Hay momentos que hay que vivir con la conciencia de que son verdaderos milagros. Este fue un fin de semana mágico, lleno de la magia de esos pequeños instantes que se comparten de corazón. Se abrió espacio lleno de arte, de la llamada del origen, de dulzura en las miradas y de la fuerza que solamente conjuga lo femenino.
La fuerza de la esencia femenina era tan grande que el polo opuesto, lo masculino, apenas se podía percibir. Por mandato lunar un grupo de mujeres reunidas por azar o por destino, danzaban en el vórtice a la entrada al laberinto... justo ahí donde brillaba la llave hacia esa parte de nosotras que en algún momento, y por mil razones, dejamos un día sentada esperando un regreso.
Mil mensajes parecían estar soplados por ángeles insurgentes y traviesos que de paso nos halaban las orejas o de repente nos regalaban la vuelta a un instante determinado de un pasado remoto o casi olvidado. Es que cuando las mujeres se encuentran y se expresan de corazón, se genera un campo energético que resulta de algo más allá que una suma de presencias. En ese compartir se contacta un poder interior a veces dormido o aletargado, que despierta para inspirarnos creación y acción, palabra y arte. Se lleva a cabo un dialogo interno en donde se reconocen y se celebran los sueños y los logros. En esa celebración de encuentros abrimos el corazón para dar y recibir apoyo y aceptación. Tanta sapiencia femenina crea vínculos sanos, restaña heridas y revive la magia que nos habita y nos renueva el alma.
Esos encuentros profundos nos recuerdan que podemos mover piedras gigantescas, porque en el fondo sabemos que para nosotras no hay nada que de verdad sea imposible.