- Tú has sufrido por amor... -me mira con intensidad.
- Mucho... -respondo y asiente despacio.
- Y, ¿volverías a pasar por ello? -mirada mía perpleja.
- No por el sufrimiento pero sí por la lección.
- ¿Y qué dirías que aprendiste? ¿Cómo reaccionaste a esa lección?
- Encerrándome -río- levantando barreras -dibuja una media sonrisa y asiente.
- (...) No me alegro de que sufrieras, pues el amor... no es agradable dar amor y recibir... dolor.
- Pero para aprender hay que sufrir -añado y me mira a los ojos, con esa mirada suya tan inteligente, asintiendo.
- Si sabes eso ya vas por delante.
Esa parte de mi charla con el oso sabio vuelve a mí, una y otra vez, esa y la otra parte que no puede contarse, esa en la que casi me empujó a la boca del lobo. Y me hace pensar... sí, claro que me hace pensar, se ve que a eso se dedican los osos sabios, encuentran atascos y los sueltan, pero claro... cuando los sueltan...
Te da por pensar, como si tú no le dieras bastantes vueltas a todo por ti misma... solo que con otro punto de vista, quizá, y me doy cuenta de que si últimamente tengo líos es por mi causa.
La culpa es mía, sí, sí.
Toda, todita, toda.
Solo estaba errando en el fallo en sí.
Este es un embrollo que estoy creando yo.
Estoy problematizando algo que no debería ser -tan- problemático. Creo una guerra en mi interior, saco a la mejor puritana que hay en mí y despliego el abanico de moralidad como filtro y censor de mis actos. Cuando en realidad, ¿qué es lo malo que estoy haciendo? Nada.
Debería estar disfrutando de algo bello, algo bonito que sucede en mi vida. De la dicha de, no sé, encontrar un tesoro secreto en este basto mar. Y en vez de eso lo convierto en falta e insatisfacción, como si no tuviera un precioso rubí entre mis manos, cuando sí, lo tengo y es hermoso.
Y... ¿quién diría que es malo tener un diamante y también encontrar un rubí?