A veces las palabras se aturullan aquí adentro.
Necesitan salir pero cuando lo intento, salen a borbotones, todas mezcladas y no hay nada que hacer con ellas aunque estén fuera. Ni alivio, cuando salen así es como si no lo hicieran. Más bien, a veces, lo que queda después es culpa, por haberlas dejado escapar, tomar forma, hacerse reales.
Y me vuelvo pequeña, no más joven si no diminuta, aplastada por el peso de tantas palabras. De todo eso que no sé nombrar, de todo lo que no me atrevo a decir, a hacer, aunque sepa que entonces volaría como los pájaros en el cielo, como un globo de helio que escapa de la mano de un niño. Hasta la estratosfera... y más allá.
Porque como pesan las palabras, a veces.
¿No las sentís ahí en la boca del estómago? Como piedras en los bolsillos que te arrastran al fondo del río.
Como las decisiones tomadas en el pasado, por alguien que ya no eres, y con las que hay que vivir.
Como las responsabilidades ineludibles a las que no se puede decir que no.
Como las ocho horas diarias para poder llenar la nevera y pagar la hipoteca el día uno.
Con esas cosas que ya no quieres pero ahí están.
Cómo duelen esas piedras.