Al principio me asustaba esa mirada. Esa que a veces me dedica.
La que dice "¿Qué tiempo hace en tu planeta?".
Esa que pone cuando le pregunto si le gustaría más ser vampiro u hombre lobo, o dónde nos refugiaríamos en caso de apocalipsis zombie, o cuando le cuento que me fascinaría que me volvería loca de ilusión vivir el hecho histórico de encontrar vida en otro planeta (la NASA se sobre entiende, no yo), o cuando le digo que no tiene sentido alguno de los hechos que sucede en una película de ficción, o cuando me embobo ante algún cuadro que me atrapa y me roba la capacidad de hacer cualquier otra cosa que observarlo, o cuando me encuentra viendo patinaje artístico, o cuando le comento alguna de esas noticias que a mí me dejan alucinada (para bien) o algún hecho zoológico/científico/curioso que he leído/oído o cuando vamos en el coche y le hago reparar en esa luna preciosa que hay en el cielo o cuando le pido que las puertas abiertas o cerradas pero a medias no...
Esa mirada de "pero qué rarita eres", sí, esa que llevo toda la vida viendo.
Al principio, como digo, me asustaba. Él tan normalito y yo tan rara... ¿Y si se daba cuenta?
¿Y si decidía que no era compatible mi mente abstracta con la suya hiperpragmática?
Pero con el tiempo descubrí que le encanta. Que le divierte.
Que mis rarezas y, en especial, mis preguntas o reflexiones raras, le invitan a pensar.
Y le gusta.