
Demasiado inocente.
Demasiado crédula.
Demasiado engañable.
Me recuerdo diciendo "La gente no es mala por naturaleza" y una sonrisa que tiene demasiado de mueca asoma a mis labios.
Demasiados desencantos.
Demasiadas decepciones.
Demasiadas cicatrices.
Ya hace tiempo de la última, pero aún me duele. Quizá eso sea lo peor de todo, el tiempo que tardo en reponerme de según qué batacazos. Poca gente pasa el filtro, la cuarentena a la que someto a cualquiera. Que nadie se ofenda, no es nada personal. ¿Cuántos lo han logrado después de? ¿Tres o cuatro en más de una década? El filtro es opaco, es tupido, es denso, deja pasar muy pocas cosas.
Por eso me fío de él. Por eso duele tanto si me equivoco. Si me dejo llevar. Si me dejo convencer.
El que más se empeñaba en que me deshiciera del filtro, paradójicamente (alguien susurra en mi cabeza que eso debería haber encendido todas las alarmas, pero decidí ignorarlo. Mea culpa, lo sé. Gracias por recordármelo).
Yo no sé dejar ir a las personas que quiero.
Nunca he sabido.
No creo que nunca sepa.
No sé si quiero saber.
Aunque duela.
Aún hay quien dibuja elipsis en mi vida. Van y vienen. Y está bien así.
Pero no todo el mundo puede ser una elipsis. Porque duele demasiado.
Hay que dejar ir y soltar una lágrima de vez en cuando.
Por aquellos a los que se quiso y quizá no nos quisieron.
O sí, pero no fue suficiente.