Revisión anual, toda mujer debería y con tus antecedentes, con más motivo, tu única vena hipocondríaca lo agradece.
Pedir hora ya es todo un desvarajuste de agenda, porque hay que hacer muchas cosas antes.
Primero la concienciación psicológica, a ver, por mucho que siempre vayas al mismo, no deja de ser un desconocido que te ve, toquetea y soba tus partes pudientas y una... tiene su pudor.
Pero en aras de la salud, la precaución y la paz interior el consenso es generalizado (ni siquiera tu "yo" más tímida se opone): hay que ir.
Tienes la cita. Perfecto, entonces se inicia un despliegue que ni para una cita con clasificación de
great expectations!
Bueno, llevada a cabo la puesta a punto te presentas en la consulta. Esta vez te acompaña tu chico, no sabes muy bien porqué pero ha querido venir. Os sentáis en la sala de espera, que es una de esas salas de espera anodinas, grises, con sillas alineadas a lo largo de las paredes que obligan a los presentes a observarse: ellos, acompañantes visiblemente incómodos, ellas, mirando a cualquier parte menos a las compañeras de fatigas.
Eres la segunda en pasar a la consulta dejando a tu chico en la sala de espera, parapetado tras su periódico.
Entonces te reencuentras con ese hombre al que solo ves una vez al año, si todo va bien, pero que sabe más de ti que tu padre (y más te vale que sea así, por la cuenta que te trae, que tu padre tonto no es, pero hay cosas que mejor no contarle bajo ningún concepto). Te tiende la mano y se la estechas pensando que es de lo más ridículo un saludo tan formal con un hombre que en menos de cinco minutos estará literalmente entre tus piernas... acordándote de la broma que te hace siempre Dani de que al urólogo y al ginecólogo habría que decirle "Pero dame un beso o algo antes" pero bueno, te sientas.
Preguntas de rigor: molestias, anticonceptivos, relaciones, pareja, estado general... Y, lo dicho, te encuentras contándole tus intimidades a un hombre que perfectamente podría ser tu padre (ronda los 50 y tantos). "Vale, pues pasa y prepárate".
Te metes tras el biombo, te desnudas a la velocidad del rayo y te enfundas una de esas horrendas batas de papel abierta por delante. Entonces la enfermera, muy amable, te indica que te subas a la camilla (que realmente parece una máquina de tortura), con "el culo bien abajo y una pierna en cada soporte" y tú con la mayor gracia posible te encaramas al cacharro.
Ella, muy amable, te coloca una especie de toalla cubriéndote... pero hacia ti... con lo cual tú piensas si lo que hay que tapar está al otro lado... en fin, que ahí estás tú, en el potro de tortura, con los encantos expuestos, cuando el doctor se coloca en posición y comienza La Exploración.
La enfermera, que cada vez tengo más claro que está ahí más de apoyo moral que de otra cosa, no sabe dónde mirar, tú miras al techo por simple cuestión de comodidad y el doctor... bueno, mira donde tiene que mirar y tú, que en momentos tensos tiendes a la risa floja, vas entonando mentalmente "no te tenses, no te rías, no te tenses, no te rías..." lo cual te hace tener más ganas de reír, claro está, pero estoicamente te controlas.
Él va relatando lo bien que está todo, lo cual es un alivio, pero entonces te dice "ahora no aprietes", ves cómo coge esa cosa horrible llamada espéculo y tu cuerpo reacciona como debe: aprieta. Y está frío, esa cosa que siempre me recordará al pico de un pato, siempre está frío y, claro, no te tenses... el doctor hace lo que tenga que hacer cogiendo una muestra de algo que prefiero no saber cómo, molesta, duele un poco, así que mejor no preguntar.
Luego se hunta los dedos enguantados en lubricante lo cual en otro contexto sonaría genial, pero no, en este no... y mete los dedos, y aprieta por arriba y palpa por dentro y no hace daño pero casi.
Y no, no hemos acabado, lo ves blandir una cosa que no puedo describir sin hacer alusión a un dildo blanco y muy largo y ¿dónde podría ir ese instrumento? Dentro, claro que sí. Pero esto aún mola porque te hace mirar a la pantalla de tu derecha y te va indicando, "eso es tu útero... eso tu ovario izquierdo... todo bien... y ese... el derecho..." y en esa masa blanca, negra y gris ves aparecer formas extrañas y te hace cierta gracia pensar que es tu interior y que ahí dentro, algún día, habrá algo más. Aunque desechas enseguida esa idea.
Después te hacen sentar, la solícita enfermera cuida de que al liberar las piernas no pierdas el equilibrio en el borde de la camilla y aterrices de culo a los pies del doctor. Entonces te explora el pecho, vamos te pega un meneo que lo flipas. Todo bien. Perfecto. Sana como una manzana.
Él se va, vuelves tras el biombo y recuperas tu ropa.
Te sientas de nuevo frente a su escritorio, aliviada pues todo va bien y con esto eres super-hiper-mega-hipocondríaca, con nada más, pero con esto sí (tus motivos tienes).
Te resume lo que te ha ido contando in vivo, te recuerda que no te asustes si la carta de la citología pone algo raro (a lo que no te ríes de milagro) y te despide con una palmadita en la espalda, hasta el año que viene.