18 de febrero de 2018

Todos tenemos problemas, todos tenemos cosas en la cabeza. Por la noche nos los llevamos a casa y por la mañana al trabajo. -El profesor-


La semana pasada tuve un derrumbe apoteósico.
Lo peor es que peté en el lugar menos apropiado, el martes, en la oficina. Para un día que voy...
En una reunión estúpida e improductiva caí en un bucle destructivo, respasando los motivos por los que debería estar en otro sitio y haciendo otras cosas más urgentes, porque la lista de cosas por hacer es interminable, etc y empecé a acumular, algo así como la electricidad estática que precede a la tormenta. Cuando me acerqué a la mesa de mi amiga para irnos a comer, llevaba los ojos amenazando lluvias y cuando salimos por la puerta lloraba a lágrima viva.Vergüenza es la palabra que define lo que siento si pienso en ello. Pero la cosa va así, cuando se va llenando el vaso al final rebosa, cuando menos te lo esperas.
Después pasé tres días en la bruma, tratando de regresar, como en mis peores épocas.

¿Qué porqué peté? Pues por agotamiento, enfermedad y anticipación, creo.
La semana anterior había estado de "vacaciones" (ese término se ha redefinido) y tocaba volver a la oficina, a un trabajo que no me gusta (lo sé, a la mayoría de gente no le gusta el suyo y sobrevive, pues yo formo parte de ese extraño género a quienes sí les gustaba su trabajo, al menos, hasta llegar a este y adaptarse no está siendo fácil). Esta semana que empieza, NB vuelve a su trabajo y por mucho que me empeñe en hacer la cuadratura del círculo con el calendario y los horarios, la cosa no me sale. No, no me sale. Y la obsesión por el control no ha desaparecido de mi ADN, asumo que no puedo controlarlo todo, pero es que últimamente casi todo es caos. Además llevábamos una semana sin dormir lo necesario y estaba enferma. Con ese cóctel solo me faltó verme ante un par de tipas bastante bordes, encargándome de una tarea que ni me va ni me viene, con la mitad de los mails del regreso por resolver. Y un largo etc de lo no-laboral ocupando también su puesto en la lista de "to do".

Nunca me ha gustado llorar en público, ni explicarlo después. Sigue sin gustarme. Pero no todo son algodones de azúcar en mi mundo y, al igual que otras cosas, creo que hay que ir aceptándolo y normalizándolo. No hay emociones malas, solo hay malos momentos para expresarlas (jajaja).

17 de febrero de 2018

El secreto

“Échale un vistazo a una pirámide de edad. A partir de los ochenta y tantos solo quedan mujeres. No tienen horario, como las tiendas de los paquis. Te las puedes encontrar en grupos de tres a siete horadando calles sin interés, cruzando parques deshabitados. Ellas van cogidas del brazo, a sus anchas, desafiando el viento hiriente de enero o los rigores de agosto. La cuestión es salir de paseo, ¡qué digo!, el tema es campear, y pobre de tú si no te apartas, pues en la manada las ancianas encuentran su fuerza.
Yo las espero. No puede ser que al final todo sea esto. A veces las sigo un rato o me aproximo sin levantar sospechas, como un espía del KGB en paro, para saber qué cuchichean. Porque ellas guardan algo. Sí, hace tiempo que lo sé. En los últimos días no solo hay campos sembrados, hay algo más. De no ser así, para qué trabajar, levantarse por las mañanas, hacer el café, lavar platos, sonreír en el autobús, planchar cuidadosamente el mantel tras la cena, cuando ya no sabes bien ni qué querías hacer hace unos años. Ellas son las guardianas de El Secreto. Incluso, a veces, siento la tentación de acorralar a una que ande separada del grupo y gritarle: «¡Cuéntame el secreto, cuéntamelo!». Pero sé que de nada servirá. Se reirá como para dentro y aspirará el viento sin decir ni una palabra, mirándome con ojillos de puercoespín. Así, me canso de seguirlas tantas veces, doy la vuelta a la manzana y vuelvo a subir a casa con esa vaga sensación de aturdimiento, sin el secreto que ellas guardan celosamente.”
-Igor Kutuzov-

2 de febrero de 2018

El aburrimiento es lo que queda de los pensamientos cuando las pasiones son eliminadas de ellos -Alain-

Me molesta soberanamente estar sacrificando horas de sueño (en vocabulario maternal: jugando con fuego) en lo que me digo es en aras de mi bienestar mental, para justificar que en lugar de dormir ande perdiendo el tiempo en algo tan poco productivo como leer blogs y escuchar música, cuando tras lo que suena en los auriculares oigo algo de fondo.
Si mi oído era fino, la maternidad lo ha elevado a la categoría de sentido arácnido.
Miro automáticamente al vigila bebés pero no, mi pequeño duerme plácidamente, en una postura imposible, pero plácida. Además, cuando hace ruido el cacharro espía emite una lucecita que, en ese momento, permanece apagada.
Me quito un auricular, muy a mi pesar, dejando a medias Mia & Sebastian para descubrir que el origen de la interrupción no es otro que la histérica de mi vecina de abajo chillándole por enésima vez a su pareja, que se va a ir. El día que se vaya saldré al balcón a aplaudir, si es que llega a hacerlo. Él le contesta algo que no entiendo y añado en mi lista de “To do” buscar una lista de psicólogos de pareja, imprimirla y metérsela en el buzón. Si bien es probable que no arreglen sus problemas, quizá alguno de los dos pille la indirecta.