Para el Sr. G. por un año más y porque hemos vencido al tiempo a pesar de nosotros mismos.Afuera el cielo llora, después de días de sol y firmamento azul, el calendario cayó en cuenta que es otoño. Hoy ha vuelto todo a la normalidad mueren los colores y las hojas de los árboles se suicidan para que el ciclo de la vida vuelva a conocer un día la primavera. Adentro todo es paz y recuerdo, trato de arreglar las cortinas nuevas del salón intentando tener una relación decente con la máquina de coser que es una rebelde en plena adolescencia...lo que es redundancia.
Hoy me visita Serrat, mi viejo amigo...quizá mi primer gran amor plátonico. Lo escucho cantar palabras de a

mor y entonces me voy a mis tiempos con G. Se logra el sortilegio, se abre la puerta del recuerdo y me veo como fui. Entiendo tantas cosas. Sonrío agradecida.
Los noventa, la escuela de comunicación social, el mundo de los que tenían la palabra y el deber de comunicarla. Las clases nocturnas después del largo día publicitario. El olor del jardín botánico que daba la bienvenida a los humanistas, la escuela pequeña y mágica, que logró su espacio en los dormitorios ideados por Villanueva hace más de cincuenta años, los chaguaramos, verdaderas banderas que ondeaban al viento, testigos gigantes y silenciosos. Marcela. Otra historia.
Hoy con Serrat ha venido G, como las dos caras de una misma moneda. Traveler y Oliveira, uno solo a la final, como en la carátula de Poema de Amor a veces me pregunto si es el Nano joven o es G con su herencia catálana y su historia madre patria y melancolía.
La respuesta es fácil, canta Serrat, pero es G. de pelo largo y guitarra al hombro, el que llega hablándome con miradas de mar y regalándome piedritas azules sin esperanza. Él, el mismo que me encuentra en el boulevar o me espera, sin saber por qué, a la salida de una clase de Semiología y me lleva silencioso con esa tristeza suya, tom

ándome la mano, silbando una tonada, camino a la noche de bohemia del callejón de la puñalada y del bar de los poetas.
Sí, ahí estamos en las fiestas de Ira y Eddy, en aquel, su minúsculo y hippie apartamentico del laberíntico Parque Central, atiborrado de gente como si cada noche se fuera a acabar el mundo y nosotros ahí como en un desierto, queriéndonos sin más preguntas, sublimando el deseo como en la literatura, como en la locura de la realidad.
Sigue sonando Serrat. G me cuenta historias tristes y me mira infinitamente. Y entiendo que aunque pasen los años, mientras tenga el recuerdo, seremos los mismos „debutantes en el carrusel del Furro“, y que siempre seré su viuda „si la muerte pisa su huerto“, porque estamos irremediablemente unidos por un amor sin título, feliz con lo vivido. Como en aquella madrugada del parque los Caobos, desayunando besos y perpetuando esperas... Algo en mi sabe que con cada amor he sido unica y que a cada uno le he marcado la piel como ellos me la marcaron a mi y que después de cada historia siempre fui otra, una mejor que la anterior.
Hoy cada cual es feliz con su elección, sin embargo nadie nos quita lo bailao y lo amado. Serrat suena conocido e infinito, yo entiendo tanto. Somos tantas sus amantes...no hay lugar para los celos.