22.3.16

Papá





Donde vivo el día 21 del tercer mes marca el comienzo de la primavera. Apenas se siente el cambio de temperatura y la promesa de verde en la naturaleza. En dos semanas estarán floreciendo los cerezos y los tulipanes se levantarán al cielo con elegancia y color.

Poco a poco aparece ese verde que tanto te gustó, verde nuevo y tan lejano al verde agreste y tropical de Venezuela. Este verde inocente y tímido de la primavera alemana fue el que te cautivó hace ya casi 14 años, cuando viniste al nacimiento de Esperanza. Esperanza-primavera, me dijiste, „ese también sería un buen nombre“, luego pensaste:  - No, es una redundancia, porque la primavera es siempre esperanza.

Hoy me asomo a mi ventana y te presiento, en el verde de la naciente primavera. Hoy también hace un año de aquella llamada telefónica que desató todos mis miedos, las palabras temblorosas de mi hermana y esa sensación en mi cerebro de no poder  comprender nada de lo que ella decía.

Han pasado 365 días desde que la maldad imperante en Venezuela, te hizo un número más de las víctimas diarias de la violencia y el horror. Quién diría papá, que la ruleta de la mala suerte nos tocaría de esa forma un día. A ti, un anciano de casi 75 años, que a duras penas caminaba sin dolor en la rodilla que todavía le quedaba. Quién diría que sería en tu amado pueblo, a manos de dos vándalos sin madre. Quién diría, en un abasto comparando verduras para llevar a casa.

Es la forma papá, es la forma lo que todavía no entiendo. La forma de tu muerte, injusta y a destiempo. Una muerte de esas que uno no le desea a nadie, muerto a balazos, en tu pueblo, a pleno día. Eso es lo que más duele papá, porque aunque nos cueste admitirlo y a la hora de las chiquiticas y nos de miedo la conciencia de ello, todos tenemos los días contados. Siempre habrá un final. Pero así no, papá, así no merecías irte viejo.

Me faltan las palabras, papá. Yo que siempre las he tenido a flor de piel, llevo un año haciéndome la fuerte, llorando de a poquito como en los sueños, hablándote como si no hubiera pasado lo peor, dejándote ir a cuenta gotas. Y sin embargo, llega marzo y se me revuelven las entrañas y la tristeza me gana la pelea.

Dicen que de todos tus hijos soy yo la que más se parece a ti.  Y quizá por esa razón y por la relación tan especial que nos unió, sé exactamente  lo que responderías ante mi queja.  Lo sé y me saca una sonrisa imaginarte saliéndome con "una de las tuyas" para no dejarme vencer por mis tormentos.

Pero hoy no puedo, viejo. Hoy no me sale bien hacer de tripas corazón, lo admito, hoy me gana la batalla la tristeza y me siento absolutamente huérfana en el alma.

Sólo quería decirte una vez más que te quise, que te quiero y que siempre te querré. Así como fuiste y con todos lo que fuiste. Qué deseo que dondequiera que estés haya un llano lleno de vacas y mucho sol para tu querencia.

6.3.16

Una historia verdadera para mi esperanza.


(No conozco personalmente a Adriana, pero desde hace años la sé, a través del amor de nuestros amigos comunes que en sus conversaciones siempre me la han puesto cerca, a ella y a su hija. Lo que sigue fue lo que le conté a mi Esperanza, otra niña como Federica, que mira al mundo desde la curiosidad y la fragilidad que significa vivir)



La migración tiene hoy día muchas caras. Migrar es dejar el lugar de residencia para establecerse en otro país, especialmente por causas económicas o sociales. Irse por razones políticas, se llama exilio. Es consecuencia de la persecución ejercida por un régimen totalitario, por ejemplo. Muchos deciden irse de su país por razones  socioeconómicas,  la gente se va en busca una mejoría para su nivel de vida o sus condiciones de trabajo.
En el peor de los casos el hambre, la guerra y la miseria hacen que la gente se vaya de su país. Esa es la migración forzada, como la estamos viviendo en estos momentos en Europa,  en donde masas inmensas de gente desesperada llega al continente europeo huyendo de su país en guerra. Hombres, mujeres y niños que son capaces de viajar miles e kilómetros, pasando por peligros inimaginables para escapar del horror. Nada puede ser peor que el infierno que dejan.

Nosotros los Venezolanos no éramos un país de emigrantes. Todo lo contrario, nuestro país se construyó a punta de la presencia y el trabajo de inmigrantes provenientes de muchas partes del mundo, espeialmente de Europa. El venezolano salía del país generalmente para estudiar y en la mayoría de los casos siempre retornábamos a nuestra tierra. Emigrar no era para nosotros una salida perentoria, ni una necesidad apremiante.

