del regalo que es Anza en nuestras vidas. Conversamos acerca de los que tenemos lejos y extrañamos, y sobretodo sobre los aprendizajes, los dolores, las sonrisas. Sobre esa fortuna que significa la vida.

Más tarde en la misa de navidad se dieron un ramillete de pequeñas confirmaciones que tengo la necesidad de compartir, porque la vida es magia y encuentro, reflexión y esperanza:

El servicio de esa noche estaba en manos de la párroco de la iglesia. La iglesia Luterana del pueblo es pequeña y acogedora. No hay imágenes de santos ni cruces dolorosas.
Ella sencilla como siempre, con sus asientos de madera pintada de rojo y verde, estaba adornada con un inmenso árbol de navidad que se elevaba al lado del púlpito.
Un pesebre de cerámica del Westerwald se encontraba sobre el altar. Las figuras de la eterna historia ocupaban sus lugares de costumbre, la virgen María, José, un pastor y la mula que llevo a María a Belén. Sin embargo, el puesto en el que debería encontrarse el niño recién nacido estaba sin su figura correspondiente y era la llama de una vela la que ocupaba ese lugar sobre la cunita de heno. Nada más.

En el balcón que da a la única nave de la iglesia, el Sr. Martin director del coro todavía ejercitaba las voces de su gente. Así, poco a poco, se fue llenando la iglesia y el servicio comenzó como sin querer con la naturalidad de una conversación entre amigos.

La administrante habló en un alemán lento, sencillo y claro acerca de la historia que hace más de dos mil años se repite cada 24 de diciembre. Esa historia que nunca es la misma porque nosotros no somos los mismos al escucharala cada vez.

Esta vez ella lanzo preguntas al aire que iban dirigidas a las figuras del nacimiento. Preguntó por ejemplo a Maria qué había sentido, si tuvo miedo, si había entendido la magnitud de su tarea, - la respuesta era dada por los tonos del órgano allá arriba. Las notas eran la voz de cada figura y se diferenciaban en su tonalidad y emoción.

A José el carpintero que silenciosamente asumió su tarea al lado de María, le preguntó  si alguna vez se había dudado del porqué de la escogencia divina. Al pastocito, le comento sobre la visita del ángel que anunciaba el nacimiento y fin de los temores; del largo camino que les esperaba a los pastores para adorar al recién llegado, le hablo de la fuerza de la fe que traspasa fronteras. A la mula le preguntó si tenía conciencia del valor de la carga que lentamente había transportado a Belén, si entendía a los hombres que no se conformaban con comer , arar  la tierra y dormir y que siempre querían más y más. Al hablar con cada figura iba encendiendo una vela cerca de ellos. Y así el pesebre se iba iluminando. Las respuestas musicales se completaban con las que cada uno de nosotros daba en nuestros pensamientos. Nosotros también nos íbamos iluminando por dentro.

Finalmente la pastora se dirigió a la congregación y nos hizo muchas preguntas: Por ejemplo pregunto si entendíamos el valor de nuestras riquezas, si las valoramos o estamos constantemente a punto de echarlas a la basura. O cómo reaccionamos al encontrarnos con alguien que está enfermo de muerte, si huimos, evitando su presencia como a nuestra muerte misma o nos acercamos y le tocamos cariñosamente.  Cómo es nuestra reacción ante la envidia de otros, si envidiamos también o a sabiendas del envidioso nos elevamos para ver que tenemos que aprender de él. Si entendemos que es lo verdaderamente importante en la vida, el consumo furioso en que se ha convertido el 24 de diciembre o la llamada a la introspección y al agradecimiento por la vida que nos ha tocado vivir. No pidió respuesta, solo pidió que nos pasáramos la luz original del pesebre al encender la pequeña velita que estaba enfrente de nuestro asiento con aquella llama original, la que representaba al redentor. Así en una cadena armoniosa y profunda se fue iluminando toda la iglesia. Fue hermoso.

Al terminar el servicio, me encontré con un conocido que recién descubrió que esta enfermo de muerte. Él no sabe que yo lo sé, - entonces una de las primeras preguntas, encontró respuesta -.: Nos saludamos y deseamos Feliz Navidad, nos rozamos cariñosamente mientras nos miramos profundamente a los ojos. Unos minutos más tarde me volví a encontrar con su mirada y su hermosa sonrisa. No hubo necesidad de decir nada más. En esos ojos había paz, una paz y una fuerza indescriptible. J. me entregó regalo inmenso de fe que llevaré en mi corazón siempre.

