Hoy es uno de esos días en que me gustaría tener un coche.
Me iría a recorrer carreteras, a ningún sitio concreto, solo a quemar kilómetros huyendo, lo cual sería inútil, seguro, ya que los problemas están en mi cabeza.

Podría reír con histeria, llorar, gritar, cantar… lo que fuera que me pidiese mi inestable estado de ánimo, aún más alterado de lo habitual.
Últimamente sufro de desencanto, en gran medida, y todo cuanto puedo hacer es ponerme mi bonita máscara de niña buena, salir a la calle, disimular ser como los demás, sonreír como si todo fuera genial como si lo que me rodea cumpliese con mi ideal de vida.
Quisiera gritar, proclamar a alaridos mi frustración.
Al mismo tiempo no puedo evitar que esa asquerosa vocecita en mi cabeza me reproche y me haga sentir culpable al pensar así, cuando tengo tantas cosas buenas en esta, mi vida.
Así paso los días, me debato entre el desánimo más pesado, salto a estados de euforia desenfrenada y me autocastigo por mi falta de aprecio hacia todos cuantos me rodean.
Señores y señoras, bienvenidos a mi vida.