Desde hace unos años lo es. En los últimos tiempos el venezolano emigra para salvar su vida. A nosotros nos aplica también la definición de la migrarción de la biología,  el desplazamiento de un hábitat a otro porque como las especies animales,  nos vemos obligados a lazar vuelo o a poner mar de por medio debido a una necesidad intrínseca que generalmente tiene que ver con la preservación de la existencia.

En estos días la historia de Adriana y Federica se ha convertido en viral en las redes sociales. Es una historia de lucha y esperanza, de mucha fortaleza y fe. Es la historia del milagro, el trasplante de hígado y la nueva vida de una niña que gracias al funcionamiento de un sistema de salud, ha vuelto a nacer.

Aquí, allá y más allá

En Alemania, no es necesario hacer campañas para donar órganos. Solo basta ir a los colegios, contar como todos los años se salvan vidas, luego escoger la fecha para entregar los datos y que te hagan los exámenes.
Y quizá un día suene el teléfono, y una voz te diga que alguien precisa de tu médula o de algún órgano, por ejemplo. Y nada,  que urge y entonces tu mundo se para, y todos entienden. No hay nada más importante que esa cita en el hospital y la nueva vida que entregarás para aquel que la necesita.
Así de fácil y con conciencia, a diario un ser humano anónimo le entrega el regalo más hermoso a otro, la posibilidad de vida.

Pero en Venezuela no es así. Tenemos un país venido a menos.  Tenemos un país sin insumos y sin información, tenemos un país en donde no se consigue una pastilla para mitigar un dolor de cabeza, tenemos un país que no ha aprendido que donar órganos es una forma de dar vida, tenemos un país sin leyes ni continuidad, tenemos un país en donde morirse en más fácil que hacerlo en un país en guerra.

Todo esto le pasa por la cabeza a una madre que tiene un ser querido enfermo. Venezuela es un país en donde una sentencia de muerte por enfermedad pudiera ser evitada, pero la realidad pesa como una espada de Damocles:  No hay recursos y hay cuerpos que colapsan  sin que se pueda hacer nada por ellos.

Ese pudo haber sido el caso de Adriana y Federica. Un día la madre decide dar el salto, cruzar el espacio que separa los continentes, dejando su mundo, su espacio y su gente y se lanza con su muchacha a la aventura de lograr intentar que se le haga un trasplante en Europa.

Nadie sabe todo lo que pasa por la cabeza a una madre cuya vida se le va si se le muere la hija. Ella  sabe que si quiere soñar con un futuro para su niña, debe ponerse dura, sacar fuerzas de donde no tiene y hace de tripas corazón, volverse de piedra. Se vuelve inmigrante por necesidad.  La única salida es soltar amarras, porque al cruzar el gran charco le espera la esperanza. Diminuta esperanza, pero esperanza al fin.  Así lo hace, se lleva a su muchacha,  empaca lo necesario y con férrea voluntad recomienza una lucha en España.

Y así continua la lucha en otro suelo. Las dos guerreras no se empequeñecen ante las negativas que les da el mundo reglamentado. Siempre hay un ángel y ellas lo saben. Un día, cuando a la niña el reloj le cuenta más rápido las horas, sucede el milagro y el donante aparece, le traspasa la vida y la niña vuelve a nacer.

Renacimiento. 

Madre  e hija, reciben una nueva oportunidad, nacen de nuevo. Cada día que pasa es una batalla ganada y una alegría.

Y una que es madre y se pone en su lugar, no tiene más que alabar la valentía de esa mujer, madre a carta cabal, que lo hizo todo por su flor, que luchó contra las negativas de los otros, contra sus propios miedos, las infinitas incertidumbres.
Hoy una niña tiene futuro gracias a la tenacidad de una madre, gracias a un sistema de salud que funciona y a ese donante, un héroe sin laureles. Un generoso ser de luz que ahora vive en Federica.

Celebro ese amor de madre y la valentía de esta mujer que cruzó el mar para dar vida de nuevo. Celebro la fuerza y determinación de Federica y su renacimiento. Hoy se les da otra oportunidad, para dar a los demás lo mejor de sí,  para luchar por hacer de esta vida la mejor posible.

Mi deseo es que lo bueno de esta historia se repita muchas veces en mucha gente. Y que mi país logré el cambio que en tantos aspectos necesita.