En alemán se dice que al nombrar algunas cosas éstas pierden su valor. No estoy muy de acuerdo con ello, esta navidad me he sentido totalmente plena y feliz. Para mi el poder expresar esa felicidad y ese agradecimiento que hoy siente mi corazón, multiplica infinitamente el valor de esos sentimientos.

Feliz Navidad

10.12.13

El eco de tu voz y de tu risa


Sólo me quedan las palabras que te nombran, Yolanda.
La risa de tu voz ronca y profunda; tu elegante presencia dispuesta y arreglada como para la mejor ocasión; tus uñas siempre bien hechas y pintadas de rojo, tus definiciones para la belleza (bellida); tu forma directa y clara de cantar las verdades; tu carácter y temple que siempre dieron admiración y susto a la vez.

Me quedan tus lágrimas en la distancia telefónica, cuando Alfredo Enrique me visitó en Cardiff. Ese aguacero del que pocas veces fui testigo, me sigue inundando hoy.

Me queda tu visita a mi casa en tierras teutonas cuando nació mi esperanza; me queda la certeza de que es verdad que el tiempo pasa y nos ponemos viejos aunque no lo sintamos, porque te veía niña en la vejez que te adornaba.  Me queda aquella primavera en Colonia con Haydeé, y el mágico y simbólico bautismo de mi esperanza en la catedral. Tú y mamá no sabían lo que hacían, pero en ese minuto las gotas de agua bendita le pasaron, a la bisnieta menor de la Chinta, los poderes de fe y fortaleza que caracterizan a las Maggiorani Simancas.

Me queda el momento en que me contaste que todos tus queridos de siempre, estaban constantemente contigo en las fotos sobre la repisa de la sala de tu apartamento Bostoniano, y que por eso nunca estabas sola. Era imposible, decías.

Me queda ese lección a fuego, acerca del desapego para poder sobrellevar las distancias, porque yo también vivo en la distancia y sé que a veces sangra. Tu desapego que jamás fue desamor, sino presencia de gran hermana-tía mayor.

Me quedan más allá, los recuerdos del tiempo en que viviste con nosotros y el lujo que fue tener dos mamás en casa.Y aquella conversación en la que me dijiste: „hija, en la vida hay que ser fiel a uno mismo, no a lo que lo demás esperan de nosotros. Esa es la lección más difícil de aprender, mira como yo la estoy aprendiendo después de muchos años“. Para mi ese fue un momento de iluminación que desde entonces siempre me acompaña.

Me queda la alegría de tus ojos, por aquella tu vida nueva de soltera en aquel apartametico de los cincuenta en El Rosal. Todo palpitaba vida en ti. Más tarde, el viaje, la despedida sin verdadero retorno, el vuelo para estar cerca de Alfredo Enrique, tu único hijo, ése tu lucha y tu razón de ser.

Las últimas veces que hablamos por teléfono, debo admitirlo, me costó mucho hablar contigo. No te podía ni quería pedir que lucharas más, ya habías hecho suficiente. Hasta el último momento fuiste tú quien nos entregó esa aceptación y esa paz previa a la partida. Quizá sea el enfrentamiento a propia mortalidad lo que nos libere, verdad.

Hubo mucha verdad y claridad en tus palabras finales. Mandaste a tu hijo a dormir, porque ya era hora. Le prometiste que se verían a la hora del desayuno para que se fuera a casa tranquilo. Sin embargo, ya tu sabías que de este sueño no despertarías, reconocías por los signos y la intuición que ya había llegado la hora de la verdadera despedida. Y te despediste sin mas, muy  a la Yola„buenas noches, hasta mañana y que Dios te bendiga hijo mio“.

Al final y hoy, esta madrugada seguro Jacinta y Carmen te esperaban a las puertas del cielo.  En ese lugar en donde, al cerrar la puerta detrás de ti, se quedan afuera todas las nimiedades del mundo, esas nuestras o aquellas de quienes nos tropezamos en vida.

Tú cumpliste la mayoría de tus sueños, a pesar de los pesares. Hoy todo se cierra como un círculo infinito. Mirando hacia atrás con claridad, así quiero imaginarte entrando en casa de San Pedro, con Jacinta y Carmen a cada lado, completando el ciclo del amor y del perdón infinito.

Hoy honro tu camino y tu historia, Tía Yolanda. Celebro tu vida y el recuerdo que en mi vida dejas. Hoy te dejo volar y escucho el eco de tu risa de siempre en la distancia, por y para siempre.

Con amor, Marieli.