
Ocho años sufriendo mis rarezas, mis dudas, mi independencia, mis miles de manías, ese romanticismo asalvajado con el que te ataco de repente, mis días oscuros, todas mis sombras, mis obsesiones, mis gustos excluyentes en el cine, mis conciertos, mi pasión librera, mi fobia al sol, mis intentos fallidos de todas y cada una de esas cosas que comienzo y dejo a medias, mis ataques de narcolepsia, mi empecinamiento con los peces, mi vagueza y mi hiperactividad, mi asociabilidad, mis silencios, mi adicción a la coca cola, mis preguntas extrañas, mi amor por el espacio exterior, mi exceso de cariño, mis amigos raros, mi incapacidad para los deportes o la cocina, mis pies fríos pegándose a los tuyos en invierno, mi mutación a crisálida con la mantita del sofá, mi infidelidad con el chocolate, mis orgasmos selectivos, mis ausencias literarias, mi costumbre de cantar el coche, en la ducha, en casa o en cualquier lugar donde solo me oigas tú, mi amor por los cincuenta, mi afición decorativa, mi familia, mis rabietas con el mundo, mis ansias de tener un gato, mis reglas incapacitantes, esos comentarios que te hacen enrojecer, mis largas conversaciones que te obligan a divagar, a ti Don Pragmático.
Ocho años aguantándome, en definitiva.
Y yo que sigo con esos achaques que me dan de quedarme mirándote, de verte pasar por el salón (y en especial cuando andas medio desnudo camino de la ducha) y de no saber qué haces aquí, conmigo.
Y seguir maravillándome de que estés aquí, de poder robarte una mano mientras duermes, colarme entre tus brazos siempre que quiera, de contarte mis neuras y secretos sin que pienses que soy una loca, de poder perderme en tus besos
. De que me quieras, en definitiva.