Otra cosa que me ha enseñado la maternidad es que se vive mejor (y haces descubrimientos alucinantes) cuando te permites ser sincera contigo misma. Sin medias tintas. Al 100%. Si aceptas las peores verdades que pasean por tu mente y anidan en tu corazón.
Admitámoslo: nadie quiere ser el malo en su propio cuento.
No, queremos ser el héroe o la princesa. No la bruja ni el villano.
Pero a veces, mis queridos amigos, somos los malos.
A veces nuestras ideas se desvisten de buenismo.
A veces, en nuestras cabezas, somos unos verdaderos engendros de la naturaleza.
A veces, nuestro corazón, es egoísta, envidioso, celoso, llorica, vago y un auténtico cabrón.
O simplemente, no somos tan buenos como nos pensábamos o nos queríamos pensar.
Y sabéis qué?
No pasa nada.
Si lo que supuestamente debería hacerte feliz... no te lo hace.
Si las cargas que deberías asumir con estoicismo y buena disposición te están consumiendo la vida.
Si admites, en tu fuero interno, que no te gusta tragar la medicina aunque cante Mary Poppins.
O que no quieres determinadas cosas y ya te bien que haya otros impedimentos que te sirvan de excusa.
Tener esas ideas, asumirlas como propias, aceptar su verdad, no te hace mala madre, mujer, hermana, hija, amiga, nuera, cuñada, empleada, compañera... no. Solo eres humana. Y todos los humanos tenemos nuestro lado oscuro.
Así que... cheers, my friends.