(suena el teléfono)
- ¿Mmm? – gruñe, somnolienta al teléfono.
- Hola princesa – no reconoce la voz, pero sabe quien es, nadie más la llama así.
- ¿Qué quieres? – balbucea.
- Buena pregunta… A ti – se ríe.
- No sé ni qué hora es y estoy dormida, no tengo ganas de jueguecitos...
- Vale, seré sincero –ahora es ella quien ríe- sufro la crisis de los cuarenta, no encuentro sentido a mi existencia, creo que no tengo nada, que todo lo he hecho mal y, evidentemente, eso me deprime. He pensado que oírte decir que aún me quieres y piensas en mí me reconfortaría.
- ¿Y eso es por pura melancolía o porque viniendo de una veinteañera el ego sube más?
- Mmm… un poco de ambas.
- ¿Estás borracho?
- Sí.
- Pues, lo lamento, pero no va a poder ser. Yo ya no te quiero.
- Vaya, qué rotunda, antes no eras así.
- Sí, antes de ti era dulce e inocente, además me has despertado.
- Mmm… incluso dormida me reprochas, debes quererme.
- Piérdete.
- Perdido estoy, sin ti.
- Venga – ríe de nuevo- vete a dormirla.
- ¿Entonces me querrás?
- No, pero podré dormir.
- Está bien, dulces sueños, princesa.
18 de marzo de 2009
5 de marzo de 2009
En el fondo
¿Cómo explicas a las personas que quieres, y que te quieren, que no confías en ellos?
¿Que las traiciones que has vivido en el pasado te impiden esa cosa que llaman “abrirles tu corazón”?
Deberías empezar por explicarles cuál es tu desconfianza, porque, en realidad, no temes que tu novio te sea infiel, ni que tus amigas cuenten tus secretos. No, no es eso.
“No, no es algo personal”, podrías decir pero dudo que sirviera de mucho…
¿Serviría esa explicación para que entiendan esa sombra de amargura que te acompaña, últimamente, allá donde vas?
Y es que el problema es la necesidad de sacar todas esas cosas de mi cabeza. Necesito explicarle a alguien lo mucho que me duelen los recuerdos, con que facilidad se abren mis heridas y lo mucho que duelen las jodidas como si los años de latencia las hubieran fortalecido.
La forma en que mis viejos miedos parecen arrastrarse bajo sus lápidas, me persiguen y, en ocasiones, logran alcanzarme. Lo gracioso de haber podido con algunos de ellos y que ya no salgan a la superficie.
Tengo que decir lo feliz que soy en este momento.
Lo mucho que me hace reír él, alargando mi vida de forma imperceptible. Cómo adoro sus carcajadas, su mirada, su olor, su cuerpo, su voz, su sabor...
Lo incomprensible que resulta para mí el hecho de poder volver a amar. Explicar cuánto me duele su mirada turbada cuando me ve apunto de llorar o cuando me refugio en mí misma y no pronuncio palabra.
La forma en que alucino cuando soy consciente de los amigos que tengo y de cuántas personas me quieren o aprecian, cuando no me siento merecedora de ello.
Todo lo que temo y anhelo de mi futuro. Todas mis dudas e incertidumbres. Las esperanzas y sueños.
Mis frustraciones y mis logros.
Que, por primera vez en mi existencia, creo que vale la pena vivir la vida y la muerte me resulta algo completamente indeseable.
La culpabilidad que me asalta cada vez que me siento desdichada, por tenerles y no valorarles. Por no ser capaz de llorar en el hombro de alguno de esos amigos. Por no llamar a nadie a altas horas de la noche para divagar sobre mis penas o alegrías, como ellos sí hacen.
Que hubo quien me conoció, quien supo todas esas cosas y más, quien tuvo “free pass” y para lo que le sirvió fue para aprovecharse y lastimarme en lo más profundo de mi alma.
Quisiera enseñar que esta es la verdad y no solo esa bonita máscara de paz y tranquilidad.
Que me rompí hace años y las grietas son visibles bajo la superficie.
Pero, ¿cómo le dices esto a alguien que quieres, esperando no dañarle?
Así que, mantengo mi protección de porcelana ante mi rostro de loca, para no asustar a quienes me rodean, alimentando mi amargura, encerrada en mi propio círculo vicioso.
¿Que las traiciones que has vivido en el pasado te impiden esa cosa que llaman “abrirles tu corazón”?
Deberías empezar por explicarles cuál es tu desconfianza, porque, en realidad, no temes que tu novio te sea infiel, ni que tus amigas cuenten tus secretos. No, no es eso.
“No, no es algo personal”, podrías decir pero dudo que sirviera de mucho…
¿Serviría esa explicación para que entiendan esa sombra de amargura que te acompaña, últimamente, allá donde vas?
Y es que el problema es la necesidad de sacar todas esas cosas de mi cabeza. Necesito explicarle a alguien lo mucho que me duelen los recuerdos, con que facilidad se abren mis heridas y lo mucho que duelen las jodidas como si los años de latencia las hubieran fortalecido.
La forma en que mis viejos miedos parecen arrastrarse bajo sus lápidas, me persiguen y, en ocasiones, logran alcanzarme. Lo gracioso de haber podido con algunos de ellos y que ya no salgan a la superficie.
Tengo que decir lo feliz que soy en este momento.
Lo mucho que me hace reír él, alargando mi vida de forma imperceptible. Cómo adoro sus carcajadas, su mirada, su olor, su cuerpo, su voz, su sabor...
Lo incomprensible que resulta para mí el hecho de poder volver a amar. Explicar cuánto me duele su mirada turbada cuando me ve apunto de llorar o cuando me refugio en mí misma y no pronuncio palabra.
La forma en que alucino cuando soy consciente de los amigos que tengo y de cuántas personas me quieren o aprecian, cuando no me siento merecedora de ello.
Todo lo que temo y anhelo de mi futuro. Todas mis dudas e incertidumbres. Las esperanzas y sueños.
Mis frustraciones y mis logros.
Que, por primera vez en mi existencia, creo que vale la pena vivir la vida y la muerte me resulta algo completamente indeseable.
La culpabilidad que me asalta cada vez que me siento desdichada, por tenerles y no valorarles. Por no ser capaz de llorar en el hombro de alguno de esos amigos. Por no llamar a nadie a altas horas de la noche para divagar sobre mis penas o alegrías, como ellos sí hacen.
Que hubo quien me conoció, quien supo todas esas cosas y más, quien tuvo “free pass” y para lo que le sirvió fue para aprovecharse y lastimarme en lo más profundo de mi alma.
Quisiera enseñar que esta es la verdad y no solo esa bonita máscara de paz y tranquilidad.
Que me rompí hace años y las grietas son visibles bajo la superficie.
Pero, ¿cómo le dices esto a alguien que quieres, esperando no dañarle?
Así que, mantengo mi protección de porcelana ante mi rostro de loca, para no asustar a quienes me rodean, alimentando mi amargura, encerrada en mi propio círculo vicioso.
También conocido como:
trastorno disociativo de la personalidad
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