31 de mayo de 2018

Vomité tu nombre en un suspiro. Hay más cicatrices de las que temo. -Flor Codagnone.-


Últimamente he pensado mucho en Rubén. No me atrevía a ponerlo en letras, como si fuera una suerte de sacrilegio personal, pero después del tweet intensito de ayer...
Reproduzco (no sin cierta incredulidad de haber escrito tal cosa):
"Nunca he sentido otro amor como aquel, ni el suyo por mí ni el mío por él. Éramos dos enamorados del amor, dos personas rotas buscando un salvavidas al que aferrarnos y, durante un maravilloso tiempo lo fuimos. Con él todo fue muy intenso: lo malo terrible. Lo bueno, lo más bello!"

Que me de por recordar no es tan extraño: el 30 de mayo celebramos la independencia Ficticiense (aunque este año no había querido compartirlo con el mundo) y siempre por esa fecha sus recuerdos afloran con facilidad.
Antes me ponía de los nervios, ahora a veces es algo hasta bonito, otras me pregunto qué coño (perdón por el exabrupto) me pasa pensándole en esos términos.
Yo era otra en aquellos tiempos, otra muy distinta, supongo que de ahí la bipolaridad de mis sentimientos en la rememoración. La yo pasada tratando de imponerse a la yo presente o alguna estupidez cuántica similar.
También el tiempo juega su papel, llevo doce años independizada, eso aporta mucha, mucha perspectiva a todo en la vida: las pupitas duelen menos.

30 de mayo de 2018

Dead short

Estoy nerviosa por ver si un banco me deja endeudarme para casi el resto de mi vida.
No solo estoy nerviosa, si no que estoy preocupada por si no me deja.
Y aquí mi cerebro cortocircuita y volvemos a empezar.

29 de mayo de 2018

Oh, horror

Se me han caído unas bragas al patio del vecino.
De entre todas las prendas que pasan por mi tendedero no podría caer otra cosa, un calcetín, por ejemplo, no. 
Imaginaos qué bochorno el mío al verlas descender gracilmente, mecidas por la brisa primaveral, escapando por medio centímetro de mis dedos, solo faltó el gritito ahogado para redondear la escena.
No es la primera vez, si lo pienso bien, pero es que entonces lo que cayó eran unas enormes bragas blancas que compré para el postparto. Muy muy útiles pero lo más antilujurioso que pueda existir, ahora no, ahora es una bonita prenda de licra y encaje negros. Además entonces aún vivía con él su novia (son los que se chillaban los domingos por la mañana) que fue quien me las devolvió (refiriéndose a ellas como a "esto" jajaja), pero ahora ya no, se fue hará como un mes.
Así que no dejo de pensar en el apuro cuando me las devuelva, el terrible bochorno. ¿Qué conversación puede producirse en tal encuentro?
¿Hola vecina, aquí están tus braguitas, son muy monas por cierto? ¿Sabes, siempre me han gustado más los tangas?
En fin, cruzaré los dedos para que las meta en mi buzón, como si esto nunca hubiera pasado.
O que, cuando suba, sea NB quien abra la puerta. Esa sí puede ser una buena escena.
"Toma vecino, las bragas de tu mujer".

21 de mayo de 2018

Escribe un libro, planta un árbol, ten un hijo.

He escrito tres novelas.
(Una a solas, que quedó inacabada y dos compartidas que sumarían una).
He plantado más de un árbol.
(O he ayudado a ello, pero supongo que cuenta.)
Tengo un hijo.
¿Ahora qué?

20 de mayo de 2018

All truth is simple... is that not doubly a lie? -Friedrich Nietzsche-

La mentira es inherente al ser humano, es necesaria a nivel social.
Quien haya visto Interestelar probablemente recuerde el debate sobre cuál es el porcentaje aceptable de sinceridad. Yo no sabría decirlo, ¿Un 80%? ¿Un 70%? Supongo que depende del contexto.
Por si hay algún puritano entre el público puntualizaré: hay grados de mentira y, ciñéndonos a la pura realidad, todos absolutamente mentimos.
Es mentir sonreír y decir qué bonito, cuando nos dan un regalo que no nos gusta o nos enseñan un bebé feo.
Es mentir decir que no pasa nada, cuando estás hirviendo de enfado o tienes un día muy malo.
Es mentir reírle las bromas a tu cuñado, el graciosillo de tu grupo de amigos, tu jefe o tu pareja.
Mentimos a nuestros padres, cuando somos jóvenes para que nos dejen hacer cosas.
Mentimos a nuestros hijos, inventando historias, cuando no sabemos cómo explicarles según qué.
Y podría seguir así hasta mañana.
El tema es que no solo mentimos a los demás, también a nosotros mismos. Y esas son las peores mentiras. Tenemos tan integrados en nuestro sistema de pensamiento los convencionalismos sociales, que nos ponemos excusas para el comportamiento de los demás o el nuestro propio, pero especialmente, nos mentimos para no sentir cosas "inapropiadas" (como si hubiera emociones malas).
Yo he sido muy mentirosa en algunas etapas de mi vida, sobre todo en la adolescencia. No voy a realizar aquí un detallado análisis introspectivo, pero viéndolo ahora, se podría resumir en que buscaba aceptación. Con los años esa aceptación ajena dejó de ser tan importante y dejé de mentirle a los otros. Entonces empecé a mentirme mucho a mí. Tenía un esquema de cómo soy, una lista de adjetivos que quería que aplicasen a mi persona y me dediqué a deformar los sentimientos y las ideas para encajar en ella. Insisto, lo mío no es nada especial, todos lo hacemos.

Pero en el último año he ido aumentando mi % de sinceridad interior, quizá no estemos aún al 100% pero nos vamos acercando. Empecé aceptando (no sin sudor y lágrimas) las ideas y sensaciones menos agradables de ser madre, esas cosas que si bien no tengo intención de airear y compartir con el mundo, decidí que no eran malas y que negándomelas me iba a hacer más daño. Y así, muchas veces muero de amor y otras, simplemente, no puedo con mi vida.
Lo curioso e inesperado fue que, una vez superado ese primer (enorme y duro) tabú, lo de decirme verdades como puños y aceptarlas, se fue extendiendo al resto de áreas de mi vida como una ola, un virus o una... ¿evolución?

Tal vez ahora sienta que no encajo tan bien en aquella lista de atributos, pero lo cierto es que me entiendo más y me siento mucho mejor conmigo misma (y con las que me habitan).