
"Yo no lo llamaría renuncia, solo que ahora acepto otras posibilidades", me dijo.
Pues yo sí lo llamo renuncia. Ya no sueño con ello, no lo fantaseo, no lo estudio, no lo aprendo, no me preparo, no ideo el qué, el cómo, el cuándo y sus mil y una alternativas a corto y a largo plazo. Son otras las que barajo, con las que juego, monto castillos que luego desmonto. A decir verdad, siempre que es posible, ni siquiera lo pienso. Porque me deja un regusto metálico en la boca, de hemorragia, de pérdida, de angustia. De cenizas. No, no lo pienso, cuando puedo, porque sería un hundimiento seguro, uno de dificil rescate, de embergadura fosa-de-las-marianas. Porque si me caigo ahí no sé cómo lograrán sacarme. Sería un desánimo completo y profundo, una insoportable sensación de injusticia, de falta de suerte, de oh-dios-todo-poderoso-azotador. Sin algo real a lo que atribuir mi desgracia. No lo pienso porque me toma una absoluta e impropia irracionalidad que me arrastra por caminos oscuros de tristeza, de culpabilidad, de fatalismo. Tampoco lo pienso porque no hay datos definitivos -aunque quizá nunca los haya- y podría sufrir en vano. Pero sobre todo no lo pienso porque no estoy preparada para buscarme un psicólogo (tengo demasiados muertos en el armario).
Comienzo a aceptar (o trato de hacerlo) la posibilidad de que todas mis bonitas y mayores ilusiones, mis planes e ideas, puedan haber topado de veras con tierra yerma, estéril y seca. Trato de introducir esa idea en mi mente, sin demasiado dolor. Me la susurro, una frase leve, un mero "puede que" en momentos clave, óptimos, serenos. Dejo abrir la herida, que sangre a chorros pulsados, arteriales. Permito que alguien dentro de mí chille y se arañe la cara. Y después recojo los platos rotos, curo heridas, doy largos abrazos, hasta que pasa la tormenta. Cada vez me atrevo a meter un poco más el pie sin miedo a hundirme de repente. Espero que la exposición gradual logre que la idea cuaje sin demasiado sufrimiento. Temo no salir airosa en mi estudiada estrategia, me da un pavor escalofriante, pero no tengo mucha más opción. Es mi camino y solo puedo andarlo, tengo que nadar estas aguas, tarde o temprano.