Ya la luna está en el cenit y allá, cinco pinos la acompañan,. No se puede ver la sierra y la atmósfera es azul. Cuatro nuevas mariposas vuelan alrededor de una vela y en el fondo el silente vaivén de la mujer sentada recuerda que ella ya no está. Empieza a llover, la calle se llena y el agua choca contra el portón, son grandes las gotas que encuentran la muerte aplastadas contra las tejas.
Hay muchas goteras, "y es que Ramón tiene tiempo que no pasa a buscar qué hacer". Sigue corriendo el agua por las canaletas pintadas de rojo que antes fue marrón, el desaguadero se tapa de hojas que hay que recoger. Se escucha una voz que grita "niños no pasen por el patio, se van a mojar!".
Palpita el recuerdo cuando se despierta aquel sentimiento de sutil angustia que sentía aquella niñita, al tener que cruzar por el cuarto donde estaba colgado el más hermoso Corazón de Jesús que jamás se vió, y que al mismo tiempo tenía una mirada tan viva que vigilaba todo su camino. Entonces su miedo y ella intentaban ignorar aquella presencia celestial.
Ya no se mueve la mecedora y la mujer está en la cocina. Afuera todavía hay tormenta,ella calienta café en la pequeña cocinita a gas que alguien le regaló por navidad. En el solar, del lado de las palomas se escucha como conversan los naranjos sobre la noche sin estrellas y la bruma.
La casa vieja, es ahora más vieja. Un San Benito vestido de telarañas conserva su cara de plegaria al cielo, a su lado hay otra mariposa muerta. A esa le fue peor porque estaba sola cuando se murió. De pronto un golpe en el techo de latón del lavandero, ¡quizá sea un limón o un higo que no pudo danzar con el viento!.
Otra vez vacío, otra vez silencio y en el suelo un colibrí dormido. Pequeñito, pequeñito, verde y azul, el pequeñito.
- Abuelita, ¿ Sería el frío?, se murió el pajarito.
En días de sol es distinto, otros fantasmas aparecen, la casa es la misma pero no es igual. Ahí suceden otras historias que no me contaron: cuatro niñas con vestidos hechos de sacos de harina, cuatro niñas juegan con juguetes de verdad. Juegan a trabajar.
Hay jardines muy amplios y la casa es bella. La cocina es de leña y está en otro lugar, las paredes llenas de humo, sin pintar. El frío es más fuerte vive también allí. Las niñas son cuatro, una morena y tres claras, una de ellas recién llegada.
A veces viene un señor con cara de bueno y vestido largo, les trae medias y calcetines para mitigar el frío.
Las niñas son niñas y nada más. Una vive montada en los árboles, es fuerte y tremenda, juega por entre los riscos y no conoce el miedo; la otra se mete dentro de un baúl y con una hojilla se corta las uñas y se hace sangrar. Hay una que no quiere estudiar, y la otra un domingo en misa miró para atrás y al llegar a casa recibió un azote de nunca olvidar. He visto a una de las niñas, a la más pequeña, de cuclillas bajo un árbol, sus manitas escarbaban torpemente la tierra buscando impacientemente, mientras murmuraba algo. Al acercarme pude descifrar lo que ese fantasma de hace muchos años buscaba y temía: "Si los muertos se tapan con tierra, entonces abajo, muy abajo debe vivir la muerte"...
(continuará)