
Ser invisible la mayor parte del tiempo te otorga una gran perspectiva de algo muy simple pero también muy útil: sabes quién te ve y quién no.
Que te vean o no, no depende tanto de ti y tu maravillosa invisibilidad, como de su interés en verte.
Prueba de ello la tienes en esos casos en que por mucho que te empeñes en mimetizarte con el entorno, te ven y persisten en ello.
Podríamos, pues, establecer tres categorías:
- los que quieren verte (esos que insisten)
- los que te ven lo necesario (nunca se es del todo invisible)
- los que no te ven nada (lo cual, que se protejan las autoestimas, significa que te ignoran deliberadamente)
Si tienes asumida tu invisibilidad y disfrutas de ella, lo más probable es que la única categoría que te moleste sea la primera.
Pero la cosa cambia, ah amigo, cuando por circunstancias de la vida, dejas de ser invisible.
Especialmente cuando esa luz que te ilumina lleva asociado cierto tipo de... poder.
He podido observar estos últimos días que las dos primeras categorías no sufren grandes alteraciones en su comportamiento (los primeros siguen pendientes de ti y los segundos, pasado el momento inicial de cotilleo y radiopatio, vuelven a su estado anterior) pero con la tercera ha habido un cambio sustancial y nada disimulado.
Aquellos que antes te ignoraban y no pasaban de alguna conversación cordial -en el mejor de los casos- o de prácticamente no decirte ni hola -en otros- de repente sienten un
genuino interés en ti.
Y te muestran fotos de sus hijos (importante resaltar que lleváis tres años trabajando juntos, el mayor de los niños tiene dos años y es la primera vez que lo ves), exaltan no sé bien el qué con comentarios como "lo cierto es que te he visto sonreír más estos dos días que nunca" (a destacar: la última vez que nos vimos, literalmente, no sabía ni mi nombre) o sufren una terrible pena porque el viernes decides no quedarte a la comidita afterworks.
Juego mi carta de tímida y medio tonta, sonrío, agradezco, hago caídas de párpados de puro rubor victoriano, alabo los retoños y finjo estar siendo iluminada por la infinita sabiduría de aquellos que me dan grandes lecciones magistrales. Creyendo, todo ellos, que me caí ayer del guindo y que no llevo mucho tiempo recopilando información, de unos y de otros, (porque ser reconocidamente discreta suele provocar que muchos te cuenten casi cualquier cosa).
¿Quieren jugar? Juguemos.